El Lazarillo: hacia una problematización del género picaresco

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El Lazarillo: hacia una problematización del género picaresco.
Juan Manuel Cabado
CONICET /UBA
Resumen: el origen de la picaresca, y por qué no de la novela moderna, está asociado a la utilización y a la
subversión de los géneros tradicionales, a partir de una compleja articulación estructural y episódica, proyectando un
análisis sociológico integral y trabajando en múltiples niveles de significación en cada uno de los elementos estructurales
del relato. La especificidad literaria puede pensarse entonces, como un proceso complejo y multidisciplinario que no
pierde de vista en el tratamiento de los diversos planos de análisis, su objetivo central: el de ser una obra de arte que
apunte al goce estético.
Palabras clave: Lazarillo – picaresca – realismo – sociedad – pobreza.
Que el autor anónimo eligiera como personaje central a un actor social omnipresente y conflictivo no fue
casual. El pícaro-mendigo evidenciaba la falta de misericordia y la hipocresía de las clases altas mostrando, a
su vez, el grado de descomposición social de las clases bajas, donde un niño de esas características debía
criarse reproduciendo el modelo social de mendicidad. El Lazarillo es un texto fundante, no solamente por su
verosimilitud. Ésta se pone al servicio de una crítica sistemática de los estamentos sociales de la época,
poniendo los recursos ficcionales en función de una desautomatización perceptiva que permita reconocer los
problemas cardinales de una sociedad en crisis.
En la obra se evidencia el trueque de todas las relaciones humanas en relaciones monetarias. Alimentarse,
en el ámbito urbano, implica poseer dinero y, faltando éste, se genera una necesidad fisiológica imperante: el
hambre. Ésta impulsa al personaje a buscar su sustento y para ello agudizar su ingenio y recurrir a la traza.
Como sostiene Agnes Heller (1996:57 y ss.), existen necesidades alienadas (determinadas históricamente,
p.ej. honra, lujo) y el límite existencial para la satisfacción de las necesidades (lo que vulgarmente se
denomina necesidad natural o fisiológica). El Lazarillo pareciera ser uno los primeros textos que logra
“diagnosticar” la incidencia de estas necesidades no radicales y problematizarlas a través de una narración
verosímil. Cuando el dinero se introduce como único mediador de las relaciones sociales, y las “necesidades
naturales” no pueden ser saciadas instintivamente, se hace indispensable una adaptación al medio de
circulación monetario que permita al ser humano calmar primero el hambre y luego las necesidades creadas
por el hombre. El escudero ejemplifica a quien coloca las necesidades alienadas sobre las instintivas,
prefiriendo el hambre y la sed antes que perder la honra.
La sentencia de la crítica acerca de que la literatura debe permitir el reconocimiento de lo habitual
automatizado, funciona a la perfección dentro de esta primera argucia realista: “Yo por bien tengo que cosas
tan señaladas, y por ventura nunca oídas ni vistas” (3).1 Lo que ha de relatarse es de público conocimiento,
sin embargo el grueso de la sociedad pareciera no reconocer esa realidad en la que está inmersa.
El texto, en su corporeidad, se presenta igual que aquello a lo que se dirige el foco de sus críticas: la
caridad. El prólogo nos plantea: “los gustos no son todos uno, mas lo que uno no come otro se pierde por ello,
y así vemos cosas tenidas en poco de algunos que de otros no lo son” (4). Se desprende un sistema de
“rebalse” tanto de la riqueza acumulada como de la densidad significativa. En ambos casos se paliará la
situación de aquellos que no disponen de recursos, tanto materiales como de competencias lectoras.
Desde el primer episodio percibimos uno de los tópicos críticos que instala la literatura picaresca: el dinero
compra todo, incluso los prejuicios y condiciona las relaciones sociales. A partir del reconocimiento de las
injusticas que recaen sobre su entorno Lázaro reflexiona: “No nos maravillemos de un clérigo ni fraile porque
el uno hurta de los pobres y el otro de casa para sus devotas y para ayuda e otro tanto” (19). Aquí el problema
del reconocimiento se asocia a las diferencias que hace la justicia social y legal para con los distintos estratos
1
Anónimo (1998), El Lazarillo de Tormes, ed. F. Rico, Cátedra, Madrid. En adelante se cita la página según la presente edición y la
Introducción con asterisco como figura en la misma.
