Al rescate de los molinos de agua en Chile. El papel del turismo

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VI Congreso Latinoamericano de Investigación Turística
Neuquén, 25, 26 y 27 de Septiembre de 2014
AL RESCATE DE LOS MOLINOS DE AGUA EN CHILE.
El papel del turismo patrimonial en favor de su salvaguardia1
Dr. Antonio Sahady, Instituto de Historia y Patrimonio. Universidad de Chile.
[email protected].
Mg. José Bravo. Instituto de Historia y Patrimonio. Universidad de Chile.
[email protected]
Mg. Carolina Quilodrán. Instituto de Historia y Patrimonio. Universidad de Chile.
[email protected]
Dr. Pablo Szmulewicz. Instituto de Turismo, Universidad Austral de Chile.
[email protected]
1. Introducción
Desde el origen de los tiempos el agua ha sido, para la humanidad, fuente de vida y de
subsistencia. El agua permite satisfacer las necesidades primarias y se constituye en el
soporte de todo tipo de actividades económicas, recreativas y paisajísticas. El hombre ha ido
en su busca, procurando dominarla para su beneficio. (Hernández, 2002)
La distribución del recurso hídrico, en términos espaciales y temporales, resulta ser, casi
siempre, irregular e incierta. Muchas veces depende de factores imponderables. Los
pueblos pueden asentarse y prosperar si y sólo si disponen, en cantidad y calidad, de este
preciado recurso (Prats, 1998). Bien aprovechadas, las fuentes hídricas -sean superficiales
o subterráneas-, pueden transformar un paisaje, haciendo feraces los suelos áridos,
derrotando sequías, estimulando la agricultura extensiva e intensiva. (Peñalver, 2002).
Las bondades del agua en medio del paisaje cubren un espectro amplio: confiere magia al
lugar, regala paz y sosiego, prodiga vida a la vegetación. Casi siempre se hace necesaria la
intervención humana para optimizar los efectos benéficos del agua. Es entonces cuando
nacen artefactos y sistemas que procuran potenciar las propias energías naturales.
Aun cuando la naturaleza impone sus términos, el ser humano es capaz, en cierta medida,
de regular y modificar el régimen hidrológico natural del entorno: acumula agua en algunos
momentos y en ciertos lugares de abundancia para transportarla después adonde haga falta
y cuando haga falta. Tiene la capacidad, asimismo, de construir obras cuyo destino es
extraer, distribuir o almacenar agua. (Nácher, 1997)
Una prolija revisión de esas creaciones humanas, por lo general de construcción sencilla y
funcionamiento básico, demuestra que existe un amplio repertorio de objetos y sistemas
hidráulicos que son la precisa respuesta a las dificultades que propone el escenario
geográfico (Peñalver, 1998). En muchos casos, la solución lógica y funcional incorpora,
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Esta ponencia es resultado del Proyecto FAU. “Molinos de Agua en Chiloé: una expresión vernácula de patrimonio hidráulico
en aras de una economía rural sustentable”. N° 1A / 12010801-9102007. Facultad de Arquitectura y Urbanismo. Universidad
de Chile. 2013–2014
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además, una cuota de belleza formal. Se explica, entonces, que algunos de los artilugios -o
el sistema completo- se inscriban en el ámbito del patrimonio (patrimonio hidráulico, en este
caso).
Un espléndido ejemplo de creatividad técnica y formal son los molinos de agua, muchos de
ellos todavía en funcionamiento en ciertos sectores rurales de Chile. Sus bondades
desbordan el ámbito puramente funcional -responden eficazmente a la hora de ser llamados
a la molienda- para incorporarse al selecto grupo de bienes que merecen un sitial de
privilegio en la nómina oficialmente registrada por los especialistas. No debe sorprender, por
ende, que se les integre a ciertos itinerarios de interés turístico, por cuanto son capaces de
producir, por sí mismos, un espectáculo propio.
Existen localidades que son más pródigas en este tipo de manifestaciones de la artesanía
campesina. A modo de ejemplo, se pondrá atención en exponentes de cuatro sectores
rurales de fuerte identidad: Pañul, Carahue, Frutillar y Chiloé. No se desconoce que el
escenario natural juega un papel poderoso en la atracción de los visitantes. Pero, no es
menos cierto que estos artilugios contribuyen a enriquecer el territorio en el que se enclavan,
abriendo nuevas opciones de rutas y renovadas formas de turismo.
2. Objetivos
1. Describir y analizar las características de los casos de estudio en las cuatro localidades
en que se encuentran molinos de agua en Chile, atendiendo a su diseño, su estructura y
su función.
2. Explicar los tipos de turismo patrimonial susceptibles de acoger los Molinos de Agua,
teniendo en cuenta, además de sus evidentes atributos materiales, aquellos que
alcanzan la esfera de lo intangible.
