La libertad y la subjetividad: una radiografía del individuo y la

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La libertad y la subjetividad: una radiografía del individuo y la sociedad en la novela
Herejes, de Leonardo Padura.
Andrés F. Gómez Rangel
TRABAJO DE GRADO
Presentado como requisito para optar por el
Título de Profesional en Estudios Literarios
PONTIFICIA UNIVERSIDAD JAVERIANA
Facultad de Ciencias Sociales
Carrera de Estudios Literarios
Bogotá, 2015
1 PONTIFICIA UNIVERSIDAD JAVERIANA
FACULTAD DE CIENCIAS SOCIALES
CARRERA DE ESTUDIOS LITERARIOS
Rector de la Universidad
Jorge Humberto Peláez Piedrahita S. J.
Decano Facultad de Ciencias Sociales
Germán Rodrigo Mejía Pavony
Director del Departamento de Literatura
Cristo Rafael Figueroa
Director de la Carrera de Estudios Literarios
Jaime Alejandro Rodríguez
Directora del Trabajo de Grado
Liliana Ramírez Gómez
2 Artículo 23 de la Resolución No. 23 de Julio de 1946
“La Universidad no se hace responsable por los conceptos emitidos por sus
alumnos en sus
trabajos de tesis, sólo velará porque no se publique nada contario al Dogma y
la Moral
Católica, y porque las tesis no contengan ataques o polémicas puramente
personales, antes
bien se vea en ellas el anhelo de buscar la verdad y la justicia.”
3 Para mis abuelos, que lo hicieron todo.
Agradecimientos:
Quisiera agradecer, primero que todo, a Liliana Ramírez, por su honesta y atenta dirección,
por sus acertados comentarios y por la enriquecedora discusión que siempre teníamos
entorno a este trabajo. También a Mauricio Lleras, que a pesar de su escepticismo frente a
la culminación de este proceso, a él le debo el descubrimiento de Padura, las
conversaciones acerca de su obra y la forma en cómo me hizo ver que el tema de la libertad
era el centro de la novela. A Renán Silva, que desde el primer momento estuvo muy atento
para enviarme información valiosa y compartir sus impresiones acerca de la obra en
general, a él le debo toda la primera parte de este trabajo. A una persona en especial:
Marisol Leal, que siempre creyó, así fuera a ciegas. Finalmente, a Natalia Torres Behar,
que fue la otra lectora, muy atenta y muy certera en sus comentarios. También a mis padres,
a mi hermano y demás personas que de alguna forma hicieron parte de esto.
4 Tabla de contenido.
1. Capítulo I. Padura y sus estaciones.
Pág. 6.
Primera estación. Pasado perfecto
Segunda estación. Vientos de cuaresma
Tercera estación. Máscaras
Cuarta estación. Paisaje de otoño
2. Capítulo II. Cuestiones acerca de la libertad y del sujeto.
Pág. 21.
Qué es la libertad: tres visiones encontradas
Las cuestiones acerca del sujeto y la subjetividad
3. Capítulo III. La libertad y la subjetividad en la novela Herejes.
Pág. 41.
El libro de Daniel
El libro de Elías
El libro de Judith
4. Epílogo.
Pág. 79.
Últimas consideraciones
Otras consideraciones
5. Bibliografía.
Pág. 84.
5 CAPÍTULO I
PADURA Y SUS ESTACIONES
He tratado de escribir con la mayor libertad posible y dar la imagen de Cuba que siento y
padezco, sin edulcorar ni exagerar, sin pretender complacer a nadie. (…) He procurado
que esa visión de mi realidad no sea localista, sino que establezca vínculos con lo
universal humano, unas veces por la historia que cuento, otras por los personajes y sus
actitudes. -Padura-
PRIMERA ESTACIÓN
Pasado perfecto
Leonardo Padura es, como mencionó en una entrevista concedida a Jorge Luis Reyes en la
revista cubana Extramuros, el hijo de Nardo Padura, un ferviente amante de la pelota o el
béisbol, que soñaba cuando era pequeño con ser pelotero y vestir el uniforme de los
Industriales, su equipo del alma; un escritor consecuente, honesto e íntegro, que ha
trabajado incansablemente en sus novelas sin concesiones con nadie; un amante de la
historia y de los personajes muchas veces condenados y marginados por quienes poseen el
poder del discurso; de La Habana y su nostalgia, sus rincones, sus dramas y carencias,
ciudad que muchas veces “repele a los personajes, los expulsa, los margina (…)
convirtiéndose en un verdadero campo minado en el cual se sobrevive más que se vive, por
el cual se transita, más que se crea, del cual muchas veces se huye, hacia un exilio marcado
por la imposibilidad del regreso, o hacia la muerte” (Padura, Un hombre en una isla, 34). Es
un amante
de las paradas de guaguas en donde “siempre puede conversar con un
extranjero”, del bolero y de la salsa, de las historias de detectives de Chandler y de Sciasia,
del periodismo, que, como oficio, le dio las bases sólidas para construir sus historias y la
conciencia crítica que ha estado consolidando a medida que va construyendo su aparato
literario.
Es un personaje de La Habana que desde el año de 1955 ha permanecido en el mismo
barrio, en Mantilla, aquel que siempre le ha pertenecido por ser el lugar de sus ancestros y
6 de su entera infancia, el barrio en el que vivieron sus bisabuelos, abuelos, padres y tíos,
donde los Padura eran la familia próspera del lugar, donde ha estado escribiendo historias
entrañables y construyendo personajes arraigados al clima y la jerga habanera,
pero
creados a partir de la perspectiva de una cultura universal que Padura ha cultivado por años.
Sus libros, en la isla y en varios países del globo, donde ha sido traducido a diferentes
lenguas, son constantemente un boom editorial ya que su prestigio ha ido creciendo sin que
el omnipresente y omnisciente sistema cubano pueda acallarlo. Y es precisamente este
punto uno de los hechos que más me han llamado la atención sobre este escritor: a pesar de
que tanto su obra de ficción como la de sus ensayos son una constante reflexión crítica
sobre el régimen y la sociedad en la que le ha tocado vivir sin perspectivas de cambio, ha
permanecido dentro del país desde que triunfó la Revolución ejerciendo con libertad lo que
piensa y siente del pasado, del presente y del futuro de la isla caribeña.
Con respecto a lo anterior, alguna vez escuché al historiador colombiano Renán Silva, en
una conversación que tuvimos en un café, decir sobre Padura y su obra dos elementos
claves que hicieron que mi interés por el autor fuera más claro y contundente: decía que su
obra constituía, fiel a su condición como historiador, una fuente histórica con un contenido
literario complejo y de una calidad invaluable; también decía que su obra constituía un
registro ficcional sobre todo de la vida cotidiana de los habitantes habaneros, con sus
momentos de gloria o de desgracia. Asimismo, Renán Silva considera entonces que el
registro histórico que hace Padura es muy valioso, ya que ante la carencia de fuentes –causa
de esto, entre otras cosas, es que estas fuentes siempre son ofíciales, por lo tanto muchas
veces sesgadas- siempre ha sido un investigador incansable más no un retratista superficial
de la realidad; ha sido, para Silva, un escritor que por medio de su obra relata, más no
demuestra, la miseria y la carencia de los personajes que sobreviven dentro de una isla que
permanece con sus instituciones estática en el tiempo, pero que la vida misma de estas
gentes es la que hace de la ciudad un espacio un tanto mágica, o un tanto trágica. Para Silva
entonces los personajes de Padura constituyen una prueba compleja de la existencia
humana, de que cada situación y cada personaje presente en sus obras están condicionados
por la historia.
7 SEGUNDA ESTACIÓN
Vientos de cuaresma
Tal como lo mencioné anteriormente, los personajes construidos por Padura son esenciales
para comprender la totalidad de su obra. Sin embargo, en este aparte, me voy a centrar en
Mario Conde, más conocido en las calles de La Habana como “El Conde” y, junto con él,
en su séquito de amigos que lo acompañan desde que era estudiante en el preuniversitario
de La Víbora. Conde, como muchas veces lo ha manifestado Padura, es una especie de alter
ego del escritor que le ha servido para expresar sus preocupaciones, obsesiones, nostalgias
y críticas. De igual forma, es el medio por el cual Padura recorre, desde el campo de la
ficción, los rincones recónditos de La Habana y descubre, por medio de la trama policial,
un submundo habanero colmado de crimen, corrupción y drogas, un submundo o, más bien,
un mundo presente, pero marginado por el bien de la Revolución y los valores en
construcción del Hombre Nuevo.
Con respecto a eso Padura ha escrito en muchos de sus ensayos que el personaje es una
realidad, una construcción y visión determinada, sin maniqueísmos ideológicos. Por lo
tanto, para él
la literatura, en este caso, ha suplido otros discursos (inexistentes o escasos) sobre la
realidad cubana, y al ser Mario Conde el intérprete, testigo y hasta víctima de esa
realidad, sobre su figura ha caído la identificación de los lectores necesitados de
esas visiones otras (no oficiales ni triunfalistas) de la sociedad en que viven, e
incluso de la que escapan hacia los más disímiles exilios (Un hombre en una isla,
171).
Por lo tanto, Mario Conde es el personaje central de la serie policiaca que creó Padura -Las
cuatro estaciones de las que hacen parte Pasado Perfecto, Vientos de cuaresma, Máscaras
y Paisaje de otoño y, aparte de estas, tres más que son La neblina del ayer, Adiós
Hemingway y La cola de la serpiente- y que son, en su conjunto, novelas que se sitúan en
la década de los 90, una etapa crítica para Cuba, ya que fue el período de la caída de la
cortina de hierro y, por ende, la isla quedó huérfana en un mundo que estaba dividido en
8 dos bloques opuestos. Además, fue un período en el que los valores de la Revolución
empezaron a perder significado, y en el que los cubanos empezaron a ver que muchas de las
cosas que les prometieron nunca llegaron.
De esta manera, Padura nos habla de una sociedad inmersa en una profunda crisis
económica, donde las altas esferas políticas constantemente se encuentran involucradas en
casos de corrupción y la criminalización de Cuba desarrolla casos aberrantes de asesinatos
de líderes políticos, homosexuales, gente del común, etc. Con respecto a esto Padura dice,
en una entrevista dada a Kirk y reseñada en el libro La cultura y la revolución cubana
(2002), que en esta década la profunda crisis llevó a que el régimen instaurara un período
dentro del cual se le concedía mayor independencia artística a los creadores y un cambio en
relación a hechos que nunca se habían dado como “la apertura del país al turismo
internacional y a las inversiones extranjeras, la legalización y circulación abierta del dólar,
la reapertura de los mercados campesinos, la aprobación del trabajo por cuenta propia, etc.
(…)”; y a su vez, en la isla se empezó a vislumbrar “el resurgimiento de la prostitución y el
proxenetismo, el enriquecimiento acelerado de ciertos sectores sociales, la división de la
población entre los que tienen y no tienen dólares, el éxodo de profesionales hacia el sector
del turismo, el incremento de la fe y la religiosidad, el aumento de la marginalidad, la
violencia y la delincuencia, la sustitución de los “compañeros” por “señores”, etc.” (Kirk,
325).
Padura entonces ha creado, de la mano del Conde, una isla colmada de personajes siniestros
en la que se ha diluido aquel dictamen revolucionario muchas veces repetido, muchas veces
desgastado, del Hombre Nuevo en el mundo del socialismo. Un hombre perteneciente a un
gran aparato burocrático con tentáculos muchas veces invisibles pero que, cuando el Conde
empieza sus pesquisas, le empieza a encontrar algunas cabezas y, sin embargo, termina
siendo invisible. A ese mundo degradado al que Padura critica sin ninguna concesión, se
contrapone el mundo del teniente investigador. Un mundo donde la amistad es un valor
supremo y la entrega al otro es un acto de vieja costumbre. Un mundo donde, si bien los
personajes caminan en el borde de una cuerda floja, pueden congregarse en torno al ron
como bebida terapéutica, a la música de Creedence y los Beatles, a un banquete
9 gastronómico en el que se mezclan sabores de todo el mundo a pesar del racionamiento y la
escasez, al amor como acto de comunión y desahogo. En fin, el mundo del Conde y su
pandilla, que viven como hombres sobre un trapecio, pero con la dignidad y honestidad
suficientes para ser felices.
TERCERA ESTACIÓN
Máscaras
En esta tercera estación, que toma el nombre de una de las novelas de la serie policiaca que
es significativa porque se narra desde el submundo de los homosexuales en Cuba, quisiera
exponer las novelas que son de tono mayor escritas por Padura y que muchos críticos han
categorizado de históricas –El hombre que amaba los perros y La novela de mi vida- en
donde, de manera particular se toman dos personajes memorables del siglo XIX y el XX. El
primero es el legendario líder soviético, Liev Trotski, que tras ser expulsado por Stalin
acusado por este de traición política, recorre gran parte de Europa hasta parar en México, su
lecho mortal; el segundo es José María Heredia, personaje memorable para Cuba y América
Latina al ser partícipe directo del movimiento independentista y legionario de la masonería,
una historia poco conocida por muchos. Son, de esta manera, dos grandísimas novelas en
las que se plantea la relación existente entre el hombre y la historia y como esta, de manera
directa o indirecta, puede convertirnos en héroes o personajes olvidados según quién sea el
que reproduzca la verdad histórica.
En estas dos novelas Padura plantea un tema central dentro de su narrativa que, de igual
forma, es el punto central de investigación que nos concierne en este trabajo: la búsqueda
del hombre de su propia libertad y cómo, a partir de esa búsqueda, su vida termina siendo
una tragedia. Asimismo, estos temas se analizarán en relación a la novela Herejes, en la que
Padura se pregunta constantemente qué somos como seres humanos, cómo nos enfrentamos
a los dilemas éticos y los conflictos que tenemos con el poder, sea este político, económico,
social o cultural. Todo esto llevado hacia el plano de Cuba y sus componentes propios, en
lo que se podría denominar el hecho de ser cubano y la pregunta misma por lo que significa
la cubanidad y lo caribe, el porqué de sus desgracias y logros, el porqué de la lucha
10 constante que se emprende por ser libres y de qué manera otros terminan decidiendo cómo
podemos ser libres y hasta qué punto llegamos en realidad a ser libres.
Finalmente, y como preámbulo de esta investigación, quisiera terminar esta introducción
con una reflexión de Antonio Benítez Rojo tomada de su libro La isla que se repite (1996)
donde expone, y a la vez se cuestiona, el hecho de, como lo llama él mismo, la fatalidad
caribeña de siempre huir hacia la libertad:
Huir hacia la libertad… ¿Por qué en el Caribe siempre hay que huir hacia la
libertad, o mejor, hacia un espacio que se dibuja en la imaginación como el de la
libertad? La respuesta es obvia: las sociedades caribeñas son de las más represivas
del mundo. No me refiero necesariamente a la represión política, aunque habría que
convenir que la historia del Caribe, tanto la colonial como la contemporánea, exhibe
una galería de gobernadores, capitanes generales y Padres de la Patria difícil de
superar en lo que respecta a mano dura (…). Aparte aquí me refiero a otra clase de
represión, y ésta es la que experimenta todo caribeño dentro de sí mismo y la que lo
impele a huir de sí mismo y, paradójicamente, en última instancia, la que lo conduce
de nuevo hacía sí mismo” ( 287-288).
Precisamente, como Benítez Rojo, Leonardo Padura se está preguntando y cuestionando
también esa idiosincrática relación del pueblo caribeño con la de los opresores, y de qué
manera, por medio de sus personajes, se huye hacia la libertad como posibilidad de vivir
con dignidad.
CUARTA ESTACIÓN
Paisaje de otoño
En esta cuarta estación haré un análisis acerca del contexto cubano en relación al desarrollo
cultural de la isla durante el período de la Revolución de Fidel Castro. Considero que hacer
mención de este período histórico es de suma relevancia para entender por qué un escritor
como Leonardo Padura, a través de sus crónicas, ensayos y novelas, puede plantear temas
en apariencia “prohibidos” o no permitidos y, de esa forma, cuestionar críticamente el
estado actual de su país en relación a la política, a la sociedad (y el devenir histórico del
11 Hombre Nuevo hacia otro tipo de individuo, cuestión que se explicará a lo largo del
trabajo) y, en cierta forma, a la economía. De igual forma, entender la evolución de las
políticas culturales en Cuba permitirá aclarar ciertos aspectos en relación a una dinámica de
avances y retrocesos en relación al arte y los artistas que se han quedado en la isla, como
también a aquellos exiliados que han llegado a conformar lo que se ha denominado la
diáspora cubana.
“Dentro de la Revolución todo; contra la revolución nada”
Esta frase emblemática, pronunciada por Fidel Castro en un congreso cultural en los
primeros años de la década del 60, marcó un hito con relación a la producción artística en
Cuba. Pero, además, se erigió como la principal política oficial del gobierno que, después
de tres años de consolidación en el poder tras derrocar a Batista, se declaró como un país
comunista-nacionalista, estrechó su relación con la Unión Soviética y se convirtió así, por
su posición geográfica, en el principal satélite comunista en América Latina. Para Duanel
Díaz, en su libro Palabras del trasfondo. Intelectuales en la revolución cubana (2009), este
período significó, y en particular aquella frase, la forma por la cual “Castro establecía la
jerarquía de la Revolución sobre la libertad de expresión al tiempo que, con suma habilidad,
dejaba claro que “dentro de la revolución” cabían también aquellos que no se identificaban
del todo con el régimen” (Díaz, 49). De igual forma, este período trajo consigo una ruptura
frente a lo que se había planteado inicialmente cuando llegó al poder el movimiento
guerrillero, ya que se decía que sería la instauración de un gobierno nacionalista de carácter
social e igualitario y, por ende, no radical. Sin embargo, el discurso entró a ser unánime y,
como lo dice Díaz, “junto con el pueblo y la nación, Castro se anexaba el futuro. El juez
temible no era la posteridad, sino él hablando en su nombre. La última palabra era la suya”
(Díaz, 51).
En ese sentido, se dice que la primera década tras el triunfo de la Revolución se denominó
los años duros, al ser el período por el cual el gobierno de Cuba radicalizaba su discurso y
establecía, sin el consentimiento de nadie, lo que muchos han denominado como la tríada
revolucionaria: prepararse y estar atentos a la guerra, al estudio y el trabajo, todos estos
elementos dentro de una lógica comunista. Frente a esto, muchos escritores y artistas en
12 general, que eran cercanos al régimen, empezaron a producir o a gestar un canon cultural
que se desarrollaba dentro y para la Revolución, generando así un discurso oficial y
dogmático al servicio exclusivo del estado y, por consiguiente, para el adoctrinamiento
ideológico del pueblo en general. Duanel Díaz lo denomina como la etapa de destrucción
de mitos nacionales que habían sido construidos antes:
Para acabar con el retrógrado sistema económico que condenaba a la Isla al
monocultivo y la escaza industrialización era preciso destruir los mitos que, desde
su imposición por los norteamericanos en 1898, habían contribuido a perpetuarlo.
La toma de conciencia de la naturaleza mitológica (o ideológica) de aquellos
discursos tradicionales estaba, pues, tanto en el principio como en el final de la
Revolución: era su condición tanto como su consecuencia (111).
De esta manera Castro imponía un nuevo sistema mitológico que recuperaba algunos hitos
de la historia, pero se establecía su propia impronta que llevaría al país a un desarrollo que
requería una nueva concepción de la producción cultural que debía llevar el mensaje y el
discurso oficial. Esto produjo que muchos de los intelectuales que compartían este ideario
se comprometieran para gestionar el legado revolucionario y, de otro lado, otros
permanecieron silenciados o exiliados en distintos países de América Latina y ciudades en
Estados Unidos.
Rafael Rojas, en su libro Tumbas sin sosiego (2006), asegura que después de 1959, y
puntualmente después de 1961, año en el que Cuba se radicalizó en sus formas y
estructuras discursivas, entró en una etapa en la cual todo se veía desde una óptica binaria,
estableciéndose, así, como un espacio escindido donde la sociedad desarrollaba y se
inscribía dentro de “categorías binarias
como revolución versus contrarrevolución,
castrismo versus castrismo, socialismo versus liberalismo o totalitarismo versus
democracia” (12). Por consiguiente, durante este período, la sociedad se encontraba en un
conflicto constante en cuanto a cómo adoptar las simbologías del estado que, como lo
mencionó Díaz, prácticamente se impusieron sin posibilidad alguna de dirimir postulados o
generar una conciencia crítica frente al proceso político que se estaba dando. Este conflicto,
tal como lo menciona Rojas, se explora a partir de ciertas subjetividades que se ven
13 reflejadas en los polos binarios que mencioné anteriormente y, de este modo, se ve cómo
los intelectuales se acercan a la realidad a partir de allí.
Después del triunfo de la Revolución, el gobierno cubano entró a desarrollar su propio
sistema mitológico en el que se erigía como el único período de liberación real del país de
las ataduras de subordinación frente al imperialismo de su enemigo natural: los Estados
Unidos. Por lo tanto, el gobierno de Castro creó el ideario político de que Cuba siempre
había estado en etapas cercanas a una Revolución pero sin poder concretarla y, de esta
manera, Castro era el único que había podido llevar a cabo este proceso revolucionario
dejando así de lado las anteriores frustraciones con respecto a la liberación total de la
sociedad. Rojas lo manifiesta de esta manera:
La fuerza de los mitos, sin embargo, proviene de su simbologismo, y no de su
posibilidad, de su movilización emotiva y no de su alcance epistémico. El mito de la
Revolución inconclusa y del Regreso del Mesías martiano actuaron sobre el terreno
fértil de una cultura ansiosa de leyendas de origen y destino que orientaran su
devenir. Fue así como a mediados del siglo XX en Cuba se produjo lo que Cornelius
Castoriadis ha llamado un «imaginario social instituyente», que facilitó la
construcción simbólica del régimen socialista (68).
