Enseñan mejor los profesionales sin formación pedagógica?

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Facultad de Educación
¿Enseñan mejor los profesionales sin formación pedagógica?:
alcances de una de las propuestas de la LGE
María Teresa Rojas F.
Académica
Facultad de Educación
A menudo escuchamos que un buen profesor es aquel que sabe enseñar, aludiendo con ello a
su claridad, su empatía con los estudiantes o su erudición. El buen enseñante, por lo general, es
alguien que posee el ‘talento’ suficiente para lograr que otros lo entiendan. Para muchos, estas
condiciones reposan más bien en la personalidad o la disposición positiva que tienen algunas
personas al momento de hacer clases. Otros, consideran que todo sujeto que tenga un dominio
disciplinario sólido posee las condiciones suficientes para enseñar. Y algunos añaden que la
enseñanza es fundamentalmente una cuestión de vocación.
Es probable que todas estas representaciones tengan un peso importante en las próximas
semanas, cuando se vote en el Senado la Ley General de Educación (LGE) y se haga alusión a
un artículo que ha pasado prácticamente inadvertido en la discusión legislativa, -artículo 46-que
otorga autorización para que cualquier profesional que posea un título de educación superior de
una carrera de ocho semestres pueda realizar clases en la enseñanza media. Sobre la base de
un diagnóstico simple y poco conocido, se asume que la calidad de la enseñanza disciplinaria
podría verse beneficiada por la inclusión de profesionales que no tienen formación pedagógica.
La situación es preocupante. De aprobarse este artículo, los posibles efectos de la normativa
afectarán, una vez más, a las escuelas más pobres.
Primero, la formación pedagógica está asociada a saberes, no es solo una cuestión de
entusiasmo o facilidades comunicativas. Es evidente que la vocación y las habilidades de
comunicación son importantes, pero no son específicas de la carrera pedagógica. El hecho de
que exista una crisis en relación a la calidad profesional de los docentes en Chile, no significa
que la solución sea eliminar la formación pedagógica de los profesionales que trabajan en una
escuela. Más aún, cuando los estudios sobre el sistema educativo chileno demuestran de
manera creciente que temas como la convivencia, la diversidad o las necesidades educativas
especiales están en el corazón de las preocupaciones de las familias y los docentes. ¿No será
que el problema es mejorar la formación pedagógica y no extinguirla?
Segundo, es poco probable que los profesionales de excelencia se sientan atraídos por el trabajo
docente. La escala de sueldos de un docente es baja relacionada con otras profesiones y, salvo
algunos colegios, existen pocos estímulos simbólicos, asociados a una carrera docente, que
motiven a otros profesionales a hacer clases en una escuela. Lo que ocurre, más bien, es que
muchos profesionales que no logran insertarse laboralmente en otros campos ven en la docencia
una alternativa de trabajo. Ello no debería ser malo, siempre que ese profesional tenga la
posibilidad de complementar su formación disciplinaria con la formación pedagógica.
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Tercero, la mayor cantidad de profesionales que no poseen formación pedagógica trabajan
actualmente en colegios privados. En estos espacios, los profesionales encuentran redes de
apoyo o coordinaciones pedagógicas más o menos efectivas que les ofrecen orientaciones o
guías que refuercen sus prácticas de enseñanza. De hecho, son los profesionales de este tipo de
establecimientos los que más demandan carreras de formación pedagógica para complementar
su formación disciplinaria. En aquellos casos donde no existen redes de apoyo, ni
coordinaciones pedagógicas bien organizadas, el profesional trabaja aisladamente, tratando de
sobrevivir a las exigencias que realice el colegio. Estos suelen ser los casos de las escuelas más
pobres o con resultados de aprendizaje más bajos. Si la LGE se aprueba con este artículo,
¿podrán las escuelas más pobres acoger a los profesionales y otorgarles tiempo y oportunidades
para aprender a hacer clases, a enseñar el currículo o a evaluar? Es más, ¿qué tipo de
profesionales postulará a aquellas escuelas que poseen sueldos muy bajos?
Cuarto, relacionado con el punto anterior, hay que tener claro que existe una gran masa de
profesionales jóvenes, egresados de instituciones tradicionales y privadas, que no han logrado
insertarse laboralmente. Cuando un país como el nuestro posee un mercado de educación
superior carente de regulaciones, es inevitable que existan profesiones saturadas. Es evidente
que estos profesionales verán en la docencia una alternativa laboral lo que, a su vez, puede
tener efectos perversos en los colegios privados no afectos a regulaciones salariales.
Quinto, los sistemas educativos admirados por las autoridades chilenas, como el finlandés,
optaron por mejorar las carreras de pedagogía con medidas como la selección rigurosa de los
estudiantes de pedagogía, la mejora de la escala de sueldos de los profesores y el
fortalecimiento del estatus social de la profesión. Chile sería el primer caso que postularía que la
enseñaza puede mejorar si quienes hacen clases no son profesores.
Sexto, hace varias décadas existe abundante investigación sobre procesos pedagógicos,
didácticas, desarrollo cognitivo, organización curricular, etc. Esta investigación ha demostrado
que para lograr que un niño o una niña aprendan, es preciso considerar una serie de factores,
entre ellos la experticia del profesor para entender y saber cómo aprenden sus estudiantes. Este
no es un tema trivial, sino que supone que la enseñanza es una práctica profesional, asociada a
saberes y conocimientos que no se improvisan. El hecho de que existan profesores poco
preparados o desactualizados, no significa que el problema esté en el saber pedagógico. Es
urgente que los senadores responsables de votar la LGE logren hacer la distinción.
Séptimo, desde hace años el Estado chileno ha propuesto un Marco para la Buena Enseñanza
que opera como una referencia para evaluar la enseñanza de calidad. Este marco es claro en
señalar que un buen profesor es aquel que maneja la disciplina que enseña. Esto no lo niega
nadie. Es obvio. Pero además postula que un buen docente conoce el currículo, sabe diseñar
experiencias de aprendizaje significativas, sabe evaluarlas, conoce la didáctica de su disciplina y
reflexiona acerca de las metodologías y estrategias más apropiadas para que alumnos y
alumnas aprendan, etc. Es decir, está promoviendo que la buena enseñanza supone tener
competencias que incluyen saberes y prácticas pedagógicas. ¿Por qué entonces el Ministerio de
Educación acepta que se incluya un artículo que permite que profesionales que no cuentan con
saberes pedagógicos realicen clases en la enseñanza media?
Octavo, ¿existe otro campo profesional en el que se permitiría algo semejante? ¿Acaso a alguien
se le ocurriría que todas las personas con algún título vinculado a la salud podría trabajar como
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médico en un hospital? Son este tipo de propuestas las que profundizan aún más la baja
valoración de la profesión docente.
Finalmente, sería esperable que se le otorgue más relevancia al debate de este artículo en la
propuesta general de la LGE. La débil discusión que se ha generado al respecto, también es
emblemática de la importancia que le asigna la sociedad chilena al saber pedagógico. Es difícil
imaginar que la educación chilena vaya a mejorar de espaldas a la pedagogía.
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