REINVENTAR LA MEMORIA PARA SEGUIR EXISTIENDO Por: Jorge Andrés Perugache Salas Preludio: La noche del 18 de noviembre de 2009 sonidos extraños retumbaban en la plaza de Jenoy. Después de un largo día de discursos, bailes y música y poco después de la infaltable vaca loca que con sus luces y chispas de colores deleitó a propios y visitantes, decenas de personas corrían al son de flautas y tambores. No importó que este tipo de música no hubiera sonado alguna vez en el pueblo, simplemente la alegría de ese día ameritaba disfrutar de una celebración que duraría hasta la tarde del día siguiente. Se trataban de raymis, piezas musicales y acordes de las fiestas que se celebran en Otavalo, Ecuador, a mediados de cada año en conmemoración al sol y las cosechas. Al ritmo de esta música, banderas de colores o whipalas ondeaban en esa noche fresca y despejada que a lo lejos permitía divisar el contorno de la gran montaña que ampara a los jenoyes, el volcán Galeras o taita Urkunina. Semanas atrás un halo de incertidumbre recorría el pueblo. El gobernador del cabildo, Aparicio Pasichaná, había partido rumbo a Bogotá sin mayores explicaciones. Los rumores sobre los motivos de su viaje corrían de boca en boca. Finalmente las sospechas sobre algo relacionado con el proceso de reconocimiento del cabildo se hicieron realidad cuando el gobernador llegó con la resolución del Ministerio del Interior y de Justicia, que reconocía oficialmente la existencia de la comunidad indígena de Jenoy. Con el paso de los días la noticia trascendió a distintos medios. Periódicos regionales como El Diario del Sur registraron el reconocimiento. A nivel institucional hubo cierto malestar por parte de la Alcaldía de Pasto y funcionarios de la Casa Galeras que veían en esto un obstáculo más para continuar con el obstinado, desgastado e impopular proceso de reasentamiento de los jenoyes, iniciado años atrás por la reactivación del volcán Galeras. Para la comunidad de Jenoy y las autoridades del cabildo este hecho representó un avance importante en sus aspiraciones por seguir manteniendo su existencia como pueblo, dentro del territorio que reivindicaban como parte de su tradición histórica. Sin embargo, la noticia no cayó de la misma manera en el pueblo. Sectores contrarios al cabildo como las juntas de acción comunal vieron con extrañeza e incertidumbre el reconocimiento y con varios oficios al Ministerio trataron de reversarlo. Este hecho era un factor que se añadía a las ya deterioradas relaciones entre el cabildo y las juntas, que en un momento del proceso tomaron caminos separados por las diferencias frente al reasentamiento y la negociación con el gobierno. Pese a estos inconvenientes, semanas después de la llegada del gobernador, los días 18 y 19 de noviembre de 2009, una gran celebración alborotó la vida del pueblo. Invitados indígenas de otras comunidades, gobernadores, exsenadores, representantes de cabildos pastos, ingas y quillasingas, asistieron a la celebración. Se preguntaran, qué tiene que ver este acontecimiento con esta ponencia y cuál es su relación con el tema que convoca a este seminario: la memoria. Si algo ha demostrado el proceso en Jenoy, es que la manera cómo funciona la memoria, en sus múltiples expresiones, esta condicionada por el intempestivo tiempo del presente y las incertidumbres del futuro. En este sentido, retomo la celebración del 18 y 19 de noviembre porque marcaron un punto crítico en el proceso vital, social y político de Jenoy. Además me permiten mostrar los movimientos de la memoria dentro de la comunidad y sus avatares a lo largo de los últimos años. Los primeros tiempos El llamado proceso Galeras, que inició con la declaratoria de zona de desastre de Jenoy y otras áreas aledañas al volcán Galeras hacia finales de 2005, marcó un momento crítico en la comunidad. El proyecto inconsulto del reasentamiento de Jenoy y otras comunidades asentadas en la zona de amenaza volcánica alta, promulgada por el gobierno nacional por medio de un documento CONPES, empezó a generar una fuerte movilización social que se traduciría en la cración de distintas organizaciones comunitarias. Paradójicamente, lo que se suponía era el fin de los pueblos que habitaban alrededor del Galeras, tuvo un efecto contrario, la revitalización social, cultural y política de estas comunidades. En el caso de Jenoy esto se materilizaría años más tarde con la recuperación del cabildo y un fuerte proceso de revitalización étnica. Pero la promulgación de zona de desastre del territorio de Jenoy y la consecuente política de desplazamiento de esta y otras comunidades asentadas en las faldas del volcán Galeras, debe verse en un marco amplio de las relaciones del estado y sectores políticos y económicos dominantes con poblaciones campesinas e indígenas. En el caso de las poblaciones rurales que rodean a la ciudad de Pasto, estas relaciones han estado marcadas por el desconocimiento y el abuso por parte de la ciudad y élites políticas y económicas. En la primera mitad del siglo XX y desde el siglo XIX, las políticas de extinción de la propiedad colectiva impulsada por procesos de modernización, apertura económica, industrialización y creación de fuerza de trabajo, llevó a la desaparición de los resguardos indígenas existentes alrededor de la ciudad de Pasto. Esta política de exterminio de la propiedad colectiva tuvo como consecuencia la abrupta y violenta entrada del mercado a reductos donde prevalecían otras formas de producción basadas en la cooperación. Los créditos de fomento agrario iniciados en esta época con la creación de