DE UNA INSERCIÓN A OTRA: POLÍTICA EXTERIOR DE CHILE

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DE UNA INSERCIÓN A OTRA: POLÍTICA EXTERIOR
DE CHILE, 1966-1991
Joaquín Fermandois Huerta
Se analiza la evolución de la política exterior de Chile en los últimos
25 años, describiendo los principios que han guiado su actuación en los
diferentes gobiernos y de acuerdo a la realidad internacional de cada
momento. El autor plantea que Chile habría pasado por una etapa de
protagonismo internacional a una de gran aislamiento diplomático,
para finalizar -en este último período- por tratar de reubicarse de
acuerdo a los cambios recientes que se han producido en el mundo, a
su tradición y a lo que ha aprendido.
Introducción
Como nunca en su historia, los recientes terremotos políticos han
afectado la relación de Chile con el mundo y a su política exterior. Al
final y al comienzo de esta historia el panorama parecía alentador
para los observadores de la inserción internacional del país. Entre
ambas situaciones la polarización interna, el colapso de la democracia
-y con ello una concepción del interés nacional que pudiese ser
compatible para sus diversos actores-, y el aislamiento internacional
producto (acción y reacción) de la emergencia y consolidación del
gobierno militar, producen profundas grietas en la política exterior
chilena. Sobre todo, se ponen en entredicho algunos elementos
sustanciales con los cuales se había construido, con cierto éxito, la
posición internacional del país. Al final de este ciclo Chile intenta
reconstruir su posición originaria sin olvidar a la vez los nuevos
factores del desarrollo tanto del sistema internacional como de los
nuevos lazos y percepciones que se han constituido en Chile.
En 1966 la política exterior chilena se acerca al cénit de su
influencia regional, lo que se puede también decir para todo el resto
de la década. La larga estabilidad institucional, la distancia que la
formulación de la política exterior tenía con la escena política interna
y la relativa consonancia de las tendencias continentales hacia la
autonomía y la reforma, con las divisas que triunfaban al interior del
país, hacía de esa política exterior un factor de dinamismo que
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ampliaba el pequeño pero eficaz margen de seguridad de que el país
gozaba en esos años. Antes de que el tema de la democracia se
convirtiera en el elemento central de la política regional, Chile había
usado su desarrollo político democrático como un haber más de su
posición en el mundo.
Además si había una herencia que el país cuidaba celosamente,
era la de la fijación en la divisa de "respeto a los tratados", que no era
más que el resultado de la estructuración fronteriza en el siglo xrx,
cuando se crearon y consolidaron los Estados nacionales en América
Latina. Cuando el factor geopolítico era de importancia suma, el país
había quedado en el lado débil de la balanza. Por ello siempre
aparecía como más prudente la adhesión al statu quo, y obligaba a la
aceptación de la validez del sistema interamericano como parte del
equilibrio regional imprescindible para el país austral. De todas
maneras, aunque esta fue la elección consciente a partir de la década
de 1920, en cada momento que se presentaba, este consenso tenía
que discutido antes de ser reafirmado. Este problema se actualizaría
ante tres rupturas famosas de la diplomacia chilena: con el Eje en
1943, con la Unión Soviética en 1947, y con Cuba en 1964.
El último de los presupuestos básicos de la política exterior
chilena era el predominio, dentro de su cultura política, de la aceptación del valor positivo de la inserción de Chile en el mundo occidental, en sus valores políticos y morales, en su potencialidad económica. Ciertamente, desde los años 1930 no había dejado de cuestionarse esta situación, pero todavía existía promediando los años 1960
un consenso mayoritario -cada vez más frágil- en este sentido.1
En los 25 años siguientes esta política exterior pasaría de un
protagonismo internacional desusado, a un aislamiento diplomático
y político asimismo inédito, para finalmente intentar reencontrar un
nuevo punto de equilibrio que hiciera justicia a su tradición, a las
lecciones de esa trayectoria y a las nuevas realidades de fin de siglo.
Reformismo interno y externo
Chile no había sido nunca un país activista en la retórica de nacionalismo continental o de integración. Sin embargo hacia comienzos de
1Manfred Wilhelmy, "Hacia un análisis de la política exterior chilena contemporánea",
Estudios Internacionales, octubre-diciembre de 1979. Lawrence Littwin, An Integrated view of
Chilean Foreign Policy (NY: Diss., 1967).
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la década de 1960 el gobierno chileno se había esforzado por perfilar
a la política exterior chilena con un cierto toque de "tercermundismo", aunque sin romper con el statu quo, dogma de una administración conservadora que se movía en un delicado equilibrio interno.
Por otro lado, Chile había llegado a ser centro de una creciente
atención continental debido a su pugna ideológica interna y Estados
Unidos había comenzado a apoyar intensamente a los sectores que
en la política interna veían como alternativa al camino marxista. Por
último, desde fines de los años 1950 habían renacido las tensiones
fronterizas con Argentina, lo que obligaba a La Moneda a ser extremadamente cuidadosa en sus movimientos internacionales.
El celo reformista, como programa y como ideología, que el
gobierno de la administración de Eduardo Freí pensaba imponer en
la sociedad chilena, se manifestó también en un programa externo.
Gozó para ello de un entorno internacional excepcional: buena
voluntad regional y de las grandes potencias, flujo crediticio y simpatías generales a sus planes domésticos. Adicionalmente gozó de un
favor especial de parte de Washington, aunque desde un punto de
vista diplomático La Moneda enfatizara una mayor autonomía en
relación al sistema interamericano, ya que a mediados de los años
1960 Chile aparecía como la alternativa a la Cuba de Castro. Por
último, cosa rara en la historia nacional, la Cancillería estuvo bajo las
manos firmes de un solo Canciller, Gabriel Valdés, lo que le daría
inusual consistencia y durabilidad a las iniciativas que se tomaron.
Particularmente a partir de 1967 la administración Freí desarrollaría una serie de iniciativas que perfilarían su política exterior como
una de "latinoamericanismo", destinada a crear un susbsistema regional nítidamente diferenciado del sistema interamericano. Con esto
se respondía a las tendencias "estructuralistas", de tipo cepaliano, que
impregnaban fuertemente a la Cancillería y los cuadros dirigentes del
gobierno. Respondía asimismo a tendencias políticas internas no
necesariamente en consonancia con las tradiciones de política exterior, pero que entonces parecían irresistibles. Al estructuralismo, que
veía en el sistema internacional el origen del subdesarrollo económico, se le agregan, radicalizándolo, versiones cada vez más extremas
de la "teoría de la dependencia", popular en sectores académicos, que
alguna influencia indirecta tendrían en La Moneda, sobre todo al
inicio de la década siguiente.