3. Identificar y evaluar las formas de gestión turística, basadas en aquellos elementos
territoriales y arquitectónicos que componen el paisaje cultural en que se insertan los
Molinos de Agua estudiados.
3. Metodología y alcances conceptuales
Dentro del amplio espectro de matices en que se diversifica la metodología de la
investigación, el presente trabajo se aproxima a la vertiente exploratoria, si se toma en
cuenta que la primera tarea consiste en visitar y registrar algunos bienes escasamente
conocidos por su difícil localización geográfica o por el desconocimiento de sus virtudes
(Ballart & Tresseras 2001). A partir de ese registro se elabora un catastro que luego se
procesa conforme avanza el estudio.
Confirmadas las localidades a examinar -consiguientemente los molinos de agua que las
representan- el análisis procura encontrar los puntos de convergencia y, también, aquellos
que apuntan a las diferencias. Se trata, en definitiva, de precisar las cualidades específicas
de cada uno de los ejemplos elegidos.
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Aunque hay referencias dispersas sobre los molinos de agua en Chile, la investigación
permite abordar el patrimonio hidráulico desde las diversas vertientes disciplinarias que
sugiere su multidimensionalidad: la geografía cultural, la arquitectura, la historia, el turismo,
entre otras.
El adecuado manejo del agua como preciado recurso natural instaura una estrecha forma de
relación entre los actores comunitarios que dependen de la acción benéfica del recurso
hídrico, expresado en los molinos.
Pero, más allá de los molinos de agua, cuyo valor intrínseco se hace manifiesto, es justo
hacer notar el peso del imponente paisaje que enmarca estas piezas de valor. Habiendo
rasgos comunes, no es difícil advertir algunas diferencias entre los escenarios escogidos:
Pañul, en la Región de O’Higgins; Frutillar, en la zona continental de la Región de Los
Lagos; y, por último, Chiloé, en la misma Región de Los Lagos, en su territorio insular.
El carácter propio de cada uno de los paisajes mencionados propone, dadas sus
características, una determinada modalidad de turismo, en las que inciden, ineludiblemente,
los indicadores sociales y económicos.
Al margen del nivel de reconocimiento que han logrado, los molinos de agua se han
convertido en importantes agentes de subsistencia en ciertas localidades, tanto en su
expresión rural como turística. Pero también se manifiestan en la dimensión inmaterial: no
sólo han llegado a ser parte importante de la economía campesina, sino también, de la
tradición local, de su historia y, lo que es más importante, de su identidad.
En Chile, los molinos de agua son un recurso patrimonial más bien escaso y, por lo mismo,
de extremo cuidado. Como toda obra artesanal que se precie, obedece a una técnica
privativa de pocos hombres que, por lo demás, tienden a extinguirse como sus propias
creaciones.
Uno de los peligros que acecha esta forma de patrimonio es la inevitable industrialización,
que a menudo viene aparejada con la pérdida de las piezas artesanales instauradas por la
tradición para ser reemplazadas por otras que ofrece la industria, a veces más eficaces,
pero casi siempre a costa de agredir el ambiente y desdeñar los recursos naturales.
Tan difícil como la adecuada restauración de los molinos de agua en proceso de
degradación es la etapa que habrá de sucederle: el plan de manejo y el programa turístico.
4. Antecedentes
Una de las actividades más primitivas que ha desarrollado el hombre para su alimentación
ha sido la molienda. Las piedras fueron los primeros artefactos que se usaron para triturar
cereales. Una muestra de ello han sido, en Chile, las llamadas piedras tacitas (por su
semejanza con la concavidad de una taza), que se reconocen como agujeros inconclusos
sobre afloraciones rocosas. (Guarda, 1988)
Cabe hacer notar que las piedras tacitas fueron utilizadas por pueblos originarios: entre
ellos, los incas y los picunches. Los estudios de las excavaciones arqueológicas
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demuestran que estas manifestaciones tienen una data aproximada de 10.000 años de
antigüedad. (Fig.1)
Actualmente, uno de los pocos lugares en que se puede encontrar piedras tacitas es en el
Cerro Blanco. En este caso, la superficie rocosa es parte de la falda del Cerro Blanco. A
diferencia de la mayoría de los ejemplos conocidos, que se cimientan sobre roca suelta o
simplemente adosada, en el Cerro Blanco se trata de roca viva y compacta (Rosales, 2010).
La llegada de los españoles al territorio chileno redundó automáticamente en abundancia de
cosechas y en el consecuente fomento de la industria de los molinos de granos. Hasta ese
momento la molienda de trigo era fruto del exclusivo trabajo de los indios, que exigía un
extremo esfuerzo de sus brazos para mover dos enormes piedras (Rosales, 2010).
