El combate de Top Malo House

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Malvinas. Guerra en el Atlántico Sur
EL COMBATE DE TOP MALO HOUSE
Los helicópteros Bell UH-1H del Ejército Argentino volaban a gran velocidad, pegados
a la superficie, transportando a la sección de la Compañía de Comandos 602, al mando
del capitán Vercesi.
Los hombres aguardaban en silencio la entrada en acción, confiados en la información
proporcionada por Inteligencia, dando cuenta que el punto hacia el que se dirigían
estaba libre de enemigos. Mientras atravesaban las posiciones propias, jóvenes
conscriptos, desde sus trincheras, saludaban su paso a medida que se desplazaban hacia
el oeste, escoltados por el Agusta A-109 artillado.
El primer aparato, el AE-406, iba piloteado por teniente Guillermo Anaya y llevaba al
cabo primero Roberto Maggio como copiloto. En la parte posterior, viajaban, entre
otros, el sargento primero Mateo Sbert que cargaba su ametralladora MAG, el teniente
primero Juan José Gatti con la radio Thompson y au igual en el rango, Luis Alberto
Brun, con su fusil.
El capitán José Arnobio Vercesi volaba en el segundo helicóptero (matrícula AE-418),
piloteado por el no menos abnegado teniente Horacio Sánchez Mariño y el cabo primero
Alvarado. Cerca suyo, el teniente primero Losito, segundo jefe de la sección, parecía
sumido en profundos pensamientos.
Las aeronaves aterrizaron a 5 kilómetros del monte Simmons, 40 kilómetros al oeste de
Puerto Argentino, donde los comandos saltaron a la turba helada y se desplegaron por el
terreno, después de descargar el equipo. Minutos después, cuando las máquinas se
elevaban comenzaron a avanzar, con Vercesi a la cabeza y Losito detrás, inmersos en un
silencio que apenas quebraba el viento.
El desplazamiento fue en extremo dificultoso por el peso del equipo y lo blando del
terreno pero los hombres estaban preparados y por esa razón vadearon riachos de piedra,
chapotearon entre los pastizales y volvieron a incorporarse cuando, por alguna razón,
resbalaban y caían.
Debido a la lentitud del avance, el teniente primero Losito, ordenó a los efectivos
dispersarse para evitar convertirse en un blanco fácil.
Hacia el medio día hicieron un alto y el jefe de la sección le ordenó al teniente Espinosa
que se adelantase para reconocer la base del cerro y comprobar si había presencia
enemiga.
Portando su ametralladora liviana, el joven oficial se apresuró a partir en tanto sus
compañeros se agazapaban y esperaban.
Espinosa llegó al lugar indicado y viendo que la zona estaba desierta, se volvió hacia la
sección y le hizo señas indicándole que se aproximase. Los soldados se incorporaron y
al cabo de unos minutos llegaron al pie de la elevación donde aquel esperaba.
Si el avance a través del terreno llano había sido dificultoso el ascenso del monte fue
todavía peor.
Cuando llegaron a la cumbre descubrieron que desde allí, la vista de los alrededores era
extraordinaria; lo único malo era el frío, extremadamente intenso en esos momento,
motivo de seria preocupación porque el sudor que había generado el esfuerzo durante el
ascenso se pegaba al cuerpo de los hombres y los congelaba.
Casi inmediatamente Vercesi le ordenó al teniente Daniel Martínez y al sargento
primero Humberto Omar Medina que se adelantasen en dirección oeste, para explorar
las inmediaciones en tanto ellos establecían una suerte de campamento en el lugar. Los
efectivos partieron a cumplir la misión y una vez de regreso, dieron cuenta de que la
zona se encontraba despejada.
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Después de racionar y reponer un poco sus fuerzas, la sección divisó a lo lejos los
primeros helicópteros enemigos que se desplazaban sobre Teal Inlet transportando
cargas colgantes desde San Carlos al monte Kent. En vista de ello, se le ordenó al
teniente primero Gatti establecer contacto con Puerto Argentino, informar la novedad y
solicitar instrucciones pero la comunicación se cortó a los pocos minutos. De nada
valieron los esfuerzos del operador por recobrarla aunque, para alivio de Vercesi, antes
de que se produjese el percance, su subordinado había alcanzado a pasar buena parte de
la información.
