soledad y silencio germen de creación

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La soledad y el silencio, germen de la creación artística
Introducción
En ocasiones se pide durante un acto público unos minutos de silencio por la
muerte de alguien o para protestar por alguna injusticia, hay en ello una
connotación de duelo, de pérdida. Yo quisiera pedirles ahora, si me lo permiten,
unos instantes de silencio antes de continuar. Pero silencio no con esa
sensación de dar un poco de tiempo en memoria de algo, sino con la certeza
de obtener un beneficio gozoso. Así que propongo tres minutos para escuchar
el silencio, para paladear la libertad que produce en nosotros. Gracias.
El silencio es un poco como el mar. Podemos disfrutar de él ya con la vista,
divisándolo a lo lejos. Podemos, después, acercarnos a él y paladear su brisa y
el golpe de las olas en nuestros tobillos. Podemos aún más, adentrarnos en el
agua y caminar, sintiendo cómo nos rodea por completo, notando la
temperatura del agua y su movimiento incesante. Y, si seguimos mar adentro,
llega un momento en que nuestro pie ya no toca fondo. Entonces estamos
totalmente compenetrados con ese mar que divisábamos desde lejos. Somos
uno con el mar: nuestro movimiento y el suyo, nuestra temperatura y la suya,
nuestros colores y los suyos…
Nuestra relación con el silencio puede asemejarse con nuestra relación con el
mar. Podemos contemplarlo desde lejos, saber que existe y mantenerlo a
distancia. Pero también podemos ir acercándonos paulatinamente,
incorporándolo a nuestra vida cotidiana. Hasta llegar al punto en que estamos
tan compenetrados con el silencio que nuestra manera de ser, de hablar, de
vestir, es silenciosa y silenciante.
Arte
Arte proviene del latín ars, de ars deriva también artesano. Antiguamente no
había distinción entre artesano y artista. El artesano era quien elaboraba
objetos de uso cotidiano que servían para la supervivencia. Al mismo tiempo
existían manifestaciones que formaban parte de la vida cotidiana que hoy
consideramos obras de arte, pero que en su momento tenían una función ritual
o comunicativa. Por ejemplo la creación de esculturas de dioses, de cerámica
ritual, las danzas y los cantos.
Esto nos pone de relieve que toda producción humana, desde siempre,
contiene en germen una experiencia artística: la confección de la ropa que nos
viste, la elaboración de los alimentos, la edificación de las casas y el diseño del
mobiliario, con un largo etcétera de actividades.
Creo que, incluso otras disciplinas como la ciencia y la técnica, que podrían
parecer alejadas del arte, en su quehacer, en la formulación de sus principios,
en la resolución de problemas, requieren gran potencial creativo. Se requiere
sensibilidad, creatividad y mucho saber del oficio para llevar una economía,
para entender los procesos químicos y físicos de la materia, para inventar un
aeroplano.
Bien, pero continuando con la definición de lo que entendemos comúnmente
por arte, vemos que hacia el siglo XV, con el Renacimiento, se diferenció la
figura del artista de la del artesano. El artesano seguía elaborando objetos de
uso cotidiano más o menos en serie. El artista, en cambio, comenzó a ser
aquel que elaboraba piezas únicas que, por su gran laboriosidad y trabajo
estético, comenzaron a ser valoradas de manera especial. Nacieron así las
bellas artes, encabezadas por la escultura, la pintura y la arquitectura. Después
se añadieron la música, la danza y la literatura.
Siglos más tarde, con la industrialización, se vio más patente la separación
entre el quehacer artístico, que comprende la producción de una obra de
principio a fin, dando como resultado un objeto único e irrepetible. En
contrapunto con la producción industrializada en serie, donde la persona sólo
realiza un parte del proceso y existe una masificación de la producción.
Actualmente estamos rodeados de muchos objetos donde el diseño, las
formas, los colores son muy estéticos. El intercambio comercial globalizado
también ha contribuido a que en un mismo hogar haya objetos de rincones del
mundo muy distantes y distintos. Las nuevas tecnologías y los medios de
comunicación también se añaden a la lista de lugares de creación. Se puede
decir que estamos rodeados de expresiones artísticas que están presentes en
todo lugar y en todo momento.
