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12 | ADN CULTURA | Viernes 23 de enero de 2015
Críticas
comentarios
economía
El laberinto del default
Un libro para tratar de entender las complejidades de la
reestructuración de una deuda sin horizonte a la vista
El default más
tonto de la historia
argentina
Martín
KanEnguisEr
Planeta
184 páginas
$ 169
Nicolás Dujovne
Para La nacion
P
robablemente no haya otro caso en el
mundo como el del default de Argentina. Nuestro país se anotó en su haber el default soberano más grande del mundo en 2001 y apenas trece años, después de
una reestructuración supuestamente exitosísima, entramos en un extraño default que
el Gobierno niega y que convive con precios
de los bonos impagos en niveles cercanos
a sus máximos históricos. Para los argentinos, que discutimos la cuestión de la deuda
y de la cláusula RUFO como si estuviésemos
hablando de fútbol, era absolutamente necesario un libro como El default más tonto de
la historia argentina.
El libro de Martín Kanenguiser tiene varios logros. Nos recuerda detalladamente
los acontecimientos de los últimos quince
años en relación con el devenir de la deuda, sus canjes, los actores que participaron
en ella y sus motivaciones. Y a la vez, logra
mostrar que los lugares comunes no sirven
para responder los principales interrogantes acerca de cómo fue ese proceso. ¿Acaso
sabía el lector que Bush y Aznar lo apoyaron
y por qué?
En los primeros capítulos, se exponen
los argumentos oficiales sobre los cuales se
elaboró el canje de 2005 que dejó la inédita
cantidad de 24% de los bonistas por fuera
de la reestructuración. Si bien el Gobierno
presentó en su momento la aceptación del
primer canje (76%) como un logro, es difícil
encontrar canjes globales que hayan conseguido adhesiones inferiores al 95%. Recién
en 2010, con la reapertura del canje, la tasa de
adhesión se elevó hasta el 92%, pero dejó afuera a un 8%, que hoy reclaman unos 20.000
millones de dólares, equivalentes a casi un
50% del monto nominal emitido para el 92%
de los bonistas. El libro nos muestra la dualidad de haber tenido una oferta que valía poco
para los tenedores de deuda en default y que
le terminó costando mucho a la Argentina
por varios motivos: la emisión de los “cupones vinculados al PBI” y la resolución de la
cuestión de los holdouts.
Como en casi todos los aspectos de la política económica, con la deuda el Gobierno
cometió el error de mezclar la política y sus
objetivos cortoplacistas con una operación
que requería de mucha calidad técnica y de
diálogo, con expertos locales y con los acreedores. Como bien analiza El Default más tonto de la historia argentina, la inclusión de la
cláusula RUFO y la Ley Cerrojo no formaron
parte de ninguna reestructuración similar y
fueron un ejemplo de políticas “a todo o nada”
que esta vez se convirtieron en nada y que seguramente influyeron muy poco en la pobre
aceptación del canje de 2005 pero que terminaron siendo costosísimas en 2014.
El 16 de junio de 2014 la Suprema Corte de
“Logra demostrar que los
lugares comunes no sirven
para responder los
principales interrogantes”
los Estados Unidos evitó aceptar la apelación
argentina y el 31 de julio, la Argentina entró en
default. Kanenguiser nos trae testimonios legales valiosísimos, acerca de las opciones con
que contaba el Gobierno para evitar el default.
¿Regía la cláusula RUFO para pagos ordenados por una sentencia? ¿Por qué el Gobierno
no lanzó un canje para quitar la RUFO de los
bonos reestructurados? En vez de ello, la Argentina se lanzó a una batalla contra molinos
de viento, al llevar a la ONU una cuestión que
fue resuelta por la comunidad financiera hace
diez años. Los bonos soberanos se emiten ya
desde hace tiempo con cláusulas de acción colectiva que impiden que una pequeña minoría
bloquee una reestructuración. La inofensiva
ofensiva diplomática nos recuerda que no
importa que el problema ya esté resuelto: el
relato no se mancha. C
sueños de guerra
selección musical
La puerta del
viento
120 discos
que deberías
escuchar...
albErto
laisEca
bobby FlorEs
Mansalva
79 páginas
$ 136
E
n varias entrevistas Alberto Laiseca
contó su deseo juvenil de enrolarse
como voluntario en la guerra de Vietnam
y la frustración de haber sido rechazado
por la embajada estadounidense. La promesa de subsanar esa decepción con una
novela por fin se cumple. En La puerta del
viento, el invisible y ubicuo teniente Lai y
su “doble”, el lieutenant Reese, recorren
la jungla comentando los pormenores
de la contienda. Más allá de unas pocas
escenas de combate, la mayor parte del
libro se dedica a las ideas estratégicas de
Lai: la guerra de Vietnam se perdió (EE.
UU. la perdió) por razones políticas y no
militares. Los interrogantes históricos
se cubren con teorías paranoicas y conspirativas en las que brilla algo del delirio
lúcido del que Laiseca es capaz.
“Reconozco que esta novela es tan políticamente incorrecta que puede significar
el fin de mi carrera como escritor”, se jacta el teniente Lai. Más allá de la violencia
explícita, más abundante en otros libros
de Laiseca, es difícil ver a qué se debería
tanta prevención. Habrá quizá quien se
moleste con la parcialidad política, el
odio tenaz a los “ateos bolcheviques” o la
justificación “taliónica” y estratégica de la
crueldad, pero en términos literarios resultan más bien triviales. Lo que aparece
deslucida es su incorrección estética; no
está su estilo barroco, cáustico, aliterado,
brutal y refinado, de tono popular extravagante y erudición anómala. Sin ese portal al delirio, La puerta del viento cumple
sólo con el sueño de Lai de pelear en el
país de Ho Chi Minh y permite leer a Laiseca, por una vez, discutiendo cuestiones
de la historia real, no necesariamente la
más verdadera. ß Martín Lojo
Octubre Editorial
232 páginas
$ 150
N
o son los álbumes ni los artistas indiscutidos los que Bobby Flores ha
elegido en 120 discos que deberías escuchar antes de que tus oídos dejen de recibir órdenes del cerebro. No están Blonde
on Blonde, de Dylan, ni Revolver de los
Beatles, ni Artaud de Spinetta. La selección es más personal: son aquellos discos que dejaron una marca en su vida,
los menos transitados por listas y enumeraciones de lo imprescindible.
Lo que diferencia este libro de colecciones al estilo Los 1001 discos que hay que
escuchar antes de morir es el estilo coloquial de Flores, señal indiscutible de su
estirpe de hombre de radio. Ese tono liviano le permite burlarse de jerarquías y
órdenes, ya que ni siquiera puede decirse
que ésta sea una lista de álbumes: se trata
en verdad de una colección de escritos
sobre música que puede ir del origen de
los cuarenta acres y una mula de la tapa de The Payback de James Brown a las
inesperadas conexiones entre Cortázar,
Lalo Schifrin y Roberta Flack a propósito
de “Killing Me Softly with his Song”, pasando por los placeres culposos, como el
capítulo dedicado a Johnny Rivers.
Ciento veinte no son, y él lo confiesa
desde el inicio. El número será capricho
o chiste y ni siquiera importa porque
hay álbumes, canciones y hasta programas de radio. Pero sí es una selección
tan tentadora que produce lo más esperado de un libro sobre música: que nos
asalten las ganas de ir a conseguir tal o
cual disco y escucharlo sin demora.ß
Adriana Franco
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