LA MISERICORDIA DE DIOS: EL HIJO PRODIGO Lucas 15, 11-32 Introducción "Hoy, si escuchamos la voz del Señor, no endurezcamos el corazón". Se cuenta que el emperador Arcadio reunió a sus íntimos para ver la manera de acabar con Juan Crisóstomo, pues era para el emperador una pesadilla fastidiosa. Uno de los suyos propuso que Crisóstomo fuera mandado al destierro; otro, que se le confiscaran sus bienes: un tercero, pidió la cárcel; hubo otro que pidió la muerte. En esto, se levanta alguien y dice: "¿Mandarle al destierro? Será inútil, pues para él todos los países son su patria. Si se le confiscan los bienes, los pobres se quedarán con las manos vacías, pues repartía todo lo que poseía. En la cárcel besaría las manos de quienes le ataran. Y darle muerte es darle el trofeo de la vida eterna en la que cree. Si queréis de verdad causarle daño, hacedle pecar. El pecado es lo que verdaderamente teme este hombre". Efectivamente, el pecado es la mayor desgracia que podemos cometer en esta vida. Triste es pecar, pero más triste es permanecer en el pecado y no levantarse y acudir al Padre de las misericordias. Veamos el tristísimo camino que recorrió el hijo pródigo y cómo le recibió su padre amantísimo, una vez que volvió arrepentido. "Ninguna otra causa impulsó más a Cristo a venir al mundo que salvar a los pecadores. Si se suprimen las enfermedades y las heridas, la medicina no tiene razón de ser. Si, pues, un gran médico bajó del cielo, es porque había un gran enfermo que curar, todo el mundo"1 Puntos 1. La triste salida del pródigo El más joven. Se acostumbró a vivir con su padre, y no valoraba su cariño, la comida, el vestido, las muestras de atención. Se enfrió. Cansado de la disciplina amorosa, del reglamento, normas del padre."¡Ya está bien! Ya soy grande, tengo mis derechos y quiero hacer lo que quiero". La falta de amor a su padre terminó en tragedia: se fue. Todo pecado es una auténtica tragedia no sólo para Dios, sino también para mi alma y para mi conciencia. ¡Se fue! Quiso probar fortuna, experimentar otros amores. Ya desde que estaba en la casa paterna miraba de 1 San Agustín, Sermón 175 1 reojo otras posibilidades, otros sueños rondaban por su cabeza. Deja ese hogar en que había nacido y crecido, que encerraba tantos abrazos y besos, tantos mimos del padre; el hogar en que comía el pan de los hijos. Deja al padre que le ama tiernamente. Pide la parte de la herencia que a él le corresponde. ¡Qué descaro! Esto se debe hacer cuando el padre muere, no mientras está vivo dando pedazos y jirones de su corazón y de alma a sus hijos. ¡Qué dolor para ese padre bueno! Se va y deja al padre, al hermano, esa casa querida que le vio nacer, crecer, sonreír, cantar, jugar. Se va, frustrando los sueños y las esperanzas que su padre había puesto en él. Y el padre, ¡qué tristeza, dolor! Se quedó con las manos atadas y no pudo abrazar a ese su hijo querido; le tapó la boca para que no le pudiera besar; le sujetó con cadenas los pies para que no le siguiera; le traspasó su dulce corazón; le quitó unos años de vida; le hizo envejecer. Y se fue a un país remoto. Es el país de la lejanía de Dios, el país del pecado, el país de la felicidad aparente. Y ahí quiere vivir a sus anchas, sin control ninguno. "Sin Dios todo está permitido" -dirá Dostoievski. País de tinieblas, mientras que en su casa había luz. País donde encuentra frialdad, porque nadie le conoce, mientras en su casa había calor y afecto. País de inseguridad, mientras que en casa había protección. Allí, en esa tierra extraña despilfarró sus bienes. ¿Cuáles? Todo pecador despilfarra la gracia, mancha la filiación divina, destruye los dones y las virtudes que Dios había depositado en su alma el día de su bautismo. En definitiva, pierde el anillo de la familia divina, la túnica de la amistad con Dios, y mancha la imagen trinitaria que vive y obra en el fondo del alma. ¿Por qué es posible este irse? Por el mal uso de la libertad. Creemos que hemos recibido una libertad absoluta. No, nuestra libertad es limitada; sólo la de Dios es absoluta. Además, lo que nos define no es tanto nuestra libertad, sino nuestra dependencia