Este breve recorrido antropológico y artístico desde la antigüedad hasta el
presente nos hace a reflexionar en una cosa. El arte al servicio de la sociedad,
¿nos ayuda a estar compenetrados con la realidad o nos aleja de ella?
Hay un salto muy grande de aquella mujer de la antigüedad que trabajaba con
sus manos el barro para convertirlo en un tazón y decorarlo con pigmentos
naturales, en el cual ella y su familia después comían, a la mujer que mete en
una bolsa y una caja un tazón de plástico que una máquina produjo por
millares y que después ella misma tiene que comprar en una tienda.
Hoy, ciertamente, somos millones de seres humanos, con millones de
necesidades. La industrialización ayuda a ir satisfaciendo estas necesidades.
Pero mi reflexión, más allá de ser una crítica a la producción en serie, intenta
ver cómo nuestras sociedades tienden a crear en las personas dispersión,
parcelamiento, fragmentación. Las grietas que se van abriendo en la existencia
de cada uno contribuyen a esa sensación de vacío que calma falsamente el
consumismo.
Generamos un ruido existencial tal que acabamos por no escucharnos unos a
otros, ni escuchar a la naturaleza, ni escucharnos cada quien a sí mismo. No
se diga escuchar a Dios.
Si el arte nos enseñara a escuchar el silencio, el silencio nos acercaría más a
la realidad. Pero para ello, el arte ha de nacer de experiencias de silencio.
En una ocasión leí que la poesía comienza en el último verso del poema.
Precioso, ¿verdad? Si al terminar de leer un poema, éste nos produce silencio
en nuestro interior, si nos deja contemplando, el poema habrá cumplido con su
ciclo de vida.
El arte, cuando nace de la contemplación de la realidad, es fácil que pueda
llevar también a la contemplación a aquellas personas a las cuales llegue.
Ahondemos un poco en el término contemplar.
Contemplar
Podemos dividir la palabra contemplar en dos: el prefijo con y la palabra
templar para entender un poco mejor su significado.
El prefijo con, del latín cum, denota reunión, cooperación o agregación. Visto
así, con nos habla de que hay una realidad que se une a otra para algo. Por
ejemplo, cooperar quiere decir obrar con alguien o en favor de algo. Consolar,
es situarse en el suelo o en la situación de alguien.
La palabra templar viene también de una voz latina, temperare, y su traducción
tiene varias acepciones. Por ejemplo: moderar, entibiar o suavizar la fuerza de
algo. En música es disponer un instrumento, de manera que pueda producir los
sonidos que le son propios. Para la navegación, es adaptar las velas a la
fuerza del viento. De esta manera, vemos que la palabra temperar nos sugiere
sinónimos como calibrar, encontrar la medida justa, el punto medio, el estado
óptimo de cada cosa. Se trata de una palabra con muchos matices.
Si unimos el sentido de ambos vocablos, resulta un término bellísimo: contemplar sería “participar de la realidad o estar con algo en el punto justo para el
cual fue creado”.
Por ejemplo, templar la cuerda la de una guitarra es conseguir que esa cuerda
suene como un la, es decir, que sea fiel a la naturaleza para la cual fue creada.
Contemplarla sería, entonces, estar uno mismo vibrando en la con el sonido de
esa cuerda la, es decir, participando de su naturaleza.
Contemplar un amanecer es participar de él, abrirse a todo lo que nos ofrece:
los colores, la temperatura de esa hora de la mañana, los sonidos de las aves y
la ciudad levantándose, el cambio que produce el viento por la variación de la
temperatura, las evocaciones emocionales que en cada uno de nosotros da el
amanecer, etcétera. Esto se traduce en amanecer junto con el amanecer.
De manera más trascendental, podríamos decir que contemplar es estar en la
vida viviéndola. Un contemplativo es eso: una persona que vive viviendo, no
alguien recluido en el sentido negativo del término.
Contemplar desde el silencio
Carlos Carretto define el silencio como “la alegría de la soledad”. Ambas
coordenadas, la de la soledad, que es más bien espacial (estar solo en un
determinado lugar) y la del silencio, que es más bien temporal (hacer silencio
durante un tiempo). Pues ambas, en la definición de Carretto, quedan unidas
por la alegría: el silencio es la alegría de la soledad. Transportando esta
definición a otras palabras podríamos decir que el tiempo es la alegría del
espacio. Lo eterno es la alegría de lo efímero. Dios es la alegría de los seres
humanos. (Poético, ¿no?).