Con la ayuda del teniente primero Brun se intentó afanosamente extender la antena con
un cable, a efectos de conseguir mayor intensidad de emisión, pero todo fue inútil y eso
tornó la situación extremadamente crítica porque sin radio, iba a ser imposible cumplir
la misión. Para colmo de males, todo parecía indicar que los británicos preparaban un
ataque importante y era imperioso comunicarlo.
Obscurecía cuando los hombres de Vercesi creyeron escuchar ruido de helicópteros.
Como impulsados por una catapulta, se incorporaron y corrieron hasta un grupo de
rocas que se extendían a su derecha, detrás de las cuales se pusieron a cubierto y
esperaron. En ese preciso momento Gatti encendió la radio, abrigando la esperanza de
captar las emisiones del enemigo y en eso se encontraba ocupado cuando, al poco
tiempo aparecieron a lo lejos dos aparatos que lucían una franja amarilla en la cola,
señal inequívoca de que se trataba de aeronaves propias. Eran los helicópteros que
transportaban a Castagneto hacia Big Mountain en busca de la fracción de García
Pinasco.
Cuando al cabo de varios minutos las aeronaves regresaban, Gatti enganchó con sus
tripulaciones y de esa manera, pudo retransmitir a Puerto Argentino la información en
código, detallando todo lo observado desde la última comunicación.
Para fortuna de todos, en especial de los comandos, la señal fue captada por personal
propio apostado en las alturas próximas a la capital y este la reenvió al puesto de mando
de la X Brigada.
De acuerdo a lo vaticinado por Brun, aquella noche nevó; sin embargo, al día siguiente
amaneció despejado aunque con el suelo cubierto por un manto blanco hasta donde
alcanzaba la vista.
Fue el mismo Brun el encargado de manifestar a su superior que iba a ser imposible
pasar otra noche como aquella y que era imperioso hacer algo. Los hombres se
despertaron entumecidos y casi congelados, por lo que la mayoría debió ser reanimada
con golpes y fricciones.
Ese día era domingo, razón por la cual, los comandos se pusieron de rodillas y oraron.
A las 10.00 decidieron abandonar las alturas por considerar que no se justificaba su
permanencia en el sector y después de recoger sus mochilas comenzaron a desplazarse
muy lentamente hacia el camino de Fitz Roy.
Durante la marcha, Brun le propuso a Losito ubicar algún punto donde montar una
emboscada antiaérea con los Blow Pipe para derribar a alguno de los helicópteros que
atravesaban libremente la región pero Vercesi la desechó porque para ello había que
sortear una distancia de 20 kilómetros hasta un lugar adecuado y en las condiciones en
las que se encontraban, era realmente imposible hacerlo. Además, el jefe de la sección
no pensaba exponer a sus hombres dando a conocer su presencia en el área.
La patrulla comenzó a moverse hacia el sur, intentando atravesar las alturas Rivadavia
para alcanzar el puesto de vigilancia a cargo de la sección de Ingenieros, el mismo al
que habían llegado Jándula y sus hombres días antes y fue entonces que el sargento
primero Helguero de la CC601 le dijo a su superior que muy cerca de allí corría el
arroyo Malo, junto al cual se extendía una granja abandonada que tiempo atrás había
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servido de refugio a la gente de Castagneto. Viendo lo agotada que se encontraba su
gente y dado que se aproximaba una amenazadora tormenta de nieve, Vercesi se
manifestó interesado y se dirigió hacia allá.
Al enterarse de lo que su superior pretendía hacer, el teniente primero González Deibe
aconsejó no pernoctar en el lugar porque en caso de que hubiese tropas enemigas en el
área, ese sería el primer sitio en el que buscarían. Sin embargo, el agotamiento físico y
la necesidad de dormir a cubierto eran tales que pudieron más que las enseñanzas del
manual de entrenamiento, un grave error táctico que les costaría muy caro.
Desoyendo los consejos de González Deibe, la sección se encaminó hacia la granja, a la
que divisó al cabo de una hora de marcha. Se trataba de un complejo habitacional
integrado por una casa principal de dos pisos con paredes de madera y techos rojos a
dos aguas y tres edificaciones menores, a metros del mencionado arroyo.
A un kilómetro y medio de distancia, Vercesi alzó su brazo derecho y el pelotón se
detuvo. El lugar era un páramo helado en el que no se percibían movimientos salvo el
de un distante Harrier que pasó a muy elevada altura, tomando fotografías.