Este sistema de imposición mitológica alrededor de la figura de la Revolución y de su
prócer único configuró el aparato simbólico para así moldear a la sociedad cubana hacia un
fin determinado: el comunismo y el Hombre Nuevo. Esto llevó a que la producción cultural
e intelectual estuviera inscrita dentro de estos márgenes y se estableciera así un telos
(destino nacional) determinado por el cual todos y cada uno de los habitantes de la isla
debían trabajar y forjar. Para Rojas, siguiendo su argumento, en el siglo XX el campo
intelectual tuvo dificultades en cuanto a que “para lograr una agencia política, plenamente
autónoma y crítica, en medio de una esfera pública invadida por dos poderosas corrientes
espirituales de la modernidad: la totalitaria, que tiende a la anulación estatal de lo privado,
y la nihilista, que cultiva el desentimiento personal de lo público” (145). Por ende, la vida
intelectual en Cuba giró en torno al mito político de la Revolución ya fuera desde una
óptica de aceptación, o una de inflexión y separación frente al suceso y su posterior
14 desarrollo. Durante gran parte del siglo XX, los habitantes de la isla han estado inmersos en
un sistema totalitario en el que la inexistencia de lo privado ha primado, rasgo que ha
marcado el campo intelectual, además de tener un elemento de funcionalidad moral a partir
de tres ejes que se ejemplifican en la responsabilidad (de la figura del intelectual frente al
pueblo con lo que escribe o dice), de la memoria( por la reivindicación de aquellos mitos
fundacionales que favorecen la conformación del régimen y su reproducción) y la
representación (esto con relación a la manera como se representa la realidad cubana desde
una perspectiva socialista y la forma en la que se exaltan los valores propios de la
Revolución) .
Debido al carácter totalitario del gobierno de Castro en Cuba, Rojas plantea una teoría en
relación a sistemas cerrados como el caribeño: existe una lealtad determinada de amplios
sectores de la sociedad que se alinean a las políticas de estado y las defienden
difundiéndolas hacia los demás. Existe, además, una voz determinada, ya sea
condescendiente o crítica, que define dónde se inscribe cada intelectual, si desde el espectro
oficial desde el que habla y escribe, o si desde el discurso alterno, que no comparte las
políticas adoptadas y que es categorizado como ilegítimo frente al régimen; y, finalmente,
la categoría del exilio, que en Cuba ha sido predominante, ya que después de la Revolución
muchos intelectuales salieron de la isla para poder desarrollar su obra sin la intromisión
ideológica y simbólica del gobierno. De acuerdo con esto, Díaz manifiesta que “si no era ya
posible que hubiera comercio privado al margen del estado, tampoco había espacio para la
nación fuera de aquella única revolución que había culminado Fidel Castro. La militancia
revolucionaria, ahora en el centro de la vida social, se proyectaba a toda la tradición
nacional, de la que habría de quedar absolutamente excluido todo reformista” (90).
Período especial: década del 70
De acuerdo con lo anterior, se produjo en la isla el denominado realismo socialista que se
proponía llevar a cabo la expresión de las bondades de la Revolución y, por lo tanto, el
papel del escritor era el de revolucionario inmerso en su contexto social y político.
Asimismo, no era ya un individuo que cultiva su propia individualidad sino aquel que es
parte de una masa determinada y trabaja para ella, forjando y guiando la conciencia de la
15 clase trabajadora. Los años de realismo socialista o del período especial significaron la
producción más significativa de intelectuales que estuviesen comprometidos con la
Revolución y de esta forma se implementó una producción cultural alrededor de la
propaganda de los valores de la nueva sociedad y del Hombre Nuevo. Todo esto con
instituciones creadas por el Estado, como la Casa de las Américas, que eran espacios donde
se consolidaba el discurso y también el lugar en el que se defendía y protegía ese discurso
revolucionario.
Asimismo, en el campo literario se produjo un fuerte desarrollo del género policial como
mecanismo para difundir lo que Rojas llamó campo intelectual binario o la misma
estructura social dividida entre polos opuestos: la novela policial llevaba a cabo la tarea de
contraponer estereotipos caracterizados entre el bueno y el malo, el leal y el desleal, entre el
orden y el crimen, entre el sujeto ideal y aquel que permanecía en la marginalidad, pero
que debía ser conducido hacía un espacio de recomposición personal. Díaz lo manifiesta de
esta manera: “surge, por tanto, una literatura basada en el denominado “policial
revolucionario” donde se propone exponer de manera didáctica y agnóstica la legalidad
revolucionaria: lucha contra los elementos contrarrevolucionarios, tanto a nivel de delitos
comunes como al nivel de la ideología” (123).
Por lo tanto, gracias al auge de este género literario se produjo en la isla una exaltación del
hombre revolucionario, una apología del espacio público en contraposición al espacio
privado, una ruptura con aquella producción cultural que hacía apología al cuerpo, al
erotismo, a los atributos del baile y la sensualidad del cubano y sus rasgos predominantes
para así establecer una forma literaria limitada a la reproducción de la simbología socialista
y, de este modo, establecer una vigilancia revolucionaria sobre los demás: “en sus buenos
tiempos portaban, en cambio, un valor supremo, pues no solo transmitían una moraleja
sobre la necesidad de la vigilancia revolucionaria, sino que además formalmente seguían
las pautas trazadas por el estado para la literatura verdaderamente revolucionaria” (Díaz,
153).
El deshielo tropical o la nueva generación del campo cultural
16 Tanto para Rafael Rojas como para Duanel Díaz, Cuba ha entrado, desde la década de los
90, en un cambio que los ha llevado a mantener la tesis de que existe una transición actual
de una sociedad postcomunista y post totalitaria, en camino a una apertura de fronteras y la
implementación de un proceso democrático que permita el diálogo entre los intelectuales de
la diáspora, los que siempre han permanecido en la isla, el gobierno y la sociedad en
general. Uno de los principales factores que incidió en este proceso de cambio fue, como
muchos saben, la caída de la cortina de hierro y, en consecuencia, el desplome del bloque
comunista en Europa del este. En ese proceso la isla quedó “huérfana” después de que su
“madre amamantadora” cayera derrotada tras décadas de enfrentamiento con la principal
potencia capitalista del mundo. Asimismo, el avance en redes de información y tecnología
ha permitido, así el gobierno cubano imponga sus restricciones, que muchos habitantes de
la isla pueda conocer e interactuar con el mundo, exponer y hablar de temáticas antes
prohibidas, de alegar sin miedo alguno por sus derechos y clamar por espacios de diálogo y
libertad.
Por lo tanto, Díaz ha denominado esta etapa como el deshielo tropical, caracterizándola así:
Es innegable que en los últimos tres o cuatro lustros se ha disfrutado en la Isla de
unos márgenes de tolerancia para la creación y hasta para la crítica mucho mayores
que en décadas anteriores, pero también lo es que esta relativa ganancia refleja, no
ya la verdad del estado socialista, sino la endeblez ideológica en que lo ha dejado el
estrepitoso desplome del campo socialista. El avance del deshielo ha sido, en los
noventa, una clara expresión de la crisis del régimen; el necesario resultado de una
política cultural que, como todas las implementadas en la coyuntura poscomunista,
no tiene más función que la de apuntalar con nuevos fundamentos a la dictadura
(167).
En ese sentido, para Rojas, que en cierta medida comparte el argumento de Díaz, el proceso
postcomunista en Cuba ha implicado la reproducción dentro del campo cultural de una
modernidad cubana en donde
las estrategias del discurso son, primordialmente, multiculturales, es decir,
enunciativas de un nuevo registro de actores que marcan su alteridad, frente al
17 sujeto nacional, a partir de identidades étnicas, sexuales, genéricas y religiosas. Esto
no solo quiere decir que el canon crítico de los estudios cubanos es ya multicultural,
sino que sus lugares de enunciación, en la isla y la diáspora, gravitan hacia un centro
virtual, inexistente: el centro del espacio público moderno (361).
Para estos dos autores el proceso de cambio dentro y fuera de la isla ha generado un nuevo
espacio de diálogo de múltiples discursos y voces que han intentado desarrollar un sujeto
postnacional, desligado de la oratoria institucional, para crear así nuevos aparatos
narrativos que deslegitiman estereotipos ligados a la Revolución. De este modo, nuevas
narrativas tratan de reformular el canon cultural (ya sea dentro de la producción de crítica,
narrativa, poesía, artes plásticas, música, danza, etc.) para establecer una desconexión o
contraposición entre lo que Rojas ha llamado el discurso centrípeta y gravitacional (de
carácter oficial) y, por otro lado, la práctica centrífuga e ingrávida de actores
multiculturales que producen y hablan desde su propia alteridad e individualidad.
El nuevo campo cultural cubano, según Rojas, se caracteriza por tres políticas de acción
creativa: la política del cuerpo, de la cifra y del sujeto. La primera de ellas “propone
sexualidades y erotismos, morbos y escatologías como prácticas liberadoras del sujeto”
(363). De igual forma, esta política tiene como propósito deslegitimar y desestabilizar la
autoridad del sujeto predominante, caracterizado dentro del carácter y el estereotipo
machista y heterosexual que “con o sin ironía, solemne o paródicamente, la representación
del cubano como criatura hecha para el goce y el placer, sobre determinada por una
sensualidad irrefrenable, restablece el viejo orgullo nacional desde una perspectiva erótica”
(365). La segunda de ellas, la de la cifra, “es aquella que, desde el acervo de la tradición
criolla, persiste en descifrar o traducir la identidad cubana en códigos estéticos de la alta
literatura occidental” (365). Por ejemplo, la política de la cifra es aquella que se desarrolla
dentro de la producción y escritura de novela histórica, desarrollando así la alegoría como
recurso para narrar, desde múltiples perspectivas del pasado, el presente político, social y
económico de Cuba1. Finalmente, la política del sujeto “se propone clasificar e interpretar
1
Con relación a lo planteado por Rojas, se puede ver la novela El hombre que amaba los perros que, desde una perspectiva puesta en el presente, se hace toda una crítica al pasado, tomando como referencia el auge de Stalin en el poder al frente de la Unión Soviética, para relacionarlo con el presente cubano después de la 18 las identidades de los nuevos sujetos, como si se tratara de un ejercicio taxonómico” (370).
Esta política se ve reflejada dentro de una nueva narrativa que “da fe de una tremenda
mutación social en la que el modelo cívico del «compañero comunista» se disuelve en
pequeñas comunidades refractarias”2(370).
Las tres políticas antes mencionadas revelan la prolijidad narrativa y el encuentro de
discursos dentro de la cultura cubana que permite pensar, aunque teniendo ciertas
precauciones frente al análisis del estado actual de las cosas, que esta nueva generación está
encaminada, tanto aquellos que han permanecido en la diáspora como los que nunca
salieron de la isla, a reformular la memoria nacional en búsqueda de un encuentro de voces
que va más allá de la confrontación y la anulación de uno y otro. Esto también se debe a
que ha existido un proceso de “desterritorialización de la narrativa que fue captada por el
acceso al mercado occidental de la cultura cubana, antes aferrada al Estado socialista como
única institución pontificadora y difusora” (Rojas, 453).
De esta manera, a partir de la corta exposición de lo que ha sido el desarrollo cultural y las
dinámicas que ha tomado el arte dentro de la isla, se puede decir que en lo que concierne a
Padura, él y su generación son producto del desgaste ideológico en el que ha entrado el
régimen cubano después de varias décadas en el poder y, por lo tanto, muchos escritores
cubanos de hoy, ya sea exiliados o residentes, están transformando el espacio narrativo
cubano hacia una dimensión donde se desarrollan personajes, lugares y situaciones en
relación con el cuerpo, la historia, la memoria, la libertad, el desprendimiento del individuo
con su entorno, etc. Por lo tanto, este nuevo espacio narrativo ha dejado atrás la impronta
caída del Muro de Berlín. Asimismo, se puede ver La novela de mi vida, donde se hace toda una revisión del pasado independentista tomando la figura del poeta Heredia para relacionarlo con el drama de los exiliados cubanos que retornan a la isla para hacer una revisión de su propia memoria histórica. 2
Estas tres políticas planteadas por Rojas se pueden ver reflejadas o trabajadas en varias novelas de Leonardo Padura. De la serie policiaca rescataría la que, dentro de mi criterio, está mejor lograda de toda la serie: Máscaras; donde el teniente Mario Conde investiga un caso relacionado con un homosexual y, a medida que va evolucionando en sus pesquisas, se encuentra con un mundo, que yo llamaría alterno a la realidad cotidiana de Cuba, en el que La Habana se transforma en un gran espacio nocturno donde confluyen homosexuales, bandidos, prostitutas y demás. De igual forma, es interesante por la reflexión acerca del cuerpo y la sexualidad, de la confrontación del hombre viril y machista (cánones corporales de la Revolución) con el hombre que se transforma y adecúa su cuerpo a otro (en este caso, se muestra a los transgénero). De todas maneras, si se mira toda la serie policiaca de Padura, se puede ver la presencia de estas tres políticas que marcan la impronta de su narrativa. 19 ideológica y dogmática que imponía el régimen sobre la producción cultural en Cuba y, de
una forma mucho más independiente, los artistas en la actualidad han logrado implementar
y desarrollar sus propios temas sin buscar el beneplácito oficial. Esto también se debe a que
tanto las fronteras reales como las ficticias se han abierto vertiginosamente sin que el
aparato estatal pueda impedirlo, ya que las redes de comunicación y circulación de
información logran un desarrollo tal que muchas veces un cubano puede saber qué está
pasando en el mundo y también alguien de afuera puede ver qué pasa en Cuba sin
necesidad de estar allí.
20 CAPÍTULO II LAS CUESTIONES ACERCA DEL CONCEPTO DE LIBERTAD Y
EL SUJETO
“El pueblo no cifra su máxima dicha en la libertad,
sino en sus fines naturales”.
-KantLa libertad es un tema que atraviesa gran parte de la obra de Leonardo Padura y, al mismo
tiempo, es un concepto clave para entender su novela Herejes, objeto de este estudio. Tal
como lo mencioné anteriormente, Padura nos habla de libertad desde un contexto sociopolítico y cultural que poco la ha permitido, teniendo en cuenta que escribe y reflexiona por
medio de sus novelas desde un país como Cuba. Todos sus personajes (pasando por el
emblemático Mario Conde, por Trotski y su travesía por medio mundo, el poeta José María
Heredia que le cantó a la libertad de Cuba y a América Latina y los tres personajes de
Herejes que están, constantemente, dentro de una búsqueda insaciable de la libertad) son
portadores de una bandera libertaria: su único propósito es ejercer su libertad y establecerla
como un bien preciado que nadie ni nada pueda arrebatar. De igual forma, la libertad es,
dentro del aparato literario de Padura, una huida constante de sus personajes para vivir,
pensar y actuar bajo sus propios preceptos como seres humanos sin ataduras o
impedimentos frente a lo que quieren o no quieren. Por lo tanto, Padura nos habla de que
cada persona debería poseer, como bien sin concesiones ni maniqueísmos de ninguna clase,
la posibilidad de actuar según sus propios designios y libertades.
Como lo mencioné anteriormente, los temas de la libertad y la individualidad son los ejes
fundamentales del argumento desarrollado por Padura en Herejes. En la estructura narrativa
de la novela, los tres personajes presentes se encuentran constantemente en un conflicto
donde el deseo por desarrollar la individualidad termina por coartar la libertad misma, al
tiempo que es, en últimas, un elemento trágico para cada uno de ellos. La novela, entonces,
está dividida en tres partes que, tomando la estructura de la Biblia, son los libros de Daniel,
de Elías y de Judith, los personajes principales del libro. En el libro de Daniel se
reconstruye la época en la que el barco Saint Louis intenta atracar en varios países del
Caribe escapando del asedio nazi en Alemania y, sin embargo, no logra tener el permiso de
21 las autoridades migratorias. Por lo tanto, cuando hace su parada en La Habana, muchos de
los tripulantes son engañados, entre ellos la familia Kamninsky, que intenta canjear un
cuadro aparentemente original de la época de Rembrandt por el permiso de migración a La
Habana para reunirse con Daniel y su tío, Pepe Cartera. El segundo libro es el de Elías, un
judío que vive en Amsterdam y sueña con ingresar como aprendiz al taller del maestro de la
época, el famoso y arruinado Rembrandt, para cumplir su sueño como pintor. Sin embargo,
al pertenecer a la religión judía tiene prohibido desarrollar dichas capacidades ya que atenta
contra la ley divina de pintar rostros humanos y más deidades. Finalmente, el tercer libro
está protagonizado por la emo Judith, que escapa del agobiante mundo familiar en el que
vive en busca de reafirmar su propia individualidad, negada dentro de los márgenes
convencionales de la familia y la Revolución cubana.
Por lo tanto, debido al desarrollo novelesco que le concede Padura al concepto de la
libertad en varias de sus novelas y, de igual forma, como elemento central de análisis
dentro de este trabajo, quisiera explorar, en este capítulo, algunas aproximaciones en torno
al concepto de libertad. Así, me remitiré a indagaciones de orden filosófico para encontrar
algunas respuestas a preocupaciones que he tenido frente al hecho de la libertad a partir de
una lectura de la novela Herejes. Asimismo, la relación que se va a establecer con respecto
al tema de la libertad va a estar encaminada hacia tocar ciertos aspectos de lo que se puede
denominar como identidad cubana o, en cierto sentido, de construcción individual para la
formación de una comunidad, en este caso el de la nación.
QUÉ ES LA LIBERTAD: TRES VISIONES ENCONTRADAS
Antigüedad y modernidad con relación a la libertad
El concepto de libertad ha sido centro de análisis para muchos pensadores que han logrado,
desde diversas teorías filosóficas, económicas, políticas y sociales, establecer el rol del ser
humano dentro de un colectivo determinado. Para tener un acercamiento e intentar
responder a la pregunta planteada en torno a qué significa la libertad como tema central de
la novela y la búsqueda y cómo es ésta para los personajes, me voy a centrar en tres autores
que desarrollaron sus respectivos postulados con relación a la libertad y que, de cierta
22 manera, están relacionados. Isaiah Berlin, Benjamin Constant y Norberto Bobbio hablaron
de la libertad y la relación, muchas veces conflictiva, entre el individuo y la sociedad, entre
las partes y el todo. Por lo tanto, los tres coinciden en la concepción de la libertad como
condición indispensable para el desarrollo del ser humano en un entorno determinado.
Benajmin Constant, en su libro Del espíritu de conquista (1993), planteó una distinción
fundamental para entender la evolución que ha tenido el término de libertad visto desde la
concepción que tuvieron los antiguos y la que han tenido los modernos. Por lo tanto, la
libertad vista desde Cosntant fue para los antiguos un ejercicio amado en donde las partes
eran indispensables para el desarrollo del todo y, para los modernos, un goce precioso en el
que predomina el desarrollo individual y privado del ser humano que no puede ser violado
bajo ninguna circunstancia. Constant nos dice que para los antiguos la libertad “consistía en
ejercer colectiva pero directamente muchas partes de la soberanía entera; en deliberar en la
plaza pública sobre la guerra y la paz; en concluir con los extranjeros tratados de alianza; en
votar las leyes, pronunciar las sentencias, examinar las cuentas, los actos, las gestiones de
los magistrados, hacerlos comparecer ante todo el pueblo, acusarlos, y condenarlos o
absolverlos” (68). Esta concepción de libertad estaba encaminada a ver al ser humano con
la necesidad de vivir dentro y para el espacio de lo público, donde tenía la obligación de ser
parte del todo y, por ende, existía una “sujeción completa del individuo a la autoridad de la
multitud reunida (68).
De acuerdo con lo anterior, la concepción de libertad para los antiguos prescindía del
carácter individual alrededor de los derechos y las libertades que tienen y gozan los
modernos; todo está supeditado al acontecer de lo público, al rol que juega el individuo
dentro de su comunidad. Asimismo, el carácter de libertad colectiva es capital para
entender lo que los antiguos entendían por libertad, dado que, como lo menciona Constant,
todo está mediado por la ley y, por ende, la libertad está sometida a esta y a la capacidad
que se tiene. De igual forma, está concepción acerca de la libertad es acerca del derecho de
cada individuo para deliberar públicamente (dentro del espacio público como animales
políticos) y ejercer de esta manera una influencia sobre el colectivo. Por consiguiente, “el
23 objeto de los antiguos era dividir el poder social entre todos los ciudadanos de una misma
patria: esto era lo que ellos llamaban libertad” (Constant, 76).
Para Constant las dinámicas de la guerra y el comercio son dos hechos determinantes para
establecer la distinción propuesta entre la concepción de libertad para los modernos y para
los antiguos. Para los segundos, la guerra era una virtud propia de los pueblos y una
condición que no se podía evadir ya que constantemente se estaba expuesto a ella debido a
la cercanía entre un pueblo y otro, siendo un espacio para la congregación pública.
Asimismo, para los antiguos el dominio de lo público y el desarrollo de la soberanía general
generaban una subordinación y anulación de los derechos individuales en pro de alcanzar la
plenitud colectiva. Por lo tanto,
Todas las repúblicas de los primeros tiempos estaban reducidas a límites estrechos.
La más poblada, la más poderosa, la más considerable entre ellas no era igual en
extensión al más pequeño de los Estados modernos. Por una consecuencia inevitable
de su poca extensión, el espíritu de esta república era belicoso: cada pueblo estaba
continuamente rozando o incomodando a sus vecinos, o era incomodado por ellos.
(Constant, 70).
Esto llevaba a la necesidad de confrontarse entre sí, a la congragación de fuerzas para
alcanzar la libertad que favorecía a todos los miembros de la colectividad. La guerra, por
tanto, era un hecho fundamental en cuanto a que se constituía como una necesidad que
llevaba a que se adquiriera
Seguridad, su independencia, su existencia entera al precio de la guerra. Este era el
interés constante, y la ocupación casi habitual en los Estados libres de la antigüedad.