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sociales. Apreciándose dos tópicos que también serán importantes en el desarrollo del género: la crítica al
sistema judicial y la configuración de la estructura narrativo-descriptiva en función de una profunda crítica de
los diversos estratos sociales en crisis. Lo central estaría en la autorreflexión y la autocrítica, patentes en las
últimas palabras de la madre: “Válete por ti” (22), cuyo doble sentido comporta que Lázaro consiga sustento
por sus propios medios y que su “valor” lo consiga por sí mismo y no por la apariencia que el dinero brinda
como sostiene Marx en sus Manuscritos (2004: 181).
El valor que adquirirá Lázaro a partir de este episodio se relacionará con sus posibilidades de capitalizar la
experiencia a partir del aprendizaje. Las diversas trazas que realizará implican poder aprehender la situación y
a partir de ella generar una solución a una dificultad específica. Si bien la anécdota del toro se suele aplicar al
renacer de Lázaro, no hay que olvidar que se intenta, también, iniciar al lector. El relato se abre con una
advertencia sobre la ingenua credulidad sugiriendo una atención crítica para quien se adentre en la “realidad”
textual.
La exacerbación del individualismo es ostensible a lo largo de la obra. El “solo soy” que reconoce Lázaro
desde el inicio del relato no es meramente una percepción particular, sino que se recorta contra una sociedad
que ha anulado por completo el sentido caritativo. Si se lanza a un niño a los límites de su supervivencia
física, difícilmente su futuro pueda ser prometedor. Implícitamente surge la pregunta: ¿qué le hubiera
sucedido a un niño sin la astucia de Lázaro? Él mismo lo contesta: “si con mi sotileza y buenas mañas no me
supiera remediar, muchas veces me finara de hambre” (27). Si las trazas de Lázaro sorprenden por su
agudeza, detrás de la broma subsiste la terrible realidad de los que no pudieron ser tan astutos.
En relación con la jerarquía social, se destaca que es mayor el valor de quien ha conseguido determinada
posición con esfuerzo y trabajo. Se intenta, así, desarticular una cultura del ocio, propia del período. Las
diferencias sociales y sus problemáticas inherentes manifiestan su persistencia en el tiempo a partir de la
construcción genealógica mostrando el carácter repetitivo y estructural de las mismas. La primera traza que
nos describe el protagonista es la de “sangrar el avariento fardel”. Al igual que su padre y su padrastro,
sobrevive de lo que puede robar a los que acaparan.
El ardid de Lázaro de cambiar blanca por media blanca es una crítica del sistema de especulación
financiera a través de una representación episódica. El desplazamiento metafórico que convierte al cuerpo de
Cristo en dinero (Lázaro lleva la blanca en la boca como si fuera una hostia) se dará como un tópico
recurrente en el Lazarillo, señalando la hipocresía de una sociedad que se dice cristiana rindiendo culto, en
realidad, al capital.
También, debido a la especulación y a la avaricia, el sentido primitivo del rezo se pierde convirtiéndose en
un “producto” vacío que entra en el mercado de la oferta y la demando en donde se baja la calidad para
obtener la misma ganancia sin duplicar el trabajo –El ciego “abreviaba el rezar” – (30). Además, el bajo precio
también se da por la necesidad de la competencia entre pares que ofrecen lo mismo denotando la
multiplicación de la mendicidad profesionalizada. El aumento de los mendigos –metáfora de todos los que
“sangran” el costal, es decir, de todos los estratos improductivos– tiene como consecuencia el detrimento
cultural, social y religioso de la sociedad en su conjunto.
El episodio del vino –sangre de Cristo–, en donde Lázaro es castigado severamente, seguiría una
estructura similar en donde la ostentación entre iguales genera la codicia e instaura uno de los tópicos
picarescos: la venganza. Asimismo, surge una crítica al sistema punitivo. Foucault (2001: 16) sostenía que
uno de los motivos que terminó con los castigos públicos tenía que ver con la reversibilidad del hecho que
igualaba a la justicia con su víctima. Lázaro reflexiona en este sentido: “Desde aquella ora quise mal al mal
ciego, y, aunque me quería y regalaba y me curaba, bien vi que se había holgado del cruel castigo” (33).
Repárese en que “el bueno del ciego” luego de castigar y regocijarse en la punición pasa a ser el “mal ciego”.
