Propuesta de traducción de Rita Tapia Oregui de la antología de

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Propuesta de traducción de Rita Tapia Oregui de la
antología de relatos Tage wie Nächte del autor Ralf Schwob
Presento un extracto de Nick, cuento corto recogido en la antología Tage wie Nächte
de Ralf Schwob. Lo que sigue a continuación es un alegato de por qué creo que sería una
apuesta interesante y beneficiosa que me encargaran a mí, Rita Tapia Oregui, la traducción
al español de este autor alemán aún inédito en español:
Así podría llegar algo a su fin: con la mujer del jersey de cuello vuelto que nos abre
la puerta y advierte a Nick de que esté como tarde de vuelta a las seis, o con el billete por
los cigarrillos olvidados que Nick guarda sin ademán de agradecimiento, y recorre luego
todo el trayecto hasta la cafetería sin dirigirme la palabra, también con una pregunta tonta,
un encogerse de hombros y un gesto superfluo. Dime, ¿qué es lo que tienen aquí con las
piernas?, le pregunto, ¿por qué nadie puede tenerlas quietas? Eso es por los medicamentos,
dice Nick, los medicamentos hacen eso. La cafetería no es más que otro espacio para
fumadores con expedición de cafés, de fuera cae una luz de febrero macilenta sobre los
muebles de plástico arañados, la sobrecalentada sala huele a humo frío y granos de café
chamuscados. Nick tiene que ir corriendo al baño, desaparece al doblar la esquina y me
deja sentada sola ante las dos tazas humeantes. Al volver nos fumamos uno tras otro,
siempre llevo otro paquete encima, digo, pilla todos los que quieras. Dice que le cuesta
hablar, también de eso son responsables los medicamentos, pero todavía no es factible
prescindir de ellos, eso lo ha conseguido asumir, así que traga todo lo que le prescriben los
médicos. Los dedos de Nick están ahora en constante movimiento, juegan con el mechero,
le quitan el celofán a la cajetilla, arrebujan el papel de plata y moldean de éste una
pequeña bola plateada. Me mira hasta que tengo que apartar la vista, se disculpa y esconde
las manos bajo el tablero de la mesa.
El agente le ofrece asiento y una taza de “¿los párrafos bebéis café?”, pero él tiembla
y se gira desorientado.
“Repasemos su declaración. Dice usted que ocurrió durante el transvase de la historia
del mundo simbólico alemán al español.”
“Fue en un instante, estaba ahí, comprimido en el seno de mi historia. Estaba
confiado de ubicarme al calor de las palabras que me circundaban. Es una dinámica pensada
con mimo, en la que todos los engranajes contribuyen con la misma presteza a reanimar a
Coppélia. Las palabras que me preceden buscan urdir inocuas tretas que intriguen al lector
con la promesa del desenlace a los propios hastíos, apetencias, y trabas que reconoce
restituidos en el devenir de los protagonistas de la historia. Melosas, le comen la oreja, le
hacen creer que en la última línea encontrará el sentido integrador de sus vicisitudes, la
redención a sus culpas, la panacea para su aflicciones. Pero entonces llego yo y les presento
el histrionismo de la farsa, lo disparatado que resulta esperar el quid de la cuestión
primigenia desglosado a renglón seguido, amarrado al lecho del Procusto de cuento, el
diseño propuesto como aplicable a todo el género androide, indiscriminado, en flagrante
resolución de todas las incógnitas que se teme indagar en primera persona. Quiere, pues, el
lector, ratificar sus convicciones, ver sus excentricidades compartidas y sus bajezas
diseminadas en toda una guisa de escenarios protagonizados por otros, con los que no ha de
ajustar cuentas, que sólo claquéan su infortunio al compás que lo vuelve cantabile y
asequible. Sé que no puedo caer en gracia sin mi cortejo, porque, a pesar de devolver la
melancolía desde el exterior, como si hubiera logrado extirpársela al lector para que éste