Desde principios del siglo XVII, el gobernador Valdivia otorgó las primeras mercedes de
aguas urbanas, de riego, de heridos de molinos y de vertientes para favorecer sus
construcciones. Según refiere Thayer Ojeda, el primer molino, construido el 22 de agosto de
1548, perteneció al capitán Rodrigo de Araya, emplazándose en el extremo sur del cerro
Santa Lucia, que cae sobre la Alameda (Feliú Cruz, 1969). El segundo molino, cuyo dueño
era el señor Bartolomé Flores, se edificó en el sector norte del cerro Santa Lucía,
aprovechando las aguas del río Mapocho. Un tercer molino fue construido en 1552, y estuvo
a cargo del capitán Juan Dávalos Jofré, en terrenos de Valdivia, al pie del cerro San
Cristóbal. Y todavía hubo un cuarto molino, que perteneció a don Rodrigo de Quiroga, en el
barrio de la Chimba (Lavín, 1947).
A partir de entonces se fueron construyendo más molinos por parte de órdenes religiosas,
tales como el Molino de Santo Domingo y el Molino de San Agustín. Sucesivamente, hacia
el poniente, los de Chavarría y de María Flores, quienes vivían allí mismo, moliendo y
amasando (Lavín, 1947).
En 1805 Francisco Herrera solicitó licencia para utilizar las aguas que corrían por una
acequia del cerro San Cristóbal, a fin de mover con ella un molino que decidió instalar allí.
Este ejemplo se multiplicó durante todo el siglo XIX, gracias a la red de acequias que
extraían aguas de las inmediaciones del Mapocho (Rosales, 2010).
La idea se extendió hacia el sur de Chile y fue adoptada en unas cuantas localidades que,
en conformidad con los recursos propios, otorgaron, a cada molino, un sello distintivo:
Pichidegua, Pichilemu, Curicó, Chillán, Yungay, Nahuelbuta, La Unión, Contulmo Traiguén,
Carahue, Frutillar, Puerto Varas y Chiloé. (Fig.2)
Con el tiempo, muchos de esos molinos fueron desapareciendo en la misma medida que
decrecía la molienda. Influyó, en este proceso, el cambio genético que experimentó el trigo,
traduciéndose en una disminución de la siembra de este cereal. Los molinos, en
consecuencia, eran utilizados cada vez con menos frecuencia. También fue determinante el
mejoramiento de la conectividad en la zona, propiciando la fuga de clientes hacia molinos
más eficientes, localizados en zonas urbanas. Se agrega a ello que la harina tradicional,
obtenida tras un arduo y moroso trabajo, resultaba mucho más cara que la que provenía de
la molienda industrial (Guarda, 1988).
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Se extinguía, paulatinamente, la actividad artesanal. Junto con ella se abandonaba, de
forma paralela, los viejos molinos rurales. En muchos de los casos, su uso no ha vuelto a
restablecerse. Como un modo de recordarlos y rendirles tributo, sin embargo, algunas de
esas instalaciones han ido mutando hacia un destino menos práctico, pero no por ello
menos beneficioso para la comunidad: inspirados en la idea de ofrecerlos a las nuevas
generaciones como testimonios de una economía sustentable en extinción, se les ha
adaptado como museos. Algunos, inclusive, han pasado a formar parte de circuitos turísticos
en sus respectivas comunas.
5. Los molinos de agua chilenos: arquitectura y paisaje rural
En las localidades rurales de Chile es dable encontrar básicamente dos tipos de molinos
fluviales: el denominado molino horizontal o de rodezno y el molino vertical o aceña.
Los molinos de rodezno, por la sencillez de su construcción, suelen aparecer en cursos
fluviales de menor caudal, en riachuelos o en quebradas. Se les identifica porque la rueda
se dispone horizontalmente. Interesantes son los casos que ofrecen las localidades de
Pichidegua, Chiloé, Carahue y Cordillera de Nahuelbuta. (Fig.3)
Como molinos de aceña se conocen aquellos que disponen de rueda vertical y que, por lo
general, se emplazan en ríos grandes y caudalosos. Destacan, entre ellos, los molinos de
Pichilemu, Yungay y Frutillar. (Fig.4)
En la construcción de estos artilugios no es indiferente el diseño de las piezas, ni el material,
ni la resolución técnica. De esos factores depende, ciertamente, su resultado final en lo que
concierne a imagen y a eficiencia. (Fig.5 y Fig.6)
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En términos funcionales, un molino puede reducirse simplemente a una edificación
construida para la labor de la molienda, con el escueto mobiliario que le corresponde. Es lo
que ocurre con los molinos de Pañul y de Rodeillo. Otro tipo es el que conforman aquellos
molinos que cumplen, al mismo tiempo, una doble función: vivienda e industria. (Fig. 7 y
Fig.8).
Los edificios destinados a la molienda se han construido, en sus elementos resistentes, de
barro (Guarda, 1988). Para que el sistema se manifieste como una expresión integral,
concurren a él, complementariamente, la madera -incorporada a los tabiques secundarios- y
la teja de arcilla en la cubierta, cuyo color térreo se muestra como una extensión del paisaje
campesino (Berg, 2009). Hacia el sur -entre Bío Bío y Chiloé-, los materiales suelen
cambiar: el adobe se troca por tejuelas de madera y las tejas de arcilla dan paso a la
cubierta de fierro galvanizado.