En la segunda fase de la administración Freí esto sería sólo un
elemento de influencia externa. El latinoamericanismo se manifiesta
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ESTUDIOS
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en dos iniciativas del gobierno chileno que hicieron época. Una fue
el "Consenso de Viña del Mar", que era la respuesta concertada de
los países latinoamericanos ante la nueva administración norteamericana de Richard Nixon, en 1969. Esta posición reflejaba la defunción definitiva del espíritu de la- Alianza para el Progreso, daba
especial énfasis a lo que se veía como diversidad de intereses entre
América Latina y Estados Unidos y se demandaban nuevas formas
de negociación que se referían más a las supuestas necesidades de
América Latina. No estaba ausente de esta posición una cierta beligerancia, aunque las relaciones con Washington en general siguieron
siendo buenas.
En el plano estrictamente regional la iniciativa más destacada
de esta administración estuvo constituida por la promoción y establecimiento del mercado subregional conocido como Pacto Andino.
Creaba una suerte de proyecto de mercado común y de división
internacional del trabajo aproximadamente dirigida, junto a Perú,
Solivia, Ecuador y Colombia (en esos años Venezuela todavía no se
integraba). Por una parte este proyecto tuvo un elemento estrictamente político. Efectivamente La Moneda tenía que convivir con
gobiernos regionales de tipo militar, especialmente en Argentina y
en Brasil. Ambos insistían en un militante anticomunismo internacional y con el primero Chile tenía pendiente sus problemas fronterizos.
En Chile por su parte había sectores en el gobierno partidarios de
adoptar una militante actitud antimilitar. La Moneda sorteó estos
problemas, encontró un modus vivendi con Brasilia y Buenos Aires e
impulsó paralelamente el Mercado Subregional Andino.2
Esta política exterior le dio especial protagonismo a Chile, y a
la vez no significó un quiebre con la coherencia histórica, aunque
daba cuenta de las nuevas influencias ideológicas. Todo esto aumentó
la irradiación de Chile, sin exponer un flanco ante el aumento de su
poder relativo. Pues este último consistía únicamente en un intangible diplomático que prestigiaba a Santiago, pero que en general no
se confundía con una pretensión de liderazgo que en América Latina
siempre termina por aislar a su promotor.
Por otro lado en su concepción ante el sistema económico
internacional y desde la perspectiva de nuestros días, el programa de
esta administración aunque en armonía con algunas tendencias inter2Manfred WUhelmy, "La política exterior chilena y el Grupo Andino", Estudios Sociales,
diciembre de 1976.
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nacionales del momento, contribuía a un aislamiento económico que
llevaría a las economías de la región a un grave dilema al cabo de dos
décadas. Se hacía fuerte la idea de una sobreprotección y de una
actitud cautelosa, sino hostil, ante el capital extranjero lo que tenía
que forzosamente separar al país de los flujos financieros internacionales y de su dinamismo. Pero en esto no hacía más que seguir los
ritmos de sus pulsaciones ideológicas. Aunque el desempeño económico del gobierno había sido discreto, la estrategia de desarrollo tenía
que entrar en crisis en el mediano plazo.
Protagonismo escénico y colapso del sistema político
La política exterior chilena de los tres años del gobierno de Salvador
Allende (1970-1973) representó tanto una confirmación de la política exterior chilena como la expectativa de un drástico cambio de la
situación internacional. La cultura política de izquierda en Chile
había desarrollado y extendido más allá de ella el principio "antiimperialista" (que ha tenido sus cultores en varios polos del espectro
político nacional). Este sostenía que el desarrollo del país estaba
íntimamente vinculado a la posibilidad de "liberarlo" de las ataduras
del capitalismo internacional. La transformación interna y la externa
de Chile eran así mutuamente necesarias, partes inseparables de un
mismo todo. Adicionalmente se daba por supuesto la existencia de
modelos paradigmáticos, los "socialismo reales", como formas de
organización a las que había que imitar en sus fundamentos más
importantes. Sólo el modo de llegar a ese estado era propio de la "vía
chilena": aquí mediaba el sistema democrático chileno. Pero ese
"campo socialista" representaba también un tipo de coordinación
internacional ejemplar, con un dinamismo que por "correlación de
fuerzas" condenaba a la extinción al capitalismo encabezado por
Estados Unidos. La liberación de las tenazas de este último era al
mismo tiempo la orientación hacia ese campo, aunque también a
veces se añadía, sobre todo durante el gobierno, a Europa Occidental
y al Tercer Mundo. Esta era la visión del sistema internacional que
regulaba la estrategia de política exterior del gobierno de la Unidad
Popular.
Su casi único Canciller, Clodomiro Almeyda, comprendía en
todo caso tanto que la tradición chilena era un elemento que favore[437]
ESTUDIOS
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cería su legitimidad internacional, como la necesidad de que la instalación en el mundo no podía ser hostil si es que se quería construir el
socialismo para Chile. De esta manera el gobierno desarrolla una
política exterior cuidadosa y extremadamente hábil, que sin perder
de vista una finalidad estratégica radical, no llevó por otra parte a una
confrontación estéril y peligrosa para la transformación interna. El
Ministerio de Relaciones Exteriores fue una excepción en relación a
otras agencias gubernamentales de esos años, ya que supo imponer
un ritmo de cambio a la posición internacional de Chile usando al
mismo funcionariado de carrera y sin romper con las tradiciones
diplomáticas que reflejan un "interés nacional", al menos momentáneamente compatible con la política del gobierno de la Unidad
Popular. Sin embargo el gobierno no podía ocultar que representaba
un drástico desafío al orden internacional, y con ello se sembraban
las semillas que llevarían a un curso de confrontación.
En el plano internacional se daban ciertos elementos que favorecieron la nueva política de La Moneda. En la atmósfera de "distensión" junto al síndrome post Vietnam en Estados Unidos, el potencial
intervencionista de Washington era bastante más reducido que lo
hubiese sido, v. gr., en 1964 o en 1958. En un plano más intangible,
pero de persistentes consecuencias, la llamada "experiencia chilena"
fascinó no sólo a la izquierda mundial, sino que también a importantes
sectores liberales de Estados Unidos y sobre todo de Europa Occidental. Ello se reflejaría en la actitud benevolente de muchos de los
gobiernos de esta última región.
Existían algunos factores conflictívos. Por un lado el sistema
institucional chileno impedía a la Unidad Popular llevar a cabo una
política de confrontación inmediata, ya que hubiera tempranamente
generado una aguda polarización interna por un problema de política
exterior. Por otro lado Estados Unidos, que veía en la Unidad Popular un peligro para la seguridad continental, adoptó desde un primerísimo momento una actitud hostil y apoyó un cambio extraínstitucional en 1970 y después cortó progresivamente sus relaciones
financieras con Chile, apoyando a la cada vez más radicalizada oposición política en Chile. En el ámbito económico la política puesta en
marcha implicaba un aumento del nivel de endeudamiento y con ello
una mayor dependencia de las fuentes crediticias. Se tenía la confianza en que la ayuda financiera provendría del bloque soviético y ello
fue el espejismo que recorrió toda la estrategia económica interna[438]
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cional de la Unidad Popular, determinando las funestas políticas
monetarias al.interior del país. Por último Cuba, incluyendo al propio
Castro, como paradigma para la izquierda marxista, jugó un rol no
despreciable en el derrumbe institucional y transformó las relaciones
con ese país en un tema de exacerbado debate interno, que intensificó
la gradual paramilitarización de la vida política. Sin embargo este
problema con Cuba no afectó a la actividad diplomática del gobierno,
pero sí a las relaciones internacionales del país en su más amplio
sentido.
