ASÍ NACIÓ LA AMISTAD ENTRE RAFAEL ESCALONA Y GARCÍA MÁRQUEZ Por Germán Vargas Cantillo. Escritor y periodista. Del Grupo de Barranquilla. EL PILÓN, VALLEDUPAR Allá por los años finales de la década de los cuarenta llegaba de vez en cuando a Barranquilla un muchacho de algo más de veinte años. Se encontraba siempre con alguien de su misma edad y más o menos de su misma región. Eran Rafael Escalona y Gabriel García Márquez. Las reuniones se hacían, curiosamente, en el café Roma, en pleno Paseo Bolívar y no en Colombia o en el Japi, que eran entonces los puntos de encuentros de lo que después llamaron el grupo de Barranquilla. Yo asistía a veces, llevando por García Márquez, a esos encuentros que parecían servir más que todo para que el joven periodista y escritor conociera y se aprendiera los últimos cantos vallenatos compuesto por Rafael Escalona. Este los cantaba en voz baja, a veces casi inaudible, en ese tono peculiar de las gerentes de su tierra, y Gabriel los aprendía en forma muy rápida. Recuerdo de modo singular la tarde en que Escalona llegó a contarnos -- más que a cantarnos— “La vieja Sara”. Fue por eso días cuando García Márquez se empeñó en que quería tener una dulzaina para tocar los aires vallenatos de ESCALONA. Los que el ya cantaba como uno de los mejores intérpretes de esta música que lo hayan escuchado. Insistió tanto en lo de la dulzaina, que un día no me quedo nada más que hacer sino comprar una y regalársela. Casi nos enloquece a todos por que le dio por tocarla en todo momento. Hasta que un día que fuimos a almorzar a Solymar, en salgar, yo le pedí que dejara de tocarla, que ya nos tenia aburridos a todos. Entonces, se levantó de su silla, se acercó por la terraza marina y lanzo la dulzaina al mar. Después regresó como un niño regañado y se sentó a beber. Para aquellos años yo ya había oído canciones que tenían cierta semejanzas con las que componía Escalona. Había escuchado al cienaguero Guillermo Buitrago cuando venía a cantar en las emisoras de radio barranquilleras. Y a Chema Gómez Daza, el creador del paseo “Compae Chipuco”. Y había asistido a los festivales acordeoneros que organizaba un escritor “cachaco”, Salvador Mesa Nicholls, y los presentaba en el mismo cine La Bamba, en la avenida Boyacá. Por cierto, que algún día habrá que escribir la historia de esas presentaciones y fijar en ella el nombre de Salvador como uno de los antecedentes más importantes de lo que después serían los Festivales de Valledupar. Pero entonces esa música seguía siendo poco conocida, no se divulgaba en la forma masiva que vino después. Hasta cuando apareció un verdadero creador que narraba maravillosamente las crónicas de los pueblos de la provincia, que así era llamada la región, como si no existiera ni pudiera existir otra. Eran las crónicas de los hechos de Miguel Canales, La Maye, del playonero, de la custodia “linda, muy grande y pesada”, del pirata del Loperena, del Pobrecito Juan, del general Dangond, del Tite Socarrás, de “La Patillalera”. Que culminaría con “La casa en el aire” y se prolongaría hasta llegar al “Adiós a Pedro Castro” y a “El vallenato Nobel”. Rafael Escalona, el Maestro Escalona, como se le conoce ,-y se le reconoce en todo el país, fue quien impuso esa música, quien le dio categoría musical y literaria. Quien logró que sus composiciones conocieran en todas partes como los cantos vallenatos de Escalona. Y no ya como paseos, o como merengues, o como sones. Sino simplemente - y ambiciosamente- como los Cantos Vallenatos. El caso de Rafael Escalona de ser singular en un compositor, ya que primero escribió versos y después compuso música. Y es que desde muy niño su entrenamiento preferido era el de escribir versos. Y en el Colegio, siendo un adolescente, seguía escribiéndolos. Los hacía a veces satíricos, otras sencillamente anecdóticos, contando cosas. Y escribía también poesías de enamorado, una condición que no ha perdido con el pasar de los años. Pero un día se le ocurrió por primera vez ponerle música a sus poemas. Y en el colegio Loperena de Valledupar comenzaron a popularizarse sus canciones. Y fue enviado al Liceo Celedón de Santa Marta a estudiar el bachillerato que nunca terminó. (“Como yo no tengo diploma de bachiller, las muchachas dicen que no puedo enamorar...”). La biografía de Rafael Escalona ya la escribió él en sus cantos vallenatos: sus estudios, su mujer, sus hijos, sus romances, su tierra y hasta adhesiones políticas están en sus cantos. Como escribió también su poesía, toda la poesía y toda la crónica periodística, que están igualmente en sus cantos. En sus cantos vallenatos.