Semana social 2015 Prioridad Bicentenario 2010-2016: “¿Globalización de la indiferencia o globalización de la Solidaridad?” “Dios no ha hecho la muerte” (Sab 1,13) Homilía del domingo XIII del “tiempo ordinario” Mar del Plata, sábado 28 de junio de 2014 Queridos hermanos obispos, sacerdotes, autoridades y fieles: “Dios no ha hecho la muerte” (Sab 1,13). La Palabra de Dios en este domingo nos sorprende con esta afirmación inicial tomada del libro de la Sabiduría. Si “Dios no ha hecho la muerte ni se complace en la perdición de los vivientes”, y si “las criaturas del mundo son saludables, no hay en ellas ningún veneno mortal” (Sab 1,13-14), como afirma el texto sagrado, debemos preguntarnos por qué sin embargo nos encontramos con ella en la historia desde el principio, y la sentimos tan cercana a nosotros a cada paso. La misma Palabra de Dios nos brinda la explicación: “Dios creó al hombre para que fuera incorruptible y lo hizo a imagen de su propia naturaleza, pero por la envidia del demonio entró la muerte en el mundo, y los que pertenecen a él tienen que padecerla (Sab 2,23-24). Se refiere, en primer lugar, a la muerte física, como suerte común a todo hombre. Pero el autor sagrado menciona también la posibilidad aún peor de una muerte definitiva como suerte propia de los malvados. Sabemos que Dios ha creado al hombre a su imagen y semejanza, dentro de un mundo ordenado y bueno, y confesamos que la creación surge de una bondad infinita como un don dirigido al hombre. Según nos enseña el concilio Vaticano II, el hombre es la "única criatura en la tierra a la que Dios ha querido por sí misma" (GS 24). Y bella y profundamente el Papa Francisco nos dice en su reciente encíclica Laudato si’: “Todo el universo material es un lenguaje del amor de Dios, de su desmesurado cariño hacia nosotros” (LS 84). Nos hace bien recordar verdades fundamentales. El “padre de la mentira” (Jn 8,44) indujo al hombre a considerar a Dios como límite de su libertad y de su ansia de felicidad. Al romper su relación con Dios y reivindicar para sí una total independencia de su voluntad, se encuentra el hombre con lo opuesto a lo que buscaba. Al desconocer a Dios como Padre, se quiebra en su armonía interior y trasladará su desequilibrio a la relación con los demás y con el mundo: la tierra le producirá cardos y espinas, el trabajo se le volverá penoso, se distorsionarán las relaciones entre el varón y la mujer, y Caín matará a Abel (cf. Gen 3,17-20). Aquí está la clave fundamental para interpretar todo desequilibrio que experimentamos en nuestra vida, tanto en su dimensión personal como en la social. Aquí está también indicado el campo propio para el aporte específico de la Iglesia, al hombre como individuo y a la sociedad en su conjunto. Será mucho más difícil tender a los valores de una sociedad más justa, fraterna y solidaria; y podrán resultar estériles las preocupaciones ecológicas actuales, si no entendemos la enseñanza bíblica que el Papa Francisco resume de este modo en el magisterio de su última encíclica: “Según la Biblia, las tres relaciones vitales (con Dios, con el prójimo y con la tierra) se han roto, no sólo externamente, sino también dentro de nosotros. Esta ruptura es el pecado. La armonía entre el Creador, la humanidad y todo lo creado fue destruida por haber pretendido ocupar el lugar de Dios, negándonos a reconocernos como criaturas limitadas. Este hecho desnaturalizó también el mandato de «dominar» la tierra (cf. Gn 1,28) y de «labrarla y cuidarla» (cf. Gn 2,15)” (LS 66). “Dios creó al hombre para que fuera incorruptible” (Sab 2,23), nos dice la Escritura. Y Jesús se presentó a sí mismo como la “Resurrección y la Vida” (Jn 11,25) y dijo: “Yo he venido para que… tengan Vida, y la tengan en abundancia” (Jn 10,10). Ante el hombre caído y sufriente, nunca 2 dejó de poner gestos de misericordia y de consuelo, nunca pasó de largo, indiferente ante cualquier miseria humana. Hemos escuchado el relato de la resurrección de la hija de Jairo. En un acto de salvación parcial y provisorio, portador de vida y alegría, Cristo pone un signo de una Vida en plenitud, definitiva y eterna, un anuncio de la salvación consumada y perfecta a la que estamos llamados. Jesús dejó a la Iglesia la misión de ser portadora del Evangelio de la Vida. Al comprometernos a anunciar la vida eterna, nos ha comprometido igualmente a volver más humana la vida presente, a multiplicar gestos de solidaridad, y a oponernos a todo lo que ofende a la dignidad del hombre, a las condiciones infrahumanas de vida, al trabajo esclavo, a la trata de personas, al infame comercio de la droga y a otras bajezas semejantes. El pasado martes 23 de junio, la Comisión Ejecutiva de la Conferencia Episcopal Argentina, en un documento titulado La vida, primer derecho humano, ha denunciado un sorpresivo protocolo emanado del gobierno nacional para la atención de los llamados “abortos no punibles”, del cual cito sus principales afirmaciones. En lugar de procurar caminos de encuentro para salvar la vida de la madre y su hijo, y de buscar opciones verdaderamente terapéuticas y alternativas, las autoridades obligan a impulsar el aborto. Éste es presentado como un derecho. Se desconoce el derecho humano fundamental de la objeción de conciencia, tanto institucional como individual. En caso de violación se mira a la eliminación de la persona por nacer y no a la sanción del violador. “El Papa Francisco acaba de hablarnos en su Encíclica Laudato Si’, sobre la ecología integral y humana: “dado que todo está relacionado, tampoco es compatible la defensa de la naturaleza con la justificación del aborto. No parece factible un camino educativo para acoger a los seres débiles que nos rodean, que a veces son molestos o inoportunos, si no se protege a un embrión humano aunque su llegada sea causa de molestias y 3 dificultades”. Y, citando a Benedicto XVI, Francisco nos recuerda que: “Si se pierde la sensibilidad personal y social para acoger una nueva vida, también se marchitan otras formas de acogida provechosas para la vida social” (Laudato Si’, 120). Pidamos a María de Luján que nos enseñe como Nación a cuidar y respetar siempre toda vida humana”. ANTONIO MARINO Obispo de Mar del Plata 4