A pesar de estos obstáculos, hay dos áreas en donde la Unidad
Popular .conquistó éxitos importantes. Por una parte el entorno
latinoamericano, rodeado de gobierno militares, se presentaba potencialmente amenazador en 1970. Pero por circunstancias del momento y por un hábil despliegue de La Moneda, se logró crear una
singular entente con Argentina. Se alcanza incluso un acuerdo de
arbitraje que a la postre favorecería plenamente a Chile y se anuló el
temor de que en Chile pudiese originarse una "Sierra Maestra de Los
Andes". Gradualmente esto podría añadirse al resto de América
Latina, aunque sus cancillerías y especialmente algunos sectores
dirigentes abrigaban una cierta desconfianza por el desarrollo en el
futuro.
En segundo lugar el gobierno de Allende tuvo un éxito particular en su aproximación a Europa. Aquí, en sus sectores liberales y de
izquierda, la espectacularidad de la "experiencia chilena", que originó
una amplia gama de "fellow travelers" ante lo que se veía como un
inocente experimento de un pueblo "dependiente" por combinar el
socialismo con la democracia, encontró el terreno abonado. Gobiernos y opinión pública coincidieron en crear una atmósfera receptiva
a Chile y a darle un protagonismo al país austral -y después de repudio
al gobierno militar- como nunca antes lo había tenido y difícilmente
lo tendría después. Aquí abundaron créditos que compensaron la
pérdida de los norteamericanos, aunque relacionados con la compra
de productos. También la simpatía de los gobiernos europeos le fue
decisiva a La Moneda para la renegociación de la deuda externa en
1972 y para resistir las demandas de la Kennecott por la expropiación
de su mina de cobre en Chile, que por un momento se visualizó como
una grave amenaza a las exportaciones de Chile.
La Unión Soviética y el entonces bloque soviético tenían que
mirar con simpatías a esta "experiencia chilena". De hecho, la ayuda
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en relación a la que estos países regularmente otorgaban al Tercer
Mundo (y Chile era considerado sólo país "camino al socialismo", lo
que evitaba compromisos mayores), fue ingente. Pero estaba muy
lejos de lo que Santiago había calculado, y de lo que era necesario
para financiar el programa ultrakeynesiano en economía. Ni un
desesperado intento de Allende en diciembre de 1972, al viajar a la
Unión Soviética y enfatizar el lazo ideológico entre ambos países,
logró conmover mayormente a Moscú, que evidentemente tenía sus
dudas acerca de la factibilidad del quehacer de los chilenos y, más que
nada, conocía sus propias limitaciones. Un subsidio como en el caso
de Cuba, que era lo que miraban los chilenos, estaba excluido desde
la partida.
Por último, el punto conflictivo estuvo dado naturalmente por
las relaciones con Estados Unidos. Mientras la estrategia de La
Moneda en el largo, plazo consistía en un desafío a los intereses
norteamericanos, su táctica diplomática fue extremadamente cuidadosa. Pero Washington consideró inaceptable el desafío chileno y tras
fracasar penosamente en su intento de promover un golpe de Estado,
decide adoptar una estrategia más cuidadosa, de un curso formal, sin
estridencias, "correcto pero frío".
Al mismo tiempo va cancelando paulatinamente el apoyo crediticio a Chile por vía de organizaciones internacionales, aunque
manteniendo la ayuda militar de modo de no perder un vínculo con
un actor decisivo en el futuro inmediato. Esto se complicó además
por la expropiación prácticamente confiscatoria que Chile efectuó de
la Gran Minería del Cobre, propiedad de empresas norteamericanas.
Esto obligó a Washington a mantener un "castigo público" a Chile,
como también impedía a la diplomacia chilena el encontrar un modus
vivendi eficaz con Estados Unidos. El aspecto más singular de esta
"relación" fue el apoyo financiero de Washington a los sectores de la
oposición en Chile, con el objeto de que pudiesen sobrevivir a las
presiones económicas que acosaban y que dificultaba su desempeño
político, como también para ayudar a crear un desafío al gobierno
chileno. Aunque se ha exagerado las consecuencias de esta política,
ésta convirtió a Estados Unidos al igual que Cuba, pero con "bajo
perfil", en un actor político interno que influyó en el desenlace final.3
•'Joaquín Fermandois, Chile y el Mundo 1970-1973. La política exterior del gobierno de la
Unidad Popular y el sistema internacional (Santiago: Ediciones Universidad Católica de Chile,
1985). Una versión diferente, standard, en Jorge Vera Castillo (ed.), La política exterir de Chile
durante el gobierno de Salvador Allende 1970-1973 (Santiago: IERIC, 1987).
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En el plano de las imágenes Chile en estos tres breves e intensos
años fue catapultado al estréllate internacional. Chile se convirtió en
una moderna utopía, y lo que vendría después, sea lo que sea lo que
hubiese sido, tenía que forzosamente ser una antiutopía. Chile había
estado en el ojo del huracán de la Guerra Fría y sus dirigentes, a pesar
de desplegar una diplomacia hábil, no pudieron encontrar un sustituto al dinamismo económico de Occidente, aunque se esforzaron en
romper los lazos de "dependencia". El espacio de que disponía la
política exterior chilena había sido empleado en la búsqueda de un
nuevo sistema internacional que jamás asomó y las bases finales de
su política exterior se desplomaron junto al sistema democrático
chileno en una aguda polarización de su sistema político.
El largo aislamiento y los nuevos vínculos
Entre 1973 y 1990 se desarrolla el largo período del gobierno militar
que como en tantas áreas en la política internacional constituirá un
profundo quiebre con su desarrollo anterior. El país se ve aislado en
sus relaciones diplomáticas y asediado en diversos frentes, incluso con
una amenaza de acción militar. A la vez, al finalizar el gobierno se
insinúa una reinserción internacional que no era un simple retorno
al pasado. Con todo, las alternativas de los años 1980 se palparon
mejor una vez que el nuevo gobierno asumió el mando en marzo de
1990. El aislamiento no significó una ausencia de vínculos diplomáticos, sino que la pérdida de un espacio diplomático en el ámbito
político, que le restó capacidad estratégica, la que en una limitada
pero real medida Chile había gozado por largas décadas.4
¿Cómo se arribó a esta situación? Por una parte la sucesión de
una "experiencia" que había encantado a porciones considerables de
la opinión pública internacional tenía que percibir una cierta frialdad.
