Apuntes de aquí y de allá El olor de la tierruca en un libro tabayense Ramón Sosa Pérez Vaciar, partiendo de días añejos, el contenido de la alacena familiar que atesora tantos recuerdos y nostalgias de tradición, es tarea grata pero abrumada, pues en ello se invierten años, paciencia franciscana, celo por la referencia, agudeza para la indagación y mucho tesón. Esa disciplina, entre otras virtudes, se recogen en el libro Mensajes del Tiempo. Memorias del saber popular en los campos de Tabay, cuyo autor es el diligente buscador de buenos sucesos Jacinto Maldonado. Tabayense por los cuatro costados, a quien conocimos hace ya unos cuantos años cuando se desempeñaba al frente del otrora acreditado Instituto Nacional de Cooperación Educativa, INCETurismo, y su afán se centraba en promover la capacitación del recurso turístico en una ciudad que no termina de aprender la valía de tan especial condición. Allí asimilamos lecciones de protocolo, etiqueta, relaciones públicas y un sinfín de conceptos sobre la forja del recurso necesario en un estado cuya rectoría debería ponderar la industria sin chimeneas. De entonces data esa percepción que entonces sólo divisábamos en ocasionales momentos de plática y que hoy se hace evidente en un libro de excepción que recoge vivencias, añoranza, pasión por el terruño hacia “un entorno que tiene el encanto de lo heredado”, como subraya el Arzobispo Baltasar Porras Cardozo, en el proemio de la obra. Mensajes del Tiempo. Memorias del saber popular en los campos de Tabay, es sumario que colecta saberes ancestrales, paseándose con holgura por el calor vaporoso de las topias que fueron rescoldo de tantos sueños, a través de generaciones. Sus páginas son rémora saldada con la tradición de Tabay, que por vía de valiosos informantes, el autor logró salvar para la posteridad en modesta escritura, sin rebuscamientos altisonantes. Jacinto se limitó a escuchar y a calcar la fidelidad de los sentimientos de aquellos labriegos, artesanos, hacedores y hacedoras de su pueblo, que en el hilván de los años, surcaron una historia sencilla, rupestre a veces, pero de innegable trascendencia. El propio Alcalde Balmore Otalora Peña, en el acto de presentación de la obra en la Academia de Mérida, fortaleció la certidumbre del ancestro “desde esos cuentos heredados y contados en la historia de la gente sin nombre, historia que sólo recuerdan los más ancianos, es la conciencia del día a día vivido, del aporte hecho para mejorar las condiciones de vida en una época muy difícil de finales del siglo XIX y durante el siglo XX”. He allí el valor de este primer libro de Jacinto Maldonado, madurado con estoicismo por más de una década, que marca un compromiso con el registro de la historia desde la pilastra de la oralidad como fuente. Es un reto, lo sabemos, pero ejemplos tenemos en la contemporaneidad. Basta citar el muy trascendente aporte de la doctora Marielena Mestas Pérez en procura de dar consistencia a una propuesta sobre la fuerza de la tradición en Capaya y en Mérida está la contribución significativa de la profesora Niria Rosa Suárez con el Museo de la Memoria y la Cultura Oral Andina, Muncoa, cuyo propósito apunta hacia la legitimación del registro oral de nuestra fortaleza patrimonial. Las festividades populares, los casorios, los parrandos, amoríos y desvaríos de alcoba, trabajos y trebejos, hacedores y benefactores como los pulperos o las comadronas, velorios, cabo de año, angeloro o curiosidades de la cocina tabayense, entre otras menudencias, están ahí retratadas en el libro, a la espera de los múltiples lectores locales que persigan rasgos de identidad en la tierra que les vio nacer y de otros curiosos que prueben zarandear esa historia espacial y especial del Municipio Santos Marquina. Sus personajes, de la mano de Jacinto, se adjudicarán un lugar particular en la retina y en la mente de quienes se adentren a conocerlos. Vale la pena el repaso de sus páginas y, al contagio de su contenido, uno se va enterando en la emoción que despierta “el sabor de la tierruca” como cristianara don Manuel Vicente Romero-García el contacto con la magia del lar nutricio. Evocación, nostalgia, memoria, repaso, recuerdo y añoranza, es el logro final de un libro forjado con la paciencia de Job pero con la urgencia de quien se sabe depositario de rasgos culturales que deben transmitirse para que no sean pronto botín del letargo que amenaza nuestra identidad. Mención aparte merece el comentario sobre el respeto por la fuente documental que en este libro tiene culto necesario. Si compilar los trabajos de los informantes y sistematizar datos, fechas y sucesos, le tradujo preocupación al autor, no fue menos su desvelo por el cotejo de libros y memorias sobre el tema, lo que concede mayor certidumbre a lo vertido en sus páginas. Los lectores agradecidos con la obra, sabrán calibrar el esfuerzo y aporte a la divulgación de la pequeña historia de Tabay. Ojala y sea, como lo vaticinó el doctor William Lobo Quintero, Presidente de la Academia de Mérida, ocasión de privilegio para abrir las ventanas de la discusión sobre la importancia del patrimonio, la ecología, la tradición y la cultura en el ambiente local y su proyección como fortaleza espiritual del pueblo. [email protected]