de ese Dios Padre, a quien le debemos nuestra obediencia de hijo y nuestra docilidad agradecida, como creaturas suyas. Y ¿qué le pasó? ¿Qué frutos cosechó de ese alejarse de su padre? Hambre atroz: una insatisfacción y vacío espiritual tremendo que le mataba y carcomía el alma. Hambre del alimento incorruptible, que sólo su padre le daba en casa. Hambre de amor y cariño del padre. Hambre de luz y de fuerza espiritual para seguir caminando por este duro camino, lleno de abrojos y espinas y sinsabores. Esas algarrobas no satisfacían el ansia eterna y el hambre de filiación de ese hijo. El pecado nos deja más hambrientos, más vacíos, y si no acudimos a Dios, saltaremos de placer en placer. Pero nuestra alma y el ansia de felicidad de nuestro corazón sólo lo podrá saciar Dios. Esclavitud humillante y vergonzosa: ¡apacentar puercos! El puerco estaba prohibido en Israel por ser animal impuro. El puerco es la viva representación de nuestras pasiones. El pecado nos esclaviza y nos degrada y rebaja nuestra dignidad. "Quien comete pecado es esclavo del pecado" (Jn 8,34). Nosotros, llamados a ser libres en Dios, llegar a Dios, escoger el camino del bien y de la realización personal..., con el pecado, esclavos de nuestras pasiones más bajas. Pérdida de la dignidad como hombre, como cristiano. Por tanto, el pecador es el ser 2 más pobre y desgraciado. Un cadáver. Perdemos a Dios, el tesoro más grande que un hombre puede tener en el alma. Perdemos la paz en nuestra conciencia. Dañamos el Cuerpo Místico y ensuciamos el rostro de nuestra madre Iglesia. Perdemos el valor de nuestros actos, pues estando en pecado, ¿qué mérito podemos tener? Perdió todo. Pérdida de su ser,¡sin dignidad humana! Pérdida del tener, ¡sin dinero! Pérdida del valer, ¡entre puercos! Pérdida del poseer, ¡sin amigos! 2. La vuelta a la casa paterna Comienza en el momento en que uno dice "me muero de hambre", es decir, no puedo vivir sin lo único necesario, Dios. El camino del retorno sigue un itinerario diametralmente opuesto al pecado. El pecado fue una huida y abandono de la casa paterna. La conversión es un retorno al calor y al corazón del padre. Y cuando todos los caminos externos parecen cerrados, se abre un camino dentro de él. ¡Dios nunca abandona al pecador! No quiere la muerte del pecador, sino que se convierta y viva. Cuatro momentos de su regreso: a- Vuelve en sí: lo que al inicio le faltó, la reflexión, ahora le va a salvar. Esta situación no puede seguir así. Y en esta vuelta en sí comienza a recapacitar, a comparar su desdichada vida presente con lo que dejó allá. Se acuerda de sus días felices, de las caricias del padre, del aliento del padre, de las veladas que pasaban en familia, de los juegos con su hermano, de la amistad con los jornaleros. ¡El recuerdo de Dios! b- Anhela reintregrarse a su hogar, donde estaba su padre, su hermano, su vida, su ilusión y su alegría. ¡El deseo y la nostalgia de Dios! c- Se pone en camino con su voluntad, pero con el corazón lleno de pena, de confusión, de lágrimas, de vergüenza. ¡Cuán crecido e intenso era el dolor que en su corazón sentía, y cuán amargas las lágrimas que brotaron de sus ojos! Se juzgaba indigno de ser llamado hijo. ¡Cómo le pesarían los pies y el corazón! A punto estaba de desfallecer durante el camino. Vacío de dinero, de amistades, de Dios. Un guiñapo. Pero, ¡fue! ¡La vuelta a Dios! d- Y confiesa humildemente su pecado: lo pone delante de su padre para que se lo perdone. ¡Así ha sido más o menos nuestra historia! ¡Cuántas veces hemos dado un portazo a la casa paterna! ¡Cuántas veces le hemos pedido mayor libertad para emborracharnos con placeres ilícitos, con tontas vanidades, con exquisiteces egoístas! Tal vez en este momento nos encuentremos fuera de la casa paterna. No tengamos miedo, ¡toquemos la puerta de la casa de nuestro Padre -que siempre fue nuestra- y tengamos por seguro que él nos abrirá, y entraremos y habrá fiesta para el padre, para ti y para toda la familia! 