En cualquiera de los casos, los molinos hidráulicos recortan su imagen icónica contra el
paisaje natural, regalando un aura de autenticidad. En torno a estos conjuntos se
desenvuelve un mundo productivo y vital que modifica positivamente el escenario que les da
cobijo.
A lo largo de historia, estos artefactos hidráulicos se han emplazado en lugares más o
menos accesibles, atendiendo a la necesidad de abastecimiento de cereales y, también a la
expedita salida de las cargas de harina. Se consideraba, por lo mismo, la interconexión con
la red local de caminos de acceso. Pero también se tomaba en cuenta su relación con los
ríos, canales o quebradas (Aguilera et al, 1980).
No es justo obviar otro atributo de los molinos: en la organización del paisaje se convierten,
muchas veces, en un pequeño centro de abastecimiento y de encuentro entre vecinos, lo
que contribuye a las buenas relaciones sociales de la comunidad.
6. Economía campesina, oficios y tradiciones
Aun cuando los molinos son una entidad física, corpórea, no es menos cierto que destilan
ciertas cualidades que tienen su asiento en la dimensión inmaterial. Incluso aquellos asuntos
más directamente relacionados con el ámbito económico -las transacciones comercialesllevan consigo una poderosa componente social. Y en ellas participan tanto los habitantes
rurales como el propio molinero.
Una expresión genuinamente rural es la “makila” o “maquila”, derivada de la más modesta
economía campesina. Aunque se ha adaptado exitosamente a la realidad chilena, es preciso
señalar que proviene de una costumbre española: el dueño del molino (o molinero) no cobra
dinero por moler el trigo de sus vecinos; pero, a modo de recompensa, exige algunos kilos
de la molienda. En el caso de los molinos del Pañul, el peso del producto se obtiene en
rústicas balanzas (Araya, 2006). En Chiloé, en cambio, se usa el almud, una medida de
capacidad que consiste en un pequeño cajón graduado en su interior (Aguilera et al, 1980).
(Fig.9).
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El trabajo de los molineros es, en sí mismo, un importante exponente de la cultura artesanal
de la zona. No se desconoce, tampoco, las destrezas de los carpinteros y albañiles que han
construido estos centros de molienda local. El cantero, por su parte, debe ser un profundo
conocedor del material, capaz de discernir, entre las piedras, la que más conviene para la
exigencia.
Cuando un molino nacía a la vida activa se celebraba una ceremonia de bautismo. Esa
costumbre, ya extinta, aún forma parte del recuerdo de los habitantes más antiguos. Cada
vez que se finalizaba la construcción de un molino, se invitaba a un sacerdote para que lo
bendijera y desplegara el ritual dispuesto para este tipo de casos por la Iglesia católica.
Como una manera de tatuar en el objeto la fe cristiana se tallaba una cruz en la cara
superior de la piedra “encimera” o “corredera”. La creencia popular sostiene que, al
momento de detenerse el giro del molino, la cruz indica la dirección en que soplará el viento
al día siguiente. La ceremonia del bautismo del molino no difería mucho de la de un niño: el
dueño del artefacto solicitaba a alguno de sus vecinos que lo apadrinara, comprometiéndolo,
en ese acto, a aportar materiales –generalmente maderas y clavos- para la construcción.
Compensatoriamente, quedaba liberado de pagar cada vez que deseara moler granos, por
el resto de su vida (Aguilera et al, 1980).
Al término de la ceremonia religiosa se procedía a poner en marcha del rodezno. Acto
seguido se recogía una cantidad importante de harina recién procesada para ser arrojada
sobre la cabeza de los asistentes, como una forma de hacerlos sentirse dueños y usuarios
permanentes del molino.
7. Molinos de agua y turismo patrimonial alternativo en Chile
En Chile el turismo patrimonial aplicado a molinos de agua es reciente y se circunscribe a
unas cuantas comunas, todas distantes entre sí: Pichilemu, Carahue, Frutillar y Chiloé. Entre
las expresiones se registran circuitos turísticos, museos y fiestas populares, casi siempre
vinculadas a un turismo rural.
En Pichilemu existen dos molinos de agua que se encuentran actualmente en
funcionamiento y forman parte del circuito turístico de San Andrés. Estos molinos son el de
Pañul y el de Rodeillo.
El Molino de Agua de Pañul está situado en la Quebrada del Maqui, a 15 km de Pichilemu,
entre cerros, bosques, y caminos rurales. Fue creado en 1904 y funcionó a plenitud hasta
finales de la década de 1980 (Araya, 2006). Hoy en día sigue en actividad, movido por la
necesidad y la nostalgia. En manos de la tercera generación de cultores -doña Amelia
Muñoz y su esposo- este ícono del patrimonio local sobrevive mediante el servicio de
Turismo Rural, vigente desde hace ocho años. Su dueña fue galardonada como Cultora
Individual Destacada por el Tesoros Humanos Vivos del Consejo de la Cultura y las Artes de
la región, en diciembre de 2012. Un merecido reconocimiento tras superar los 100 años de
actividad ininterrumpida.