Por otro lado el nuevo gobierno surgido de una drástica intervención
militar -a su vez solicitada por una mayoría parlamentaria y por uno
de los polos hacia los cuales se había orientado la política chilenachoco profundamente a la comunidad internacional. El golpe de
Estado de septiembre de 1973 fue el pecado original del gobierno
militar que luego sería indisputadamente liderado por el general
4Heraldo Muñoz, La política exterior del gobierno militar chileno (Santiago: Ediciones del
Ornitorrinco, 1986), p. 12.
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Augusto Pinochet. Sin tener en cuenta la paramilitarización de la
política interna durante el gobierno de la Unidad Popular, se veía
como arbitrario el método militar de deponer al gobierno. También
los pasos iniciales y la consolidación del gobierno militar, junto a sus
medidas de tipo policial y represivas, dejaron ver claramente que en
Chile no se afrontaba un "retorno a la democracia", sino que el
establecimiento de un autoritarismo semi-institucional, semi-personal, de largo aliento.
La "antiutopía" en que consistió la sucesión de la Unidad Popular también merece un espacio en este estudio. Chile pasó a ser un
caso famoso en donde todos midieron su tensión moral y su moralismo, según el caso. Mientras que el gobierno chileno fue condenado
en diversos foros internacionales, y recibió un tratamiento duro en
las organizaciones económicas internacionales, casos similares de
abusos no merecían mayor atención. En la comisión de Derechos
Humanos en Ginebra la dictadura castrista, por ejemplo, copatrocinaba las repetidas denuncias y peticiones de condena al gobierno
chileno, mientras que ella misma estaba amparada por un efectivo
velo político-sicológico de toda acusación por parte de la mayoría de
las democracias occidentales. Esto es cierto en mayor medida para
los países del Tercer Mundo. Este doble standard sería patente en el
caso chileno y restaría interés al propio gobierno chileno por modificar su conducta, a veces agravando las situaciones que las originaban, otras veces mejorándolas.
Contribuyó a esto también específicamente la política exterior
del nuevo gobierno en los años siguientes. Desde luego esta política
tenía que formularse de espaldas contra la pared, ya que su misión no
era sólo sostener la posición internacional del país, sino que también
defender y posibilitar la existencia de un régimen que carecía de
legitimidad internacional, por más injusta que la situación fuese en
algunos aspectos. La implementación de esta política fue problemática. Al comienzo, en el revuelo del cambio de gobierno, la Cancillería
perdió importancia como formuladora de la política exterior, con lo
que se perdieron algunas líneas de continuidad. El Ministerio de
Hacienda -el equipo económico en general- preludiando un cambio
general en América Latina, ganaría más protagonismo en este campo.
Los continuos reveses internacionales (que incluyeron una retirada
de la invitación a Pinochet poco antes de llegar a Filipinas, una cause
célebre) llevaron a que en los 16 años de gobierno hubo 8 cancilleres,
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lo que reveló una cierta desorientación que contrastaba con otras
áreas de gobierno, en paradojal inversión con el gobierno de Allende.
Los líderes del gobierno •militar construían su visión del mundo
con una fuerte acentuación geopolítica combinada con una estrategia
de Guerra Fría.'Chile ocuparía de este modo un lugar destacado en
esta última, por su curso de acción "antimarxista", de acuerdo a la
lectura internacional de la "doctrina dé seguridad internacional".
Pero esta voluntad se estrelló contra la mirada censora que se dirigía
a Chile desde las grandes potencias occidentales, no en último término desde Estados Unidos, así como con la incomprensión que en
Chile se manifestaba por esta dimensión política del sistema internacional. El hecho inconmovible era que Chile era juzgado de acuerdo
a un patrón de democracia, que era lo más visible de su historia, y era
también una dimensión consustancial a ese conflicto llamado Guerra
Fría. La legitimación de una cooperación con Chile pasó a se crecientemente vinculada con un retorno de éste a la democracia. No había
nada que el gobierno de Pinochet pudiese haber hecho para romper
este círculo de hierro en torno a su legitimidad, al punto que éste
había perdido todo incentivo en modificar la situación de aislamiento
de Chile: pues estaba ante la disyuntiva imposible de que toda modificación aceptable implicaba su propia extinción.
El caso norteamericano es revelador. Al comienzo Washington
había mirado con buenos ojos el desenlace chileno, aunque no sin un
dejo de embarazo. Pero pronto la actitud de su opinión pública, las
investigaciones del Senado, la reacción de la gran prensa y debido en
general a la actitud post Watergate y post Vietnam determinaron un
gradual distanciamiento con Santiago. En 1976 el Senado además
impone sanciones militares a Chile que han sido profundamente
resentidas por las fuerzas armadas chilenas. Para colmo el espectacular asesinato en pleno centro de Washington del ex Canciller y ex
Embajador Orlando Letelier (21 de septiembre de 1976), para lo cual
Estados Unidos muestra fuertes incriminaciones de la policía secreta
chilena, abrió un capítulo hasta estos momentos inconcluso en las
relaciones entre ambos países. La política de derechos humanos del
Presidente Cárter escoge a Chile (y por un momento también a
Argentina) como ejemplo de acción.
Con Reagan hay una cierta mejoría por la identidad de intereses
y visión del mundo que parece crearse. Pero esta fue en gran medida
una ilusión alimentada por Santiago. El gobierno norteamericano no
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podía ignorar que la posición global de Estados Unidos, la fama del
caso chileno y no en último término el caso Letelier, determinaban
una política de relativa hostilidad hacia Chile. Esto se presenta con
mayor fuerza todavía a partir de la crisis política en Chile entre 1983
y 1986, en donde se teme una "nueva Nicaragua" y el Departamento
de Estado se decide a jugar la carta de la oposición democrática. Su
nuevo Embajador se convierte en un verdadero actor político interno. Al final el desenlace, que no representa un triunfo neto de
ninguna de las partes envueltas, junto al fin de la Guerra Fría le resta
dramatismo y peligrosidad -a los ojos de Washington- al caso chileno.
Pero las huellas de los años del gobierno militar perdurarán en las
relaciones.