Fue entonces que el teniente Gatti encendió la radio y los hombres pudieron escuchar el
desesperado mensaje del sargento primero Alfredo Flores, de la 2ª Sección, dando
cuenta que habían sido emboscados y que se hallaban en combate, aferrados al terreno y
con bajas.
Flores solicitaba desesperadamente instrucciones y desde Puerto Argentino se le exigía
hostigar al enemigo y replegarse, a lo que el suboficial respondió que aquello era
completamente imposible por hallarse rodeados y tener bajas.
-¡¡Repliéguense como puedan!! – volvieron a ordenarle desde la capital1.
Al obscurecer, la columna de Vercesi alcanzó el arroyo Malo y comenzó a cruzarlo con
el agua hasta la rodilla, cayendo y tropezando a causa de las piedras.
Mientras se acercaban a la casa, a Brun lo asaltó el temor de que estuviese habitada y de
que alguien pudiese delatarlos, por lo que solicitó permiso para hablar y se ofreció para
ir a explorar.
Concedida su petición, el abnegado comando se alejó lentamente, a resguardo de la
obscuridad en tanto sus compañeros, agazapados entre los pastizales, lo veían alejarse
hasta alcanzar el edificio principal; minutos después volvió a salir y alzando su fusil le
indicó a sus compañeros que se podían acercar. Top Malo House estaba desabitada.
Cuando los comandos ingresaban en el edificio, Brun se encaminó a la cocina y se
comió entero un pan de manteca que había visto durante la inspección, cosa que le
sirvió para reponer fuerzas. Para el resto de la sección el lugar fue como una suerte de
bendición, al amparo del viento helado y la inminente nevada.
Ni bien estuvo adentro, el sargento primero Mateo A. Sbert dejó sobre el piso la
ametralladora MAG de 12 kilogramos que llevaba sobre los hombros y el sargento
primero Miguel Ángel Castillo hizo lo propio con el lanzacohetes Instalaza y las
municiones. Estaban todos exhaustos y congelados, por lo que se quitaron la ropa y la
pusieron a secar. El teniente primero Losito encontró un par de zapatos y se los puso
mientras esperaba que sus borceguíes hicieran lo propio.
Antes de racionar Vercesi dispuso apostar guardias pero en el interior del edificio
porque afuera, el clima imperante parecía de otro mundo, con la temperatura superando
los 12 grados bajo cero. Como medida precautoria, mandó colocar mantas en las
ventanas con el fin de que amortiguasen la poca luz que pudiesen generar y cuando todo
estuvo listo, se sentaron a racionar.
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Mientras lo hacían, el sargento primero Helguero, que conocía la vivienda porque había
estado allí días antes, comentó que todo estaba igual, cada cosa en su sitio, sin señales
de haber sido movidas, por lo que quedó claro que la granja se hallaba desabitada.
Cuando terminaron de alimentarse, los efectivos se distribuyeron en las dos plantas de
la vivienda y procedieron a descansar ignorando que en pocas horas entablarían uno de
los combates más renombrados de todo el conflicto.
Gatti, Valdivieso, Espinosa, Brun y Pedrozo subieron las escaleras y en un tragaluz
bajo, que daba al contrafrente de la construcción, montaron la ametralladora MAG que
estaría a cargo del último. Espinosa se apostó en una ventana de lo que parecía ser la
habitación principal, dominando desde allí el arroyo y los demás se echaron a descansar
mientras afuera comenzaba una feroz tormenta de nieve que hizo nula la visibilidad.
Eran las 03.00 de la madrugada cuando los fogonazos del cañoneo sobre Puerto
Argentino comenzaron a titilar en el horizonte. Mientras lo observaban, uno de los
guardias se compadeció por la suerte de quienes se hallaban en el lugar, ignorando que
en breve tendrían su propio jaleo.
Despertaron temprano, cuando todavía era de noche y afuera lloviznaba. Sin embargo,
para su fortuna, ninguno tenía frío por haber dormido al amparo de un techo y buenas
paredes. La ropa estaba seca y se sentían completamente descansados.
Desayunaron frugalmente e inmediatamente después procedieron a alistar el armamento
junto con todo el equipo, tarea que se extendió hasta las 08.00, cuando lentamente
comenzaba a aclarar.
Fue entonces que llegó hasta ellos el inconfundible sonido de un helicóptero y eso los
obligó a tomar posiciones defensivas.
Al asomarse por las ventanas, vieron la inconfundible silueta del aparato pasando a solo
400 metros de distancia, notando inmediatamente que no lucía la franja amarilla en la
parte posterior del fuselaje, clara prueba de que se trataba de un aparato enemigo.
