ORQUESTA NACIONAL DE ESPAÑA Carlos Kalmar, director I Joaquim Homs (1906-2003) Simfonia breu (Primera vez ONE) Robert Schumann (1810-1856) Konzertstück para cuatro trompas y orquesta en Fa mayor, opus 86 Lebhaft Romanza Sehr lebhaft Salvador Navarro, trompa José Enrique Rosell, trompa Rodolfo Epelde, trompa Javier Bonet, trompa II Igor Stravinsky (1882-1971) La consagración de la primavera I. La adoración de la tierra Introducción. Augurios primaverales. Danza de las adolescentes. Juego del rapto. Rondas primaverales. Juego de las ciudades rivales. Cortejo el sabio. Danza de la tierra. II. El sacrificio Introducción. La elegida. Círculos misteriosos de los adolescentes. Glorificación de la elegida. Evocación de los antepasados. Danza sagrada. Concierto 16 - Ciclo I (Música y Mito). 17, 18 y 19 de marzo de 2006 Viernes 17 de marzo de 2006, a las 19:30 h. (ONE 4662) Sábado 18 de marzo de 2006, a las 19:30 h. (ONE 4663) Domingo 19 de marzo de 2006, a las 11:30 h. (ONE 4664) Auditorio Nacional de Música (Madrid). Sala Sinfónica. Notas al Programa Fuera de la norma “Música sobrehumana, revelación de potencias elementales, dédalos, torbellinos, ruidos, voces lejanas, soplos vivientes, escalofríos del espacio, temblores, éxtasis, pavor, iniciaciones crueles y celebraciones misteriosas: el culto de la naturaleza encuentra su liturgia”: así se expresaba Louis Laloy en la Grande Revue de junio de 1912, tras asistir a una audición privada de La consagración de la primavera de Stravinsky. La descripción del músico francés traduce perfectamente la sensación de estupor ante la revelación de una música sobrecogedora, nunca oída hasta entonces. El asombro se convirtió en escándalo el día del estreno, el 29 de mayo de 1913, en el teatro parisino de los Campos Elíseos en la versión de los Ballets Rusos de Diaguilev. Tanto la música de Stravinsky como la coreografía de Nijinsky provocaron en el público un áspero rechazo. Recordaba el compositor: “Procedentes de la sala, débiles protestas contra la música se hicieron oír desde el principio. Luego, una vez levantado el telón, desde la aparición de jóvenes provocadoras con largas trenzas y rodillas chuecas (Danza de las adolescentes), la tempestad estalló. Fuertes invectivas empezaron a surgir detrás de mí y yo abandoné la sala furibundo”. El ballet había nacido como representación de los mitos de la Rusia pagana: ante la mirada insondable de los Sabios, una joven era elegida para danzar hasta la muerte, asegurando con su sacrificio el regreso de la primavera y el comienzo de un nuevo ciclo vital. Stravinsky afirmaba haber buscado inspiración en sus recuerdos infantiles de “la violenta primavera rusa que parecía comenzar en una hora y era como si toda la tierra temblara”. Al querer representar “el sublime crecimiento de la naturaleza que se renueva”, el compositor había dado vida a una obra telúrica, atravesada por una violencia bárbara, ajena a toda regla de armonía y belleza clásicas. 4 Inspirada en unos mitos ancestrales, La consagración de la primavera no tardó nada en erigirse a su vez en todo un mito de la música del siglo XX. Pocas composiciones han irrumpido en la historia de la música con tanta fuerza, marcando un punto de inflexión tan profundo en la imaginación de compositores y oyentes. De ello eran plenamente conscientes tanto los detractores como los partidarios de la pieza. “A la señal del director, todos los músicos improvisaron sin la menor preocupación de tonalidad, matiz o compás”, escribía René Brancour en Le Ménestrel. Henri Quittard comentaba en Le Figaro que “el fondo de este arte es bastante débil y de una simplicidad del todo primitiva. Requiere imperiosamente, para revelar su sabor un poco soso, esos artificios exteriores, violentamente picantes, en los cuales no escatimó el compositor”. Con un juego de palabras intraducible al castellano, hubo quien bautizó la pieza como La masacre de la primavera (el título original francés es Le sacre du printemps). Los sectores musicales más conservadores se alinearon contra la novedad que suponía la pieza. Vincent D’Indy afirmó que la partitura era una obra maestra “según los ritos de la pequeña iglesia modernista”. Adolphe Boschot cargaba la artillería y escribía que Stravinsky