Sin embargo el ejemplo norteamericano demuetra la ambivalencia del resultado internacional de estos años. Desde sus inicios
Washington miró con buenos ojos la experiencia económica de liberalización interna y externa que se efectuaba en Chile. Al principio,
en 1973, reabrió la línea de créditos para volverlos a cerrar poco
después por las razones políticas antedichas. Pero la accidentada
recuperación económica de Chile -que incluyó dos graves depresiones, en 1975 y en 1982- se convertiría a partir de 1986-87 en un
modelo a ojos norteamericanos (y de otros observadores en la escena
internacional). Se decía que la economía libre llevaría inevitablemente a la democracia; o que Chile debía complementar su liberación
económica con otra política. Como sea, Washington y el resto de los
países occidentales profundamente antagonizados por el carácter del
gobierno chileno veía cada vez más a Chile como un ejemplo positivo
para el Tercer Mundo desde el punto de vista económico. De esta
manera cada vez que se llegaba al asunto vital de las sanciones
económicas -más allá del corte de los créditos estatales- siempre
retrocedieron ante las consecuencias políticamente impredecibles de
una medida tal.5
Precisamente el fin catastrófico de esta "experiencia" parece
haber sido el objetivo del bloque soviético, al encabezar la Unión
Soviética una amplia campaña política para aislar y sancionar política
y económicamente al régimen chileno. En un grado mayor Cuba, con
alarma regional, pero con falta de reacción pública, ayudó a organizar
un considerable movimiento terrorista al interior de Chile, que tuvo
5Joaquíh Fermandois, "Chile and the Great Powers", en Michael A. Morris, (ed.), Great
Powers Relations ín Argentina, Chile and Antárctica (Londres: Macmülan, 1990), esp. pp. 93-96,
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gran efectividad, ca. 1984/86. Además La Habana jugó la apuesta del
fracaso de los sectores democráticos en la transición o a hacerles
imposible una consolidación posterior, al intentar armar fuertemente
a los sectores terroristas.
En los Estados marxistas hubo excepciones. Rumania mantuvo
las relaciones diplomáticas y económicas. China, sobre todo, manifestó una voluntad relativamente buena hacia el gobierno militar al
mantener las relaciones diplomáticas y políticas, junto a las comerciales. En la segunda mitad de los años 1980 los países de Europa
Oriental comenzaron un tibio acercamiento con Santiago, sobre todo
en el plano comercial.
En la región al inicio, aunque las relaciones con el gobierno de
Allende habían sido distendidas, la subida del gobierno militar fue
recibida con alivio; además en esos años se extendieron como reguero
de pólvora los regímenes militares. Pero en la década de 1980 sucedió
lo inverso. La redemocratización, mayormente que en los años 1960,
vino acompañada de la colocación del tema del sistema democrático
y de los derechos humanos en el primer lugar de la agenda, en un
movimiento que se adivina de larga duración. Esto ayudó a aislar en
medida todavía mayor al régimen de Pinochet, a pesar de que a partir
de 1983 eran visibles los cambios políticos en el país. Sencillamente
el ejemplo chileno estaba más allá de la soportabilidad diplomática,
en lo que se denunciaba un abierto doble standard, cuando se compara la conducta de los gobiernos latinoameri- canos con la Cuba de
Castro.
Por una parte el aislamiento político diplomático ha sido evidente y oneroso para el país. En 1974/75 el apoyo soviético al Perú
mantuvo las relaciones tirantes con un clima pre-bélico, entre Lima
y Santiago. Lo peor vino en 1978, cuando Argentina puede impunemente desconocer un laudo arbitral y amenazar con un guerra a Chile
por una disputa fronteriza en el extremo Sur (Canal Beagle). Cierto
es que Estados Unidos y después el Vaticano se movieron tras las
bambalinas para evitar una guerra, y condujeron finalmente a un
acuerdo aparentemente definitivo en 1984, pero todo el asunto
demostró la indefensión política de Chile.
Por otra parte sin embargo existe otra realidad. En primer lugar
el Estado chileno pudo probarse en una situación de extremo aislamiento y amenaza, en donde su política exterior por una combinación
de acierto y azar cumplió con la finalidad de permitir la consolación
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ESTUDIOS
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del proceso político (con sus particularidades que, repetimos, no
respondían a las pretensiones absolutas de ninguno de los dos polos).
En segundo lugar la política económica del gobierno militar
implicaba romper con una suerte de aislamiento económico del país
que se remontaba a la época de la depresión en los años 1930. Al no
gozar de apoyo político internacional para su reestructuración financiera, y no sin serios errores y tropiezos, pudo con todo preparar al
país para integrarse a los flujos económicos mundiales, mantener el
servicio (renegociado) de la deuda con los bancos extranjeros, diversificar la exportación y realmente romper la monodependencia de
una materia prima junto a un sostenido crecimiento económico. Esto
no fue un proceso unilineal y esta descripción corresponde esencialmente a la segunda mitad de los años 1980, pero este logro es
impensable sin la historia de los años anteriores. Chile se adelantaría
a políticas mundiales en los países del Tercer Mundo, y sería continuamente citado como buen ejemplo. Al costo de reducir la política
exterior a una dimensión meramente económica -y economicista-,
forzado un poco por las circunstancias, alentado por las ideas matrices de los sectores tecnocráticos que impulsaban su modernización,
Chile descubrió una nueva forma de instalarse en el mundo que luego
hizo escuela en América Latina. En este sentido la política exterior
del gobierno militar posibilitó el desarrollo de una nueva dimensión
que calaría profundamente en su cultura política. Testimonio de lo
cual es que el gobierno democrático que lo sucedería tomaría esta
parte de su programa de manera prácticamente íntegra.
Por último, y estrechamente relacionado con lo anterior, se
produjo un cambio notable en su cultura política. En la estela de la
crisis del marxismo primero y después del derrumbe del bloque
soviético, se debilitó enormemente la cultura "antiimperialista", desde luego hostil a las nueva orientaciones. Además el exilio y la
espectacularidad del caso chileno le dieron un roce internacional
notable a la clase política chilena, lo que hasta este momento ha
permitido consolidar la nueva aproximación económica del país.
Ciertamente han aparecido algunos fenómenos nuevos (aunque con
antecedentes), como la amarga crítica a Estados Unidos en los sectores de derecha, que en relación a la década de 1960 han reafirmado
sus posiciones en el entorno nacional. Pero en su conjunto los
cambios en los sentimientos y en las ideas en la cultura nacional no
sólo constituyeron un apoyo a esta nueva realidad, sino que además
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Joaquín Fermandois Huerta / De una inserción a otra: política exterior...
prepararon al país que con un nuevo régimen político se reinsertara
en el sistema internacional. Esta reinserción no ha sido más que un
complemento a la inserción económica en el sistema internacional
post Guerra Fría.
Democracia, reinserción y complementación
La oposición chilena al gobierno 'militar había destacado, entre sus
críticas, el aislamiento de Chile durante este período.6 En el último
año y medio antes de su fin, la Cancillería había impulsado algunos
cambios en él aislamiento, que desde afuera eran mirados como
impulsos externos destinados a mandar un mensaje favorable a los
actores que desde dentro del gobierno operaban en favor de una
transición. Sin embargo un verdadero cambio sólo podía venir con un
nuevo gobierno, quien quiera que fuese su actor.7 Los sectores de
oposición, seguros de su triunfo y sabedores de sus nuevas relaciones
y experiencia personal en el escenario internacional, daban por hecho
un cambio dramático a favor de Chile, junto a una ayuda sustancial
para el nuevo gobierno.