Así era que por un resultado igualmente necesario de esta manera de existir, todos
estos Estados tenían esclavos; y las profesiones mecánicas, y aun en algunas
naciones, las industriales, estaban confiadas a las manos cargadas de cadenas
(Constant, 70).
Es por esto que el comercio, a diferencia de la guerra, es una condición propia de los
pueblos modernos y, al mismo tiempo, una apología al individualismo y la proclamación de
24 los derechos de cada uno de constituir su propia vida, de desarrollar sus propias aptitudes
para adquirir riqueza espiritual, económica y cultural. El comercio, como condición propia
de los modernos, es el factor que, nos dice Constant, lleva a que la concepción de libertad
difiera de lo que se consideraba en la antigüedad, ya que por medio de esta dinámica es que
se relacionan los seres humanos, es el punto de encuentro para el intercambio material y de
ideas que permiten la construcción de un espacio común entorno al interés que tiene cada
individuo. De acuerdo con lo anterior, Constant argumenta que la libertad, expresada de
esta manera es una forma de imponer voluntades de forma pacífica, sin recurrir a la
violencia.
La libertad ha sido para los modernos una concepción individualista, de desarrollo de las
facultades propias de cada quien para ejercer y establecer sus propios fines de acuerdo a los
intereses que se tienen. Para Constant, la condición de ser modernos con relación al goce
pleno de las libertades y la existencia de instancias institucionales que garanticen dicho
desarrollo, implica que
queremos gozar respectivamente de nuestros derechos; desenvolver cada uno
nuestras facultades como mejor nos parezca, sin hacer daño a otro; velar sobre el
desarrollo de estas facultades en los hijos que la naturaleza confía a nuestro amor,
tanto más ilustrado cuanto que es más vivo, el cual, por lo mismo, no tienen
necesidad de la autoridad sino para obtener los medios generales de instrucción que
puede reunir; la manera que los viajeros aceptan de ella los grandes caminos, sin
que se atengan tan materialmente a ellos, que no vayan cuando quieren por otras
sendas particulares (85).
De acuerdo con lo anterior, se podría establecer una relación preliminar con la novela ya
que, como dice Cosntant, la libertad es la expresión y el goce pleno de los derechos
políticos que tienen los individuos ya sea en el espacio público o en el espacio privado.
Muchos de los personajes de la novela se enfrentan entonces al dilema entre lo individual y
lo colectivo, en donde algunos no encuentran este equilibrio pleno entre esos dos factores.
Por lo tanto, como se evidenciará más adelante, son personajes escindidos o rotos, que
encuentran una libertad de forma parcial más no plena. Por lo tanto, Padura presenta una
25 serie de personajes imperfectos, que no logran entonces un perfeccionamiento de sus
virtudes.(86).
Como advierte Constant, y no como ocurre en la novela ya que en esta no existe tal
equilibrio, es indispensable implementar un armonía entre las dos concepciones para el
desarrollo colectivo como también el cultivo constante de la libertad individual para así
desarrollar óptimamente el ámbito personal. Esto hace que se pueda restringir la capacidad
arbitraria de la autoridad, donde, de esta manera,
necesitamos es la libertad, la cual conseguiremos indefectiblemente; pero como la
que precisamos es diferente de la de los antiguos, es necesario que se dé a aquélla
una organización diferente, y la que podría convenir a la libertad antigua; en esta, el
hombre, cuanto más consagraba el tiempo y su fuerza para el ejercicio de los
derechos políticos, más libre se creía: por el contrario, en la especie de libertad de
que nosotros somos susceptibles, cuanto más tiempo nos deje para nuestros
intereses privados el ejercicio de los derechos políticos, más preciosa será para
nosotros la misma libertad (89).
Es por esto que la novela retratará una imagen distinta del goce pleno de los derechos para
encontrar el equilibrio entre lo público y lo privado. Los personajes de la trama narrativa de
Padura son trágicos, y por lo tanto, o rompen con su individualidad para alcanzar la libertad
o rompen con su colectivo para alcanzarla también, pero no logran, ya sea por su propio
temperamento o por las condiciones de su entorno, conciliar estas dos esferas.
Norberto Bobbio: entre la libertad y la democracia
La libertad de los antiguos y la concepción de esta que han tenido los modernos, tal como
se vio con lo argumentado por Constant, tienen una diferencia que Bobbio retoma en su
libro Liberalismo y democracia (1993) para desarrollar su teoría con relación a la libertad
individual y los espacios donde esta se desarrolla. Por lo tanto, para el escritor italiano los
conceptos de liberalismo y democracia no deben ser vistos como interdependientes o que,
de por sí, están íntimamente ligados el uno con el otro, confusión en la que muchas veces se
cae y, por ende, muy pocas veces se intenta comprender. Para Bobbio, el liberalismo es una
“determinada concepción del Estado, la concepción según la cual el Estado tiene poderes y
26 funciones limitados, y como tal se contrapone tanto al Estado absoluto como al Estado que
hoy llamamos social (…)” (7). Por otro lado, de la democracia nos dice que es “una de las
tantas formas de gobierno, en particular aquella en la cual el poder no está en manos de uno
o de unos cuantos sino de todos, o mejor dicho de la mayor parte, y como tal se contrapone
a las formas autocráticas, como la monarquía y la oligarquía” (7).
Bobbio, siguiendo a Constant, establece la diferenciación entre las visiones de los antiguos
y de los modernos en relación a la libertad y dice que los primeros concebían la libertad
como la forma de distribución del poder entre todos los que hacían parte de la misma
sociedad: todos eran partícipes del espacio o la cosa pública, de los lugares de deliberación
y disertación frente al interés general y la soberanía común en la cual se sacrifica lo
individual para fortalecer los lazos de comunidad. En cambio, para los modernos, lo
principal es fortalecer y establecer una seguridad del ámbito privado como derecho
inviolable e incuestionable que tiene todo individuo al ser parte de una sociedad
previamente establecida y en relación a las leyes que se dictaron para la conformación de
esta. Bobbio nos dice que “la participación directa en las decisiones colectivas termina por
someter al individuo a la autoridad del conjunto y a no hacerlo libre como persona;
mientras hoy el ciudadano pide al poder público la libertad como individuo” (8).
La anterior cita se puede conectar con la novela, en donde en los tres libros se evidencia el
sometimiento del poder opresor y autoritario que tienen los colectivos y al cual están
constantemente expuestos los personajes. Este sometimiento se verá con más claridad en el
segundo libro, en donde su protagonista, el joven Elías, se encuentra subyugado al poder
que tienen los otros miembros de su comunidad, poder que termina por minimizar su
libertad individual. Estos personajes entonces se encuentran exigiendo, desde su esfera
privada, la libertad que les corresponde como individuos, en donde, a través de esa
exigencia o de esa búsuqeda, buscan romper con la sujeción autoritaria que muchas veces
ejerce la ley religiosa o política, las condiciones misma de la historia.
27 Por lo tanto, se habla del goce pleno de los derechos que tienen todos como individuos en
las sociedades modernas dentro de un marco estatal liberal en contraposición al absoluto,
que intenta suprimirlos en pro del bienestar general. Bobbio, lo explica así:
Atribuir a alguien un derecho significa reconocer que él tiene la facultad de hacer o
no hacer lo que le plazca, y al mismo tiempo el poder de resistir, recurriendo en
última instancia a la fuerza propia o de los demás, contra el transgresor eventual,
quien en consecuencia tiene el deber (o la obligación) de abstenerse de cualquier
acto que pueda interferir con la facultad de hacer o no hacer (11).
La novela, en relación con lo anterior, estaría en concordancia con dicho postulado al
exponer a una serie de personajes al poder absolutos de algo o de alguien, pero dichos
personajes siempre tendrán la capacidad de resistir debido a su fortaleza individual, debido
a la fuerza que muchas veces tiene la necesidad de ser libre. Sin embargo, como lo
mencioné, esta resistencia siempre será un imposible para dichos personajes, ya que su
destino los configurar como individuos trágicos, las condiciones externas a las que están
expuestas los lleva a que la libertad sea una imposibilidad. Por lo tanto, la novela entra en
la dinámica conflictiva que existe entre individuo y sociedad, o entre lo individual y la
organicidad. La novela entonces entraría a cuestionar el hecho de que la libertad es, por
un lado, la
concepción individualista de la sociedad, la concepción de acuerdo con la cual
primero está el individuo con sus intereses y necesidades, que tienen la forma de
derechos en virtud de una hipotética ley de la naturaleza, y luego la sociedad, y no
al contrario como sostiene el organicismo en todas sus formas, de acuerdo con la
cual la sociedad es primero que los individuos o con la formula aristotélica,
destinada a tener gran éxito a lo largo de los siglos el todo es primero que las partes
(16).
Por su parte la libertad concebida desde la óptica moderna ha tenido como propósito
central la defensa del individuo, su espacio, sus decisiones, su propiedad, sus expresiones y
concepciones. Asimismo, ha buscado ser el eje teórico para establecer un límite al Estado
que, siguiendo la doctrina liberal, busca limitar los poderes de instancias macro y ejercer
funciones de control. De igual forma, siguiendo a Bobbio, las concepciones en torno a la
28 libertad han buscado desarrollar distinciones entre lo que el pensador italiano denominó
como individualismo y organicismo. El segundo término considera que el Estado es un
“cuerpo grande compuesto por partes que concurren cada una de acuerdo con su propio
sentido y en relación de interdependencia con todas las demás, para la vida del todo (…)”
(49) y, de acuerdo con esto, lo que se busca es ampliar el campo de acción de la
colectividad en detrimento o en contraposición con la autonomía individual, considerando
que es vital mantener el todo por encima de las partes. Por otro lado, la visión
individualista, “considera al Estado como un conjunto de individuos, como el resultado de
su actividad y de las relaciones que establecen entre ellos” (49). De igual forma, busca el
desarrollo individual a partir de las facultades que le son dadas para sobrevivir al separarse
de todos los núcleos proteccionistas a los que ha estado sometido, considerando que la
libertad, en su conjunto, constituye un bien personal en cuanto a esfera espiritual que le
permite al individuo desarrollar sus propias capacidades.
Teniendo en cuenta la libertad como una esfera espiritual, Bobbio plantea que el individuo
empieza a ejercer una capacidad de autoformación y de desarrollo propio con relación a
sus “facultades de progresar intelectual y moralmente en condiciones de máxima libertad de
vínculos externos impuestos en forma coercitiva (…)” (52). Al contrario de esta, la
organicidad “exalta sobre todo la capacidad de superar el aislamiento con varios acuerdos
que permiten instituir un poder común no tiránico” (52). Esto significa que existen espacios
interiores y exteriores donde se desarrolla la libertad de acuerdo al carácter individual o
colectivo de esta, considerando al “individuo como microcosmos, o totalidad completa en sí
misma, o bien como partícula indivisible (átomo), pero compatible y recomponible de
diversas maneras con otras partículas similares en una unidad artificial (y por tanto siempre
descomponibles)” (52). Finalmente, la novela no logra conciliar dichas dimensiones.
Sigiendo a Bobbio, Padura entraría a cuestionar la concepción según la cual los
“individuos, como hijos que se vuelven mayores de edad, se separan del grupo primitivo
omnipotente y omnipresente” (Bobbio, 52); segundo, Padura cuestionaría la idea donde el
proceso por encontrar la libertad lleva a la disolución de la unidad global, donde, de
acuerdo con Bobbio, “se forman partes independientes las unas de las otras y todas juntas
del todo y comienzan a vivir su propia vida” (52).
29 Isaiah Berlin: la libertad positiva y la libertad negativa
Contrario a lo expuesto anteriormente, Isaiah Berlin, en su libro Cuatro ensayos sobre la
libertad (1993), y en particular, en el capítulo “Dos conceptos de libertad”, desarrolla con
mayor amplitud lo que se ha concebido como libertad y, por lo tanto, ahonda en el concepto
más allá de la dicotomía establecida por Constant y Bobbio con relación a la concepción
histórica que han tenido los antiguos y los modernos. Berlin considera que la libertad tiene
dos sentidos que pueden parecer distintos pero que a medida que se van esbozando, resultan
similares.
El primero de ellos tiene que ver con lo que se ha denominado como “libertad negativa”,
que intenta responder a la pregunta de “cuál es el ámbito en que al sujeto –una persona o un
grupo de personas- se le deja o se debe dejar hacer o ser lo que es capaz de hacer o ser, sin
que en ello interfieran otras personas (191). Para lo cual, Berlin lo dice, tiene una respuesta
preliminar al interrogante al decir que la libertad, desde el punto de vista negativo, es el
presupuesto de que “soy libre en la medida en que ningún grupo de hombres interfieren en
mi actividad. En este sentido, la libertad política es, simplemente, el ámbito en el que un
hombre puede actuar sin ser obstaculizado por otros (…)” (191). Por lo tanto, a la
reducción del espacio en donde se desarrolla el hombre se le denomina como el uso
coaccionado o de opresión por parte de otros que reducen o impiden que se haga lo que se
quiere hacer. Es por esto que lo negativo en la libertad significa la coacción de otros e
implica “la intervención deliberada de otros seres humanos dentro del ámbito en que yo
podría actuar si no intervinieran. Solo se carece de libertad política si algunos seres
humanos le impiden a uno conseguir un fin” (192).
Sin embargo, nos dice Berlin, que no se puede, ni tampoco debería ser, por el bien de la
organización conjunta de la sociedad, establecer que la libertad puede o debe llegar a ser
ilimitada ya que podría llevar a una “situación de la que todos los hombres podrían
interferirse mutuamente de manera ilimitada, y una clase tal de libertad «natural»
conduciría al caos social en el que las mínimas necesidades de los hombres no estarían
satisfechas, o si no, las libertades de los débiles serían suprimidas por los fuertes” (193).
30 Este postulado, desde la perspectiva de libertad negativa, nos dice que la reducción de
límites para ser libres es relevante en aras de permitir el goce de la libertad. Por lo tanto, se
debe generar un contrato en el que se establezca una reducción mínima de libertad, pero
que, sin embargo, permita también la existencia de
Un cierto ámbito mínimo de libertad personal que no puede ser violado bajo ningún
concepto, pues si tal ámbito se traspasa, el individuo mismo se encontraría en una
situación demasiado restringida, incluso para ese mínimo desarrollo de sus
facultades naturales, que es lo único que hace posible perseguir, e incluso concebir,
los diversos fines que los hombres consideran buenos, justos o sagrados (193-194).
En los personajes de la novela habrá una reducción mínima de la libertad, un intento de
conciliación entre la libertad negativa y positiva. Sin embargo, la novela mostrará también,
como ocurre con la tensión entre el espacio público y el privado, que no es posible llegar a
esa conciliación porque los hombres crearon sus instituciones y sus leyes de forma tan
rígida y coercitiva, que el único camino que queda es escaparse, es la renuncia o es incluso
la muerte.
Por otro lado, lo que Berlin ha denominado libertad positiva se pregunta “qué o quién es la
causa de control o interferencia que puede determinar que alguien haga o sea una cosa u
otra” (191). A lo que responde que “el sentido «positivo» de la palabra «libertad» se deriva
del deseo por parte del individuo de ser su propio dueño. Quiero que mi vida y mis
decisiones dependan de mí mismo, y no de fuerzas exteriores, sean éstas del tipo que sean”
(201). Asimismo, el sentido positivo que tiene la libertad se relaciona con el hecho de ser
racional y que, por tanto,
Mi razón es lo que me distingue como ser humano del resto del mundo. Sobre todo,
quiero ser consciente de mí mismo como ser activo que piensa y que quiere, que
tiene responsabilidad de sus propias decisiones y que es capaz de explicarlas en
función de sus propias ideas y propósitos. Yo me siento libre en la medida en que
creo que esto es verdad y me siento esclavizado en la medida en que me hacen
darme cuenta de que no lo es (202).
31 De acuerdo con lo anterior, Berlin nos habla de una contraposición entre lo que él
denomina el “yo dominador y racional” que “se identifica entonces de diversas maneras
con la razón, con mi naturaleza superior, con el yo que calcula y se dirige a lo que satisfará
a largo plazo(…) (202). Por otro lado, lo que denomina como el “yo empírico o
heterónomo” el cual constituye “el impulso racional, a los deseos no controlados, a mi
naturaleza inferior, a la consecución de los placeres inmediatos (…) arrastrado por todos los
arrebatos de los deseos y las pasiones, que tiene que ser castigado rígidamente si alguna vez
surge en toda su verdadera naturaleza” (202). Esto se deriva en un “yo supremo” o un “todo
social verdadero”, que impone “su única voluntad colectiva u orgánica a sus recalcitrantes
miembros, logra la suya propia y, por tanto, una libertad superior para estos miembros”
(203). Por lo tanto, este yo es personificado dentro de un valor supremo como pueden llegar
a ser entidades morales o cívicas tales como el Estado, la religión, la clase social, la nación
o la historia. Estas entidades restringen y cooptan el valor supremo del ser humano, que es
lo que constituye la búsqueda de su libertad.
Es por esto que la libertad concebida desde su idea positiva corre el riesgo de establecer
entidades súper-personales que logran manipular o dominar al yo empírico o supuestamente
controlador y dominador en relación a los preceptos donde se inscribe su libertad. Es por
esto que la
concepción positiva de la libertad como autodominio, con la sugerencia que lleva
consigo de un hombre dividido que lucha contra sí mismo, se ha prestado de hecho,
en la historia, en la teoría y en la práctica, a ésta división de la personalidad en dos:
el que tiene control, dominante y trascendente, el manejo empírico de deseos y
pasiones que han de ser castigados y reducidos (…). Esto demuestra que las
concepciones que se tengan de la libertad se derivan directamente de las ideas que
tengan sobre lo que constituye el yo, la persona, el hombre. Se pueden hacer
suficientes manipulaciones con las definiciones de hombre y de libertad para que
signifiquen todo lo que quiera el manipulador (205).
Según la cita anterior, y para culminar este aparte, el postulado de Berlin nos remitiría a la
novela ya que los personajes, como se verá más adelante, son individuos divididos que no
sólo luchan contra sí mismos, sino que también luchan, por alcanzar su libertad, contra los
32 otros hombres, contra los colectivos, contra las determinaciones de la historia, contra
quienes buscan dominar sus pasiones, sus instintos, sus deseos y pasiones. Por lo tanto, la
búsqueda por la libertad de los diversos personajes lleva a que más allá de fortalecerlos esta
búsqueda los debilita, convirtiéndolos en individuos vulnerables frente al poder opresor,
frente a las instituciones, frente a la vida misma. De esta manera, la novela demuestra que
la lucha de los personajes es por determinar su propia vida, pero que en esa determinación
de la vida siempre habrá un obstáculo, un camino que no lleva a nada ni a nadie.
1.2. Las cuestiones acerca de las nociones de sujeto y subjetividad
Para establecer una relación con respecto al capítulo anterior, quisiera hacer un
acercamiento a la noción de sujeto a partir de lo que planteó Etienne Balibar en su ensayo
“Sujeción y subjetividad” (1994) y lo planteado por Hannah Arendt en su
libro La
condición humana (1966), aclarando que únicamente tomaré como referencia algunos
apartes del libro de Arendt. De igual forma, por medio de estos dos autores intentaré
establecer una aproximación de lo que significa el sujeto, para de esta forma responder
algunas de las preguntas planteadas en este trabajo.
Antes de iniciar el análisis, quisiera hablar un poco de por qué resultan relevantes para este
trabajo estas dos aproximaciones. En Herejes se presentan varios personajes, sobre todo los
tres principales, para quienes el tema de su subjetividad es conflictiva y hace parte
fundamental del desarrollo de la novela. Muchos de estos personajes intentan desarrollar
una subjetividad determinada por el hecho de crear un camino propio dentro de un mundo
homogéneo, dentro de un espacio que los quiere encasillar en de una noción específica. Por
lo tanto, en la novela se establece un conflicto constante entre la subjetividad y la
colectividad, entre el descubrimiento personal que realizan los personajes de sí mismos y de
la relación que establecen, ya sea de armonía o de conflicto, con su entorno o con su
comunidad. Asimismo, existe un conflicto permanente entre el intento de los personajes por
reafirmar su individualidad al tiempo que intentan reafirmar su pertenencia a un colectivo;
tensión que, como veremos, nunca termina por solucionarse, ya que como he dicho,
culminará siempre en una tragedia, en una imposibilidad.
33 Entre la sujeción y la subjetividad: el acercamiento teórico de Balibar
Balibar, en su ensayo acerca de la subjetividad publicado en la página de internet Política
común
, plantea que para pensar el sentido de la sujeción y la subjetividad, se debe hacer
un replanteamiento de lo que se ha denominado como antropología filosófica. Esto
significa que el replanteamiento se da a través de una discusión crítica en torno a la noción
del hombre, del sujeto y el ciudadano, siendo éstos tres el punto de partida de su análisis.
Por lo tanto, él habla de que del siglo XVI al siglo XX, se empezó un proceso de
construcción de nociones físicas, biológicas, culturales, sociales e históricas con relación al
concepto mismo de antropología y a la figura del hombre. De esta manera lo manifiesta
Balibar:
El mismo (proceso histórico) estuvo atravesado por referencias al evolucionismo
biológico, a la gran crisis de valores de la sociedad europea después de la I Guerra
Mundial y a las revoluciones socialistas, a lo que podemos describir como un largo
proceso de secularización de la imagen del mundo y del hombre en sí mismo, que
comenzó en el Siglo XX a la problemática victoria de la racionalidad intelectual y
técnica (Párrafo 3)3.
Esta contextualización histórica realizada por Balibar nos lleva a desarrollar un
acercamiento al concepto en el que, primero, existen dos tipos de filosofía y formas de
pensar la noción del hombre: por un lado, lo que llama Balibar como filosofía de la
interioridad, que consiste en la búsqueda “de respuestas por la esencia humana” que “debe
ser buscada en la gnothi seauton (conócete a ti mismo), en la auto-conciencia íntima”(Párr.
