ME.LLAMO.BARRO.AUNQUE. MIGUEL.ME.LLAME

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Corleone rural, con todos los derechos divinos y humanos multiplicados
por el oprobio. Intimidación, sicariato, ventajas innobles, derecho de pernada y hasta lo indecible. Pero la gente andaba en sus entrañables designios,
en la efervescencia de su sangre, en lo imprevisible. El hombre lo temía y
estaba en la pista de una conspiración visceral e inocultable. Preparó un
plan de espectacular alevosía. Se hizo el muerto con todos los pormenores
del ritual. Velorio pomposo y multitudinario, con plañideras escandalosas
y con liturgia de alquiler. Se atrincheró en el lecho de muerte y desde el
ataúd oía las voces de los enemigos, los planes ocultos para eliminarlo, percibía el odio en las voces ebrias, en la risa de los que en voz baja celebraban
el mortuorio, el justo fin; sentía la indolencia de los que lo maldecían ahí,
en la boca de la urna, los aliviados por la muerte infalible, los agradecidos
ante el dios justiciero. Pero todo estaba preparado por la intimidad de aquel
imperio. El hombre debía bajar al sepulcro y desde ahí se iba a levantar, con
sus señalamientos y con sus reclamos sangrientos, contra fulano y fulano
y fulano, contra los sediciosos descubiertos con nombre y apellido. Así
fue, se levantó el hombre de la tumba y a grito partido incriminó, acusó y
denostó a este y a aquel y a aquel. Pero la multitud se hizo una turba incontenible, se amotinó. “Usté está muerto –le dijeron– usté está muerto”, y se
encendieron todos los rencores y se abalanzaron sobre él y lo sometieron, y
le repitieron: “Usté está muerto”, y lo enterraron vivo.
ME LLAMO BARRO AUNQUE
MIGUEL ME LLAME
Miguel Hernández (España, 1910-1942)
Me llamo barro aunque Miguel me llame.
Barro es mi profesión y mi destino
que mancha con su lengua cuanto lame.
Soy un triste instrumento del camino.
Soy una lengua dulcemente infame
a los pies que idolatro desplegada.
Como un nocturno buey de agua y barbecho
que quisiera ser criatura idolatrada,
embisto a tus zapatos y a sus alrededores,
y hecho de alfombras y de besos hecho
tu talón que me injuria beso y siembro flores.
Coloco relicarios de mi especie
a tu talón mordiente, a tu pisada
y siempre a tu pisada me adelanto
para que tu impasible pie desprecie
todo el amor que hacia tu pie levanto.
Más mojado que el rostro de mi llanto,
cuando el vidrio lanar del hielo bala,
cuando el invierno tu ventana cierra
bajo a tus pies un gavilán de ala,
de ala manchada y corazón de tierra.
Bajo a tus pies un ramo derretido
de humilde miel pataleada y sola,
un despreciado corazón caído
en forma de alga y en figura de ola.
Barro en vano me invisto de amapola,
barro en vano vertiendo voy mis brazos,
barro en vano te muerdo los talones,
dándote a malheridos aletazos
sapos como convulsos corazones.
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Apenas si me pisas, si me pones
la imagen de tu huella sobre encima,
se despedaza y rompe la armadura
de arrope bipartido que me ciñe la boca
en carne viva y pura,
pidiéndote a pedazos que la oprima
siempre tu pie de liebre libre y loca.
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SENTADO SOBRE LOS
MUERTOS
Miguel Hernández
Su taciturna nata se arracima,
los sollozos agitan su arboleda
de lana cerebral bajo tu paso.
Y pasas, y se queda
incendiando su cera de invierno ante el ocaso,
mártir, alhaja y pasto de la rueda.
Sentado sobre los muertos
que se han callado en dos meses,
beso zapatos vacíos
y empuño rabiosamente
la mano del corazón
y el alma que lo mantiene.
Harto de someterse a los puñales
circulantes del carro y la pezuña,
teme del barro un parto de animales
de corrosiva piel y vengativa uña.
Que mi voz suba a los montes
baje a la tierra y truene,
eso pide mi garganta
desde ahora y desde siempre.
Teme que el barro crezca en un momento,
y suba y cubra tierna,
tierna y celosamente
tu tobillo de junco, mi tormento,
teme que inunde el nardo de tu pierna
y crezca más y ascienda hasta tu frente.
Teme que se levante huracanado
del blando territorio del invierno
y estalle y truene y caiga diluviado
sobre tu sangre duramente tierno.
Teme un salto de ofendida espuma
y teme un amoroso cataclismo.
Antes que la sequía lo consuma
el barro ha de volverte de lo mismo.
(El rayo que no cesa, 1934-1935)
Acércate a mi clamor,
pueblo de mi misma leche,
árbol que con tus raíces
encarcelado me tienes,
que aquí estoy yo para amarte
y estoy para defenderte
con la sangre y con la boca
como dos fusiles fieles.
Si yo salí de la tierra,
si yo he nacido de un vientre
desdichado y con pobreza,
no fue sino para hacerme
ruiseñor de las desdichas,
eco de la mala suerte,
y cantar y repetir
a quien escucharme debe
cuanto a penas, cuanto a pobres,
cuanto a tierra se refiere.
Ayer amaneció el pueblo
desnudo y sin qué ponerse,
hambriento y sin qué comer,
y el día de hoy amanece
justamente aborrascado
y sangriento justamente.
En sus manos los fusiles
leones quieren volverse
para acabar con las fieras
que lo han sido tantas veces.
Aunque te falten las armas,
pueblo de cien mil poderes,
no desfallezcan tus huesos,
castiga a quien te malhiere
mientras que te queden puños,
uñas, saliva, y te queden
corazón, entrañas, tripas,
cosas de varón y dientes.
Bravo como el viento bravo,
leve como el viento leve,
asesina al que asesina,
aborrece al que aborrece
la paz de tu corazón
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