ZAQUEO, quiero entrar en tu casa C uando Jesús llegó a aquel lugar, levantó los ojos y le dijo: –Zaqueo, baja enseguida, porque hoy tengo que alojarme en tu casa. Él bajó a toda prisa y lo recibió muy contento. Al ver esto, todos murmuraban y decían: –Se ha alojado en casa de un pecador. Pero Zaqueo se puso en pie ante el Señor y le dijo: –Señor, la mitad de mis bienes se la doy a los pobres, y si engañé a alguno, le devolveré cuatro veces más. Jesús le dijo: –Hoy ha llegado la salvación a esta casa, pues también éste es hijo de Abrahán. Pues el Hijo del hombre ha venido a buscar y salvar lo que estaba perdido. Tú sabes, como muchos otros, que Jesús está cerca. También tú estás tratando de poner algún medio para verlo. Pero es Jesús quien quiere encontrarse contigo, y llegar hasta tu casa. Zaqueo lo había olvidado y su casa se había vuelto un lugar de acumulación. Pero cuando Jesús entra en ella, todas aquellas seguridades en las que él se refugiaba se hacen de pronto innecesarias y salen por la ventana. Zaqueo ha sido seducido por alguien que le da poca importancia a tener o no un lugar donde reclinar la cabeza (Lc. 9,60). ¿Comprendes por qué quiero entrar hoy a tu casa? ¿Mi casa? ¿Por qué a mi casa? En la casa se vive la experiencia de estar al abrigo y guardado por una protección envolvente; de estar centrado y a salvo de la hostilidad de fuera. Nos da estabilidad y permanencia. “Hasta el gorrión ha encontrado una casa y la golondrina un nido donde poner a sus polluelos” (Sal. 84,4). Es el lugar de la comida en común en torno a la mesa, de la armonía familiar, de la intimidad gozosa. Desde ese centro íntimo y sagrado, que nos rehace y nos integra, nace la canción que agradece la bendición de Dios, su acción tranquila que nos vincula a Él en la sencillez de lo cotidiano. En las puertas de nuestra casa tiene que estar grabado el recuerdo de que es Él quien nos reúne bajo sus alas (Mt. 23,27) y quien nos cobija y nos cuida como a la niña de sus ojos (Dt. 32,10). Sin ese recuerdo la gracia que Dios nos ofrece se deteriora y agrieta, cedemos a la tentación de cerrar las puertas. Olvidamos que si disponemos de seguridad, de calor, de techo y de hogar… es para que cuando el extraño y el perdido llamen a nuestra puerta al anochecer, puedan encontrar un plato más en la mesa y alguien que comparte con él el pan y el sosiego que nos habita. Segundo trimestre, 2015 Amor y Vida Higuera de Zaqueo, en Jericó. 11