EL CAMAROTE DE LA MUERTE Gabriel Lopez Gomez 1 El camarote de la muerte 1 Desperté abruptamente como si alguien me hubiera gritado en el oído… todas las cosas a mi alrededor parecían estar en orden; una tenue luz que se filtraba desde la calle a través de la cortina de la ventana, daba a los muebles de la habitación una apariencia espectral. Sentí que mi mano empuñaba un pedazo de roca… lo solté con un acto reflejo… Un mal presentimiento me estremeció de pies a cabeza. En esa penumbra, no podía ver casi nada; prendí la lámpara del velador; la luz confirmó mis sospechas, a un lado en la cama, dándome las espaldas, estaba Sara, la esposa de mi hermano, acostada en posición fetal, con una bata de dormir de color celeste hecha jirones y manchada de sangre. No daba señales de vida; en la parte posterior de su cabeza, cerca del occipital, tenía las inconfundibles huellas de haber recibido un contundente golpe porque una herida abierta aún emanaba profusamente sangre y un líquido amarillento. ¿Qué es lo que ha pasado aquí?... en el velador había un vaso de agua, mientras pensaba, tomé dos bocados con la finalidad de aclarar mi mente, me froté los ojos, me pellizqué hasta sangrar y terminé de convencerme que estaba despierto y, lo que miraba sobre las sábanas no era pesadilla… la moví para ver si despertaba, pero estaba muerta; tenía una rigidez de haber fallecido hace algunas horas; un frío estremecedor me recorrió la espalda; fui al baño para lavar mis manos, que antes empuñaban esa piedra también empapada en sangre y, regresé al cuarto… el espectáculo era aterrador… quise salir corriendo pero llegué hasta la puerta y me encontré con la sorpresa de que estaba asegurada por fuera. 2 Un cúmulo de pensamientos acudieron a mi mente; otra vez me pregunté: ¿Qué es lo que está pasando?... ¿estaré alucinando? Me puse a pensar: ¿A qué hora me acosté?... ¿en qué condiciones?... ¿porqué esta allí esa mujer? Incrédulo la miré por unos instantes, aunque sentí un profundo rechazo al contemplar su rostro desencajado, la boca semiabierta con la lengua afuera; un hilillo de sangre y saliva se deslizaba sobre la almohada. ¿Quién la mató?... Caminé como un loco dentro de la habitación, tratando de dilucidar el problema… Una negra sospecha fue tomando cuerpo y pronto encontré la respuesta. -­‐¡Claro!… ¿Cómo no lo pensé antes?… Era una jugarreta de mi hermano Jorge, quien en complicidad con su entenada, querían endosarme este crimen. El nerviosismo que sentía era evidente… no podía tomar una decisión; hice un esfuerzo por calmarme y luego pensé: –Si me cogen aquí, estoy fregado, así que lo primero que debo hacer es… ¡Escapar! Fui hasta la ventana, pero salir, era imposible porque tenía el enrejado de seguridad y este estaba empotrado en la pared; con todas mis fuerzas intenté separar los barrotes; pero estos no se movían ni un centímetro… Instintivamente, apagué la luz… ¿Cómo podré salir de este cuarto? 2 3 Soy el segundo y último hijo de mis padres; ellos tuvieron antes a Jorge y pensaron que ya no habría más hijos; pero, después de once años, inesperadamente, nací yo… O sea, vine al mundo de forma imprevista, decía mi padre no fuiste invitado, pero sí bienvenido. Mi nombre es Marco, entonces, tenía 26 años; me había graduado en la Universidad Estatal de Cuenca, en Ingeniería Comercial; estuve dos años en EEUU, aprendiendo inglés; seguí un curso de francés pero no lo terminé. Mi estatura es de 1.79 m; tengo la piel blanca y el cabello castaño. Los amigos me dicen, cariñosamente, “el Colorado”; practico todo tipo de deportes, pero mi preferido es el andinismo. He escalado algunos cerros y, en dos oportunidades, estuve a punto, de morir de hambre y de frío; la primera vez me perdí con dos amigos durante una semana, al cabo de la cual, logramos llegar a un refugio, donde fuimos rescatados. Generalmente, soy un hombre tranquilo; no tengo problemas con nadie, excepto con mi hermano. Tengo muchos amigos y siempre he estado dispuesto a hacer cualquier cosa a su favor, sin poner condiciones. Mi hermano mayor, como ya lo mencioné anteriormente, se llamaba Jorge, era un tipo pequeño de estatura, muy desordenado, de mal carácter, vago y descuidado. Estuvo en varias facultades de la universidad, pero como era ocioso, fracasó en todas; mi padre terminó poniéndolo en la escuela de la policía, donde se graduó de oficial. Conmigo era insoportable, discutíamos todos los días por cualquier cosa. Decía que yo era, solamente, un advenedizo, que no tenía ningún derecho. Un día, hace poco tiempo, llegó borracho y a gritos me dijo: 4 – ¡No debías haber nacido!... yo recuerdo que éramos muy felices sin ti; viniste a restar el cariño que papá y mamá me tenían, así que lo menos que puedes hacer es largarte. Cuando mi madre yacía en su lecho de muerte, nos recomendó que hagamos las paces. Con gran esfuerzo y muy a pesar mío, traté de darle una oportunidad más para tener una buena relación. Esta tregua duró pocos meses; no hizo ni dijo nada, para no amargarle a papá que, también, estaba viviendo sus últimos días. Parece que contaba las horas para que él se muera, y cuando esto sucedió, lo primero que hizo fue descargar, como un volcán, su ira contra mí, diciendo: –Te daré posada en la casa un tiempo más hasta que consigas un trabajo; pero, luego, debes irte porque todas las cosas de mis padres me pertenecen desde siempre. Yo me hice el sordo y pensaba: ¡Algún día entrará en razón! pero las relaciones fraternas se deterioraron más y más, a medida que pasaba el tiempo. Mis padres trabajaron toda su vida en la elaboración de ropa, carteras y maletas de cuero, que les proporcionaba el dinero para los gastos de la casa y de nuestra educación. Vivíamos en uno de los barrios residenciales de la ciudad; nuestra casa era una más del conjunto de villas uniformes que formaban el vecindario de clase media. Estaba separada de la calle con un cerramiento de hierro forjado, luego, venía el jardín con dos árboles ornamentales y una hermosa alfombra verde de césped muy bien mantenida, hacía contraste con la rojiza cubierta de teja de la casa, que en aquellos tiempos, era una característica indispensable de la arquitectura cuencana. En la parte interior de la casa, se disponía de: la sala, el comedor, la cocina, una bodega y tres dormitorios; atrás había 5 un amplio patio con un cobertizo para el asadero, el espacio de pasto cercado con paredes de ladrillo; algunos árboles de capulí y de durazno, donde anidaban los colibríes, los mirlos y los gorriones. Esta casa y el almacén constituían toda la pequeña fortuna que teníamos como herencia; legalmente, me correspondía la mitad; pero, ante la intransigencia de Jorge, no discutí este asunto porque pensé hacerlo luego en algún momento; además, abrigaba aún la esperanza de que mi hermano recapacitara. Antes de la muerte de mis padres, Jorge se casó con Sara; ella era una mujer viuda, mayor que él, tenía una hija de unos veinte años llamada María; vivían en la casa y ocupaban la mayor parte de ella. Se adueñaron de todo y me redujeron a la más pequeña de las habitaciones. María era una muchacha muy simpática, con un cuerpo exuberante, una mirada coqueta y muy desinhibida en su forma de vestir. Nadie que pasaba a su lado podía ignorarla, pertenecía a ese grupo de mujeres que parecen haber nacido para despertar la tentación y el apetito de los hombres. Desde hace mucho tiempo, se dedicó a acosar a Jorge; con todo tipo de libidinosas provocaciones; mi hermano no pudo resistir y, ante la mirada indiferente de Sara, cayó en sus redes. Sara, por el contrario, era una mujer descuidada; no vestía bien… creo que no se bañaba nunca; engordó sin control y su cabello era un desastre, a pesar de que, algún día, fue una mujer simpática, ahora, daba lástima. Yo casi no hablaba con ellas; me limitaba, solamente, a saludarlas; muy rara vez intercambiábamos algún pequeño comentario. El romance de Jorge y María, en pocos días destruyó la vida hogareña; supe que mi hermano cuando estaba borracho 6 maltrataba a Sara; ella, como toda mujer frustrada, reaccionaba con gritos e insultos provocando interminables discusiones y ruidosos escándalos. Con el pasar de los días, Sara se fue doblegando y ya casi no protestaba; más bien, soportaba en silencio todo tipo de vejámenes, como una esclava ni siquiera se atrevía a mirar a los ojos de su marido; parece que le cogió un miedo exagerado. Era muy notoria su derrota… Cuando lo escuchaba llegar, ponía cara de angustia; miraba con pánico que todas las cosas estén en orden para no darle motivo de enfadarse. Esta situación últimamente se puso peor. Yo mismo veía salir a Jorge y María con cualquier pretexto y volver, a veces, al día siguiente. En la casa se percibía un ambiente lleno de energía negativa; el amor, que algún día, floreció, ahora, marchito por las circunstancias, se destruía, poco a poco. La noche pasada, después de haber asistido a la fiesta que dieron unos amigos, llegué a la casa temprano; había tomado algunas cervezas… pero mis facultades físicas y mentales estaban bien. Cuando entré , iba directo a mi cuarto, pero, de pronto, escuché que me llamaban desde la sala… Era María, sus ojos estaban raros, la miré con escudriñadora suspicacia… ¿Estaba drogada?… ¿había llorado?… en fin, ¡no me importaba! –¿Quieres acompañarme con un trago?... –Me dijo. –¡Encantado! –le respondí. Había tenido listas dos copas y me brindó una de ellas… 7 ¡Salud!... ¡Salud!... Fue lo último que me acuerdo y ahora estoy aquí, tratando de encontrar una salida. Con todas estas premisas, es obvio suponer que María y Jorge querían inculparme en su crimen. Mi cerebro entorpecido, por algún tipo de droga que me dio Maria en el trago, se negaba a razonar con claridad y me dolía mucho la cabeza. La única idea clara que tenía era, salir de ese cuarto lo más rápido posible; antes de que llegue mi hermano con la policía y me acuse de un crimen del cual yo era inocente. Tomé del velador los documentos; del escondite que se hallaba detrás del cajón de la cómoda, saqué los ahorros. Recogí un poco de ropa y la metí desordenadamente dentro de la mochila: dos pares de zapatos, dos chaquetas de excursión. Quise meter mis botas, pero… ¿dónde las guardé? No asomaban por ningún lado, las busqué en el velador, debajo de la cama, en el vestidor y, al fin, las encontré en un rincón; las había dejado sobre una vieja tapa de alcantarilla… Al mirarla pensé: ¡Esta es mi vía de escape! ¿Cómo en las películas?... Creo que estoy pensando locuras. Salí del vestidor, miré toda la habitación y terminé de convencerme que la única posibilidad de escapar de allí, era por esta alcantarilla. Regresé a mirar la tapa y mentalmente calculé… Creo que sí era posible que mi cuerpo pasara por allí; ahora, el problema es moverla. Estaba hecha de hormigón con una argolla de hierro como manubrio… Traté de levantarla con las manos pero no se movía. 8 Colgado en la pared, cerca de la ventana, tenía un atizador de chimenea; cogí la varilla de hierro y la puse como palanca; después de varios intentos, logré al fin levantarla. Un olor intolerable salió como un volcán en erupción; sentí ganas de taparla de nuevo, pero no había otra salida, tenía que aguantarme. Una linterna de mano, que la cargué con unas baterías nuevas, me sirvió para iluminar el fondo… Era una tubería de cemento de unas veinticinco pulgadas que conducía a un lúgubre canal subterráneo. Al introducir mi cabeza, inhalé esos gases tóxicos; instintivamente, otra vez, quise desistir de mi propósito… Parece que me iba a desmayar, pero me di ánimo, recordando que nunca he retrocedido ante un desafío, más aún en estas circunstancias. Después de mil dificultades, logré bajar hasta el canal; puse la tapa en su lugar y comencé a desplazarme, prácticamente, a gatas por ese minúsculo túnel, el espacio era muy reducido, pestilente y con miles de murciélagos que aleteaban sobre mi cabeza; caminé sin rumbo; aquel pequeñísimo arroyuelo putrefacto, conducía todas las aguas servidas del barrio y me llegaba hasta los tobillos. No se cuánto tiempo transcurrió, pero a unos 100 metros, que me parecieron kilómetros, al fin pude divisar, en la parte superior, unos tenues rayos de luz que se filtraban por las grietas de otra tapa de alcantarilla. Me erguí con dificultad y la levanté; era pesada pero manejable… La corrí hacia un lado, saqué con precaución la mitad de mi cuerpo y miré hacia fuera… Me encontraba en la esquina de la calle cerca de casa. Salí a la superficie y llené mis pulmones de aire limpio y fresco. Coloqué la tapa en el hueco y me puse a caminar; mi cuerpo parecía más liviano… ¡me sentía libre! Todo estaba en silencio, la ciudad entera dormía. Tomé 9 la dirección hacia el río Tomebamba, que cruza por la parte central de la ciudad; al llegar a sus orillas, me deshice de los zapatos y del pantalón porque olían muy feo; ingresé en el río, enjuagué cuidadosamente las partes del cuerpo que se habían manchado con el lodo negro de la alcantarilla; a pesar de que el agua estaba muy fría, disfruté del baño; ahora sí que tenía mi cabeza totalmente despejada y las ideas claras. Saqué de la mochila ropa limpia, me vestí lo más rápido posible y seguí caminando, sin detenerme a contemplar la belleza nocturna de los sauces que, con su poncho verde ensombrecido por la oscuridad, se acuclillaban cobijándose del frío, mientras los pequeños flecos de las ramas tocaban el agua, provocando un suave murmullo. Los somnolientos faroles de la orilla se multiplicaban al reflejarse en la superficie del agua, y jugueteaban a ser estrellas espectrales del pedazo de cielo que se reflejaba, en el desordenado lecho del río. Un taxi me llevó fuera de la ciudad, a través de las adoquinadas calles, alumbradas por una mortecina luz, eclipsada por blancas e incipientes nubecillas de vaho matutino que, en tenues copos, se elevaban lentamente hasta el cielo. Me quedé en la vía a la Costa; allí permanecí un rato, tratando de parar un carro que me lleve a Guayaquil, mientras una extraña sensación de nostalgia invadía mi ánimo. Pasaban algunos automóviles, pero nadie se detenía… De pronto, desde una camioneta, alguien me dijo: –¡Si me pones la gasolina, te llevo! Era un muchacho de unos 22 años, alegre y extrovertido, con el que emprendí mi éxodo. Habíamos viajado algunos minutos, cuando de pronto empezó a clarear el día. La conversación inicial fue un mutuo 10 interrogatorio para satisfacer la innata curiosidad cuencana, donde, por milagro, no descubrimos ningún lazo de parentesco o de amistad. Hablé de cosas sin mayor importancia ni trascendencia, disfrazando el propósito de mi viaje y ocultando la tormenta por la que atravesaba. Paulatinamente, dejamos de hablar, creo que los dos quedamos subyugados ante la inefable visión que nos brindaban las montañas al amanecer. Poco a poco, me fui adentrando en una profunda meditación, provocada por el espectáculo que nos brindaba gratuitamente la naturaleza, en el nacimiento de un nuevo día. Miré embelesado los primeros rayos del sol, reflejados en las escarpadas crestas de granito, en lo más alto de la cordillera del Cajas, donde el paisaje es incomparable: los riachuelos caen en pequeñas cascadas blancas, a través de la penumbrosa falda de la montaña, vestida de musgo, de roca y de un hermoso manto dorado de paja. Las lagunas, que como lunares de plata salpicaban el paisaje, yacían tan quietas a esa hora de la mañana que semejaban espejos, donde el sol naciente peinaba su luminosa y dorada cabellera. En el horizonte, los agrestes relieves de roca, recortados caprichosamente por las tijeras del tiempo, parecían gigantescos dientes de una invisible mandíbula que trataba de morder el infinito. Pequeños manchones de neblina se levantan perezosos desde el fondo del abismo y se aprestan a ocultar la desnuda belleza de esos páramos andinos. El viento gélido, que entraba por la ventana de la camioneta, me volvió a la realidad y, otra vez, comencé a masticar mi triste realidad que se había convertido en una inevitable tragedia. Habíamos llegado a la parte más alta de la cordillera y 11 comenzamos el descenso; el sinuoso carretero que serpenteaba por esta intrincada geografía de las estribaciones del lado occidental de la montaña, acaparaba, por suerte, toda la atención de mi improvisado chofer. A medida que avanzábamos, cuesta abajo, la vegetación iba incrementándose: al principio, el páramo con los pajonales, los potreros; luego, los arbustos y, por fin, la verde montaña, propia de la planicie costeña, matizada por los sembríos tropicales de cacao, yuca, plátano y las gigantescas plantaciones de banano; la temperatura subía paulatinamente; la accidentada topografía serrana fue cediendo paulatinamente, ahora la vía era de tramos más rectos y curvas menos pronunciadas; los músculos se relajaban espontáneamente, sintiendo, por fin, el clima tropical. En uno de los pueblitos que cruzamos a lo largo del camino, nos abastecimos de gasolina, después de servirnos un suculento desayuno. A unos kilómetros de allí, miramos cómo la policía estaba haciendo una inspección completa de un bus de pasajeros; instintivamente, me agaché un poco y pasamos de largo. Al fin, se tendió a nuestros pies esa inmensa y legendaria alfombra verde del río Guayas, como una cálida bienvenida. Es un paisaje digno de las mejores postales, un dorado crepúsculo mañanero se pintaba sobre la mansa superficie de las aguas, llena de purpúreos colores, bordada en la orilla con hermosas ciudadelas y, en el fondo, a la izquierda, la ciudad de Guayaquil. Entramos directo a ese espectacular y largo puente, dejando atrás el borrascoso pasado inmediato, para emprender una nueva vida. Al llegar a la ciudad, me quedé por allí en una esquina, agradeciendo a mi amigo por el oportuno y grato servicio que acababa de brindarme. 12 3 Unos meses atrás, vine con unos amigos a la playa y conocí a una linda guayaquileña que se llama Susana; desde el primer momento, entablamos una romántica relación que nos ha mantenido muy ilusionados, con llamadas telefónicas y furtivas visitas. Hemos ido a bailar, al cine, o a pasear. Ella tiene 23 años, está todavía en la universidad; es de figura espigada, elegante y femenina; se viste con gracia y buen gusto, como todas las guayaquileñas; tiene una cara bonita, sus ojos son negros, grandes y expresivos adornados por el picaresco aleteo de unas largas pestañas; cuando sonríe, le asoma un hoyuelo en la mejilla que la hace más simpática. Es de carácter alegre, le gusta el deporte; practica atletismo y nunca está quieta, siempre tiene un propósito inmediato. Nuestra relación ha sido un secreto… no la he contado ni a mi mejor amigo. Busqué en mi bolsillo el celular, que lo tenía apagado por seguridad, y la llamé; luego de saludarnos, concertamos una cita en un restaurante cerca de la universidad, donde habíamos estado en otras ocasiones y quedamos en vernos después de una hora. Tomé un taxi y llegué rápidamente al lugar… A esa hora estaba repleto de muchachos que comían algo ligero. Según la carta que se exhibía en una pizarra, se podía solicitar: una empanada de queso, bolón de verde, tamales con carne, etc. Entre los jugos, tenía varias opciones: piña, naranja o maracuyá. Miré el reloj y había transcurrido apenas media hora; mientras esperaba, pedí un jugo de naranja. 13 Susana estuvo también en el lugar, mucho antes de la hora estipulada. Me dio un ligero beso en la mejilla como saludo y sin mucha dilación pidió a la mesera un jugo de piña. Me miró a los ojos y dijo: –Quisiera ser más prudente, pero… ¡ya me conoces…! Con esa cara de apaleado que llevas, la voz diferente y la mirada triste... algo muy malo te pasa… ¡Cuéntame de una vez! Escuchó con paciencia todos los detalles de lo sucedido, no me interrumpió para nada. Se quedó un momento en silencio, luego dijo: –Yo te voy ayudar; en mi casa, tengo una habitación desocupada y, hasta decidir cualquier cosa, pienso que debes hospedarte en ella. Subí en su auto y pasamos por el banco sacando todos mis ahorros, antes de que me los incauten. En casa de Susana, don Roberto su padre, a quien había conocido hace poco, nos recibió con esa exquisita cultura y atención, propia de los guayaquileños; me invitó a tomar un trago con él; luego, dijo: –Si quieres darte un baño… ¡Adelante! Quiero que te sientas como en tu casa –¡Gracias! –le contesté. Susana me llevó al cuarto de huéspedes; era pequeño, pero acogedor. Con diez minutos bajo la ducha, recuperé mis fuerzas y me acosté un momento. Sentí que golpeaban la puerta, eran las ocho de la noche; había dormido casi todo el día… Salí y Susana me dijo que su padre quería hablar conmigo… Me esperaba en el estudio. Roberto era un prominente abogado, había cosechado 14 algunos triunfos en su vida; en la pared, tenía encuadrados muchos diplomas y medallas, mudos testigos de sus legendarios éxitos. Estaba sentado en un gran escritorio de cuero, una lámpara iluminaba con suave intensidad todas las cosas. –Sabes Marco –me dijo– levantando su penetrante mirada; después de estudiar tu caso, basado en el informe que me ha dado Susana, he llegado a la conclusión de que lo más saludable es que te vayas por un tiempo del País. –Me quedó mirando otra vez, inquisidoramente, sobre sus lentes; mientras yo hacía un gesto aprobatorio –Tengo un ex-­‐cliente que es coyote; si no lo sabes, así llamamos aquí en Guayaquil y… a lo mejor en Cuenca también, a los ciudadanos que se dedican a enviar a las personas de forma clandestina a los Estados Unidos. Este sujeto se llama Manuel y me debe algunos favores… Creo que estás de acuerdo, ¿o… no? Al mirar mi gesto afirmativo dijo: –Te pongo en contacto para ver si te ofrece alguna posibilidad de viajar. Entonces marcó un número, saludó cordialmente y, después de una pequeña conversación, que no la pude escuchar, me pasó el teléfono. –Soy Manuel –me dijo– yo al doctor, no le puedo negar lo que me ha pedido; así que veámonos a las 10 de la mañana, yo le indicaré el lugar y allí hablaremos. Estaba con Susana, comiendo distraídamente, una hamburguesa, mientras conversábamos de mil cosas, de pronto fuimos interrumpidos por Roberto que entró y dijo: –Manuel quiere hablar otra vez contigo –¡Gracias!... ya voy a contestarle. 