3. El recibimiento generoso e inesperado del padre 3 El padre desde que se fue el hijo vivió infeliz, con un inmenso dolor en su corazón. Cada pecado le traspasa el alma a Dios nuestro padre. Rezaba, soñaba en el hijo, no dormía, iba envejeciendo de tristeza y se le encogía el corazón, no tanto por el odio, cuanto porque no podía transmitir el torrente de amor que en él había. Pero al menos confiaba en que ese hijo volvería un día, porque sabía que sólo él era su verdadero padre y que fuera de la casa del padre no se está bien. El amor presiente siempre la vuelta del amado. Esta confianza y esperanza mantenían el suave hilo de su pobre vida: "Tiene que venir, no puedo morirme sin antes recibir a ese mi querido hijo y perdonarle y devolverle la dignidad perdida y demostrarle que soy su padre". Apenas vio la silueta del hijo...salió corriendo -él anciano- con las prisas que le permitían sus piernas y sus pulmones ya cansados por los años y por el sufrimiento. Se le echó al cuello, le abrazó y le cubrió de besos. ¡Es su hijo! ¡El bien del hijo recuperado! Un hijo, por más que sea pródigo, no deja de ser hijo real de su padre ¡Qué bien expresa Nuestro Padre la actitud de Dios ante sus hijos necesitados! "Si alguna vez me quise apartar de El, se echó a mi cuello y no quiso apartarse de mí. No me dejó solo. Cuando en una ocasión creí sentirme abandonado y alejado de El, se me hizo sentir con tal fuerza y viveza, que pasé todo un día llorando mi pecado de desconfianza" Le perdona de corazón. Y el hijo recupera la dignidad perdida, estropeada, manchada. El padre, perdonando, recupera y engrandece el corazón, se agiganta su dignidad de padre, que nunca había perdido. Y su perdón es desbordante, sin explicaciones, sin condiciones, generoso, restallante de alegría. El hombre, en vez de tropezar con la resistencia de Dios, con el odio de Dios, con el rechazo, sólo encuentra unos brazos extendidos que acogen, un corazón que perdona, una boca que le defiende ("¿Nadie te ha condenado?...ni yo tampoco" Jn 8,10-11) y unos pies que le buscan. Así, con su amor, desarma nuestro odio, desarticula nuestro egoísmo. ¡Qué fiesta! La fiesta de la reconciliación, de la alegría, de la conversión...¡Así es en el cielo cada vez que un pecador vuelve a la casa del Padre, después de sus correrías por los caminos de pecado! El vestido de la filiación recobrado y nuevamente brillante y resplandeciente; el anillo de la familia; las sandalias de la libertad, pues antes vivió atado con las cadenas de la esclavitud libertina. "Nos tiendes tu mano divina y te gozas en vernos volver hastiados del mundo, de sus fáciles placeres, a comer el alto manjar de tu gracia. Olvidas, Señor, que te hemos ofendido, porque quieres tenernos limpios de recuerdos que llaguen nuestra intimidad" Si bien es verdad que él nos perdona todo y de todo, sin embargo nos lanza el supremo y cf Juan Pablo II, Dives in misericordia, n. 40 Carta de Nuestro Padre, 29 de marzo de 1956 Salterio de Nuestro Padre, 5 4 serio compromiso: "Vete en paz y no vuelvas a pecar" (Jn 8,11). Echa siempre un telón sobre el pasado, pero le interesa más incitar a un futuro de pureza que sentenciar sobre un pasado de lujuria. ¿Cómo sería después ese hijo pródigo? Con qué amor viviría, con qué ganas repararía y pagaría esa gran deuda; cómo valoraría todo lo de su casa: el sudor de su padre, el cariño de su padre. Con qué temor santo pasaría el resto de su vida para no volverle a ofender. ¡Nunca más ofenderle! ¡Antes morir! Esta es la historia del pecador y del Padre de las misericordias. Si hemos caído o si tenemos la desgracia de caer, no dudemos en volver a Dios. El nos espera con los brazos y con el corazón abiertos. Pidamos para que todos los hijos pródigos vuelvan a Dios. Y nosotros, si ya estamos en la casa paterna, no nos acostumbremos ni nos arrutinemos. REFLEXIONES ¿Estoy dispuesto a volver a la casa de Padre si es que estoy en pecado? ¿Qué sentimientos embargan mi corazón en este momento: arrepentimiento sincero, pena profunda, dolor inmenso...o sólo hastío, remordimiento, vacío interior, asco de mí mismo? ¿Estoy dispuesto a valorar a mi Padre Dios, su amistad, su cariño, su amor...y a jamás, de ahora en adelante, darle más disgusto? ¿Qué haré para reparar tanto amor pisotedado, despreciado, escupido? 5