había trabajado para “acercar su música al ruido”. Sin embargo, tenía razón Louis Laloy cuando observaba que hasta los críticos más severos habían reconocido el poder de La consagración. La polirritmia (que daba una impresión general de incoherencia e irregularidad), la emancipación de la disonancia obtenida por superposición de tonalidades distantes, el componente percutivo de la instrumentación y la proliferación de sonoridades saturadas empezaron a ser vistos con ojos más benévolos ya a partir de la versión de concierto que Pierre Monteux ofreció un año más tarde. Desde entonces, La consagración de la primavera se ha afirmado como uno de los grandes mitos de la música 5 moderna y ha sido objeto de análisis, comentarios y anatomías. A posteriori ha podido demostrarse que, a pesar de su salvaje desbordamiento, la estructura armónica, rítmica y formal de La consagración obedece a pautas mucho más rigurosas de lo que podía sospecharse en una primera escucha. No andaba descaminado Jean Cocteau cuando acuñaba para la Consagración la paradójica definición de “obra fauve organizada”. El regreso al pasado y al orden que supuso el neoclasicismo stravinskiano pocos años más tarde era en realidad más aparente que sustancial. Tal como reconocía el propio compositor, “he sido un revolucionario a mi pesar”. ¿Fue Schumann un músico “alérgico” a la orquesta? Sus contemporáneos consideraban su obra sinfónica lastrada por la chapucería y el diletantismo. De la misma opinión eran también algunos artistas de primera fila. Años más tarde, Gustav Mahler aún sentía la necesita de retocar -a veces de forma sustancial- la instrumentación de las sinfonías de Schumann para enmendar sus supuestos defectos. Hoy tendemos a considerar virtudes lo que antaño se tomaba por defectos. La escritura schumanniana para la orquesta nos resulta atravesada por una heterodoxa originalidad. Es cierto que la búsqueda de nuevas soluciones tímbricas por parte del compositor no desemboca en los mágicos resultados de Mendelssohn. Las soluciones son menos transparentes, el equilibrio instrumental se desplaza con demasiada facilidad hacia la cuerda, lo cual emborrona las líneas, las encierra en un marco demasiado rígido y compacto. Schumann no está dispuesto a conceder al viento aquella autonomía que había entrevisto Weber. Admira, pero contempla desde la distancia, a otro campeón de la heterodoxia: el Berlioz sinfónico. Entre las piezas orquestales de Schumann, un capítulo aparte es representado por el Konzertstück para cuatro trompas y orquesta opus 86: escrito 6 en febrero de 1849, es posiblemente el punto más alto alcanzado por la imaginación del músico en el ámbito de la experimentación tímbrica y en el plano de la escritura sinfónica. El propio compositor la consideraba una de sus obras más logradas. La insólita plantilla, que requiere la presencia de cuatro virtuosos del instrumento de metal, hace de ella una pieza de infrecuente audición. Una verdadera lástima, si se tienen en cuenta su calidad y su originalidad. Precisamente de Francia, y gracias al impulso de Berlioz, los instrumentos de viento habían experimentado una serie de modificaciones para dotarlos de nuevos timbres o de recursos técnicos imposibles de conseguir con anterioridad. Los instrumentos de metal, por ejemplo, empezaban a utilizar mecanismos de pistones, lo que les permitía producir todos los sonidos cromáticos. Schumann estaba a favor de esta innovación, como queda claro en la opus 86, no en vano escrita -tal como especifica el compositor- para Ventilhörner, esto es, trompas de pistones. El título de Konzertstück (Pieza de concierto) es engañoso y disimula las verdaderas ambiciones de la obra. Se trata en realidad de un verdadero concierto en tres partes, aunque Schumann establece unas relaciones temáticas muy estrechas entre un movimiento y otro, como ya había hecho en el Concierto para piano opus 54. La sonoridad de las trompas crea una ambientación tímbrica de clara ascendencia romántica. No obstante, el conjunto de cuatro solistas contrapuesto a la orquesta evoca también los modos barrocos del concerto grosso. Los timbres suntuosos y la escritura brillante de la pieza contrastan con la desnudez típica del estilo de Schumann en esta