15 Fui hasta el teléfono y me informó que en la madrugada salía un cargamento. –Si tú quieres, puedo hacer las gestiones necesarias para que viajes –me dijo. –¿Cuánto me iba a cobrar? Manuel me respondió: –Vea compañero… por tratarse del doctor Roberto, le voy a hacer un gran descuento. Me explicó, con un largo discurso, que él, generalmente, cobraba dos mil dólares como pago inmediato y seis mil dólares al llegar a EEUU; pero que como mi caso era muy especial, me cobraría la mitad: Los mil dólares después de una hora y los tres mil, una vez culminado el viaje. Además debía llevar el alimento suficiente para estar aislado en un camarote algunos días; también, lo que yo crea necesario en lo que se refiere a utensilios personales. A las dos de la mañana él pasaría por la casa, dándome así un escaso tiempo, para preparar mi viaje. Salí, de inmediato, con Susana a un supermercado cercano para comprar algunos alimentos, bebidas, medicamentos, revistas; además, las cosas de aseo personal y una mochila extra; pues, en la mía no cabían todas las cosas. Regresamos a la casa cuando creímos que todo estaba completo. En el cuarto, acomodamos, prolijamente la ropa y las compras de acuerdo al uso cronológico. Susana tuvo la idea de escribir en un papel el día y la hora en que debían ser utilizadas. Cuando terminamos, le pregunté: –¿Quieres tomar un trago? –Te ruego, no hagas preguntas innecesarias –me respondió. Hablamos de cosas relacionadas con esta loca aventura en la que me iba embarcar; pero, no tocamos el tema de 16 nuestra relación… yo no me atrevía, y ella tampoco… al fin Susana dijo: –Marco yo te quiero mucho y hubiera sido bueno seguir adelante con lo nuestro; pero no quiero que, por esta circunstancia, te sientas comprometido conmigo. Hasta hoy, lo nuestro ha ido sobre rieles; de ahora en adelante, nadie lo sabe; de mi parte, yo no te exijo guardarme fidelidad… quién sabe que nos depare la vida. Tengo la impresión de que para los dos hoy comienza un nuevo capítulo; para mí, ha sido un placer ayudarte y lo he hecho desinteresadamente. Quisiera que algún día se aclare todo este embrollo, para que puedas iniciar una vida alegre y feliz con cualquier mujer. Espero, también, que no te desmoralices. Una de las cosas que más me gusta de ti, es esa fuerza de voluntad, con la que superas tus problemas. Tengo fe de que todo va ha salir bien. Esas palabras sinceras y llenas de afecto, era lo que yo necesitaba para serenarme un poco; pues, por dentro, me sentía destrozado. Los dos, espontáneamente, nos abrazamos con mucha ternura. Tomé su cara entre mis manos y le dije: –!Gracias!... Voy a tratar con todas mis fuerzas de ser digno de tu cariño y apoyo. Eres el ángel que Dios puso en mi camino para ayudarme a salir de tan terrible problema; quizás, algún día, pueda retribuirte en algo lo que hoy haces por mí. Yo no soy un sentimental, pero al sentir que ella temblaba entre mis brazos, con sus ojos empapados de lágrimas, no pude más y terminé dándole el beso más emotivo y cariñoso que una pareja pueda darse. Claro que tenía sabor a lágrimas; pero, por un momento, ignoramos al mundo que nos rodeaba y dimos rienda suelta a un inmenso y reprimido afecto. El tiempo se hizo muy corto y, de pronto, sonó el timbre de la puerta. Casi no hubo tiempo para el último beso; en fin, con un suspiro muy hondo y mil promesas de comunicarnos en cuanto sea posible, me despedí de Susana; 17 luego, de Roberto y sin más tardanza, subí al taxi. 18 4 El taxi se detuvo frente a una bodega llena de cajas, fuera del cerramiento de autoridad portuaria; un guardia, vestido de azul, me dijo: –Veo que estás, también, con pantalón azul, así que ponte solamente la camisa de los guardias para que nadie se dé cuenta; si alguien te dice algo; contesta “todo está listo”, es la contraseña de esta noche; la mochila más grande la llevo yo, sígueme de cerca, camina con naturalidad. Este guardia, en particular, era un hombre muy alto y robusto. Me condujo hasta una bodega interior del barco, aprovechando los últimos momentos de oscuridad para no llamar la atención. Nos deslizamos cautelosamente por mil corredores y escaleras hasta que, al fin, abrió una pesada puerta metálica y me dijo: –No hagas ningún tipo de ruido hasta después de unas cinco horas, mientras tanto, acomódate como puedas y… ¡Buena suerte! Escuché el seco golpe de la puerta y una aldaba que se corría en el exterior. La habitación olía a guardado, sentí ganas de salir en pos de aire puro, pero no me quedaba otro remedio que resignarme; tenía un poco de fatiga, no respiraba bien… Creo que era debido a la nerviosidad porque, después de un momento, me acostumbré; con la linterna de bolsillo alumbré un rincón y acomodé sigilosamente mis cosas junto a unos cajones; improvisando un camastro con la mochila, me acosté a descansar. No sé cuánto tiempo habré dormido… Escuché, entre sueños, el cuchicheo de una conversación en volumen bajo. Alguien estaba de pie frente a mí; abrí con mucho esfuerzo mis somnolientos ojos, tenía los párpados pesados y mi mente estaba amodorrada… Allí, al fondo, una linterna con una luz 19 blanca, muy intensa, me impedía ver con claridad; rápidamente, me incorporé para identificar a esa persona. –¿Quién eres? –pregunté. –Soy Tony, estás entre amigos… ¡tranquilízate! –me dijo apagando su linterna. Después de unos instantes, volví a la realidad. –Has dormido más de diez horas, debemos estar, ya, lejos de la costa. –¿Cómo te llamas? –me preguntó… Automáticamente, le di la mano. –Soy Marco –le contesté. –Tú también debes ser uno de los polizones –me contestó –Entonces ya somos cinco –añadió. Cuando mi vista, por fin, se acostumbró a esa tétrica penumbra, examiné a mi nuevo amigo; era un individuo dos centímetros más alto que yo; tenía el pelo claro y usaba una barba en forma de candado… Yo solamente tengo bigotes… pensé; detrás de él, había tres muchachos. –¡Hola!... –les dije– Me llamo Marco y fui estrechando unas manos callosas y tímidas, propias de los hombres de campo. –Yo soy Juan. –yo soy Miguel. –yo soy José… ¡Mucho gusto! No pudieron ocultar su inconfundible y tímida conducta campesina. Examiné la habitación, era una bodega frigorífica; tenía un baño, el retrete y una llave de agua; estaba 20 casi vacía, había, solamente, seis cajas de cartón pequeñas; con algún tipo de electrodoméstico y nada más. Con los cartones, ellos habían hecho una especie de divisiones; a un lado, dormiría Tony, y, cerca de él yo, y, al otro lado, Miguel, Juan y José, que, entre si, eran amigos y familiares. Había dos recipientes para la basura, una escoba y un recogedor… Como si hubiera leído mi pensamiento, Tony expuso que todos acordaron colaborar para la limpieza; él, personalmente, trajo tres docenas de fundas plásticas grandes con esta finalidad; tenían, además, establecido un horario para las comidas, juegos, lectura y ejercicios. Tony parecía tener mucha experiencia en estos viajes y lo estaba demostrando. En todos había una predisposición de ánimo para ayudarnos mutuamente con lo que fuera necesario para hacer, de este viaje, una carga liviana. Hicimos un círculo y los muchachos se sentaron en el piso cruzando las piernas al estilo oriental. Tony, después de mirarnos, tomó la palabra y dijo: –Creo que es necesario que nos conozcamos un poco, ya que vamos a ser compañeros de cuarto durante algunos días; comenzaré yo, comentándoles algo de mi vida: Hasta ayer, trabajé en un laboratorio de crianza de larvas de camarón, que está ubicado al norte de Salinas; soy de origen sudafricano; he vivido en diferentes lugares del mundo, incluido EEUU, tengo el título de biólogo acuicultor, especializado en el mejoramiento de la especies de camarones que se pueden criar en cautiverio, o sea, en las camaroneras; como he viajado mucho, tengo experiencia y estoy dispuesto a ayudarlos en todo lo que sea necesario. Juan era el mayor de su grupo, se puso de pie y dijo: –Nosotros somos del Azuay, nos dedicamos a la 21 albañilería; construimos casas, edificios, veredas, muros, en fin, todo lo que se trabaja con cemento; soy, lo que en Cuenca se llama, “el maestro mayor”, o sea, el jefe de los otros albañiles; organizo el trabajo y ordeno a la gente; leo cualquier tipo de planos o proyectos de construcción; se, además, armar techos, hago instalaciones eléctricas; no soy un especialista, pero, a veces, me toca instalar servicios sanitarios y telefónicos. Mi hermano menor es Miguel y José es mi cuñado, a él dentro de la familia le llamamos, “el Gordo”; ellos han trabajado toda la vida conmigo; somos de un pueblo llamado San Miguel. –Yo soy Marco –les dije– y no he hecho casi nada en mi vida, además de estudiar; me gradué hace poco tiempo. No tengo experiencia en nada, pero me sobra buena voluntad y estoy listo a colaborar. Nos dimos otra vez las manos y nos pusimos a conversar con libertad; entonces, Miguel nos informó que de su pueblo casi todos los hombres habían emigrado a EEUU o España. –¿Por qué viajan tanto? –me preguntó Tony. Yo le contesté: –Sabes, yo, una ocasión, hice un trabajo en la universidad sobre el fenómeno de la migración, si me lo permites, te haré un resumen del problema. Tony, llamándome a un lado dijo: –Estaría encantado de que me explicaras; es un tema del cual quiero empaparme todo cuanto sea posible. Una vez que los muchachos se retiraron a sus quehaceres, le comenté a Tony: –La migración masiva de esta gente se debe a la falta de trabajo y al exiguo salario que reciben los pocos que logran 22 obtenerlo. Sus antepasados se dedicaban a cultivar el campo; en aquel tiempo, había menos habitantes por hectárea de tierra y, con lo que cultivaban, les alcanzaba para comer y vivir. La explosión demográfica producida por esta generación (tenían hasta doce hijos por pareja) hizo que las posibilidades de supervivencia disminuyeran notablemente; hay parejas que tienen cinco hijos y un pequeño pedazo de tierra; entonces, el esposo y los hijos mayores de edad van al exterior y en la casa quedan solamente las mujeres, quienes ayudadas por sus hijos menores, se dedican a cultivar el maíz, el fréjol y las papas, pero lo hacen sin mucha tecnología y los réditos son mínimos frente al esfuerzo que realizan. Los gobiernos, generalmente, proporcionan cierta ayuda para el cultivo de sus productos, dándoles fertilizantes o algún tipo de crédito; pero nunca los apoyan en la comercialización. A veces, no sacan ni los costos, peor aún, algo de ganancia. Algunos habitantes de estas comunidades son desnutridos; la leche para los niños es un lujo; la carne la consumen una vez al año cuando accidentalmente, muere la vaca del vecino y, si este generosamente les convida; la única proteína que asimilan les viene del fréjol y la quinua. Los hombres, que no han emigrado al exterior, van a la ciudad a buscar trabajo; un niño comienza a laborar a los ocho años, ya sea en el cultivo del campo o como ayudante de albañilería; su educación termina en el momento en que sabe leer, escribir y algo de matemáticas. Su casa consiste en una habitación y una cocina, donde conviven hasta diez miembros de familia, incluidos, el abuelo, la abuela, una tía o una comadre, los cuyes y hasta las gallinas cuando están empollando. Una característica particular de esta gente es su generosidad y la predisposición de compartir su pobreza; tienen la habilidad de dividir un pan y un vaso de agua para 23 todos los presentes; lo que no llenó el pan y el agua, lo completan con una buena broma y un suspiro de resignación. Las diversiones son pocas; festejan solamente los bautizos de sus tiernos hijos y los matrimonios; gastan, en una sola noche, los ahorros de muchos meses. En estas reuniones, hay comida en abundancia; beben la chicha de maíz y algún licor barato como el aguardiente de caña de azúcar; lo hacen durante horas, hasta quedar totalmente borrachos y dormidos en cualquier parte y de cualquier forma; si tú los vieras, quedan, en posiciones tan inverosímiles que parecen unos muertos en el campo de batalla. Su carácter es servil y humilde, tienen un respeto innato a las personas blancas, quienes a cambio, los tratan en forma displicente e imperativa; hablan poco y dicen mucho, tienen buen sentido del humor; no conocen el resentimiento; son nuestros misioneros de humildad y trabajo. La semejanza de costumbres, raza y religión facilitó la colonización de los páramos andinos, espontáneamente, se agruparon en pequeñas comunidades; de allí, viene su carácter colaborador y su total desprendimiento; desconocen el egoísmo; cuando necesitan ayuda, sus vecinos están prestos; rápidamente, se une un grupo con la predisposición de trabajar, especialmente si tienen que cultivar el campo, lo que se denomina “la minga”. En los últimos años, su progreso ha sido notorio, ya casi no existen analfabetos y están abriéndose paso en la vida social y política, de forma extraordinaria; han llegado a ocupar puestos muy importantes: algunos ministerios, alcaldías, etc. Tienen representantes muy preparados e ilustres que, quizá, son ejemplo para las futuras generaciones. Su lengua oficial es el quechua, pero hablan el español con un acento especial parecido al de los gringos. No son de sangre indígena pura porque recibieron algún tipo de mezcla, fruto del abuso de sus antiguos patrones 24 blancos. La migración ha menguado en algo la austeridad de su vida; cuando sienten que la crisis se avecina, como las nobles aves marinas, piqueros o albatros, no les importa alejarse cientos de kilómetros con tal de conseguir el pan para sus hijos. Tony, después de escuchar mi explicación, me dio la mano y dijo que estaba muy satisfecho de la forma en la que yo había enfocado un tema tan controversial y delicado. Luego de la charla con Tony, el día pasó sin mucha novedad; cada uno parecía estar absorto en sus propios pensamientos, ordenando las cosas y tratando de descansar; parece que todos habíamos tenido algunas noches sin dormir. Solamente se hicieron preguntas indispensables. En el espacio que me habían asignado, debía establecer un orden; en el fondo de mi mochila, encontré el sleeping y una soga montañera, que por suerte, se me había quedado, después de la última excursión; esta me sirvió para atarla en unos ganchos que tenía la pared y allí colgar la ropa. Por la noche cuando me disponía a recostarme y a leer alguna revista de las que había comprado, vino Tony y me preguntó: –¿Podemos conversar un rato? –Encantado, todavía no es mi hora de dormir. Hablamos de muchas cosas; de la vida y del trabajo. El no conocía Cuenca, y empecé a contarle algo de esta ciudad. –Cuenca es una ciudad bonita; antes de la llegada de los españoles, era ya un lugar preferido por los Incas. Es una hermosa meseta verde bañada por cuatro ríos pequeños, a sus orillas crecen los sauces llorones, el nogal, el cedro, los pastizales y bosques de eucalipto, que imprimen al paisaje un mágico tinte de verdor y hermosura. 25 La ciudad en sí tiene su origen en la mezcla de dos culturas la española y la indígena; manteniendo marcadas tradiciones de las dos; las casas conservan un estilo colonial, existen varios parques con hermosos jardines rodeados de calles de piedra; como es un pueblo, esencialmente, católico por tradición, tiene varias iglesias, cuya singular fachada es el resultado de la fusión del estilo medieval con la arquitectura española antigua; conserva cuadros e imágenes de grandes artistas del siglo XVlll. Por su legado arquitectónico y cultural, se la ha declarado, el merecido titulo de “Patrimonio cultural de la humanidad”. En las riberas de los ríos hay un espacio verde de unos cien metros de ancho, donde están los parques de recreación con todo tipo de juegos, especialmente, para los niños. Su clima es primaveral y, a veces, frío. En la parte rural; se puede admirar pintorescas haciendas con ubérrimos potreros, donde pastan las apacibles vacas, en su mayoría de raza Holstein, que dan origen a una buena producción de leche y queso. Actualmente, muchas hectáreas de terreno se han dedicado al cultivo de flores, especialmente de rosas y claveles. La pequeña industria está desarrollándose muy bien; la gente se dedica a la fabricación de artesanías, como las joyas, los sombreros de paja toquilla, los objetos de cerámica… El nivel de educación es elevado, más del 30% de los jóvenes sigue la universidad, podríamos exportar profesionales. Los habitantes, por lo general, son muy hospitalarios y amables con los turistas sean estos nacionales o extranjeros. Hay hoteles para todos los bolsillos, con un servicio de primera clase, por la comodidad de sus habitaciones y la diversidad de comidas. 26 Los visitantes prefieren la comida típica: el chancho hornado, las tortillas de papa llamadas llapingachos y el mote pillo. Durante las fiestas de navidad, existe la tradición de “Los pases del Niño,”que consiste en una serie de procesiones, donde desfilan: una pintoresca comparsa de niños disfrazados de pastores, reyes magos y ángeles; carros alegóricos, tirados por caballos artísticamente decorados con productos de la tierra: frutas, flores, granos y otros adornos manufacturados; emulando a los pastores de Belén; para rendir homenaje al nacimiento del Niño Jesús. En el mes de Junio, se conmemora la fiesta de Corpus Christi, conocida como “El setenario”. Es otra fecha religiosa en honor a Jesús. Durante siete días hay procesiones religiosas con fuegos artificiales, músicos y cánticos. Se vende en las calles todo tipo de dulces y caramelos manufacturados en los hogares cuencanos. Tony quedó maravillado y dijo: –Iré a conocerla personalmente en la primera oportunidad. –Ahora yo quiero –le dije– que tú me cuentes algo de tu vida. –Encantado, pero dejemos para mañana porque tú y yo estamos muy cansados. 