Parte comunicativa: (Puede expresarse en voz alta alguna reflexión personal, o bien repetir sencillamente alguna expresión del salmo. También puede hacerse en forma de peticiones o acciones de gracias. A cada intervención personal, todos responden cantando la antífona del Salmo). Parte final: Los salmos son la gran escuela de oración que Dios nos regala. Rezando los salmos, Dios va transformando nuestros corazones. Jesús mismo ha aprendido a orar repitiéndolos en la plegaria cotidiana, aprendidos de los labios de María y de José. El fruto de la oración con los salmos es la conciencia de ser hijos. Jesús mismo nos ha enseñado a orar así. Fieles a sus enseñanzas, atrevámonos a decir: Padre nuestro, que estás en el cielo... Oración: Señor Dios, que en esta cuaresma nos llamas a acercarnos a Ti, renuévanos con tu amor, y que tu misericordia transforme a quienes vivimos bajo en peso de nuestras culpas, en hijos llenos de alegría, que anuncian a todos tu nombre, por medio de la confesión humilde de nuestros pecados. Por Jesucristo nuestro Señor. Amén. Canto Final: Si, me levantaré, ¡Volveré junto a mi Padre! A Ti, Señor, elevo mi alma; Tú eres mi Dios y mi salvador. Oración cuaresmal con el Salmo 31 (32) Invocación inicial: Dios mío, ven en mi auxilio. Señor, date prisa en socorrerme. Gloria al Padre... Parte recitativa: Canto: ¡Dichoso el hombre que ha puesto su confianza en el Señor! (Lo repetiremos al final de cada estrofa y tras el ¡Gloria! final) (Las estrofas se leen muy despacio y cuidando de ir todos a una, con “una sola voz”) 1 ¡Feliz el hombre que ha sido absuelto de su pecado y liberado de su falta! 2 ¡Feliz el hombre a quien el Señor no le tiene en cuenta las culpas, y en cuyo espíritu no hay doblez! 3 Mientras que callaba, mis huesos se consumían entre continuos lamentos, 4 porque día y noche tu mano pesaba sobre mí; mi savia se secaba por los ardores del verano. 5 Pero yo reconocí mi pecado, no te escondí mi culpa. Me dije: «Confesaré mis pecados al Señor». ¡Y tú perdonaste mi culpa y mi pecado! 6 Por eso, que todos tus fieles te supliquen en el momento de la angustia; y las aguas caudalosas no llegarán hasta ellos. 7 Tú eres mi refugio, tú me libras de los peligros y me colmas con la alegría de la salvación 8 Yo te instruiré, te enseñaré el camino que debes seguir; con los ojos puestos en ti, seré tu consejero. 9 No seáis irracionales como el caballo y la mula, cuyo brío hay que contener con el bozal y el freno para poder acercarse. 10 ¡Cuántos son los tormentos del malvado! Pero el Señor cubrirá con su amor al que confía en él. 11 ¡Alégrense en el Señor, regocíjense los justos! ¡Canten jubilosos los rectos de corazón! Gloria al Padre, y al Hijo ... Parte meditativa: (Las siguientes observaciones van siendo propuestas por el que dirige la oración en un tono meditativo y dejando los convenientes silencios). 1. Fijémonos en las tres partes del Salmo: a) En los versículos 1 al 7 -la primera columna-, habla un creyente que estuvo apesadumbrado por sus pecados hasta que decidió confesarlos al Señor. Entonces experimentó la alegría del perdón. El Señor no hizo pesar sobre él su mano, sino que se reveló como su refugio, como el que le libra de los peligros y le llena de alegría con su salvación. Por eso, el salmista no puede evitar expresar su deseo: ¡que todos los fieles supliquen al Señor! b) En el versículo 8, Dios mismo toma la palabra. Dios revela que su mirada no es fiscalizadora, como a veces tememos, sino misericordiosa. Él no busca el castigo del culpable, sino ayudarle. Tras dar su perdón a quién confesó sus pecados, Dios se ofrece a ser su instructor, su guía, para ayudarle a recorrer el camino verdadero. El Dios que antes parecía una amenaza, se revela ahora como un aliado. c) Por fin, en los versículos 9 al 11, el salmista se vuelve maestro. Quiere ayudar a los demás a vivir la misma experiencia que ha vivido él. Les exhorta a no ser tercos como animales, a confiarse al amor del Señor y así poder cantar llenos de alegría. 2. Ahora leamos de nuevo cada parte del salmo en silencio, de un modo personal. a) Los versículos 1 al 7. Léelos varias veces, muy despacio, fijándote en las palabras. Y compara lo que dice el salmista con tu propia experiencia. Tú también has pecado. ¿Has vivido también tú la experiencia de angustia, el deseo de esconderlo todo y la certeza de que esto no es posible? ¿Alguna vez has experimentado a Dios como un castigador que te persigue? Tienes también la experiencia de haber tomado la decisión de confesar tus pecados. Y sabes cuales han sido sus consecuencias. La liberación. La alegría del perdón. La experiencia de ser amado más allá de lo que te has merecido. Dios como refugio tuyo y como fuente de alegría. Recuerda, revive esos momentos, sobre todo los más importantes de tu vida. Y hoy, a estas alturas de tu vida, al comienzo de esta cuaresma, atrévete, toma una decisión: Acércate de nuevo a ser renovado por el amor de Dios por medio de la confesión. b) El versículo 8. Léelo repetidas veces. Está dirigido a ti. Es Dios quien habla. Y te habla a ti. Escucha su promesa. Puedes confiar en Él. Su palabra no falla. Él es fiel. ¿Qué quieres decirle en respuesta? c) Los versículos 9 al 11. Vuelve a leerlos con amor. ¿Conoces personas incapaces de reconocer sus errores? ¿Conoces a alguien que no se decide a acudir al Señor? Hay muchos que piensan que Dios no puede ayudarles, y deciden vivir sin Él o de espaldas a Él. Dan muchas razones. Aparentes razones. El miedo, la pereza, la desconfianza, les han hecho tercos. Encerrados en sí mismos. Se vuelven defensivos, a veces agresivos, en lo íntimo atormentados ¿Qué puedes hacer por ellos? ¿De verdad deseas su alegría? ¿Qué vas a hacer entonces para ayudarles a acoger el amor de Dios? Si te viene alguien en particular al recuerdo... reza por esa persona. Y toma alguna decisión respecto de él. Como el salmista... ¡tú eres un enviado de Dios!