LA JOYA DE MI CORAZON A decir verdad ya no recuerdo su cara, no puedo dar detalles de su facciones, pero si la evoco como a un todo, creo que el tiempo va puliendo y desgastando los recuerdos como las olas desgastan los guijarros del mar, borra todas las aristas dejando solo el corazón, al igual pasa con las vivencias, solo queda lo esencial del recuerdo, lo que hizo que se marcara en lo más profundo de nuestro ser como algo especial, con identidad propia. Lo que nunca olvidare serán sus ojos, pequeñitos, parecían dos saltimbanquis dentro de la pista central del circo, daban vida a su cara y a su alma, te miraban con vivacidad, con curiosidad, con ganas de no dejar pasar un detalle de lo que acontecieran delante de ellos, y a la misma vez eran como un oasis del desierto donde pararse a descansar. No recuerdo su edad, tampoco de donde era, pero si su nombre, ¡Manuela! Manuela era de esas personas que invitan a quedarte con ella, a sentirte a gusto y abrir tu alma, como a un confesor que le puedes contar tus pecados y te son perdonados, pero no juzgados ni reprochados, fue una paciente de mi planta, con una enfermedad terminal que no quiero recordar, yo estaba recién salido del horno, ¡mi primer trabajo!; Manuela desde el principio se hizo querer, hablaba poco, yo hablaba por los dos, y traducía sus silencios en pena y tristeza, ingenuo de mí, después comprendí que aquella falta de conversación era más debida a la sabiduría que al estado anímico. Una mañana descubrí que Manuela había empeorado, tenía una infección generalizada que la hundió en una semiinconsciencia de la cual ya no saldría, se controló la fiebre y se estabilizaron las constantes pero su consciencia no volvió a ser la misma, desde entonces las conversaciones se convirtieron en monólogos, yo la atendía y le contaba mis cosas y ella solo me miraba, pero notaba que el brillo de sus ojos se iba apagando. Un día dándole de comer y contándole no sé qué, su mano agarro la mía y mirándome fijamente me susurro: “la joya mi corazón”, me quede petrificado, ¿qué querría decirme?, le pregunte e interrogue pero no dijo más, que quería de mí, pues era claro que algo quería, pero el asunto no tenía ni pies ni cabeza, esa noche presa del insomnio me juramente a mí mismo que no pararía hasta intentar solucionar el enigma. Al día siguiente, como un detective decidido a descubrir la solución tuve que hacer grandes esfuerzos en concentrarme en mi trabajo, ni que decir tiene que en las visitas que hice a Manuela, intente aprovechar para sacar algo más de información, pero todos mis intentos fueron en vano. Al acabar la jornada, volví a su habitación ya con más tranquilidad y tiempo, e intente buscar entre sus pertenencias algo que me pudiera indicar que es lo que me quería decir, imagine que sería una joya, quizás un colgante en forma de corazón que le tuviera un especial cariño y quisiera tenerlo en sus últimos días, es bien sabido que en el hospital despojamos de todas la joyas y elementos superfluos al paciente, y pensé que esa era la razón de su solicitud, pero por más que busque no encontré nada, dispuesto a no rendirme y tomándomelo como un reto personal, esa tarde repase mentalmente las opciones, no constaba parientes ni allegados, no estaba casada ni tenía hijos, y desde que ingreso yo no conocía a nadie que la hubiera visitado; pensando en que había llegado al final de mi corta carrera detectivesca, y no encontrando camino a seguir para intentar componer el rompecabezas, me deje inundar por el desánimo y la desesperación. LA JOYA DE MI CORAZON Pero hay un refrán que dice: “Dios aprieta pero no ahoga”; y en esta vida, el azar te marca muchas veces el camino a seguir, y en una de estas, al entrar a limpiar a Manuela me encuentro a una señora joven, con una caja de bombones en el regazo y sentada a los pies de su cama hablándole de algo de su madre y de un piso, al verme entrar se calla y me saluda, boquiabierto como si me estuviera dando un ictus la miro sin hablar, mi mente reacciona, ¡un familiar!, ¡hola!, le