5 Pasar dos días en un pequeño cuarto sin hacer nada es muy estresante y aburrido; había momentos en los que, 27 necesariamente, tenía que estar solo. Trataba de dormir, a veces, lo conseguía con dificultad; pero, generalmente, no lograba y me ponía a cavilar en las cosas por las que había pasado. Me preguntaba: ¿Qué habrá hecho Jorge en mi ausencia?... ¿Cómo arreglaría su vida después de matar a Sara? Embargado por una terrible resentimiento, tenía ganas de llorar. nostalgia y El insomnio hacía presa de mis nervios, por más que trataba de dormir, no lo conseguía y terminaba por sentarme como un fantasma en medio de la oscuridad a velar el sueño de los demás; recordaba a Susana y sentía una gratitud infinita, sin su ayuda no se que hubiera hecho; parece que su recuerdo, me daba ánimo y fortaleza para resistir esta cárcel en la que estaba metido, por culpa de Jorge. Había momentos en los que no podía más… Me levantaba como un loco, encendía una vela y me ponía a caminar en círculos; hacía todo tipo de movimientos y ejercicios para disipar la mente y calentar mis músculos. Una de las noches, fue grato para mí, sorprender a todos los amigos seguir mis movimientos; iba a reírme de su ocurrencia, pero mirando la seriedad con que lo hacían, tuve que continuar hasta que todos quedamos exhaustos. Creo que estábamos viviendo momentos de mucho estrés. Cuando hubo concluido este inesperado ejercicio; estuvimos todos bañados en sudor; y jadeantes, nos recostamos en el piso. Tony juntó un poco de agua en el lavabo y, con una toalla comenzó la escrupulosa tarea de hacerse lo que él llamó “un baño de toalla”. Lo miramos con curiosidad, pensando en que debíamos hacer algo parecido, antes de asfixiarnos con nuestro propio mal olor. 28 Noté que, del grupo yo era el más triste, porque pasaba horas enteras sumido en el tedioso letargo de la melancolía; rumiaba mis tristezas y pensaba que yo era el único hombre que tenía motivos para sufrir, hasta que un día Juan me preguntó si extrañaba mucho a mis hijos o, talvez, a mis padres. Le conté que no tenía hijos y que mis padres habían muerto; no me dijo nada, solo me miró de una forma penetrante, mientras, en sus labios, se dibujó una extraña sonrisa. Se levantó y se fue a compartir la alegría de una broma que le hizo el gordo a Miguel. Este mudo reproche me sirvió para que, en el futuro, se me quitara las ganas de jugar al melodramático. Juan y su grupo se acostaban temprano, esa era su costumbre en el campo; pero, Tony y yo leíamos algún libro o nos poníamos a cuchichear siquiera un par de horas, con susurros muy leves para no interrumpir a los amigos; en las mañanas, por el contrario, eran ellos los que tenían que andar despacio hasta que despertemos. El silencio es peor compañero que la soledad, por suerte, este pequeño grupo de amigos tenía la virtud de estar en todo momento en algún tipo de actividad, haciendo ruido o sencillamente, comentando algo, se mantenían alegres, reían y charlaban animadamente. Tony y yo nos acercamos a tratar de involucrarnos en sus conversaciones y bromas; pues eran tan espontáneas y graciosas. Miguel tenía su codo desviado, Tony le preguntó: –¿Qué te pasó? Espontáneamente los tres amigos comenzaron a reír y no paraban de hacerlo… por fin, Juan se tranquilizó un poco y nos contó. –Una vez, un señor venía en su camioneta desde Cuenca a nuestro pueblo. Miguel esperaba en el camino al bus o a alguien que lo llevara; la camioneta paró y Miguel agradecido 29 subió atrás; este señor traía en el balde de la camioneta, un ataúd. Miguel que estaba cansado se sentó encima y venía muy distraído mirando el paisaje… De pronto, la tapa pequeña del ataúd se levantó y una mano que surgía por la abertura de dicha tapa, le agarró la pierna; muy asustado, Miguel saltó hacia el carretero, estando el carro en marcha y, al caer, se rompió el brazo. El chofer, estacionó el vehículo y bajó a ver que es lo que había pasado y allí se percató; que el primer pasajero que traía, se había metido dentro del ataúd para no mojarse porque estaba lloviendo. En ese momento subió Miguel y como no vio a nadie se sentó encima de este ataúd. El señor que estaba dentro, después de un tiempo prudencial, sacó su mano para sentir si había dejado de llover y tanteó la pierna de Miguel, quien, muy asustado pensó que eran cosas del más allá y saltó de la camioneta. Lo narraban con tanta gracia, que todos reímos hasta que nos salieron lágrimas. El relato de esta anécdota sirvió para que, desde entonces, las bromas se vuelvan más comunes y frecuentes; además resultó ser un excelente medio para abrir las puertas de la confianza; no solucionaban nuestros problemas, pero mitigaban la tristeza y la monotonía. En los momentos libres, Tony nos leía un libro, inventaba algún juego o sencillamente hacíamos ejercicios físicos. Juan y su grupo con su rural inocencia, estaban siempre dispuestos a colaborar en cualquier actividad, que tenga como objetivo, ahuyentar la soledad y el aburrimiento. A veces, hacíamos demasiado ruido, no podíamos controlarnos; no sé si por el estrés que provocaba nuestro encierro o por el estado de ansiedad de cada uno. Involuntariamente, de cualquier cosa se armaba un chiste. Al Gordo lo llamaban el padrote (nombre que se aplica a los sementales entre los caballos o los vacunos). Le dieron este apodo debido a que, generalmente, se quedaba encargado 30 de la comunidad de mujeres, mientras el resto de hombres emigraron a trabajar. Pero la verdad es que el pobre no tenía nada de semental y nunca pudo ejercer su autoridad porque era chico, gordo y tenía una esposa que era… ¡bravísima! Este conjunto de pequeñas y graciosas anécdotas, resultaron, una buena terapia, para evitar el estrés que produce ver pasar lentamente las horas. Logrando que los días duraran menos, mientras nuestra amistad se acrecentaba más y más; en consecuencia llegamos a un espontáneo y agradable compañerismo. Una tarde, cuando estaba conversando con Tony , me preguntó si deseaba tomar un trago. –¿Dijiste Trago?… ¡Cómo me ha hecho falta! Creo que es una de las cosas que más extraño de Cuenca –le dije. Tony había traído en su equipaje una botella de brandy y me sirvió un vaso pequeño; el primer sorbo estuvo fuerte, parece que el grado alcohólico de este licor es elevado, pero el segundo y el tercero… ¡Ya no los sentí! En estos casos, la conversación inicial, siempre, es cautelosa; pero, a medida que pasaba el tiempo y los tragos, se fue transformando en camaradería y Tony se animó a contarme, por fin, su historia. –Verás Marco –me dijo– a lo largo de estos días, he notado que tú eres una persona especial y, por tu comportamiento con los muchachos, creo que tienes ideales revolucionarios muy parecidos a los míos cuando yo tenía tu edad. La experiencia que tengo me dice, que no me equivoco y te voy a hacer confidente de algunas partes de mi vida. En verdad, creo que nací para ayudar a la gente 31 oprimida por la injusticia que ha imperado en este mundo durante siglos; soy un revolucionario nato; he sido miembro activo de una sociedad secreta a nivel mundial para erradicar la segregación racial… (El Apartheid). Vine al Ecuador como biólogo, pero mi objetivo era informarme respecto al estado de desarrollo cultural de las comunidades indígenas de Ecuador, Perú y Bolivia. Para EEUU, todas estas sociedades altruistas son un estorbo porque no quieren que América Latina se una, o tenga gobiernos socialistas; entonces, cualquier movimiento de esta índole es perseguido por la CIA; es obvio suponer que ponen en peligro su hegemonía imperialista sobre América austral. Por este motivo, viajo mucho y varias veces tengo que hacerlo clandestinamente, utilizando diferentes nombres, profesiones y pretextos. Fui uno de los más destacados gestores de la independencia Sudafricana, era amigo personal de Nelson Mandela. Mi familia fue masacrada por un grupo de británicos extremistas que, sin pertenecer siquiera a la milicia, incendiaron nuestra casa y asesinaron sin misericordia a mis padres y hermanos; esto lo hacían con todas las familias que simpatizaban con los negros que pretendían protegerlos. Una vez que me quedé solo, luego de intervenir en la independencia de mi país; vendí todo lo que mis padres tenían y, con la ayuda de unos amigos de gran influencia, pude pedir asilo político en EEUU. Viví en diferentes estados y era un miembro activo e influyente dentro de mi grupo; recibo órdenes directas de mi jefe; para poder camuflar mi presencia en el Ecuador, me dediqué a estudiar biología marina. –Ahora –dijo– estoy viajando en este barco porque tengo que enviar unos informes y entrevistarme personalmente 32 con altos miembros de la organización. Le pregunté qué opinaba acerca de nuestros indígenas. –Verás –me dijo–, aquí casi no hay segregación… Claro… si se compara con Sudáfrica; pero, por el hecho de haber nacido dentro de esta noble estirpe, se considera al indígena, un ser inferior así tenga facultades intelectuales superiores a los blancos. Para no alargarnos en polémicos detalles, te debo resumir que, con el devenir del tiempo y las circunstancias, el indígena ecuatoriano ha ido superándose poco a poco y te garantizo que después de unos cincuenta años, aquí no habrá segregación. Uno de los objetivos de mi viaje, es conseguir becas, para los niños indígenas mejor dotados se capaciten y sean más tarde quienes lleven adelante a los suyos. Se quedó por un momento pensativo, parecía arrepentido de haberme hecho su confidente… Luego de ese prolongado y embarazoso silencio, le dije: –No tengas cuidado, yo pienso como tú y hasta me gustaría formar parte de tu sociedad. Tony me dio una larga y fiscalizadora mirada, parece que mentalmente fui calificado como hombre de confiar, ya que comentó: –La segunda razón por la que no viajo en avión es, que tengo un hijo con una señora guayaquileña, ella me puso la prohibición jurídica de salir del País. –Creo… –añadió– quiere tenerme como un esposo ejemplar y dedicado por entero a hacerla feliz, criando a nuestro hijo… ¡Claro que es tentadora la idea!… pero no estoy listo para sentar cabeza y no vine para eso al Ecuador. –Ahora dime tu ¿por qué estás aquí y no viajando en un cómodo avión? 33 Me tocó a mí titubear, pensando si debía confiarle los pequeños acontecimientos de mi vida; pero, al fin, lo hice… Le conté, minuciosamente, todo lo que me había sucedido, omitiendo pequeños detalles para no dejar muy mal el nombre de mi familia. Me escuchó sin interrumpirme y compartió mis momentos emotivos; luego, hicimos un largo silencio…Me dio ánimo con dos palmadas en la espalda y dijo: –Yo hubiera hecho exactamente igual –y añadió– ¡Que lástima!... yo creí que las personas que llevan una vida ordenada y conservadora como tú, jamás tenían este tipo de problemas; quizás, algún día, las cosas se aclaren y puedas volver a Cuenca y ser un ciudadano feliz… –mirándome en silencio por unos segundos añadió– ¡Estás comenzando la vida!… no te desanimes que algún día vas a ser muy feliz y espero que, cuando eso suceda, lo disfrutes porque si algo he aprendido en tu país es a valorar las cosas buenas: la belleza femenina, la naturaleza misma, fruto de la creación de Dios, y el cálido abrazo de tu tierno hijo, lo último es incomparable. Al día siguiente, mientras conversaba con los otros muchachos me preguntaron si no tenía dolor de cabeza… por los tragos. –¡No! –les dije– estoy acostumbrado a tomar de vez en cuando, pero ya que han mencionado el asunto, creo que les debo una disculpa por la bulla… –¡No se preocupe! –Me dijo Juan y añadió– mejor usted disculpe por que sin querer me enteré del motivo de su viaje. Me quedé un instante pensativo y debo haber puesto una cara de arrepentimiento porque Juan, muy inteligentemente, me dijo: –No tiene nada que temer… esté tranquilo. Y, respecto a lo que le ha sucedido, pienso que debe tomarlo con calma, hay problemas peores; cualquiera de nosotros quisiéramos estar en 34 su pellejo y no en el nuestro; yo le miré interrogante y él sonrió; iba a retirarse pero yo le tomé del hombro y le dije: –Juan, quisiera que me haga confidente, al menos, de una pequeña parte de su vida, creo que la convivencia que hemos tenido debe darnos algo de confianza. En ese momento se nos unió Tony. Juan sonrió con un poco de amargura; dio un suspiro y dijo: –Bueno… me ha convencido, les contaré los motivos más pequeños por los que nos arriesgamos a esta aventura: El principal es que somos pobres, y nuestros hijos, aparte de ser mal alimentados, jamás han tenido ningún tipo de comodidad; muchas veces no podemos comprarles ni los medicamentos cuando están enfermos. Miguel tiene una hija con labio leporino… y eso no es lo peor, la niña es muy inteligente y sufre mucho en la escuela porque los compañeros la molestan; hace unos días, tuvo una dura discusión con la mamá, porque a pesar de encontrarse enferma se negaba a tomar los remedios, decía que era muy fea y quería morir. Miguel, después de una larga conversación, logró convencerla de lo contrario, ofreciéndole ir a trabajar, exclusivamente, para juntar el dinero necesario para la operación. El doctor les prometió que iba a quedar muy bien y que cualquier esfuerzo, en este caso, valía la pena. Del Gordo, no le puedo decir nada porque me acaba de hacer una seña para que calle, lo único que les digo es que, detrás de esa cara tranquila y resignada, está el más pobre del pueblo; su casa tiene una habitación y es tan pequeña, que él con la esposa y la guagua duermen sobre el catre y los tres hijos más grandes, duermen debajo de la cama; como podrán ver estos motivos son los que nos obligan a abandonar la familia y restan importancia a cualquier otro –dio un suspiro diciendo con la voz quebrada por algún recuerdo– ¡Ustedes, talvez, nunca sepan lo duro que es ver morir a un hijo por 35 falta de dinero! –Hizo un pequeño silencio para recuperar su aplomo, luego me miró a los ojos y para dar un giro diferente a sus comentarios añadió–:: ¡Claro que su caso ha estado feo y lo siento!… Pero ya verá que todo se soluciona con el tiempo; la injusticia cae sola, además, tiene nuestro respaldo. –Gracias Juan por sus palabras de apoyo, por entender mi problema y hacernos confidentes de los suyos –le dije– pero sepa que si algún día uno de ustedes necesita de mis servicios, pueden estar seguros que no dudaré ni un instante en hacerlo. A Tony, se le notaba muy conmovido; se quedó callado por un momento; al fin, después de aclarar la garganta con una forzada tos, dijo: – Juan, creo que el destino nos ha unido en este pequeño cuarto para que nos conozcamos mejor; yo, de mi parte, les ofrezco, además de mi amistad, mi apoyo incondicional en cualquier circunstancia; es más, propongo hacer un voto de confianza mutua, no solamente mientras dure esta travesía, sino para toda la vida. No sé si el estrés del viaje o algún sentimiento desconocido nos puso a todos muy emotivos; pero, espontáneamente, nos dimos un estrecho abrazo, que selló como rúbrica nuestra sencilla, pero gigantesca promesa de amistad. Ese día Gordo y Miguel habían preparado unas ensaladas de atún con mayonesa y nos invitaron a comer con ellos. Tony trajo un paquete de galletas y una botella de vino; era un almuerzo muy sencillo, pero estaba muy sabroso y, por primera vez, comimos en grupo. La sobremesa, como todas las veces, fue el relato de alguna anécdota de su vida, que Juan, se encargaba de narrarla de una manera muy cómica, haciéndonos reír hasta que olvidábamos las penas. 36 El más tranquilo de todos era el Gordo; parecía un hombre con un coeficiente intelectual inferior a los otros, opinaba muy poco; al igual que muchas personas de su índole, prefería guardar silencio antes de decir cualquier tontería y ser motivo de burla; se limitaba a disfrutar lo que escuchaba de los demás; sus cuñados le tenían mucho cariño y respeto. Entre los muchachos, Juan era el más solvente; él había servido de garante de los otros dos, para que un tal señor Abel haga el favor de prestarles el dinero a un interés elevado, para poder realizar este viaje. A pesar de su ánimo alegre, a veces, también, los vi pensativos y tristes. Creo que los agobiaba el hecho de haber dejado atrás a su familia o, talvez, se deprimían al pensar en la incertidumbre de su futuro económico; permanecían sentados, inmóviles como grotescas estatuillas de piedra mal cincelada. Parecían unos tótem en miniatura, sus siluetas se recortaban en la sombra de la pared como dibujos incaicos de la edad de la piedra. Tony y yo los mirábamos con respeto y esperábamos que se les pase la melancolía para poder almorzar, caso contrario, nos resignábamos a las comidas individuales; sacábamos los enlatados e improvisábamos el almuerzo que, por lo general, era un sándwich. En lo personal, debo decir que, al comienzo del viaje, este refrigerio era bueno y sabroso; pero, a medida que pasaban los días, extrañaba mucho una sopa o algo diferente a esa dieta forzada de comida rápida; un buen cuencano comiendo solo enlatados, se moriría en un mes. En las tardes, Juan y sus amigos jugaban a las cartas, mientras, Tony y yo leíamos alguna revista; un día, se nos agotaron las lecturas e íbamos a ser presa del aburrimiento; para evitar esta forzosa desocupación, pregunté a Tony si sabía jugar ajedrez. –Sí, sé un poco, –me dijo– pero creo… que no 37 tenemos ni tablero, peor las fichas. Al día siguiente, me puse a dibujar, en un trozo de cartón, el tablero; Tony vino a ayudarme y en pequeños pedazos de este mismo cartón, dibujamos las fichas. Al comienzo, nos costó trabajo reconocerlas; pero, después, nos acostumbramos y constituyó un medio ideal para matar el tiempo; nos acomodábamos en el piso poniendo el tablero sobre una pequeña caja, cerca del baño, porque esa parte estaba iluminada con un bombillo de mayor voltaje. 38 6 Habíamos viajado algunos días; según las cuentas de los muchachos, nos faltaba poco. Con el paso del tiempo, en un espacio físico tan reducido, nos fuimos familiarizando con todas las circunstancias adversas y, en el grupo, había un buen grado de confianza y estimación mutuas; en ningún momento, se suscitó una discusión; por lo general, cuando cometíamos un error involuntario, con una pequeña disculpa, el asunto estaba arreglado; yo nunca estuve en una situación parecida a ésta; para mí, todo era nuevo. Con prudencia, esperaba la iniciativa de Tony o Juan, quienes sí sabían, lo qué se debía hacer; aunque un poco forzado, creo que aprendí mucho y nunca lo olvidaré. Una noche en que todos estaban durmiendo tranquilamente, ajenos a los problemas del mundo, desperté muy asustado; era una experiencia rara; pero, desde que murió mi madre, sentía que alguien me despertaba, advirtiéndome de un peligro inmediato. Aquella madrugada, cuando salí de mi casa, lo sentí y esta vez cuando estaba durmiendo plácidamente se repitió la experiencia; automáticamente, me puse en guardia y pensé que algo malo nos iba a suceder; agucé mi oído para escuchar mejor… pero todo era normal; aparte de los rítmicos ronquidos de alguno de los compañeros, no había ningún ruido o sonido extraordinario; quise dormir nuevamente, pero no pude; miré el reloj, era aproximadamente la una de la mañana; hacía un sofocante calor y me levanté a tomar un poco de agua. De pronto, comenzó a sonar el aire acondicionado… uno a uno, todos los compañeros se fueron despertando con el ruido; otros días ya lo habían prendido, creo que lo hacían con el propósito de refrescarnos y ventilar el cuarto. Nos extrañó que esta vez lo hicieran en la 39 madrugada. Tratamos de seguir durmiendo, pero no era posible y nos pusimos a conversar; no sé que tiempo transcurrió, pero espontáneamente todos comenzamos a sentir frío; el ambiente que hace unos minutos era de una temperatura alta, rápidamente se transformó y algunos compañeros estornudaban sin control; con la esperanza de que lo iban a apagar en seguida, nos pusimos a conversar de cualquier cosa; acurrucándonos con todo lo que teníamos a mano; pero, en vano, no lográbamos abrigarnos; el frío aumentaba a medida que pasaba el tiempo. Tony dijo: –¿Será una broma de mal gusto del guardia? o ¡estos desgraciados piensan congelarnos! –Yo creo –dijo Juan– que se equivocaron de palanca, deben estar juntas la de ventilación y la de congelamiento. No sabíamos qué pasó, pero después de dos horas, estábamos muy alarmados buscando una solución que por supuesto, no la encontramos… y nuestro cuarto se convirtió en un congelador. Escudriñamos el lugar por donde entraba el frío para ver si era posible taparlo; pero no se podía. Todo el cielo raso era una sola rejilla, por allí y por las paredes, entraba suavemente un viento gélido que, minuto a minuto, nos iba congelando de forma implacable. Nos quedaba la esperanza de que rectifiquen el error, pero el tiempo transcurría inexorablemente y, poco a poco, junto con el frío llegó el pánico; al comienzo, nadie pidió auxilio porque nos habían advertido que no hagamos ruido para mantener el secreto de nuestra clandestina forma de viajar; pero llegó un momento en el que ¡No nos importó nada!... La situación se salió de control y me acerqué a la puerta, di golpes con toda mi fuerza pidiendo ayuda; primero, lo hice con mi mano abierta, después, con un zapato, pero… 40 ¡Nadie nos escuchaba! Empleamos todo tipo de objeto contundente que teníamos a disposición; para que los golpes en la puerta sean fuertes y sonoros; organizamos turnos para seguir golpeando, hasta que nos dolían las manos de tanto hacerlo; después de varias tentativas, comprobamos que nuestros golpes no eran escuchados y tanto esfuerzo fue en vano; el tiempo pasaba y pasaba y, paulatinamente, íbamos sintiendo los síntomas de la hipotermia. Armamos una especie de tienda con los cartones y las mantas; una vez dentro, nos abrazamos para aunar energías, trasmitiéndonos mutuamente un poco de calor. Por un momento, esta estrategia parecía buena, después comprobamos que con un poco más de lentitud el resultado era el mismo, solo que ahora nos íbamos congelando en paquete. Así que desistimos, lo único que nos trasmitíamos era el miedo y la desesperación. Tony, a gritos, trató de serenarnos y dirigió al grupo a hacer diferentes ejercicios; lo seguimos sin escatimar esfuerzo… luego, procedimos a pegarnos con las manos abiertas, después con las correas; corríamos uno detrás del otro por el pequeño perímetro de la habitación, dando saltos y haciendo mil piruetas; tiritábamos tanto que nuestras manos casi no podían sujetar las cosas; no sé que tiempo empleábamos en cada evento… pero, en un momento dado, sentimos que las fuerzas nos abandonaban y, poco a poco, cundió el pánico; los movimientos se volvían más torpes a medida que transcurrían los minutos y nos costaba mucho esfuerzo razonar. Nuestras esperanzas se iban desvaneciendo, como la lucidez de nuestra mente. Con mucha sorpresa noté que casi no podíamos hablar, las ideas no eran claras y teníamos que gritar para ser escuchados; comenzamos a actuar solamente por instinto. 