la Caja Agraria, motivaron a decenas de pobladores a la escrituración de sus tierras, con el riesgo de pérdida ante el incumplimiento de pagos. A partir de ese momento la propiedad privada, el crédito y la competencia aparecen como valores que atraviesan las relaciones sociales y económicas en estas poblaciones. Luego, durante la segunda mitad del siglo XX y hasta hoy, la expansión progresiva de la ciudad ha alterado la forma de vida de estas comunidades, hasta el punto que muchos de sus referentes culturales se han diluido por la influencia del consumo y la competencia. Proceso que tendría como corolario los recientes planes de desalojo de los jenoyes camuflados bajo las acostumbradas “buenas” intenciones de los gobiernos y sectores políticos y económicos hegemónicos: la protección de la vida y la ilusión de futuros promisorios. Sin embargo, el actual proceso de exterminio de los jenoyes a través del despojo violento de su territorio debe verse a la luz de las condiciones económicas y políticas actuales del país y su inserción en las dinámicas globales. Circunstancias atravesadas por las políticas neoliberales que pretenden llevar el mercado hacia reductos hasta décadas atrás patrimonio de los pueblos. El agua, los bosques y en general los “bienes” naturales aparecen hoy en día como elementos de rentabilidad para el mercado. Proceso de dominación, explotación y despojo que ha pasado disimulado entre la celebración del multiculturalismo y las políticas de reconocimiento y respeto a la diversidad cultural. En este contexto, nuevamente, como a lo largo de la historia, sobre los jenoyes se cierne la posibilidad de su permanencia como colectivo. Frente al argumento “legítimo” para ciertos sectores científicos y élites económicas y políticas de la protección a la vida, que no es otra cosa que una nueva treta para el saqueo y la destrucción de los últimos reductos “salvajes” e “improductivos” en el orden mundial imperante, los jenoyes han despertado con fuerza. Sin embargo, este despertar no ha sido tan simple y así como entre la comunidad y sectores de la sociedad dominante han existido tensas y conflictivas relaciones, al interior de la misma comunidad han aparecido pugnas constantes en torno a la alternativa a seguir frente al acontecimiento crítico que atraviesan. En lo que resta, trataré de mostrar como la memoria ha estado inmersa en la arena de las tensiones, pugnas y conflictos de las apuestas por el futuro de los jenoyes. En un primer momento, intentaré delinear el proceso de producción y circulación de memorias en Jenoy, tratando de indagar su utilidad actual y sus mecanismos de producción. En seguida me acercaré al espinoso tema de quién o quiénes tienen el monopolio en el manejo de la memoria dentro de la comunidad y como ha variado esto a lo largo de los últimos años. Estamos asentados sobre pilares de piedra labrada Durante semanas doña Pascuala tenía insistencia en conversar conmigo, según ella sobre viejas historias del pueblo. El camino a su casa estaba lleno de barro. Eran días lluviosos aquellos de finales de enero de 2008. Pero ahí estaba, como en otras ocasiones desde 2007 cuando llegué a Jenoy y en posteriores circunstancias sentado, escuchando atentamente las viejas historias de los jenoyes. Cuando entramos a su casa noté en una esquina de la sala un altar con la figura de la Virgen del Rosario y colgada en la pared había una fotografía enmarcada y amarillenta por el tiempo de Jorge Eliécer Gaitán. Durante nuestro encuentro sentí la ansiedad de doña Pascuala por contarme sobre los hechos del pasado o los cuentos de antigua. Ese día, ella me narró un relato que posteriormente sería parte importante de las reivindicaciones de los jenoyes en su lucha por mantener su territorio. Traigo unos fragmentos de nuestra conversa: Mi abuelita me contaba que habían habido unos conciertos que un medio no lo podían pagar ni en un año ni en dos años, que eran conciertos de unos ricos, que ellos no podían descontar ese medio y así seguía y seguía y en eso tanto tiempo que cayó un rayo tremendo en el umbral de la casa. Del rayo salió un niño y se metió en un rinconcito de un wilke y dizque vino otra vez el trueno, ese candelazo ha sabido ser el hijo y ese trueno que viene es el papá. Entonces el padrecito ya lo descubrió y le acomodó los santos óleos y entonces que tenía una letra que decía a donde cae este niño tienen que salir los ricos y los conciertos tienen que tener su libertad y donde cae este niño nadie lo va a mover, ahí es la propiedad, es un sello y había caído aquí en Jenoy ese rayo [...] había caído en las haciendas de los ricos porque haya que habían mayordomos, esclavos que no podían pagar ni un medio y que esos ricos se fueron y quedaron los mayordomos como propios dueños de este pueblo que se llama territorio de Jenoy, entonces quedaron de dueños y esos ricos se tuvieron que ir y el que cayó le dejaron de cacique, los caciques de Jenoy1 Existía en el pueblo una especie de necesidad y ansiedad de muchos de sus habitantes por contar sobre el pasado. Pero este “caldo de memorias” que ebullía con fuerza en Jenoy no era en vano. Tampoco el tipo de historias que escuché durante ese tiempo. La necesidad de recordar tenía que ver con el presente que el pueblo y sus habitantes atravesaban, un momento crítico que maracaría profundamente su vida de ahí en adelante. Recordar era entonces no un capricho sino una necesidad, un especie de “obligación”, un deber para seguir existiendo. Una estrategia de resistencia frente a un presente apabullante y un futuro incierto. Pero, como comprobaría, el ejercicio de la rememoración no era cuestión del momento actual, sino que surgía en momentos críticos para la vida de la comunidad de Jenoy ¿En qué momentos habla la memoria? Una carta con más de medio siglo de antigüedad me revelaría parte de la respuesta. 