A partir de ese instante, Lázaro solo piensa en la venganza. Si trazamos una analogía entre el ciego y la
sociedad ciega que éste representaría, podemos entrever que la España que todo lo quita y que luego se
huelga en el castigo de quien un poco le ha robado, solo recibirá por parte de los despojados una reacción
violenta.
El episodio de las uvas se podría entroncar perfectamente con la crítica al sistema judicial esbozado en la
primera parte. Si “la ley” es tomar del racimo una uva por vez y el mismo que enuncia el código lo quiebra,
poco puede esperarse de quienes deben educarse en el ejemplo. Ya no es la racionalidad jurídica la que
prima, sino el instinto. El episodio del nabo por la longaniza refuerza este sentido. Una persona necesitada
hasta el punto de amenazar la supervivencia física, ante la ostentación de lo que no puede disfrutar y fuera de
la mirada inquisidora de la justicia –ciega– no piensa más que en satisfacer su apetito. Por ende, una
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sociedad que multiplique las personas necesitadas, las castigue injustamente y ostente frente a ellas lo que
les quita, no tiene más remedio que soportar el crimen y el robo.
Lázaro utiliza dos términos para referirse a la traza de cambiar nabo por longaniza: “Yo torné a jurar y
perjurar que estaba libre de aquel trueco y cambio” (39). Nuevamente, la obra se refiere a la especulación
como una transacción de pérdida. Si pensamos en la prohibición de las Cortes de cambiar las Letras solo por
su valor real, puede colegirse que el cambio generaba pérdida ya que la enorme inflación de los precios
trocaría la longaniza en nabo podrido. Finalmente, cuando uno quiere volver a tomar su dinero –como el ciego
la longaniza de las entrañas del pícaro–, este se ha convertido en desperdicio: vómito. Además, siguiendo con
la analogía, Lázaro-estafador se lamenta por no haberle comido la nariz al ciego, es decir, por no terminar con
el organismo encargado de fiscalizar.
El ciego, gran contador de historias, puede con ellas manejar los prejuicios: “Era la risa de todos tan
grande, que toda la gente que por la calle pasaba entraba a ver la fiesta; mas con tanta gracia y donaire
recontaba el ciego mis hazañas, que, aunque yo estaba tan maltratado y llorando, me parecía que hacía sin
justicia en no se las reír” (49). Este fragmento evidencia una clave interpretativa también esbozada al final del
episodio con el clérigo avaro: “Ahí tornaron de nuevo a contar mis cuitas y a reírlas” (70). Muchas historias,
que son cómicas en su superficie, esconden la atrocidad y el dolor físico de quien las sufre, convirtiendo algo
terrible, en una fiesta. Notablemente, el concepto de “pícaro” en nuestra lengua también ha borrado el aspecto
trágico. El final de estos episodios pareciera sugerirnos que quién pueda entrever lo trágico en lo cómico,
podrá reconocer los problemas sociales bajo la falsa apariencia de la negativización de ciertas figuras
desplazadas socialmente.
Al final del incidente se muestra cómo la excusa del ciego a su maltrato se funda precisamente en la
diferencia que generó el delito: “más vino me gasta en lavatorios al cabo del año, que yo bebo en dos” (43).
Profundicemos el análisis: el vino que uno toma y el otro no, la ostentación, genera el robo. Luego del mismo,
quien ostenta castiga, se lamenta y justifica esa punición a partir de la pérdida, fruto de su propia injusticia.
En el tratado segundo, la frase que introduce el pasaje con el clérigo implica un proceso inverso a la
particularización que veníamos analizando: “toda la lacería del mundo estaba encerrada en éste: no sé si de
su cosecha era o lo había anejado con el hábito de clerecía” (47). Este ir y venir, del episodio concreto a la
generalización y viceversa, es una de las características fundamentales de la picaresca y permite el
conocimiento a través de la fijación por el ejemplo. Además, hace patente que lo que se critica en el individuo
perteneciente a un grupo, vale en su proyección a todo el conjunto.