41 Miguel, que era el más flaco, fue el primero en desvariar; decía cosas sin sentido; al escucharlo nos alarmamos mucho; entonces, Juan se paró sobre un cajón y a gritos dijo: –Creo que, después de un rato, todos vamos a estar como Miguel; parece que la situación es muy grave y vamos a morir; pero, antes de que eso suceda, le ruego, al quien sobreviva, si es que uno de nosotros lo logra, que yo tengo aquí en el fondo de mi mochila quince mil dólares, eran para el coyote y para los gastos que íbamos a tener hasta conseguir trabajo; quisiera que los devuelvan a mi mujer, ella ya sabe lo que tiene que hacer. En San Miguel, todos nos conocemos, cualquiera les indicará donde vivimos. Yo seguí su ejemplo y les dije donde guardaba mi dinero. Tony se resistió a hablar, pero al fin dijo: –Tengo en un banco de EEUU que en idioma inglés se llama “Bank of América”, unos documentos, que valen $250.000 dólares; cualquier persona, con esta llave, nos indicó una que le colgaba en una cadena desde su cuello, puede reclamar ese dinero. Quisiera destinarlo a la educación de mi hijo que se llama Tony como yo; su madre se llama Anabell Hanna y vive en Guayaquil; la dirección debe constar en la guía telefónica; de estos $250.000 dólares, quisiera regalar $30.000 a las familias de Juan, Miguel y José. Todos hicimos un juramento de llevar a cabo estas recomendaciones, si es que uno, al menos, lograba sobrevivir y nos dedicamos nuevamente a nuestra terapia de calentamiento. Juan llamó a un lado al Gordo y le dijo: –A lo mejor tú logres sobrevivir; te veo en mejor estado que los demás; si lo consigues Gordo, a mis hijos diles que los he querido mucho, especialmente a mi Juancho. No 42 ha de haber en el mundo, un padre que quiera más a su hijo; dile que tenía mil ilusiones para su futuro; soñaba con hacerle estudiar hasta la universidad… ¡Cómo me hubiera gustado que sea arquitecto!... es… ¡tan inteligente mi hijo!… –hizo una pausa porque se le quebró la voz, luego continuó–: ¡Pero, que pendejada!... creo que no voy a tener esa linda oportunidad que da la vida… ¡Hubiera querido criarlo hasta grande! –hizo otra pausa, se limpió unas lágrimas y añadió–: A mi mujer, nunca le he dicho que la quiero… pensaba que ella siempre lo sabía; pero, ahora que estoy jodido… !Dile que la quise mucho!... Dale las gracias por toda la atención y el cariño que me ha dado hasta hoy… ¡He sido muy feliz a su lado!… Se puso muy sentimental, casi no podía hablar, se ahogaba en sus sollozos, el discurso era… ¡conmovedor! No podía entender todo lo que decía, pero lo que pude escuchar es: –Le entregas el dinero para que devuelva a don Abel… Yo voy a ver desde el cielo que nada les falte, dale un abrazo a mi hermana y a mi madre, lamento mucho no poder seguir ayudándolas y que me perdonen por morirme tan pronto. El Gordo lo abrazó y dijo: –Vos no debes morirte eres el mejor de la comunidad, yo no sirvo para nada… ¡debo ser yo, el que se muera! Lloraban abrazados. Este hermoso mensaje me conmovió de tal manera que me acerqué y dije a gritos: –¡Nadie se va a morir!... ¡vengan conmigo!... ¡muévanse carajo!... ¡entren en calor!. Así lo hicieron, pero por poco tiempo; sus movimientos iban entorpeciéndose y perdiendo motricidad; parecían unos juguetes, a quienes se les iba agotando la batería. 43 El siguiente en ponerse muy mal fue Juan; todos le dedicamos nuestra atención, tratando de que él reponga sus fuerzas; le pegamos con los blue jeans, lo cubrimos con mi sleeping… pero cualquier esfuerzo era inútil, su tolerancia había llegado al límite. Yo miré al Gordo que estaba todavía bien y pensé: la grasa que tenemos en el cuerpo es la mejor defensa contra el frío, creo que éste sí va a aguantar; los otros… casi no la tienen. Tony se acostó en el piso y comenzó a hablar en un idioma desconocido… avancé hasta él y lo sacudí instándole a vivir; logré que se incorporara, pero estaba muy pálido y dijo: –Pensé que iba a soportar el frío. Yo, un día, era bueno para esto; pero el vivir tanto tiempo en el clima caliente de Guayaquil y Salinas me ha perjudicado y, ya ves, me siento muy mal; creo que tú vas a sobrevivir a esta pendejada; así que te voy a hacer unos encargos. En el banco, tengo otro dinero más, rescátalo y espero que los disfrutes. –Pero… yo debo darle a tu hijo. –¡No!… la cantidad que te dije que le des ¡es suficiente!… sabes… a pesar de todo, tengo mis dudas… pueda que no sea mi hijo. Ahora, no puedo darte muchas explicaciones… además, él va a tener una vida cómoda; nunca le va a faltar nada; pertenece a una familia muy adinerada. –Me miró con afecto y añadió–: Me gusta como eres; me refiero a tu personalidad. Veo que, en Cuenca, sí saben educar a los muchachos; para mí, ha sido una suerte y un honor viajar contigo; espero que toda la vida seas un hombre bueno y caritativo. –Hizo mucho énfasis en esta última palabra y continuó–: pienso que cualquier dinero en tus manos estaría a buen recaudo porque tienes un gran sentido de la justicia y te gusta compartir; nadie aparte de mí, le daría mejor uso… ¡solamente, tú! 44 Me entregó un papel con unos jeroglíficos que no entendí, y añadió–: ¡guárdalo!... Iba a darme alguna explicación, pero su voz se apagó y comenzó a toser y no paraba de hacerlo; con mi ayuda, se acostó en el piso, donde se quedó tranquilo, haciéndome señas con la mano para que me retirara. Juan, con lo que le quedaban de fuerzas caminó trastabillando hasta el baño y nunca salió. El Gordo y yo nos acurrucamos con todo lo que encontrábamos a mano; lo abracé como un niño; nos tapamos hasta la cabeza, para ver si nuestro aliento nos abrigaba un poco y podíamos trasmitirnos algo de calor. No sé qué tiempo estuvimos en esta posición, pero recuerdo que en un momento dado sentí que el Gordo se iba poniendo, cada vez, más rígido; luego perdí el conocimiento. 7 ¿Qué tiempo había pasado?... No lo sé, pero, como en un sueño, sentí otra vez ese grito en mi oído y un duro estrujón; ésta vez, sin temor a equivocarme, podría decir que era la voz de mi madre; me incorporé lentamente… el silencio era total… ¿estaba vivo?... ¡sí… estaba vivo! El aire que respiraba era diferente… ¡más bien, tibio! Miré al Gordo que se encontraba recostado delante de mí; parecía estar dormido, lo llamé despacio y no me respondió; luego, lo empujé suavemente… ¡su cuerpo seguía rígido!… ¡No daba señales de vida! Miré a los demás, parecían unos muñecos de trapo esparcidos por el piso de cualquier manera… Con la 45 esperanza de encontrarlos con vida, los fui moviendo y tomando su pulso, en un rápido examen; pero… ¡estaban muertos!… Los contemplé por unos minutos, ¡era un espectáculo escalofriante!… ¡Me negaba a creerlo! Nuevamente los examiné detenidamente, uno por uno, pero la oscura y trágica realidad iba evidenciándose más y más. Los sacudí con desesperación e insistencia, llamándolos por su nombre, con la remota esperanza de que, al menos, uno de ellos estuviera vivo… Levantaba sus manos que caían pesadamente en cuanto yo las soltaba; tenían sus ojos entreabiertos y vidriosos; ya no podían mirar ni su propia tragedia. La expresión de su rostro era dulce y tranquila, una incipiente sonrisa quedó dibujada, como un postrer detalle de satisfacción, por haber luchado toda la vida tras una felicidad que nunca llegó. No podía dejar de contemplarlos. El Gordo, con el pelo alborotado, miraba hacia la puerta y, en su apacible rostro, había un bosquejo de dulzura e inocencia; por momentos, pensé que estaba fingiendo dormir y hasta me atreví a zarandearlo para que despierte. Recordé una de las bienaventuranzas de la Biblia: “Bienaventurados los pobres de espíritu porque de ellos es el reino de los cielos”. Sin ser un ateo, toda la vida he tenido mis dudas al respecto, pero ahora… ¡Creo firmemente! No podía ser posible, que un hombre luche toda su vida por el bienestar de su familia, sufra todo tipo de vejámenes y humillaciones por su raza y, privaciones por su pobreza y que al morir… solo le espere una tumba fría… ¡No, no y no!... Creo que para ellos sí tiene que haber el cielo. Juan se había recostado, boca abajo, cerca del baño. ¡Qué desperdicio de caballero!... Un hombre tan inteligente, una especie de mutante entre los suyos, sin haber terminado la escuela, era capaz de leer cualquier plano 46 arquitectónico y, dirigir a su equipo hasta terminar un edificio, encargándose, inclusive de las instalaciones eléctricas y sanitarias… ¡Qué pena!… Creo que merecía otra suerte. Muy cerca de él, estaba Miguel, un ciudadano tranquilo y colaborador; tenía el rostro sereno. No había, en él, ninguna señal de angustia o fracaso; más bien, una expresión de indulgencia y perdón para todo el mundo. ¡Pobre muchacho!... Pensé: es una víctima más de una arcaica y segregadora sociedad, donde se cree que la felicidad y la riqueza son patrimonio de los blancos. ¿Qué dirían ahora los políticos de turno? Si a través de la historia, no han sido otra cosa que alcahuetes de los capitalistas corruptos, con quienes comparten los beneficios de los grandes monopolios y privilegios. ¿Hasta cuando pensarán seguir viviendo como sanguijuelas que succionan, los escuálidos ingresos del pobre pueblo que los eligió? ¡Necios!… No se inmutan al ver morir de hambre y necesidad a estos seres, cuyo único pecado ha sido ser medio indios y, por eso, desde que nacen, son mirados como inferiores y están sentenciados a rendirles pleitesía, trabajar como esclavos, viviendo de sus migajas. No podía contener mi rebeldía, al mirar a mis amigos muertos… ¡Qué injusta que es la vida!... Pensaban librarse por unos días del yugo, al viajar en pos de un salario más justo que cubra las necesidades básicas: alimento, salud y educación de sus hijos y, en el intento, sencillamente… ¡se mueren! Tony, con una mueca triste, parecía mirar con el azul vidrioso de sus ojos, su obra que, a pesar de haber luchado toda su vida por ella, quedaba apenas comenzada. Espontáneamente, me salieron las palabras: 47 –Gracias Tony, por haber trabajado toda tu existencia para una noble causa… Te felicito por haber muerto en la lucha, como los grandes próceres de la historia del mundo. Creo que en el más allá tendrás la recompensa. Para mí, has sido un gran amigo y hermano… Toda la vida estaré orgulloso de ti… ¡tu ejemplo será imperecedero! Por mis mejillas rodaban lágrimas de amargura, impotencia y soledad. Totalmente desmoralizado, no sabía qué hacer. Recordé el consejo que, una vez, me dio mi padre: “Cuando te falten las fuerzas y ya no puedas más, tienes que pedir la ayuda de Dios”… Traté de hacer una oración, pero mi cerebro parecía un panal de abejas alborotadas. ¿Qué tiempo estaría así?... No lo sé. Nuevamente, como en todas las circunstancias difíciles, sentí la presencia de mi madre y su mensaje de alerta… ¡Claro, cómo no lo había pensado antes!… en cualquier momento tiene que venir alguien de la tripulación y debo tomar las precauciones necesarias. Mi garganta estaba seca… busqué una bebida y, mientras lo hacía, pensaba en lo misterioso que es el destino. ¿Por qué fui yo el que se quedó con vida?... ¿No eran todos padres de familia y tenían hijos que estaban esperándolos? ¿Cómo serán los designios de Dios?... ¡Creo que no lo comprenderé nunca! Muy a pesar mío, en el fondo de mi alma, se iba inflamando una gran rebeldía; golpeé con mis puños una de las mochilas hasta cansarme; jadeante y sin poder más, me quedé un momento tranquilo… Pensé nuevamente, en Dios y terminé diciendo como solía hacerlo mi madre: “¡Discúlpame Dios… soy tu hijo y no puedo ni debo 48 juzgar tus actos!… Tu sabrás por que lo has dispuesto así”. Me puse de rodillas y, con toda humildad, le di gracias por estar vivo. Con ese dolor de cabeza y la inmensa pena que sentía, no razonaba con claridad; automáticamente, comencé a caminar dando vueltas alrededor del desastre para recuperar las fuerzas. A mis amigos, por última vez, los fui examinando minuciosamente; alimentaba aún la vaga esperanza de que por la hipotermia dejaron de respirar y que, en cualquier momento, darían señales de vida… ¡Pero no!… ¡todos estaban muertos! Los abracé desconsolado, no podía contener mi llanto; como nunca lo había hecho en la vida, lloraba como un niño. Pensando, luego, en sus últimas recomendaciones, cogí la mochila de Juan y, en el fondo, estaban los $15.000 dólares en billetes de 100, junto con la foto de su familia; los metí en una funda plástica al fondo de mi mochila, donde, también, tenía mi dinero; puse las cosas en orden como para poder escapar en cualquier momento. Sentía un raro malestar en el estómago; no me acuerdo cuándo comí la última vez; por allí, encontré un trozo de queso y un pedazo de pan, que no me aliviaron por completo, pero apaciguaron la acidez. Como un instintivo mecanismo de defensa me atrincheré detrás de los cartones y esperé; el cansancio y la tristeza me impedían establecer un orden en mis pensamientos, y el estrés me impedía dormir; después de un prolongado silencio, escuché el inconfundible sonido de la aldaba, dos guardias abrieron la puerta y, al ver los cadáveres, se alarmaron y… comenzaron a culparse mutuamente. En síntesis, me enteré de que el uno había ordenado al otro, que nos diera un poco de ventilación; pero, 49 este se equivocó de interruptor y nos congeló. Por las conversaciones que escuché, también, deduje que ninguno de ellos sabía de mi existencia, hablaban solamente de cuatro… ¿Será porque vine a última hora? Lo más indignante era que no se lamentaban por la muerte de los muchachos, sino la pérdida económica que esto les iba a ocasionar; además del disgusto del capitán, a quien tenían que informar que eran cuatro y no dos, como le habían dicho al comienzo. Una embarcación estaba citada a una hora determinada, cerca de la costa, para llevarnos a tierra; ahora, tendrían que comunicar al dueño de este bote, que todo había fallado y que no necesitaban el servicio. Mientras hablaban, trasladaron los cadáveres cerca de la puerta y los acomodaron, uno a continuación de otro. Después de algunos minutos, regresaron con el capitán y dos oficiales; uno parecía ser el médico y el otro, alguien que se ocupaba de los trámites legales. Este último le dijo al capitán: –Ya se ha comprobado que estos infelices polizones han tenido una muerte accidental. Usted Capitán no tendrá ningún problema en informar, mañana, al sheriff de Nueva Orleáns, los detalles de todo lo sucedido. Yo mismo redactaré el informe; creo que estaremos allí, alrededor de las tres de la mañana –añadió. Después de un momento, se fueron. Estuve en mi escondite agazapado y sin hacer ruido, con los sentidos alerta a cualquier circunstancia adversa; desde allí, miraba los cadáveres de mis compañeros; el más cercano era el Gordo; luego Tony de cuyo cuello colgaba una llave… ¡Claro, esa llave tengo que rescatarla!... ¡Casi me olvido! Al verla, recordé el encargo de Tony; sigilosamente, me acerqué hasta donde él yacía para coger la llave que tenía colgada en su cuello; no pude sacarla por su cabeza porque ésta era grande y la cadena pequeña; quise arrancarla, pero era 50 muy gruesa y estaba hecha de un material raro, parecía una aleación de un metal muy maleable, mezclado con nylon; tenía una cerradura pequeña; intenté abrirla, pero estaba difícil; el mecanismo era diferente a los que yo conocía y la luz era muy tenue; lo tomé por debajo de los brazos y lo arrastré hasta el baño donde había mejor visibilidad; en eso, escuché un ruido… ¡Alguien venía! Quise jalar el cadáver de Tony a su sitio, pero era imposible hacerlo rápido; creo que su pantalón se trabó en algún gancho, así que de dos trancos estuve acostado en el lugar donde él había estado y, me hice el muerto. En ese instante, abrieron la puerta… Esta vez, era el fotógrafo; nos tomó unas fotos individuales; su acompañante nos hurgó los bolsillos y se llevó todos los documentos y papeles que teníamos… Yo debo haber estado con la cara de un cadáver porque no desperté la menor sospecha ¿Sería acaso que me parecía un poco a Tony?... ¡Claro!… teníamos la misma talla, el pelo castaño y estábamos muy abarbados. Nos taparon la cabeza con una manta y se fueron. Así, quedé registrado como uno más de los muertos. Eran las 4 de la tarde, no sé de qué día porque, con los últimos acontecimientos, apenas podía razonar; hice un examen mental de mi situación; según el oficial, que vino con el capitán, al día siguiente, en la madrugada, llegaríamos a algún puerto de Nueva Orleáns. Luego de colocar en mi cuello, la cadena de Tony, lo regresé a su lugar y, sin pérdida de tiempo, comencé a hacer mi equipaje. Hurgando en las bolsas de mis amigos, cogí todo lo que me interesaba; los documentos de Tony se encontraban en el bolsillo de un pantalón en el fondo de su maleta; por el momento, eran los únicos papeles de identificación que, sin ser los míos, me podían servir; las mochilas de Juan y su grupo no tenían nada extraordinario, eran tan sencillas y pobres como las limpias almas de sus dueños. Con unas fundas plásticas fabriqué unos flotadores; debía inflarlos en caso de necesitarlos. Puse la alarma de mi reloj para despertarme a la una de la mañana y me acosté en 51 un lugar, donde no me podrían ver fácilmente, si es que venían de nuevo. A eso de las 10 de la noche, abrieron la puerta, pero, esta vez, muy sigilosamente; entraron dos señores… El uno era el guardia de siempre; al otro señor, no lo había visto antes. Este último le decía: –Yo te voy a dar una buena propina para que mantengas tu boca cerrada; además, a las cinco de la mañana, cuando me toque el turno, te dejaré entrar para que fiscalices los equipajes y te lleves lo que encuentres de valor; desde ahora, te recomiendo dejes a estos muertitos en la misma posición, no vaya a suceder que el jefe se dé cuenta. –¡Bueno! –contestó el otro, mientras, con unas motas de algodón, llenaron la boca y los huecos de la nariz de Tony; luego, los sellaron con un pedazo de cinta. Con el Gordo hicieron igual, pero, en medio del algodón, vi como acomodaron dos pequeñas bolsas de cuero; igual hicieron con Miguel. El que parecía ser un oficial le dijo al guardia: –¡Qué bueno fuera que en todos los viajes se presentara esta oportunidad! Créeme que ya no sé la forma de pasarlas por aduana… En ese instante, se escuchó un ruido en el corredor y los dos salieron apresuradamente, sin molestarse en asegurar la puerta. ¿Será un descuido?... pensé… o, simplemente, ya no tienen nada que temer porque su clandestina carga está muerta. De todas formas, a mí me convenía y, con cuidado, avancé hasta ella, la cerré, dejando una pequeña abertura para que se pueda abrir desde adentro; pero, en las horas que siguieron, nadie regresó al camarote. Debía dormir aunque sea un poco porque tenía que 52 estar preparado para cualquier evento, pero, ¿cómo voy a poder hacerlo, en medio de mis amigos muertos? La permanente aprensión de que regresen los guardias y el estrés que me producía planificar la fuga, en medio de tantos problemas, no solo que me impedían dormir, sino que me mantenían en constante tensión y era imposible descansar. En la bolsa de Juan, encontré una cuerda con nudos escalonados cada 50 centímetros; junto a la mía, las guardé en la mochila, donde también acomodé estratégicamente otras bolsas de plástico para inflarlas, con la finalidad de que flotara y la pudiera remolcar sin que se hunda. Después de algunos minutos, con el cansancio que tenía, traté, otra vez, de reposar, acostándome en el piso para recobrar algo de mis fuerzas; en mi reloj coloqué la alarma para que sonara después de una hora; cerré mis ojos y me puse a cavilar… ¿Podré salir airoso de esta?... ¡Creo que sí!... Dentro de mí, quedaba ese inquebrantable espíritu de lucha que, mezclado con un poco de fe y optimismo, me habían ayudado a superar algunos problemas en mi vida. Sin embargo, debía tener mucho cuidado porque cualquier pequeño error sería lamentable. Alrededor de la una y media, me levanté; hice un chequeo del equipaje, tomé mi mochila y acomodé las cosas de la habitación de tal manera, que ni siquiera sospechen que yo, había estado allí. Miré, por última vez, a mis compañeros con sus caras amordazadas… De pronto, algo se reveló dentro de mí y, sin pensarlo, como impulsado por una extraña mano… abrí la boca del Gordo, saqué una de las bolsas y la guardé en el compartimiento secreto de mi mochila. Salí al exterior con todo sigilo, haciendo un esfuerzo mental para recordar el laberinto de pasillos y escaleras por donde me trajeron; caminé con mucho cuidado, cobijado en las 53 sombras y atento a cualquier ruido extraño; por fin, allí estaba el cielo abierto, con una hermosa luna y mil estrellas que me dieron la bienvenida al mundo de los vivos. Respiré profundamente y, a pesar del intenso frío me sentí mejor; al fondo, a unos 4 km de distancia, estaban las luces de un puerto. Yo pensé que el barco hubiera anclado en el río Mississippi, pero no… ¡estábamos en el mar! Con mucho tino y, amparado en los objetos circundantes, busqué un lugar por donde bajar al agua; había un pequeño pasamano, junté la cuerda de Juan con la mía, de tal forma que, al llegar al agua, si tiraba de la una punta, la otra correría libremente como una polea, todo esto lo hacía, para evitar cualquier vestigio de mi huída. Descendí lentamente, encomendándome a Dios, que era mi único y Gran Compañero; cuando llegué al agua, tiré suavemente del un extremo de la cuerda y ¡qué maravilla!... se deslizó como lo había pensado. Las aguas estaban heladas, con un pedazo de la cuerda, até mi mochila a la cintura, después de inflar rápidamente los flotadores, para irla remolcando y, comencé a nadar con todas las fuerzas, dejando atrás el teatro de la más horrible pesadilla. Cuando estuve a una prudencial distancia del barco, llené las otras bolsas plásticas con aire de mis pulmones, especialmente, una que me puse como collar, porque pensaba… si algo me pasa, al menos la cabeza estaría fuera del agua para seguir respirando. Amparado en este improvisado salvavidas, pude descansar por momentos, pero, la mayor parte del tiempo nadaba con un ritmo regular y sin mucha prisa para conservar las energías. Tenía un inconveniente, además del frío, parece que la marea estaba de bajada y debía nadar contra corriente; eso sí que era un gran problema, pero no tenía alternativa y seguí adelante. 