1 Pascuala Criollo, 23 de enero de 2008. Grabación. En 1950, Nabor Erazo, alcalde segundo del cabildo de Jenoy, dirigió un memorial al alcalde de Pasto pidiéndole revocar la orden de entrega del local del cabildo de Jenoy al comisario Segundo Narváez. En esa carta, Erazo manifiesta que la casa del pueblo de Jenoy está sostenida sobre pilares de piedra labrada y sus derechos son como las raíces de las arboledas profundas que se hunden en la tierra, de los palos enterrados de sus casas y de las cruces de su cementerio, que por esta razón “jamás nunca podría tomarse por la fuerza las tierras poseídas por los verdaderos dueños, la indiada, el pueblo de aborígenes de JENOY”2 (Mayúsculas originales). Las palabras de Erazo se alimentan de elementos de la vida natural, de la vida material y diaria de los jenoyes: raíces, matas y piedras labradas, mostrando su relación con el territorio que han habitado y todos los seres naturales y espirituales que viven allí. Pero, lo interesante es cómo estos mismos referentes aparecen en las memorias actuales de los habitantes del pueblo. Don José Francisco Yaqueno, uno de los más importantes memoristas del pueblo, comúnmente habla en sus historias de que Jenoy está sostenido sobre tres enormes pilares de piedra que emergen de las bocas del Galeras y se internan en lo profundo del territorio de Jenoy. Dice don José, que por esta razón el pueblo de Jenoy nunca va a fracasar y mucho menos a desparecer de la historia. Este pueblo tiene roca de piedra que son pilares […] un pilar pasa por todo el pueblo, el otro pilar pasa por la vuelta larga cogiendo hasta La Victoria […] la que sale por Quebrahonda sale partes y esa sale por toda Quebradahonda y sale por el Maragato y esas son las tres corotas que forman arriba 3 En otro de los apartes de la carta de Nabor Erazo, el manifiesta que la tierra de Jenoy es bendita porque allí tuvo lugar una batalla en la que los “esclavos del rey” mataron a piedra a los invasores. Es probable que con esta alusión Erazo se haya referido a la Batalla de Jenoy, una gesta heroica en la que los jenoyes junto a las tropas realistas de pastusos y otros pueblos aledaños evitaron el paso del General Valdez a la ciudad de Pasto como parte de la campaña del sur del ejército de Simón Bolívar. Nuevamente, es interesante cómo esta historia aparece de manera recurrente en los relatos de los actuales habitantes del pueblo. Pero además, esta historia se mezcla con otros relatos, de hechos tenaces y críticos que los jenoyes han enfrentado a lo largo de su historia, como la Batalla de los mártires de Jenoy en 1947, cuando volquetas con soldados y policías que querían llevarse a los hombres del pueblo al calabozo para evitar que votarán, fue obstaculizada por mujeres y hombres, lo que ocasionó un tiroteo por parte de los solados que dejó a varias personas del pueblo asesinadas. Que aparezcan estas historias y relatos de la resistencia y lucha de los jenoyes contra invasores de su territorio, no siempre de igual manera, pero con su misma sustancia en momentos especiales de la vida de los jenoyes, indica el papel de la memoria como instrumento de resistencia y una herramienta poderosa para enfrentar la amenaza sobre la existencia. Son subversiones y disidencias a la historia oficial, que legitima órdenes agresores y violentos contra pueblos que aún no han sido cooptados en su totalidad por el sistema hegemónico. Estamos hoy ante un nuevo campo de lucha, entre las memorias de la resistencia y de los proyectos obtusos de sectores económicos y políticos dominantes y de la ciencia, que pretenden imponer una verdad y un visión del deber ser de la vida sobre otros. Así, el ejercicio de recordar, tiene un sentido práctico en la legitimación de la lucha y las identidades que se movilizan al interior de la comunidad de Jenoy. Sin embargo, la memoria en su flujo y actualización constante a los hechos del presente, más que la sucesión lineal de relatos del 2 3 Archivo Histórico de Pasto (AHP). FCP. Caja: 427. Libro: 3. Folios 271r-271v. José Francisco Yaqueno, 20 de abril de 2007. Grabación. pasado, cambia constantemente, incluso de un relato a otro a pesar de estar referido al mismo hecho. Un ejemplo de ello es la batalla de Jenoy, donde este mismo acontecimiento es recordado de múltiples maneras por los jenoyes. Unos hablan de la muerte del General Valdez, bien por un balazo o por efecto de una piedra que una chichera mando desde un bordo en el sitio llamado El Trinquete; otros manifiestan que este escapó. Algunos mencionan que los invasores eran miles y que después de la batalla la sangre corría hasta los talones, mientras otros aseguran que eran unos cuantos. Igualmente las historias se mezclan unas otras, sin una línea temporal definida. Los tiempos de la memoria se mezclan unos con otros, pero no al azar, sino con la intencionalidad de servir a los intereses del presente. Por estas razones, por su movimiento, su importancia social y política en la lucha de los pueblos y su actualización, la memoria es una arena de tensiones atravesada permanentemente por relaciones de poder, por hegemonías y subversiones. Ya señalé cómo el actual proceso de resistencia de los jenoyes frente a su reasentamiento es un espacio donde se visibilizan las tensiones y luchas entre una visión y una historia