Normalmente se asocia la avaricia y el arca al que acumula dinero, sin embargo, el arcaz al que se refiere
el Lazarillo está lleno de pan. La generalización puede proyectarse a una sociedad que transfería gran parte
de sus recursos a una Iglesia acaparadora; pero al mismo tiempo, a una sociedad tan pobre que cree
acumular riquezas cuando apenas junta lo indispensable para su supervivencia. Otra interpretación posible es
la que se relaciona con ”el cuerpo de Cristo”. La última cena, en donde el pan simboliza compartir en igualdad
de condiciones, se convierte en el signo contrario, el gesto del avaro que lo acumula aunque se lo coman las
ratas.
Los diferentes sucesos con el clérigo están enmarcados dentro de una frase que implica la falta de caridad
absoluta: “yo me finaba de hambre” (49). La ausencia de humanidad se evidencia desde el principio, una
carencia extrema que se opone a la ostentación del otro: “Toma, come, triunfa, que para ti es el mundo. Mejor
vida tienes que el Papa” (50). La frase no solo es perversa con respecto a la situación particular de Lázaro;
sino que deja implícito que el que mejor vida tiene en cuanto al derroche material, es el Sumo Pontífice.
La institución eclesiástica sería paradójicamente, la que mayor solicitud tiene en conseguir dinero. En la
ceremonia religiosa, el cura solo tiene su atención puesta en la recaudación y el lugar destinado a la
Consagración pasa a ser el depósito de lo recaudado en misa. Vemos como las descripciones espaciales y
físicas se estructuran meticulosamente en función de la crítica social.
En contrapartida de la acumulación y el derroche material, la necesidad extrema lleva al protagonista a
desprenderse de los preceptos éticos convirtiéndolo en un enemigo del género humano: “Dios me perdone,
que jamás fui enemigo de la naturaleza humana sino entonces. Y esto era porque comíamos bien y me
hartaban. Deseaba y aun rogaba a Dios que cada día matase el suyo” (53). La carestía llevada al extremo de
la supervivencia no solo transforma la ética de Lázaro, sino que hiende sus garras en la base de cualquier tipo
de construcción social. El grado de descomposición es tal, que Lázaro persiste en su calvario por temor a uno
peor. La imposibilidad, no ya de vivir dignamente, sino siquiera de sobrevivir desempeñando un “servicio”,
evidencia que no hay manera de conseguir un empleo digno, y que en esa sensación se funda la explotación
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de los criados.
El pasaje se cierra con un tópico de la falta de autocrítica: “Y santiguándose de mí, como si yo estuviera
endemoniado, tórnase a meter en casa y cierra su puerta” (71). La inversión es clara, el verdadero pecador es
el que se santigua sin reconocer ni reconocerse. En un mundo de avaros, el peor mal es el atentado contra la
propiedad privada, el robo al que especula a costa del hambre de los otros.
Al llegar el pícaro a Toledo, el autor hace notar que en España no se quiere introducir al pobre dentro del
circuito productivo, sino dentro de la esclavitud improductiva del servicio. En el tratado tercero se invierte la
relación entre siervo y escudero ya que es el sirviente el que procura los víveres de su amo a través de la
limosna. Además, el escudero evidencia una desconexión con la praxis vital que lo convierte en inútil ante una
situación de extrema necesidad. Si Lázaro, ante los límites de la supervivencia persevera a partir de su
ingenio; el escudero, por estar atado al paradigma cultural de la honra que no se corresponde con su realidad
material, muere de hambre.
Lázaro puede tener aún en esta sociedad egoísta, un gesto caritativo. Si el sacerdote guardaba en un arca
externa y material su pan de forma avarienta, Lázaro guarda en el “arca de su seno” el pan que comparte con
su amo. Si el pícaro, en el primer tratado, aprende por imitación, luego de la estadía con el sacerdote aprende
por contraste. Sabe lo terrible que es pasar hambre y se compadece de quién la siente, ejerciendo así la
verdadera caridad según la simbología cristiana, ya que comparte justamente lo que tiene.
Al igual que el clérigo, el “Ayuntamiento” promulga una ley que implica la imposibilidad de supervivencia de
Lázaro y su amo: “tanto que nos acaeció estar dos o tres días sin comer bocado” (93). La anécdota deja
entrever cómo las leyes no están destinadas al mejoramiento de las condiciones de vida de los pobres ya que
prohibir la mendicidad provoca que a la falta de caridad se agregue la crueldad y perversidad del castigo físico
directo (azotes) o indirecto (hambre). Al igual que en el episodio del clérigo, la punición se suma a la inanición.