4); por otro lado, lo que denomina él como la filosofía de la exterioridad, siendo ésta la
forma de buscar “analizar de manera positiva la posición del Hombre en el cosmos, la
naturaleza (phasis) y la ciudad (polis)”(Párr. 6).
3
Las referencias textuales al texto de balibar van a estar relacionados con los párrafos que hacen parte de cada una de estas, ya que no tienen páginas. Después se utilizará la abreviatura de párrafo, es decir párr. 34 Estas dos visiones representan las visiones que se tiene del mundo y la posición del hombre
dentro de éstas, teniendo como ejemplo la forma o percepción que se tiene de la naturaleza,
de los valores éticos, del mito, de la voluntad de poder, etc. Lo dicho por Balibar permitirá
entonces establecer una conexión preliminar con los personajes de la novela en cuanto a
que estos, como lo dice el teórico, buscan encontrar una respuesta a su condición, a su
esencia. Esto quiere decir que los personajes establecen una tensión entre su interioridad (la
forma como crean su autoconciencia, su conocimiento de sí mismos, la forma también en
cómo quieren encontrar el camino para ser libres) y la exterioridad, hecho que se manifiesta
con relación a Dios, a las instituciones religiosas, a las autoridades políticas de una nación
(en este caso Cuba), a la historia misma de su comunidad.
Asimismo, la novela está presentando todo el tiempo un análisis narrativo sobre la forma en
la que estos personajes se relacionan con el mundo, cómo se construyen como ciudadanos,
cómo se insertan dentro de una comunidad y de qué forma se miran a sí mismos como seres
humanos en constante relación como también construcción subjetiva y colectiva, esta
construcción implica entonces una ruptura o una armonía con su interior como con el
exterior. Sin embargo, como se expuso en el aparte sobre la libertad, los personajes de la
novela son agentes fragmentados, que no terminan por insertarse dentro de las dinámicas de
su entorno, que rompen con la construcción subjetiva como también con la colectiva.
Finalmente, la novela intenta problematizar la relación entre el significado de ser hombre
en tanto que es sujeto e individuo, como también es hombre en tanto que es ciudadano.
Problema que nunca se soluciona porque el sentido mismo de ser hereje, dentro de la
estructura narrativa, constituye una imposibilidad tanto de ser individuo (establecer un
proyecto de vida a partir de ahí) como también de ser ciudadano en comunidad (ser parte de
otros, cuestión que se fragmenta en la novela).
Diferentes contextos de la categoría de sujeto
Para Balibar existen contradicciones en la tradición filosófica al considerar la categoría del
sujeto como centro de estudio y fuente de conocimiento y de comprensión de lo que es el
hombre y qué significa serlo. En primer lugar, el autor nos dice: “toda esta tradición
considera y afirma repetidamente que es con Descartes que la filosofía se volvió consciente
35 de la “subjetividad” e hizo al “sujeto” el centro del universo de las representaciones, así
como también la señal del valor único del individuo”(Párr., 13). Sin embargo, Balibar
considera que esta historia, materialmente hablando, es errada ya que “ni en Descartes ni
tampoco en Leibniz, puede encontrarse la categoría de “sujeto” como equivalente de una
autoconciencia autónoma, como centro reflexivo del mundo y, por lo tanto, concentrado en
la esencia del hombre.”(Párr., 14).
Asimismo, visto desde la tradición kantiana, el sujeto adquirió el carácter universal, centro
del universo y portador de la conciencia. Esto quiere decir que “las preguntas prácticas del
mundo son aquéllas que conectan el conocimiento y deber, la teoría y la moral, con la
existencia de la humanidad y el sentido mismo de su historia”. (Párr., 16) Para esto, la
tradición filosófica empezó por introducir lo que Balibar menciona como preguntas
cosmopolíticas, que son aquellas cuestiones que intentan y se refieren a cuestiones como:
“la experiencia, los conocimientos y los fines prácticos del hombre como ciudadano del
mundo”. (Párr. ,16) Por lo tanto, en este punto, el hombre adquiere un significado cuando
establece una categoría cívica o política. Es decir, en su relación con la colectividad.
Una categoría que introduce Balibar es la de ciudadano, en donde el hombre es portador de
dicha condición en la medida que pertenece a una institución humana y es, por lo tanto,
sujeto (parte de una sujeción determinada por la institucionalidad) y a la vez un sujeto libre
y autónomo dentro de las instituciones artificiales creadas por el hombre. De acuerdo con
esto, existe una dinámica que relaciona el carácter cívico y cosmopolita con el contenido
metafísico del hombre, lo que quiere decir que “este ciudadano puede devenir
simbólicamente universalizado y sublimado pero nunca cesa de referir a una historia muy
precisa pensada en términos de progreso, de conflicto, de emancipación y de revoluciones”.
(Párr., 18) De acuerdo con esto, el hombre sería, entonces, una entidad o parte íntegra ya
que es el significante de un animal que habla y un animal que hace parte de la política
(visto desde la óptica del espacio privado y el espacio público). Como se verá en el análisis
de la novela, Padura plantea que sus personajes son entidades escindidas entre el hombre
que construye su espacio privado y es partícipe de lo público, imposibilidad que se
manifiesta dentro del contexto en el que sitúa a cada uno de sus personajes.
36 Hannah Arendt y la condición humana
En esta parte quisiera hacer mención a Hannah Arendt y su trabajo con relación a la
condición del ser humano. Teniendo en cuenta que uno de los aspectos centrales de este
trabajo es el tema de la libertad y la individualidad con relación al problema que se
establece con la colectividad, Arendt plantea que la condición humana es la vita activa del
hombre alrededor de tres elementos principales: la labor, el trabajo y la acción. Estos tres
elementos, que serán explicados brevemente, están relacionados a la condición más general
del hombre: el nacimiento (acción política) y la muerte (metafísica del cuerpo). Asimismo,
la condición humana está supeditada tanto al carácter natural del hombre como a las
condiciones históricas en las que se ha desarrollado.
Arendt nos dice que el concepto de labor tiene que ver con el proceso biológico en el que
la condición humana ha sido la vida misma; en lo referente al trabajo, nos dice que es la
proporción artificial de cosas, correspondiente a lo no natural del hombre, en el que la
condición humana es la mundanidad; y por último, la acción es aquella pluralidad y
actividad que se da entre los hombres, dado que es “la acción humana debido a que todos
somos lo mismo, es decir, humanos, y por tanto nadie es igual a cualquier otro que haya
vivido, viva o vivirá” (22)
Lo anterior quiere decir que “la objetividad del mundo- su carácter de objeto o cosa- y la
condición humana se complementan mutuamente debido a que la existencia humana es
pura existencia condicionada, sería imposible sin cosas, y éstas formarían un montón de
artículos no relacionados, un no-mundo, sino fueran las condiciones de la existencia
humana”(Arendt, 23), y es, al mismo tiempo, una desmitificación de la relación, en
apariencia, que muchos establecen entre la condición y la naturaleza humana. Por lo tanto,
más allá de una esencia existe una vita activa, una expresión de la humanidad a través de su
mundanidad dentro de las condiciones de labor, trabajo y acción, dado que el hombre es un
agente social o político que, por un lado busca su libertad, y por otro, busca satisfacer sus
necesidades dentro de la vida terrenal. De igual forma, “el hombre es político (desde la
37 acción) por naturaleza, esto es, social (para su organización conjunta)” (Arendt, 39). Por lo
tanto, necesita del desarrollo de su propia vida privada, de su propio entorno pero también
de la interacción con los demás para así alcanzar objetivos, para generar una vida armónica
en la tierra. Esta dicotomía la explica Arendt a partir de lo que se denominó la esfera
pública y la esfera privada, elementos que puse en discusión anteriormente desde la óptica
de la libertad, y en ese sentido forman parte de la condición activa del hombre.
Es por esto que, según nos dice Arendt, “de todas las actividades necesarias y presentes en
las comunidades humanas, sólo dos se consideraron políticas y aptas para construir lo que
Aristóteles llamó bios politikas, es decir, la acción (práxis) y el discurso (léxis), de los que
surge la esfera de los asuntos humanos, de la que todo lo meramente necesario o útil queda
excluido de manera absoluta” (39).
Para Arendt, existen dos tipos de esferas creadas a partir de la necesidad del hombre por
desarrollar su parte individual y como parte de su necesidad de ser parte de los otros.
Primero, existe una esfera doméstica que es donde “los hombres vivían juntos llevados por
sus necesidades y exigencias. Esa fuerza que los unía era la propia vida (…) que, para su
mantenimiento individual y supervivencia de la especie necesita la compañía de los demás”
(43). Segundo, existe una esfera de la polis que es aquella donde se permite el desarrollo de
la “libertad, y existía una relación entre estas dos esferas, ya que resultaba lógico que el
dominio de las necesidades vitales en la familia fuera la condición para la libertad de la
polis” (43).
El carácter moderno de estas dos esferas ha implicado que tanto lo social como lo político
estén dentro de una línea mucho menos diferenciada: “la política no es más que una función
de la sociedad, que acción, discurso y pensamiento son fundamentalmente superestructuras
relativas al interés social, no es un descubrimiento de Karl Marx, sino que, por el contrario,
es uno de los supuestos que dicho autor aceptó de los economistas políticos de la Edad
Moderna” (45). Por consiguiente, se ha llevado a cabo un proceso de transformación
conceptual, donde el carácter social del ser humano y su participación dentro de la
sociedad, es la emergencia y el auge por la administración doméstica, problemas y planes
38 de organización. Es por esto que, según Arendt; “el hecho histórico decisivo es que lo
privado moderno, en su más apropiada función, la de proteger lo íntimo, se descubrió como
lo opuesto no a la esfera política, sino a lo social, con la que sin embargo se halla más
próxima y auténticamente relacionado” (49).
De acuerdo con esto, el individualismo moderno es un plano en el que se desarrolla lo
subjetivo como categoría del individuo y es allí donde se presentan las problemáticas. Es
por esto que
la propia excelencia, areté para los griegos y virtus para los romanos, se ha asignado
desde siempre a la esfera pública, donde cabe sobresalir, distinguirse de los demás.
Toda actividad desempeñada en público puede alcanzar una excelencia nunca
igualada en privado, porque ésta, por definición, requiere la presencia de otros, y
dicha presencia exige la formalidad del público, constituido por los pares de uno, y
nunca lo casual, familiar presencia de los iguales o inferiores a uno (Arendt 58).
Con relación a lo anterior es importante establecer el vínculo existente entre Arendt y
Balibar con la novela. El punto crucial en el que se puede trabajar tiene que ver con la idea
de la subjetividad y la tensión que se establece con el sentido de comunidad. Como
veremos más adelante, Leonardo Padura desarrolla en su novela todo un paradigma de lo
que podemos llamar el camino de la imposibilidad. Los tres personajes centrales están
construidos sobre la base o la estructura individual y cada uno de ellos están forjando su
camino desde la óptica del espacio privado. Esto quiere decir que dichos personajes creen
que la mejor forma para encontrar su propia libertad es por medio de la construcción
virtuosa de su espacio privado debido a la imposibilidad de involucrarse con su entorno, de
ser parte de los otros, porque ellos rechazan dicha virtud o personalidad.
Padura plantea también una tensión o conflicto entre la necesidad que tiene cada uno de los
personajes de los tres libros para sobre salir y ser reconocidos por los demás. Es decir que
su conflicto radica en que ninguno logra desarrollar el concepto de acción con respecto a
alcanzar la excelencia y compartirla dentro del espacio público. Por ende, pueda que no
exista ni el logro de la subjetividad por la imposibilidad de ser determinada condición
39 dentro del espacio privado, ni la excelencia para tener el reconocimiento y construir dicha
subjetividad dentro del espacio público. Los personajes de Padura son aquellos artistas del
trapecio (construyen su subjetividad y laboran el camino de la libertad de manera agónica)
que van por el mundo tratando de sobrevivir, relegando de esta manera la posibilidad de la
virtud, de la subjetividad y del encuentro con la libertad. Es por lo anterior que se podría
asegurar que la novela del escritor cubano intenta mostrar, y no demostrar, la tragedia del
hombre, que consiste en que muchas veces los caminos libres no existen, sino que son
ilusiones. Sin embargo, alguna salida queda, o quizás ninguna. A partir de esto, quisiera
desarrollar el análisis de la novela.
40 CAPÍTULO III
LA LIBERTAD Y LA SUBJETIVIDAD EN LA NOVELA HEREJES
Quienquiera que haya reflexionado sobre estas cuatro cosas,
Mejor habría hecho no viniendo al mundo: ¿qué es lo que hay arriba?
¿qué es lo que hay abajo?, ¿qué es lo que ha habido antes?,
¿qué es lo que habrá después?
-Sentencia rabínicaA lo largo de su obra, Padura siempre ha estado interesado por desentrañar eventos
históricos que el ser humano y la historia misma se han encargado de borrar u olvidar. Ha
buscado siempre reivindicar a los que los ha derrotado la vida, a aquéllos personajes
románticos, que a pesar de tener un mundo que juega en otra dirección, se empeñan en
jugar su propio rol, reafirmar su propia posición y morir, si es el caso, en la búsqueda
permanente de la libertad. En ese paso trágico que, como lo demuestra la novela, siempre
terminan ciertos personajes herejes que desafían las convenciones establecidas, aquéllos
que caminan por la vida no con la certeza de ser simples mortales con un ciclo
determinado, sino que necesitan dejar su propia huella dentro de su historia y de los que la
recordarán.
La novela Herejes, entonces, es una reflexión acerca de lo que significa, significó y ha
significado la condición de ser herejes en diversas épocas, en este caso, el contexto de La
Habana y la presencia judía durante la persecución nazi, la Holanda (exactamente, la ciudad
de Ámsterdam) del siglo XVII donde los judíos vivían en una especie de Nueva Jerusalén
donde todos compartían el espacio público sin perturbarse y, finalmente, la Cuba de hoy, de
la nueva generación de escépticos que no caminan persiguiendo un futuro inexistente, sino
viviendo el presente y buscando su propia libertad después de tantos años de represión.
Asimismo, es una novela llevada a través de una reflexión muy sutil acerca del ser humano,
tejida con un hilo muy delgado, que la narración intentará romper, en la que se intenta
reafirmar la condición (quizás también de criticar) del individuo dentro de la sociedad. Esta
profunda crítica está construida para desmontar a una sociedad que ha buscado, a través del
41 tiempo, por eso el carácter histórico de la novela, unificar a todos bajo los mismos
preceptos, condiciones y reglas, sin tener en cuenta la subjetividad de cada uno4.
Herejes también nos habla del mecanismo de las estructuras sociales para unificar al
hombre y doblegarlo hasta el punto en el que, ya sea por miedo, por inseguridad o por la
misma sumisión, pierda su capacidad de ser sujeto individual como también de ser sujeto
dentro de un colectivo. De igual forma, la novela nos habla de los espacios que encuentra el
hombre para el encuentro íntimo y para el encuentro con otros, y de esta forma contrarrestar
el poder que muchas veces tienen las instituciones sociales, políticas, religiosas.
Parafraseando la primera parte de la novela, dice Padura que hereje ha significado división,
elección, preferencia, y, por lo tanto, se originó “para definir a personas pertenecientes a
otras escuelas de pensamiento, es decir, que tienen ciertas «preferencias» en ese ámbito. El
término viene asociado por primera vez con aquellos cristianos disidentes a la temprana
Iglesia en el tratado Ireneo de Lyon «contra haereses» (finales del siglo II), especialmente
contra los gnósticos” (Padura, 2013). De igual forma, el autor cita el significado para la
RAE, donde aseguran que viene del proverbio eretge, “1. Persona que niega alguno de los
dogmas establecidos por una religión. 2. Persona que disiente o se aparta de la línea oficial
de opinión seguida por una institución, una organización, una academia, etc.” Para los
cubanos, la expresión es estar hereje, es decir, “estar muy difícil, especialmente en el
aspecto político o económico”. Estas tres referencias son, para mí, el reflejo de lo que nos
quiere decir la novela porque muchos de los personajes terminan siendo disidentes de su
propia religión, muchos se apartan de la opinión de una institución y, quizás lo más
importante, muchos personajes están difíciles, sobre todo aquellos que permanecen en la
isla. Por lo tanto, herejes podemos ser todos, todos llegamos a esa condición debido a las
imperfecciones mismas de la existencia.
4
Lo que intento decir con esto es que Padura, por medio de la novela, hace una radiografía de la humanidad dentro de la historia, donde estos dilemas de represión, de búsqueda por la libertad, de reafirmación de la subjetividad, de las contradicciones constantes del ser humano, han sido una variable presente siempre. Sobre todo, desde que existen instituciones, desde que existen estructuras sociales tan complejas. Por lo tanto, creo que la novela es un devenir de la historia en el sentido que muestra, a través de diversas épocas, los mismos dilemas, pero expuestos dentro de distintos contextos. 42 Finalmente en Herejes muchos de los personajes sobreviven de manera agónica y trágica
por el hecho de estar dentro de un contexto y un espacio temporal que los lleva a elegir, a
dividirse, a preferir una cosa por otra, y al mismo tiempo, se genera un conflicto constante,
se produce una ruptura en la subjetividad de cada personaje tanto en su interior (visto como
individuo libre que posee su espacio privado) como con el exterior (se produce una
fragmentación con el espacio público, donde se socializa, donde se hace ciudadano) por
buscar la libertad. Pero esa búsqueda de la libertad, dentro de los tres libros de la novela,
tiene un desarrollo muy distinto: en algunos casos la búsqueda no conduce a ninguna parte,
en otros simplemente lleva a la muerte o al refugio interior, a huir y encontrarse con la
soledad. Por eso la muerte y la soledad son dos temas fundamentales dentro de la novela, y
de este modo, es el punto en donde siempre terminan los personajes. Tanto Daniel como
Elías y Judith, los tres personajes centrales, terminan su vida en la imposibilidad, en el
punto de la no solución.
3.1. Herejes y sujetos libres: entre la condición de la libertad y la tragedia
3.1.1. Libro de Daniel
Haciendo una analogía con la Biblia, Padura nos presenta, como mencioné anteriormente,
una estructura narrativa similar a la que tiene el libro sagrado. Daniel, en este primer libro,
es un pequeño judío que espera, junto a su tío, el arribo de sus padres al puerto de La
Habana, ya que vienen en el barco St. Louis procedente de Europa y con un permiso
especial del régimen nazi para evitar ser prisioneros durante la II Guerra Mundial5. Sin
embargo, sus padres y su hermana Judith no logran desembarcar porque son engañados por
guardias de migración que les prometen el permiso para entrar a La Habana a cambio de un
cuadro de Rembrandt que perteneció a su familia durante siglos, y quedan atrapados en el
barco teniendo que volver a Europa y enfrentar el delirio nazi.
5
La historia del Saint Louis la toma Padura de un suceso real: este barco salió de Europa con cientos de judíos con rumbo a América, esperando que algún país los recibiera y así evitar regresar al viejo mundo y ser exterminados, debido a que ya se sentía, en el año de 1939, la amenaza del régimen nazi y de la II Guerra Mundial. Este barco se dirigió a varios puertos donde fue rechazado por las distintas autoridades portuarias. Finalmente, terminó regresando a Europa y muchas de estas familias fueron víctimas de las diversas prácticas de los nazis durante la guerra. 43 Por consiguiente, en este primer libro Padura nos presenta la historia de la familia
Kaminsky desde dos planos temporales: el primero de estos se ubica durante las primeras
décadas del Siglo XX (década del 40 y 50), en las que Europa se encuentra sumida en el
caos de la guerra y en el continente americano muchas familias judías intentan desarrollar y
tener una nueva vida. En este plano están Daniel y su tío como principales personajes de la
trama narrativa, tratando de reconstruir su vida, encontrar una nueva identidad y de esta
manera un sentido a su propia existencia; el segundo plano está ubicado durante el siglo
XXI, en donde se narra la historia de la búsqueda que emprende uno de los Kaminsky
(exactamente Elías, el hijo de Daniel) por encontrar la verdad acerca del paradero del
cuadro que tuvo la familia en sus manos, no para subastarlo o venderlo, sino para dar una
respuesta a la tragedia que, debido a dicho cuadro, destruyó la vida de sus abuelos, de su
padre y de su tío.
Daniel Kaminsky se queda solo junto a su tío en La Habana, una ciudad que lo acogió y en
la que, sin embargo, no se sintió del todo parte durante los primeros años. En La Habana
Daniel tuvo que reconfigurar su vida por medio de una adaptación al nuevo ambiente que,
posteriormente, lo llevará a decidir acerca de su condición como individuo, es decir de su
condición de judío. De igual forma, para adaptarse a su nuevo ambiente, debió establecer
una nueva relación con respecto a sus propias creencias, como también con su colectividad,
incluyéndose entonces en el espacio de los otros, en el espacio de La Habana. Esto significa
para Daniel una nueva condición humana. Así lo describe el narrador:
“Varios años le tomaría a Daniel Kaminsky llegar a aclimatarse a los ruidos
exultantes de una ciudad que se levantaba sobre la más desembozada algarabía.
Muy pronto había descubierto que allí todo se trataba y se resolvía a gritos, todo
rechinaba por el óxido y la humedad, los autos avanzaban entre explosiones y
ronquidos de motores o largos bramidos de claxon, los perros ladraban con o sin
motivo y los gallos cantaban incluso a medianoche, mientras cada vendedor se
anunciaba con un pito, una campana, una trompeta, un silbido, una matraca, un
carmillo, una copla bien timbrada o un simple alarido.” (Padura, Herejes 17)
44 Para Daniel, aquel pequeño judío nacido en la lejana Cracovia, desde que vio partir a sus
padres sin poder hacer lo más mínimo por salvarlos, el peligro y el miedo serán una
constante. A partir de ahí, este personaje siente la necesidad de habitar un lugar seguro para
pensar libremente y sin embargo, esto no significa para él encontrar un espacio real de
libertad ya que dejar de ser judío no le garantizaba ser libre, sino solo una forma de luchar
contra sus fantasmas, contra el conformismo en el que tanto su familia como los otros
tripulantes del barco asumieron su destino.