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El Molino de Agua de Pañul, abierto durante todo el año, rezuma la calma del lugar,
invitando a conocer la gran variedad de harinas que entrega el molino; productos locales,
artesanía y de gastronomía típica; dispone de una cómoda terraza desde donde es posible
disfrutar del paisaje.
Dentro de este mismo circuito se encuentra el molino de agua de Rodeillo. Fue creado en
1952 por el padre de Julián Muñoz López y ha estado en funcionamiento a contar de su
fabricación. Desde sus inicios las familias del lugar iban a moler el trigo propio, a pesar de
las dificultades que presenta el acceso (Quiroz, 1986). Es toda una lección de buena
artesanía observar este aparato triturador movido por la fuerza del agua, funcionando en
medio de la atmósfera auténticamente campesina, donde se degusta distintos tipos de
harinas y quínoa. También cuenta con una tienda donde se puede adquirir variados
productos manufacturados por la familia que oficia de anfitriona. (Fig.10).
Tanto el molino de Pañul como el de Rodeillo han contado con el apoyo técnico y financiero
de Sernatur y Prodesal, instituciones que se preocupan de fomentar el turismo rural. (Fig.11
y Fig.12).
Un muy interesante caso, también en el ámbito del turismo rural y patrimonial, es el molino
El Temo, emplazado en la localidad de Carahue. Este molino funcionó sin pausas entre los
años 1970 y 1989, atendiendo a la población del sector. En 1995 debió paralizar sus
funciones (Muñoz, 2014). Pero en el año 2010, tras ganar un proyecto para transformar el
molino en un museo turístico, bajo el nombre de “Agroturismo Mapuche El Molino
Lafkenche”, Gabriel Muñoz Huaracan le otorgó un nuevo ciclo de vida. Adecuó los espacios
del inmueble complementario al molino para convertirlos en una instancia de turismo
educativo cultural. Aun cuando el funcionamiento mecánico del Molino el Temo se ha hecho
obsoleto para las exigencias de la industria molinera actual, se aprovecha como pretexto
para educar y crear conciencia de los valores que posee un artefacto que es mucho más
que un objeto utilitario y que conlleva, por sobre todo, profundos atributos inmateriales. Esta
iniciativa, por cierto, se concilia con los intereses contenidos en los recientes procesos de
transformación que busca impulsar el gobierno en la zona, como una efectiva manera de
estimular el desarrollo económico en el lugar. (Fig.13 y Fig.14).
Sobre la base de esta voluntad patrimonialista, se restauró buena parte de la infraestructura
local, en función de los visitantes. En la práctica se realiza un tour turístico por las
instalaciones del molino, a cargo de las personas que lo hicieron funcionar durante los
últimos años. El molino y sus piezas complementarias conforman, al final de cuentas, un
interesante museo local.
Ya más al sur, en la décima región, el caso de Frutillar presenta algunas singularidades:
existe un molino de agua que se vincula con la colección arquitectónica del Museo Colonial
Alemán, el cual, como se sabe, surge del interés de los habitantes locales por conocer y
preservar la historia del Lago Llanquihue y la colonización alemana (Berg, 2009). Se explica,
entonces, que en el año 1979 la Municipalidad de Frutillar haya donado el terreno a la
Universidad Austral de Chile, dando inicio a la habilitación y construcción del museo. El
Molino de Agua y la Herrería fueron las primeras construcciones de un parque temático que
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se inauguró en 1984 y que se terminó en 1989, con la edificación de la Casona de Campo.
(Fig.15 y Fig.16).
El museo, pródigo en jardines y colecciones, en la actualidad está bajo la administración de
la Universidad Austral de Chile y da cuenta de las diversas actividades que realizaron los
colonos alemanes con el propósito de construir sus nuevos hogares, preparar el terreno
para sembrar y, finalmente, instalarse en lo que reconocieron como su nueva patria. Esta
suma de acciones permite demostrar que la educación patrimonial, inteligentemente
vinculada al turismo, puede ser una poderosa herramienta de trabajo comprometida con la
equidad social, el acceso a la cultura y el bienestar social y estético (I. Municipalidad de
Frutillar, 2006).