hegemónica y unas historias disidentes que intentan mantener con vida un legado de lucha, pero más allá la permanencia de una comunidad. Sin embargo, al interior de la misma también se reproducen relaciones similares en la producción y circulación de la memoria. La memoria como campo de lucha Si bien en un inicio los líderes comunales en Jenoy se unieron para enfrentar al gobierno y las instituciones científicas y su propuesta de reasentamiento, algunas fracturas internas y diferencias llevaron al traste con las iniciativas de unidad. Factores políticos, como divisiones en el apoyo a candidatos a cargos públicos, falta de claridad sobre la posición respecto al reasentamiento, diferencias sobre el camino a seguir y la participación de actores externos a la comunidad, llevaron a una división en el proceso que terminó con el resurgimiento del cabildo. Desde ahí empezó a generarse una fuerte pugna sobre la legitimidad de esta organización y las juntas de acción comunal al interior de la comunidad y su papel como mediadores en el conflicto que atravesaba el pueblo. A su vez, estas diferencias políticas se reflejaron en la producción de determinado tipo de memorias. Aquí, aquello que se silencia del pasado habla sobre las tensas relaciones de poder que se empezaron a establecer entre personas de la comunidad. Por ejemplo, antes de la reconstitución del cabildo muchos de los relatos y opiniones de mayores en relación al resguardo hacían hincapié en prácticas “corruptas” de las autoridades de ese entonces, que repartían la tierra motivados, casi siempre, por intereses personales. Sin embargo, con el correr del tiempo y del proceso de reconstitución del cabildo este tipo de relatos fueron tomando dos matices distintos. Algunos, que estaban en las juntas, empezaron a sostener con más fuerza que el cabildo como en el pasado le iba a quitar a la gente sus tierras. Los más jóvenes eran conminados a no ingresar al cabildo porque este los iba a castigar con el fuete y el cepo si se emborrachaban o hacían escándalos, tal como sucedía en el pasado. En cambio, los relatos provenientes de aquellos que defendían y pertenecían al cabildo recalcaban que si este no hubiera desaparecido en estos momentos no tendrían que atravesar las dificultades que tenían. Se empezó a valorar con fuerza la época del cabildo, señalando que en aquel tiempo la comunidad tenía autonomía sobre su vida y había mucho más respeto entre los comuneros. Así mismo, se negaba que el cabildo fuera a coger la tierra de la gente para repartirla o a aplicar el fuete y el cepo. De esta manera, dependiendo de quien narraba y desde donde lo hacía se daba prevalencia a determinados hechos, pero a la vez se silenciaba y negaba otros. Este tipo de conflictos, por imponer una visión del pasado al interior de la comunidad, empezó a materializarse en otros escenarios. La “casa del pueblo” que Nabor Erazo se resistió a entregar en 1950, siguió funcionando después de la disolución del resguardo como la sede del comisario, funcionario elegido por el alcalde de Pasto. Luego, y hasta el inicio del proceso Galeras, esta casa fue la sede de la junta de acción comunal de la vereda Jenoy Centro. Sin embargo, con la reconstitución del cabildo la “casa del pueblo” empezó a ser objeto de disputas entre la renaciente organización y la junta de acción comunal de Jenoy Centro. En principio, la casa era compartida por ambas organizaciones, pero poco a poco el cabildo fue tomando un control mayoritario sobre ésta, más aun cuando las juntas atravesaron un proceso de deslegitimación y el cabildo empezó a tomar fuerza en la comunidad. En una reunión sostenida entre el cabildo y la junta central, se dirimió el conflicto sobre quien debía seguir administrando la casa. Para ello, el cabildo se sustentó en documentos anteriores a la disolución del resguardo pero sobre todo en el testimonio de Victoriano Tutistar, el último gobernador del cabildo antes de su disolución en 1950, quien fue llevado al pueblo desde Pasto expresamente a declarar sobre la pertenencia de la casa. Don Victoriano y otros mayores manifestaron que la casa había pertenecido al cabildo y que había sido construida por este antes de su desaparición. De ahí en adelante el cabildo tomó posesión de la que hoy es conocida como la “casa mayor del cabildo de Jenoy”. Otro de los ámbitos visibles de confrontación de visiones y proyectos al interior de la comunidad ha sido el de la educación oficial, impartida por la Institución Educativa Municipal Francisco de la Villota. Las relaciones entre ésta y el proceso adelantado por el cabildo han sido ambiguas. Desde el inicio de la reactivación del volcán, la institución Francisco de la Villota estuvo en medio de los choques entre la comunidad y el gobierno. En un principio, la obligación de impartir clases en los albergues, ocasionó el reclamo constante de varios líderes por las condiciones a las que eran sometidos niñas y niños con largas caminatas para trasladarse hacia esos lugares y por las condiciones de salubridad que imperaban allí. Esta situación se seguiría repitiendo con los constantes cambios en el nivel de alerta del volcán, que obligaban a trasladar el colegio y la escuela a los albergues. Pero esta situación no evitó que algunos miembros del colegio y la escuela acompañarán las demandas de la comunidad en la reclamación de sus derechos. Sin embargo, con el avance en el proceso de revitalización cultural, la comunidad y principalmente el cabildo empezó a exigir un apoyo más concreto y directo por parte de la institución educativa y sus miembros al