Además, como alguien recordó, los helicópteros propios no volaban de noche.
Desde la cocina Vercesi, que se hallaba de rodillas en el piso, intentó establecer
comunicación con Puerto Argentino mientras el resto de la tropa aceleraba los
preparativos para abandonar el lugar. En el segundo piso, los hombres de guardia
permanecían atentos, aferrando con fuerza sus armas, cuando Espinosa creyó distinguir
movimientos en la obscuridad.
-Viene avanzando gente – advirtió por lo bajo2.
-Puede que se trate de ovejas –respondió Helguero en el mismo tono- Hay muchas por
aquí.
De todas maneras, la sección se preparó para lo peor, tanto, que en la planta baja, más
precisamente en la cocina, Vercesi, a modo de despedida, le extendió la mano a Sbert.
-Suerte Turco – le dijo.
Poco después, entraban en combate.
Los comandos argentinos habían sido detectados por un PO (puesto de observación)
británico apostado en monte Simmons, que de manera inmediata pasó la información al
Cuadro de Guerra para Montaña y el Ártico (Mountain and Arctic Warfare Cadre), a
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cargo del capitán Rod Boswell, quien se encaminó apresuradamente al puesto de mando
de la Brigada 3 para solicitar un ataque aéreo. La petición fue denegada porque la
aviación no operaba de noche pero se le sugirió un ataque comando con un grupo de
elite.
Boswell escogió a diecinueve hombres de su escuadrón y junto a ellos abordó un Sea
King que se elevó a las 07.30 (10.30Z), para dirigirse apresuradamente hacia Top Malo
House.
La aeronave se posó en un pliegue del terreno situado a un kilómetro y medio de
distancia del edificio principal, sobre el que los comandos saltaron a tierra, hundiéndose
en la turba helada hasta las rodillas. Sin perder tiempo, se dividieron en dos secciones,
una de cobertura, a cargo del teniente Murray, provista de un rifle L42 (de los que
utilizaban los francotiradores), dos SLR automáticos, tres Armalites, fusiles automáticos
M-16 de origen norteamericano, dos lanzagranadas M79 y ocho lanzacohetes livianos
Carl Gustav de 66 mm, transportados por un total de seis hombres y otra de asalto al
mando del mismo Boswell, que tomó ubicación en una altura cercana.
Según las versiones británicas, los Armalites carecían de suficiente poder de detención
debido a que con sus municiones de alta velocidad calibre 5,56 mm traspasaban a las
personas en tanto los L42 y SLR las derribaban.
El grupo de cobertura al mando de Murray se posicionó en una colina ubicada en el
flanco izquierdo, a unos 300 metros de la propiedad en tanto el de asalto lo hizo en
dirección sud-sudeste, sobre otra elevación, en ángulo hacia la derecha, donde se detuvo
en espera de la señal convenida para iniciar el ataque: una bengala verde disparada por
el jefe del grupo.
Este era más que conciente de que el terreno por el que pensaban avanzar estaba
abarcado por la MAG pesada ubicada en la planta alta y que por su poder de fuego la
misma constituía un arma letal. Sin embargo, quedaron asombrados ante la falta de
profesionalidad que mostraban sus oponentes. Las palabras del propio Boswell son
lapidarias en ese sentido.
Su profesionalidad dejaba mucho que desear. No debían haber permanecido en
una granja aislada con casi todos apostados en su interior y en todo caso, tendrían
que haberse mantenido aparatados del edificio para cubrir los accesos pues
hicimos notar nuestra presencia en varias ocasiones. Provocamos una estampida
de ovejas accidentalmente; tropezamos con algunas al aterrizar y un verdadero
profesional se habría dado cuenta de ello3.
Pero inmediatamente después agrega:
Sin embargo, suplían su falta de profesionalidad con valor, porque no carecían de
él4.
Por esa razón, cuando el grupo estuvo lo suficientemente cerca de la casa, Boswell
mandó calar bayonetas y se preparó para ordenar el asalto. Fue entonces que un
sargento de apellido Stone, ubicado a su lado, le dijo por lo bajo que todo aquello era
una trampa.
-En verdad no creo que haya nadie allí dentro.
La intención de Boswell era que las dos secciones se cubrieran mutuamente mientras la
de ataque avanzaba, pero las cosas no ocurrieron de ese modo.