pregunto qué relación tiene con Manuela y me contesta que es una amiga de su madre, mi gozo en un pozo, se llama Rocío; Manuela y Rosa su madre, eran amigas y vivían juntas en el piso de su progenitora, Manuela tenía una habitación que Rosa le ofreció, y a su madre, además de la obra de caridad, le interesaba pues se hacían mutua compañía, me explico que ella trabajaba en Londres y que su madre nunca quiso irse de España, y al enviudar y quedarse sola estuvo planteándose la opción de entrar en una residencia, pero que conoció a Manuela y se la llevo a vivir con ella; me dijo que al poco de ingresar Manuela en el hospital, su madre enfermo y murió, y dadas las circunstancias había decidido vender el piso, me refirió que Manuela apenas tenía pertenencias en su cuarto pero que le daba aprensión tirar sus ropas y zapatos y quería saber si podía traerlas al hospital, le comente que allí no había nadie para hacerse cargo de las cosas y que como podía observar el sitio disponible brillaba por su ausencia, me insistió, “las pertenencias caben en una maleta pequeña”; pensando en que esta sería la ocasión ideal para poder encontrar la joya de Manuela me ofrecí a ayudarla, ¡dicho y hecho!, quedamos al día siguiente. Me presente en la dirección indicada casi media hora antes de lo acordado, el corazón me latía como en la noche de reyes, cuando me despertaba y corría al salón para ver los regalos y mientras desenvolvía el paquete solo sentía el golpeteo rítmico de la emoción en mi pecho, ¡allí estaba yo como un crio de siete años esperando encontrar un tesoro escondido! La desilusión apareció más temprano que tarde, el cuarto de Manuela era exactamente como me lo dibujo Rocío, pequeño con una cama y un armarito a los pies, una mesita de noche y una cómoda desgastada por el uso y el tiempo, todo entro en una pequeña maleta encontrada en lo alto del armario, y después de buscar, rebuscar, y volver a buscar, no encontré ni rastro de la joya. Rocío mientras tanto en otra habitación recogía cosas de su madre. Derrotado y desilusionado me deje caer en la cama, y hete aquí que, como ya he comentado la suerte o el destino también tiene su sitio en la vida, el móvil con el que juego distraídamente se escapa de mis manos cayendo al suelo, maldiciendo entre diente me agacho a cogerlo y… un bulto oscuro, justo debajo de la cama, es una caja cuadrada de cartón atada con una cuerda; (de nuevo mi mente me traslada a mi niñez), lucho con el nudo hasta que este cede, la abro y… libros, solo son libros, aceptando la realidad me rindo, solo deseo que Rocío no tarde, descuidadamente los saco de la caja, “El viejo y el mar”, “El idiota”, ¡y de repente!, un pequeño libro con pastas verdes oscuras y letras doradas que iluminan toda la habitación y mi alma, “La joya de mi corazón”. Así que era eso, un libro, todo se reduce a un libro, lo abro y una dedicatoria: “Solo lo más querido puedo darle al amor de mi vida, y esto es la joya más preciada que tengo, mi corazón, para Manuela con todo mi ser. Son versos, versos de amor, una declaración, un regalo para la persona amada. Ya en mi casa busco información sobre el libro en internet pero no encuentro nada, sin embargo creo que el misterio está resuelto, o al menos para mí la solución brilla en mi cabeza, es un amor de Manuela, no sé si correspondido o no pero si autentico y profundo. LA JOYA DE MI CORAZON Al día siguiente, al acabar la jornada laboral entro su habitación, dejo su maleta en el armario, me siento a su lado y abriendo el libro lo comienzo a lee en voz alta, “solo lo más preciado… en ese momento la cabeza de manuela se vuelve hacia mí y sus ojos se clavan en los míos, relucían como dos luceros, ilusionados y felices, esa tarde la pase entera con ella leyéndolo, al terminar me despedí hasta el día siguiente. Manuela murió aquella misma noche, serena y tranquila, y en cuanto a mí, soy más viejo, menos hablador, y tengo una joya con pastas verdes y letras doradas que me recuerda que es lo verdaderamente valioso de la vida.