proceso. Hecho que generó fuertes disputas, que se tradujeron con la salida de algunas directivas de la institución que tenían, en cierta medida, un compromiso más estrecho con el proceso del cabildo. Lo interesante aquí es que la memoria ha tenido un rol particular, como un elemento de constante disputa. Por parte del cabildo, existe una visión, aunque no un proyecto claro, sobre lo que niños y jóvenes deberían conocer sobre la historia de la comunidad y la visión que debería ser trasmitida sobre el sentido de lo indígena. Sin embargo, no muchos profesores y directivas han estado de acuerdo con este tipo de iniciativas. Al contrario, ha sido palpable que la visión etnocentrista y hegemónica de una historia oficial, descontextualizada, de los grandes héroes y personajes, todavía está presente en la institución. No fueron extrañas las acusaciones de algunas autoridades del cabildo y padres de familia pertenecientes al cabildo sobre las opiniones despectivas y constantes de algunos profesores del colegio a sus estudiantes sobre el significado de lo indígena; como que si se volvían indígenas era atrasarse en el tiempo y tendrían que usar plumas y taparrabos o que las caminatas y rituales al petroglifo Mantel de Piedra eran adoraciones satánicas. Estas situaciones ejemplifican las tensiones que se han generado en el pueblo en los últimos años, motivadas por diferencias en torno al proyecto de reasentamiento en el marco de la reactivación del volcán Galeras. Como en la disputa de la casa del pueblo, la memoria cumple un rol importante en la legitimación de determinados intereses pero su accionar está atravesado por conflictos de distinto orden. Sin embargo, las disputas en torno a la producción y circulación de memorias y las relaciones de hegemonía también se han reproducido al interior del proceso de recuperación y consolidación del cabildo. De eso quiero hablar a continuación. Entre el cepo y la fiesta de la luna El proceso de reconstitución del cabildo fue una iniciativa de varios líderes de la comunidad de Jenoy provenientes de las juntas de acción comunal que estaban agrupados en el Frente Unido, una organización que pretendía servir de intermediaria entre las instituciones, el gobierno y la comunidad en el marco del proceso Galeras. Quienes estuvieron involucrados con la recuperación del cabildo se pueden agrupar en dos sectores. Por un lado, un grupo de hombres en su mayoría, entre los 40 y 60 años de edad, líderes que han participado en otros procesos y han pertenecido a organizaciones como las juntas de acción comunal. Estas personas, en el momento en que se declaró extinto el resguardo a mediados del siglo XX eran niños o recién nacidos, sin embargo en su mayoría son hijos o parientes de exgobernadores y cabildantes del antiguo cabildo. Por otra parte, está otro grupo, también de hombres en su mayoría, conformado por personas mayores de la comunidad, de 60 años para arriba, que fueron adultos y jóvenes cuando existía el cabildo antes de 1950, incluso algunos de ellos ocupando cargos al interior de la corporación. No quiero homogenizar encerrando la variedad de actores involucrados en el proceso, simplemente me interesa tener en cuenta estas categorías para entender las dinámicas de poder que han operado allí. Además, considero de suma importancia explorar, para beneficio del mismo proceso, cómo la reconstitución del cabildo en Jenoy y más ampliamente el proceso de reivindicación cultural, política, social y vital que ha operado allí en los últimos años, no ha sido tan simple; visión tal vez motivada por la efervescencia social que se generó en un primer momento. Si bien hubo un “despertar” de los jenoyes posterior a la reactivación del Galeras, este no fue igual para todos sus habitantes, a pesar de existir proyectos comunitarios ampliamente compartidos como la reorganización del cabildo y la comunidad indígena. Pero la pregunta sobre el cómo se “desierta” depende de la posición de cada integrante de la comunidad en relación a sus ámbitos de vida sociales, familiares y comunitarios y sus trayectorias de vida personales. Quiero explorar esto último a partir de las visiones acerca de la reconstitución del cabildo expresadas por los dos grupos generacionales que mencioné atrás, el de las personas entre 40 y 60 años y las mayores de 60 años. Pretendo hacer esto a través de dos líderes claves en el proceso, que además, son los únicos que han ejercido el papel de gobernador desde 2008. Don José Francisco Yaqueno, quien actualmente tiene casi 90 años, fue elegido gobernador del cabildo en 2008. Una de las razones que algunos líderes esgrimieron para su elección fue que él “conocía de la historia del pueblo” y que, además, el ya había ejercido un papel en el cabildo, como alguacil en 1936. Don José Francisco es reconocido en Jenoy como un importante memorista, conocedor de las historias de antigua y de las riquezas naturales del volcán Galeras. Su papel en el movimiento fue fundamental ya que su conocimiento sobre el antiguo cabildo sirvió como pilar para su reorganización. Entre muchas otras cosas, don José solía recordar las formas de justicia que ejercía el cabildo, como las sanciones que aplicaba cuando habían inconvenientes en la comunidad. Decía que en el pueblo existía el cepo a donde eran llevados los más problemáticos y quienes después de unos minutos bajo este castigo imploraban perdón a las autoridades por sus actos. El hecho de haber vivido cuando existió el resguardo antes de 1950 y haber pertenecido al cabildo en ese entonces, llevaban a don José a movilizar sus acciones