Piratas en Mazatlán Luis Antonio Martínez Peña1 Desde el siglo XVI las costas de Sinaloa han sido visitadas frecuentemente por viajeros europeos. En 1531, por los conquistadores españoles capitaneados por el presidente de la Real Audiencia de México, Beltrán Nuño de Guzmán, quien incorporó esta región a los dominios de la corona del rey Carlos V bajo el nombre de reino de Nueva Galicia. Al conocer las inmediaciones de Mazatlán, Nuño de Guzmán, en calidad de gobernador de la Nueva Galicia ordenó la fundación de una villa en la parte media del río Presidio, de españoles, con el nombre de Espíritu Santo en el año de 1532. En 1535, la región vuelve a tener relevancia cuando el conquistador Hernán Cortés vino a explorar el Golfo de California, también llamado Mar de Cortés y tomó las costas de Mazatlán como base de operaciones y abasto de víveres para la fallida colonización de la península. En 1536 la villa del Espíritu Santo fue despoblada por los españoles y con ella toda la región del sur de Sinaloa. En este primer intento los españoles no pudieron someter a los indígenas de las naciones Xixime y Totorame, quienes continuamente se sublevaban, destruyendo y saqueando las pertenencias de los soldados colonos, quienes a su vez, depredaban las siembras de maíz, fríjol, chile, calabaza y las pesquerías de camarón y pescado de los indios y los obligaban a realizar trabajos forzados o los sometían a la esclavitud. Se afirma que el descubrimiento y conquista del Perú en Sudamérica influyó para que el espíritu aventurero arrastrara a los pocos españoles asentados en estas tierras en pos de reales e imaginarias riquezas. No es sino hasta 1564 cuando un joven y astuto vasco llamado Francisco de Ibarra, quien había servido como paje del virrey don Luis de Velasco, llegó al frente de un pequeño grupo de exploradores mineros, reconquistó y volvió a someter a los indígenas de la región a la corona española, y la subordinó al reino de la Nueva Vizcaya, como él llamó a los territorios conquistados en los actuales estados de Sinaloa y Durango. En enero de 1565 se fundó la villa de San Sebastián (Concordia) con españoles, mestizos y negros esclavos que –––––––––––––– 1 Profesor-investigador de la Facultad de Ciencias Sociales, UAS. Clío, 2003, Nueva Época, vol. 2, núm. 29 fueron atraídos tras el descubrimiento de minerales ricos en plata. Francisco de Ibarra fundó los reales de minas de Pánuco, Copala, Maloya y Charcas en la Sierra Madre Occidental. Estos lugares todavía existen y en ellos se encuentran viviendas e iglesias que fueron construidas durante la época colonial y que constituyen monumentos del patrimonio histórico cultural de la nación. La situación de los reales de minas fundados por Ibarra y sus hombres fue bonancible hasta el año de 1585, pero los indígenas se rebelaron con la pretensión de expulsar a los mineros españoles de sus tierras. Por tal motivo, en 1586, el gobernador de Nueva Vizcaya, don Hernando Bazán, ordenó que un grupo de veinticinco soldados mulatos, mezcla racial de indios y negros, establecieran un presidio en la porción media del río de Mazatlán, lo cual explica el actual nombre de Presidio. El presidio funcionaría para contener a los indígenas y cuidar el camino costero, ruta que se aventuraban a seguir los viajeros provenientes de la ciudad de México y Guadalajara. En tiempos de paz, los soldados se transformaban en pequeños agricultores y ganaderos, pues la corona los había premiado con tierras fértiles y agua abundante. Pronto, este presidio contaría con una nueva tarea: la de vigilar la solitaria bahía de Mazatlán de las incursiones de los temibles piratas. Los mulatos del presidio de Mazatlán, durante más de doscientos años, llevaron a cabo esta labor y hasta combatieron valerosamente a los corsarios. Anteriormente, en 1565, el navegante español Miguel de Legazpi encontró la ruta de navegación al oriente que los españoles afanosamente habían buscado desde 1492, cuando el almirante Cristóbal Colón partió de España con la idea de que navegando rumbo al occidente podría llegar a China y la India y conquistar el monopolio del comercio de la seda y las especias de Asia. Con la nueva ruta y los puertos de Acapulco y Manila como extremos, los españoles monopolizaron el comercio de la seda, especias, porcelana y marfil, que aunados a la explotación de los metales