En Chiloé, también en la décima región, los molinos de agua fueron introducidos por los
conquistadores en la segunda mitad del siglo XVI, con el fin de iniciar la producción
artesanal de harina y otros derivados de la molienda de cereales (Aguilera et al, 1980). El
intenso uso que se dio a los molinos fue decreciendo conforme se iba sustituyendo por el
eficaz funcionamiento del molino industrial instalado en Castro, cuyas ventajas comparativas
eran evidentes: además de la economía de tiempo, permitía obtener la apetecida harina
blanca. Sin embargo, aquellos molinos artesanales aún están vigentes en varias localidades
apartadas de los centros urbanos de Chiloé y siguen siendo motivo de admiración. No debe
extrañar, en consecuencia, que en nombre del turismo patrimonial como desarrollo local en
ambientes rurales, se haya postulado y luego materializado la denominada “Ruta de los
Molinos de Agua”, financiada por los Premios a la Conservación y Medio Ambiente de la
Ford Motor Company, en el año 2005. Este proyecto perseguía la habilitación de los molinos
situados en Yutuy, Huenuco, Los Molinos y Putemún, todos ellos con una cualidad común:
se trata de espacios culturales que representan una antigua tradición rural, en la que se
rescata el saber oral y los testimonios de los lugareños sobre la forma de construcción y el
uso de los molinos, así como las costumbres, leyendas y creencias en torno a ellos. (Fig.17
y Fig.18).
Este proyecto, tan propio del emergente turismo patrimonial, ha ayudado a consolidar la
gestión cultural impulsada por las propias comunidades involucradas, afianzando una
herencia que España legó al archipiélago. Muchos de los molinos de agua ya han sido
restaurados en otras comunas chilotas donde su imagen y su función se han ganado el
respeto local. Uno de ellos es el molino de Curaco de Vélez, que a partir de 1997, con apoyo
de Fondart, ha rehabilitado, de su conjunto, 8 de los antiguos artilugios (Montiel, 2002).
Hoy en día el patrimonio molinero de Chiloé está presente en las exposiciones permanentes
de museos locales: Castro, Quellón, Achao y Curaco de Vélez ofrecen muestras
museográficas que incluyen la exposición del artefacto molino y sus respectivas piedras, así
como la explicación gráfica y discursiva de la restauración completa del edificio, con todo su
equipamiento. (Fig.19, Fig.20. Fig.21 y Fig.22).
La rehabilitación de los molinos de agua, en Curaco de Vélez ha potenciando el desarrollo
de otras actividades, tales como la consolidación del parque municipal “Los Molinos”, donde
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se realiza, en el mes de abril, la fiesta costumbrista de “La molienda”, en el sector de Huyar
Alto. (Montiel, 2002)
8. Los molinos de agua de Chile y su vinculación con el Turismo patrimonial.
En Chile el turismo patrimonial aplicado a molinos de agua es reciente y, como se ha
señalado, se restringe a las comunas de Pichilemu, Carahue, Frutillar y Chiloé. Sus
experiencias consideran circuitos turísticos, museos y fiestas campesinas que se vinculan, a
su vez, a un turismo rural.
En el caso de Pichilemu, existen dos molinos de agua que están actualmente en
funcionamiento y forman parte del circuito turístico de San Andrés. Estos molinos son el de
Pañul y el de Rodeillo.
El Molino de Agua de Pañul data de 1904 y se localiza en la Quebrada del Maqui, a 15
kilómetros de Pichilemu, entre cerros, bosques, y caminos rurales. Como una forma de
rememorar su actividad original -mantuvo su vigencia casi hasta 1990- la tercera generación
de cultores, a cargo de la señora Amelia Muñoz y su esposo, ofrecen, desde el año 2006, un
servicio de Turismo Rural. Merecidamente, la señora Muñoz fue galardonada como Cultora
Individual Destacada por el Tesoros Humanos Vivos del Consejo de la Cultura y las Artes de
la región, en diciembre de 2012.
Con más de un siglo de vida, el Molino de Agua de Pañul se mantiene abierto todo el año,
permitiendo que se disfrute no sólo de la harina y las distintas variedades que entrega el
molino, sino también de los productos locales, de la artesanía y la gastronomía típica. La
contemplación del paisaje se puede hacer desde una cómoda terraza especialmente
dispuesta para los visitantes.
Dentro de este mismo circuito se encuentra el molino de agua de Rodeillo, construido en
1952 por el padre de Julián Muñoz López. Ha estado en funcionamiento desde entonces.
Aun cuando su acceso no es expedito ni claramente señalado, las familias del lugar siempre
fueron allí a moler su trigo.
Observar hoy en día este triturador de agua con piezas artesanales y en perfecto
funcionamiento, en un paisaje apenas antropizado, es un verdadero deleite. Se puede
degustar distintos tipos de harina y quínoa, elaboradas en el mismo lugar. Se dispone,
además de una tienda para comprar productos manufacturados por los propios anfitriones.
Es justo reconocer que el Molino de Agua de Pañul y el de Rodeillo han contado con el
apoyo técnico y financiero de instituciones como Sernatur y Prodesal, que se preocupan de
fomentar el turismo rural.