desde sus recuerdos sobre cómo era el funcionamiento del antiguo cabildo. Por esta razón, en algunas ocasiones, don José insistió que para que Jenoy fuera actualmente un “verdadero cabildo” este debía adoptar las costumbres antiguas como la de aplicar el cepo y retomar otras formas de justicia del pasado como el fuete y el calabozo. Sin embargo, esta idea no caló en la mayoría de cabildantes, sobre todo de aquellos que no habían vivido en aquel tiempo. A partir de 2009, Aparicio Pasichaná asumió el cargo de gobernador. Hijo de Gregorio Pasichaná, regidor mayor del cabildo en 1950, don Aparicio hace parte de la generación de líderes que nacieron poco antes de la disolución del resguardo. Fue integrante de las juntas de acción comunal siendo fundador de una de estas en la vereda Castillo Loma. Igualmente, participó en distintos procesos a lo largo de su vida como líder comunitario. Ya que a partir de 2009 el cabildo era más conocido por otras comunidades indígenas y diversas instituciones, don Aparicio asumió un papel activo como representante de la organización y la comunidad en distintas instancias. Esto, además de su asiduo interés por la lectura de la legislación en torno al tema indígena le posibilitó ir acumulando una amplio conocimiento sobre normas y leyes. Pero su relación con miembros de otros cabildos, particularmente pastos y quillasingas, le permitió apropiarse del discurso característico en las reclamaciones y reivindicaciones de las comunidades indígenas. Nociones como derecho mayor, ley de origen, ley natural, ancestralidad, que no estaban presentes al inicio del proceso de lucha en las intervenciones de los líderes comunales, empezaron a estar presentes en los discursos de don Aparicio, y también, aunque en menor medida, de otras autoridades del cabildo. Pero la cercanía con otras comunidades posibilitó también la adopción o el “préstamo” no sólo de los discursos provenientes de los pueblos indígenas o en proceso de reconstitución como el caso de Jenoy, sirvió también para la adopción de prácticas tradicionales, o que tenían tal apelativo por los mismos indígenas. Una de ellas era fiesta de la luna o colla raymi que se empezó a celebrar los meses de septiembre desde 2009. Todo esto refleja una tensión permanente en el proceso de reconstitución del cabildo de Jenoy y más ampliamente en el proceso de reclamación étnica que se ha vivido allí en los últimos años. Una tensión entre modernidad y tradición. A través de las dos elementos que he traído aquí, el cepo y la fiesta de la luna, es posible explorar este tipo de tensiones y los actores involucrados allí. En esto, la memoria juega un rol fundamental al ser un instrumento de legitimación y movilización social. Sin embargo, esta no opera en un vacío sino al contrario lo hace en el marco de relaciones de poder, donde lo qué se recuerda, cómo se recuerda y por quién se recuerda es esencial para entender las dinámicas en el proceso de producción de memorias. Pero además, esto implica entender los marcos políticos y sociales donde toman lugar estos procesos. No es lo mismo ser indígena antes de 1950 y ahora, en 2011. El tipo de discursos son otros, pero además las relaciones con el estado y otros sectores de la sociedad han cambiado, no en términos de un reconocimiento e inclusión social, política e ideológica, pero sí en términos de la ley. En este contexto, las comunidades hacen una politización de la identidad y de la memoria jugando constantemente con el pasado y el presente con el fin de legitimar su condición como pueblos con una existencia de larga data pero también respondiendo a los diacríticos que el estado y la sociedad “exige” acerca de qué y quién es indígena. Que se haya celebrado con tanto ahínco en Jenoy su reconocimiento como comunidad indígena por el estado, es sintomático de esta situación. Cuando se formó el primer cabildo reconstituido en Jenoy en 2008, la asamblea eligió a don José Francisco Yaqueno porque el “conocía la historia”. Así, los jenoyes pretendían legitimar la antigüedad del cabildo manifestando que su reconstitución no era un simple invento sino que tenía un asidero en el pasado, en la tradición. La recuperación de prácticas como la minga o la revitalización de viejas festividades como la construcción de castillos de comida o de danzas practicadas en el pasado, que empezaron a formar parte del proyecto del cabildo, tenían la finalidad de diferenciar a los jenoyes de otros sectores, como campesinos o colonos, y legitimar su condición ancestral y tradicional. Pero existía una intencionalidad respecto a cuáles son los elementos que se toman del pasado para este fin. La negativa de un sector del cabildo a retomar el uso del cepo propuesto por don José es diciente sobre esto. Quienes estuvieron en contra del uso del cepo consideraban que está era una práctica anticuada, que no respondía a la imagen que deberían dar de un “cabildo modernizado”; descripción utilizada para caracterizar al renaciente cabildo por parte de don Aparicio y otros cabildantes. Evidentemente, existía la intención de no ahuyentar a la población, sobre todo joven, con prácticas que pudieran parecer demasiado duras para este tiempo y de paso legitimar los rumores de sectores contrarios al cabildo como las juntas, que prevenían a la gente de que el cabildo los iba a castigar con fuete y cepo cuando cometieran alguna falta. Pero de fondo, esta manera de demostrar que se es un cabildo modernizado, es una manera de adecuarse a las exigencias que el estado y la sociedad generan sobre lo indígena, que aún mantienen una visión de