Finalmente son las hilanderas las que terminarán salvando a Lázaro. En este tratado, aparecen los únicos
dos actos de caridad asociados a lo más bajo según los conceptos culturales de la época: un mendigo
profesional, y mujeres que ejercen el trabajo manual y la prostitución. La caridad, parece expresarnos el
movimiento general de la obra, no es propia de las clases privilegiadas sino que puede encontrarse, incluso
con más facilidad, en la gente de clase social más baja.
El sexto amo es un buldero profesional. Lázaro siempre se refiere a las actividades de los eclesiásticos
como negocios y, así, la escena del engaño en la iglesia no muestra solo una burla, sino también la ignorancia
colectiva ante la manipulación ideológica que llega al extremo de generar el llanto en el auditorio. El miedo y la
ignorancia son los puntos débiles del pueblo del que se obtienen beneficios monetarios. El negocio equipara
lo sagrado con lo vil. Negocio de quien recauda, pero negocio también de quién cree obtener la salvación
divina propia y de sus allegados por unas pocas monedas.
En la sociedad de Lázaro solo sobrevive el burlador a costa de los burlados, por ende, la única moral que
se aprende es la del ingenio puesto al servicio de la estafa –avalada por el Rey y por el Sumo Pontífice–. Es
por eso que en este pasaje, para Lázaro el peor pecado es la ignorancia, dejarse engañar.
En el tratado sexto, el pícaro ingresa en el trabajo por consignación bajo el mando de un capellánmercader. La explotación que sufre Lázaro era extrema: “Fueme tan bien en el oficio, que al cabo de cuatro
años que lo usé, con poner en la ganancia buen recaudo, ahorré para vestir muy honradamente de la ropa
vieja” (127). A pesar de la esclavitud sistemática y alienante, Lázaro reconoce en el trabajo con retribución
monetaria, el primer escalón del ascenso social. En una sociedad materialista, lo único que permite elevar la
condición es acumular dinero y cubrirse de una fachada que permita acceder a otros ámbitos.
Finalmente, Lázaro obtiene por sus “contactos” –no por sus capacidades– un oficio real, única forma de
asegurarse una estabilidad económica y social. El oficio no es aleatorio, lo que se vende en el mercado es la
sangre de Cristo. El pícaro ha cumplido con la profecía del ciego de salvarse por el vino lo cual tiene una
importancia considerable ya que evidencia que el autor tensiona el relato hacia el final recuperando el indicio,
brindándonos una pauta importante de su trabazón estructural.
El arcipreste, que “sirve” a la instancia superior a la que se dirige Lázaro, infringe la ley al propiciar un
matrimonio que encubre su paternidad y negocia con el vino. Por ende, la historia referida no es solamente la
defensa de un caso –como sostiene Rico (1998: 121*)– sino también un chantaje encubierto: “el señor
arcipreste de Sant Salvador, mi señor, y servidor y amigo de Vuestra Merced, porque le pregonaba sus vinos,
procuró casarme con una criada suya” (130) [El subrayado es nuestro]. Lázaro refiere muy sutilmente la
relación de amistad entre sus superiores y sugiere cómo la confesión de lo sucedido pondría a ambos en
problemas.
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Este juego sintáctico de doble interpretación abre la posibilidad de complicidad hipócrita de una autoridad
eclesiástica, o estatal de alto rango, que pide explicaciones por temor a ver comprometido su buen nombre.
Así, se cierra el círculo de hipocresías con que se abría la obra. Lo falso se recubre del barniz legal de la
carta-documento y la verdad, paradójicamente, surge a partir del rumor y la maledicencia.
Ante la evidenciación del concubinato entre el arcipreste y la mujer de Lázaro, éste lo inquiere y el
eclesiástico le contesta amenazante: “Lázaro de Tormes, quien ha de mirar a dichos de malas lenguas nunca
medrará” (132). Parece aclararle que su estabilidad económica y social depende de la hipocresía. La
prostitución cierra el círculo con que se había abierto la obra. El final es intensamente irónico. Si se tiene en
cuenta la frase que le otorga circularidad al relato (“se arrimó a los buenos” → “acercarse a los buenos”), nos
damos cuenta de que los destinos de Lázaro y su madre son paralelos: para evitar la necesidad fisiológica y
medrar en la sociedad de la época son necesarios la hipocresía, la prostitución, la apariencia y el afán de
lucro.
