El Poema de Mío Cid, obra maestra de la épica española medieval

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El Poema de Mío Cid, obra maestra de la épica española medieval.
El Poema de Mío Cid (h. 1140) es la obra cumbre de la épica española medieval. Tiene todas las
características de la épica castellana: realismo, historicidad, y sobriedad, frente a las epopeyas de
otros países que modifican los acontecimientos sin preocuparse de la historia. Es posterior a las obras
maestras de los otros ciclos europeos.
El único texto que nos ha llegado es un manuscrito fechado en 1207, copiado por un tal Per
Abat; pero en realidad fue recopilado hacia 1140, apenas medio siglo después de la muerte del Cid.
Argumento
Rodrigo Díaz de Vivar, el Cid Campeador, cae en desgracia del rey Alfonso VI, el cual le
destierra de Castilla. Sale de Vivar dejando sus palacios “yermos e desheredados” y se dirige a Burgos,
donde nadie quiere recibirle porque el rey había mandado que no le diesen posada:
e aquel que se la diese sopiese vera palabra
que perdería los haberes e más los ojos de la cara,
e aún demás los cuerpos e las almas.
Con los guerreros que se le habían reunido, va al monasterio de San Pedro de Cardeña, donde
deja a su mujer, doña Jimena, y a sus hijas doña Elvira y doña Sol. Estos son los versos que narran la
despedida:
La oración fecha, la misa acabada la han
salieron de la iglesia, ya quieren cabalgar.
El Cid a doña Ximena íbala abrazar;
doña Ximena al Cid la mano´l va besar,
llorando de los ojos, que non sabe que se far.
E él las niñas tornólas a catar; (mirar)
“A Dios vos encomiendo e al padre espiritual;
agora nos partimos, Dios sabe el ajuntar.”
Llorando de los ojos, que non vidiestes atal,
así parten unos d´otros como la uña de la carne.
Fuera ya de Castilla, comienza sus conquistas por tierras de la Alcarria y Aragón. Toma después
la ciudad de Valencia, con lo cual la fama de sus hazañas crece de día en día. Se reconcilia con su rey y
consigue el permiso de éste para que su mujer y sus hijas vayan a Valencia a reunirse con él; por
voluntad del monarca castellano, doña Elvira y doña Sol se casan con los infantes de Carrión,
representantes de la orgullosa nobleza leonesa. Los infantes sólo querían a las hijas del Cid por las
riquezas que éste había ganado guerreando contra los moros, pero sentían su alcurnia desdorada por
haber emparentado con un simple infanzón. Después de celebradas las bodas, los infantes dan muestras
de gran cobardía. Yendo camino de Castilla, azotan cruelmente a sus mujeres y las dejan abandonadas
en el robledal de Corpes. Cuando el Cid conoce la afrenta de que sus hijas habían sido víctimas, pide
justicia ante las Cortes de Toledo. Solicita y obtiene del rey la reparación de su honor mediante una lid
contra sus traidores yernos. Los infantes de Carrión quedan vencidos y son declarados traidores. Los
infantes de Navarra y de Aragón piden en matrimonio a las hijas del Cid. Con anuencia de Alfonso VI se
celebra este segundo matrimonio, mucho más honroso que el primero para la familia del Cid Campeador.
El poema es, en gran parte, histórico. Tiene, además, gran exactitud geográfica. En medio del
encanto que le presta la tosquedad arcaica del lenguaje, el lector moderno puede percibir el arte
realista y humano, que ensalza la figura del héroe sin salirse de los límites de lo natural. El Cid no es
sólo el bravo guerrero que nos sorprende con sus hazañas inauditas. Es además noble de espíritu,
sereno de juicio, valiente sin jactancia, fiel, elevado moralmente, en definitiva. No es un caudillo
alocado de inverosímiles empresas como en otras gestas europeas que presentan a sus héroes casi como
un ser sobrenatural. En el Cantar de Mío Cid, el protagonista nunca deja de aparecer como un hombre
real, dotado de cualidades esencialmente castellanas.
La obra pertenece al mester de juglaría. La versificación es, pues, irregular: versos asonantados
y monorrimos, divididos en dos hemistiquios; tienen un número variable de sílabas que oscilan de 10 a20.
Existen otros poemas épicos castellanos, pero muchos nos han llegado fragmentados:
Roncesvalles, Los siete infantes de Lara, Fernán González , etc.
La persistencia y transformación de la épica popular da lugar, en el siglo XV, a la espléndida
floración del Romancero.
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