este como un ser atrasado, salvaje y anticuado. Pero además aquellos elementos que se muestran hoy como tradicionales se construyen y legitiman en torno a la relación de los jenoyes con otras comunidades indígenas. La celebración de la fiesta de la luna o colla raimy es un ejemplo de esto. En este caso, esta celebración se muestra como parte de la cultura y la tradición del pueblo Quillasinga, sirviendo nuevamente como legitimación de la diferencia cultural respecto otras comunidades y su herencia cultural. Así pues, la construcción de identidades étnicas, como el caso de Jenoy, esta constantemente atravesada por la dicotomía entre lo moderno y lo tradicional. Pero es un proceso complejo donde intervienen múltiples actores cada uno con una imagen sobre el significado de lo indígena en un campo cargado de tensiones y pugnas permanentes. La gran paradoja en todo esto es que como parte y necesidad misma del proceso, los indígenas en proceso de reconstitución necesitan consolidar una imagen coherente, clara y estable que los identifique como tales frente al estado y la sociedad, máxime cuando sus supervivencia como pueblo y como individuos esta en riesgo por la actitud autoritaria de instituciones y gobiernos. Esta es sin duda una apuesta vital pero peligrosa ya que puede llevar a una petrificación y un desgaste de los discursos y de la memoria y a la imposición autoritaria de una visión y proyecto sobre otros. Los últimos tiempos Después de esa especie de viaje mítico que Aparicio Pasichaná hizo a Bogotá para recibir la resolución que oficialmente reconocía la comunidad de Jenoy, las cosas empezaron a cambiar en el proceso del cabildo y la comunidad. Tal vez por el hecho que está resolución aparecía como una especie de triunfo final en la lucha de los jenoyes en la defensa por seguir habitando su territorio. Quizá porque el proceso con la Dirección de Asuntos Indígenas ameritó una organización y un esfuerzo por parte de la comunidad, preparando la otra mítica visita del antropólogo de la Dirección para comprobar si los jenoyes eran indígenas o no. El hecho es que a partir de ese momento hubo una especie de pausa en el proceso y la llegada de un tiempo donde el movimiento social tomo otros tintes. Era como una normalización o estabilización de un proceso que había iniciado con una fuerza tremenda que se hacía palpable en el flujo de memorias que circulaba inicialmente entre la comunidad. Creo que esta situación tiene que ver con los peligros que señalaba al final del anterior apartado. El proceso que vivieron los jenoyes y que aún está latente, del riesgo a desparecer como pueblo, necesitó de una vitalidad y una fuerza enorme que sirvió para resistir los embates del gobierno y sus proyectos de “progreso” y “desarrollo”. Era necesario encausar la cantidad de memorias para fortalecer una identidad étnica compartida, que sirviera como fundamento y legitimación al pasado ancestral de los jenoyes en su territorio; una especie de instrumentalización de la identidad y la memoria, necesaria, como ya he dicho, pero riesgosa. Esta “domesticación” de la memoria emprendida, además, en el marco de tensiones entre los distintos sectores y actores involucrados con el proyecto del cabildo, generó una historia eficaz para el momento actual, pero terminó silenciando y negando otras versiones del pasado y visiones de futuro, como aquellos mayores que tenían una visión distinta sobre el cabildo y su funcionamiento hoy en día. Igualmente, por este motivo otros actores han quedado marginalizados del proceso. Me refiero particularmente a las mujeres y jóvenes de la comunidad, quienes han tenido una leve incidencia en las decisiones y políticas emprendidas por el cabildo. Paradójicamente, las mujeres, que son reivindicadas en la mayoría de las historias de lucha de los jenoyes como las protagonistas principales, o aquellas que asestan los golpes definitivos a los enemigos, como el caso de la batalla de Jenoy o la batalla de los mártires de Jenoy, no tienen un papel claro y definido en el actual proyecto del cabildo. Los riesgos en la oficialización de la memoria, además de silenciar y negar otras posibilidades, es que por simple repetición se convierta en un discurso sin sentido que a su vez legitime ya no las aspiraciones de una comunidad sino intereses personales. Que se convierta en un discurso racista y excluyente de otras opciones y visiones provenientes de otros sectores de la sociedad, incluyendo aquellos que compartimos sus luchas e ideales. Riesgo mayor cuando la llegada de dinero a las comunidades indígenas por parte del estado y la cooperación internacional y su entrada en la arena político electoral ha profundizado las desigualdades y la aparición de prácticas corruptas y politiqueras. La pregunta que surge frente a esto es, ¿cómo sopesar los efectos de una memoria fuerte y ampliamente compartida, necesaria para un proceso de cohesión y legitimidad social, frente a la necesidad por la emergencia de memorias diversas, multivocales y refrescantes para el movimiento, pero sin llegar tampoco al relativismo extremo y el “todo vale”? Tal vez, la respuesta a esta pregunta este en la misma experiencia de los pueblos, que como los jenoyes han tenido que soportar múltiples opresiones y sometimientos contra su vida y su cultura. Un proceso que hace parte de los tiempos de la memoria y sus movimientos permanentes. La organización y el fortalecimiento de las voces de las mujeres en Jenoy y los intentos cada vez más recurrentes de organización de los jóvenes, como memorias y discursos disidentes dentro de la