A partir del presente análisis intentamos mostrar una serie de procedimientos crítico-formales que
podrían servir para repensar el género y, por qué no, el realismo:
• El barniz genérico como carta-documento, deja entrever la hipocresía y la falta de coherencia
entre lo público y lo privado: la mentira se reviste de carácter legal y el rumor evidencia la verdad.
• El humor, además de la clara funcionalidad del delectare et prodesse, es puesto en función de la
deconstrucción genérica: los episodios cómicos son a su vez los más trágicos ya que evidencian la
falta total de humanidad. El pícaro subsiste a partir de la traza pero se sugiere implícitamente la terrible
realidad de los que no han alcanzado tal nivel de ingenio
• El diagnóstico de una sociedad que se ha transformado en un medio hipócrita de circulación
monetaria y que ha trocado todas las relaciones humanas en relaciones mercantiles y al que hay que
adaptarse para sobrevivir; donde el dinero exacerba su carácter de fetiche, ya que los personajes
rondan en torno a él como si fuera el único Dios. La idea se reitera a partir de las relaciones entre los
personajes, las descripciones contextuales, de objetos y de una compleja simbología de
desplazamiento (cuerpo y sangre de Cristo → dinero; religión y justicia → negocio)
• La materia textual se presenta a sí misma igual que la problemática central del texto: la caridad.
Significación y circulación monetaria se evidencian como un “resto” que debe ser distribuido entre los
que experimentan una falta –monetaria o de comprensión.
• La construcción de la genealogía del personaje se pone en función de una crítica social que
evidencia la persistencia generacional de los problemas planteados. Se promueve una crítica de la
cultura del ocio y el desprecio por las actividades manufactureras a partir de la subversión de la
estratificación medieval, mostrando como el dinero compra posiciones de clase}
• El trabajo en diferentes niveles de significación: lectores que operan a partir de la multiplicidad
significativa y lectores que no pueden apartarse de una lectura mimética. Ambos niveles son puestos
en función de un reconocimiento de lo habitual automatizado.
• La recuperación de indicios y la circularidad de la obra permiten entrever un proyecto estructural
complejo que supone el manejo de los diversos elementos del relato en función de un plan
determinado; donde la descripción de contextos espaciales de lo material no son casuales ni aspiran a
un halo costumbrista, sino que están descriptos en función de una crítica política, económica y
estética.
• A través de un ir y venir, de la generalización a lo particular, de lo implícito a la concreción plástica
y simbólica, se marca un recorrido crítico-didáctico.
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• Los personajes son metáfora de los grupos sociales a los que representan y de sus
confrontaciones interpersonales pueden deducirse también confrontaciones sociales.
• A partir de la construcción episódica se trabaja en múltiples estratos significativos criticando los
diversos sistemas de relaciones sociales: sistema financiero, de intercambio, religioso, punitivo, de
relaciones interpersonales, de costumbres, etc. Por ende, puede inferirse que la obra apunta a un
proyecto integral de crítica y evidenciación de la realidad social.
Si revisamos la utilización de los procedimientos aquí descriptos podremos tener nuevas bases para la
discusión sobre el género y la instauración del realismo en la literatura española. Habría que ir más allá de la
simple verosimilitud o de la multiplicidad genérica y pensar que el origen de la picaresca, y por qué no de la
novela moderna, está asociado a la utilización y a la subversión de los géneros tradicionales, a partir de una
compleja articulación estructural y episódica, proyectando un análisis sociológico integral y trabajando en
múltiples niveles de significación en cada uno de los elementos estructurales del relato. La especificidad
literaria puede pensarse entonces, como un proceso complejo y multidisciplinario que no pierde de vista en el
tratamiento de los diversos planos de análisis, su objetivo central: el de ser una obra de arte que apunte al
goce estético.
Bibliografía
Anónimo (1998), El Lazarillo de Tormes, ed. F. Rico, Cátedra, Madrid.
Foucault, Michel (2001), Vigilar y Castigar, Nueva Visión, Buenos Aires.
Heller, Agnes (1996), Una revisión de la teoría de las necesidades, Paidós, Barcelona.
Marx, Karl (2004) Manuscritos Económico-filosóficos de 1844, traducción de Miguel Vedda Fernanda Aren y Silvina
Rotenberg, Colihue Clásica, Buenos Aires.
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