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De acuerdo a los planes, la sección de asalto caló bayonetas y se lanzó a la carrera casi
al mismo tiempo que el grupo de Murray disparaba un cohete.
Mientras corrían, Boswell vio con asombro que, a excepción de un solo soldado, ningún
efectivo estaba cumpliendo sus órdenes.
Cuando Espinosa alertó sobre la aproximación de sombras extrañas, el sargento primero
Castillo subió corriendo las escaleras y se ubicó junto a él. Para entonces, había bastante
claridad como para distinguir los bultos pero no para determinar su naturaleza.
No lo habrían logrado si no hubiese sido por un hecho fortuito que dejó al enemigo al
descubierto; un brillo resplandeció sobre la turba, donde se encontraba una de aquellas
“ovejas”, poniendo en evidencia que había alguien observando a través de prismáticos.
-¡Son ingleses! –alertó Castillo- ¡Ahí vienen!
Por fortuna, en ese momento la sección tenía su indumentaria puesta y las armas listas
por lo que, rápidamente inició movimientos para abandonar el lugar.
Sin dudarlo más, el teniente Espinosa abrió fuego, casi en el mismo momento en que
una poderosa explosión sacudía la estructura del edificio. Un proyectil disparado desde
un lanzacohetes Carl Gustav se había incrustado en su interior.
Comenzó entonces un violento intercambio de disparos que pareció crecer cuando los
ingleses se incorporaron y comenzaron a correr hacia la vivienda accionado sus armas y
perforando las paredes de madera con sus ráfagas de metralla.
En ese momento, Vercesi salió al exterior y corrió hasta el alambrado que se extendía
un poco antes del arroyo donde, manteniéndose de pie, efectuó varios disparos
recibiendo intenso fuego. Lo siguieron detrás, el sargento primero Omar Medina y el
teniente Martínez, quienes salieron del edificio apretando el gatillo de sus automáticas.
En el preciso momento en que los tres efectivos salían, cayó en la cocina un nuevo
proyectil que al estallar, arrojó al último debajo de un panel que por la sacudida y el
impacto de su cuerpo, se le cayó encima. De todas maneras, pese al aturdimiento, logró
incorporarse y ganar el exterior sin saber que había ocurrido con Medina.
El sargento primero Castillo corrió escaleras abajo y mientras lo hacía, otro impacto de
Carl Gustav destrozó por completo los escalones dejando sus restos envueltos en llamas.
El humo comenzó a invadir las dos plantas del edificio y las llamas comenzaron a
extenderse por buena parte de del nivel inferior mientras el combate cobraba intensidad.
Top Malo House se estaba incendiando.
Cuando Castillo, que había salvado su vida por una fracción de segundos, salió afuera
accionando su arma, el sargento Helguero vivía una experiencia similar a la de
Martínez. Antes de ganar el exterior, una granada explotó en la puerta y su honda
expansiva lo arrojó de espaldas sobre el sargento Pedrozo que venía detrás.
En la planta superior, en tanto, el bravo Espinosa seguía disparando la MAG mientras
Vercesi hacía lo propio desde una zanja próxima al alambrado.
De repente, una granada disparada por un M-79 explotó en el interior de la habitación
que ocupaba el ametralladorista, matándolo instantáneamente y dejando aturdidos a
Brun y Gatti, que se hallaban con él.
El último se incorporó aturdido, recogió su fusil y se dirigió hacia la escalera pero al
verla completamente destruida y envuelta en llamas, saltó por encima de ellas y a todo
correr abandonó el lugar.
Pese a haber recibido el impacto de una esquirla en la frente, Brun alcanzó a ver el
cuerpo de Espinosa envuelto en sangre, sin vida, por lo que sin esperar más, corrió hasta
el tragaluz y saltó desde una altura cercana a los cinco metros mientras las balas
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enemigas perforaba las paredes a su alrededor. En la caída se dio un buen golpe y pese a
la sangre que manaba de su frente dificultándole la vista, se pudo poner de pie y corrió
hacia el arroyo.
En ese momento, el sargento primero Medina reparó en él y sin poder hacer nada, lo vio
rodar por el suelo y volver a incorporarse en el preciso instante en que le caía a
centímetros una granada arrojada por un efectivo inglés. Con increíble sangre fría y
muchísima suerte, observó a Brun golpear el proyectil con su mano y alejarlo del lugar,
salvando su vida por milagro. De todas maneras, la granada estalló y sus esquirlas le
dieron en la espalda, hiriéndolo considerablemente e inutilizando su fusil.
