ANALITICA INTERNACIONAL Grupo Coppan SC Abril 9, 2010 Cuba: la resistencia al cambio Fidel Castro (83) decidió, en febrero de 2008, después de tres décadas como jefe máximo de la revolución cubana, dejar el liderazgo formal en manos de su hermano Raúl (78). Este evento abrió expectativas de cambio a partir de dos hechos incuestionables: el desfase del sistema político cubano frente a la tendencia generalizada en el hemisferio y en el resto del mundo (gobiernos democráticos) y, quizás más importante, el deterioro constante de la situación económica y social de los habitantes de la isla. Dos años después del relevo, los cambios, al menos desde el exterior, parecen quedar muy por debajo de las expectativas. El trato a los disidentes políticos se ha convertido en el indicador muestra de que la situación política en la isla no ha cambiado. Se mantiene un régimen con férreo control de la vida política, muy pocas concesiones a la disidencia y ausencia de indicios por parte del gobierno de un tránsito a la democracia. Los indicadores económicos -a partir de observaciones desde el exterior por la ausencia de cifras oficiales-, se mantienen en estado preocupante. La ausencia de ayuda del exterior -de los buenos tiempos en que existía la Unión Soviéticay el creciente aislamiento -a excepción de lo que países como Venezuela y China apoyan a Cuba- ha implicado mayores racionamientos, menores oportunidades de empleo y expectativas aún más bajas de bienestar económico y social para la población. La ausencia de estadísticas confiables y de realización de encuestas nos impide dar sustento “científico” al cómo viven y piensan los cubanos. Sin embargo, podemos imaginar que si las cosas estuvieran mejor, el gobierno sería el más interesado al mostrarlo al mundo, entre otras cosas para recuperar su legitimidad, cosa que no ha sucedido. En paralelo al inmovilismo estatal en Cuba, los principales actores de la comunidad internacional han dado claras muestras de su disposición a apoyar a Cuba en su proceso de cambio, si el nuevo gobierno está dispuesto a actuar a partir de estándares mínimos de respeto a los derechos humanos, políticos y sociales. La Unión Europea ha sido constante en este esfuerzo. El nuevo gobierno de Estados Unidos ha dado muestras claras de su disposición para iniciar una nueva etapa. Incluso en la OEA, el foro hemisférico por excelencia, se ha promovido la reintegración de Cuba. Ninguno de estos actores parece estar satisfecho con lo que el gobierno de Raúl Castro ha ofrecido a cambio. Los disidentes políticos en prisión encontraron en la huelga de hambre un arma efectiva para poner en evidencia la ausencia de democracia en su país. El 23 de febrero, después de 85 días de huelga de hambre, muere el preso político 2 Analítica Internacional Orlando Zapata. El evento adquirió mayor realce internacional por los obstáculos que puso el gobierno cubano a familiares y amigos para asistir al funeral. Ahora se encuentra en la misma ruta Guillermo Fariñas (44 días en huelga de hambre), en demanda de la liberación de 26 presos políticos con problemas de salud. Probablemente tendrá el mismo desenlace que Orlando. Frente al descrédito que esto ha significado para el actual gobierno cubano -al menos en el exterior pues no hay manera de saber cuántos cubanos apoyan al actual régimen y cuantos preferirían un régimen democrático-, Raúl Castro declaró en días recientes que Cuba “está pasando por el peor asedio desde el exterior en los últimos veinte años y que mejor morir que ceder”. Curiosa declaración cuando ningún gobierno, ni siquiera el de Estados Unidos, ha desplegado fuerza militar alguna o dado algún indicio de agresión en contra de la isla. ¿A quién le interesaría emprender una agresión en contra de Cuba cuando desde el fin de la Guerra Fría ese país dejó de ser una potencial amenaza para nadie? En el contexto actual, el viejo argumento de unidad interna frente al agresor externo, suena cada día más hueco e insostenible. Si las premisas sobre lo que sucede actualmente en Cuba son correctas, podríamos aventurar dos hipótesis. La primera, que ni Fidel ni Raúl han considerado un cambio de régimen en la isla, pues el actual es el único que les garantiza el poder, al menos mientras ellos dos vivan. La segunda, que Raúl, en el afán de mantenerse en el poder y lograr mayor legitimidad – por lo menos frente al exterior – consideró algunos cambios, que al final resultaron cosméticos y de poco impacto, y después se dio cuenta que ir más allá representaría un riesgo para la continuidad del actual régimen. Desde el exterior, los bien intencionados esperan un cambio en Cuba por el bien de los cubanos, por sus libertades políticas y por su bienestar. Los bien intencionados con intereses, tanto gobiernos como actores privados, esperan una apertura económica que les abra horizontes y oportunidades de negocios. Pero más allá de los cubanos en el exilio que legítimamente podrían buscar regresar a su país y participar en política, nadie, ni siquiera Estados Unidos, parece tener intereses estratégicos que puedan incentivar una intervención mayor. Si hace una década hubiese dudas sobre ello, Afganistán e Iraq han servido para disiparlas. Nadie, desde el exterior –a excepción quizás de los desfasados históricos– considera que el actual régimen político y económico de Cuba está para quedarse, como podríamos pensar de las actuales democracias europeas, de Estados Unidos y Canadá, o incluso de países como México. La mayoría espera un cambio y no faltan razones para ello. Quienes actualmente sustentan el poder no son ni serán los promotores del cambio. “Nadie puede ser dos veces revolucionario en su mismo país” dijo alguna vez Fidel Castro. Así las cosas, la pregunta sobre qué o quién detonará el cambio está en el aire. La dirección es menos difícil de adivinar, no así el tiempo que esto llevará y el costo que la sociedad cubana habrá de pagar por ello.