misma disidencia y subversión que representa el proceso en Jenoy, sean una alternativa refrescante y vital en su proceso de lucha. Co-constructores de memorias Hace más de 30 años, en las décadas de 1970 y 1980, un grupo de activistas, académicos, estudiantes, profesores, artistas y personas de distinta procedencia iniciaron una labor de apoyo y acompañamiento a las nacientes organizaciones campesinas e indígenas que emprendieron el largo y tortuoso camino en la defensa y recuperación de sus derechos sobre la tierra y por una vida digna bajo su propia cultura. Este movimiento de solidaridad, puso sobre la mesa la realidad social y económica de estas comunidades y el papel invisible que hasta ese momento había asumido la academia imbuida en constantes discusiones sobre la legitimidad científica y la objetividad. Los efectos de este acompañamiento se tradujeron en la generación de novedosas metodologías y referentes epistemológicos para el trabajo conjunto entre comunidades e investigadores. A nivel social y político, este proceso se traduciría en la consolidación de un fuerte movimiento indígena que, representado por distintas organizaciones, tendría un lugar en la formulación de la Constitución de 1991. Igualmente, y a pesar de que el sometimiento y opresión hacia estas comunidades por parte del estado y sectores hegemónicos de la sociedad nacional continuaría, fue palpable una mejora en sus condiciones de vida. Sin embargo, con el paso del tiempo, las garantías otorgadas por la Constitución y lo que se veía como beneficios y oportunidades para los pueblos indígenas terminaron por dar un giro de las viejas batallas por la dignidad y la autonomía a luchas burocráticas por la política electoral y la repartición de las transferencias provenientes del estado. Poco a poco, aquellas historias construidas al calor de la lucha entre comuneros y solidarios terminaron por ser simples diatribas repetidas sin sentido por nuevos líderes que buscaban una forma de legitimar su herencia ancestral y de paso garantizar sus nuevos derechos y beneficios al dinero y la política. Creo que esta es una lección importante para todos quienes aspiramos y tenemos el firme propósito y convicción de que nuestro conocimiento sirva como un aporte a la trasformación de las continuas e intensificadas situaciones de opresión y dominación económica, política y social que atraviesan innumerables comunidades y sectores subalternos de nuestra sociedad. El caso del proceso en Jenoy y el acompañamiento y apoyo solidario que junto a un grupo de compañeros y compañeras emprendimos desde años atrás nos pone frente a estas reflexiones. Como trate de manifestar atrás, actualmente el proceso de resistencia en Jenoy está el un momento álgido. Si de correr la misma suerte de muchas comunidades indígenas sin un sentido claro de lucha y convencidas por los nuevos espejos de la política y el dinero o de renovarse y refrescarse para seguir afrontando con dignidad, autonomía y sentido de comunidad un presente lleno de incertidumbres con un sistema que a toda costa, incluso bajo la supuesta excusa de defender el derecho a la vida como en Jenoy, quiere convertir los últimos territorios donde habitan pueblos con pensamientos distintos a la sociedad consumista mayoritaria, en reductos para el capital. Sin lugar a dudas es una apuesta vital, no sólo para los jenoyes, sino para quienes sentimos y vivimos su lucha y en general para toda la sociedad colombiana. Gran parte de la situación que actualmente atraviesa la comunidad de Jenoy ha sido responsabilidad nuestra. Junto con ellos entendimos que el momento en el que llegamos era un momento crítico donde se debatía su existencia como pueblo. Un momento donde era necesario ayudar a forjar un discurso fuerte y estable sobre su identidad que ayudará a legitimar su existencia milenaria en el territorio que habitan. Un momento donde no había un margen muy amplio para negociar en torno a cuál era la cultura y la memoria de los jenoyes, ya que se necesitaba co-construir un relato del pasado y del presente favorable a sus intereses y contario al proyecto del reasentamiento. Pero estos fines iniciales terminaron generando la actual situación, nuevamente crítica, que atraviesa la comunidad de Jenoy y su proceso, de una estatización e inmovilidad del discurso, la memoria y la práctica, de discursos y prácticas excluyentes. Frente a esto ¿cómo sopesar nuestras actuaciones frente a las necesidades de las comunidades? ¿qué posición asumir frente a una identidad homogénea, estable e incluso petrificada cuando es la garantía para la defensa de los derechos dentro de una comunidad? ¿cómo mediar una aproximación a la realidad incluyente, multivocal y fluida sin que se convierta en un relativismo extremo, característico de las celebradas corrientes posmodernas, de donde, además, el neoliberalismo funda gran parte de su legitimación? ¿la cultura y la identidad, cambiante y adaptable a las circunstancias del presente, es acaso negociable para comunidades para quienes su estabilidad es cuestión de vida o muerte? ¿podemos ser acaso críticos respecto a la visión manifestada por los actores sociales con quienes estamos involucrados en nuestra labor académica y política? Estos interrogantes y preguntas quedan abiertas para continuar el debate. Sin embargo, el ejercicio de la solidaridad con el otro implica no sólo compartir sus visiones de mundo sino también generar un diálogo que provoque constantemente preguntas y este abierto también a la crítica y la reevaluación de sus y nuestras concepciones y visiones de mundo.