03-sup.qxd 26/06/06 06:49 p.m. Page 1 Cultura La Plata, martes 27 de junio de 2006 3 El golpe militar de 1966 El fracaso del “Estado burocrático - autoritario” Por Mario Rapoport (*) Especial para Hoy lente, para evitar los efectos inflacionarios que normalmente habían acompañado a anteriores devaluaciones. Los salarios se congelaron por dos años y se suspendió la negociación de los convenios colectivos de trabajo. Se efectuaron “acuerdos voluntarios de precios” con las empresas líderes a cambio del otorgamiento de créditos blandos y un acceso privilegiado a las compras estatales, y se fijaron también, previo aumento, las tarifas de los servicios públicos y de los combustibles. Estas medidas abrieron un período de relativa estabilidad y crecimiento del PBI. No obstante, la política económica generó tensiones que se acumularon al interior de diversos sectores sociales. El marco económico fue particularmente propicio para los sectores más concentrados de los grupos industriales y financieros y, sobre todo, las transnacionales y aquellos que participaban, como proveedores o contratistas, de las obras de infraestructura impulsadas por el Estado. Por otra parte, resultó escasa la respuesta por parte de los capitales internacionales, que se orientaron más bien a la compra de paquetes accionarios de empresas industriales y bancos existentes en un claro proceso de desnacionalización de la economía. A principios de 1969, cuando la política económica de la dictadura parecía fructificar, las tensiones señaladas instalaron un cuadro de incertidumbre. Cada vez era más evidente que la sustentabilidad del programa económico dependía de la continuidad del orden represivo y que la falta de un orden político impedía la canalización de las demandas sociales. La explosión del Cordobazo y la posterior aparición de la guerrilla, instaló un escenario caracterizado por la intensificación de la confrontación social y por inquietantes perspectivas para la gobernabilidad del país. Pronto el gobierno y las propias Fuerzas Armadas, comenzaron a padecer la inestabilidad típica de las anteriores gestiones civiles y militares. Cuatro décadas atrás, el 28 de junio de 1966, un golpe militar, con la anuencia de sectores civiles -políticos, sindicales y de los medios de información-, depuso al presidente radical Arturo Illia. Las Fuerzas Armadas abandonaban así el rol tutelar que venían ejerciendo desde la caída de Perón, en 1955, sobre los gobiernos emergentes de un régimen democrático deslegitimado por la proscripción del peronismo. En ese lapso, con distintas fuerzas políticas en la conducción del país, que seguían impulsando el proceso de industrialización, el Estado se encontraba colonizado por sectores de poder cuyos objetivos iban en contra de ese proceso. Imponían ministros y funcionarios o hacían jugar el temor a la vuelta de los militares o su participación directa, como en la caída de Frondizi. Al igual que en golpes anteriores, la desestabilización del gobierno de Illia empezó mucho antes y los servicios de inteligencia norteamericanos estaban bien informados sobre los planteos golpistas y sus principales protagonistas. Así lo testimonia un cable de la CIA al presidente norteamericano Lyndon Johnson, que se encuentra en los archivos de su presidencia, localizados en Austin, Texas. Allí se daba cuenta de la decisión de los altos mandos militares argentinos de promover un golpe de Estado para el mes de julio, aunque tal acción podía adelantarse si la “crisis económica” se acentuaba. El informe reseñaba la “responsabilidad” y “seriedad” de los objetivos del futuro gobierno militar y enumeraba entre los involucrados a los generales Juan Carlos Onganía, Julio Alsogaray, Alejandro Lanusse y Osiris Villegas (CIA, 2/6/66, Country Files, Argentine Memos, Vol. II, Box 6). * * * El gobierno surgido de la decisión golpista se autodenominó Revolución Argentina y los jefes militares designaron como presidente al que aparecía como su jefe principal, el Gral. Onganía. El nuevo régimen pretendía imponer un proyecto de largo alcance, dotando