De acuerdo con lo anterior, de esta manera el narrador nos cuenta acerca del despojo que
vive Daniel durante sus primeros años:
Por pura intuición de desarraigado perseguía aquel territorio magenta y frío del
pasado como una tabla capaz de salvarlo del naufragio en que se había convertido
su vida, pero cuando sus recuerdos, vividos o imaginados, tocaban la tierra firme de
la realidad, de inmediato reaccionaba y trataba de escapar de ella, pues en la
silenciosa y oscura Cracovia de su infancia un vocerío excesivo solo podía
significar dos cosas: o era día de mercado callejero o se cernía algún peligro. Y en
los últimos años de su estancia polaca, el peligro llegó a ser más frecuente que las
vendutas. Y el miedo, una compañía constante” (Padura, 17).
Por lo tanto, el punto central para entrar a analizar el rol de Daniel consiste en entender el
proceso de construcción de una identidad y el rol que juega dicha identidad en su
subjetividad y en su relación con los demás. Este proceso de construcción se da a partir de
un sincretismo cultural que adopta Daniel para que de esta forma él pueda borrar los rasgos
de su pasado, aquellos que le impiden despojarse del miedo constante que siente debido a
su condición como judío. De esta forma, Daniel se adapta a su nuevo ambiente como un
escudo frente al miedo que siente, siendo su propio miedo las cadenas que le impiden ser
sujeto. Sin embargo, la novela va más allá de simplemente situar a un personaje dentro de
un contexto determinado ya que, precisamente, lo que se hace en Herejes es cuestionar las
identidades existentes que llevan al encasillamiento, ya que Daniel a final de cuentas, nunca
se sentirá libre siendo judío o siendo habanero.
45 Es por esto que podemos decir que Daniel Kaminisky, a lo largo del libro, vive un proceso
sincrético en el que, en apariencia, se despoja de su condición de judío y opta por ser
habanero para vivir una nueva vida. Ese proceso de despojo y desarraigo frente al judaísmo
no va a ser del todo resuelto, ni mucho menos va a ser un proceso fácil de lidiar para él. Por
el contrario, sus fantasmas, y sobre todo su tío, le recordarán siempre de dónde viene, qué
tipo de creencias tiene, el significado de su sangre, el significado del legado de la familia
Kamnisky. Por lo tanto, el acto de despojo en Daniel constituye una reafirmación de su
subjetividad como también forma parte de una reconciliación con los otros, proceso que se
da, como hemos visto, en su decisión de ser habanero, de ser cubano. De esta manera, se
puede decir que su principal conflicto radica con el remordimiento que le produce ser judío,
ya que considera que toda su legión hace parte de un destino trágico y, precisamente, a ese
destino al que ni su familia ni los tripulantes del barco decidieron confrontar. Es también su
conflicto interior la relación que tiene él con Dios y los designios que en apariencia Él dicta
para que los creyentes adopten ciertos parámetros de conducta. En ese sentido, su lucha
será con su destino, contra su pasado, contra la resignación por la que muchas veces optan
los judíos como una forma de encontrar la salvación. De esta manera lo manifiesta el
narrador: “Daniel, cada vez en mejores condiciones de analizar y entender cuanto sucedía y
lo que había sido y podría ser su vida, se volvía más escéptico, descreído, irreverente,
rebelde ante un presunto plan divino tan rebosante de crueldad. Y a la vez, se hacía más
cubano y menos judío” (66).
De igual forma, la manifestación de búsqueda por hallar un nuevo espacio por parte de
Daniel se da por medio del rompimiento que realiza con su espacio privado (desligarse de
su religión, de su pasado) y al mismo tiempo, de hacer una comunión con el espacio
público; ser libre, hasta cierto punto, es ser parte de todos, afirmar su subjetividad como
habanero es al mismo tiempo compartir la jerga, adoptar un lenguaje, seguir ciertas
posturas y costumbres. En ese sentido, como lo manifesté anteriormente, es también ser
partícipe del espacio común al cual intenta pertenecer,6 donde Daniel
6
Vale la pena aclarar que en este primer libro, como lo he manifestado, el tema de la libertad resulta un tanto ambiguo, ya que Daniel opta por insertarse en todo el ambiente habanero pero eso no significa que haya dejado de lado su pasado. Intenta desligarse de un destino, pero nunca logra el estado pleno de 46 aprendió a hablar habanero (le decía «negue» a los amigos, «guaguas» a los
autobuses, «jama» a la comida y «singar» al acto sexual), a escupir por ángulo de la
boca, a bailar danzón y luego mambo y chachachá, a soltarles piropos a las
muchachas y, como una liberación disfrutada con profundidad y alevosía, a comer
chicharrones de cerdo, pan con fritas y cuanta cosa calmara el hambre, sin mirar si
era kosher o trefa, solo que fuese sabroso, abundante y barato (67).
El proceso de transformación del personaje para adquirir una condición determinada y de
esa manera vivir libre con respecto a su destino, lo hace, al mismo tiempo, un personaje
escindido, hereje, ya que es parte de dos mitades, un niño judío-cubano que nunca termina
por desligarse y, de esta manera “vivía sin pensar en rezos, prohibiciones, ordenanzas
milenarias, pero sobre todo sin sentir el miedo pernicioso que había aprendido de sus
padres”; y, por otro lado, “estaba la zozobra por la guerra y la ansiedad por saber algo de
sus padres y su hermana, transcurría en una mentira que lo hacía sentir como si se
asfixiara” (68). Esta condición de ser un individuo escindido y llevado por las
circunstancias, por las necesidades y por las condiciones a las cuales se debe enfrentar,
hacen que su sentimiento de libertad radique, sobre todo, en la necesidad de apartar todos
los designios que dicta su cultura y religión judía. Por consiguiente, tal como se demuestra
en las dos citas anteriores, su pasado lo asfixia constantemente, pensar en qué sería de él
junto con su familia lo lleva, finalmente, a pensar que su búsqueda por ser libre, por
aculturarse, es un camino imposible debido a la zozobra, a la angustia, al temor constante.
La idea de dualidad y rompimiento de los espacios tanto privados como públicos en los que
se ve inmerso el judío Daniel es el rasgo distintivo de su libertad. Como se vio, Isaiah
Berlin hablaba de la existencia de esos dos espacios y la importancia que han tenido en
ciertas épocas de la historia humana: para los antiguos la libertad era la participación del
hombre en su espacio debido a su capacidad como animal político y, por otro lado, para los
modernos tiene que ver con la figura del individuo y, por ende, el espacio privado es el
lugar que tiene el hombre para desarrollar su vida y ser libre. Por consiguiente, lo
libertad que tanto anhela. Es por esto que en Daniel el proceso, a final de cuentas, resulta del todo trágico, porque al final termina por reconsiderar la decisión que durante gran parte de su vida había tomado. 47 interesante de un personaje como Daniel es, precisamente, la conciliación que se da entre
estos dos espacios, pues él es libre en la medida en que se vuelve hereje, es decir, en la
medida en que cuestiona su espacio personal, sus creencias, su vida familiar, los
manifiestos milenarios y, al mismo tiempo, es libre como individuo que se involucra en el
espacio de todos, donde se enamora de una cubana, callejea por los rincones de La Habana,
juega a la pelota y es fanático acérrimo de esta. Con respecto a esto, es importante hacer
mención de lo que Balibar denominaba la agencia humana, que Daniel contiene en cuanto a
que esta agencia le permite, momentáneamente, ser libre por sí mismo al optar por
despojarse de su condición de judío. Sin embargo, resalta también Balibar, que dicha
libertad no es alcanzada plenamente sin el contacto o la comunión con los otros. En ese
sentido, radica la tragedia de Daniel.
Por lo tanto, se reafirma el ser sujeto y la subjetividad, hecho que buscan los personajes de
este primer libro, pero a partir de ser parte de los otros, a partir de ser ciudadano, de entrar
en comunión, por la propia agencia y por la capacidad de insertarse como ciudadano dentro
de una comunidad determinada. La libertad es, de este modo, una forma de comunión, de
participación, de despojar los miedos y la sumisión dentro de un espacio en el que los
demás reconocen su propia condición, acogen a los personajes dentro de una Cuba
multicultural que acepta, desde un plano político y social a los demás, para así construir una
nación determinada. Es, como lo dice Balibar, un “pensarse a sí mismos como sujetos libres
y así identificar libertad y subjetividad, porque abolieron de una manera irreversible sino
irresistible el principio de su propia sujeción, su estar sujetados o ser sujetos, en el proceso
de conquistar su ciudadanía política”7 (Párr. 29).
Así se manifiesta el sentimiento de Daniel:
7
En el caso de Daniel, conquistar su ciudadanía política, cultural y religiosa es finalmente el mecanismo por el cual él logra, hasta cierto punto, desligarse de su condición como judío (su conflicto finalmente no es con la religión, sino con la historia de su pueblo) para entrar en comunión con otros y consigo mismo, para que, de esta manera, romper las cadenas de su pasado, romper las cadenas con respecto a la condición histórica de los judíos como seres marginados. Por lo tanto, insertarse en ese espacio común es finalmente la forma de no ser marginado, de aceptar de manera distinta su destino y así construir un nuevo sentido de comunidad. Sin embargo, insisto, no es un proceso del todo “lineal”, ya que sí bien Daniel es aceptado por los otros, su relación con lo judío nunca termina por desligarse. Por lo tanto, siempre será un marginado, un individuo que no logra el proceso de transformación total hacia su propia subjetividad, hacia la reconstrucción de una nueva historia personal y común. 48 El espíritu de gueto había calado en sus almas por siglos de experiencia y se
empeñaba en perseguirlos incluso en la libertad. Para Daniel resultaba un absurdo la
sostenida intención de vivir y progresar en cercanía endogámica, con negocios entre
judíos (aunque siempre diferenciado a sefardíes de asquenazíes, a ricos de pobres),
algo que su espíritu liberal y abierto rechazaba, a pesar de saber que su actitud era
considerada integracionista por los rabinos y por cualquier creyente en el destino
trascendental escogido por el plan divino como misión de los hijos de Israel (72).
Para Daniel romper con lo histórico en tanto espacio privado como también espacio común,
implica un acto de libertad ya que él hace un constante cuestionamiento de las leyes
ancestrales que han regido su vida. Por consiguiente, ser un hereje dentro y fuera de su
tribu, de su religión y de la historia de los judíos, le permitió romper con las condiciones
culturales de las que siempre ha sido víctima su pueblo, le permitió asumir ese
condicionamiento histórico de manera distinta al permitirse vivir de otra manera dentro de
un espacio común, desarrollando una comunión con individuos de otro colectivo. Y este
colectivo, finalmente, es el refugio para contrarrestar el miedo constante, el colectivo es el
miedo para luchar contra el pasado, contra la soledad, contra los ecos de la muerte, contra
los fantasmas de sus padres y de su pueblo.
Dejar de ser judío significa no ser condescendiente con ningún dictamen histórico, significa
no ser sumiso e inseguro, significa despojarse del miedo de vivir como judío. El dilema lo
presenta Daniel en una emotiva carta que le envía a su hijo Elías muchos años después de
sus vivencias habaneras donde le dice que
no había podido dejar de pensar en la certeza de cómo, en toda la historia judía, el
punto más lamentable, con el cual jamás podría ponerse de acuerdo, estaba
relacionado con los que él consideraba un profundo sentido de la obediencia, que
muchas veces había derivado en la aceptación de la sumisión como estrategia de
supervivencia. Hablaba, por supuesto, de su siempre polémica relación con el Dios
de Abraham, pero, sobre todo, de aquellos episodios ocurridos durante el
Holocausto, en los que tantos judíos asumieron como inapelable su suerte por
considerarla una maldición divina o una decisión celestial (79).
49 De igual forma, manifiesta en su carta: “el modo en que la esperanza de sobrevivir
contribuía con la sumisión. La combinación de los poderes totalitarios de un Dios y de un
Estado habían aplastado la voluntad de miles de personas, potenciado su sumisión y
apagado, incluso, el ansia de libertad, que era, para él, la condición esencial del ser
humano” (79). Como también Daniel decía que
tantísimos de esos hombres y mujeres sumisos llegaron a considerar la muerte casi
como una alegría, en comparación con la vida de dolor y miedo que vivían. Si te
colocas en este plano, tal vez puedes ver las actitudes de muchos de ellos desde otra
perspectiva. Incluso, me cago en Dios, incluso puedes justificar la sumisión, y yo me
niego a justificarla…¿O es mentira lo que nos repetían en las clases del Centro
Israelita, lo que proclamaban los rabinos, los sionistas, los independentistas
cuando nos decían que los judíos de hoy éramos descendientes de Josué el
Conquistador y sus indomables campesinos hebreos, del rey David, general
victorioso, de los aguerridos príncipes asmoneos…?¿Cómo fue posible que al final
nos dominara la sumisión? (79).
En este primer libro se puede ver el carácter hereje de Daniel y también el que tiene su tío
Joseph, el gran Pepe Cartera, como lo denominaron en La Habana. Al igual que Daniel, el
tío vive un proceso de transformación en lo que he denominado como personajes
escindidos, que rompen con su propio espacio (con su pasado) y conviven con los otros de
manera distinta para de cierta forma ejercer su propia libertad. Esto es porque la libertad es
la forma que se adopta para ser un hereje en el mundo, de romper los propios paradigmas y
establecer la propia subjetividad. La libertad es dejar de vivir con miedo y en la sumisión
que producen los designios de la religión. El tío Cartera lo manifiesta, después de aceptar el
ateísmo de su sobrino de esta manera: “Ya no soy el mismo polaco asustadizo y fanático
que llegó hace más de veinte años. Aquí he vivido sin miedo al próximo pogromo, lo cual
ya es bastante, y a nadie le ha importado mucho en qué idioma hago mis rezos. Por mucho
que hayas oído, tú no puedes tener idea de lo que eso significa, porque no lo has
vivido…Querer ser invisible, como llegó a pensar tu padre…»” (87). De igual forma, el
entendimiento del otro también hace libre tanto al tío Joseph como a Daniel, quien le dice:
50 “No serás el primer judío que renuncie a su fe…hijo mío, haz lo que tienes que hacer y no
te preocupes por mí, ni por nadie (87)”.
La condición de personaje escindido que se manifiesta en este primer libro se puede ver
evidenciado en la figura del hijo de Daniel, que, de alguna forma, reafirma su subjetividad
de acuerdo a su incapacidad de sentirse parte de un lugar determinado o, por qué no decirlo,
de un cuerpo que en apariencia le pertenece, pero es parte de un todo que no es uniforme:
Yo mismo a veces siento que no pertenezco a ningún sitio, o pertenezco a varios,
soy como un rompecabezas que siempre se puede desarmar. Supongo que soy
norteamericano, hijo de un judío polaco que aquí se impuso ser cubano entre otras
cosas para no sufrir de esos desarraigos y de otros dolores, y de una cubana católica,
hija de gallegos, que en los momentos decisivos asumió el pragmatismo de su
marido cuando él decidió que lo mejor era volver a ser judío y ella también se
convirtió (112).
Quisiera hacer una mención al tío de Daniel, el buen Pepe Cartera, ya que es un personaje
vital dentro de este primer libro porque es el que primero increpa a su sobrino por las
decisiones tomadas y, segundo, termina después justificándolas ya que el mismo cambia de
parecer y vive el mismo proceso de su sobrino. Como Daniel el tío Pepe ve partir con
frustración al barco que lleva a su familia sin poder hacer algo. Ve también con frustración
cómo dentro de ese barco muchos de los que van ahí aceptan sin más la condición que en
apariencia un ser supremo les ha designado, aquella condición que tanto desprecia Daniel y
es la que lleva al tío a optar por la misma opción: ser un individuo en una tierra que no es la
suya pero que lo ha adoptado de tal manera que lo hace sentir por lo menos un poco libre.
De igual forma, es un personaje que busca en otro ambiente hacer lo que no hizo su familia,
que es vencer el miedo, vencer la idea de que el destino no es del hombre sino de un Dios
que condiciona la vida garantizando, en apariencia, un espacio en el cielo, un espacio para
la salvación de los mortales.
El conflicto que enfrentaba el tío Pepe no era el mismo de su sobrino. Al contrario, Joseph
siempre tuvo la firme convicción en sus creencias, aceptó a los otros como también los
51 otros lo aceptaron, aceptó el despojo de su sobrino más como una voluntad humana que
ninguno de los hombres debería renunciar. Aceptó que para ser libre, o al menos intentarlo,
se requiere de la fuerza interna para cambiar el mundo interior y así conciliar el mundo
exterior. El conflicto del tío Pepe radicaba más con desafiar un designio divino, desafiar un
mandamiento capital de la religión que es el de la venganza, y más sí esta venganza implica
la muerte del prójimo. Sin embargo, la venganza para el tío significaba despojarse de las
culpas de su pasado, tenía en sí una acción liberado y apuntaba a vengar el destino de su
familia y la vida que otros le habían arrebatado.
Con relación a lo anterior, de esta manera se manifiesta la actitud del tío Joseph, que busca
al funcionario que robó y engañó a su familia, enviándolos, con esa decisión, a la muerte:
El viejo sabía muy lo que estaba haciendo, me dijo mi madre, porque no solo estaba
tentando la justicia y la furia de los hombres, sino también estaba perdiendo el
perdón de su Dios, que a pesar de haber divinizado la venganza, puso por encima un
mandamiento inviolable: no matarás (…). Más que el odio que pudiera haber
sentido hacia ese hombre que estafó a su familia y los mandó de vuelta a Europa y
al suplicio y a la muerte, lo empujó el amor por su sobrino. Nada más un hombre
muy, pero muy cabal es capaz de hacer ese sacrificio, y perder lo más sagrado de su
vida espiritual, cuando esa vida le importa y mucho. Por eso, creo, a pesar de todo él
vivió en paz hasta el final. Sabía que su alma no tendría salvación, pero murió
satisfecho de haber cumplido con la palabra que un día le había dado a su hermano,
el padre de Daniel: cuidar de su hijo en todas las circunstancias, como si fuera su
propio hijo (187).
Finalmente, en este primer libro se puede ver no tanto una defensa del individualismo y la
subjetividad, sino una problematización de los caminos que se toman para ser libre, hechos
que se manifiestan constantemente en la contradicción que tienen los personajes. Si bien se
muestra a un personaje que busca, por medio de su individualidad, su capacidad de acción y
su pragmatismo ante la vida, es problemático el hecho de renunciar a su comunidad para
ingresar a otra, es problemático el hecho de tomar un camino que muchas veces lleva a un
imposible. Asimismo, este primer libro nos muestra cómo la vida es una continua tragedia
52 colmada de contradicciones, aquellas que finalmente son la muestra misma de la
imposibilidad constante del hombre por encontrar su libertad. Esto no significa que no
existe la búsqueda, sino que lo que se evidencia es la agonía del hombre por encontrarla.
De acuerdo con lo anterior, sería importante intentar, para culminar este primer análisis,
responder a la pregunta que el mismo narrador de la novela formula con relación a los
personajes de la primera parte:
¿Le habría importado demasiado que Marta fuese una gentil y no una de las jóvenes
judías de sangre pura con la que, de haberse casado, había conservado íntegra, en
cuerpo y alma, la condición de sus posibles vástagos? ¿O ya todo le daría igual al
viejo y entrañable Pepe Cartera, unido por vínculo legal a una negra cubana y padre
también legal de un mulatico habanero improvisador de versos? ¿Eran, todos ellos,
unos herejes insalvables? (157).
Los personajes de este primer libro, como Daniel, el Tío Cartera, Elías mismo, son herejes
en cuanto a que no aceptan los preceptos capitales que muchas veces dictan las
instituciones religiosas y estatales. Son herejes al ser marginados frente a la historia de sus
pueblos, ya que no la siguen a ciegas, no se dejan determinar por los condicionamientos
históricos que han llevado a la muerte o al exilio a los miembros de su familia, a sus
amigos, a sus otros compatriotas. Son herejes al desafiar la obediencia, son herejes al no
aceptar un destino que en apariencia los determina y de esta manera este destino es su
salvación, son herejes al no creer que no luchar por la vida es obedecer los designios de un
ser superior. Son herejes porque a pesar del miedo desafían los caminos que impone la
vida, son herejes porque se arriesgan, por lo menos, a sentir, a pensar, a vivir, a descubrir, a
creer y no creer, a asumir la tragedia como una oportunidad para vivir de otra manera. Por
lo tanto, no son personajes insalvables ante su tragedia, todo lo contrario, son herejes que se
salvan al atreverse a vivir de forma agónica el camino por encontrar su subjetividad y una
manifestación parcial, así no sea plena, de la libertad.
53 3.1.2. Libro de Elías
En este segundo libro el personaje principal es Elías Ambrosious, un joven judío que vive
junto con sus padres y sus hermanos en la ciudad de Ámsterdam, en un período especial
para los hijos de Israel ya que se vivió una convivencia pacífica entre los individuos de los
diversos credos que hacían parte de la ciudad. Tanto así que muchos denominaron a la
ciudad holandesa como la Nueva Jerusalén, un espacio de tolerancia donde los judíos
podían profesar sus creencias, manifestar sus rituales y congregarse como comunidad sin
necesidad de ser segregados o acusados de ninguna índole.