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Otra iniciativa de turismo rural y patrimonial es el Molino El Temo, situado en la localidad de
Carahue. Este molino funcionó sin interrupciones entre los años 1970 y 1989, atendiendo a
la población del sector. Posteriormente, en 1995, el molino paralizó sus actividades. Pero,
en el año 2010, Gabriel Muñoz Huaracan, ganó un proyecto que le permitió transformar el
molino en un museo turístico, bajo el nombre de “Agroturismo Mapuche El Molino
Lafkenche”. Don Gabriel consiguió adecuar los espacios del inmueble para utilizarlo como
una instancia de turismo educativo y cultural.
Es cierto que el mecanismo que antes permitía el funcionamiento del molino está, en la
actualidad, obsoleto. Sin embargo, sigue siendo un testimonio viviente de un momento de la
historia, transformándose en un interesante potencial para el turismo educativo, un objetivo
que el gobierno pretende impulsar decididamente en la zona. Se trata, en definitiva, de
estimular el desarrollo económico en el lugar.
En virtud de lo anterior, la mayor parte de la infraestructura ha sido ordenada para los
visitantes, a quienes se ofrece un recorrido por las instalaciones del molino. Los relatores
son -ni más ni menos- las personas que hicieron funcionar la añosa máquina durante los
últimos años.
El Molino de Agua de Frutillar, por su parte, se vincula con la colección arquitectónica del
Museo Colonial Alemán, que surge del interés de los propios habitantes locales por conocer
y preservar la historia del Lago Llanquihue y la inmigración europea. Se explica, entonces,
que en el año 1979 la Municipalidad de Frutillar haya donado un terreno a la Universidad
Austral de Chile para que se pusiera en marcha la habilitación y construcción del museo. El
Molino de Agua y la Herrería se convirtieron en las primeras construcciones de un parque
temático que se inauguró en 1984. Sin embargo, la edificación de la Casona de Campo sólo
finalizó en 1989.
En la actualidad el museo se encuentra bajo la administración de la Universidad Austral de
Chile. Más allá de la calidad de las colecciones exhibidas y de los méritos del inmueble importante pieza del patrimonio local- destaca el esplendor de sus jardines y el paradisíaco
escenario en el que antes los colonos alemanes desarrollaron las diversas actividades
mediante las cuales propiciaron la construcción de sus nuevos hogares, prepararon el
terreno para sembrar y, finalmente, sentaron sus reales en lo que reconocieron como su
nueva patria.
La difusión de esta experiencia se realiza a través del área cultural de la Dirección
Museológica, que basa su quehacer en las metodologías y objetivos propios de la educación
patrimonial. Es así como se valora la historia y la identidad del lugar, permitiendo que se
conozca y actualice sus bienes patrimoniales y se estimule su conservación.
Un panorama como el que se refiere es campo fértil para que allí se instale con autoridad el
turismo patrimonial y se constituya en un poderoso fulcro para levantar la economía local,
beneficiando la comunidad involucrada. Efectos positivos de este fenómeno redundan en la
equidad social, en el acceso a la cultura y en el bienestar social.
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Más al sur, ya en la zona de Chiloé, los molinos de agua fueron introducidos por los
conquistadores en la segunda mitad del siglo XVI, con el fin de iniciar la producción
artesanal de harina de trigo y otros cereales en la provincia.
Cabe señalar que el uso de los molinos de agua ha ido decreciendo en la misma medida
que son sustituidos por los molinos industriales. El que se instala en Castro trajo consigo
una serie de ventajas comparativas en lo que se refiere a economía de tiempo.
Adicionalmente, resultaba atractivo obtener de él la preciada harina blanca. A partir de la
irrupción de este molino industrial, los molinos artesanales se vieron claramente
amenazados.
Pese a todas las adversidades, los molinos artesanales se mantienen aún vigentes en varias
localidades apartadas de los centros urbanos de Chiloé. No es de extrañar, en
consecuencia, que el turismo patrimonial -como desarrollo local en ambientes rurales- fuera
uno de los favorecidos con el proyecto denominado “Ruta de los Molinos de Agua”,
financiado por los Premios a la Conservación y Medio Ambiente de la Ford Motor Company
en el año 2005.
El presente proyecto busca la habilitación de los molinos emplazados en Yutuy, Huenuco,
Los Molinos y Putemún, todos ellos espacios culturales que representan una antigua
tradición rural y que rescatan el saber oral y los testimonios de los lugareños respecto del
modo de construir. Como muchas de las destrezas artesanales que se despliegan en el
diverso y amplio repertorio de localidades nacionales, la ejecución de molinos de agua es
privativa de unos pocos carpinteros. Ellos mismos son, casi siempre, depositarios y
divulgadores de ciertos mitos y leyendas que se han forjado a través de los años. Por esa
razón, tan importantes como los molinos de agua son los ejecutores de esos objetos.
Aunque no todos alcanzan oficialmente esa jerarquía, son verdaderos “tesoros humanos
vivos”.