al Estado de una organización tecnoburocrática capaz de poner fin a las pujas intersectoriales y políticas que conmovían de manera cíclica a la sociedad argentina, especialmente a la dicotomía peronismo-antiperonismo. Para llevar a cabo este objetivo, se enunció un programa que tenía supuestamente tres “tiempos” sucesivos. Primero, un “tiempo económico”, destinado a eliminar las trabas al desarrollo de la economía, favorecer a los sectores tecnológicamente más “modernos”, promover la eficiencia productiva y procurar acabar con la inflación. Luego, un “tiempo social”, que compensaría los necesarios sacrificios del “tiempo” anterior y eliminaría el conflicto social. Y, finalmente, un “tiempo político”, que allanaría la participación política de la sociedad en un futuro indeterminado y bajo un sistema representativo distinto al conocido hasta entonces. * * * Desde un comienzo el gobierno desnudó sus rasgos autoritarios y represivos. En el mar- * * * co de la Doctrina de la Seguridad Nacional, que privilegiaba el accionar en el orden interno por parte de las Fuerzas Armadas contra los peligros del “extremismo” y la “disociación social”, impuso un proceso de disciplinamiento tanto en el ámbito laboral como en el cultural. Por un lado, mostraba su falta de disposición para negociar con el poder sindical así como la intención de reprimir el activismo gremial y frenar cualquier pugna distributiva. Por otro, denunciaba la existencia de una sutil y agresiva penetración marxista en la vida nacional y de un clima cultural que favorecía el avance del comunismo. En este sentido, el daño principal se produjo a través de la intervención de la Universidad de Buenos Aires, cuyo hecho más notorio fue la represión de estudiantes y profesores en la conocida Noche de los bastones largos. La sangría de destacados docentes e investigadores, que fueron cesanteados o renunciaron como consecuencia de esa intervención, y los efectos de otras medidas de tenor similar en el ámbito educativo y cultural, constituyeron el inicio de un largo deterioro del nivel de la enseñanza, la ciencia y la cultura nacional. El “tiempo económico” tuvo, por su parte, un rumbo incierto que no pudo detener ni la incipiente recesión ni la inflación. Como consecuencia de ello, a fines de 1966 los sectores del establishment impusieron al frente del ministerio de Economía y Trabajo a Adalbert Krieger Vasena, que había integrado el gabinete del gobierno emergente del golpe de 1955 y tenía fuertes vinculaciones con grupos financieros transnacionales. Liberal y pragmático, el nuevo ministro apuntó a completar las metas industrialistas del modelo desarrollista para lo cual debía asegurar el liderazgo de los sectores más “eficientes” y concentrados dentro de los núcleos empresarios. * * * La estrategia estabilizadora de Krieger introdujo aspectos novedosos, que se reiterarían en el futuro, y otros ya ensayados en el pasado. Dispuso una devaluación seguida de una retención sobre las exportaciones casi equiva- El régimen autoritario ingresó en una crisis política que se solapaba a una aparente crisis de dominación social. Los jefes militares desplazaron de la presidencia a Onganía y, tras el breve interregno del Gral. Levingston, asumió el Gral. Alejandro Lanusse. El nuevo presidente lanzó una estrategia que invertía el eslabonamiento temporal de la primera etapa de la Revolución Argentina: el “tiempo político” pasaba a ser prioritario. Pero la salida pergeñada por Lanusse con la denominación de Gran Acuerdo Nacional, que consistía en una alianza alrededor de un programa concertado entre sectores políticos, ahora rehabilitados, y la corporación militar, constituyó un fracaso. Los militares fueron obligados a dejar el poder en medio de la impopularidad y la repulsa de gran parte de la población. Su revancha llegaría en 1976, aunque la nueva dictadura militar, que pretendía hacer olvidar el resultado lamentable de su predecesora, terminó conduciendo al país a una noche aún más oscura de su historia. (*) Economista e historiador. Investigador Superior del Conicet