Sin embargo, Elías Ambrosious, a pesar de pertenecer a esta comunidad de paz, es un
joven que vive dentro de un espacio donde conviven, de manera peligrosa, espacios tanto
de idolatría (por parte de algunos judíos radicales) como de libertad (manifestado en la
forma en cómo conviven unos con otros a partir de las creencias de cada uno). Esta era la
época de Rembrandt, en la que el flujo de ideas era una dinámica constante para el
encuentro y el desarrollo personal. Es en este contexto donde se presenta a un niño
apasionado por la pintura, un niño que siente en el arte la manera de alimentar su espíritu y
potenciar su imaginación, ejerciendo así la libertad en contraposición con la idolatría de
muchos de los judíos. Al igual que Daniel, Elías es un personaje escindido debido a las
circunstancias de su ambiente, en el que se contrapone su libertad individual con la ley
judaica de prohibir a sus fieles la representación de “hombres, animales y objetos del cielo,
del mar o de la tierra, por el hecho de que el máximo creador de Todas las Formas, según el
mensaje transmitido por Mosiés a las tribus reunidas en el desierto, la había considerado
impropia de su pueblo elegido, por ser fuente propicia de idolatría” (206).
De acuerdo con lo anterior, este personaje intenta desarrollar su propia individualidad
abstrayéndose del mundo dogmático y radical de los judíos, estando al margen de lo que le
dictan las normas religiosas y, de este modo, renunciando a su espacio común (el de la
familia, el de su propia tribu) para así alcanzar su propia libertad, una libertad individual
que logra, de forma momentánea, desarrollando una nueva espiritualidad al internarse en el
taller del maestro Rembrandt y aprendiendo las técnicas del arte, el arte de ser libre;
54 estableciendo de esta manera un nuevo vínculo con su subjetividad, con su interior, con el
sentido de ser un sujeto e individuo en el mundo. Sin embargo, como le sucede a Daniel,
Elías también se ve inmerso en un doble paradigma que lo lleva a experimentar la idea de
que se es libre solo si se vive de forma dramática, se es libre como condición de la propia
tragedia del ser humano. A esto lo podemos denominar como el contrapunteo de la libertad
individual y la libertad colectiva, en la contraposición existente y, de esta manera, en la
tensión vivida por los personajes de Herejes, en la que para ser libre hay que renunciar a su
otra parte, para ser libre hay que dejar de ser una parte de lo que se era antes de optar por
dicha libertad.
La tragedia de Elías, al preferir su libertad individual, la manifiesta de esta manera el
narrador:
La voz del bedel, recordándole la necesidad de cerrar el salón, apenas pudo sacarlo
del embrujo en el cual Elías Ambrosius había caído, la tormenta de desasosiegos
dentro de la cual viviría desde aquél día en que se tornó irreversible su decisión de
hacerse pintor y, con su soberana e inevitable elección (solo Dios sabría cuál era el
adjetivo preciso), colocó su destino en el vórtice de la tormenta de la cual derivarían
los mayores placeres y las definitivas desgracias que marcarían los días de su vida”
(210).
Por consiguiente, el joven judío, al igual que el habanero Daniel, es un personaje inmerso
en la contradicción que se desarrolla en la novela en donde el individuo hace parte de la
tradición según la cual o somos libres en la medida que hacemos parte de la comunidad
política y, por ende, somos partícipes de ella; o somos libres con relación al desarrollo de la
propia individualidad, en el cultivo interno y privado de las propias facultades, visto desde
la óptica moderna del ser humano. Como se verá, Elías es parte de la tradición moderna, la
cual dice que el individuo es libre en la medida en que cultiva su virtud dentro de su
espacio privado.
Elías es libre desde la óptica moderna, al preferir su individualidad más allá de ejercer su
libertad en comunión con los otros, con sus prójimos. Es libre al pintar así esté violando las
leyes fundamentales de su religión, es libre en la medida en que ejerce su arte y se aparta de
55 las sentencias del judaísmo que le dictan y le imponen ciertos parámetros de conducta,
ciertos dogmas de acción. Por ende, es libre al ejercer su condición humana desde la acción,
desde el hecho de ser un individuo que opta por refugiarse dentro de sí mismo y para sí
mismo. Para Elías, en cierto momento de su vida, la libertad no se encuentra en la espera
por la llegada del mesías que los irá, eventualmente, a salvar y a conducir por el camino de
la libertad como pueblo, para así asentarse en la tierra que las sagradas escrituras alguna
vez dictaron para los judíos vivir allí en comunión con los demás.
Por el contrario, su libertad está dentro del deber ser como ente individual que tiene
capacidad para ejercer su vida de acuerdo con lo que le dictan sus propias pasiones, sus
propias inquietudes, sus propios pensamientos. Con respecto a eso, Elías escucha de su
maestro, el jajám Ben Israel, que si bien es un dogmático entiende lo que puede llegar a
mover a un hombre en busca de su libertad, las siguientes palabras:
El Santísimo había enseñado a los suyos que ningún poder, ninguna humillación, ni
si quiera la más enconada represión o cofradía de dolor y miedo pueden apagar la
llama del deseo de libertad ardiente en el corazón de un hombre presto a luchar por
ella, dispuesto incluso a humillarse para llegar a esa libertad, y luego de cumplida la
vida, confiarse al Juicio Final. Porque el deseo de libertad es indisociable de la
condición singular del hombre, esa intrincada creación divina (221).
A lo que Elías Ambrosius responde:
Una mitzvah que los hebreos estamos violando hace dos mil años. ¿O no fueron
hebreos, según aprendí en sus clases, quienes pintaron los paneles con escenas
bíblicas en una sinagoga a orillas del Éufrates? Y los mosaicos con imágenes
humanas y de animales de la sinagoga de Tiberíades, en el lago Galilea, usted dice
que no cayeron del cielo. ¿Y las sagradas escrituras ilustradas? ¿Y los túmulos
funerarios en el cementerio de Beth Haim, aquí mismo, en Ámsterdam, acaso no
tienen imágenes de animales…? ¿Y los ángeles del Arca de la Alianza? ¿Y la fuente
del rey Salomón alzada sobre cuatro elefantes esculpidos…? perdóneme, jajám,
pero lo que le voy a decir es pertinente… ¿y tener imágenes en las paredes de la
casa no es una violación de la Ley? (221).
56 Todo esto es un argumento de Elías para increpar a la idea según la cual los judíos tienen
prohibido reproducir imágenes sagradas, idolatrar, por medio de esas imágenes, falsos
ídolos, o representar sus propias deidades. Por consiguiente, el dilema de la libertad en
Elías se presenta con relación al acto de ejercer su propia pasión por el arte.
Asimismo, su búsqueda por la libertad es una introspección en su propio mundo, un desafío
de sus creencias, un conflicto constante con su individualidad y su colectivo. En Elías se
presencia una transformación interesante ya que por medio del arte es que se acerca a Dios.
Por medio del arte establece una relación íntima con su espiritualidad, y de esta manera la
pintura es el medio por el cual él hace una contraparte con los dogmas radicales que
poseen aquellos que creen tener la propiedad de lo que dicta la sagrada escritura. El arte es
una forma de rebelión contra los hombres, es una forma para encontrar la libertad y,
asimismo, un camino para el encuentro con Dios, para el encuentro con su subjetividad.
Ben Israel se lo explica de esta manera: “Siempre habrá unos iluminados dispuestos a
apropiarse de la verdad y a tratar de imponerle esa verdad a los demás…No solo que a que
pienses: la libertad es el mayor bien del hombre, y no practicarla, cuando resulta posible
practicarla, es algo que Dios no nos puede pedir” (235).
Por lo tanto, la libertad en Elías es un encuentro con la subjetividad y de esta forma una
transformación de su interior, ya que a pesar de que existen instituciones y personas que
interpretan a las instituciones en función de la represión y en busca de la sumisión y el
miedo de otros, siempre quedará la opción y la voluntad de ser libres, de ser herejes. De
esta manera el maestro increpa a su pupilo Elías: “la opción de la obediencia o del desacato,
de la sumisión a la letra antigua de una ley o la elección de una libertad de escoger con la
cual ese mismo Creador lo había dotado. La sumisión podía resultar confortable y segura,
aunque amarga, y su pueblo bien lo sabía; la libertad arriesgada y dolorosa, más dulce; la
paz de su alma, una bendición pero también una cárcel” (237).
Tal como ocurría con Daniel, Elías también tiene miedo, pero está determinado por la
sensación constante de ser hereje, de ser un individuo marginado por su propia colectividad
al rebelarse frente a las leyes establecidas. De esta manera, su conflicto radica en el miedo
57 que siente frente a los demás, frente a la condena que dictan los otros judíos al ejercer su
libre albedrío:
para que él estuviera allí, debió existir el miedo. Ese miedo permanente, opresivo,
infinito, también recibido por herencia, un miedo que incluso Elías, nacido en
Ámsterdam, muy bien conocía. Era aquel temor invencible a que lo propicio se
terminase en cualquier momento, a que llegasen de nuevo la represión exterior o
interior. O a que se produjese la expulsión y, cualquier mañana, funcionase otra vez
el garrote o crepitase la hoguera, como tantas veces había sucedido a través de los
siglos. Debió existir ese miedo mezquino y muy real para que él también tuviese
miedo de los extremos a los cuales podían llegar los hombres que, desde el poder, se
autoproclaman puros y pastores de destinos colectivos, allí, en Ámsterdam, donde
todos se ufanaban de la existencia de tanta libertad (238).
En este segundo libro existe una contraposición clave que valdría la pena entrar a analizar.
Tal como se vio en la cita anterior, Padura plantea un conflicto constante entre la relación
del individuo (en este caso Elías) con las instituciones, con los colectivos, con lo macro
(esto puede significar la religión, el Estado mismo, la creencia en Dios, la comunidad). Y
esto se conecta con lo que se planteó en relación a Daniel Kaminsky, y es que se es sujeto
en cuanto a se es libre en la actividad que tiene este dentro de su comunidad (visto esto
desde la óptica de los griegos, en su concepción de libertad) o se es libre en cuanto a que el
individuo se desarrolla como tal, en su ámbito privado, en su propio espacio. Para Elías el
conflicto, en últimas, no logra resolverse ya que sí bien ejerce su libre albedrío al decidir
ser pintor y entrar, desafiando la ley religiosa de los judíos y, por ende, convertirse en
hereje, su entorno ejerce tal presión en su propia individualidad que muchas veces tiene
miedo, tiene miedo de ser libre o tiene miedo de ser un paria de su tribu, tiene miedo de ser
expulsado de su propio entorno.
Es por esto que la crítica existente en la novela, en particular en este libro, es que pueden
existir sobre el papel las garantías para ejercer la libertad pero, cuando se hace uso de ella,
se estigmatiza al otro, al que quiere ser diferente, al que quiere rebelarse frente a su época,
Por ende, la subjetividad, dentro de este capítulo, es un elemento conflictivo ya que se
58 evidencia que es subyugada por poderes que muchas veces los individuos no pueden
controlar, no pueden contrarrestar y, de ese modo, la subjetividad del hombre no existe, es
minimizada por otros hombres que sienten que tienen la autoridad con respecto a la palabra
sagrada.
La sujeción en Elías actúa desde su voz interior, entre el conflicto que se establece entre el
interior (la búsqueda de la libertad por medio de la pintura y el arte, como también su
encuentro con Dios por medio de este) y el exterior ( con la ley y el mandato del ser
supremo, aquel mandato que otros hombres ejercen y hacen que se cumpla) lo que lleva a
que Elías termine decidiendo si lucha por su subjetividad o se deja llevar por el miedo que
le tiene al rechazo por parte de los otros. Es por esto que quien realmente le impide a Elías
despojarse de su sujeción en el mundo son los mismos miembros de su comunidad, que en
sí actúan con intransigencia frente a cualquier acto de herejía que atente contra los valores y
preceptos de todos.. Elías, por tanto, es un personaje escindido en cuanto a que es hereje
por su deseo de pintar pero tiene miedo de que los demás hombres, su familia y su
comunidad tomen represalias en contra de él.
Elías termina por ser hereje frente a su comunidad, pintar para rebelarse frente a los
hombres que creen que poseen la autoridad moral para condenarlo. Por otro lado, al margen
de lo que piensan y creen los demás, la pintura se convierte en una forma de relacionarse
con Dios, de establecer una nueva espiritualidad y ser más consciente de su interioridad
como sujeto que está ejerciendo la libertad. Es hereje entonces al rebelarse frente al
dictamen de la palabra que traducen los hombres, es también hereje al no seguir las
prohibiciones que otros imponen, es hereje al ejercer el arte que otros condena, más no es
hereje con relación a Dios y su propia espiritualidad.
De acuerdo con lo anterior, valdría la pena hacer mención de este pasaje de la novela,
donde se habla, precisamente, de la forma en la que muchos judíos vivían en Holanda
escondidos tras el velo de sus pasiones, tras el traje de su libertad:
Elías, una vez más advertido de que vivía bajo el mismo techo que un hombre
fanatizado hasta el extremo de atreverse a amenazar a sus mayores con condenas
59 divinas, se convenció de las razones por las cuales, incluso en una tierra de libertad,
muchos judíos preferían vivir enmascarados entre secretos, antes que limpios entre
verdades expuestas. Entendió, por supuesto, la actitud de un hombre como Salom
Italia, y la decisión de mantener sus aficiones en la sombra. Y, más aún, obtuvo la
evidencia de por qué él mismo debía tapiar su secreto del modo más hermético
posible si no quería correr un gravísimo riesgo (261).
De esta manera, Elías se manifiesta en su libertad, en su herejía de manera que no pueda ser
descubierto por nadie, de manera que no pueda llegar a ser condenado por otros hombres.
Pero más allá de un disfrute pleno en su privacidad de dicha libertad, su búsqueda se
encuentra cercada, constantemente, por el miedo y la sumisión, por el frenético pavor que
siente Elías de ser condenado y expulsado de su comunidad, sin opción, finalmente que es
la única que busca, de salvarse ante Dios, de la posibilidad de no estar en el momento del
juicio final ante el mesías.
Al igual que Daniel, Elías se enfrenta a la posibilidad de tener o no una determinada
capacidad de acción, de ejercer y desarrollar su propia subjetividad. De ser, por lo tanto, un
ciudadano, que hace parte de la ley y tiene la capacidad de declararla válida. Estos dos
personajes se ven imposibilitados por eso, ya que las leyes a las que se enfrentan están tan
arraigadas que les resulta imposible contrarrestar su poder, contrarrestar el fanatismo que
surge en torno a estas, a la intransigencia que se produce en los otros para defenderlas y
legitimarlas. Con relación a lo anterior, de este modo lo narran en la novela:
Esa misma noche, aprovechando la ausencia de su hermano, Elías Ambrosius, como
si practicase un robo, sacó de su casa con el mayor sigilo la libreta de apuntes, la
carpeta de dibujos y las pequeñas telas manchadas con sus titubeos y búsquedas de
aprendiz de pintor. Entre los sitios posibles para tenerlos a buen resguardo, escogió
en ese momento la buhardilla del danés Keil, en quien, según creía, podía confiar. Y
aunque le resultó doloroso, debió aceptar que se sentía más protegido por un
hombre de otra fe que por muchos de los de la suya. Más abrigado por un extraño
tolerante que por un hermano de sangre contaminado de fanatismo, de
intransigencia y, no podía calificarlo de otro modo, repleto de odio (261).
60 De acuerdo con esto, Elías es aquel personaje que, si bien ejerce su libertad y está decidido
a defenderla, termina condenado por su propia comunidad, también por su propio miedo,
por el sentimiento de sumisión que lleva a que no pueda ser libre del todo, como todas las
tragedias humanas, en las que siempre existirá un límite según el cual siempre el hombre
que opta por ser libre, termina condenado por los demás.
Para esto, Ben Israel le explica a Elías que más allá de la sumisión a la palabra y la
aceptación de ciertos designios mundanos y divinos, debe primar, como condición para el
desarrollo de la subjetividad y de la propia libertad, el racionamiento, la comprensión activa
de estos preceptos:
La primera es que el estudio resulta más importante que la observancia de las
prohibiciones y de las leyes, pues el conocimiento de la Torá conduce a la
obediencia de sus sabias prescripciones, mientras que la observancia pura, sin la
comprensión razonada del origen de las leyes, no garantiza una fe verdadera, esa fe
nacida de la razón. La segunda regla, lo recordarás por la historia de Judá Abravanel
que tantas veces les conté, tiene que ver con la vida y la muerte. ¿Cuándo es preciso
morir antes que ceder?, se preguntaron esos sabios hace más de mil quinientos años,
y nos respondieron a todos nosotros que solo en tres situaciones: si el judío se ve
obligado a adorar falsos ídolos, a cometer adulterio o a derramar sangre inocente.
Pero todas las otras leyes pueden ser transgredidas en caso de peligro de muerte,
pues la vida es lo más sagrado (274).
Le dice también el jajám Ben Israel que:
las leyes deben ser razonadas por el hombre, pues para eso tiene inteligencia, y la fe
debe ser pensamiento antes que aceptación. La segunda, que si no violas ninguna de
las grandes leyes, no estás ofendiendo a Dios de manera irreversible. Y si no
ofendes al Bendito, puedes olvidarte de tus vecinos…Claro, si estás decidido a
asumir los riesgos de enfrentar las iras de los hombres, que en ocasiones pueden ser
más terribles que las de los dioses (274).
De acuerdo con lo dicho anteriormente, a diferencia de Daniel, el conflicto de Elías no es
con su pasado, con lo que representa ser judío y, por ende, con la tragedia que conlleva
61 cargar con esa condición. Por el contario, su conflicto como individuo radica en el hecho de
que tiene dividida su conciencia entre ser o no obediente, entre utilizar ser racional frente a
los dogmas de su comunidad o asumirlos como tal y entrar en la sumisión total, en el sesgo
de ser un hombre al cual Dios elegirá, en el juicio final, como uno de los suyos para
salvarse junto a él y los otros.
Es por esto que Elías vive privado de poder expresarse frente a los demás, ya que tiene que
esconder su pasión por la pintura y evitar de esta manera ser condenado. Esto tiene relación
con lo dicho por Arendt en cuanto a que
vivir una vida privada por completo significa por encima de todo estar privado de
cosas esenciales a una verdadera vida humana: estar privado de la realidad que
proviene de ser visto y oído por los demás, estar privado de una objetiva relación
con los otros que proviene de hallarse relacionado y separado de ellos a través del
intercambio de un mundo común de cosas, estar privado de realizar algo más
prominente que la propia vida (67).
Sin embargo, considero que Elías es un personaje privado de su propia individualidad (al
no poder ser pintor y, por ende, no poder ser libre) y un personaje privado del
reconocimiento de los demás. Es decir que no es libre porque su religión se lo impide, y al
impedírselo, no es libre porque no puede mostrar la virtud y el don que como hombre le
concedió Dios. Así lo expresa el narrador:
el litigio sostenido por su espíritu entre la pertenencia a una fe, una cultura y unas
tradiciones milenarias a las que sentía ligado por vía sanguínea; y la cercanía a un
paisaje, una lengua, una literatura entre los cuales habían vivido varias generaciones
de sus antepasados, llegados a la península con los bereberes del desierto en un
tiempo remoto, y entre los que él había gastado los primeros treinta y tres años de su
vida y a cuyos efluvios nunca había podido ni querido renunciar (como no había
renunciado a los garbanzos, el arroz y, siempre que podía, al lujo de mojar el pan en
aceite de olivas (287).
Elías siente constantemente la vulnerabilidad de sus propósitos y sus sueños, de sus
pasiones, de su necesidad de herejía, su necesidad de libertad. La siente vulnerable por la
62 intransigencia de su propia comunidad: “los hombres no van a perdonarte. Porque la
historia nos enseña que los hombres disfrutan más castigando que aceptando, hiriendo que
aliviando los dolores de los otros, acusando que comprendiendo…y más si tienen algún
poder” (312). Para lo cual, en un diálogo entre el jajám y Elías, le dice el uno al otro:
Muy pronto los rabinos comenzaron a dedicar horas de sus plegarias del sábado, el
día en que cada judío debía festejar la Libertad como bien y derecho de la criatura
creada a imagen y semejanza del señor, para advertir a la grey sobre los modos en
que los fieles debían entender y practicar aquella libertad (…) Como siempre había
sido y sería en la historia humana, alguien decidía qué era la libertad y cuánto de
ella les correspondía a los individuos a los que ese poder reprimía o cuidaba. Incluso
en tierras de libertad (322).
Teniendo en cuenta las dos citas anteriores valdría la pena entonces responder una pregunta
capital para la comprensión del conflicto existente en este personaje: ¿Es Elías Hereje ante
Dios o ante su comunidad? Es claro entonces que la herejía o la condición de hereje por
parte de Elías radica más en el rompimiento que hace él con los lazos que lo unen con
respecto a su comunidad. Elías fragmenta dicha relación debido a que no encuentra que los
otros hombres lleguen a apoyar su decisión o acepten su condición como pintor que quiere
ejercer a través de la pintura tanto su libertad como su subjetividad. De igual forma, en este
segundo libro se presencia un proceso de contraposición entre las leyes que ejecutan los
hombres en nombre de la religión y la fe y los mandatos mismos de Dios, que a pesar de
que se prohíben muchas cosas, Dios nunca castigará a quien desarrolle, dado que es un
valor supremo, su propia libertad. Por lo tanto, a Elías lo condena su comunidad pero ese
hecho permite que él establezca una relación mucho más íntima y verdadera con Dios, con
su propia espiritualidad, con su subjetividad.
Finalmente, este segundo libro nos presenta una situación totalmente contraria a la que se
evidenciaba con Daniel, ya que el conflicto de Elías es con su presente, mas no con su
pasado. Su conflicto es con su religión porque esta le impide, debido a las leyes que la
constituyen, ser libre por medio del arte, por medio de la pintura. Su conflicto es con los
otros hombres que viven dentro de la misma ciudad, ya que estos lo señalan a él de hereje
63 por desafiar las sentencias de los rabinos y las leyes sagradas dictadas por Dios. Por lo
tanto, el conflicto de Elías es con la ley misma, con la institución religiosa, con la
comunidad que la sustenta y la legitima; su conflicto termina entonces al resignar su
libertad debido al miedo que siente él de ser un marginado, de no entrar en el círculo de los
hombres que serán salvados el día del juicio final. De esta manera, como en Daniel, la
búsqueda por la libertad termina en una imposibilidad, en un camino que solo genera
incertidumbre pero que, al fin y al cabo, es también un hereje al intentar al menos encontrar
el camino de la libertad y de su subjetividad.