54 Miré el reloj, había nadado ya dos horas; desde la cresta de una ola vi que me había alejado del barco, pero las luces de la orilla parecían estar, cada vez, más lejos; pensé… debo seguir adelante porque si estoy alejándome del barco, debo estar acercándome a la playa y seguí nadando. Nuevamente, el frío comenzó a preocuparme, mis brazadas parecían volverse cada vez más lentas, pero mi determinación era triunfar y nadie podía detenerme. No sé qué tiempo más seguí nadando; de pronto, sentí nuevamente los síntomas de la hipotermia; me puse de espaldas mirando a la luna y a las últimas estrellas que se ocultaban en el hondo azul, dando paso al nuevo día. Imaginé que todas esas estrellas eran mi público y que me estaban apoyando para llegar triunfante a la meta; las miré por un instante, luego, pensé, también, que desde arriba Dios me estaba mirando e hice una oración: “No lo merezco, Dios mío, pero dame un empujón; recuerda que soy el único sobreviviente de esta tragedia y puedo dar testimonio de ella, además… tengo que llevar algo de consuelo a las familias de mis amigos. 8 Una luz se abrió paso entre mis párpados… el reflejo de persecución hizo que me levantara de un salto. La primera idea que vino a mi mente, fue que alguien me había regresado al 55 camarote de la muerte; pero la suave voz de un niño me tranquilizó; las cosas que habían a mi derredor eran sin duda las de un camarote: una litera muy angosta, una silla y la ventana ovalada y pequeña, por donde se filtraban los pálidos rayos del sol mañanero; por un momento, pensé que me había muerto y este niño era un ángel que me miraba con mucha curiosidad, con su manito redonda palpó mi abarbada mejilla y con su dedo índice quiso tocar mi ojo, pero, al ver mi cara asustada, soltó una cristalina e inocente risa; dentro de mi dije: esto no es un sueño ni estoy muerto; de lo más profundo me salió un suspiro de alivio… lo escuché con atención porque no entendía … ¡claro, que torpe soy!... me decía en inglés… ¡Que esté tranquilo! Luego, vino su madre; era una mujer que, a pesar de su raro atuendo de trabajo, no podía ocultar su extraordinaria belleza; creo que pensaba que yo era americano porque, en inglés, me dijo que, por uno de esos azares del destino, tuvo que variar la rutina de su barco pesquero y desviarse justo por donde yo estaba luchando torpemente contra las olas. No sé a donde tratabas de llegar, pero, a pesar de haber perdido el conocimiento, seguías dando brazadas sin rumbo. –¡Gracias!… ¡muchas gracias! –le dije. Y sin esperar su respuesta, le pregunté si tenía un baño porque mi barriga estaba muy hinchada… a punto de reventar… Creo que me había tragado medio mar. Con su dedo índice, me indicó una puerta y salió; me puse de pie con dificultad, las piernas, a pesar de estar abrigadas, me dolían mucho. Con paso macilento avancé hasta la puerta sin hacer mucho caso del comentario del niño que decía: –¡Creo que eres un viejito!... ¿cuántos años tienes? El espacio era muy pequeño, se parecía al baño de los aviones; me miré al espejo y me asusté… ¿Ese viejo cara de indigente era yo?... Tenía razón, el niño; estaba pálido 56 y demacrado y con la barba tan grande que aparentaba tener unos cuarenta años más; me habían vestido con una camiseta que no era la mía, pero era suave y abrigada. Salí del baño y me encontraba nuevamente solo; el dormitorio, a pesar de ser pequeño, estaba muy bien arreglado, había espacio para tres personas, una cama y la litera de la que colgaba mi mochila; fui hasta ella, estaba muy mojada; la abrí y esa tela que usan los militares la preservó del agua. ¡Pasó la prueba!... Era de verdad impermeable, pensé; las cosas se encontraban en su lugar… Nadie las había tocado. Saqué mi ropa limpia, busqué la afeitadora y me fui nuevamente al baño, por lo que pudiera pasar me hice un corte de barba parecido al que usaba Tony (ya que solo me quedaban sus papeles como identificación). Hice un poco de ejercicio para recuperar la motricidad de las piernas y subí a la cubierta; al fin mis pulmones se llenaron a plenitud de aire marino. Por todo lado, se contemplaba el cielo azul, con un sonriente y tibio sol matutino que rasgaba con sus rayos el intrigante y misterioso cerco del horizonte infinito. Heme aquí, todavía vivo, de pie, en la cubierta de un bote de unos quince metros de eslora, ataviado con todos los implementos que usan los pescadores; en ese momento, parecía estar anclado lejos de la playa, en algún lugar solitario; tenía un conjunto de redes para la pesca; caminé un poco y, detrás de la caseta de mando, cobijados provisionalmente por una carpa, la madre y otro señor, estaban remendando unas redes, mientras cerca de ellos, el niño echaba pequeños peces a una bulliciosa e inquieta bandada de gaviotas y fragatas. Ella me miró sorprendida como que en sus adentros decía: –¡Qué cambio!... –Se puso de pie y me estiró su mano diciendo con voz fina y segura –¡Me llamo Erika!... –Luego miró al niño y dijo: –Ya sabes que es mi hijo –al decirlo le dedicó la 57 sonrisa mas linda que yo haya visto; se puso en cuclillas para abrazarlo y añadió–: se llama Henry, es un poco mimado porque es el único tesoro que tiene su madre; además, te quiero presentar a mi gran amigo y trabajador Josué Era un afro-­‐americano alto y fornido que me miró con amabilidad y me dijo: –¡Bienvenido! –Me tendió su mano y añadió–: para los amigos, soy Toca. –¡Estoy encantado de conocerlos!... Me llamo Marco. Sin otro comentario y tratando de ser lo más escueto posible, me integré al grupo a trabajar. Erika después de un tiempo se puso de pie y me preguntó: – ¿Quieres un café? –¡Gracias! –dije– fui detrás de ella hasta un espacio sobre la cubierta donde habían improvisado la cocina. Me sirvió una taza junto con un sándwich de queso y jamón; me pareció la comida más rica del mundo, casi lloro de la emoción y tuve que toser para disimularlo; Erika me miró con curiosidad iba a preguntarme algo, pero se hizo la desentendida y salió. Regresé al trabajo; estaban absortos en la tarea de limpiar y remendar las redes; en silencio, deslizaban con destreza la agujeta con una piola, reconstruyendo, con maestría, los agujeros y dejándolos perfectos; mientras el niño en ininterrumpido monólogo, hablaba por él y los demás. Ahora, me explicaba que no todos los lugares, ni momentos son aptos para pescar. –Aquí en el mar –me decía– todo se hace según la posición de la luna, ella es la que rige a las mareas. Hay una marea máxima cada catorce días, según estas mareas se escoge los días aptos para la pesca. Erika iba a decir que se calle, pero viendo la atención que yo ponía a mi improvisado profesor, dejó que 58 Henry siga con su explicación. Después de unas horas de trabajo, yo demostraba mucho cansancio y bostezaba sin parar; con disimulo, traté de hacer un esfuerzo y seguir adelante, pero Erika le dijo a Henry: –¿Por qué no le indicas a Marco su camarote? Creo que necesita reposar un poco –mirándome con indulgente comprensión añadió–: por favor… vete a dormir un poco, mañana te sentirás un hombre nuevo. Henry, de un salto, tomó mi mano y con una sonrisa me condujo a otro camarote más pequeño que el anterior, pero muy confortable; había una litera donde me acosté a reposar un momento, mientras Henry me ponía al tanto de muchas cosas, el agotamiento provocado por los acontecimientos de los últimos días y, el sosiego que sentía por estar con vida y salud, hicieron que me quedara profundamente dormido hasta el otro día… no sé, en qué momento se habrá ido el niño. Me levanté más tranquilo, no lo había hecho en muchos días; me apresuré en vestirme y, cuando salí, Erika me dijo mirando de cerca mi rostro –¡te ves mucho mejor que ayer!… pareces otra persona… ¡me alegro! Yo le sonreí agradecido por tan edificante comentario y dije: –Quiero hablar contigo, creo que ya no debo molestar tanto, has hecho demasiado por mí, así que, quisiera saber cuando estaremos en tierra, para que me dejes en algún muelle. Me miró largamente y dijo: –Vamos a estar algunos días aquí en el bote; hemos traído las vituallas necesarias como solíamos hacer con mi difunto esposo. Este es un lugar muy bueno para trabajar sin interrupciones; a simple vista, pareces una persona confiable. ¡Quizás no me equivoque! ¿Necesitas ir con urgencia a alguna parte?... –Al ver mi gesto negativo añadió–: Si quieres estar 59 estos días con nosotros te agradecería mucho, porque, como tú mismo habrás notado, debo realizar el trabajo lo más rápido posible y estaría encantada de que nos ayudaras… Si estás de acuerdo, no perdamos tiempo. –No tengo urgencia de llegar a ningún lugar… ¡gracias por el trabajo! procuraré no defraudarte –le respondí, añadiendo otra vez– ¡Gracias por todo! Erika era una mujer alta, de cabello castaño, hermosos ojos verdes, una boca bonita adornada por unos blancos y bien cuidados dientes; sus labios eran gruesos y sensuales; era hija de madre italiana y padre americano. El trabajo y la viudez la habían convertido en una mujer seria… muy rara vez, sonreía, pero cuando le daban ganas de hacerlo, parece que su rostro resplandecía, iluminando todo. El esposo había muerto hace unos seis meses por un infarto cardíaco y, desde entonces, ella cogió la posta del trabajo; a pesar de su carácter luchador y optimista, se le vinieron tiempos muy difíciles, pues la fortuna dejada por él, consistía en una pequeña casa, dos barcos como este y muchas deudas. En tiempos pasados, había trabajado con algunos empleados; pero, poco a poco, fueron desertando porque los exiguos ingresos, no le alcanzaban para pagar los jornales de su trabajo. Ahora su personal quedó reducido a un solo trabajador, que era Toca, él era el mecánico, cocinero, capitán, jefe de pesca en fin… tenía que hacer de todo. 9 Había pasado ya tres meses desde que llegué al barco de Erika; desde entonces, he permanecido trabajando con ella todos los días; en algún momento, quiso hablar de un salario, 60 pero yo le respondía con evasivas… –En otra oportunidad, trataremos el tema… por ahora, no necesito dinero. La primera vez que fuimos a tierra, me dijo: –Mira Marco estoy muy contenta con tu trabajo, yo apreciaría mucho que te quedaras conmigo, pero estás en libertad de irte cuando gustes; no me contestes precipitadamente, piénsalo y me lo dices mañana. No tengo nada que pensar –le respondí– yo también me siento a gusto trabajando para ti, además… no tengo entre manos nada mejor y la soledad de tu barco me ha venido muy bien… para mí (iba a decir algo de mi vida personal, pero preferí callar)… para mi salud. Ya me había recuperado físicamente, pero anímicamente no, porque, a veces, me cogían momentos de nostalgia; claro que con menos frecuencia que los primeros días; pero tenía la firme determinación de lograrlo en el menor tiempo posible; trataba de estar siempre ocupado, creo que en estos casos “El trabajo si es la bendición de Dios”. Evitaba los pensamientos negativos, hablaba poco y solamente cuando lo necesitaba; me levantaba muy temprano y después de hacer una hora de ejercicios me ponía a trabajar. Mi compañero inseparable era Henry, un niño lindo que se ganó mi cariño en poco tiempo; él hacía, también, los ejercicios; desde el primer día, le hablé en español. Al comienzo, me protestó pero, luego, se acostumbró y ahora me entiende todo. Tiene cuatro años y está en el jardín de infantes. Cuando no va a la escuela pasa conmigo todo el día; él emula en mí a su padre y yo, en él, a la alegría, inocencia, pureza y felicidad. El trabajo no era tan fuerte, rápidamente lo fui aprendiendo; ahora, me creo un experto y me gusta mucho. Toca era muy eficiente, todos los días me decía: parece no más que sabes todo, yo, también, al comienzo así lo 61 creía, pero ya verás que uno nunca acaba de aprender. Me explicaba algo nuevo sobre la pesca casi todos los días, poco a poco fui superando todos los problemas; tenía a mi favor la constancia, la buena voluntad y un poco de inteligencia. Mi amistad con Henry sirvió de vínculo entre su madre y yo; no lo hice a propósito; pero, inevitablemente, este niño logró estrechar nuestra relación. Erika, con, el pasar del tiempo, iba confiando, cada vez, más en mí; no se si por buena fe… o porque no le quedaba otra solución. Yo hice mi vida en el camarote… casi nunca me fui a tierra, las pocas cosas que necesitaba, inclusive, las de tipo personal, las encargaba a Erika o a Toca; no me daba ganas de ir a la ciudad; tenía miedo y fastidio de la gente y, en el bote, me sentía… ¡muy bien! . Un día que estábamos descansando, Erika me invitó a tomar una cerveza; nos acomodamos en una mesa en la cubierta del barco, al aire libre; era un lindo día de playa… lleno de sol, de aves y de brisa; habíamos anclado en un lugar solitario frente al arrecife; el mar era de un tono azul oscuro en la parte profunda y se iba suavizando hasta un celeste tenue hacia la orilla, donde las olas gemían rítmicamente al golpear contra el continente, dejando en la arena, un hermoso encaje blanco de espuma. En contraste de su habitual atuendo, Erika vestía, ahora, ropa deportiva ligera e informal; pero muy elegante. Al estar tan cerca, no pude disimular mi admiración; con discreta mirada, recorrí cada detalle de su sensual y esbelta figura y el comentario surgió espontáneo: –El día y el paisaje están hermosos, pero, definitivamente, los eclipsaste con tu belleza… –Ella se sonrojó levemente, creo que yo, también, porque no pude decir nada más hasta que, por fin, 62 ella me dijo: – ¡Gracias!... Teníamos delante los vasos de cerveza; automáticamente, los levantamos para romper esa pequeña tensión que produjo mi piropo y, con un leve choque, casi los vaciamos de un solo sorbo. Esperé con prudencia unos instantes hasta que sea ella quien reinicie la conversación. Erika sabía que me gustaba, pero yo no sabía si yo le gustaba a ella. Muy espontáneamente, inició la conversación, preguntándome: –¿Que hacías en tu tierra?... ¿Cuál es el motivo por el cual decidiste venir tan lejos? –No sé si tengas el tiempo y la paciencia para escuchar una larga historia – le dije, a guisa de excusa. Mira no me gusta hurgar la vida ajena y a ti mismo, te consta que hasta ahora no lo he hecho; pero, en este caso, te propongo hacer una excepción, ya que mutuamente nos hemos ido ganando el derecho a ser amigos; además, como mujer me da mucha curiosidad de saber algo de la historia de tu vida –me dijo, mientras me sonreía, de esa forma especial con la que suelen hacerlo las mujeres, para convencer al hombre de cualquier cosa. Con una pequeña y nerviosa tos como preámbulo para aclarar mi garganta, comencé mi relato (pensando si será solo por curiosidad o, talvez por que está comenzando a interesarle mi vida) –Soy de Sudamérica de un hermoso país que se llama Ecuador… de pronto, me interrumpió diciendo: –Eso ya lo se, porque me lo dijo Henry. Además, se que eres de la ciudad de Cuenca… –iba a continuar… pero yo 63 también le interrumpí diciendo–: –¡No te creo que ya fue con el chisme! Ella se rió de mi comentario y dijo: –¡Claro que me cuenta todo… si es… mi hijo! Después de intercambiar un par de bromas y de apurar de un sorbo mi vaso de cerveza, comencé el relato, suprimiendo las cosas que eran obvias. Le conté todo respecto a mi niñez, juventud y a los motivos de mi forzado viaje. Ella me escuchaba mirándome fijamente; esto al comienzo, me perturbaba a tal punto que, por momentos, perdía el hilo de la conversación. Creo que se necesitaría estar muerto, para no sentir unas inmensas ganas de zambullirse en el misterioso mar azul de sus ojos y hurgarle hasta el alma; pero me fui serenando paulatinamente y tomé las riendas de la narración. Nunca había contado a nadie los pequeños detalles de mi vida; esta vez, espontánea y cronológicamente, la fui describiendo paso a paso, como si estuviera ante un psicólogo. Ella escuchaba en silencio y cuando me callaba por momentos, comedidamente, me ponía el camino fácil con sus preguntas. Las pequeñas interrupciones eran para mirar su reacción, pues temía que el relato de mi vida la estuviera aburriendo; pero, al comprobar su interés en el asunto; seguí adelante; le conté mi increíble éxodo hasta llegar a su barco; luego, la trágica e increíble aventura de la travesía en la bodega del barco, sin omitir un solo detalle; tan emotivamente lo hice, que, por dos oportunidades, no pudo disimular sus lágrimas. Luego me quedé en silencio mirando distraídamente como las gaviotas y las fragatas se perseguían quitándose su almuerzo; di un suspiro de alivio y dije: – ¡Gracias! –Gracias, ¿de que? – Me preguntó. –Gracias por escucharme, por salvarme la vida, 64 por haberme brindado cobijo y trabajo, y gracias, también, por ser buena… No sabes lo bien que me siento… parece que al contar a alguien las penas, te las sacas del corazón donde te están haciendo mucho daño. ¿Cómo podré pagarte tanto favor? –No te preocupes de eso –me dijo– cualquier persona en mi lugar, también, lo habría hecho; además, me siento bien con tu ayuda y presencia. ¿Será cuestión de química? Pero, créeme que, después de mucho tiempo, he sentido ganas de compartir con alguien un momento de recreo y, tomarme una cerveza. Con una sonrisa y esa mirada dulce y seductora –dijo– espérame un momento que voy por otras cervezas. En silencio, la vi alejarse con esa graciosa y altiva cadencia con la que caminan las grandes damas que, sin ser provocativas, no dejan de ser ‘Mujeres”. Cuando regresó con las cervezas, estaba muy guapa; el licor le había quitado ese rictus de sufrimiento y preocupación que tenía por el trabajo y, que tanto daño hace en el rostro de las mujeres. –No sé si sea posible –le dije– Ahora que sabes la historia de mi vida, cuéntame, también, algo de la tuya; quisiera saber algunos detalles de tu juventud, tu etapa estudiantil, tu vida matrimonial; claro si es que esto no representa para ti una indiscreción de mi parte. Marco veo que aún tienes esa timidez de los adolescentes; es una de las cosas que más me gusta de tí. Quisiera que esta y otras cosas bonitas que no las voy a decir… no las pierdas nunca. –Erika estoy entendiendo erróneamente o me estás diciendo con mucha sutileza que yo también te gusto, digo, también, porque… tú me gustas mucho. 65 –¿Me gustas?... Claro que me gustas; de lo contrario, no estaríamos tomando esta cerveza; no sé cómo será en tu país, pero las mujeres, aquí, somos espontáneas. Hizo un momento de silencio y añadió: –Así como tú te sentiste bien contándome tu vida, yo también, voy a ver si siento lo mismo al contarte algo de la mía. –Fui la hija única de una pareja; mi padre murió cuando yo era aún una niña; mi madre se volvió a casar y se fue a vivir con su nueva familia en Chicago, dejándome con una tía, quien me crió y educó aquí en Nueva Orleáns. –No llegué a graduarme en la universidad porque me casé y mi esposo no quiso que yo terminara la carrera, a pesar de faltarme poco. A mi tía, esto no le agradó y habló con nosotros sobre el asunto. Ella quiso pagar los gastos; pero, mi marido dijo… ¡No! Mi tía, muy contrariada, me dio un abrazo de despedida y me dijo al oído: mientras tengas a este ignorante como esposo, no vuelvas a mi casa. Mi marido fue un hombre muy trabajador, junto con un socio tenían seis botes como este; tuvimos buenos tiempos, pero desgraciadamente, este socio cayó en el vicio del juego y lo que un día fue un floreciente negocio, poco a poco, se vino abajo. Desaparecía semanas enteras, vivía en los casinos, hacía apuestas muy grandes y todos los ingresos de un mes se los gastaba, a veces, en una hora. Cuando murió mi esposo, asomó con unas cuentas alegres, que diezmaron la empresa. Yo logré rescatar los dos barcos, pero me quedé a pagar una fuerte suma en el banco; y eso es lo que no puedo cumplir. Por las preguntas que le hacía de rato en rato, se dio cuenta de que yo sabía de contabilidad y me preguntó: –¿Cómo así sabes tu de negocios? 