Pese a las lesiones sufridas, el bravo comando arrojó el arma lejos, extrajo su pistola y
comenzó a disparar; sin embargo, la misma se le trabó por lo que lanzando una
imprecación, también la tiró lejos. Sacó entonces una granada y se la arrojó a su
oponente aunque en el apuro y la tensión del combate, olvidó quitarle el seguro; fue
entonces que recibió un disparo en la pierna derecha que lo dejó prácticamente
inmovilizado.
Casi al mismo tiempo, Medina reparó en otro soldado inglés que se abalanzaba sobre él
haciendo fuego. Sin abandonar su posición, alzó el arma y disparó, abatiéndolo; el
hombre cayó sobre la turba, gravemente herido y ahí quedó, quejándose.
En ese preciso, los sargentos Helguero y Pedrozo abandonaban la casa por una ventana
y corrían hacia el arroyo Malo en busca de protección.
En plena carrera, una bala alcanzó al primero en el pecho arrojándolo sobre la turba en
tanto Medina, aprovechando la cobertura que le brindaban los disparos de Sbert, se
lanzó a toda prisa en dirección a la zanja en la que se encontraban varios de sus
compañeros. Una vez allí, se incorporó a medias, apuntó con su fusil y comenzó a tirar,
notando que el enemigo se encontraba a una distancia de 50 metros.
Medina abatió a un británico y le siguió disparando mientras aquel se encontraba en el
suelo pues estaba dispuesto a rematarlo, pero una bala impactó en su pierna izquierda y
lo obligó a deponer la actitud.
Una nueva explosión sacudido los alrededores forzando a todos a pegarse al terreno.
Cuando levantaron sus cabezas pudieron comprobar que una granada de mano había
matado al teniente Sbert, cuyo cuerpo yacía tendido sobre la hierba y a Medina, que
retrocedía unos metros haciendo fuego. Al hacerlo, derribó a otro inglés que en esos
momentos corría hacia él.
Para entonces, el teniente primero Gatti había llegado a la zanja, escapando por muy
poco de los disparos del enemigo, pero el teniente Losito se encontraba todavía en el
edificio.
El segundo jefe de la sección estaba a punto de salir cuando otra granada explotó en el
pórtico, hiriéndolo considerablemente. Cayó con el cuerpo cubierto de sangre y eso lo
salvó porque cuatro británicos que se encontraban cerca suyo lo dieron por muerto y
continuaron disparando hacia otra parte. En vista de ello, el argentino se incorporó y
para sorpresa de aquellos, los atacó desde una distancia aproximada de 20 metros,
vaciándoles el cargador. Un inglés se desplomó herido, alcanzado en una pierna,
mientras sus compañeros se arrojaban a la turba y permanecían allí inmóviles.
Sin dejar de disparar, los argentinos supervivientes abandonaron la casa y corrieron
hasta el arroyo para tomar posiciones en la orilla derecha. A lo lejos, Top Malo House
se incendiaba y el humo cubría el avance de los royal marines en momentos que
cargaban contra sus oponentes, disparando sus armas y lanzagranadas.
Los que estaban en la zanja alcanzaron a ver a Losito corriendo hacia ellos y a varios
británicos intentando abatirlo. Para su fortuna, no lo alcanzaron y así pudo sortear los
200 metros que lo separaban de la zanja para zambullirse en su interior. Cuando se
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incorporó, tomó ubicación y abrió fuego, pero al igual que a Medina, un balazo le dio de
lleno en la pierna derecha arrojándolo de espaldas. De ese modo, con dos heridas graves
y rodeado por el enemigo, se dio por perdido. Sin embargo, se equivocaba.
Siguiendo al grupo de Boswell, la sección de apoyo se lanzó al ataque amparada por el
humo y el mismo edificio que ardía, bordeándolo por la izquierda.
El teniente Martínez se había guarecido en un cobertizo contiguo a la edificación
principal y desde allí comenzó a arrastrarse en dirección al arroyo donde pudo distinguir
a dos británicos que disparaban hacia un punto que no alcanzaba a ver. Sin que se
percatasen de su presencia, levantó el fusil y les disparó, obligándolos arrojarse al suelo
en busca de protección.