Un motivo de notable progreso sería la materialización de un plan de gestión turísticopatrimonial, encabezado por las propias comunidades locales, poniendo en relieve la rica
herencia que los españoles dejaron en el archipiélago. Parte de ese capital son los molinos
de agua, algunos de los cuales ya han sido restaurados en otras comunas donde son
característicos: es el caso de Curaco de Vélez, que, con apoyo de Fondart, ha rehabilitado 8
de estos antiguos artilugios a partir de 1997.
Actualmente el patrimonio molinero de Chiloé está presente en las exposiciones
permanentes de museos locales, como en las localidades de Castro, Quellón, Achao y
Curaco de Vélez. En las muestras museográficas se puede admirar desde el artefacto
molino –incluyendo sus piedras- hasta la reconstrucción completa del edificio
complementario, con todo su equipamiento.
La reconstrucción de los molinos de agua en Curaco de Vélez y la consolidación del parque
municipal “Los Molinos” han abierto la posibilidad de que allí se realice, cada mes de abril, la
fiesta costumbrista de “La molienda”, en el sector de Huyar Alto.
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9. Conclusiones
Al momento de cerrar la presente ponencia bien merece la pena encontrar algunos puntos
de coincidencia entre las experiencias abordadas en ella. Cabe señalar, como premisa
primera, que tanto para españoles (murcianos, más exactamente) como para chilenos la
reconstrucción y reutilización de molinos de agua con fines turísticos se ha convertido en
una interesante opción de desarrollo para la pequeña empresa. Desde luego, con sensibles
beneficios sociales y económicos para las comunidades locales donde se emplazan. Pero
con un valioso componente cultural que difícilmente se consigue en otro tipo de iniciativas.
Rescatar los molinos de agua significa, al mismo tiempo, valorar la historia local, las
tradiciones. Los lazos comunitarios, por su parte, tienden a estrecharse durante el proceso
de creación, montaje y desmontaje de las muestras museográficas que derivan de estos
bienes.
Es justo dejar sentado, sin embargo, que el altísimo grado de desarrollo de la cultura
patrimonial española está a gran distancia de la realidad chilena. Cuestión de recursos, en
primera instancia. Pero, también, asuntos de organización y definición de prioridades. En
Chile, la cultura y, más precisamente, el turismo patrimonial, es un lujo. En España es un
derecho tan básico como la educación o la salud y está integrada a la actividad natural de
sus habitantes.
La incertidumbre y desconexión de las acciones estatales, así como la falta de una voluntad
única para con los grandes propósitos culturales, insta a las autoridades chilenas de turno a
programar empresas de corto plazo, acosados por el temor de que la siguiente
administración cambie el orden de las urgencias. Se trabaja contra reloj porque el destino es
siempre una incógnita. Pero la instauración de la cultura es un proceso lento, trabajoso, que
consume generaciones y que no debe dejar lagunas de interrupción.
En España, país con historia milenaria, no existen las prisas por alcanzar resultados
cortoplacistas, ni por hacer ajustes y correcciones. Las experiencias se instalan de a poco y
existe un largo tiempo para que se desarrollen y se mejoren.
A modo de muestra de lo señalado, los molinos de agua en España, hoy en día, son objetos
de culto. Pero son sólo el punto de partida de múltiples iniciativas que derivan en otras
actividades y productos turísticos tan apreciados como los propios molinos (hotelería,
museos, comercio asociado).
Todo esto es posible porque el plan integral está sólidamente apoyado por una orgánica
institucional y legal que concatena todas las experiencias turísticas bajo un mismo propósito,
especialmente concebido para el territorio murciano.
En Chile aún se transita por tierras pedregosas, que entraban y dificultan el andar. Hace
falta una decisión de Estado para poner en marcha -y sin pausas- una política patrimonial
comprometida y eficiente, con menos documentos que prometen y más acción en terreno.
En vez de subsidios menesterosos, el patrimonio debe recibir un apoyo financiero
permanente.
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El tener enfrente un modelo de gestión tan poderoso como el español no deja de ser un
estimulante desafío. Nuestra materia prima, acorde con la realidad campesina, merece un
reconocimiento y manutención. Los molinos de agua, hoy abandonados y en desuso, tienen
la oportunidad de ser objeto de recuperación, para dar respuesta a un creciente número de
ciudadanos que reclaman cultura y memoria. El camino, en este caso, es el turismo
alternativo, orientado específicamente a los molinos de agua rurales.
Bajo este concepto, todos los sectores de un territorio podrían ser considerados
potencialmente turísticos, en la medida que se hagan patentes sus atributos y virtudes, tanto
materiales como inmateriales.
El turismo alternativo, sabiamente planificado, está llamado a ser una excelente fórmula de
desarrollo para los poblados rurales, un eficaz antídoto contra el deterioro y el abandono de
lugares que reclaman reconocimiento porque cuentan con recursos tan atractivos como la
gastronomía tradicional, las artesanías autóctonas y los paisajes casi vírgenes.
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