66 –Ya te conté que me había graduado en la universidad, pero no te especifiqué la rama, pues fue en Negocios, nosotros la llamamos ingeniería comercial y… sí puedo ayudarte a salir del problema. –¡Que maravilla! –exclamó– estaría encantada de que lo hagas; créeme que una de las cosas que más odio hacer, es la parte contable; ya había notado que eres especial, además de ser tierno con mi hijo y respetuoso conmigo. ¿Que te parece si, desde mañana, nos dedicamos a ver cómo están esos papeles? –dio un suspiro y añadió–: ahora tomemos este último vaso porque ya me estoy poniendo muy contenta, yo no soy resistente al alcohol y me sube con mucha facilidad a la cabeza. Me regaló una de esas hermosas sonrisas mezclada con un destello de picardía; luego, un beso en la mejilla y se fue a su camarote, mientras yo trataba de asimilar esa rara emoción que sentía, pensando que esta mujer que tanto me gusta, también está interesada en mí. Al día siguiente, me trajo todo un archivo de cuentas me puse enseguida a examinarlas. Después de tres días de estudiar todos los detalles, le informé que, con los ingresos actuales, resultaba imposible salir adelante; le quedaban dos alternativas: vender el barco pequeño y pagar la deuda o renegociar en el banco los dividendos; para esto, debía pedir una ampliación del plazo. Esta segunda opción le pareció estupenda y en los días siguientes preparamos todos los papeles necesarios para presentarlos a la entidad bancaria. A Erika en el departamento de crédito le habían estado esperando, estaban dispuestos a ayudarla para que saliera adelante con el negocio. El gerente financiero, al ver los balances presentados, quedó muy satisfecho y después de dos días le darían cualquier resultado; así fue como pudimos renegociar el pago de esa deuda y comenzar una nueva etapa, 67 en esta pequeña empresa. Luego de firmar la ampliación del plazo, estaba feliz, automáticamente, sus ojos adquirieron otro brillo; con una sonrisa más generosa y llena de alegría, se acercó, me rodeó con sus brazos; me miró con infinita dulzura y me dio un beso diciendo: –Eres la cosa más linda que he sacado del mar, en mi larga vida de pescadora –y añadió–: ¡Gracias!. Yo no sabía cómo reaccionar, me quedé sin palabras y torpemente pude articular: –Tú sí eres lo más hermoso que he encontrado en mi vida; casi no pude hablar, con un suave movimiento femenino me tapó los labios con los suyos; yo le correspondí muy alborozado y lleno de ternura. Yo había besado anteriormente, pero, por primera vez, en mi vida, sentí a mi alrededor música, campanas y vi mil estrellas… con esa hermosa y arrebatadora sensación de gratitud, simpatía y afecto, nos miramos riendo al mismo tiempo y ella comentó: –¡Qué maravilloso, todo ha salido bien!… se retiró unos pasos, tomó aire, como si le faltara oxígeno, me sonrió y dijo: –!Creo que esto, hay que festejarlo!... ¿qué te parece si esta noche salimos a cenar? Yo le comenté: –¡Adivinaste mi pensamiento! Y como siempre, llevas la iniciativa! … sabes… estaba esperando el momento propicio para proponerte… Pero no importa, el resultado es el mismo. Ella dijo: 68 –¡Que alegría!... ¡pensamos igual!… y, sin darme tregua, me envolvió con sus brazos, mientras pegaba su cuerpo al mío diciendo: –Déjame hurgar a través de tus ojos, los hermosos secretos de tu alma; luego, con infinita ternura, me dio un rápido beso… luego otro; quiso separar su boca de la mía, pero con firmeza tomé su rostro con mis manos, impidiéndole retirarse, mientras un volcán de amor y emoción surgió de lo más profundo de mi ser; los dos perdimos la noción del tiempo y el espacio; arrebatados indefinidamente por la suprema e inefable sensación de un beso. ¿Qué estaría sucediendo en el mundo, mientras estábamos en ese maravilloso trance? jadeantes y sin poder más, retiramos nuestros rostros y al fin logré decirle… sí… –Si… ¿Qué? –me dijo –Yo mismo no sé porqué dije sí… creo que para salir a cenar… sí… ¡acepto la cena! Le pareció tan graciosa mi ocurrencia, que no paraba de reír y añadió: –Disculpa, es que yo, también, me olvidé de la cena; esta vez reímos los dos. – A las siete pasaré a verte por el muelle –me dijo. –Estaré listo –le respondí. Me quedé pensando en lo maravillosa que era la vida y lo caprichoso que es el destino cuando juega con la vida de las personas, regalándole a uno, de vez en cuando, estas sorpresas; hablando de sorpresas pensé… debo comprarle algo que le agrade, así sea un ramo de flores. Caminé un momento por las calles de esta hermosa ciudad, fijándome en las vitrinas de los centros comerciales, esperando ver algo que le llame la atención, porque no tenía 69 idea de lo que debía comprar. En un almacén de antigüedades, encontré un hermoso joyero de madera adornado con unas incrustaciones de perlas y otras piedras de las que conocía, solamente al lapislázuli, porque mi madre tenía un collar de estas piedritas azules que alguna vez, lo trajo de Chile. Con la duda de acertar o no en la elección, terminé comprándolo. Según mi criterio, parecía el regalo ideal. ¿Le gustará a Erika? Miré una vez más el joyero y pensé… creo que ahora estoy igual o peor que antes… ¿Qué pongo dentro de el? Como si leyera mi pensamiento, la mujer que me atendía colocó en el fondo unos pendientes manufacturados con unos materiales raros donde relucían algunos cristales azules; me parecieron apropiados y los compré. En la tarde, cuando subí al auto, antes de partir, ella me dijo sonriendo: –Te compré un presente y quiero que lo veas, te lo hubiera dado en la cena, pero es muy voluminoso para llevarlo… –Era un póster grande del parque Calderón y la Catedral… debajo decía en letras grandes Cuenca Ecuador; miré con nostalgia ese pedazo de mi tierra; me pareció el regalo más bonito del mundo. –¿Dónde lo conseguiste?... está muy bello... ¡gracias! –le di un abrazo y luego le dije: –Yo también tengo algo para ti… No sé si te gustará; creo que no soy muy bueno para esto. –Miró en silencio el joyero… lo inspeccionó una y otra vez, levantó sus ojos (yo pensé que no le gustó y estaba pensando en alguna excusa); pero, sin prisa vino hacia mí y me abrazó diciendo, que era el primero y más bonito regalo que le habían hecho en la vida y añadió–: ¡gracias! 70 –Lo miró nuevamente y al fin lo abrió… nunca vi tanta sorpresa, los contempló en silencio y con mucha delicadeza se los puso, mirándose en el espejo del auto; no se cual de los dos estuvo más emocionado: ella por el regalo o yo al contemplar lo hermosa que quedaba. –Marco eres el hombre más tierno, inteligente y lindo que yo he conocido; no pudo seguir hablando, porque se le quebró la voz, apegó su cabeza en mi hombro y yo la estreché con mucho amor. Toca se quedó con Henry y nosotros nos dirigimos a un restaurante muy acogedor, en el barrio francés. Todas las mesas parecían estar ocupadas, pero Erika había reservado una con anticipación; la gente vestía muy elegante; se notaba que era un lugar exclusivo. Cuando salíamos del restaurante le dije: –Me gustaría ir a un bar a tomar una cerveza, tú eres de esta ciudad, talvez, conoces algo especial. –Claro que sí, sé de un lugar que queda a orillas del Mississippí, nunca he estado allí, pero me han ponderado que es muy bonito. Las circunstancias de la vida hacen que dos almas angustiadas se unan fácilmente, con el propósito de brindarse consuelo, cariño y fuerzas para poder salir adelante. Erika y yo caímos fácilmente en esta emboscada que nos tejió el destino; mutuamente abrimos nuestros corazones para dar cabida a todo el amor y el afecto, que se había estado acumulando por mucho tiempo. La forma sutil y espontánea como nos fuimos compenetrando fue milagrosa y buena; parece que un ser superior hubiera planificado nuestro encuentro con anterioridad y nosotros éramos los actores en el escenario de la vida. Ya no podíamos estar solos, con un pretexto o con 71 otro nos buscábamos a cada momento; los lazos de cariño nos iban atando progresivamente; Henry parecía estar feliz… él se dio cuenta de mi amorío con su madre… ¡Nada escapa a la perspicaz mirada de un niño! 10 Tanto Erika como yo, andábamos distraídos, nos habíamos sumergido en el mágico torrente del amor y el tiempo nos parecía corto, si lo pasábamos juntos. Un día, cuando arreglaba las cosas de mi mochila, recordé que debía llamar a Susana; había transcurrido ya, nueve meses desde que salí de Cuenca; en muchas ocasiones, estuve tentado en hacerlo, pero, últimamente, me había olvidado… Tenía que hablar con ella pero ¿qué le voy a decir respecto a Erika? Además, no quería regresar ni con mi pensamiento a ese fatídico pasado y, por eso hasta hoy, declinaba en mi propósito con cualquier pretexto. Ese día no pude más y le dije a Erika, que me prestara su celular para hacer una llamada a Ecuador… Con un temor mal disimulado y de mala gana, me lo pasó diciendo en voz baja: –¡Tenías que hacerlo en algún momento!... ¡mejor que sea pronto! –Dio un suspiro de resignación y se fue a su cuarto. La miré con curiosidad porque me pareció extraña su reacción; dentro de mí pensé ¿serán celos? Me alcé de 72 hombros y salí a cubierta a hacer la llamada. Nervioso y con el corazón que me latía fuertemente, logré marcar el número de Susana… ¡Aló… Aló!… ¡estás hablando con Marco! –¿Qué?... escuché un grito de susto y me cerró el teléfono. Esperé unos cinco minutos e insistí; esta vez contestó más tranquila y me dijo: –¿Es una broma o me estás llamando del más allá? Yo me reí de su ocurrencia y le dije: –Claro que te estoy llamando de muy lejos, pero todavía no llego a tu… más allá. –¡Tú debes estar muerto! según las noticias; el oír tu voz me ha dado un gran susto, pero como te prometí al despedirnos… Aquí me tienes para ayudarte en cualquier cosa, así seas alma bendita y quieras que te rece una misa… –Se rió y yo también. Luego de las bromas, se puso muy seria y dijo: –Quiero que me cuentes, todo lo que te ha pasado, porque debes tener una muy buena justificación, para no haberme llamado en tanto tiempo. Traté de sintetizar lo más posible los acontecimientos; ella escuchó en silencio, pero, al cabo de un rato, me dijo: –Marco llámame mañana porque, ahora, tengo algo muy urgente que hacer. Le dije que bueno y le recomendé toda discreción, me dijo: –¡Esa recomendación está por demás… ya me conoces! En la noche no pude dormir, creí que al escuchar la voz de Susana, me iban a sonar pajaritos y campanas en los oídos, 73 pero no… ¡No sentí nada! Por el contrario, se despertó en mí una ternura más intensa hacia Erika y tomé la firme decisión de excusarme de cualquier compromiso con Susana; sin embargo, me preocupaba la forma de encarar el problema ¿Cómo decirle que ya no siento nada por ella? ¿Cómo le daría una excusa piadosa? Henry, como todos los días, vino a jugar conmigo un momento antes de acostarse. Era un niño dulce que se las ingenió para ganarse mi corazón; tenía cinco años recién cumplidos, pero por su talla y precocidad parecía mayor, Hablamos en español y nos reíamos mucho, porque su madre trataba de entendernos e interpretaba nuestra conversación totalmente al revés; a veces, mirábamos un poco la televisión, mientras me hacía mil preguntas hasta que el sueño lo vencía; entonces, lo tomaba en mis brazos llevándolo hasta su cama; Erika, vestida ya, con su tentador atuendo de cama, me ayudaba a acomodarlo. Era uno de los momentos más lindos del día, me daba la oportunidad de vivir preciosos minutos de intimidad y sentir el dulce calor del hogar. Al día siguiente, a eso de las once de la mañana, llamé nuevamente a Susana y le pregunté si, ahora, podíamos hablar. –¡Sí Marco, ahora ya podemos hacerlo con tranquilidad! Disculpa que ayer tuve que interrumpirte; aunque las noticias que tengo para ti, no son buenas. –Hizo una pausa que acrecentó mi expectativa y añadió: –La primera es que tu hermano se murió el mes pasado… –Hizo un momento de silencio y prosiguió–: ¡lo siento mucho!… Ante mi reiterado mutismo dijo: –Te voy a contar el resumen de lo que salió en los periódicos y la televisión. Verás… Jorge, después de la muerte de su esposa, había estado viviendo con María durante algunos meses, pero 74 un día la encontró con otro hombre; entonces, Jorge reaccionó como un león propinándole a ella y a su amante un tremendo castigo. María, en represalia, lo denunció ante la fiscalía acusándole del asesinato de Sara. Según las declaraciones: un día, delante de María, Jorge y Sara se pusieron a pelear y Jorge le dijo: –Eres una vieja fea que no vales para nada, deberías ocuparte solamente de las tareas de la casa y no andar metiéndote en las vidas ajenas. Sara lo miró muy contrariada y dijo: –Tu no tienes la culpa de este desastre de vida que llevamos, sino esta prostituta que he criado como hija. Avanzó hasta quedar cara a cara con ella fulminándola desafiante con su mirada; estaba roja de rabia. María la miró con desprecio y sin ningún respeto le hizo un desdeñoso gesto; Sara llena de indignación levantó la mano estampándole una cachetada en la mejilla; Jorge se interpuso entre las dos y, sorpresivamente, pegó un golpe de puño en la mandíbula de Sara; la pobre mujer cayó al piso… con tal mala suerte, que la cabeza dio en el filo de la vereda. El se asustó un poco e intentó reanimarla, pero al comprobar que Sara estaba muerta, se puso histérico contra María diciéndole a gritos: –¡Mira lo que me has obligado a hacer! Yo te dije desde hace tiempo que debíamos irnos. ¿Ahora que voy a hacer? Comenzó a dar vueltas como una fiera enjaulada; luego de proferir todas las maldiciones y blasfemias que un ser humano pueda concebir, tomó a María del cuello y la amenazó de mil formas, obligándola a hacer la comedia de esa noche… para inculparte. Jorge, por este motivo, estuvo preso por algunas semanas; un día, sin poder resistir su fracaso, sus celos y 75 remordimientos porque pensaba que él fue el autor indirecto de tu muerte; le arrebató la pistola a uno de los guardias y se pegó un tiro en la cabeza. –Todo esto salió en los diarios –añadió Susana–. Fue una noticia sensacional, inclusive, hicieron un largo reportaje respecto a tu inocencia, tomándote como una víctima que había ofrendado su vida por la inmunidad de su hermano… A pesar de que estabas muerto, nuevamente sacaron tu historia, ilustrada con la foto de tu cadáver, como hace seis meses. Hizo una pausa y continuó–: ¡Claro!… son ya seis meses de tu muerte; en ese entonces, también, sacaron toda la noticia y vi tu foto en el diario, hasta ahora tengo el recorte en algún lado; recuerdo que la miraba una y otra vez con la esperanza de que se hayan equivocado, pero, al fin, me convencí de que eras tú. Así que discúlpame si te traté de alma bendita, pero para mí y para todos tus amigos, desde esa fecha te hemos tenido por muerto. La otra mala noticia me da pena decirte… –Por favor Susana… no me intrigues tanto; después de lo que me has dicho y de tanta cosa que me ha sucedido, creo que estoy preparado para todo. Con voz temblorosa e indecisa me dijo: –Sabes Marco, yo regresé con mi antiguo enamorado y vamos a casarnos después de un mes… –permaneció callada por un largo minuto y continuó–: Como ya estabas muerto… ¿que podía hacer? Tomé un poco de aire y le dije: –No te preocupes por mí Susana, lo importante es que tú seas feliz; discúlpame por no llamarte antes, parece que nuestro destino ya estaba escrito… en fin, te agradezco mucho todos los favores que me haz hecho y, como te dije 76 antes, despreocúpate; deja atrás el pasado, mira tu futuro con mucha fe, optimismo y esperanza. Desde ya, te deseo mucho éxito y me encantaría seguir siendo tu amigo… –hice una pausa y añadí–: Para ti y tu futuro esposo… ¡toda felicidad! Los días que vinieron a continuación fueron los más lindos de mi vida; si bien, lamenté la muerte de mi hermano, aunque nunca lo quise; pero fue la oportunidad de mi reivindicación moral espontánea, por fin volvería a recobrar mi identidad, sin problemas. Para Erika, debió ser notoria mi transformación porque ahora, por fin…, no iba a preocuparme de ser un fugitivo; milagrosamente y sin haber hecho absolutamente nada para conseguirlo, quedé libre de toda culpa. Tampoco me alegro por la muerte de Jorge, le tenía mucho rencor, pero… no, al punto de desearle la muerte. Otra cosa que me molestaba y que me resistía a enfrentarlo, era ese pequeño remordimiento que tenía con Susana; por suerte todo terminó después de su llamada. A raíz de este acontecimiento, la mirada de Erika se tornó franca y transparente; se borró ese destello de incertidumbre y tristeza, que yo pensaba que era por algún motivo personal, o, tal vez, añoraba a su finado esposo… ¿quien sabe? Nunca me imaginé que era por mí… Ahora, al mirar sus ojos tan tranquilos, como las pampas de un límpido cielo, me di cuenta que era tan feliz como yo. Los días viernes hicimos costumbre de salir a cenar en el barrio Francés, conversábamos de mil temas y escuchábamos buena música, rara vez íbamos a los centros comerciales; nos gustaba sentarnos en la banca de algún parque y mirar a los turistas, que deambulaban por la calle. Una vez, se acercaron dos policías; pensé que venían a pedirme el pasaporte, pero nos saludaron y se sentaron en la banca del lado. 77 Siempre traté de emular la imagen de Tony, pues los únicos documentos que poseía, aparte de mi licencia de manejo, eran los suyos; por suerte, nunca llegaron a pedirme; pero, por seguridad, mientras andaba en la calle, los traía conmigo. De regreso al barco, veíamos la televisión en el comedor y, cuando Henry se quedaba dormido, planificábamos el trabajo del día siguiente, luego… si no sentíamos mucho cansancio, charlábamos un rato; una vez estuvimos hablando de Tony y Erika me preguntó: –¿Cuándo vas a rescatar ese dinero del banco?... y añadió–: Yo hace unos días hablé con una amiga que trabaja allí y dijo que estaría encantada en ayudarme. –Yo me quedé pensativo y le dije: –Mañana, después del trabajo, hazme acuerdo para planificar, cómo lo hacemos. Al día siguiente, después del almuerzo, en cuanto regresé a mi cuarto, cogí la mochila que no la había tocado desde hace mucho tiempo; llamé a Erika y sacamos, entre otras cosas, la bolsa de cuero que estaba en un bolsillo secreto; allí, estaba, también, ese papel que Tony me entregó antes de morir, iba a botarlo al tacho de basura, pero Erika me dijo: –¿Qué es ese papel? –Le conté la historia y dijo–: trae para guardarlo, lo miró, una y otra vez, murmurando–: ¡no entiendo… nada!. No sé qué tipo de jeroglíficos sean, pero como uno nunca sabe, guardémoslo, pueda que, algún día desocupado nos dediquemos a interpretarlo. La bolsa de cuero contenía un grupo de diamantes… yo, alguna vez, ya los había visto, pero como me traían feos recuerdos, los guardé. Erika los miró detenidamente y dijo: 78 –Son bellos… pero no tengo idea de su valor. Tomó tres de ellos y dijo: –Si quieres, esta tarde voy a la ciudad y puedo averiguar su valor –No hay problema. –le dije– si puedes de una vez negociarlos… ¡hazlo! porque el dinero del banco, mejor lo dejamos para después. Ofreció a tres compradores y vendió al mejor postor, todo el grupo de brillantes en $30.000 dólares. 11 Llegó la mejor temporada del año para la pesca, todos los días eran de mucho trabajo, casi no teníamos tiempo para descansar. Según mis cálculos, debíamos juntar una determinada cantidad de dinero para cubrir las cuotas del banco, alguna cartera vencida, los intereses atrasados y una cantidad adicional como capital de gastos cuotidianos, de operación y jornales. La comercialización era fácil; los compradores venían al lugar de trabajo y, luego de pesar el producto, nos dejaban el cheque como pago por lo entregado, más una cantidad como anticipo por la pesca de la siguiente jornada; dejaban, también, los envases y el hielo necesario para mantener el nuevo producto fresco. A pesar de las dificultades que, diariamente, se presentaban en la pesca y que debíamos solucionarlas sobre la marcha; salimos muy bien… ¡Claro que estábamos 79 agotados!… A veces, no teníamos tiempo de comer ni de dormir. El dinero obtenido nos alcanzó para cancelar todas las deudas pendientes y quedamos con una muy buena reserva. Después de un día de descanso, hice un rápido balance; Erika estaba feliz con los resultados. Me dio un abrazo muy fuerte y dijo: –¡Gracias¡… Además de ser mi buena estrella, has sido un trabajador incansable, a nadie he visto organizar con tanta eficiencia a los pescadores; los invitabas a esforzarse más con el ejemplo, que con las palabras o gritos, como lo hacen otros; y sin necesidad de levantar la voz… ¡Los tenías siempre activos! –No tienes porqué… si bien hemos trabajado muy duro, creo que yo, más bien lo he disfrutado; estando a tu lado el trabajo se convierte en distracción y gracias por el comentario tan edificante… es un incentivo extraordinario. Dentro del presupuesto, había una cantidad que correspondía a gastos de la casa; todas las semanas teníamos que comprar la comida y uno que otro implemento para la pesca. Un día de esos, mientras caminábamos distraídamente buscando un almacén para comprar una de estas cosas, escuché, a mis espaldas, una voz conocida que me llamaba por mi nombre. Di la vuelta, sorprendido, y me encontré con un amigo llamado Carlos, quien me abrió sus brazos, invitándome a un afectuoso saludo. Un poco sorprendido, yo, espontáneamente abrí los míos y nos dimos un cálido abrazo. El había sido mi compañero en el colegio y siempre fue un buen amigo; inmediatamente, le presenté a Erika y nos pusimos a conversar; los dos teníamos muchas cosas de que hablar y estábamos obstruyendo el paso de los transeúntes. Entonces, le invitamos a tomar un café para estar más cómodos, así que nos fuimos a un lugar cercano, que era acogedor y muy bonito. 