Para entonces era evidente que, por más empeño que pusieran, los argentinos estaban
acorralados ya que, desde el PO ubicado en monte Simmons, los observadores del
teniente Haddow iba indicando sus posiciones a medida que se desplazaban, facilitando
enormemente la labor a la gente de Boswell.
De todas maneras, la lucha se prolongó varios minutos más, con igual intensidad de uno
y otro bando.
El teniente Martínez vio a un soldado inglés que avanzaba sobre su posición desde el
depósito trasero de la casa y alzando su FAL le descargó una ráfaga. En otra parte, cerca
del arroyo Malo, el teniente Brun yacía tirado en el suelo, cubierto de sangre y junto a la
casa que se consumía, el sargento primero Pedrozo hacía señas con un trapo blanco
indicando que junto a él había un herido grave. El herido en cuestión era el sargento
primero Helguero.
Con la munición casi agotada, Vercesi miró a Brun ensangrentado y desde su posición,
le dijo que aquello no daba para más. Y así lo deja ver el mismo Boswell en
declaraciones que hizo después de la guerra.
Todos los que pudieron, salieron de la casa y lucharon… Llevaban sus armas y
lucharon con ellas hasta que no pudieron más5.
El malherido Brun estuvo de acuerdo pero apenas pudo moverse, a causa de sus heridas.
A esa altura, la sección tenía un 70% de bajas.
-¡Alto el fuego; alto el fuego! - comenzó a gritar Vercesi mientras sostenía su fusil en
alto, pero la voz del teniente Castillo llegó firme a sus oídos.
-¡Todavía no, mi capitán! – exclamó furioso, demostrando que los ánimos no estaban
para impartir una orden de ese tipo.
Viendo que los ingleses no dejaban de tirar, Losito alzó la voz por encima del fragor del
combate para decirle al teniente primero Gatti que nadie se rindiese porque en caso de
hacerlo, los iban a matar a todos. Según relata Ruiz Moreno, en esos momentos vio a
dos soldados enemigos que avanzaban directamente hacia él disparando sus
ametralladoras Sterling y eso lo animó aún más. Sin perder un segundo, el argentino
alzó su automático y abrió fuego, abatiendo a uno6.
A partir de que escuché la orden de rendición, el combate duró unos diez
minutos más; el enemigo seguía tirando y yo no sabía si responder el fuego
porque las reglas del honor de la guerra se tienen que respetar […] los
comandos ingleses, por la euforia del combate y por un montón de
circunstancias, no sabían si la rendición era real o falsa por ejemplo, seguían
tirando hasta que se cercioraron bien de que se había producido la rendición y
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de que estábamos fuera de combate. Pero a 20 metros de mi posición, hacia la
derecha, vi a dos comandos que avanzaban enloquecidamente, al paso, pero
gritando enardecidamente, tirando con sus Sterling. El alambrado que yo había
cruzado se hallaba más o menos a unos 20 metros. Me olvidé de la rendición,
apunté… era la vida de ellos o la mía, pese a que mi vida estaba bastante
arruinada y jugada por la heridas recibidas. Estaba a punto de desmayarme;
hacía un esfuerzo increíble por no desmayarme porque sabía que si lo hacía,
ahí quedaba. Apunté al hombre de la derecha, el más grandote y evidentemente
lo maté porque le pegué un tiro en el estómago7.
Losito se recostó exhausto contra la pared del fondo de la zanja y en esas condiciones,
casi inconciente, esperó la muerte. Apareció entonces un soldado enemigo de baja
estatura, morocho y de bigotes, que desde lo alto le apuntaba con su ametralladora.
-¡Manos arriba! – le gritó en inglés.
El argentino no pudo siquiera moverse y el británico comprendió que estaba grave, se le
acercó, le quitó el fusil y tomándolo de la chaqueta, lo arrastró fuera de la zanja al
tiempo que le decía que no se preocupara, que aquello eran cosas típicas de la guerra.
Inmediatamente después, le hizo un torniquete en la pierna herida y tras extraer una
jeringa descartable de un collar que pendía de su cuello, le aplicó una inyección de
morfina y le pintó una letra “M” en la frente8.
Mientras en la lejanía continuaban sonando disparos, el inglés solicitó auxilio a su gente
para que lo ayudasen a trasladar a Losito junto al resto de los heridos.
Mientras eso sucedía, el sargento primero Omar Medina seguía tirando con su FAL,
sordo a causa de las explosiones de las granadas, que le habían impedido escuchar el
alto el fuego.
