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Dia: 01/07/2000 - Hora: 02:34
70 . POLICIA . CLARIN . Sábado 1° de julio de 2000
MEMORIA
COSA NOSTRA EN ESTADOS UNIDOS
El hombre que cambió
la historia de la mafia
En 1930 participó de una de las más grandes guerras mafiosas ◆ Para
ganarla, traicionó a sus jefes ◆ Y extendió el poder de cosa nostra
Por
RICARDO V.
CANALETTI
De la Redacción
de Clarín
Sus pies apenas tocaban el piso. Tenía los
brazos levantados por encima de su cabeza y las manos atadas con una soga. Lo
habían colgado de un gancho de carnicero
y el cuerpo giraba a un lado o a otro según
de dónde proviniera la trompada. Tres matones se turnaban para golpearlo. Los rasgos de Charles Luciano ya no se podían
distinguir de tan hinchada y cortada que
tenía la cara.
Lo habían secuestrado en la calle. Estaba parado en una esquina de la Sexta Avenida cuando un auto pasó a su lado. Dos
hombres saltaron, lo encañonaron y lo
metieron en el asiento trasero. Uno le puso el revólver contra la cara y le empujó la
cabeza hacia atrás. Otro le tapó la boca con
cinta adhesiva y luego lo palpó debajo de
los brazos, en las caderas, en la entrepierna y en los tobillos. Lo golpearon sobre el
ojo derecho con la culata de un revólver, y
lo volvieron a hacer. La sangre corrió despacio por las mejillas de Charlie.
Ahora, en el depósito, pensó que no la
contaría. Un izquierdazo en el hígado le
nubló la vista y lo dejó sin aliento; con el
siguiente perdió el sentido. Los matones
creyeron que iba a morir. Descolgaron el
cuerpo y lo tiraron en un lugar del puerto
de Nueva York. Era de madrugada.
Pero Charlie sobrevivió y se ganó el apodo que lo identificaría para siempre. “You
have luck, Luciano” (tenés suerte, Luciano) le dijo alguien. Era fines de junio de
1930. Charles “Lucky” Luciano se iba a reponer y muchos lo lamentarían.
El hombre que transformaría a la cosa
nostra estadounidense de un asunto de
pandillas sicilianas en una empresa criminal de alcance internacional, nació en
1897 en Sicilia con el nombre de Salvatore
Lucania. Su familia, pobrísima, se mudó a
los Estados Unidos en 1906.
Charlie se crió en las calles de Nueva
York y su primera actividad fue ofrecer
protección a chicos judíos a cambio de dinero. ¿Protegerlos de quién? De él mismo,
que los golpeaba si no pagaban. Así conoció a Meyer Lansky, un hueso duro de roer
que se resistía a darle un céntimo. Se hicieron amigos inseparables.
A los 18 años fue seis meses al reformatorio por traficar heroína y morfina. Al salir ya no ocultó su adicción a las drogas ni
su amistad con un gángster en ascenso,
Alphonse Capone (que luego se mudaría a
Chicago). A los 19 la policía lo señalaba como el autor o mandante de media docena
de homicidios y a los 23 ya era famoso en
el negocio del contrabando de licor, que
realizaba en sociedad con Lansky y Benjamin “Bugsy” Siegel, otro amigo judío de la
infancia. Muchos se le acercaban y formó
alianzas con Joe Adonis, Vito Genovese,
Arnold Rothstein y Frank Costello, de
quien admiraba su habilidad para corromper a policías, jueces y políticos.
Por ese entonces había dos capos indiscutidos en el hampa neoyorquina. Pertenecían a la vieja guardia de mafiosos italianos conocidos como “los hombres del
mostacho”. Uno era Giuseppe Masseria,
llamado “Joe el Jefe”; el otro Salvatore Maranzano, apodado “el pequeño César”.
Para fines de los años 20 la ciudad estaba quedando chica para ambos; se odiaban profundamente y, en 1930, aunque
con escaramuzas que se remontan a 1928,
Deportado
Luciano estaba preso al empezar
la Segunda Guerra. Como le ordenó a sus amigos de Sicilia que
ayudasen a las tropas aliadas, lo
premiaron deportándolo a Italia en
1946. Murió de un infarto en
1962 en el aeropuerto de Nápoles. Esperaba a un productor de cine que quería filmar su vida.
Luciano, deportado, se tapa la cara.
se enfrentaron abiertamente en la denominada “guerra Castellemmarese”. Este
nombre pertenece al pueblo de Sicilia de
donde era Maranzano y muchos de sus
hombres, Castellemmarese del Gulfo.
Charlie había crecido en las calles dominadas por Masseria y a él respondía. Pero
nunca se llevaron bien. “Joe el Jefe” no
quería traficar drogas, no quería tratar con
nadie que no fuese italiano, no quería ampliar sus actividades fuera de Nueva York,
no quería negociar con los sindicalistas.
A Luciano sólo le interesaba hacer dinero. Decía que era lo único que daba poder.
Cualquier negocio le venía bien y por eso
Masseria le hacía perder mucha plata. La
última vez discutieron fue cuando Charlie
propuso distribuir heroína que sus compadres sicilianos le enviaban inyectada en
naranjas y Masseria se negó.
Luciano supo que su jefe estaba detrás de esos hombres que
casi lo matan en el depósito,
pero aparentó que no sospechaba nada. Y cuando se recuperó, hizo lo inesperado:
se acercó más a Masseria.
Lo impresionó acertándole varios golpes al archienemigo Maranzano: a fines de 1930 la
banda de Charlie le
robó una veintena de
camiones cargados con
licor. Masseria estaba feliz y, en una guerra que
llevaba 60 muertos, creyó
que iba a ganar.
Bajó la guardia y aceptó ir
a almorzar con Charlie, los
dos solos, a Nuova Villa
Tammaco, un restorán de
Coney Island, el 15 de abril
de 1931. Estaban en el primer plato cuando Charlie pidió permiso para ir al baño.
Genovese, Adonis, Siegel y Albert Anastasia entraron. Masseria recibió seis tiros y cayó sobre
los fideos con salsa.
Luciano, calculadamente, le
había dado el triunfo a Maranzano.
Vestido de esmoquin, Maranzano
recibió a unos 500 mafiosos en un
salón del barrio del Bronx para proclamarse “capo di tutti i capi”. Colocó un gran crucifijo e imágenes
de santos en las paredes para aparentar una reunión religiosa.
Maranzano en realidad tampoco
quería hacer negocios con no italianos y no quería formar una red mafiosa nacional. Además sabía que para ser el líder indiscutido debía acabar con Charles Luciano en Nueva
York y con Al Capone en Chicago.
En setiembre de 1931 citó a Charlie
y a Vito Genovese a su oficina. A la
vez, ordenó al asesino irlandés Vincent “Perro Loco” Coll que apenas salieran de la reunión, los eliminase. Pero Luciano, otra vez, fue más rápido.
Había infiltrado el entorno del viejo jefe
y uno de los hombres de confianza de
Maranzano, Tom Lucchese, le sopló que
en ese encuentro lo iban a matar.
Ni Luciano ni Genovese fueron a la cita. Antes de que llegara Coll, cuatro hombres, fingiendo ser agentes de impuestos,
entraron a ver a Maranzano. Lo llenaron
de plomo y lo apuñalaron.
Luciano alcanzó así la cima del hampa.
La era de “los hombres del mostacho”, la
vieja mafia, había terminado.
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