preciosos de México y el Perú, constituyeron un sólido soporte financiero para las empresas militares y la manutención de la corona española. Drake y Cavendish Los nuevos hallazgos geográficos y la fortuna alcanzada por los españoles atrajeron pronto la ambición de sus rivales europeos, en especial de los ingleses. En 1577, la reina Isabel de Inglaterra financió la expedición del aventurero Francis Drake, el cual contaba ya con un historial de pirata que se había forjado en las costas del Mar Caribe, Golfo de México y en el Istmo de 146 Clío, 2003, Nueva Época, vol. 2, núm. 29 Panamá. Era tan imponente en sus acciones que el simple rumor de su presencia desmoralizaba a cualquiera de sus enemigos. Francis Drake nació en Devonshire, Inglaterra en 1543 y contaba con 34 años de edad cuando partió de Inglaterra a recorrer las costas del Océano Pacífico y a convertirse en el primer inglés en realizar un viaje de circunnavegación al mando de cuatro embarcaciones, siendo el Golden Hind el buque insignia o nave capitana. A su regreso al puerto de Plymouth en 1580, Francis Drake dio a conocer a la corona las riquezas obtenidas en sus correrías por la costa del continente americano, que recorrió en un viaje de depredación de los puertos y pequeñas poblaciones costeras desde Chile hasta Guatulco, en Oaxaca, México, y la navegación mar adentro hasta la Alta California alcanzando los 40º de latitud. En la Alta California tomó posesión de la tierra en nombre de la reina Isabel y le impuso el nombre de Nueva Albión. La aventura de Drake sobre las solitarias y desprotegidas poblaciones españolas e indígenas de América en las costas del Océano Pacífico hirió profundo el orgullo español y dio a la corona de Inglaterra informes valiosos sobre rutas de navegación y su aprovechamiento militar y comercial. Emulando a Francis Drake, un joven espadachín, hijo de la nobleza y notable en la corte de Inglaterra, llamado Thomas Cavendish (Candish o Caldrens) partió del puerto de Plymouth el 31 de julio de 1586 al frente de 123 hombres, algunos de ellos veteranos del viaje de Drake, a bordo de los barcos Desire de 120 toneladas como buque insignia, el Content de sesenta toneladas y el Hugh Gallant. En marzo de 1587 habían atravesado con dificultades el estrecho de Magallanes en el extremo sur del continente y a partir de ahí la hazaña de Cavendish sobre el Océano Pacífico se escribió con estridencia y sangre sobre las pacíficas poblaciones que tocó en su viaje. Los puertos de Chile y del Perú fueron objeto de saqueo de los que obtuvo un gran botín en plata y oro. Sin embargo, el escorbuto, las escasez de alimentos y otras calamidades habían disminuido su tripulación, por tal razón decidió, frente a las costas de Ecuador, echar a pique al Hugh Gallant repartiendo a sus hombres, 60 tripulantes en el Desire y 40 en el Content. En julio de 1587, quiso la fortuna que Thomas Cavendish, al tomar el puerto de Acajutla, en El Salvador, tuviera un valioso botín en la persona de Miguel Sánchez. Éste personaje era francés de nacimiento, y había pasado como marino a la Nueva España; en su experiencia náutica constaba la de ser nada menos que piloto de las naos que hacían el comercio a las islas Filipinas ¡una presa valiosa! Al ser capturado y sometido a tortura, Miguel Sánchez Clío, 2003, Nueva Época, vol. 2, núm. 29 147 confesó a Cavendish que dos galeones españoles provenientes de las Filipinas estaban por llegar al puerto de Acapulco y que tocarían costas americanas antes del mes de noviembre. Sin demora, Cavendish partió hacia el norte visitando los puertos de Guatulco (sic), Santiago, Salagua, Navidad y Chacala. Tomó un descanso de cinco días en la Isle of St. Andrew probablemente una de las Tres Marías y el cuatro de octubre el inglés ancló sus naves en la desierta bahía de Mazatlán, ahí llegó únicamente con dos barcos, la nave insignia llamada Desire y el Content. Meses después, frente a la reina Isabel, el pirata contaría con jactancia que en ese lugar le habían hecho más daño los mosquitos que los supuestos soldados españoles, pues durante quince días se dio tiempo para tomar provisiones y en una de las tres islas ubicadas frente a la bahía de Mazatlán se dio a la tarea de carenar sus naves y hacerse de una abundante provisión de pescado seco y agua. El capitán Francis Pretty, compañero de Cavendish, cuenta