-¡Gordo, pará de tirar porque nos matan a todos! – le gritó el teniente primero Gatti ¡No ves que nos rendimos!8
En ese preciso momento, una granada lo hirió, lo mismo al cabo primero Valdivieso que
acudió a socorrerlo. El fuego cesó repentinamente, seguido de una calma tensa y pesada
que los británicos aprovecharon para aproximarse a sus oponentes y retirarles el
armamento y los correajes mientras les ordenaban mantener las posiciones que
ocupaban.
-¡Alto el fuego. La guerra terminó para ustedes! – se oyó decir a Boswell alzando la
voz.
Poco después, se hizo presente en el lugar la patrulla de observación del teniente
Haddow que había detectado la presencia argentina en Top Malo House. Para evitar ser
tiroteados por su propia tropa, portaban una bandera británica.
Los prisioneros fueron atados de manos y se les cubrió las cabezas con sus propios
pulóveres a efectos de registrarlos y tomarles algunas fotografías9. Inmediatamente
después, fueron desatados y agrupados, mientras Boswell tomaba lista de ilesos y
heridos propios. Un inglés, con una profunda lesión en el pecho, producto de un
disparo, saludó a Vercesi cuando este pasó a su lado.
-Friends, friends.
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Brun y Losito eran los más graves; Martínez, que presentaba un orificio en el talón,
producto de un proyectil de M-16, fue interrogado sobre su herida y después de
responder que estaba bien, un inglés le recomendó que la cubriera para evitar dolores e
incluso, una infección.
El cabo primero Pedrozo se dio a conocer como enfermero y en verdad obró milagros
logrando cerrar las heridas y evitando hemorragias, casi sin instrumentos.
Los británicos se preocuparon mucho por los prisioneros y pusieron todo su empeño por
aliviar su situación, en especial la de los heridos. En ese sentido, su comportamiento fue
caballeresco y ejemplar.
Pedrozo caminó hasta el cadáver de Sbert y le quitó el gabán pues ya no le sería útil. Lo
hizo con profundo respeto, lentamente y con mucha lentitud y con él cubrió a Medina,
que en verdad lo necesitaba. Vercesi lloró al querido Turco y a todos se les hizo un nudo
en la garganta cuando vieron arder completamente a Top Malo House pues en el piso
superior, se consumía el cuerpo del valeroso Espinosa que había ofrendado su vida al
atraer sobre sí el fuego enemigo. Sus compañeros recordarían su jovialidad, su
optimismo y el amor por su familia, en especial sus pequeñas hijas, a las que siempre
mencionaba10.
Al anochecer, llegaron dos helicópteros enemigos que aterrizaron cerca de las ruinas
para cargar a muertos y heridos. Las fuerzas argentinas sufrieron dos bajas fatales,
Espinosa y Sbert, más seis heridos de diferente consideración. Los británicos acusaron
tres bajas, cifra que el ex agente de inteligencia británico Hugh Bicheno eleva a cuatro,
todas ellas graves. Uno de aquellos heridos presentaba una profunda lesión en el
estómago, al parecer, producto de los disparos de Losito y es más que seguro que
alguno murió a las pocas horas porque los argentinos vieron a varios soldados enemigos
llorando en torno a un cuerpo. Incluso, cuando se disponían a abordar los helicópteros
para abandonar el lugar, pudieron observar a los ingleses cargando dos bolsas con
cadáveres lo que de comprobarse, elevaría la cifra a dos.
En sus versiones, los británicos aseguran que Top Malo House fue una lucha corta pero
sumamente dura ya que la decisión de sus oponentes los había tomado por sorpresa, en
espacial, la abnegación de Espinosa, al atraer sobre sí el fuego enemigo y salvar a sus
compañeros de ser aniquilados.
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Malvinas. Guerra en el Atlántico Sur
Referencias
1
Isidoro Ruiz Moreno, op. cit.
2
Ídem.
3
History’s Raiders, Tha Falklands Campaign, History Channel.
4
Ídem.
5
Ídem.
6
Según el relato de Ruiz Moreno, la imagen de Medina arrastrándose cuerpo a tierra hacia el cadáver de
Sbert, lo inspiraba y le daba motivación.
7
Carlos Turolo (h), Así Lucharon, Editorial Sudamericana, Bs. As.
8
Esa era la típica manera de indicar que al soldado herido se le había aplicado una dosis.
9
Esas imágenes que también recorrieron el mundo.
10
Isidoro Ruiz Moreno, op. cit.
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