introducción - Centro de Estudios Cervantinos

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Mª del Rosario Aguilar Perdomo, Florambel de Lucea I (libros I, II y III), de
Francisco de Enciso (2004)
INTRODUCCIÓN
LA PRIMERA PARTE DE LA CORÓNICA DEL INVENCIBLE
CAVALLERO FLORAMBEL DE LUCEA fue impresa por la casa impresora de Nicólas
Tierri en Valladolid en el año de 1532. Su autor, Francisco Enciso de Zárate, hizo parte de
la casa del IV Marqués de Astorga, Pedro Álvarez de Osorio, de quien fue su secretario. Tal
vez la afición por la literatura caballeresca del Marqués, como lo testimonia su biblioteca
(Cátedra 2002), fue uno de los motivos que incitaron a Enciso a dedicarle esta primera
parte del Florambel de Lucea, así como la segunda y tercera del mismo título, y el Platir, otro
libro de caballerías, publicado en 1533, que al parecer también es de su autoría (Eisenberg y
Marín Pina 2000). Anastasio Rojo (1989) ha podido determinar, además, que Enciso era un
hidalgo pobre, vecino de Logroño, ciudad de la que llegó a ser representante en la Real
Cancillería de Valladolid. Murió en 1570 y dejó pocas pertenencias, entre ellas una pequeña
biblioteca en la que, curiosamente, no conservaba ningún título caballeresco, ni siquiera
alguno de los escritos por él.
La lectura del Florambel revela, no obstante, la familiaridad que Francisco Enciso de
Zárate tenía con el modelo de literatura de caballerías que predominaba en la tercera década
del siglo XVI, pues la historia del valeroso caballero Florambel de Lucea retoma y acoge el
paradigma establecido por Rodríguez de Montalvo y los nuevos aportes realizados por el
mirobigense Feliciano de Silva en sus continuaciones del Amadís de Gaula. En ese sentido, el
soporte ideológico de la obra es evidente. A lo largo del texto, Enciso expone también sus
conocimientos de la Materia de Bretaña, pues el rey Arturo y su hermana Morgana reviven
en las páginas del Florambel y se convierten en piezas notables en la historia en tanto que el
héroe debe participar en una aventura solicitada por Arturo a su hermana y concebida por
ésta para que el famoso rey pudiera comprobrar cuál es la condición de los caballeros de
Inglaterra y si ésta era igual o mejor que la de los tiempos de los Caballeros de la Mesa
Redonda. Más de una vez también manifiesta Enciso de Zárate su dominio de la materia
clásica y de las leyendas griegas y troyanas, que utiliza para ejemplificar en las escasas glosas
moralizantes que se encuentran en el texto, en particular las referidas a la temática amorosa.
Así, por ejemplo, se evidencia cuando Florambel intenta explicar a su escudero Lelicio el
poder soberano de Cupido (III, 34,191r) o cuando Olibano intenta persuadir a Lidiarte de
que abandone sus amores con Diadema, princesa pagana hija del Soldán de Niquea (II, 6,
90v).
El ciclo de los Florambeles instaurado por Enciso reúne los elementos típicos y
tópicos de un libro de caballerías del siglo XVI. Es por ello que se encuentran en el texto
las repeticiones e innovaciones temáticas y estructurales que ratifican su pertenencia al
grupo de las obras caballerescas del periodo de la experimentación, que continúan la senda
ortodoxa trazada por Feliciano de Silva (Lucía Megías 2002). El autor mirobigense había
iniciado la búsqueda de una literatura de entretenimiento que deleitara y entusiasmara a un
grupo de lectores cada vez más familiarizados con la estructura y las aventuras que habían
tendido a hacerse repetitivas y monótonas en los numerosos exponentes del género. Sin
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Mª del Rosario Aguilar Perdomo, Florambel de Lucea I (libros I, II y III), de
Francisco de Enciso (2004)
embargo, –Enciso y con él otros autores seguidores de Silva– da entrada a una serie de
mixturas genéricas e innovaciones narrativas que, por un lado, reafirmarán el paradigma,
pero que, por otro, renovarán el género. De esta manera, la maravilla y la magia, el amor y
el erotismo, y también el humor, se conjugan en la obra junto con el rico repertorio de
motivos propiamente caballerescos: caballeros que se disfrazan de doncellas para acceder a
sus enamoradas, como Florambel cuando va a visitar a Graselinda; príncipes cristianos que
se enamoran de doncellas paganas, como Lidiarte y Olibano, que gozan de los besos y
abrazos de Diadema y Galania en el palacio del soldán de Niquea, enemigo de la fe
cristiana, gracias a los encantamientos de la Dueña del Fondo Valle; caballeros que por los
efectos positivos del amor abandonan la simpleza e ingenuidad de la vida pastoril, como
Policiano, conocido también como el Caballero Bobo; doncellas que amenazan con
suicidarse si el caballero del que se han enamorado no satisface sus deseos ardientes;
princesas que lejos del recato y la honestidad que debía caracterizar a las mujeres acuden
casi desnudas a los aposentos de los caballeros; un héroe que reniega del amor y se burla de
los enamorados antes de conocer la pasión que provoca en él Graselinda. Estos episodios
son tan sólo un apretado resumen de la multiplicidad y variedad de aventuras amorosas que
se relatan en el universo narrativo imaginado por Francisco Enciso de Zárate en la primera
parte del Florambel de Lucea..
Al lado del amor se encuentran la magia y la maravilla, que se concentran alrededor
de la Dueña del Fondo Valle, el hada Morgana y el sabio Adriacón de Rocaferro. Estos tres
personajes son artífices de prodigios extraordinarios, las dos primeras a favor del héroe y
los caballeros cristianos, y el tercero como adversario de Florambel. Sin embargo, la figura
de Adriacón, que equivaldría a muchos de los magos de connotaciones negativas de los
libros de caballerías, desaparece rápidamente de la escena narrativa, para dejarle el terreno
libre a la Dueña del Fondo Valle que despliega sus conocimientos y poderes como buena
heredera de Urganda la Desconocida. La maravilla, asociada a la herencia artúrica y
grecolatina que se evidencian en el entramado narrativo, hace presencia entonces a través
de pócimas de olvido (el agua del desacuerdo), de una Torre Encantada que vuela –
criticada por el canónigo en el capítulo 47 de la primera parte del Quijote–, de farsas
preparadas por la Dueña del Fondo Valle, encantamientos para hacer invisibles a los
personajes y frutos saludables que tienen la virtud de curar las heridas por más mortales
que éstas sean.
La primera parte de la corónica del invencible caballero Florambel de Lucea ofrece pues un
amplio repertorio de motivos y personajes que ejemplifican la diversidad y la complejidad
de un género abierto a la experimentación y a la mixtura característica de la literatura de los
Siglos de Oro.
María del Rosario Aguilar Perdomo
Universidad Nacional de Colombia
© Centro de Estudios Cervantinos
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