en su crónica de navegación cómo permanecieron durante quince días en una isla (probablemente la de Venados) en labores de limpieza y mantenimiento de los barcos. Estando en la isla, uno de los prisioneros españoles de nombre Domingo se escapó cuando lo obligaban a lavar las camisas de los marineros. Domingo se arrojó al mar y nadó a tierra firme, en donde fue rescatado por un grupo de 40 jinetes, españoles e indios, impotentes observadores de los movimientos de los piratas en la isla. Pretty asegura que estos vigilantes habían acudido desde Chiametla, sitio del interior del que tenía conocimiento, pues así se los había informado Michael Santius, como el llamaba al piloto francés que habían hecho preso en Acajutla. Pretty también relata cómo otro prisionero español, Diego Flores, les ayudó a solucionar el problema de escasez de agua, cuando con las manos, ante la imposibilidad de hacerlo con la palabra, hizo el ademán de excavar en la arena. Haciendo caso a sus ademanes, los ingleses encontraron agua dulce a tres pies de profundidad y así satisficieron sus necesidades y abastecieron las pipas de sus barcos. De otro modo, asegura Pretty, hubieran perdido tiempo y arriesgado mucho, en caso de recurrir a los ríos cercanos a la costa. La flota de Cavendish partió de Mazatlán el 19 de octubre. Cruzando el Golfo de California, desembarcó en Cabo San Lucas en el extremo sur de la Baja California, donde pacientemente esperó la llegada de los galeones de las Islas Filipinas. Finalmente, la ocasión se presentó el 14 de noviembre de 1587, cuando el galeón Santa Ana de 700 toneladas, llegó a Cabo San Lucas y su capitán Tomás de Alzola creyó que las embarcaciones de Cavendish eran de españoles dedicados a la recolección de perlas. El galeón Santa Ana, carente de 148 Clío, 2003, Nueva Época, vol. 2, núm. 29 artillería, resistió el feroz ataque de Cavendish, pero finalmente sucumbió y fue despojado de su valiosa carga que alcanzó la suma de 600 mil pesos en monedas de oro. Durante seis días se dieron a la tarea de saquear las bodegas del Santa Ana que contenía grandes cantidades de mercancías cómo textiles de seda, raso y damasco, esencias aromáticas, especias, alimentos en conserva, vinos y licores, exquisiteces del oriente y todo de gran valor en el mercado. Antonio de Sierra, marinero del Santa Ana declaró en Guadalajara, el 24 de enero de 1588, que tan sólo a uno de los mercaderes de nombre don Luis de Segasosa le incautaron alrededor de 6 mil taeles de oro, monedas chinas de uso comercial en todo el oriente, y con todo la suma arrebatada alcanzaba la cantidad de hasta un millón y medio de pesos. Sin embargo, es necesario señalar que Francis Pretty aseguró que había sólo 122 mil pesos en monedas de oro y el resto eran mercancías exquisitas. De cualquier manera las pérdidas en el asalto del Santa Ana fueron cuantiosas. De la tripulación del Santa Ana el capitán Thomas Cavendish secuestró a dos muchachos japoneses, con la intención de aprender a leer y escribir su idioma. Éstos fueron llamados con el nombre de Christopher y Cosmus; también llevó consigo a tres muchachos filipinos. Todos estos asiáticos eran menores de veinte años. De los europeos escogió al piloto del Santa Ana Alonso de Valladolid y a Nicolás Rodríguez, navegante experimentado que conocía el puerto de Cantón y otras partes de China, así como las islas de Japón y las Filipinas. En acto de gran sacrilegio y en demostración de su anticatolicismo, innecesariamente ejecutó a un fraile franciscano llamado Juan de Almendrales, el cual era misionero en las Filipinas. Después del asalto, los tripulantes del Content, quienes no habían jugado un papel relevante en el asalto, reclamaron de inmediato su parte y estuvieron a punto de amotinarse. Cavendish entregó a su tripulación una tercera parte del botín y así sofocó el amotinamiento. Después de haber abandonado los restos del Santa Ana y a su tripulación en Cabo San Lucas, Cavendish siguió su ruta al oriente y retornó victorioso al puerto de Plymouth el 20 de septiembre de 1588. Tanto impacto tuvo el desastre del Santa Ana que después cualquier rumor que se esparciera por las costas acerca de la presencia de piratas alarmaba y ponía en frenético movimiento a las autoridades, pero sobre todo a los temerosos habitantes de las poblaciones costeras. En octubre de 1597 unos indígenas