Entre tanto se habían desarrollado dos procesos paralelos que
influirían en la adopción de una política exterior para el nuevo
gobierno. Por una parte la aguda polarización interna en Chile se
había descomprimido y dado paso a una evolución consensual, que
culminaría en la llamada "democracia de los acuerdos". Esto requería
no sólo por doctrina sino que por necesidad política el formular una
política exterior también consensual. Por otra parte la evolución del
sistema internacional y el fin de la Guerra Fría le sustraería todo
dramatismo a aquella parte de la reinserción internacional que ordenaba reanudar las relaciones diplomáticas con los países del ahora
difunto bloque soviético. Este no sería un paso que provocaría polémica interna, sino que apareció como el resultado de una evolución
normal. Además las nuevas autoridades serían afortunadas, en cuanto no existiría -o estaría debilitada hasta lo irreconocible- la cultura
6Ch. muchos de los artículos que aparecen en Heraldo Muñoz (ed.), Chile:política exterior
para la democracia (Santiago: Pehuén, 1988).
7No parece ser que una reinserción pueda haber sido posible sólo con un triunfo de la
Concertación, como sostiene Boris Yopo, "Debate y consenso en la política exterior de Chile",
Cono Sur, X, 4, julib-agosto de 1991.
[447]
ESTUDIOS INTERNACIONALES
política chilena que medía al país de acuerdo con los paradigmas de
las sociedades marxistas. Sobre el trasfondo de estos dos desarrollos
el caso chileno se fue desdramatizando, y junto con la atención que
recibía América Latina, también Chile pasó a tener su "hora del
olvido". Chile ya no constituiría la estrella de un acto mundial, pero
la historia reciente más el apoyo renovado de un sistema político
democrático le permitiría afrontar la nueva realidad internacional
desde una posición de relativa ventaja.
De ahí en que el programa internacional del candidato triunfante en las elecciones de diciembre de 1989, Patricio Aylwin, destacaba precisamente una respuesta a estos desarrollos. Afirmaba por
un parte la necesidad de que "la proyección internacional de Chile se
fundamentará en un amplio consenso interno en torno a los principales intereses y objetivos externos de la nación". Por otro lado
afirmaba que Chile no buscaba lideratos, y con ello reconocía el
peligro de que los protagonismos excesivos en la región terminan por
dañar la capacidad operativa de una política exterior. Se imponía por
experiencia histórica y por la necesidad del momento una política
exterior de bajo perfil. Este hecho además era reconocido por la clase
política chilena.
Tras años de alteraciones bruscas y de repetidos cambios de
orientación ante la experiencia inédita del aislamiento, ahora la
Cancillería entraba por una etapa de aguas calmas. Ello tanto por la
política consciente de consenso como por las realidades de la transición con que el gobierno de Pinochet aseguró la mantención en sus
cargos al funcionariado bajo e intermedio. De esta manera hubo
pocos cambios en estos niveles. La coalición victoriosa, la Concertación por la Democracia, contaba con un equipo internacional destacado, aunque no necesariamente con experiencia diplomático-funcionaria. Pero en cambio gozaba de amplísima experiencia internacional y de preparación intelectual. Sin embargo la Cancillería-, por
problemas de equilibrio pre-electoral en la coalición, no fue a uno de
sus talentos más obvios, sino que a un líder político de experiencia
interna, pero desconocido en la lides internacionales, Enrique Silva
Cimma. Con todo, éste dentro del espíritu de la coalición, supo
8Joaquíh Fermandois, "América Latina en la hora del olvido", Cono Sur, IX, 6, noviembre-diciembre de 1990.
9Cfr. el programa internacional del entonces candidato Patricio Aylwin leído ante el Consejo
Chileno de Relaciones Internacionales, 16 de noviembre de 1989. Cono Sur, IX, I, enero-febrero
de 1990.
[448]
Joaquín Fermandoís Huerta / De una inserción a otra: política exterior...
construir -o fue acordado- un equipo de trabajo con un tipo de
funcionario que sin pertenecer a la carrera diplomática, gozaba de
superior relacionamiento internacional debido a las transformaciones en la cultura política de los últimos 20 años. Por último, un
altísimo número de embajadas fueron destinadas a nombramientos
políticos; en un cierto número de casos los embajadores provienen
de los talentos "internacionalistas" a los que antes nos referíamos. Sin
embargo un número significativo proviene de compromisos políticos,
una práctica al parecer difícil de erradicar por los más variados
gobiernos y que deja espacio a reformas. Un talento político sin
experiencia diplomática no tiene por qué no ser compatible con el
rango de Embajador, siempre que se cumplan otros requisitos.
Como sea, los presupuestos para completar la inserción internacional y recuperar el terreno perdido estaban dados. El día de la
asunción de Aylwin se reanudan los lazos diplomáticos con la Unión
Soviética y otros países de su antiguo bloque, como asimismo con
pequeños países del Caribe y del Pacífico austral. También con
México, que fiel a su retórica, las había roto con el gobierno militar.
A la asunción del mando vino el Presidente peruano Alan García,
siendo la primera vez que un Jefe de Estado de ese país pisaba suelo
nacional. Luego Aylwin seguiría en varios viajes al exterior, a los
países latinoamericanos y a Estados Unidos. En 1991 viajó a varios
países europeos y en todas partes sólo escuchaba halagos para esta
nueva suerte de "experiencia chilena". Los halagos estaban paradojalmente combinados con referencias positivas -muchas veces como
punto central del discurso- hacia la economía abierta que el programa de la concertación había prometido mantener.10 Con esto se
conservaba íntegro el nuevo tipo de relación económica internacional que había establecido el gobierno militar, y por ello antes que de
reinserción quizás conviene hablar más de una complementación de
las relaciones y de un fin del período de asedio.