Si vamos engarzando lo que venimos hablando de la contemplación, como si
se tratara de un collar, nos sale que, contemplar desde la soledad y el
silencio, es participar de la naturaleza de la realidad, desde la alegría de la
soledad.
Cuando uno, desde el silencio y la soledad, contempla la vida en su
cotidianidad, puede estar más cerca de ella. Apreciar la belleza de las
personas, el porqué más profundo de sus actos. También se es capaz de
contener el dolor de las injusticias y hacerle frente, no desde la rabia, sino
desde la compasión y la caridad.
Contemplar la belleza de una obra de arte, de un paisaje, de una persona, es
descubrir que la belleza también mora dentro de uno mismo. Como cuando se
lee un libro que nos inspira a ser mejores, o se escucha la risa de un niño.
Belleza y libertad
Dostoyevski decía que la belleza salvará al mundo. Yo estoy de acuerdo,
porque para descubrir la belleza de la vida hay que saber hacer silencio y estar
solo. Y el silencio puede salvar al mundo, ya que es fuente de paz y clima
propicio para la belleza.
La belleza es sensible: se palpa, se huele, se ve, se escucha, se saborea. Se
llega a la belleza gracias a la contemplación. Gracias a la contemplación se
descubre la belleza de la realidad. Cuando uno hace el ejercicio de contemplar,
de hacerse uno con la realidad, entonces se llega al porqué de esa existencia.
Y, la existencia, la realidad, por el hecho de ser ser, ya es bella en sí misma.
Aunque, ciertamente, lo que es bello para unos, para otros no lo es. Pero, creo
que, más allá de ser un término estético subjetivo, todo lo que existe ya tiene
un grado de belleza.
La belleza es algo con lo que uno se encuentra cuando está contemplando,
cuando se está participando de la esencia de la vida. María Zambrano, la
filósofa malagueña, en su libro Filosofía y poesía, hace una diferencia que nos
ayuda a ilustrar esta idea. Ella dice que el filósofo es el que busca y el poeta el
que encuentra.
El filósofo va buscando la causa última de la realidad y, en esa búsqueda, va
elaborando un orden, unas categorías, definiendo lo que va hallando a su paso.
Su metodología es más ascética, más de esfuerzo.
El poeta, o el artista, en un sentido amplio, va por la vida y se encuentra con
las cosas, las cuales le van hablando y él va interpretando y plasmando lo que
percibe. Su metodología es dar cuenta de los dones que recibe.
El filósofo, en el camino de su búsqueda, deja como huella: teorías, conceptos,
paradigmas. El artista, como fruto de su encuentro, ofrece su interpretación de
la vida. Ambas maneras de andar, de relacionarse con la realidad se vuelven
complementarias.
Como decíamos, la belleza es algo con lo que uno se encuentra cuando
contempla. Y la belleza, también, es como el faro que orienta la libertad. Juan
Miguel González-Feria, en un artículo que titula “Antes que la inteligencia”,
aparecido en la revista RE, nos dice al respecto:
“Igual que la inteligencia busca la verdad y que la voluntad tiende al bien, la
libertad tiene como norte la belleza, es atraída por ella, se le adhiere. La misma
libertad es bella, es ya belleza. Como dice Alfredo Rubio, donde existe algún
resto de esclavitud no hay belleza”.
Más adelante, González-Feria continúa: “Rehacer nuestra libertad es una larga
y esforzada labor. Se ha de ser paciente y perseverante. Para recolocar la
libertad en su primer lugar en la tríada de cualidades fundamentales del ser
humano (libertad, razón y voluntad), tenemos un aliado: el niño que somos, que
todos llevamos dentro. Hemos de dedicar tiempo y sosiego, soledad y silencio
para poder saborear y crear. (...) Libre nuestra libertad y norteada por la
belleza, seremos artistas de nuestras vidas”.
Liberar la libertad nos sugiere el final de esta cita. Es una tarea que nos queda
hacer a todos, pero partiendo desde la contemplación.
Hasta aquí hemos visto:
1. cómo, contemplar desde el silencio, nos acerca a la naturaleza de la
realidad, al fin para la cual fue creada.
