Conversaciones de peluquería EXTRAÑA PAREJA Sergio Martín 2º BTO David Hornos 2º BTO -Hola, buenas tardes. Venía a ver si teníais un huequín para cortarme el pelo. ‘’Es como la escultura moderna; se lo aseguro, si Henry Moore naciera ahora no trabajaría con mármol y esculturas, sería peluquero’’. Eso decía un tipo en una película de cuyo nombre no consigo acordarme. Pero un peinado no es lo único artístico que debería hallarse en una peluquería; no. -Sí, claro, siéntese aquí. Este debería de ser el diálogo que a priori deberíamos tener en una peluquería con el peluquero. Pero eso es tan solo a priori, porque como todos sabemos, no es así. Durante el corte de pelo, peinado o tinte, se entabla una conversación cuanto menos curiosa con nuestro protagonista. Yo, personalmente, no soy mucho de hablar con los peluqueros debido a mi timidez, pero observo. Observo mucho, y cuando estoy esperando a que le acaben de dar mechas a la cincuentona con la que habla la peluquera para que me atiendan, me doy cuenta de que a una peluquería podría llamársele “Hola” o “Cuore”, debido a que una vez que atiendes a la conversación, te enteras de los males de la Esteban, de los años de cárcel de la Pantoja, de que si a la Puri le han regalado un vestido de novia carísimo o de que la Mari está otra vez embarazada. Y lo cierto es que aunque en realidad nos dé igual de qué estén hablando, ahí estamos todos con la oreja puesta sin perder detalle de lo que dicen (y que luego contaremos a alguien como una anécdota que hemos vivido). Porque todos tenemos ese punto cotilla, ese momento de cuchicheo en que nos sentimos cómodos contando lo que les pasa a los demás, en que te sientes importante por el hecho de saber algo que otros no saben y cuya trascendencia es vital, qué digo vital, vitalísima para poder vivir bien. Por ello, a nadie nos viene mal visitar la peluquería de vez en cuando. Además, dicen que sales más guapete. Hay tiendas de estética - no son peluquerías- en las que un extraño juega con tu pelo con desidia. Incluso, de vez en cuando, hace lo que le pides y ya; solo eso (nah, eso no pasa ni en las tiendas de estética ni en las peluquerías). Pero un buen peluquero es algo más. El caso es que yo frecuentaba estos sitios que tenían un plasma con la MTV y un revistero con la Cosmopolitan, pero un buen día entré en una peluquería. Llamé al timbre y ni recepcionista ni pijadas del estilo. Fue uno de los dos barberos el que me abrió. Pasé y, a pesar de que tenían un revistero con sus revistas de coches y tal, el Marca estaba tirado en uno de los dos sillones donde esperas tu turno. ¡Qué jodida maravilla! Cuando terminó con el caballero que me precedía –por supuesto la peluquería era de caballeros-, dejé el periódico y me senté: -¿Cómo lo vas a querer? -inquirió el joven barbero. -Pues esto así, esto un poco más corto y lo otro como para un lado. -¿Como el futbolista este? -Sí, más o menos –le decía mientras el del espejo esbozaba una tímida sonrisa. -Bueno… ¿y qué tal? (‘’Hostia tú, que quiere hablar’’ –pensé para mis adentros-) -Pues bien… supongo. Y así empezamos a hablar, a mantener, cada vez que lo visito, conversaciones aparentemente insustanciales, pero que yo disfruto muchísimo. Durante 15-20 minutos ese tipo es un amigo, una persona con la que hablar sin tapujos -se encargó de eliminarlos al exponerme su teoría sobre la masturbación femenina-; yo me desahogo con él, y él conmigo de vez en cuando. Ese tipo es un peluquero, un artista.