Es en el ámbito de la región donde mayores triunfos se podían
anotar en la reinserción política. A ello ayudó la oleada democratizadora que ha continuado en los años 1990 y que ha llevado a una
inusual coordinación y cooperación entre jefes de Estado en países
generalmente tan desconocidos unos de otros. Esto ha sido un factor
de estabilidad política y -hay que recalcarlo- un hecho políticamente
nuevo que deja ver que este ciclo de democratización puede ser de
[449]
ESTUDIOS INTERNACIONALES
largo aliento. Chile se integraría al Grupo de Río y aislaría a Bolivia
en sus antes exitosos intentos de instrumentalizar la OEA para su
demanda marítima. Las relaciones con los países fronterizos han
transcurrido dentro de una atmósfera de buena voluntad. Pero mientras Chile aparenta no tener una estrategia ante la crisis peruana, con
Argentina se ha desarrollado una relación articulada y hasta este
momento exitosa en la búsqueda de soluciones para lo que resta de
las disputas fronterizas, incluyendo la firma de un acuerdo para
someter la disputa por Laguna del Desierto a un arbitraje internacional. Chile no se ha vinculado al MERCOSUR, que ha unido a Argentina,
Uruguay, Paraguay y Brasil en una suerte de mercado andino esta vez
liberalizador. No lo ha hecho porque antes aquél debe unirse a Chile
en su apertura económica, en la cual ya ha pagado los precios en lo
sustancial. Nuevamente es en la región en donde Chile es considerado el precursor al que hay que imitar, y con el que hay que competir
por los flujos económicos transnacionales que por un momento sólo
parecían ir a Santiago. Es en esta competencia en donde se centra
una parte del debate interno en Chile acerca del rumbo de su política
económica. En Chile sin embargo ese ámbito no necesariamente está
integrado en la formulación de política exterior.
Las relaciones con Estados Unidos han sido más ricas en actividad y controversias, de acuerdo a una pauta histórica notable.
Además ha sido el punto favorito en donde la política exterior ha sido
más debatida. Mientras la cultura antiimperialista parece batirse en
retirada -en mucho mayor medida que en el resto de América Latinadel escenario nacional, emerge bajo otra forma, no en la izquierda,
sino que en la derecha, lo que lleva a preguntarse si no responde a
un rasgo de larga duración de la sociedad. No se produce por vez
primera de esta forma, pero llama la atención la relativa virulencia.
La derecha había resentido la política de Washington dirigida contra
el gobierno militar, en el que tan íntimamente había participado;
además había sido ignorada en una suerte de coalición entre la
oposición de entonces (la actual Concertación) y el Departamento
de Estado, ca. 1983/89. Además el "caso de las uvas", cuando en marzo
de 1989 Estados Unidos paralizó por breve pero decisivo tiempo las
importaciones de frutos chilenos, le añadió un componente econó1:lHeraldo Muñoz, Carlos Portales, Una amistad esquiva. Las relaciones de Estados Unidos y
Chile (Santiago: Pehuén, 1987). Wüliam F. Sater, Chile and the United States. Empires ¡n Conflict
(Athens, Gat: The University of Georgia Press, 1990).
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Joaquín Fermandois Huerta / De una inserción a otra: política exterior...
mico que completa el círculo de planteamiento "antiimperialista". Por
último por su estrategia política y en parte por convicción, la derecha
se ha opuesto, en general, al activamiento del caso Letelier.12
Durante 1990 la "reinserción" con Estados Unidos se hizo esperar, visita del Vicepresidente Quayle aparte. Washington insistía en
vincular el caso Letelier con la finalización de anteriores sanciones o
exclusiones, como la derogación de la Enmienda Kennedy y el caso
del Sistema Generalizado de Preferencia (SGP). Además para los
sectores empresariales en Chile y para la derecha no estaba clara la
voluntad de la Casa Blanca de luchar contra las tendencias proteccionistas 'en el Congreso. El viaje de Aylwin a Estados Unidos en
octubre no mejoró visiblemente las cosas y arreció el debate en Chile.
Pero cuando Bush visita el país los primeros días de diciembre de 1990
-el segundo presidente de Estados Unidos en visitar Chile, el primero
había sido Dwight Eisenhower en 1960- el panorama mejora visiblemente.
El hecho era que mientras a mediados de los años 1980 Washington veía con alarma la posibilidad de que Chile fuese una "segunda
Nicaragua",13 la "crisis chilena" según la definición de los intereses de
parte de Estados Unidos, se había disuelto al comenzar la década
siguiente. Con ello, junto al fin de la Guerra Fría, se da otro paso en
el proceso de terminar con la espectacularidad de la "experiencia
chilena" y las relaciones bilaterales pierden el peso político; en cambio aumenta la importancia de la cadencia diaria, en donde el sistema
norteamericano aumenta su presencia, en detrimento a las decisiones
de la Casa Blanca. Esta también pierde incentivo para conducir unas
relaciones más "políticas" a pesar de la simpatía que le manifiesta a la
nueva administración instalada en La Moneda.
Las nubes se disuelven entonces parcialmente a fines de año y
en el curso de 1991 el tema norteamericano, sin perder protagonismo,
no llega a convertirse en un problema central gobierno-oposición.
Con la visita de Bush se resuelven en principio el problema del SGP y
se anuncia que la Casa Blanca certificará ante el Congreso de modo
de derogar la Enmienda Kennedy. Con ello se reanudan en la práctica
los contactos militares, una situación que por lo demás había privado
12 Joaquín Fermandois, Francisco Rojas, "La reinserción internacional de Chile", Cono Sur,
X, 1, enero-febrero de 1991.
13 El análisis de Mark Falcoff entrega una idea acerca de la visión norteamericana a mediados
de la década, "Chile: The Dilemma for U. S. Policy", ForeignAffairs, primavera de 1986.
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ESTUDIOS INTERNACIONALES
a Washington de influencia dentro de las Fuerzas Armadas chilenas.
Más importante, en junio de 1990 Bush había anunciado "La Iniciativa de las Américas", un ambicioso programa de liberalización económica continental. Desde un comienzo pareció que Chile sería un
país privilegiado para firmar un tratado de libre comercio. Aunque
Estados Unidos ha insistido repetidamente que tiene prioridad la
firma de un tratado de ese tipo con México, se sigue citando a Chile
como el gran ejemplo que el continente debe imitar.14 El propio
Bush, haciendo ademán de calidez hacia el Ministro de Hacienda
chileno decía, con motivo del primer aniversario de la Iniciativa, que
felicitaba "a Chile por las impresionantes reformas económicas que
ha emprendido".15 Esto no es sólo pura retórica, ya que el "olvido"
que antes mencionábamos tiene sus límites en la época en que con
mayor o menor razón se teme al surgimiento de grandes bloques
comerciales en Asia y en África. De ahí que la necesidad de una
relación relativamente privilegiada con América Latina, de la cual
Chile sería el ejemplo, va plenamente con los intereses norteamericanos y el Sur encuentra así su espacio de peso específico en el sistema
internacional.
Un escollo de consideración está todavía constituido por el caso
Letelier. En el primer semestre de 1991 el parlamento chileno acordó
efectuar un pago ex gratia a la familia Letelier y de una ciudadana
norteamericana también muerta en el atentado. Aunque sin valor
legal para perseguir a los autores del crimen, difícilmente se puede
dejar de ver que este acto implica un reconocimiento político de
responsabilidad. A ello se le añade una reactivación judicial en la
parte chilena a comienzos del segundo semestre de ese mismo año,
lo que demuestra premura ante la próxima prescripción, en septiembre de 1991, del delito en Estados Unidos. La oposición ha acusado
al gobierno de precipitación, y ha planteado el problema de las
presiones de Washington. Para la Concertación se trató siempre de
un problema moral y político. La actual oposición lo planteó en
cambio en un terreno político. Tras esto flota en el ambiente el
argumento encontrado de la derecha, el "caso de las uvas", subrayado
por la casi certeza de que las uvas en cuestión no habían sido enve14 Andrea Butelmann, Alicia Frohmann, Percepciones de actores oficialesy privados en Estados
Unidos ante la Iniciativa Bush (Santiago: FLACSO, CIEPLAN, 1991).