2. que la realidad es bella por el mero hecho de existir.
3. que la belleza orienta nuestra libertad.
Entonces vemos cómo, contemplando desde el silencio, podemos ser libres. Y,
es que, cuando estamos a solas y en silencio, es cuando realmente somos
libres. Ahí no tenemos que rendir cuentas a nadie, ahí podemos ser realmente
como somos. Y, desde la soledad y el silencio, podemos salir al mundo
renovados, como mujeres y hombres libres, como faros que inviten a otras y
otros a encontrar la libertad, ese don primigenio.
Permítanme que recurra nuevamente a María Zambrano, ya que define al
poeta muy bellamente, pero esta definición vale para cualquiera que se atreva
a ser contemplativo. “El poeta, antes que nada y ante todo, es hijo. Hijo de un
padre que no siempre se manifiesta. Lo hemos definido como amante,
anteriormente, pero la verdad es que antes que amante es hijo, o más verdad
todavía: es el hijo amante, el amante que une en su ilimitado amor el amor filial
con el enamoramiento. Filial, porque se dirige hacia sus orígenes, porque todo
lo espera de ellos y por nada está dispuesto a desprenderse de lo que le
engendrara. Y enamorado, porque está absorto en ello con las mismas
exigencias, las mismas locuras y desvaríos del amor de los amantes”. (Filosofía
y poesía. M. Zambrano, p.106)
María Zambrano nos dibuja al artista como el hijo amante. Una de las
definiciones más hermosas que yo he encontrado. Creo que todos somos
artistas, por las muchas cosas que hemos dicho esta tarde. Todos podemos,
entonces, ser esos “hijos amantes”.
Crear desde la soledad y el silencio
No toda obra de arte nace de la soledad y el silencio o de una reflexión o
contemplación de la realidad. Sin embargo, creo que cuando son la soledad y
el silencio el germen de la obra, es más probable que inviten al público al que
se ofrezcan a acercarse a experiencias de soledad y silencio.
La persona que crea, cuando es capaz de escucharse, de escuchar a la
sociedad que lo conforma, de escuchar a la naturaleza, de escuchar su
dimensión religiosa, también se vuelve un ser más universal. Cuando uno sale
de sí mismo, puede situarse en el lugar de los otros y entender un poco mejor
su manera de percibir la realidad. En este sentido, su obra llegará con más
claridad a más personas sin importar el gusto de ellas, porque en realidad les
estará hablando de la vida que compartimos todos, sin importar el lenguaje que
ocupe.
Escuchábamos al comienzo de la charla que nuestras sociedades nos
producen dispersión, fragmentación de la persona, sensación de falta de
tiempo… Creo que, por el contrario, el silencio y la soledad congregan, unifican
a la persona que los practica.
Un compromiso social del artista en nuestros días es, justamente, acompañar a
las personas a las cuales ofrece su obra a que entablen vínculos realistas y
bellos con la vida que compartimos.
Esto implica para el artista recorrer caminos de soledad y silencio y, con su
obra, invitar a más personas a hacerlo. Tarea que le llevará toda la vida. A
acciones como ésta se refiere aquella frase tan conocida: “dar la vida por los
demás”.
La soledad y el silencio no son una meta, una finalidad en sí. Son un medio, un
camino que nos llevan al encuentro con la humanidad (la nuestra y la de los
otros), con la creación en su conjunto, con la divinidad, con la libertad.
Acabo esta primera parte de mi participación con una anécdota que cuenta
Lluís Permanyer: “Primeros de siglo, Bruselas, Théatre de la Monnaie. Primera
parte y mucha gente tose, incluido el director. Para la segunda parte tiene
programado a Bach. Visto el ambiente, Pau Casals pregunta si es posible
cambiarlo. Ante la negativa, sale al escenario. Al comprobar que prosiguen las
toses, interrumpe el concierto y dice: “Señores, yo también estoy resfriado y
necesito toser, pero por respeto a Bach y a ustedes, me abstengo. En adelante,
les ruego que por respeto a Bach y a mí, ustedes también se abstengan de
toser”. El silencio, hasta el final, fue milagrosamente absoluto”.
Es cuestión de invitar a las personas a hacer silencio y se producen milagros.
Francisco Javier Bustamante Enriquez
[email protected]
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