3.1.3. Libro de Judith
El último libro que hace parte de la novela Herejes es protagonizado por una joven cubana
que se desaparece un día sin decir nada a nadie, generando así zozobra en familiares y
amigos. Este libro, de los tres, es quizás el más interesante ya que Padura lo sitúa temporal
y espacialmente en la Cuba de hoy, teniendo como centro una generación de habaneros
totalmente desencantada de su entorno, absolutamente descreída hacia quienes los lideran y
cansados, en últimas, de la retórica revolucionaria que ha permanecido durante más de
cincuenta años en la pequeña isla. Asimismo, en este último libro se muestra, tal como se
narra en los otros dos, que la búsqueda por la libertad y la subjetividad están mediadas por
la condición de imposibilidad, por la cuestión misma de la tragedia, elemento que marca el
destino de los tres personajes principales del libro.
De igual forma, este libro resulta interesante ya que permite evidenciar el contraste y la
diferencia que existe entre una generación y otra, haciendo una contraposición entre
aquellos cubanos nacidos justamente después del triunfo de la Revolución (Mario Conde y
todos aquellos que lo rodean) y los que han nacido mucho tiempo después del triunfo y, de
este modo, se ve el desgaste de la misma, se ve de manera clara cómo y de qué forma
existió y existe la concepción tanto de sociedad como de individuo dentro de Cuba, de qué
forma las ansias por la libertad, por la liberación del cuerpo y la palabra la tienen con más
fuerza la generación de cubanos nacidos en las últimas décadas. En este último libro se
muestra, tal como se narra en los otros dos, que la búsqueda por la libertad y la subjetividad
64 están mediadas por la condición de imposibilidad, por la cuestión misma de la tragedia,
elemento que marca el destino de los tres personajes principales del libro.
Por lo tanto, en este libro Mario Conde, el célebre teniente investigador habanero, tiene que
enfrentarse a una investigación inesperada. Es ya un policía retirado, que comercia entre
otras cosas con libros raros para sobrevivir en un país cada vez más agobiado. En el bajo
mundo y en las superficies de la Revolución, cada quien encuentra cómo ganar dinero
comerciando, intercambiando, haciendo fluir el comercio. Allí, una joven cubana se
desaparece; la única pista que hay, que es lo que más fascinación y curiosidad le produce a
Conde, es que esta hace parte de las denominadas tribus urbanas, exactamente hace parte
del clan de los emos.
Esta condición de la joven cubana es lo que impulsa a Conde a investigar su caso. Quiere
entender qué es y qué significa ser emo, qué es lo que piensan, qué es lo que sienten. Cuál
es el porqué de la existencia de una generación cubana totalmente descreída, que construye
toda una filosofía entorno a la desesperanza y a la desilusión, totalmente distinta a la suya,
que busca la liberación, busca despojarse de las ataduras del pasado, piensa distinto con
relación a su propio país, con relación a su propio cuerpo y mente. Conde, por medio de
esta investigación sobre el paradero de Judy Torres, quiere comprender la noción de
comunidad, de individuo, de sociedad que tienen los habaneros de hoy y que resulta tan
distinta a la de su generación.
Por consiguiente, no se inmiscuye en el caso de la joven únicamente por su espíritu de
policía y haciendo honor a su pasado; en realidad se introduce de lleno porque ve que existe
otra ciudad dentro de la misma en la que él ha vivido, que existen y viven una serie de
personajes diametralmente opuestos a los de su generación, que se reúnen y consolidan los
lazos como tribu con otros fines muy distintos a los que tienen él y su séquito de amigos;
que existe quizás un país, una isla subterránea compuesta por individuos con otras
preocupaciones, con otros sueños, con otras realidades. Por lo tanto, como se irá dando
cuenta Conde, no existen sueños y anhelos ni nada distinto a la frustración de vivir en el
presente, solo la necesidad de vivir (o de sobrevivir), de explorar la realidad por medio de
65 las drogas que invaden día a día a La Habana. Asimismo, se da cuenta de que únicamente
existe el deseo de libertad o quizás únicamente del libertinaje, sin más pretensión que no ser
parte de un sistema que sienten estos jóvenes ya desgastado por los años, por la
manipulación de la palabra, por el desgaste del mismo discurso que tanto prometió y no
trajo sino miseria, privación y distanciamiento del mundo exterior.
Por lo tanto, el elemento central de este último libro está encaminado a visualizar dos
realidades presentes en la isla: la de aquellos que han estado viviendo bajo el régimen y
atendiendo de forma automática las vicisitudes de la vida, donde muchos necesitan vender
hasta el alma para seguir con vida; y la de los otros cubanos, mucho más jóvenes, que
encuentran una forma distinta para relacionarse y construir los lazos que los unen como
comunidad a partir de las drogas, del maltrato al cuerpo, de formar una ideología en torno
al escepticismo y la falta de esperanza. Sin embargo, este tercer libro muestra una cuestión
muy interesante y tiene que ver con la forma, sea cual sea la generación de cubanos, como
se relacionan los individuos en la isla, ya sea con su propia subjetividad (en la soledad) o
con su comunidad (en el encuentro con otros) para enfrentar la realidad, hecho que se
manifiesta en cuanto a que la subjetividad se justifica dentro de la colectividad. Más allá de
un contraste de generaciones, existe es un encuentro de estas generaciones con relación a su
conflicto con la libertad.
De acuerdo con lo anterior, Conde empieza a descubrir una nueva ciudad que nunca había
logrado ver a pesar de llevar años investigando los casos más subterráneos de la isla: un
mundo subterráneo lleno de drogas, corrupción política, prostitución, circulación de dinero
inimaginable entre las altas esferas políticas, homosexuales, transexuales, y demás; pero
también un mundo alterno que él mismo no conocía, y como se lo dirían al Conde, estaba
lleno de emos, frikis, rastas, rockeros, mikis, reparteros, gámers, punkies, skaters,
metaleros.. Tanto la generación del Conde como esta nueva generación que está
descubriendo el teniente, construyen su subjetividad, su libertad mejor dicho, cuando tejen
los lazos como comunidad: Conde se reúne con sus amigos en las noches para tomar ron y
así olvidar la realidad, como esta generación de tribus urbanas que tejen sus lazos como
66 comunidad diseñando toda una filosofía con relación al cuerpo, con relación al suicidio, a la
búsqueda existencial de la subjetividad.
De esta manera se describe a Conde caminando por las calles de La Habana recién
descubiertas por él:
Hastiados y alienados de una jerarquía opresiva, aburridos de todo, auto expulsados,
obsesos anatómicos y musicales de apariencias asexuadas, cándidos, irritados,
militantes tribales, anarquistas sin banderas, buscadores de su libertad. Más que por
una calle de La Habana, Conde sintió que caminaba por Puerto Marte, por supuesto,
sin Hilda. Pero aquello era La Habana: una ciudad que por fin se alejaba de su
pasado, y, entre ruinas físicas y morales, prefiguraba un futuro imprevisible (354).
Y por otro lado, el contraste se manifiesta de la siguiente manera:
cuando él mismo era adolescente, ciertos brujos con poder ilimitado habían salido a
las calles a cazar a todo joven que exhibiera el pelo un poco más largo o unos
pantalones más estrechos de lo que ellos, los brujos con poder que fungían como
instrumentos del verdadero poder, consideraban admisible o estimaban apropiado
para las cabelleras y extremidades de un joven inmerso en un proceso
revolucionario empeñado con esos y otros métodos en fabricar al Hombre Nuevo
(354).
Tal como se evidencia en las dos citas anteriores, se muestra entonces el contraste existente
entre dos generaciones de cubanos que, sin embargo, tienen algo en común: la sensación de
que el futuro de su nación es imprevisible. Ahora, lo que resulta contrastante para Conde es
que estas tribus urbanas se presentan como la contraparte de ese mundo revolucionario en
el cual él ha crecido y, de igual forma, Conde se siente un tanto identificado porque
también él es un sujeto que en ese momento de su vida no cree en nadie más sino en sus
amigos, en el ron, en la literatura y en el amor. Lo que tenga para ofrecer el mundo exterior
ya son para el investigador modelos gastados, palabras sin encanto, discursos sin
esperanzas. Es también para el Conde el encuentro con un mundo que construye su
subjetividad a partir del encuentro con el otro, con el maltrato al cuerpo, con el uso de
drogas, con el abuso del alcohol, con la manifestación del sexo.
67 Por lo tanto, la generación de Yadine, de otros jóvenes habaneros que luchan día a día en
un medio que les coarta la posibilidad de ser libres, de pensar por sí mismos, de ser sujetos
en el mundo, de desarrollarse de acuerdo con sus propios intereses, pasiones, anhelos,
ilusiones y sueños. Son una generación producto de un cansancio acumulado, de un
cansancio de promesas no cumplidas, de la no realización del sueño del Hombre nuevo, de
la generación que sueña con un país nuevo, un poco más humano. Sin embargo, no se
produce, el proyecto inacabado de una nación en constante construcción, donde los más
poderosos imponen su criterio, su modelo a seguir, sus propias imposiciones, sus propias
ideas de cómo es el deber ser de todos. De esta manera se manifiesta en el libro:
Como le había sugerido la filosofía elemental de Yadine, solo pretendían ser, estar
y parecer. Los emos eran los nietos de un avasallante cansancio histórico y los hijos
de dos décadas de pobreza repartida a conciencia, seres despojados de la posibilidad
de creer, apenas empeñados en evadirse hacia un rincón que les pareciera lo más
propio posible, tal vez hasta inaccesible para todos los que estaban fuera de aquel
círculo mental y físico que, sin pensarlo más, el ex policía decidió quebrar (356)
Por lo tanto, Judith y su generación, ante tanta frustración y fracaso, ante tanta impotencia,
ante tanto encierro mental e ideológico, optan por construir un mundo aparte en el que, por
lo menos, existan ciertos rasgos y aires para ser libres, para habitar el mundo de una forma
distinta. Judith, como otros, construye su propio mundo, establece su libertad apartándose
del mundo, es sujeto en tanto que no hace parte de los demás (aunque sí de su propia tribu
de emos, en la que es el colectivo al que genuinamente pertenece pero también fragmenta,
también quiere romper y no sujetarse, de esta manera, a nada ni a nadie) sino de su propio
cuerpo, de su propia mente. Ella misma es su propio espacio, transgrede su cuerpo porque
este le pertenece, transgrede su mente porque es la única forma de ser libre en medio de
tanta corrupción, mentiras, falsas promesas, sueños que pierden con el tiempo su encanto y
su efecto sobre los demás. Por consiguiente, los emos y otras tribus que descubre Conde,
son una contraposición al pasado (el desarrollo mismo de la Revolución) y una forma de
posicionarse en el presente, desde donde intentan construir una nueva subjetividad. Sin
embargo, como se demuestra en este tercer libro de forma significativa, Judith termina
68 suicidándose como muestra de la imposibilidad también del presente al ser espacio que
garantice el desarrollo de una nueva subjetividad. La muerte de Judith es el símbolo de la
frustración; de la tragedia misma del ser humano en su búsqueda por abrir un nuevo espacio
de libertad.
De esta manera Conde interpreta a Judith y a toda su generación:
Judy había creado su propio mundo y construido su casa en él. Pero ahora que tenía
alguna idea de los extraños habitantes de aquel universo en donde se cruzaban tantas
espadas afiladas como en un manga japonés, Mario Conde había adquirido la
certeza de que la muchacha resultaba mucho más que una emo perdida, extraviada o
escondida por voluntad propia: parecía ser una dramática advertencia de las ansias
de cortar ataduras sufridas por los actores de los nuevos tiempos. Y una muerte
autoinflingida tal vez se la había presentado como el camino más corto y expedito
para aquella ansiada liberación del cuerpo y de la tristeza enfermiza que le
provocaba lo que un emo había denominado el «medio ambiente» (375).
De acuerdo con lo anterior, el conflicto en Judith es con respecto a la relación de ella con su
cuerpo, a la relación de ella entre la mortalidad y lo perecedero que es el cuerpo y lo que
pueden infligir los pensamientos dentro del auto castigo corporal. Ella hace parte de una
comunión (los demás emos) y, sin embargo, busca desesperadamente su propia libertad, su
propia singularidad. Es libre al establecer un vínculo de hermandad con los otros, también
es libre al auto flagelarse como condición para identificarse en comunidad como emo,
también es libre al ser sujeto en tanto que se crea su propia figura, en tanto a que busca no
ser igual a los demás, teniendo en cuenta que ella vive en un espacio donde durante más de
50 años lo que se ha buscado es igualar a todos en cuanto a sus condiciones sociales,
políticas y económicas, pero también en alienarlos bajo el mismo espectro, imponerles la
idea del Hombre nuevo, siendo esta una idea ya desgastada, poco creíble para las nuevas
generaciones de cubanos cansados de tanto devenir histórico y discursivo, que no cambia,
que permanece allí, intacto, sin ofrecer nuevas posibilidades y nuevas mentalidades.
69 De esta manera se caracteriza a Judy: “parecía haber elaborado toda una filosofía, capaz de
incluir el crédito en la existencia de un alma inmortal pero, a la vez, en la libre voluntad del
hombre para guiarla, y, más aún, en la necesidad de esa libertad como único modo para la
realización del individuo, sin interferencias de castrantes poderes religiosos o mundanos,
dueños de la fe y la moral establecidos” (385). En ese sentido, se retoma la idea del cuerpo
como figura de la mortalidad del hombre en contraposición con la inmortalidad a la que
puede llegar por medio de los pensamientos, por medio de la elaboración de una historia
trágica de la vida, de una búsqueda trágica de la existencia, de la libertad, de ser individuo
entre tanta masa homogénea, moldeada por otros por medio de imposiciones, por medio del
desarrollo del miedo y de la sumisión de otros.
Solo que la Judy madura y la infantil pretendían la misma cosa, aunque desde
perspectivas por supuesto diversas: no actuar como una persona común, ser todo lo
libre que alguien de su edad puede ser, en especial en este país donde lo que no está
prohibido no se puede hacer…., y estar dispuesta a luchar por esa libertad. A su
manera. La madura luchaba con la mente, y tenía sus argumentos; la infantil, sobre
un escenario, con un disfraz, yo diría que montando un personaje. Pero las dos
buscaban lo mismo: un espacio de autenticidad, una forma de practicar libremente
lo que ella deseaba practicar…. (399)
Como pasa con Daniel Kaminsky y Elias Ambrosius, Judith, la emo habanera, también es
un personaje doblemente escindido, dividido en dos partes contrapuestas la una de la otra,
ya que se aparta de la propuesta de la Revolución y al mismo tiempo de la comunidad emo.
Por lo tanto, son habitantes de un mundo que día a día los golpea, los margina, los excluye,
los divide, los aniquila, los destruye. Es un personaje escindido al ser temeroso frente a los
dictámenes milenarios, frente a las tradiciones, frente a las instituciones y, al mismo
tiempo, un personaje en constante búsqueda de su propia individualidad, de su propia
subjetividad, del propio camino de la libertad.
En un pasaje del último libro, se describe lo que pensaba Judith acerca de la literatura, del
mundo en el que habitaba, de su propio entorno. Este pasaje resulta capital para entender el
rol que juega este personaje como hereje en la novela:
70 La literatura sirve para mostrarnos ideas y personajes como este: seguía preso con
toda una ciudad, con todo un país, por cárcel….Solo el mar era puerta, y esa puerta
estaba cerrada con enormes llaves de papel, que eran las peores. Asitíase en esta
época a una multiplicación, a una universal proliferación de papeles, cubiertos de
cuños, sellos, firmas y contrafirmas, cuyos nombres agotaban los sinónimos de
permiso, salvoconducto, pasaporte y cuantos vocablos pudiesen significar una
autorización para moverse de un país a otro, de una comarca a otra, a veces de una
ciudad a otra. Los almojarifes, diezmeros, portazgueros, alcabaleros y aduaneros de
otros tiempos quedaban apenas en pintoresco anuncio de la mesnada policial y
política que ahora se aplicaba, en todas partes (unos por temor a la Revolución,
otros por temor a la contrarrevolución), a coartar la libertad del hombre, en cuanto
se refería a su primordial, fecunda, creadora posibilidad de moverse sobre la
superficie del planeta que le hubiese tocado en suerte habitar…Se exasperaba,
pataleaba de furor, al pensar que el ser humano, renegando de un nomadismo
ancestral, tuviese que someter su soberana voluntad de traslado a un papel (401).
En esta cita se puede ver reflejado el sentimiento que tienen los tres personajes de Padura,
el sentimiento de ser individuos encerrados en una cárcel, una cárcel representada en el
hogar, en la ciudad, en la nación, en el cuerpo. Una cárcel que contiene sus imposiciones,
sus dictámenes de conducta, sus parámetros sobre lo que debe hacer y cómo se debe pensar.
Personajes que se encuentran en una cárcel y, en últimas, la única posibilidad que se les
otorga es huir, escapar del terror, escapar del miedo constante, huir frente a la
desesperación de no lograr ser ese uno entre tantos, sino ser cualquiera dentro de la misma
masa, dentro de la homogeneidad de la sociedad en la que les tocó vivir.
Para Judith, la cárcel es su cuerpo y su tiempo, por eso lo transgrede, por eso lo traspasa,
por eso termina por optar por la muerte, ya que esta puede ser, en estos casos, el único
refugio en donde ese cuerpo y esa mente pueden llegar a ser inmortales en contraposición al
mundo terrenal donde su individualidad se ve menospreciada por poderes que muchas
veces no se pueden controlar, no se pueden contra restar. De esta manera se lo hacen ver a
Conde:
71 Chico, la cosa es que esos muchachos no creen en nada porque no encuentran en
que creer. El cuento de trabajar por ese futuro mejor que nunca ha llegado, a ellos
no les da ni frío ni calor, porque para ellos ya no es ni un cuento…., es mentira.
Aquí los que no trabajan viven mejor que los que trabajan y estudian, los que se
gradúan de la universidad después se las ven canutas para que los dejen salir del
país si quisieran irse, los que se sacrificaron por años hoy se están muriendo de
hambre con una jubilación que no les da ni para comprarse aguacates. Y entonces
ellos ni siquiera sacan cuentas: unos se van para donde puedan, otros quieren
hacerlo, otros viven del invento, otros se hacen cualquier cosa que dé dinero: putas,
taxistas, chulos…Y otros más se hacen frikis, rockeros y emos. Si sumas todos esos
otros, verás que la cuenta está cabrona, son muchísimos. Eso es lo que hay. No le
des más vueltas. A eso llegamos después de tanta cantaleta con la fraternal disputa
para ganar la bandera de colectivo vanguardia nacional en la emulación socialista y
la condición de obrero ejemplar (432).
De acuerdo con lo anterior, se puede ver que cada uno de los personajes de la novela es un
hereje de su tiempo. Cada uno de los que opta por rebelarse en cuerpo y pensamiento y
pensar distinto sobre su propio futuro, no como comunidad, ni como hombres nuevos parte
de esta sino como individuos con su propia subjetividad, con su propia libertad terminan
siendo herejes, terminan siendo condenados por aquellos que han estado, por años,
apoderándose y adueñándose de la libertad, de la subjetividad, del discurso, de los
movimientos, de los pensamientos, de la vida de cada uno de los que habitan Cuba. Judith y
su generación son, por lo tanto, la expresión del desencanto, la expresión de una mentalidad
nueva y, sin embargo, a pesar de que lo piensan y por ende lo ejecutan, cualquiera que aún
no predique las palabras revolución, comunidad, ser uno entre todos, ser socialmente activo
para el futuro de todos terminan marginado, termina optando por la muerte, por terminar su
propia vida. La generación nueva es una generación que actúa en el presente y no forja
ningún futuro, porque, al parecer, ese futuro ya no se encuentra como se encontraba en el
discurso.
72 De esta manera se presenta dicho contraste de la historia reciente de Cuba, de la historia
reciente de todos los que la habitan, la sobreviven, la luchan, una lucha entre gallos que se
picotean entre sí para sacar ventaja cada uno del terreno ganado, una Cuba de un modelo a
otro, de una imagen a otra:
Esos muchachos habían nacido y crecido sin nada, en un país que empezaba a
alejarse de sí mismo para convertirse en otro en el cual las viejas consignas sonaban
cada día más huecas y desasidas, mientras la vida cotidiana se vaciaba de promesas
y se llenaba de nuevas exigencias: tener dólares (con independencia de la vía de
obtención), buscarse la vida por medios propios, no pretender participar de la cosa
pública, mirar como se observa un caramelo el mundo que estaba más allá de las
bardas insulares y aspirar a saltar hacia él (442).
La liberación es un elemento clave dentro de esta nueva generación de cubanos,
liberaciones de lastres y ataduras que por años fueron forjados para atar las ilusiones, los
sueños, las esperanzas y las pasiones. De esta manera se describe dicha situación:
Los desastres de los cuales esos muchachos habían sido testigos y víctimas
engendraron a unos individuos decididos a alejarse de todo compromiso y crear sus
propias comunidades, espacios reducidos en donde se hallaban a sí mismos, lejos,
muy lejos, de las retóricas de triunfos, sacrificios, nuevos comienzos programados
(siempre apuntando hacia el triunfo, siempre exigiendo sacrificios), por supuesto
que sin contar con ellos. Lo terrible era que aquellos senderos estrechos parecían
flanqueados por precipicios sin fondo, letales en muchos casos. Incluso, un
componente antinatural alumbraba las búsquedas de algunos de esos jóvenes: la
autoagresión por la vía de las drogas, las marcas corporales, la pretendida depresión
y el rechazo; la ruptura de los tradicionales límites éticos con la práctica de un sexo
promiscuo, alterno, vacío y peligroso, muchas veces exento de emoción y
sentimentalismos (443).