pescadores de Mazatlán reportaron a la autoridad haber avistado tres embarcaciones inglesas merodeando en Cabo San Lucas. El virrey de la Nueva España, don Gaspar de Zúñiga y Acevedo, conde de Monterrey, despachó Clío, 2003, Nueva Época, vol. 2, núm. 29 149 inmediatamente instrucciones al general Sebastián Vizcaíno para que fuera en apoyo de los galeones. Vizcaíno llegó a Cabo San Lucas y custodió a tres galeones que arribaron sin novedad al puerto de Acapulco el mes de febrero de 1598. Era tan grande el miedo, que en ocasiones un caprichoso banco de nubes sobre el horizonte marino hacía que los marineros se alarmaran sobre la posible presencia de piratas al acecho. Una de las descripciones de cómo era la bahía de Mazatlán fue legada a la posteridad por el obispo de Guadalajara, don Alonso de la Mota y Escobar, en la Descripción geográfica de los reinos de la Nueva Galicia, Nueva Vizcaya y Nuevo León, un libro que da noticias sobre las ciudades, villas, pueblos, y paisajes; aporta datos sobre aspectos raciales, idiomáticos, vicios y virtudes, que componían las costumbres de los habitantes de casi todo el norte de México, Este libro fue resultado de una visita pastoral realizada entre los años de 1602-1605. En esta obra, al ocuparse del puerto de Mazatlán, asegura que tomó su nombre de un pueblo de indios así llamado que se encontraba a dos leguas al sur y que el puerto se hace de un promontorio y de un gajo de serranía que se mete tres leguas en el mar, dando un aspecto de pequeño archipiélago de islas y cerros en medio de lagunas y esteros, haciendo vuelta y ancón otra vez hacia la tierra, de suerte que deja hecha una ensenada segura en la cual se pueden refugiar y anclar muchas embarcaciones. También el obispo fue enfático al señalar que el puerto estaba deshabitado y da noticia del uso que don Thomas Caldrens, corsario inglés, había dado al puerto, lugar donde dio de lado sus naves para labores de limpieza y erróneamente aseguró que fue en Mazatlán donde Cavendish esperó y asaltó al galeón “Santa Ana” y no en Cabo San Lucas como en realidad fue y lo consignaron los propios actores del drama en largos informes judiciales por los españoles y celebrado en términos publicitarios por los ingleses. Los bucaneros Aproximadamente cien años después de las incursiones de los ingleses, las amenazas de invasión y saqueo se convirtieron en una amarga realidad para los habitantes de las poblaciones costeras de Sinaloa y Nayarit con la presencia de los bucaneros. Temibles bandas de asesinos y ladrones, de nacionalidad variada y sin convicciones o estrategias obedientes a gobierno alguno. Los gobiernos ingleses, franceses y holandeses los toleraban porque compartían a un enemigo común: los españoles, pero ninguno se atrevía a reconocerlos abiertamente. 150 Clío, 2003, Nueva Época, vol. 2, núm. 29 Los bucaneros Charles Swan y Townley llevaron a cabo en 1685 una campaña de saqueo sobre las costas del Pacífico, cuyo propósito final era capturar el galeón de Manila o nao de la China. Estos capitanes eran los jefes de una desordenada banda de 340 hombres y se transportaban en dos barcos. Desde el 13 de septiembre se hicieron presentes en las costas de México atacando los puertos de Tehuantepec, Guatulco, Puerto Ángel, Acapulco e Ixtapa-Zihuatanejo. Mientras los bucaneros llevaban a cabo esta labor de saqueo y destrucción, el virrey de la Nueva España, don Tomás Antonio de la Cerda y Aragón, conde de Paredes y marqués de la Laguna, ordenó al almirante Isidro Atondo y Antillón que partiera del puerto de Matanchel (San Blas) para la Baja California con la misión de advertir del peligro al galeón de Manila sobre la presencia de piratas y custodiar la nave hasta Acapulco. El almirante Atondo partió de Matanchel el 25 de noviembre y en tiempo récord de tres días llegó a Cabo San Lucas; ahí encontró al galeón Santa Rosa y arribaron sin novedad el 20 de diciembre de 1685, al puerto de Acapulco. Todo parece indicar que los bucaneros Swan y Townley se encontraban en el puerto de Salagua, en Colima, cuando pasó por ahí el Santa Rosa y su custodia militar durante la noche del 9 al 10 de diciembre. En toda la Nueva España se dijo que el escape del galeón había sido un milagro. Este acontecimiento propició acaloradas disputas entre Swan y Townley, pues al tomar prisioneros a unos españoles, éstos