Paz Habana - Carlos Eduardo Maldonado

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Publicado en: http://www.palmiguia.com/opinion/tribuna/587optimismo-esceptico-sobre-los-dialogos-de-la-habana, 5 Mayo
Optimismo escéptico sobre los
diálogos de La Habana
Publicado el Domingo, 05 Mayo 2013 16:12
Escrito por Carlos Eduardo Maldonado
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Sólo la extrema derecha, alguna de cuyas faces públicas son
Fedegán y el actual Procurador, conjuntamente con la movida
uribista del Centro Democrático, se opone por todos los medios al
éxito de los diálogos.
Desde cualquier punto de vista, es insensato no estar a favor de los
diálogos de La Habana, esperar el buen decurso de los mismos, y
alcanzar ulteriormente la paz en este país. Las razones son
múltiples para apoyar decididamente estos diálogos: desde un
sentido de la historia, hasta el reconocimiento del mapa geopolítico
internacional actual; desde la sensibilidad hacia la población más
vulnerable y desfavorecida, hasta un deseo de progreso e
integración con lo mejor de la humanidad. Y tantos otros
argumentos.
Sin embargo, con optimismo, cabe mirar desprevenidamente los
puntos de la agenda, constituida —a diferencia de los diálogos de
Caracas y Tlaxcala, y del experimento (fallido) del Caguán— por
cinco grandes ejes: 1) Política de desarrollo agrario integral; 2)
Participación política; 3) Fin del conflicto; 4) Solución al problema de
las drogas ilícitas, y 5) Víctimas y verdad. El resultado del análisis
político es sorprendente.
Como es sabido, cada uno de estos cinco ejes está subdividido por
varios otros ítems. Vale recordar las diez propuestas agrarias de las
Farc al primero de los puntos mencionados, y que, verosímilmente,
ya estaría(n) para cerrarse y pasar al segundo. Las propuestas de
las Farc son: reforma agraria, erradicación de la desigualdad, deuda
histórica con el campo, desganaderizar la tierra, fondo de tierras,
territorios colectivos, territorios campesinos, economía campesina,
desarrollo científico agrario, no al TLC.
Pues bien, ¡cómo han cambiado el mundo, y cuánto han cambiado
las circunstancias! ¡Cómo se aprecia el nuevo realismo político y la
madurez de las partes! Quiero decirlo de manera franca.
Absolutamente ninguno de los puntos y subpuntos conocidos son
estrictamente revolucionarios en el más profundo y originario de los
sentidos. Colombia está y ha estado tan derechizada que,
estrictamente, los puntos y subpuntos de las conversaciones (se
requiere un espacio más amplio para exponerlos y discutirlos
brevemente), no son ni comunistas, ni marxistas–leninistas, y acaso
menos bolivarianos. Son, en sana perspectiva histórica, política y
filosófica: rigurosamente liberales; liberales manchesterianos. Lo
cual, de cara al retraso del país, ya es una conquista enorme.
De lograr afianzarse la paz que abren los diálogos de La Habana,
Colombia lograría situarse apenas, en perspectiva histórica, en los
años 1980 y 1990. Las pretensiones de las conversaciones de la
paz no alcanzan ni siquiera para situar a Colombia en el siglo XXI.
Es de tal tamaño el atraso histórico y socio–político, y cultural del
país, que los acuerdos previsibles, resultado de las actuales
negociaciones, que el triunfo —hasta ahora bien apostado, pero
nunca enteramente garantizado— de los acuerdos harán de
Colombia un país que habrá dejado atrás una historia que hoy lo
ancla en el siglo XIX en muchos aspectos. Y en otros, aún más
atrás en el pasado. Tres ejemplos rápidos que son evidencia de
ello: nación y territorio, igualdad de género, pluralismo religioso y
secularización.
El actual gobierno está tocando las puertas de la OCDE: es el
deseo de que se reconozca al país a la medida de un potencial que
ya en muchos escenarios lo sitúa como un país CIVETS (6 países)
o países NIDO (14 países). Es decir, como una previsible potencia
hacia futuro, por detrás de los países BRIC. Con seguridad esa
meta no se alcanzará en absoluto hasta que Colombia no sea, por
decir lo menos, un país liberal en toda la acepción de la palabra. Un
país liberal es una nación democrática en el más sano pero fuerte
de los sentidos. Y las Farc están contribuyendo activamente para
que Colombia salga del marasmo medieval en el que se encuentra
cultural y socialmente hablando.
Sólo la extrema derecha colombiana, alguna de cuyas faces
públicas son Fedegán y el actual Procurador, conjuntamente con la
movida uribista del Centro Democrático, se opone por todos los
medios al éxito de los diálogos de La Habana (existen numerosas
otras facetas de la extrema derecha, muchas de ellas menos
públicas y que merecen varias otras columnas aparte). La oposición
visceral a los diálogos de paz no se opone estrictamente a la
guerrilla combatiente y dialogante. Se opone, además y
principalmente, al afán liberalizador del proyecto posible emergente
en y de La Habana.
Los procesos de paz de Centroamérica o algunos de África pueden
servir de referentes para los efectos técnicos de lo que sucede en
Cuba. Pero política y culturalmente, la situación es perfectamente
diferente. Colombia le está apostando —con la Marcha Patriótica y
con el gobierno Santos; con el acompañamiento de la Universidad
Nacional y con la minga; con los gremios y fuerzas reales
participantes en La Habana y la Mane; tantas y tan diversas
perspectivas y fuerzas, unas políticas y sociales, otras militares y
económicas, por ejemplo—, simple y llanamente a una liberalización
de la sociedad, del sistema político y económico. El liberalismo
manchesteriano ha sido reconocido en múltiples ocasiones como
liberalismo radical. Pero no es el radicalismo de la mejor tradición
comunista y marxista–leninista como lo quiere hacer ver la extrema
derecha. Es apenas, un esfuerzo por hacer de este país una nación
apenas a la altura de otros en el continente, como Brasil, México o
Argentina.
Cabe esperar lo mejor de las conversaciones en curso. Con ellas,
nosotros mismos, nuestros hijos y sobrinos, nuestros amigos y
vecinos podremos saber todos lo que es vivir en un país en el que,
por ejemplo, son posibles los debates sin eliminar al adversario; en
el que es posible la libertad de periodistas sin que sufran atentados;
en el que es posible la seguridad social para los más
desfavorecidos con calidad y dignidad; un país en el que a nadie lo
persigan por su opción sexual o religiosa; y tantas otras
expresiones y problemas. Eso hará de Colombia no un país
comunista, sino (apenas, para algunos) un país liberal. Y eso ya es
bueno, necesario y deseable. Para no hablar del plan B militarista
en caso de que las conversaciones fracasen (y que ya algunos
avizoran o conocemos). Cuyas secuelas sociales y culturales serían
igualmente desastrosas.
Carlos Eduardo Maldonado
Profesor Titular Facultad de Ciencia Política y Gobierno
Universidad del Rosario
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