1 EL SEÑOR CONOCE EL INTERIOR DEL SER HUMANO (Jn. 2:23

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EL SEÑOR CONOCE EL INTERIOR DEL SER HUMANO
(Jn. 2:23-25)
INTRODUCCIÓN.En el N.T. se presentan dos formas de creer en Jesús. Una trae salvación, la otra no. En el pasaje leído
vemos una creencia que NO da salvación.
Muchos de los que estuvieron alrededor de Jesús, que incluso le siguieron durante algún tiempo,
experimentaron esa creencia que NO salva. En algún momento no les cuadró algo de lo que Jesús
dijo, y le dejaron. Otros en cambio, aunque tampoco entendían todo lo que Jesús decía, siguieron
con Él. En estos últimos se había establecido una confianza en su persona, una valoración de Jesús
que iba más allá de lo que podían entender o no. La fe de estos últimos está fundada en las palabras
y en la persona de Jesús, no en lo que otros digan, o en lo que uno mismo suponga.
El N.T. explica estas dos formas de creer, diferenciando entre lo que el ser humano puede hacer por
sí mismo, y lo que hace el Espíritu Santo en una persona. Para ver un caso práctico sobre estos dos
tipos de fe, leamos Jn. 6:60-69 (leedlo). Aquí vemos algunos discípulos, a quienes les parecía muy
complicadas ciertas cosas que Jesús dijo, y por lo tanto le dejaron.
En cambio los otros discípulos, a quienes Jesús mismo les dice que si se querían ir también, ante la
misma situación, contestan: ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna.
Y Jesús mismo les deja muy claro, en v. 63, que: “El Espíritu es el que da vida; la carne no vale para
nada. Las palabras que os he hablado son espíritu y son vida”. Y en el v. 65: “Por eso os dije que
nadie puede venir a mí, a menos que se lo haya concedido el Padre”.
Es decir, en la fe que salva, hay previamente una acción de Dios por medio de su Espíritu y de sus
palabras, que producen en nuestro interior una verdadera confianza en la persona de Jesús. Y eso no
quiere decir que entendamos todo, ni que nunca nos equivoquemos, sino que en medio de todo,
incluso de las dudas y las luchas, habrá una confianza en Él, y no nos separaremos de Él. Así que la fe
que nos salva no viene por lo que una organización religiosa, sea cual sea, nos diga; viene por medio
de las Palabras de Dios y por la acción de su Espíritu en nuestro interior.
Por el contrario, la creencia que NO salva, la que vemos en estos de los vs.23-24, es más bien el fruto
del interés humano por los beneficios y ventajas que a nosotros nos interesan y vemos que Cristo, tal
vez, pueda darnos. No es una confianza en la persona, en Jesús, es un interés en obtener ciertos
beneficios. Es una fe religiosa, que igual puede estar en el Señor que en ciertas imágenes de vírgenes
o de santos a los que vemos que mucha gente acude, y les tienen mucha fe, porque dicen que les
conceden las cosas que les piden. La mayor parte de la fe popular en nuestro país tiene que ver con
este tipo de creencia; la misma que tenían estos al buscar beneficiarse de los resultados de las
señales de Jesús.
Pero el Señor, con buen criterio, como no podía ser de otra manera, no se fiaba de ellos, no les creía.
(v.24)
Hay otros pasajes que expresan esta misma situación. Por ejemplo la multitud de más de 5000
personas que fue objeto del milagro de ser alimentados con solo cinco panes y dos peces.
En Jn. 6:2 dice de estos que: “Y mucha gente les seguía, porque veían las señales milagrosas que
hacía en los enfermos”. Y en Jn. 6:14-15, estos mismos: “Al ver las señales que Jesús había realizado,
la gente comenzó a decir: ‘En verdad este es el profeta, el que había de venir al mundo’. Pero Jesús
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dándose cuenta de que querían llevárselo a la fuerza y declararlo rey, se retiró de nuevo a la montaña
Él solo”.