80 Carlos hablaba perfectamente el inglés y a Erika le cayó muy bien. Me contó que se había graduado en leyes y que ejercía su profesión como penalista. Ahora mismo, había venido a hacer firmar unos documentos legales, a una señora que vivía aquí en Nueva Orleáns. Erika tenía que hacer unas gestiones, con mucha cultura se despidió de Carlos y nos dejó solos. Después de conversar de diferentes tópicos, entre los que estaban algunos propios de nuestra edad, me preguntó: ¿Qué haces aquí para divertirte? Recomiéndame algún lugar bonito. –Estoy trabajando en un barco pesquero y, perdóname, pero estos últimos meses no he salido para nada, así que no sé de la vida mundana de esta ciudad. –¿Qué?… no me digas que te casaste con la gringuita. –Sentí que me puse rojo; y le dije: –¡No lo he pensado todavía, creo que es muy prematuro hablar de matrimonio. –¡Bueno!... si algún día lo haces, no estaría nada mal, porque es muy guapa y se la ve… ¡toda una señora! –me dijo. –¡Déjate de especular el futuro! –le dije riendo –Hombre dicen que cuando uno vive lejos, la compañía de una mujer es lo mejor, especialmente, si alguien está triste como pareces estarlo tú. –Me miró detenidamente y añadió–: Será mejor que me cuentes lo que te pasa porque antes no eras así… dicen que las penas compartidas son más livianas; además, nunca se 81 sabe, a lo mejor, puedo servirte en algo. –Carlos, debo decirte que has dado en el clavo; en verdad, me han pasado una serie de cosas y, quisiera ver si es posible que me ayudaras a resolverlas… –Encantado –me respondió– ¡adelante… dime de qué se trata! –Cambió rápidamente su personalidad y ante mí estaba el abogado, con el seño adusto como el de un juez… sólo le faltaron el escritorio y los lentes. Yo me sonreí al verlo, pero en el fondo de mi corazón lo aprecié y, asumí, también, mi papel de cliente. Me escuchó con la paciencia de un confesor, sin interrumpirme ni una sola vez, toda mi aventura desde que salí de Cuenca hasta hoy. Quedó un momento pensativo… luego me dijo: –Lo primero que tenemos que hacer es restituir tu identidad entre los seres vivos… –me miró interrogante y continuó: –En segundo lugar, me ocuparé de los bienes de tu padre, no sé en que situación quedaría eso; debe estar el asunto un poco difícil; pero para una buena causa… un buen abogado y ese soy yo. Disculpa si parezco vanidoso, pero el abogado es como un luchador; uno debe estar convencido que es el mejor, especialmente, en este caso, que se trata de mi amigo; solamente, tienes que darme una copia de cualquier documento que tengas y todos los datos de tus finados padres. –No hay problema –le respondí– Saqué de mi agenda el permiso de conducir, que fue el único documento que se había salvado porque había estado en la mochila; además, llené un papel con todo lo que me pedía. –Con esto, es suficiente, el resto déjalo de mi cuenta –me dijo. 82 Nos despedimos con un abrazo cariñoso y fraterno. –Puedes llamarme después de unos días –me dijo– yo te informaré sobre los resultados de la gestión. 12 Un día, mientras almorzaba, recibí la llamada de mi amigo Carlos; me comunicaba que el problema de mi identidad había sido totalmente resuelto y que me había enviado todos los documentos necesarios para que pueda viajar, ya que el trámite de mis herencias no podía concluir si yo no estaba presente; era un requisito que lo exigía el notario, además, necesitaba mi firma. Le conté a Erika todo lo que Carlos me había informado; estuvimos felices de que todo saliera bien y, con esa mirada dulce y aduladora me dijo: –¿Cuándo nos vamos? –Sonreí y pensé… ¿Por qué no?... –Déjame programarlo –le dije– en unos días te aviso. Erika tenía una casa… estaba ubicada en una zona lejos del muelle, en el otro extremo de la ciudad, a orillas de uno de los esteros del Mississipi; era un lugar donde el huracán Katrina no hizo mucho daño; muy cerca, había un astillero donde anualmente realizaban los pescadores el manteniendo y reparación de los botes. Cuando vino el ciclón, perdieron solamente uno de ellos, porque los otros los estaba reparando, 83 su difunto esposo. Claro que el tremendo impacto de las olas los dejó maltrechos, pero reparables. Varias veces, Erika, me había invitado a conocerla; yo no lo acepté porque debía arreglar primero algunas cosas pendientes de la contabilidad; un día, concluido el trabajo, le dije: –Si no tienes otra ocupación, podemos ir a tu casa. El lugar era muy acogedor, el paisaje nos ofrecía el deleite de contemplar el río, los pastizales y muchos árboles; la casa tenía un amplio terreno a su alrededor y una fachada elegante, parecida a otras casas de campo, tipo americano. Era de una sola planta; tenía la cochera que servía de bodega; el vestíbulo, la puerta de calle, un jardín delantero con el césped descuidado, una callejuela de cemento dividía a este gramado y servía de acceso a la casa. En el patio posterior, había tres hermosos árboles de naranja; un cobertizo con dos enormes tanques plásticos de color negro llenos de hojas; más allá, la infraestructura de un fogón y la parrilla donde algún día hicieron un asado; ahora solo quedaban las cenizas y unos pedazos fríos de carbón, como mudos testigos de lo que fue un hogar lleno de amor. Adentro, cuidadosamente, decorados, la sala, el comedor, la cocina y tres dormitorios. El mobiliario, sin ser de los más caros, era de buen gusto. Yo me sentía mal… y no por tratarse de la casa donde vivió Erica con su marido, sino porqué toda mi vida, cuando miraba una casa vieja como esta, me invadía la tristeza; tenía la impresión de estar hollando, con mi presencia, el sepulcro de un conjunto de ilusiones muertas. Cada silla, cada mesa, en fin, cada detalle, era el componente de un todo llamado hogar que, por alguna circunstancia, se lo llevó el viento y el olvido. Erika, muy perspicaz, al verme pensativo me sirvió un trago diciendo: 84 –¡Marco!... tú eres lo mejor que he tenido en mi vida… Dio un suspiro y mirando la casa añadió–: todo esto pertenece a un pasado en el que jamás fui feliz –me dio un prolongado beso y dijo: –¡Sé práctico!... Estamos aquí, somos jóvenes, nos gustamos, nos queremos. ¿Qué más quieres de la vida? Yo la quedé mirando por un momento, diciendo para mis adentros: ¿estaré demostrando mis celos? Pero ella rodeándome nuevamente con sus brazos, insistió: –¡Por favor, quita ya esa mirada interrogante! Sé que no debo hablar de mi pasado y no me obligues a hacerlo; lo único que puedo decirte es que… ¡contigo conocí la felicidad! Di un suspiro de alivio y comenté: –¡Despreocúpate!... con lo que has dicho lo entiendo todo y eso me hace también muy feliz. –Luego para cambiar la conversación dije–: ¡es una casa muy bonita!… claro, cualquier lugar es hermoso si estoy contigo. Erika, había tenido la prolijidad y sutileza de archivar todo lo que de una forma u otra, pudiera hacerme sentir mal. En el patio, junto a los árboles de naranja, estaban colgadas dos hamacas, yo me recosté en una de ellas y Erika vino a acostarse conmigo; pero no estuvimos ni un minuto porque se arrancó la cuerda y caímos sobre el pasto, la caída fue suave; los dos reímos, pero el percance no amedrentó nuestro propósito, por el contrario, ella se acurrucó en mi regazo y yo, con mi brazo derecho, envolví su cuello y con los dedos acariciaba su mejilla, mientras mirábamos cómo se iba encapotando el cielo. –¡Qué hermosa es la vida cuando florece el amor! –dijo Erika mientras acostada, en mi hombro, acariciaba los vellos de mi brazo; luego, añadió con espontánea coquetería–: 85 ¡me encanta cómo eres! Y me gustan tus brazos porque dentro de ellos me siento segura. Sí… ¡Quisiera que estos momentos no terminen nunca!... ¡Eres una maravilla! Admiro muchas cosas de ti, eres una mujer muy tierna y cariñosa, más linda que las flores; tienes en tu mirada una paz infinita, en tu sonrisa, luz y, en tu voz, hay música. –¡Gracias por esas palabras tan bonitas! –me dijo y calló mi discurso con un beso; casi perdemos el aliento… luego se retiró un poco y dijo–: ahora sí continúa. –Ya me olvidé… ¡Ah!... Quería decirte, también, que admiro en ti la entereza; nunca pierdes la compostura y la serenidad; tienes la virtud de apagar el volcán de mi mal carácter antes de que erupcione; empleas esas palabras sencillas pero mágicas, que me desarman: ¡Marco… tranquilízate! ¡Marco!... vete a dormir un momento, debes estar cansado para actuar así. Créeme que yo pensaba, hasta hace poco, que era un hombre tranquilo, pero tú me hiciste notar que, como buen cuencano, soy muy impaciente. Una pertinaz llovizna nos animó a entrar rápido en la casa; vimos la televisión, tomamos un café, luego, un trago e hicimos una siesta, donde el amor fue el mejor plato del día. Estuvimos esperando que dejara de llover hasta muy tarde, al fin, amainó el temporal y regresamos al barco. El día siguiente, era jueves y habíamos quedado en ir al banco a rescatar el dinero de Tony. Me arreglé el pelo y la barba tratando de emular su imagen. Erika, al mirarme, lanzó un silbido de admiración y dijo: –¡Creo que el tal Tony ha estado mejor! –nos reímos festejando su ocurrencia. Previamente, realizamos en el centro algunas compras, que nos ocuparon más de lo esperado; pero que sirvieron para aplacar un poco mis nervios; estaba tan estresado que me 86 parecía que iba a dar un examen final en la universidad y que no había estudiado lo suficiente. Hubiera postergado la gestión, pero Erika, mirándome a los ojos como a un muchacho, me dijo mucho sin pronunciar una palabra; no pude resistirme más y nos dirigimos al banco. Esa gaveta de Tony parecía una caja de Pandora. Un rápido vistazo fue suficiente para darme cuenta de la cantidad de papeles que tenía, además de los billetes… casi no caben en mi maletín. Tratando de parecer lo más normal posible, salí del banco con la frente en alto, pero con paso inseguro por una mal fingida tranquilidad; pensaba que todos los presentes, me estaban observando. En el vestíbulo, me esperaba Erika, quien me tomó del brazo diciéndome: –¿Ves que todo ha salido bien? –Sin importarle la gente que pasaba por nuestro lado, totalmente desinhibida de los prejuicios, se empinó sobre sus zapatos y me dio un beso diciendo–: Eres el caballero más lindo del mundo y el hombre más valiente que he conocido. Con este cumplido, me olvidé que podía existir siquiera… la palabra “miedo”. Tony resultó ser un personaje de mil facetas y mil nombres; tenía una colección de pasaportes; había papeles en varios idiomas que no los podíamos entender; en una libreta, que parecía un diario, nos informamos que había estado en Rusia, Alemania, Japón, India, Pakistán, Libia, etc. El cuento de que era un revolucionario había sido una de sus innumerables actividades. Tenía un diploma firmado por el mismo Moammar al-­‐Gaddafi; por haber recibido un curso completo de instrucción militar, en la especialidad de explosivos. 87 Fue espía y mentalizador de varios movimientos anarquistas en todo el mundo. En Sudamérica había estado en Bolivia, Perú, Ecuador, Colombia y Chile. Un manuscrito, sin concluir, hablaba del daño que provocaban las intervenciones imperialistas de los países del primer mundo en Sudamérica. En EEUU, se encontraba fichado por la CIA por pertenecer a los movimientos revolucionarios negros, seguidores de Martín Luther king. En Centroamérica, apoyó a los grupos insurgentes, que combatían las dictaduras financiadas y promovidas por la USA. Pertenecía, además, a una organización mundial de mercenarios, donde Tony era uno de los reclutadores. Encontramos la fotocopia de un carné, donde decía pertenecer a un grupo de mensajeros secretos a favor de las grandes causas, dado en Palestina por Ahmed Yassin, jefe del grupo Hamás. Cada papel que leíamos nos dejaba perplejos. En dinero, no solo había los 250.000 dólares de los que Tony me hablara en el barco, sino que, además, aparecieron documentos, por aproximadamente, 600.000 dólares canjeables en la bolsa de valores. Según los recibos y facturas, por sus manos pasaron millones de dólares. Erika ordenó estos documentos con mucha prolijidad y los puso en un lugar seguro. Yo no sabía qué pensar… ¿Cómo era posible que un hombre de esas características, haya tenido que morir como una rata, en el oscuro rincón de un inmundo camarote? Había transcurrido tres días desde que pusimos a buen recaudo las cosas de Tony. No me quedaron ganas de 88 vestirme o de parecerme en nada a él. En la mañana, Erika salió con Toca, quien acompañaría a Henry al cumpleaños de un amigo. Antes de irse, vino hacia mí y me dijo: –Yo regreso en un momento; si tú necesitas salir, deja la llave en el escondite de siempre. –Me dio un beso y se fue. Después de ordenar algunas cosas en el escritorio y pasar los últimos datos a la computadora, salí yo, también, al centro. Eran, aproximadamente, las cinco de la tarde; como era costumbre, pasé por una tienda que quedaba cerca del muelle; compré: leche, pan y queso para el desayuno. Cuando llegué al bote, algo me pareció raro… miré por los alrededores, todo parecía normal. En el lejano horizonte, el sol vespertino había perdido su incandescente brillo, tornándose rojizo con arreboles purpúreos, que se filtraban a través de las nubes como sables de luz; iba a detenerme y admirar ese espectáculo que me brindaba la naturaleza, pero el hálito de la brisa trajo a mis oídos un extraño murmullo y, el sexto sentido me advirtió el peligro. Avancé con todo sigilo; tomé un trozo de madera para defenderme porque presentí que no estaba solo; en cuanto pisé la cubierta, me detuve y decidí regresar a pedir ayuda; pero no tuve tiempo, sentí un objeto duro detrás de mi cabeza y alguien me dijo: –¡No te muevas!... por un instante me quedé quieto, pero reaccioné con un rápido movimiento; sabía algo de defensa personal… y pensé sorprender a mi enemigo… Estuvimos luchando por un minuto, pero un golpe en la cabeza con el cañón de una pistola me dejó fuera de combate. Nunca me habían pegado tan fuerte; quise seguir de pie, pero las piernas no resistieron el peso de mi cuerpo y me desplomé como un árbol. 89 Un balde de agua fría en la cara me devolvió el conocimiento… miraba los objetos borrosos. Un pequeño grupo de siluetas fue tomando, poco a poco, su forma real; no me cabía la menor duda, había sido asaltado por este grupo de ladrones; uno de ellos, me dijo: –No te queremos matar, así que pórtate bien, colabora con nosotros y te dejaremos con vida. Me sentaron en una silla y ataron mis manos contra un pilar del bote, empleando una cuerda de nylon; no podía moverme porque al intentarlo, me dolían las muñecas. Erika estaba en otra silla amarrada igual que yo, con sus manos hacia delante, parece que tenía algo de movilidad; pero, tampoco, tenía idea de lo que pasaba; igual que yo, debió pensar que eran ladrones; quise avanzar hacia ella, pero las ataduras y un bofetón con mano abierta en la mejilla, me dejaron quieto. Mirando a uno de ellos dije: –Si es dinero lo que buscan, no hay problema… ¡podemos llegar a un acuerdo! Eran cuatro individuos y todos se rieron al mismo tiempo. Uno de ellos que parecía ser el jefe me dijo: –¡No somos ladrones!... se acercó e iluminándome la cara con una lámpara; fijó su mirada en las diferentes partes de mi rostro, como si tratara de reconocer en él, a otro individuo… Por unos instantes, se mostró indeciso; luego añadió: –Definitivamente no eres Tony, Carlos, Albert o como diablos te diría que se llama. ¡Tony!… repitió Erika involuntariamente. –El hombre, al escucharla, la miró socarronamente y comentó: –¡Creo que estamos en buen camino! –encarándome con fiereza, dijo, con voz grave e imperativa–: ¿Dónde está 90 Tony? –¿De qué Tony me hablas? –le dije– dándome un poco de tiempo para ordenar las ideas. Hizo un momento de silencio, mientras se paseaba alrededor de la silla; luego, como un águila sobre su presa, dio un salto hacia mí, diciendo: –¡Se agotó mi paciencia! –y, agarrándome del pelo con una mano, me dio cachetadas con la otra hasta que sangraba profusamente por la nariz y la boca; con voz jadeante por el cansancio y la rabia, añadió: –¡No quiero maltratarte!... solamente dime ¿dónde está Tony? Escupí la sangre que brotaba dentro de mi boca, quería serenarme un poco para poder hablar; era presa de un ataque de indignación; nunca había sido vapuleado de esa manera; al fin, logré controlarme y dije: –¡Tony está muerto! –esta vez, no sé con qué me asestaron un nuevo golpe en la cabeza, fue tan contundente como el primero, casi pierdo nuevamente el conocimiento. Uno de ellos, que usaba una barba al estilo árabe, dijo: –Sabemos que estás relacionado con Tony porque lo hemos estado esperando mucho tiempo en la puerta del banco, para ver si se acercaba a retirar sus documentos; uno de los nuestros es empleado de ese banco y su informe dice que tú retiraste los papeles de Tony. Aunque parezca irónico, estamos listos a dar nuestra vida por el bien de los demás; no somos vulgares asaltantes ni ladrones; mis compañeros ya te dijeron que no queremos dinero, somos soldados de una noble causa; no martirizamos a nadie sin motivo; solamente deseamos saber ¿dónde está Tony? 91 Me quedé callado, pensé decirles cualquier cosa para salir del apuro, pero la mentira no va conmigo y añadí nuevamente: –¡Tony está muerto!... A continuación les hice una breve síntesis de todo lo sucedido en el barco, aunque me escucharon con atención, no me creyeron ni una palabra; pensaron que era una treta mía para despistarlos. En la misma silla a la que me habían atado, me llevaron a la cubierta, arrastrándome como a un delincuente; antes de salir, miré a Erika y no sé si vi bien, pero me hizo un guiño de complicidad, yo lo interpreté como una vaga señal de esperanza. Cuando llegamos, me colocaron en el lado posterior del barco; me colgaron de los pies en la polea que se utiliza para recoger la pesca; a uno de ellos que lo llamaban Hércules, el jefe le dijo: –Aquí está la oportunidad que me estabas pidiendo hace unos días. –¡Gracias jefe! –dijo Hércules– Lentamente tomó un látigo, después de humedecer su mano con un sonoro escupitajo procedió a azotarme; los trallazos de las correas me dejaban sendos surcos de sangre en mi espalda y el dolor, cada vez, se volvía más insoportable; inicialmente, me había hecho el propósito de no quejarme y resistir en silencio, pero ante semejante castigo, no podía callar. El famoso Hércules parecía complacerse con mi dolor y mientras más me quejaba, más duro me azotaba; cuando creían que iba perder el conocimiento, me bajaban con la cuerda hasta sumergirme por algunos segundos en el agua del mar; yo, algún día fui bueno para bucear, pero estos desgraciados querían hacer explotar mis pulmones. Yo, tragaba agua hasta perder el aliento. Cada vez que salía a la superficie, me repetían la misma pregunta: ¿Dónde está Tony? No sé cuánto tiempo había pasado en este 92 martirio, pero me dieron un descanso… Quizás, por estrategia o para que no me desmaye. Entonces, les dije: –¡Créanme por favor!... Aunque parezca inverosímil, les estoy diciendo la verdad!... ¿Por qué no averiguan a la policía? ellos deben tener su cadáver en algún lado. Hicieron caso omiso de mis súplicas y siguieron dándome con el látigo y sumergiéndome en el agua; el dolor producido por los azotes era insoportable; el cuerpo se estremecía y mis quejidos se intensificaban como un vano mecanismo de defensa, ante semejante castigo; tal era el dolor que, en un momento dado, perdí la sensibilidad y escuchaba los ruidos, cada vez, más lejanos, creí que me iba a morir… Cesaron los latigazos, muy confusamente escuché que le decían a Hércules que descanse; entonces, haciendo acopio de las pocas fuerzas que me quedaban, les pregunté si querían los papeles o el dinero de Tony, pero se rieron y uno de ellos me dijo: –Lo que buscamos es algo mucho más importante que tú y Tony juntos; él debió entregarnos hace meses. Tenía el cuerpo hecho jirones por tanto azote y sangraba por todo lado; ellos festejaban mi suplicio con risas y comentarios… de pronto se callaron misteriosamente… Pensé que me iban a matar… Con gran esfuerzo abrí los ojos que estaban anegados en sangre y agua salada y me sorprendí también; Erika había logrado zafarse de la cuerda que la tenía aprisionada y, tambaleante, traía en sus manos un papel que lo entregó al que hacía de jefe. Era ese papel lleno de jeroglíficos que Tony me entregó antes de morir. El hombre lo tomó y miró una y otra vez, luego, dijo: 93 –Aquí esta todo lo que necesitamos, recojan sus cosas que nos vamos. Hércules se acercó con una cara muy seria y me dijo: –¡Disculpa hermano!... Pero con ese papel ya no necesitamos de ti. Yo me quedé estupefacto, pensé que me iba a matar, quise zafarme de las ataduras, para vender cara mi vida y luchar hasta el último momento… pero no lo conseguí. El jefe se acercó caminando con altivez… Se sentía satisfecho por haber conseguido su propósito y me dijo con tono amigable y conciliador: –Has soportado con estoicismo este pequeño martirio. Eres un hombre valiente, ya quisiera tener en mi grupo gente como tú. –Hizo una mueca con su boca, mordiéndose el labio inferior y añadió–: nuestras causas son grandes y ante ellas… ni tu vida, ni la nuestra no valen nada; esta vez fue contigo, disculpa el contratiempo. Miraron a Erika, iban a decirle algo, pero se fueron… sin molestarse en bajarme. Erika tomó el cabo y me bajó poco a poco, por suerte, ninguna de las heridas que tenía, eran graves… pero todo mi cuerpo estaba lleno de laceraciones y golpes, no tenía ni un solo espacio sano. Ella, con sus limitadas fuerzas, trataba de llevarme hasta la cama, mientras yo luchaba por mantenerme despierto y no perder mi conciencia. 