Una nueva Liga Árabe

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¿Una nueva Liga Árabe?
Carlos LARRINAGA
Historiador
La Liga de Estados Árabes fue fundada en 1945 como una organización supranacional que
agrupa a diferentes países del norte de África y Oriente Próximo. Constituida inicialmente por siete
miembros, en la actualidad la integran 22, si bien Siria, socio fundador, está suspendido desde 2011.
Tratándose de una coalición fundamentalmente de carácter político, aunque también aboga por una
coordinación en varias materias (económica, cultural y de salud), dos fueron los objetivos centrales
durante los años iniciales de su existencia. En primer lugar, el acelerar el proceso de emancipación
de las diferentes naciones árabes, aunque en realidad no todas ellas pueden ser calificadas como tal,
resultando ser un actor fundamental en los procesos de des-colonización de las dos regiones
mencionadas. En segundo lugar, el evitar el nacimiento de Israel en suelo palestino. Pues bien, si en
el primer caso los logros fueron más bien notables, palpable por el sensible incremento de sus
afiliados a medida que fueron accediendo a la independencia, en el segundo aspecto las cosas no
podían haber ido peor. No sólo porque no pudieron impedir la creación del Estado de Israel en 1948
de forma unilateral, sino también porque las sucesivas guerras que se han producido desde ese año
(1948, 1967, 1973 y 1982) han supuesto severas derrotas, además de no haber conseguido la génesis
de una Palestina independiente plenamente reconocida en el panorama internacional.
En realidad, no se trata de una Unión de Estados, a la manera de la UE, ni de una federación,
sino más bien de una alianza en la que todos los participantes conservan su soberanía. Lo que quiere
decir que cada uno de ellos tiene un voto en el Consejo de la Liga, si bien las decisiones aprobadas
no son necesariamente vinculantes, por lo que su cumplimiento depende de la voluntad de sus
asociados. En este sentido, y siendo la vertiente política la que más peso ha tenido desde su
nacimiento, se puede decir que la historia de la Liga Árabe ha estado muy vinculada a los avatares
de los estados que la componen y en gran medida al propio conflicto árabe-.israelí. Egipto por
ejemplo, fue excluido en 1979 tras la firma del Tratado de paz con Israel, trasladándose la sede de
El Cairo a Túnez. No fue readmitido hasta diez años más tarde, regresando nuevamente el domicilio
de la Liga a la capital egipcia. Se trataría, sin duda, del periodo más largo de apartamiento de uno de
sus adscritos. Porque, en el contexto de las revueltas árabes de 2011, fueron separadas, asimismo,
Libia, readmitida enseguida, y Siria, aún hoy en esa situación, como ya se ha dicho.
Pues bien, con la llegada del rey Salman al trono de Arabia Saudita parece que algo ha
cambiado en el seno de la Liga en lo que al plano militar se refiere. Hasta la fecha, las coaliciones
árabes que combatieron a Israel no lo hicieron bajo el paraguas propiamente dicho de aquélla. De
esta guisa, con el objeto de hacer frente a los rebeldes hutíes, de confesión chiíta, en la guerra civil
que se libra en Yemen, Arabia ha optado por dotar a la propia Liga de una especie de organización
militar. Hay quien ha querido comparar esa operación con la propia OTAN, que dispone de una
estructura política y otra militar. Esto implica una novedad muy importante, ya que supone un paso
más en la escalada de militarización de ese área. A este respecto, no parece una casualidad que haya
sido el reino saudí el que esté impulsando esta nueva realidad en el seno de la Liga. Primero, porque
no le interesa un Yemen desestabilizado, territorio fronterizo y, si se me permite la expresión, su
patio trasero. Segundo, porque al antecesor del rey Salman se le acusó desde los sectores más
puristas de haber entregado su suelo a los americanos, habiendo permitido al Ejército
estadounidense, es decir, al Infiel, operar desde el suelo sagrado del Profeta. Y tercero, porque un
ordenamiento militar de este tipo reforzaría el papel de Arabia en el pulso que desde hace unas
décadas lleva manteniendo con Irán, en ese enfrentamiento cada vez más descarnado por controlar
toda la región. Que la Liga Árabe haya decidido entrar en este juego favorece, sin duda, los
intereses de Riad en detrimento de Teherán, valedor de los hutíes en Yemen.
Desde luego, está por ver si dicha logística militar se consolida o debemos hablar
simplemente de una coalición más de países árabes, con la diferencia, eso sí, de que ahora, en vez
de luchar contra Israel, se está combatiendo a otros musulmanes, en este caso chiítas.
Paradójicamente, Arabia aparecería en estos momentos como aliado indirecto de Israel. Ambos
tendrían como común enemigo a Irán, lo cual supone, atendiendo a la terminología del gran
politólogo francés Maurice Duverger, un nuevo cleavage o línea de ruptura. Frente a musulmanes
contra judíos israelíes de las décadas anteriores se ha pasado a un enfrentamiento de sunitas contra
chiítas como la gran novedad dentro del convulso marco de las relaciones internacionales del
Próximo Oriente. De ahí que la consolidación de un sistema militar de estas características (la
formación de una fuerza militar conjunta) no haría sino agravar aún más la situación. Y así ha
debido entenderlo Estados Unidos, inmerso en estos momentos en las nuevas negociaciones con
Irán con vistas a llegar a un convenio definitivo en materia nuclear el próximo 30 de junio. La
presión saudí contra los hutíes chiítas es un elemento de distorsión en dicho diálogo, por lo que no
se me antoja simple casualidad el hecho de que el cese de los bombardeos contra los rebeldes
yemeníes anunciado por el ejecutivo de Riad el pasado 21 de abril haya coincidido con el reinicio
de las conversaciones con la delegación iraní en Viena al día siguiente. No parece que a la
Administración Obama, tan parca en resultados de política internacional, le convenga que una
pertinaz actuación de Arabia en Yemen pueda dar al traste con un eventual acuerdo llamado a
introducir algo de sensatez en esa zona. Que Irán haya celebrado el fin de los bombardeos puede
allanar algo el camino emprendido, así como su predisposición a seguir luchando contra el Estado
Islámico en Irak, cuyo papel está siendo de primer orden. Para que estos entendimientos a varias
bandas con Irán no se trufen el rey Salman y su gobierno deberán actuar con más cautela, siendo al
mismo tiempo necesarias altas dosis diplomáticas por parte de Washington para vender un acuerdo
que, en principio, se presenta como muy positivo.
27 de abril de 2015
Publicado en El Diario Vasco, 2 de mayo de 2015, p. 20
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