misma época. Es éste otro elemento que contribuye a hacer del Konzertstück algo único e irrepetible en el catálogo del compositor. El primer movimiento (Lebhaft) sigue el modelo de la forma sonata. El segundo, como a veces ocurre en Schumann, es una Romanza. Su andadura lenta pero no demasiado- genera un lirismo poco llamativo, 7 aunque intenso y evocador, donde las cualidades vocales de las trompas son explotadas en toda su carga nostálgica. El movimiento conclusivo (Sehr lebhaft) cierra la obra en un clima de gran empuje y brillantez. Joaquim Homs nace en Barcelona el 21 de agosto de 1906. Realiza estudios de violonchelo y su primera formación como compositor es autodidacta. El encuentro con Roberto Gerhard en 1931 marca un punto de inflexión decisivo en su devenir artístico. A partir de este momento, Homs empieza a desarrollar un lenguaje personal basado en la adopción de la técnica dodecafónica enfocada desde una perspectiva lírica e interior. El estreno del Dúo para flauta y clarinete en el festival organizado por la Sociedad Internacional de Música Contemporánea (SIMC) en París en 1937 parecía presagiar una luminosa carrera fuera y dentro de España, una impresión reforzada dos años más tarde por el estreno en Varsovia del Cuarteto para cuerda núm. 1. Sin embargo, la Guerra Civil, además del impacto que tiene en su vida (el compositor tiene que abandonar Cataluña), trajo como consecuencia la marginación de Homs del mapa musical español. Sus obras resultan demasiado atrevidas y poco conformes con los cánones oficiales. Y Homs que, por otra parte, no tiene ninguna ambición de imponerse en el panorama de la época, cultiva la composición como una actividad privada. Mientras ejerce su profesión de ingeniero industrial, escribe mucho, pero la gran mayoría de sus piezas quedan en el cajón y verán la luz sólo muchos años más tarde. Es bien adentrada la década de los setenta cuando su catálogo empieza a imponerse a la atención general y el músico logra finalmente los primeros reconocimientos de un trabajo que hasta entonces había tenido un eco casi nulo en su país. Tal vez debido al carácter del compositor, tal vez a las peculiares circunstancias en que vio la luz la mayoría de su producción, lo cierto 8 es que las piezas de Homs se caracterizan por un talante introspectivo, lírico y de acentos delicados. La brillantez y las poses exteriores son descartadas a favor de una escritura sobria y esencial, que renuncia a cualquier efecto redundante. A Homs podría definírsele quizá como un “Mompou dodecafónico” y no sólo por el talante reservado e intimista de su música. También por mostrarse más cómodo en las formas breves. Y si Mompou encuentra su terreno familiar en el piano, Homs revela una especial afinidad en el ámbito de la música de cámara. No obstante, Homs posee una paleta de recursos muy amplia. Si las necesidades lo requieren, puede adoptar un discurso dramático, o recurrir a formas más amplias. Esto resulta especialmente evidente en su catálogo orquestal, que cuenta con obras de envergadura: Invención para orquesta, Presencias, Biofonia y Memoralia. Para su primera incursión en la producción del compositor catalán, la Orquesta Nacional de España ha escogido la Simfonia breu, de 1972, una obra madura y plenamente representativa de los valores estéticos de Homs. Escribía el músico a propósito de la pieza: “La Simfonia breu consta de un único movimiento en el que todos los acontecimientos musicales proceden más o menos explícitamente del contenido de los compases iniciales. Los diversos períodos que se suceden contrastan por su carácter o su textura y se relacionan entre sí en el transcurso de la composición [...] Secuencias de tensión y turbulencia se alternan con otras de serenidad y aunque no se producen repeticiones textuales son fácilmente identificables las características y los vínculos que se manifiestan en las diversas secciones de la Sinfonia. Generalmente, las figuras melódicas son breves y contenidas, excepto la extensa melodía que despliegan todos los instrumentos de cuerda en el clímax que se produce en la penúltima sección de la obra. Después de un compás de silencio empieza la fase conclusiva, de carácter estático y contemplativo”. Stefano Russomanno 9