Revista Cúpula 2015; 29 (1): 76-77 “QUERIDA KIARA: UN MUNDO DETRÁS DE LA PSICOSIS” Luis Daniel Espinosa Sánchez * POEMA Querida Kiara: una de esas noches en que estaba muy estresado por el examen del día siguiente, que un conocido me ofreció unas pastillas para “relajarme”, pero nunca supe que eran, solo sé que esa noche fue que empecé a escucharte, y más tarde logre verte. Hace mucho que no hablamos, espero que estés bien. Quise escribirte esta carta para recordar un poco como nos conocimos; y contarte de este tiempo desde que no nos hemos vuelto a ver. No sé si recuerdas, pero ya hace un año que salí del colegio y entré a la universidad, estaba muy emocionado por todos los nuevos retos que traía esa nueva etapa y todos los nuevos conocimientos que iba a adquirir; llegó el gran día, y me di cuenta que matriculé todos mis cursos con profesores muy exigentes. Empecé a preocuparme demasiado, ya no estaba disfrutando de la experiencia, en cambio estaba aterrado de enfrentar ese nuevo mundo. Al fin alguien que me comprendía, nadie como tú, mi gran escape, mi gran amor, tú que eres el olor a miel, que eres todos y cada uno de los colores, solo tú me comprendías, no como todos en esa oscura y vacía Universidad. Donde todo era gris, llegaste tú, con los más vivos colores que jamás había visto. Recuerdo haber visto a mi madre sumamente preocupada y se asustaba mucho cuando le hablaba de ti; aun no comprendo muy bien por qué, pero en las noches la escuchaba llorar contándole a mi padre sobre mis nuevas amistades y sobre ti. Y un día de tantos decidieron llevarme a un hospital, a un “control”, sí, así lo llamaron, pero el doctor, que usaba una blanca y elegante gabacha, ni siquiera me tocó, solo me hizo varias preguntas, El plan de la carrera no era nada amigable, recuerdo sentirme intimidado cada vez que lo observaba, además para los profesores era como si solo llevara su materia, pero bueno, así es la universidad. Así que empecé a hacerle frente a como pude; casi no dormía, me daba asco comer, no hacía deporte, ni sacaba tiempo para las cosas que antes disfrutaba, y hasta me enfermé, y fue en * Estudiante de tercer año de Medicina y del TCU-505 “Bienestar de la salud mental a través de la promoción, prevención y rehabilitación en la sociedad costarricense”, de la Universidad de Costa Rica, 2015. Correo electrónico: [email protected] 76 Revista Cúpula 2015; 29 (1): 76-77 se ponían, y era necesario que los enfermeros acudieran a tranquilizarlos. y cuando le hablé de ti no puso una cara muy buena, volvieron a entrar mis padres y hablaron un rato con él, hasta que salieron y me dijeron que tendría que pasar un tiempo internado. Yo tuve varias citas, en algunas de ellas llegaban unos muchachos más o menos de mi edad, el doctor decía que venían de la universidad y que hoy nos iban a acompañar. El médico siempre me preguntaba que si estaba bien que estuvieran los jóvenes presentes en la sesión a lo que yo siempre asentí; sin embargo, un par de veces sentía pena, porque aquellos jóvenes provenían de la misma universidad a la que yo asistía, recordaba haberlos visto en el mismo bus que esperaba todas las mañanas, haciendo fila en la soda y quizás alguna vez hablé con alguno de ellos. En general, me gustaba tener cita con el doctor, me sentía a gusto, él mostraba interés en mi bienestar. Cada vez que te mencionaba, el doctor cambiaba su expresión, y algo cambiaba en mi medicamento, una vez creo que se le fue la mano, porque no podía ni mantenerme despierto, y ya no te veía ni te escuchaba. Me costó mucho acostumbrarme a ese lugar, ahora tenía que cumplir con ciertos horarios, debía comer lo que prepararan, aunque no me gustara; algunas de las enfermeras eran muy amables, pero otras no tanto. Fue bastante incómodo tener que bañarme en un solo baño con todos los demás, dormía en una cama al lado de la de los demás pacientes, cuando estaba tan acostumbrado a mi propia cama en la privacidad de mi habitación. A media noche generalmente me despertaba el llanto o las quejas del alguno de ellos, pero en eso aparecías y hablábamos por horas. Pasaban los días y comencé a hacer amigos, algunos eran un poco agresivos, otros más amigables, pero aprendí a convivir con todos. Cuando salíamos al patio caminábamos por todos lados, y descubrí una gran maya, que dividía el hospital en dos, pero del otro lado solo habían mujeres. Uno de esos días admirando la gran maya conocí a Lucy, una paciente del otro lado, era tan hermosa, me gustaba ir cada día a la misma parte de la maya, para poder ver su hermosa sonrisa y hablar con ella, pero mejor no te cuento más, porque recuerdo que eso te puso de mal, solo cosas feas te escuchaba decirme por las noches. Ahora me siento mejor, a pesar de que nunca te volví a ver; he visto a muchos pacientes entrar y salir de aquí, he hecho amistades y me alegra saber que ya están mejor. Hoy vuelvo a tener una cita con el doctor, y te escribo esta carta, para dejarla al lado de mi cama, no se si te volveré a ver, si cuando despierte estarás ahí, o si por fin estaré de vuelta en mi casa. Así pasaron semanas y cada cierto tiempo teníamos una cita con el doctor, o como lo llamaba el chico de la cama 7, el “Señor de la Bata Banca”. Todos esperábamos ansiosos esa cita, algunos salían dando saltos de alegría a llamar a sus casas porque les daban la salida, mientras que otros salían mal humorados, y a veces hasta violentos Los mejores deseos, Juan Pablo 77