^El Mercurio, 28 de junio de 1991.
16Sergio Gutiérrez Olivos, Pedro Daza Valenzuela, "Pago ex gratia: Un acuerdo dudoso", EL
Mercurio, 14 de julio de 1991.
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Joaquín Fermandois Huerta / De una inserción a otra: política exterior...
nenadas en Chile (lo que originó el embargo), sino que en Estados
Unidos.17 De esta manera cada paso que se ve como concesión en el
caso Letelier es visto en relación a la manera como la causa chilena
es tratada en relación a las "uvas" (para lo cual se ha pedido una
indemnización). Como sea que se le mire, las relaciones con Estados
Unidos -que comercialmente sólo representan una quinta parte del
intercambio exterior de Chile- continúan estando en el centro del
escenario internacional del país y con diferentes actores mantienen
un importante componente de política interna.
Finalmente está el espinoso tema cubano. Reanudar relaciones
con Cuba estaba dentro de los objetivos de muchos sectores de la
Concertación, y desde luego de la izquierda fuera de ella. Pero
también los objetivos cubanos, al organizar el terrorismo en Chile,
evidentemente que iban a sabotear toda solución política representada por la transición chilena y por la misma Concertación. Más
importante, el tema cubano deriva fácilmente en una polémica política interna y rompe el consenso en que se quiere basar la política
exterior. La Moneda se decidió por un curso intermedio. Esperó más
de un año antes de dar un paso, lo que indudablemente era costoso
para La Habana. Finalmente con motivo de la reunión de jefes de
Estados iberoamericanos en Guadalajara, en julio de 1991, se abren
meras relaciones consulares y comerciales.
Pero también el modo cómo se hizo refleja un alma dividida. Si
por una parte la cautela y la desconfianza constituyen la marca de
esta forma de proceder, por otra parte se le efectúan fuertes concesiones a Castro. No nos referimos al hecho de establecer relaciones,
que tiene su lógica, sino que se volvió a excluir a Cuba de todo
escrutinio en relación a su sistema político, efectuando la diplomacia
chilena un doble standard en relación a sus presupuestos políticos.
¿Establece esto también un comportamiento en la Comisión de
Derechos Humanos en Ginebra? Al gobierno no le debe haber sido
fácil dar el paso (de hecho lo anunció primero el Presidente de
Colombia, Cesar Gaviria), y se impone la pregunta de por qué tanto
comedimiento: en abrir relaciones, en pronunciarse acerca de los
derechos humanos. ¡Imaginemos por un momento a un Pinochet
triunfante en 1988 asistiendo a ese encuentro! De todas maneras es
un problema de menor importancia en la política exterior chilena,
empequeñecido más todavía por el ostracismo a que el fin de la
Guerra Fría ha llevado al sistema castrista.
17Dc acuerdo
con un informe de la Cámara de Diputados. El Mercurio, 25 de enero de 1991.
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ESTUDIOS INTERNACIONALES
Quizás tras todo esto se puede ver que los problemas surgen del
mismo éxito de esta nueva "experiencia chilena". En el sistema de
Guerra Fría la agenda era más clara. Chile, como tantos otros países
debe ahora buscar su ruta en un mundo aparentemente más dúctil,
pero en el fondo más huidizo para la formulación de políticas exteriores. La inserción con la que comenzó nuestra historia en los años
1960 tenía jerarquía más clara de objetivos. Ahora sólo se tiene una
vaga idea acerca del "nuevo orden mundial" y en América Latina la
OEA aparece más desdibujada que nunca.
Chile pudo insertarse exitosamente en aquellas esferas en las
que estaba excluido, y sabiamente adoptó el programa del vencido
(parcialmente) en aquellas otras que habían surgido durante la época
del aislamiento. Hubo un período de gracia que fue bien aprovechado, aunque quizás no pocos ilusionados en una atención mundial que
creían permanente se han visto desalentados. En estos momentos en
cambio se debe pensar en la formulación de una estrategia de largo
plazo, pues no siempre los tiempos serán tan propicios.
Su correcta decisión de no buscar ni aparentar la búsqueda de
un liderato sin embargo corre el riesgo de resultar en la carencia de
una política exterior, y con ello de empobrecer el espacio que un país
como Chile debe ocupar. Entre las finalidades que debe acometer se
encuentra la promoción de un cuerpo profesional para su burocracia
internacional, lo que no debe confundirse con una defensa corporativa.18 Ello se encuentra íntimamente relacionado con lo que se ha
llamado la "desagregación de decisiones" en lo que concierne a
política exterior, esto es, que la política exterior fluye por dos cauces
paralelos e incomunicados, aquél de las relaciones económicas internacionales y aquél de las meramente político-diplomáticas. Este es
un problema universal pero no por eso menos urgente para Chile,
que tiene que reafirmar su vocación de apertura internacional y que
le resta la tarea por reconciliar a los sectores público y privado.
Finalmente, en una era probable-pero no segura, teniendo en cuenta
a la crisis peruana y otros imponderables- de tranquilidad en las
fronteras deberá encontrar nuevas respuestas a sus problemas de
seguridad, y un nuevo empleo a sus Fuerzas Armadas, sin que por
18La actuación de la Cancillería y del Canciller ha sido uno de los escasos puntos que han
estado abierto a debate frente a la política exterior. Daniel Asenjo, María Eliana Castillo,
Ricardo Urrutia, Mladen Yopo, "Cien Díaz de Política Exterior", Hoy, 25 de junio al lo. de
julio de 1990. Cfr. también dos sendas entrevistas al Canciller efectuadas por Raquel Correa.
El Mercurio 4 de noviembre de 1990 y 2 de junio de 1991.
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Joaquín Fermandois Huerta / De una inserción a otra: política exterior...
ello devengan en mero instrumento policial, la gran tentación del
mundo post Guerra Fría. Pero, hasta donde se puede prever, entre
una inserción internacional, la de hace un cuarto de siglo y la presente, la formulación de política exterior ha avanzado indudablemente
en el camino de instalarse en un sistema político que le ofrezca
perspectivas de estabilidad y permanencia. Esta es la mejor base
sobre de cual se puede enfrentar el diseño de una estrategia de
política exterior en un mundo incierto que a la vez parece plantear
un escenario de largo plazo.
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