informaron sobre el feliz arribo del Santa Rosa al puerto de Acapulco. En Bahía de Banderas se separaron, Townley regresó al sur y Swan llevó a cabo una incursión de saqueo con rumbo al norte, pues había tenido noticias de la existencia de la bonancible situación que se vivía en el real de minas del Rosario, lugar costero y muy cercano a la bahía de Mazatlán. Swan ancló frente a las Islas de Mazatlán el 30 de enero de 1686 y con un centenar de hombres a bordo de canoas, desembarcó y navegó todavía alrededor de 30 leguas al norte de la bahía de Mazatlán, sin hallar los ricos pueblos mineros que esperaba encontrar. Sólo halló lugares abandonados por los pobladores de la región, quienes habían recogido sus ganados y provisiones y se habían trasladado al interior. El 12 de febrero partieron rumbo al sur y desembarcaron en la desembocadura del río Chametla (Baluarte), Un grupo de ochenta hombres llegó al real de minas del Rosario donde sólo obtuvieron 80 bushels de maíz. Otra incursión fue llevada a cabo en el río Grande de Santiago, y el 26 de febrero asolaron el pueblo de Senticpac, obteniendo abundantes provisiones; pero cuando se iniciaba el traslado al barco a lomo de caballos y en canoas, los bucaneros fueron emboscados por una gran cantidad de españoles, mulatos e indios que dieron Clío, 2003, Nueva Época, vol. 2, núm. 29 151 muerte a cincuenta integrantes de la banda, casi un cuarto de la tripulación total de Swan. Después de retirarse del río Santiago, Swan permaneció todo el mes de marzo de ese año en la isla María Magdalena, una de las islas Marías, carenando su embarcación. En abril fue a Bahía de Banderas, donde se abasteció de agua y partió en un largo viaje a través del Océano Pacífico. Al año siguiente de la desafortunada incursión de Swan, un pequeño grupo de bucaneros franceses e ingleses, hicieron su aparición en las costas de Mazatlán. La fuerza total se componía de cincuenta y cinco hombres. No se conoce la fecha exacta del arribo de estos bucaneros al puerto de Mazatlán; tan sólo se sabe que fue en 1687. Pero realizaron una violenta incursión al interior tomando por asalto el presidio de San Juan Bautista de Mazatlán (Villa Unión) “más de cien hombres” de acuerdo a la versión local, se alojaron durante tres días y a su retirada, incendiaron la iglesia y las casas de la población. Estos bandidos establecieron su base de operaciones en los puertos e islas desiertas del Golfo de California y en las Islas Marías. Por un lapso de cinco años fueron un serio dolor de cabeza para las autoridades y poblaciones de la costa. Durante estos años los pueblos de Acaponeta, El Rosario y Senticpac sufrieron la indeseable visita de los bucaneros, la pérdida de pertenencias e irreparables daños personales. Epílogo Después del siglo XVII no se volvió a conocer de la presencia de piratas en la región, de vez en cuando, sólo el rumor de haber avistado piratas en la mar corría como el fuego en un rastro de pólvora. Así se consignó el 15 de diciembre de 1719, que se habían avistado tres embarcaciones a seis leguas del puerto y el teniente de la villa de San Sebastián de la alcaldía mayor de Copala, Juan Esteban de Guzmán, alertó al gobernador de la Nueva Vizcaya, don Manuel de San Juan de Santa Cruz, para que enviara armas y recursos necesarios para la defensa. Todo resultó ser un rumor y el gobernador no envió más que dos quintales de pólvora e instrucciones de extremar la vigilancia. En 1792 cuando la corona española constituyó y elevó al presidio de San Juan de Mazatlán a la categoría de gobernación, su comandante militar y jefe político, don Joseph Garibay, recomienda, en 1793, la construcción de una fortaleza o batería de seis u ocho cañones, con un almacén donde guardar la pólvora y municiones en la cima del cerro del Vigía, así como el establecimiento de una guarnición permanente de soldados dedicados en exclusiva a la vigilancia de la costa. La propuesta iba acompañada del lejano recuerdo del asalto cometido por Swan en 1687 a la población del presidio. En 152 Clío, 2003, Nueva Época, vol. 2, núm. 29 1804 el intendente de Sonora, don Alejo García Conde, vuelve a recomendar la construcción de defensas, pero ya no fue tarea que pudieran realizar de algún modo las autoridades españolas y la bahía de Mazatlán quedó indefensa por siempre. Clío, 2003, Nueva Época, vol. 2, núm. 29 153