espectro”. La oscilación en la formación de dichos campos ondea hacia afuera como radiación, y la luz viaja a una velocidad máxima aproximada de 300.000 kms por segundo (en el vacío). El electromagnetismo es una de las cuatro fuerzas fundamentales de la naturaleza y como dice el reputado investigador y divulgador científico Brian Greene, “gobierna todos nuestros sentidos”. ¿Por qué es posible la vista? Porque las ondas electromagnéticas que llamamos ondas de luz llevan el mensaje de dicho sentido al interactuar con los electrones en los átomos de nuestras retinas. Mire a su alrededor: el papel de este periódico, la mesa, la taza de café; usted no está viendo evidentemente las partículas nucleares interactuando sino la luz que rebota de la “máscara de electrones”, como la llama Angier, que reviste a cada átomo. El escocés James Clerk Maxwell hizo la formulación crucial sobre la luz que se propaga en forma de ondas y que la luz visible es un fenómeno electromagnético. En 1905, Albert Einstein mostró en la explicación del efecto fotoeléctrico (cambios en la tasa de emisión de electrones de un metal al interactuar con cambios en luz de alta frecuencia) que para que éste fuese posible la luz debía llegar en paquetes discretos: partículas llamadas fotones. La luz podía comportarse entonces como onda y como partícula. Esta formulación fue la que le valió el Nobel, no su teoría de la Relatividad, cuyo centenario se conmemora también este año. Se tiende a pensar en la luz del Sol únicamente como la visible a la especie humana, la que las células del ojo son capaces de capturar y el cerebro de interpretar con los impulsos nerviosos que recibe pero esa es apenas una parte del espectro. Metafóricamente hablando, como dice Angier, la mayoría de la luz del Sol es “oscura” para “nuestra relativamente pobre visión (...). Es como tener una oferta de 100 mil millones de sabores y poder detectar solamente 5”. El espectro incluye rayos como los X, gamma, ultravioleta, infrarrojos, que están por fuera del visible a los humanos, aunque no para otras especies animales: las abejas, por ejemplo, detectan la polarización de la luz y además ven perfectamente bien en el rango ultravioleta y, en correspondencia, algunas flores tienen franjas visibles para atraer a estos polinizadores e invisibles para el jardinero de turno. Aunque los colores se le atribuyen En la historia de la luz, la primera referencia es el Big Bang”. comúnmente a los objetos, realmente es la luz la que ‘tiene’ color y al ser reflejada por un objeto, en el proceso éste absorbe unos colores, rechaza (refleja) otros, conformando el conjunto al cual se le da un nombre según la ‘tonalidad’ familiar para los humanos. Fue Newton quien propuso una nueva comprensión con sus estudios sobre la descomposición de la luz al atravesar un prisma y la luz blanca compuesta de muchos colores. “Los cambios de los cuerpos en luz y de la luz en cuerpos, se conforman bien con el curso de la Naturaleza, que parece deleitarse en transmutaciones”, escribió, y en eso no se equivocaba. Su contemporáneo, Christiaan Huygens y su rival Robert Hooke propusieron que la luz era una onda. Estudios posteriores demostraron que Newton no era infalible pero siempre quedarán las palabras de Alexander Pope sobre la publicación del monumental tratado del científico de Cambridge, Sobre los principios matemáticos de la filosofía natural (1687): “[y] todo fue luz”. Salvo algún meteorito o asteroide que deje rastros palpables en la Tierra, la astronomía no puede tener las manos puestas en su gran objeto de estudio: el Universo. Así que depende de la luz para obtener información de los cuerpos extraterrestres, analizando los diferentes tipos de ondas que estos emiten a través del espectro, con el uso de telescopios que, desde Galileo Galilei y otros precursores, hasta ahora, han sido perfeccionados espectacularmente con modelos de usos de lentes y espejos para efectivamente acercar lo más lejano. Cada rayo de luz que detecta uno de estos aparatos da cuenta de un viaje: “la relativa desolación, violencia o tranquilidad del territorio que cruzó, las masas que atravesó, el cuerpo radiante del cual surgió”, des- cribe Angier, así como el tiempo que le tomó. Todo el estudio de cosmología está íntimamente ligado a la luz como elemento para intentar comprender asuntos como cuerpos celestes, la materia oscura en un Universo cuya expansión se está acelerando, agujeros negros, la posible formulación que unifique la teoría general de la relatividad con la mecánica cuántica, y otras preocupaciones de alguien como el célebre físico Stephen Hawking. O también las del profesor Greene, mencionado antes (The Elegant Universe, 2000; The Hidden Reality, 2011), de que existan -como propone la teoría de cuerdas- otros múltiples universos al lado del nuestro, “como agujeros en un queso suizo” que puedan tener forma de hologramas, ondas o similares a tejidos estilo ‘patchwork’. “Espabilad vuestro ojo y miradla de nuevo: lo que veis no estaba allí primero, y lo que había ya no está. ¿Quién es aquel que lo renueva si el hacedor muere continuamente?”. Así continúa Leonardo su consideración citada en el título, y puede leerse como un epítome de los muchos tratados que, a lo largo de siglos, disertan sobre la naturaleza de la luz. Uno de ellos, el de Maxwell, cuyo manuscrito sobre las propiedades electromagnéticas de la luz se exhibe actualmente como parte de la exposición 350 años de Philosophical Transactions en la Royal Society de Londres. El texto puede ser el “descubrimiento científico más importante” en la historia de esta publicación, la más antigua de su tipo en el mundo. Que sea este 2015 un año de abrir y cerrar los ojos continuamente, para refrescar la mirada y reconocer que si bien, como dice el astrofísico John Gribbin en la introducción de su libro The Scientists (2002), lo más importante que nos enseña la ciencia sobre el Universo es que “no somos especiales”: la Tierra no es el centro, es un planeta ordinario que orbita alrededor de una estrella ordinaria, una de las cientos de miles de millones de la Vía Láctea, que es a su vez una galaxia ordinaria entre las cientos de miles de millones visibles y que el Universo... Si bien ese es un reconocimiento fundamental, es posible constatar, como antes dijo Leonardo y hoy continúan demostrando investigaciones dentro y fuera de laboratorios, “entre los varios estudios de procesos naturales, el de la luz da el mayor placer a aquellos quienes la contemplan”. No está mal, como propuesta: la celebración de la luz, conjuntando ciencia y arte elegantes, en un mundo iluminado en claroscuro. 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