Estos mismos, lo siguieron al otro lado del lago, es decir, aparentemente parecían muy interesados
en Jesús pero el Señor les dijo: “Ciertamente os aseguro que me buscáis no porque habéis visto las
señales sino porque comisteis pan hasta llenaros. Trabajad, pero no por la comida que es perecedera,
sino por la que permanece para vida eterna, la cual os dará el Hijo del hombre”. (Jn. 6:26-27)
Las señales y milagros que Jesús hizo tenían como objetivo principal que las personas vieran Quién
estaba allí; y de esa forma pudieran confiar, descansar plenamente en Él, teniendo así vida eterna.
Sin embargo, muchos, lo que vieron fue los regalos que con esas mismas señales les daban, no al
dador de los regalos.
David me contó hace un par de días una historieta que ilustra bien este asunto. Se trata de un marido
que regala a su esposa una bonita joya. Y la mujer queda prendada del regalo, en vez de su marido
que era quien se lo había dado.
A. W. Tozer dice: “Cualquiera que busca a otros objetos y no a Dios es responsable por lo que hace;
podrá obtener esos objetos pero nunca obtendrá a Dios. Cualquiera que busca a Dios como medio
para alcanzar otras cosas, no le encontrará. El Dios poderoso, el creador de los cielos y de la tierra, no
será uno entre muchos tesoros, ni siquiera el principal de todos los tesoros. ¡Él será el todo o no será
nada!”.
El asunto de fondo en todo lo que venimos diciendo es que, cuando la religiosidad surge en el
corazón humano y éste trata mediante sus actos religiosos de agradar a Dios, todo ello sirve de muy
poco.
La verdadera espiritualidad surge de Dios y nos alcanza a nosotros como un regalo, por pura gracia.
Está centrada en lo que Dios hace por nosotros y produce salvación en el ser humano. Como
consecuencia, hay una actitud de gratitud que da frutos, en todos los aspectos de la vida.
El próximo día veremos un claro ejemplo de esto con la historia de Jesús y Nicodemo en el capítulo 3
de Juan. Nicodemo entendía, como suele ocurrir a la mayoría de las personas religiosas, que se
trataba de tener más información o conocimiento, para así saber mejor lo que tenía que hacer él
mismo, para agradar a Dios. En cambio Jesús le dice que de lo que se trata es de nacer de nuevo, de
nacer de Dios, mediante la acción del Espíritu y de la Palabra. Y eso porque: “Lo que nace del cuerpo
es cuerpo; lo que nace del Espíritu es espíritu”. En fin sobre esto abundaremos el próximo día.
I.- JESÚS NO CONFÍA EN EL HOMBRE.- (v. 23, 24a)
“Mientras estaba en Jerusalén, durante la fiesta de la Pascua, muchos creyeron en su nombre al ver
las señales que hacía. En cambio Jesús no les creía…”
Jesús sabe bien que no es posible confiar en el ser humano; ya que tras la Caída que se produjo al
principio, en Gen. 3, todas las personas estamos infectadas de debilidad, de intentarlo pero no
poder, en definitiva de lo que la Biblia llama pecado. Una incapacidad para dar en el blanco, que es el
sentido de la palabra pecado. Una incapacidad para hacer lo que debemos hacer, para ser quienes
deberíamos ser. Esta es la realidad de todos los seres humanos, sin excepción. Así que en este
sentido profundo, por mucho que lo intentemos no es mejorable. La única solución al problema
espiritual humano es la de injertar, como se hace en un arbolito, una vida nueva en nosotros,
exactamente la vida eterna de Dios.
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No me malinterpretéis, doy gracias a Dios por cualquier adelanto, progreso, en cualquier área del
saber que nos trae beneficios para la salud, para el bienestar individual o social, etc. Pero nada de
eso cambia la verdad profunda y radical de que el ser humano no tiene remedio en sí mismo a menos
que vuelva a nacer de Dios.
