Cómo aprender a predicar Arnaldo Cifelli Presentación Todo este libro está pensado y redactado teniendo en cuenta un hecho incuestionable: en general, se predica mal. ¿Deberemos aplicar también a nuestra realidad esta sentencia que Juan Comes Doménech refiere a España? (La Homilía, ese reto semanal, Edicep, 1992). Dejo al lector el esfuerzo de analizar su propia experiencia. Este libro está pensado y redactado en función del "predicador" -en rigor, de quien desee "aprender a predicar"-, y del destinatario de la predicación: el Pueblo de Dios. En medio de una sociedad que no respira tan en cristiano como antes, el Pueblo de Dios tiene una acuciante necesidad de proteger, alimentar y robustecer su fe. Sin embargo, el descreidito de la predicación -y específicamente de la homilía- es muy grande. Hace décadas que prestigiosos autores se preguntan ta qué punto la homilía es responsable de la decisión de tantos cristianos de no participar en la misa dominical (P. Tensa, en Phase 95). Por su parte, quien realiza este gozoso y nada fácil ministerio de la predicación experimenta cuánta actualidad sigue ateniendo la afirmación del Concilio Vaticano II: (...) la predicación sacerdotal, en las circunstancias actuales del mundo resulta, no raras veces, dificilísima (PO 4). Sorprende, en consecuencia, que la Iglesia Argentina haya cuidado la esmerada preparación profesional de quienes tienen como principal deber anunciar a todos el Evangelio de DIOS (FU 4). Poco o nada se ha avanzado desde 1990. En LPNE, los obispos, con singular franqueza, admitieron que las respuestas a la Consulta al Pueblo de Dios reflejan, con alto índice, la existencia de homilías superficiales y poco preparadas como también alejadas de la vida real. Y exhortan a los formadores de nuestros seminarios mayores a preparar especialmente a los seminaristas para este ministerio. A la vez, invitan a los diáconos y sacerdotes a realizar un cambio muy serio en este aspecto (51). El predicador ha de ser, por derecho y deber de estado, un auténtico profesional de la palabra: El dirigente político o gremial; el conductor de un programa televisivo; el ejecutivo de ventas; el actor y hasta un simple vendedor ambulante... saber, que su éxito está indefectiblemente ligado al manejo de la palabra. ¿Por qué sólo los ministros de la palabra, a quienes Cristo ha constituido "heraldo, apóstol y maestro" (2Tim 1, 11), han de hablar de cualquier manera, sin capacitación previa, sin haber aprendido el arte de expresarse en público? ¿Cómo preparar la predicación? ¿Dónde buscar material? ¿Cómo organizado para hacerlo claro y atrayente? ¿Cómo lograr que nuestras predicaciones convenzan y conviertan? Estas páginas responden a estos interrogantes. Ellas pueden hacer del lector un eximio predicador, si, convencido de que todo se gana con la preparación y todo se pierde con la improvisación, está dispuesto a pagar el precio: tiempo y esfuerzo. La Palabra de Dios para obrar necesita nuestra voz. Juan Bautista se definió como "una voz que grita en el desierto" (Jn 1, 23). La Palabra, sin la voz, queda muda; con una voz improvisada, inauténtica, mediocre, permanece estéril. El camino por recorrer queda iluminado por la pregunta con que el Obispo consagrante presenta la misión profética a los aspirantes al orden presbiteral, y por extensión, a todo predicador: ¿Quieren desempeñar, con la debida dignidad y competencia, el ministerio de la palabra por la predicación del evangelio y la exposición de la fe católica? La predicación es, a la vez, una mística, una doctrina y una técnica. Exige santidad, sabiduría y arte de la comunicación. Para predicar "con la debida dignidad y competencia", se han de conjugar la virtud, la cultura, las técnicas de comunicación y la experiencia. Hablar es difícil, difícil si se ha de decir algo, ha sentenciado Azorín; y Quintiliano, en su clásica Instituciones Oratorias, dice que para obtener un orador hay que cuidarlo desde la cuna. La cuna del predicador es el seminario, la casa de formación, la escuela de ministerios, el seminario catequístico...