13 94 Después de un par de semanas, de estos acontecimientos, me sentí totalmente sano gracias a la cariñosa y abnegada atención de Erika. Estaba feliz… me había librado una vez más de morir; mi cuerpo presentaba mil cicatrices, pero había resistido muy bien a la evolución de la enfermedad y estaba listo para seguir trabajando. Al comienzo, teníamos temor de que podían regresar en cualquier momento; vivíamos a la defensiva; por las noches no lográbamos conciliar el sueño, cualquier ruido extraño nos ponía en alerta; andábamos con los nervios de punta; entonces, Erika dijo: –Esto no debe continuar así y contrató a un guardia armado que nos acompañara día y noche; pero nunca volvieron y, poco a poco, nos fuimos olvidando del asunto. Quedé gratamente impresionado del comportamiento de Erika durante el asalto, estuvo dispuesta a jugarse la vida por salvar la mía; muy dentro de mi corazón, se cristalizaba un sentimiento de gratitud, que no lo había experimentado antes, pero que me hacía inmensamente feliz. Regalar un ramo de flores es un detalle de afecto; decir “te quiero” es una expresión de ternura; pero, ofrendar la vida por el ser amado, es un acto sublime de amor. Erika no era ni muy adulona, ni indiferente en sus manifestaciones afectivas, era más bien tranquila y encantadora; nunca me hostigaba con mimos superfluos; me llamaba por mi nombre sin ningún epíteto ni diminutivo; tenía un tiempo para todo, no mezclaba las cosas; el momento para el amor y la ternura era generalmente en la noche, cuando habíamos concluido todas las faenas. Para olvidar nuestras preocupaciones, nos dedicamos a trabajar; teníamos que dejar arregladas todas las cosas pendientes para poder viajar a Cuenca. 95 Los días siguientes fueron de mucho ajetreo, casi no teníamos tiempo para almorzar. Toca y yo debíamos hacer el mantenimiento de los barcos y Erika se ocupaba en conseguir los repuestos; por la noche, después de la faena diaria y un escrupuloso baño, me recostaba en la cama para ver algo de televisión, pero no podía prescindir de Henry, quien, generalmente, venía con su acostumbrado reclamo: -­‐¡Marco, levántate que no tengo con quién jugar! En Cuenca, con raras excepciones, somos muy paternales; a mí siempre me han gustado los niños y, Henry me parecía el niño más dulce que había conocido. Era un hombrecito en capullo, se parecía mucho a su madre. Yo disfrutaba de sus inocentes ocurrencias; me despertaba mucha ternura y siempre estaba presto para jugar con él hasta que se dormía en mis brazos. Erika, a veces, me reclamaba diciendo: –Lo consientes demasiado y va a sufrir, cuando tengas que ausentarte por alguna circunstancia. Desde que nos asaltaron, dejamos de salir por las noches; más bien, nos sentábamos en cubierta y a la tenue luz de la luna, tomábamos una cerveza, mirando los lejanos y titilantes faroles de la ciudad; pero, esta vez, en particular; debido a una pequeña llovizna, nos fuimos a mi cuarto; hablamos de mil cosas; habíamos tomado algunas cervezas. De pronto Erika dijo: –¡Qué hermosos que son, a veces, los caminos de la vida! Mira, sin pretensión alguna, nuestras almas se han juntado, empujadas, talvez, por la soledad y, sin mayor problema, hemos comenzado a labrar un futuro. Yo quedé un poco confundido con su comentario y le dije: -­‐¿Crees tú que lo nuestro sea verdadero o es como tu dices fruto de una desesperada soledad? 96 –¡Explícate! –me contestó… Me quedé un momento pensativo y para mis adentros me dije, estoy entendiendo bien, o aquí el único enamorado soy yo… ¡Lo voy a comprobar! Levanté la mirada y comenté: –Sí… hemos sido felices; pero nunca nos preguntamos, si estamos juntos por las circunstancias, porque, simplemente nos necesitamos o porque realmente hay un poco de amor. Se puso muy seria… –me miró largamente y dijo–: las mujeres no necesitamos tanta prueba; solamente queremos y punto; yo, de mi parte, siempre he estado segura de ello; pensé que tú también lo estabas, pero si te cabe todavía, alguna duda ... ¡Vé tú solo a tu Cuenca y que seas feliz!... Se levantó y salió cerrando la puerta con tanta fuerza, que se estremeció todo el cuarto. Yo no esperaba una reacción tan drástica; tenía ganas de ir tras ella, pero conocía muy bien su carácter, como para tomar ese riesgo; me quedé mudo y estupefacto. Tomé un poco de aire no sé si por la angustia o porque sencillamente daba un suspiro. Una vez más en la vida, estaba siendo víctima de la incomprensión como, muchas veces, me había sucedido con Jorge. Nunca me ha gustado estar en desacuerdo con nadie, ni siquiera por un día… ¡Me siento mal! A mi hermano, a pesar de que era un hombre imposible de comprender, lo buscaba para hacer las paces, pero desgraciadamente, siempre fui rechazado y tuve que resignarme. Con Erika todo era diferente, no podía asimilar ni comprender lo ocurrido; hubiera querido tener una grabadora para hacerla escuchar lo que ella dijo… Sí… fue ella quien comenzó con el tema de que estábamos juntos por nuestra mutua soledad; al menos así la entendí y, en el supuesto caso, que no hubiera dicho eso y que la entendí mal, no creo que fuese un motivo tan grande, como para que reaccionara de esa forma… ¿o sí? 97 No sé cuánto tiempo estuve dando y cavilando en el problema; pero, a medida que pasaba el tiempo, me embargaba la nostalgia y lo que al comienzo parecía una discusión baladí, poco a poco, fue tomando cuerpo y los argumentos a mi favor se iban debilitando con la angustia y la tristeza. Un nudo en la garganta me impedía respirar. El día que hasta hace unos minutos había sido espléndido y lleno de buenos acontecimientos, de pronto, se puso triste; negros nubarrones obscurecieron el firmamento de mi alma; toda la vida me había sentido mal cuando alguien me daba la espalda; pero esto me hizo estremecer de impotencia y desesperación. Seguí pensando en lo que había dicho y, claro, cuando de por medio está el amor, ella siempre tiene la razón; muchas veces, en la vida no se debe entender lo que dicen textualmente las palabras, sino lo que las personas tratan de decirnos; yo sabía que Erika si me hubiera querido decir “que no me quiere”, lo hubiera hecho directamente y sin subterfugios. ¡Qué tonto fui! Creo que me había expresado totalmente mal; yo solo quería que ella me confirmara su amor, como en tantas oportunidades lo había hecho; pero no me resultó; con seguridad, esta vez, no usé las palabras adecuadas o quien sabe… Yo nunca dudé de mi amor por ella… alguna vez, sí me hice un cuestionamiento… pero eso debe ser normal, además… lo hice mentalmente. Recordé a mi padre que entre sus consejos me decía: –Si estás cerca de una mujer nunca pienses nada en su contra, porque te leen el pensamiento; no midas en una mujer sus palabras sino sus obras y, si algún día tratas de comprenderlas… ¡estás muerto! Una de las cosas que las hace más atractivas es eso; siempre cuidarán su espacio misterioso y el hombre pasará su vida tratando de descubrirlo. ¿Que me pasó?… 98 ¿Por que hablé pendejadas? Dentro de todo esto, una sola verdad afloraba atormentándome como yerro candente… ¡Creo que perdí a Erika!... No me cabe la menor duda; a lo largo de este tiempo, pude comprobar que las decisiones de ella son irreversibles. Tenía la sensación de que alguien apagó la luz de mi vida; salí a cubierta y en el pasamano apoyé mis codos, mientras sostenía en las manos mis mejillas; dejé volar mis pensamientos, mientras escuchaba el suave quejido de las olas en el casco bajo de la embarcación; de pronto, una mano se posó en mi hombro; me di la vuelta y miré a Toca. ¡Qué cara tendría yo! Que él, paternalmente dijo: –¡Tranquilo Marco… tranquilo…! Fingiendo una falsa serenidad, le encomendé todas las cosas diciéndole que se haga cargo, hasta que yo regrese de la ciudad y… me fui. Caminaba como un zombi, la gente pasaba a mi alrededor como un desfile de fantasmas; en varias oportunidades, choqué con las personas; necesitaba un trago como loco; así que entré en un bar. Después de tomar algunas horas, vino un muchacho y me dijo: –Lo lamento señor pero vamos a cerrar el local. –¡Definitivamente hoy no es mi día Pensé!... –¡No hay problema!…–le dije– Pero… ¿serías tan amable en traer un par de botellas para llevármelas? –Le pasé un billete y añadí–: si lo haces quédate con el cambio. El abrió sus ojos con codicia y, cuando iba saliendo, con mucha discreción, me entregó una bolsa con las botellas, un vaso y un poco de hielo. Esa noche fue la primera de una serie de noches negras, donde el ingrediente principal fue la tristeza, a la que 99 en vano pretendía ahuyentarla con el licor. Pero… ¿qué podía hacer, si era la única forma en la que lograba dormir un poco? No tenía ganas de nada… no comía porque no tenía apetito; mi estado de ánimo estaba por los suelos; no era un fumador, pero me acostaba en la hamaca a ver pasar las horas, llenando los ceniceros con colillas… con la vaga esperanza de que Erika regresara. Tenía comprado el ticket de viaje para después de unos días. Definitivamente me convencí de que no volvería a ver otra vez a Erika y esto me llenaba de tristeza; un día llegó linda y elegante como siempre, la saludé y quise empezar una disculpa, pero ella me calló diciendo: –Vengo a agradecerte todo lo que has hecho por mí. Tus cosas están en el camarote, si necesitas algo me avisas a través de Toca. –Se dio la vuelta y se fue sin darme la oportunidad de decir ni una palabra. Un día, cansado de esperar, pensé que lo más correcto era irme; así que arreglé la maleta y me fui a un hotel. Hice una transferencia de todo el dinero a mi cuenta en el banco del Pacífico en Ecuador. Llamé a Erika como última tentativa, pero no me contestó. Al otro día, hablé con Carlos para que averigüe cómo debía realizar la devolución del dinero que Tony dejó para su hijo en Guayaquil. –No hay problema –me dijo– yo ubicaré a esta señora y te ofrezco tener todo listo cuando llegues, es más, personalmente, te estaré esperando para acompañarte en la gestión, ya sabes, estas cosas hay que hacerlas con todos los requisitos de la ley. Emprendí el viaje al Ecuador, enajenado como un sonámbulo; no sé cómo hice los trámites, pero, al fin… llegué a Guayaquil; eran las once de la noche, Carlos cumplió su 100 promesa, me llevó, en su carro, a un hotel cerca del aeropuerto. Al día siguiente, después del desayuno, Carlos me llamó… Había concertado una cita con el abogado de la familia Hanna para el mediodía. Ante un juez y, sin prescindir de ningún detalle legal, quedó todo arreglado, asegurándome de que el dinero sería administrado por el padre de Anabell; él se haría cargo de los gastos de la educación del pequeño Tony. Carlos había hecho algunas averiguaciones respecto a la moral y economía de esta familia; el padre era un hombre muy conocido en la ciudad, con una moral y solvencia económica excelentes; Anabell, al no saber de Tony, se había casado con un caballero de la burguesía guayaquileña. Con estos informes, yo quedé satisfecho… Y, la promesa, hecha a mi amigo, estaba concluida, mejor de lo que esperaba. Con discreción y sin mucho comentario, nos despedimos; el señor Hanna nos acompañó hasta la calle; me agradeció por la gestión realizada, poniéndome paternalmente su mano en mi hombro, dijo: –Marco sé que no ha de necesitar de mí, pero, si algún día viene a Guayaquil y le puedo servir en algo, estaré muy complacido en hacerlo. –me dio un apretón de manos, poniendo una vez más su hospitalidad a mis órdenes y, entregándome una tarjeta con su dirección. Yo no estaba con buen estado de ánimo para cumplidos, sin embargo, retribuí con cultura, sus atenciones. 14 101 ¡Llegué a Cuenca!… la emoción que sentí al pisar esta bendita tierra es algo indescriptible; no sabía si gritar, correr, saltar, reír o llorar; creo que opté por esta última alternativa; sin ningún reparo me arrodillé para besar ese pequeño trozo de suelo que me vio nacer; la gente que bajaba del avión detrás de mí, no se escandalizó, todo lo contrario… su aplauso fue unánime y espontáneo; todo estaba en su sitio: en el horizonte cercano se levantaba la cordillera que ha servido como cerco a este hermoso valle por miles de años, donde al son del murmullo de sus ríos cantan los prados con su verdor; cantan los pájaros en su trinar matutino, canta el paisaje dándome la bienvenida, cantan los vientos sobre los árboles de eucalipto, canta la inocencia de los niños en el bullicio de las escuelas, canta la gente con su dialecto y tradicional espíritu hospitalario, en fin, canta el maletero y el taxista al preguntarme ¿a dónde le llevo… señor? ¡Esta es mi Cuenca y no lo cambiaría por nada! Allí estaba todo lo que tanto había añorado día a día: el clima fresco, los saludos, los ojos curiosos y los comentarios, los ríos, los parques, las iglesias, las viejas casas coloniales y los amigos; parecía que estaba soñando, pero era realidad… ¡Al fin, en Cuenca!... Que diferente hubiera sido todo esto con Erika… ¡Otra vez su recuerdo!... Por momentos, tenía una muda rebeldía, ¿Cómo es posible que esta mujer se haya metido tanto en mi corazón, que no me dejaba ni un momento de paz? ¡Todo era tan lindo! Pero… parece que le faltaba color. Había soñado llegar con ella y hacer mil cosas: comer los platos típicos, visitar a mis amigos, irme de compras, organizar una excursión a las lagunas de El Cajas, etc. ¡Qué triste!… no vino! Y, ahora, tendría que olvidarla. No había pasado todavía ni una hora desde mi 102 llegada y… ¡cosa extraña!… lo único que sentía era unas ganas inmensas de regresarme a EEUU a ver a Erika. Con un profundo suspiro pensé: hoy no puedo, pero mañana sí… Mañana comenzaré a olvidarla. 15 Han pasado cuatro días desde que llegué a Cuenca; cuatro días que me han parecido siglos, era sábado, fecha en la que tenía planificado ir a San Miguel a ver a la familia de Juan para devolverle su dinero. Llamé a mi amigo Carlos para que me prestara un carro con el fin de realizar este viaje. Me prestó de muy buena gana y cuando me fui a retirarlo me dijo: –Trata de desocuparte lo más pronto posible, porque te espero para el almuerzo –y añadió–: creo que con un cuy y un trago, se te va a quitar esa cara triste. Le agradecí su invitación y le pregunté si no quería acompañarme, pero me dijo: -­‐Sabes que no puedo, tengo un compromiso; pero tranquilízate, anda y has tu gestión. –Me guiñó el ojo con picardía y añadió–: ¡Alégrate hombre!… Prometo que hoy te voy a presentar a la mujer más hermosa que haya existido en tu vida, ella te va a hacer olvidar todas las penas. Ante la euforia de mi amigo, terminé por sonreír, le di un apretón de manos y me fui. San Miguel era un pueblo como tantos que hay en el Azuay: una plaza, donde jugaban los niños y los perros, una iglesia, unas calles y un parque. Parecía un nido de casas 103 blancas en medio de las montañas. No me fue difícil encontrar la casa de Juan; allí estaban su esposa y los hijos; la construcción de la vivienda era muy humilde, hecha de madera y adobe. Me recibieron con mucha atención y cultura; pregunté por la familia de Miguel y de José por que tenía un mensaje para las tres familias; con ese comedimiento eufórico los niños fueron a llamarlos inmediatamente. Conocí, por fin, a la hija de Miguel, una niña muy bonita y despierta; vi que necesitaba la operación de su labio. Con una desconfiada expectativa hicieron delante de mí un semicírculo, donde no terminaban de acomodarse por la inquietud de los niños; con una mirada autoritaria, la madre de Juan los puso en orden. Una vez que se hizo el silencio, comencé diciéndoles: –Estuve con sus esposos en el barco; no sé que le dijeron a ustedes, pero la verdad es esta y les relaté, a breves rasgos, todo lo sucedido. Cuando me hube callado, intercambiaron un murmullo de comentarios, con mutuos abrazos y lloros; yo no entendía lo que decían porque hablaban en quechua, pero el llanto y la tristeza no tienen idioma y era demasiado evidente su dolor. Fingiendo una serenidad que estaba muy lejos de sentirla y aprovechando un momento en que parecían haberse tranquilizado, me dirigí a la mujer de Juan diciendo: –Antes de morir su esposo, me encargó decirle que la quería mucho… Que nunca se lo dijo directamente, porque creía que usted ya lo sabía; pensaba hacerlo en algún momento, pero la muerte no le dio la oportunidad. La señora me quedó mirando mientras las lágrimas rodaban por sus mejillas sin control. Cerca de ella estaba un niño con unos ojos negros y vivaces; al mirarlo dije: –Tú debes ser Juancho. El me dijo que sí, moviendo afirmativamente su 104 cabecita –¡Ven aquí! –el muchacho, despacio y con un poco de recelo, vino hacia mí… Me puse en cuclillas y le di un abrazo diciendo–: tu papá dijo, que le perdones por irse tan pronto y no cumplir tantas promesas que te hizo. Tú no entiendes… pero los padres tienen muchos sueños para sus hijos; él hubiera querido que seas arquitecto y por eso viajó tan lejos con el fin de juntar el suficiente dinero, para pagarte la universidad… –Hice una pausa al mirar al niño que se le llenaron los ojitos de lágrimas; le acaricié suavemente su cabello y continué–: Dijo, además, que no tengas miedo de la vida, que desde el cielo te dará su bendición todos los días hasta cuando seas grande y, si tu haces las cosas bien, podrás sacar adelante a la familia. Le di un abrazo muy apretado y esperé que terminara su llanto, que me partió el alma; repetía, entre sollozos, una y otra vez: papito… papito… ¿porque te fuiste? yo no quería la plata, yo no necesitaba ser arquitecto ni nada, solo necesitaba tu cariño y tenerte todos los días conmigo, así sea sin comer. El llanto de este hijo pequeño que había querido mucho a su padre, me conmovió tanto que en un momento dado yo estaba llorando igual que todos, abiertamente y sin control. Así es cuando el dolor lacera el alma y la pena inhibe los prejuicios. Las esposas de Miguel y del Gordo se mantenían alejadas sollozando calladamente; las llamé a mi lado y les dije: –¡Cuánto lo siento! Sus esposos fueron los mejores amigos que yo he tenido; ellos me encargaron entregarles el dinero para que devuelvan a Don Abel… y les di los $15.000 dólares. Además, repartí $10.000 a cada una de las mujeres diciendo: –Uno de los compañeros de viaje, llamado Tony, les regaló este dinero para la educación de sus hijos. 105 Me miraron con recelo, parece que lo que veían sus ojos, su mente se resistía a aceptarlo, peor, aún, cuando les di los $30.000 dólares fruto de la venta de los diamantes. –Para mitigar su desconfianza les dije: –Este último dinero es lo único que pude obtener como precio de la invalorable vida de sus esposos. Luego, me quedé callado esperando que asimilaran la noticia. Se agruparon entre sí y dialogaban en su idioma; gesticulaban de tal forma que llegué a pensar que no lo iban a recibir. Una de las mujeres levantó un poco la voz y, por fin, las otras hicieron gestos aprobatorios; un suspiro de alivio llenó mis pulmones; cuando nuevamente me prestaron atención, les dije: –Espero haber cumplido con el último deseo de mis amigos y que ustedes estén de acuerdo. Un prolongado silencio… Unos desgarradores sollozos… Al fin, la esposa de Juan dijo: –No sabemos quien eres señor; disculpa, pero parece mentira lo que nos está pasando ahora; sentimos como que fuera una mala broma; nunca nos han regalado nada… Debes ser un enviado de Dios… ¡Muchas gracias a nombre de toda la familia!... Se acercó y me dio un fuerte abrazo. Muy emocionado les dije: –Quiero que sepan que soy su amigo y que siempre los estaré visitando; ahora, me despido porque tengo un compromiso… Les di la mano y salí desesperado a tomar un poco de aire. No podía soportar tanta emoción y necesitaba con urgencia una tienda para comprar una cerveza. Iba a cruzar la calle, pero venía un auto muy rápido. ¡Qué raro!... era Carlos quien me pasó saludando con su mano… Me quedé muy extrañado… Levanté mi vista y pensé que estaba alucinando… Allí, junto a la pileta en el centro de la plaza, me estaban mirando Erika con su hijo Henry. 106 Casi pierdo la razón… Los dos corrimos hacia ese supremo abrazo de medio camino. El mundo dio vueltas, escuché campanas cerca de mis oídos y este humilde pueblo de San Miguel se convirtió para mí en un paraíso; vi que los árboles y las montañas tenían bellos colores… Ella lloraba de alegría y, entre lágrimas, me preguntó: Si… ya estaba seguro de su amor… Yo no le pude contestar porque ella me calló con un beso. … Fin…. 107