Así que nuestra confianza profunda no está en el ser humano, pero sí en la acción de Dios. A nivel
humano por su imagen, que aunque deteriorada, aún está en cualquier persona. Y sobre todo por la
acción de su Palabra y de su Espíritu, que da vida eterna a los que confían en el Señor Jesucristo, y les
protege y transforma.
Alguien podría pensar si no confías en los hombres no le vas a querer. No es así en Dios. Él nos amó
de tal manera que se dio a sí mismo. Justamente porque sabía muy bien que nuestra situación caída,
nos imposibilitaba y no podía confiar en nosotros. Si primero hemos sido receptores de su amor, creo
que haremos igual. No amamos a los demás por lo que pueden hacer, sino justamente porque no
pueden.
II.- ÉL CONOCE NUESTRO INTERIOR.- (24b, 25)
“…porque les conocía a todos; no necesitaba que nadie le informara nada acerca de los demás, pues
Él conocía el interior del ser humano”.
Los seres humanos empleamos un gran esfuerzo en mostrarnos por fuera lo mejor posible. Y no digo
que esté mal dar una cierta atención a la apariencia. Pero el asunto aquí es que el Señor conoce, sin
necesidad de informes de nadie, perfectamente lo que pasa en nuestro interior.
Nosotros mismos no nos conocemos tan profundamente como Él nos conoce. De hecho a lo largo de
la vida vamos descubriendo aspectos de nuestro interior que un tiempo antes desconocíamos.
Decimos no sabía que en mí podía surgir esto o aquello, pero ha surgido.
Pero él nos conoce perfectamente. Sabe nuestros motivos, nuestros temores, nuestras debilidades,
los puntos fuertes, el orgullo, la confianza en nosotros mismos, la contaminación de nuestros
mejores deseos, nuestras idolatrías, ignorancias, nuestras presunciones, nuestras mejores
intenciones, etc., etc.
Jesús conocía, y conoce hoy, el interior del ser humano.
¿Qué sentimiento te produce el que Él nos conozca tan perfectamente? ¿Sabéis lo que les pasó a
Adán y Eva tras la Caída? Leemos en Gen. 3:8-10. “Cuando el día comenzó a refrescar, oyeron el
hombre y la mujer que Dios el Señor estaba recorriendo el jardín; entonces corrieron a esconderse
entre los árboles, para que Dios no los viera. Pero el Señor llamó al hombre y le dijo: -¿Dónde estás?-.
El hombre contestó: -Escuché que andabas por el jardín, y tuve miedo porque estoy desnudo. Por eso
me escondí”.
Aquí está el origen de todas las estrategias de camuflaje que las personas hacemos tantas veces
para superar los temores que nos produce la desnudez de quienes somos, de lo que hacemos.
Cuanta energía podemos gastar en ese camuflaje. No solo en lo físico, sino también en lo intelectual,
y desde luego en lo religioso, para parecer que no estamos tan desnudos.
Pero la frase en nuestro v. 25 es rotunda: “El conocía, conoce, el interior del ser humano”.
Por eso, la verdad es que ante Dios solo podemos ir con las manos arriba y diciendo: Me rindo Señor,
me rindo a ti; Tú lo sabes todo; No hay nada en mi interior que de tus ojos se oculte. Me rindo, me
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entrego a ti. Y ese es el inicio de la vida eterna. Entonces comprendemos que no solo no nos rechaza
por ir a Él tal como somos, sino que esa es la única forma de que nos reciba. Porque Dios nos salvó,
no por obras de justicia que nosotros hubiéramos hecho, sino por su amor, por su misericordia.
Pagando Él por nosotros la justa condena por nuestra caída, por nuestro pecado. Además vive para
interceder continuamente por nosotros.
¡Él conocía el interior del ser humano!
¿Qué haremos ante ese sublime conocimiento que tiene de nosotros? ¿Seguiremos con el camuflaje,
o nos presentaremos ante Él tal cual?
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