Esta nueva generación de cubanos, por lo tanto, no encuentra la libertad ni su propia
subjetividad en el espacio común, en el espacio político, en la cosa pública, en la res
pública, en la deliberación con los demás, en sentirse animales políticos que ejercen su
73 libertad al construir con los demás la propia polis. Sino, todo lo contrario, encuentran su
propia libertad en la violencia, en la lucha común por forjar su propio y único destino, en
no ser partícipes del futuro común, construido socialmente, en favor de la comunidad. Esta
nueva generación encuentra en la muerte su propio camino, en la destrucción del cuerpo, en
la aniquilación de Dios, de la ideología, del dogmatismo, de las realidades y las verdades
impuestas, que se impregnan en la mente de todos por medio de discursos tan poderosos y
efectivos que lleva a los hombres al miedo, a la sumisión. Finalmente, esta generación
representada en un personaje como Judith y en un colectivo como los emos, muestra el
rompimiento al que tienen que llegar quienes pertenecen a estas tribus urbanas que se
apartan de su vínculo con la Revolución pensando que en lo emo existirá un espacio para
encontrar la libertad pero también en un punto ven que pertenecer a lo emo como
comunidad no es suficiente para encontrar la libertad, hecho que se manifiesta entonces en
la muerte de Judith. Hecho representativo ya que muestra la imposibilidad a la que están
sometidos los personajes de esta novela.
Mario Conde y todos los cubanos
Para culminar este último apartado acerca del libro de Judith quisiera entonces profundizar
sobre la figura del Conde, un personaje que en esta novela pasa como secundario pero que
finalmente, es el personaje que reúne las preocupaciones, los temas y las cuestiones de gran
parte de la obra de Padura. Asimismo, me parece importante mencionarlo porque es,
precisamente, la contraparte del libro de Judith, es la contraposición frente a la nueva
generación de cubanos. Tal como lo he mencionado anteriormente, Mario Conde es la
creación de Leonardo Padura como aquel personaje que puede llegar a ser el reflejo de sí
mismo como también del de toda una generación de cubanos. Este teniente investigador
estudió en La víbora, el pre-universitario al cual también Padura asistió; intentó estudiar
literatura en la Universidad pero, por circunstancias adversas a su vida, no logró terminar y
resultó trabajando en la policía, como uno de los tenientes investigadores más brillantes,
testarudos, románticos y comemierdas de la estación. Quizás todos esos adjetivos que
describen a Conde son la insignia de un personaje mítico dentro de la nueva literatura
latinoamericana, donde se funge como un personaje vital para entender la idiosincrasia
74 cubana, para comprender el día a día de La Habana y, de esta forma, entender cómo ha sido
el proceso de transformación en La Isla, ya que el Conde es un hijo que soñó con la
revolución pero terminó, como se muestra en las novelas, como un ser desencantado, donde
encuentra en sus amigos, en Tamara, en su propia soledad, una forma de construir
comunidad como también de construirse como sujeto, en este caso, como sujeto romántico.
Valdría la pena entonces detenerse sobre la idea de sujeto romántico en Mario Conde o,
como el mismo Padura designa a este tipo de personajes que habitan La Isla: como los
comemierda que andan por la vida buscando algo y no encuentran nada, que andan
buscando el amor y solo encuentran frustración, que andan buscando espacios de comunión
pero finalmente terminan enclaustrados en su propia soledad. Es romántico el Conde por
eso mismo, por la necesidad de construir espacios para sentirse como comunidad y los
encuentra con sus amigos entrañables cada vez que se reúnen con ellos y acaban con las
existencias de ron del bar de los desesperaos como con las provisiones de comida que la
mamá del Flaco Carlos les prepara para saciar un estómago que muchas veces tiene que
constreñirse debido a la condición de escasez que muchas veces se presencia en La Habana.
Estos espacios de comunión se constituyen entonces en los mecanismos según los cuales el
Conde y sus amigos encuentran el espacio propicio para reafirmarse como comunidad pero
también para reafirmarse en tanto sujetos que encuentran allí un espacio para ejercer su
libertad.
Es importante detenerse sobre la casa del Flaco Carlos ya que esta está construida sobre la
base de la comunión, sobre la base del encuentro, sobre la base de la construcción del
sentido de comunidad donde se puede hablar al margen del régimen, se puede beber al
margen del régimen, se puede escuchar música gringa, se pueden llegar a desahogar las
penas por las amistades perdidas en el exilio como también del amor que se esfuma entre
las calles de La Habana. En este espacio se viven auténticos bacanales de abundante
comida y alcohol, hecho que contrapone a la realidad cotidiana de Cuba, donde muchos se
ven en la necesidad de limitar sus instintos ya que los productos que se consiguen día a día
75 solo están permitidos adquirirlos sobre la base de una cantidad determinada por el mismo
gobierno cubano.8
Por lo tanto creo que la casa de el Flaco es un espacio interesante ya que permanece al
margen de la realidad cubana, se constituye casi como un espacio de herejía de estos
personajes que intentan hacer del exceso, del consumo desmedido de algo, una forma de
manifestarse de manera distinta y a partir de las necesidades como seres humanos frente a
la precariedad de la vida misma, de la carencia a la que tienen que enfrentarse. Es por esto
que se puede hablar que Conde y sus amigos son un régimen de ficción que permite
evidenciar que hay individuos dentro del ambiente habanero que buscan establecer otro tipo
de realidad al margen del régimen socialista en el que viven. En donde, de esta manera, se
configuran también como herejes, como rebeldes de su tiempo, como personajes que
buscan al margen de su propia realidad nuevos caminos para alcanzar la libertad. Para
ilustrar lo anterior, quisiera hacer referencia a un pasaje de la novela de Padura Vientos de
cuaresma (2001), en donde se describen dichos bacanales de sobreabundancia de comida:
-Ajiaco a la marinera- anunció entonces, y colocó sobre el fogón su olla de
banquetes casi mediada de agua y agregó la cabeza de una cherna de ojos vidriosos,
dos mazorcas de maíz tierno, casi blanco, media libra de malanga amarilla, otra
media de malanga y la misma cantidad de ñame y calabaza, dos plátanos verdes y
otros tantos que se derretían de maduros, una libra de yuca y otra de boniato, le
exprimió un limón, ahogoó una libra de masas blancas de aquel pescado que el
Conde no probaba hacía tiempo que ya lo creía en vías de extinción, y como quien
no quiere las cosas añadió otra libra de camarones(…) para rematar, aquel engendro
de todos los sabores, olores, colores y texturas, con un cuarto de cucharadita de
8
En todas las novelas del ciclo policiaco escrito por Padura aparecen referencias a dichos bacanales en la casa del Flaco. Además es interesante ver que la mamá del Flaco cocina platos variados de cocina europea, caribeña, hasta colombiana. De hecho, existe un libro que vi hace un tiempo editado en Cuba donde se hace todo un recorrido por la comida en Padura y, aparte de eso, se describen cada una de las recetas que cocina Josefina. Es decir, la comida en la obra de Padura podría generar todo un ensayo acerca de la contraposición que existe entre la realidad y la ficción: en la primera, la realidad es de pobreza, escasez y racionamiento; en la segunda, la ficción permite la alucinación con referencia a la abundancia en la comida y en el alcohol. Dos caras opuestas de una misma nación que permitiría un interesante análisis acerca de la importancia de la comida en la obra de Padura. 76 orégano y otro tanto de comino, arrojadas sobre el sopón con un gesto casi
displicente.” (65)
Finalmente, para culminar este pequeño aparte dedicado a la vida de Conde, quisiera decir
sobre este personaje que es la creación literaria de Padura para mostrar la complejidad a la
que estamos expuestos constantemente en la vida, es la muestra, por lo tanto, de la
complejidad de la vida. Es también la mención de una realidad en donde existen individuos
que están buscando constantemente un sentido de pertenencia perdido, una pertenecía a un
colectivo que ha sido degradado por las prácticas corruptas, por el formalismo ideológico,
por la estructura misma de las instituciones que han llevado a que se cierren los espacios
para el encuentro entre cada uno de los cubanos.
Es también un personaje, y por tanto la literatura misma de Padura, la representación de una
búsqueda por encontrar de nuevo el sentido humanista de la Revolución, por encontrar al
ser humano dentro de ese proceso que se inició en 1960 y que, muchos años después, al
parecer ha perdido su rumbo, hecho que se revela dentro de la filosofía que se expone
alrededor de los emos. Entonces pienso que la literatura de Padura es una obra que busca
encontrar una nueva forma de revolución a través de la crítica, a través de mostrar las
formas complejas de la vida, es una obra que le hace un sentido homenaje a la historia y sus
personajes, aquellos que la misma historia se ha encargado de condenar y muchas veces se
ha encargado de olvidar por medio del discurso y la ideología. Es, por lo tanto, un
homenaje a la vida en sus formas simples, un homenaje al diario vivir de La Habana y sus
rincones, de sus calles, de su música, de sus gentes. Es un homenaje sentido a la esperanza
que todavía se reguarda por encontrar el camino perdido, por encontrar, sin tener la certeza
en dónde, un nuevo camino para descubrir al ser humano y su comunidad.
Finalmente, Padura y Conde, que para mí resultan ser el mismo personaje, son herejes con
relación a la realidad de la Revolución que ha devenido en constante degradación debido a
la manipulación en sus formas, a la rigidez de sus estructuras y la repetición de su discurso;
asimismo, son herejes frente a esa realidad devenida en corrupción, donde altos
funcionarios solo buscan un status económico y social al margen de su vocación social por
77 encontrar la igualdad. La realidad de la Revolución tal como la muestra Padura, resulta una
contradicción en sus formas, donde la búsqueda por la igualdad ha quedado relegada por la
ambición de quienes detentan y regulan las formas que tiene el poder social, político,
cultural, etc.; mientras que aquellos personajes del submundo cubano quedan sumidos en la
pobreza, en el crimen, en la violencia, en el rebusque por sobrevivir. De esta manera son
ambos herejes al tratar de revertir dicha realidad, por medio del oficio literario, por medio
de los bacanales de comida y alcohol, por medio de profesar el amor en todas sus formas,
por medio de la firme decisión de asumir su condición con dignidad y esperanza de que
algún día se retome el rumbo y el espíritu libertario que profesaba la Revolución en sus
inicios.
78 EPÍLOGO
Últimas consideraciones
Quisiera en este apartado establecer ciertos puntos sobre la novela que se analizó a lo largo
del trabajo, tratando de construir una visión mucho más global y total de la novela y no tan
fragmentada, como se hizo en el capítulo del análisis. De esta manera pienso que Herejes es
una novela en la que, si bien el principal tema es el de la libertad, tiene otra clases de
pequeños temas, de pequeñas situaciones, de personajes que pasé por alto y los iré
mencionado a medida que se vayan abordando las conclusiones a las que pretendo llegar.
Quisiera entonces decir sobre Herejes que es una novela acerca, básicamente, de la
contraposición o también la relación que existe entre el individuo y su entorno, entre el ser
humano y su sociedad donde, a través del tema de la libertad, se establece un conflicto
constante que se vio en los tres personajes: por un lado Daniel y el conflicto que tiene con
el judaísmo en cuanto al condicionamiento histórico y el trato que le ha concedido la
humanidad a esta religión, de la cual él mismo busca apartarse porque considera que ser
judío en sí es una condena; por otro, Elías y su conflicto en cuanto a que ser judío es un
impedimento para ejercer su libertad, representada en el arte, en su deseo de pintar;
finalmente, la cubana Judith y el conflicto que tienen ella y su comunidad con las leyes
establecidas, con la autoridad, con el legado histórico de la Revolución, con las formas
desgastadas del discurso, con la búsqueda de la libertad por medio de un descubrimiento
personal y de un encuentro del ser humano dentro de una comunidad que son los emo.
De acuerdo con lo anterior, considero que Herejes es una novela que plantea como dos
grandes temas macro el del individuo y la búsqueda por su libertad, pero también plantea
que existe una imposibilidad en dicha relación, es decir que la libertad dentro de esta novela
resulta, para cada uno de los personajes, una imposibilidad, una tragedia, una agonía en la
que la necesidad de sobrevivir dentro de estos espacios se convierte en el único medio
según el cual pueden estar en el mundo. Para los tres personajes la búsqueda implica
romper esquemas que muchas veces terminan en una nada, en el exilio, en la soledad, en la
muerte.
79 Como se evidenció, un personaje como Daniel vive constantemente con la duda acerca de
si continuar o no con una condición determinada, hecho que implica un conflicto constante
debido a que se da cuenta que las determinaciones históricas a las cuales han sido
sometidos los judíos, lo llevan a que siempre este sumido dentro de una sensación constante
de miedo. Se evidenció en un personaje como Elías que vive dentro de una dualidad
constante ya que ser judío para él implica no ser libre en cuanto a que esto le impide
expresar su libertad por medio de la pintura, ejerciendo así un rompimiento con su
comunidad como también un conflicto constante con su Dios. En Elías, por lo tanto, el
camino hacia la libertad termina por diluirse ante el miedo que siente él por ser marginado
tanto por su Dios como por su comunidad, hecho que culmina con su huida hacia Palestina
detrás de un Mesías que dice, supuestamente, que él es quien los llevará directo al camino
de la salvación. Por último, Judith encuentra que necesita, por medio de pertenecer a la
cultura emo, romper dos esquemas determinados: el de la Revolución y el de los emos
mismos, donde su camino por encontrar la libertad culmina con la muerte, con el suicidio
como una manifestación de la imposibilidad de ser libre.
Todo este análisis permitió entonces concluir de manera parcial acerca de una mínima parte
de la obra del escritor cubano, que esas preocupaciones sobre el individuo y la libertad,
sobre el colectivo mismo, son parte de todo un tejido narrativo que conduce hacia un
mismo camino: intentar narrar a través de la ficción la realidad de una nación en
decadencia, de un espacio que, por medio del humor, de la ternura muchas veces expresada
de sus personajes, de la rebeldía de otros tantos, de las situaciones en las que la tragedia son
el centro temático de la novela, también puede ser llevado y vivido diariamente con un
sentido de dignidad que a pesar de los sacrificios, de las mentiras, del desgaste ideológico,
de las determinaciones de la historia, del autoritarismo siempre cabrá en todo eso alguna
esperanza. Sin embargo, esa esperanza ni el camino verdadero es posible ahora porque se
necesitan décadas para construirlo, para corregirlo, para volver a esa senda un tanto más
humana, en donde el individuo pueda tomar las decisiones que quiera pero que también
tenga una conciencia de su entorno, del prójimo, de la amistad, del amor y de su tragedia,
en la que no se resigne a ella sino que se sacrifique, encuentre entonces su libertad.
80 Para terminar, este párrafo de Herejes es, para mí, un tanto la síntesis de la novela como
también el resumen de este trabajo:
Aquella historia a Conde le sonaba demasiado familiar y cercana. Y pensó que tal
vez, en sus búsquedas libertarias, en algún momento Judy Torres había estado más
próxima que mucha gente a una desoladora verdad: ya no hay nada en que creer, ni
mesías que seguir. Solo vale la pena militar en la tribu que tú mismo has elegido
libremente. Porque si cabe la posibilidad de que, de haber existido, incluso Dios
haya muerto, y la certeza de que tantos mesías hayan terminado convirtiéndose en
manipuladores, lo único que te queda, lo único que en realidad te pertenece, es tu
libertad de elección. Para vender un cuadro o donarlo a un museo. Para pertenecer o
dejar de pertenecer. Para creer o no creer. Incluso, para vivir o para morirte.”(513)
Finalmente, esta novela escrita por Leonardo Padura, en el lugar de siempre y dedicada a su
mujer, Lucía, la de siempre, en su barrio Mantilla, desde el año 2009 hasta el 2013, está
construida bajo una rigurosa investigación acerca de los judíos que vivieron en La Habana
durante esas primeras décadas del Siglo XX, acerca de la época de Rembrandt y
profundizando como también aprendiendo, acerca de la nueva generación de cubanos.
Siendo esta novela un homenaje, creo yo, a todos los que día a día luchan, viven y mueren
por alcanzar la libertad. También para los que quedan en la historia ya sea como
marginados, como héroes o condenados. Para herejes como él y como muchos, ya que
todos, en algún momento, hemos sido herejes.
Otras consideraciones
Debido a la falta de espacio para la realización de una tesis en el que se pueda hacer un
análisis total de una obra, creo que Herejes es la suma de muchas de las preocupaciones del
autor frente a las problemáticas que suscita su época tanto pasada como presente. Es por
esto que en estas otras consideraciones, quisiera hacer mención a algunas de las novelas
que hacen parte de la obra de Padura, como homenaje a su figura como escritor.
Leonardo Padura, debido al carácter de su obra y al auge de la misma, ha sido acusado por
muchos críticos y enemigos de quienes se atreven a decir la verdad sin contemplaciones, de
81 ser enemigo de la Revolución, de no haber sido totalmente agradecido con las bondades de
más de 50 años de la única Revolución socialista en América latina que aún sigue firme.
Sin embargo, no es del todo cierta esta crítica despiadada, ya que considero que Padura no
es un enemigo de la Revolución; todo lo contrario, es un hombre consciente plenamente de
las bondades desde muchos frentes que ha tenido para Cuba, pero también es consciente de
la degradación hacia donde ha sido dirigida dicha Revolución por aquellos que se han
dejado llevar por la más infame corrupción, por la más infame necesidad de sacar provecho
de su posición política, económica y social dentro de un país con unas diferencias entre sus
ciudadanos cada vez más abismales. Por lo tanto, la obra de Leonardo Padura es un
recorrido por las calles de La Habana, un recorrido narrativo por la vida cotidiana de sus
gentes, un entramado de ficción que muestra, sin el maniqueísmo ni las concesiones que
tienen otros para así obtener favores y reconocimiento, las carencias y las virtudes, la
complejidad misma de la vida y la realidad diaria de muchos cubanos de hoy. La obra de
Padura es el reconocimiento a su honestidad como escritor, a su compromiso con la
realidad más no con la ideología, con la burocracia o con algún círculo privilegiado de
escritores.
Asimismo, por medio de estas otras consideraciones,
quisiera hacer una invitación
especial al lector que tenga la oportunidad de leer este análisis para que después de eso,
intente descubrir en la literatura de Padura una narración de nuestro presente como
habitantes de este continente americano colmado de tantos matices, de tantas situaciones
muchas veces verosímiles pero más que todo de inverosímiles. Que intente acercarse a la
literatura de Padura para descubrir un mundo en el que quizás nos veremos reflejados en
varios personajes debido a que Padura los construye para hablar de su país y de su época
pero también para hablarnos como latinoamericanos. Por lo tanto, si tiene la oportunidad
de conocer a un autor como Padura, no dude en leer a un autor tan fascinante, tan vital para
el presente. Le recomendaría, desde este epílogo, introducirse en él a partir de su gran
novela histórica, El hombre que amaba los perros, una novela construida y tejida desde tres
planos narrativos que muestran la vida de Trotski, de Ramón Mercader y de un habanero
común y, con cierta capacidad magistral, el mismo Padura va construyendo el espacio
82 narrativo y uniéndolo con sutileza, con genialidad, hasta hacer que los tres personajes
tengan un encuentro crucial para el desarrollo mismo de la novela.
Posteriormente, leer una novela como La novela de mi vida, permitiría entender por qué el
tema de la libertad, el tema del individuo y de su colectividad son temáticas cruciales para
entender la literatura de este autor cubano. Es también una novela construida desde
distintos planos narrativos donde el eje central es el poeta Heredia y su época y, por otro, la
investigación que emprende un exiliado cubano un siglo después de esa novela perdida
escrita por el poeta, para de esta forma desentrañar las vicisitudes de una época, las
singularidades de un país inmerso en un proceso libertario y al mismo tiempo condena a
quienes construyen su vida a partir de la bandera de la libertad como condición vital para el
ser humano. Finalmente, no dude en acercarse a la saga policiaca, donde, como he
mencionado, el protagonista es el gran Mario Conde, un habanero que es todos los
habaneros, un hombre que puede llegar a ser todos los hombres.
83 Bibliografía.
Arendt, Hannah. La condición humana. Barcelona: Paidós, 1992. Balibar, Etienne. «Política Común.» 1994. Hosted by Michigan Publishing. Volúmen 6, 2014. Marzo de 2015. <http://quod.lib.umich.edu/p/pc/12322227.0006.004?view=text;rgn=main>. Benítez Rojo, Antonio. La isla que se repite. Hanover: Ediciones del norte, 1996. Berlin, Isaiah. Cuatro ensayos sobre la libertad. Madrid: Alianza, 1993. Bobbio, Norberto. Liberalismo y democracia. México D.F.: Fondo de cultura económica, 1993. Constant, Benjamin. Del espíritu de conquista. Madrid: Tecnos, 1988. Díaz, Duanel. Palabras del transfondo. Intelectuales en la Revolución Cubana. Madrid: Editorial Colibrí, 2009. Kant, Immanuel. ¿Qué es la ilustración? Madrid: Alianza editorial , 2006. Kirk, John. La cultura y la revolución cubana. Conversaciones en La Habana. La Habana: Plaza Mayor, 2002. Padura, Leonardo. Herejes. Buenos Aires: Tusquets, 2013. —. Un hombre en una isla. Santa Clara: Edciones sed de belleza, 2012. Rojas, Rafael. Tumbas sin sosiego. Revolución, disidencia y exilio del intelectual cubano. Barcelona: Anagrama, 2006. Silva, Renán. Padura en cuatro actos. Bogotá, 2014. 84 
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