pueda reconocerla en lo ajeno, no puedo otorgar un final balsámico y consolador, una
pomada blanca que obture la negra herida. Artillería ronroneante, la que descargo, que se
disculpa en su sonoridad, pero que hurga sin piedad en viejas heridas que se creían
cicatrizadas con el paso del tiempo y el ulular de las penas de otros salvajes, que son los que
hacen parecer a los próceres que acuden a la palabra en busca de auxilio, civilizados. Para
entonces, el lector está a punto de tirar la toalla y, refunfuñando, darse por vencido en ese
reto que le ha sostenido hasta ese instante la mirada. Justo ahora es cuando entran las
palabras que me siguen en escena y traen consigo una nueva esperanza, la de poder facilitar
las herramientas para pensar el dolor propio recurriendo al origen, a los silencios que
aguardan tras los dobles sentidos, tras las palabras evocadoras. Suturan mi traición y soldan
mi desfachatez al ecléctico, con sus saltos temporales y diálogos embreados en la narración,
pero armonioso frontispicio final, que consolida una historia concluida, con todos los cabos
de la enredadera argumental atados, con un móvil meritorio de tantos requiebros de cabeza y
revisiones de las propias angustias. Palabras éstas, las que me siguen, que procuran mullir la
caída del párpado. Sólo en la certeza de saber mi atrevimiento respaldado, en un segundo
tiempo, con esas palabras que me acompañan, que arropan al lector perplejo y lo arrullan
con el eco del impacto, ya no abocado a ser abandonado en el risco precipitado, pendente, al
filo de la turbación de la que no puede rescatarse con coherencia, puedo valerme de toda mi
acritud.”
“Empiece por el principio. ¿Cuando fue la última vez que vio a su historia?”
“Fue en el trasiego. Ya sabe, al principio el discurso entero quiere menguar y pasar
del tirón, sin tener que perder la compostura. Pero el pasadizo es muy estrecho y todas las
palabras han de deslizarse una a una. Despedirse brevemente del acabado incólume, para
desfilar solas y vulnerables a ser malinterpretadas, propensas como son, así, desgajadas, a
quedar imantadas a otras historias en el imaginario de destino, y perder o ganar en matices
que ya no las hagan encajar con la misma exactitud ni guiños alusivos en la historia de la
que procedían. Es un riesgo importante, por lo que a veces aceleran la marcha y cierran los
ojos para que el tránsito les pase inadvertido, pero eso no hace más que confundirlas en una
amalgama de impresiones mate y efímeras. Hay que despedirse del todo para palparse los
contornos que antes quedaban difuminados, delegados en los adláteres, y pavonearse, sí,
insinuante, saberse atentamente observado para buscar remendar esa fidelidad que se había
dejado circunstancialmente aparcada al otro lado, ahora, reinventada en la promesa a un
nuevo pretendiente, en la orilla contraria. Pero yo, torpe y deslumbrado por ese nuevo
mundo de estructuras inusitadas y tensiones expresivas de diferente reparto, una vez
recompuesto con la agregación de mis actuales palabras, me distraje un segundo y me perdí.
La he buscado por todas partes, pero no logro encontrarla.”
“Deme alguna pista de lo que recuerda. El argumento, algún rasgo estilístico más
prominente, algo que nos ayude a crear un retrato robot de su historia.”
“Trataba de una mujer que recibía una postal navideña de una amiga de la infancia en
la que se le instaba a retomar un contacto que había quedado congelado en la improcesable
canícula de un verano que podía haberlo cambiado todo de este presente anclado en ese
pasado inquietante que no acababa de caducar del todo, de fotografías arrinconadas con
papeles antagónicamente distribuidos y disfraces articulados en torno a expectativas infladas
en un futuro poco plausible cuya ensoñación ingenua trató de conservarlo argénteo, pero
que queda engurruñado en una pelotita deslucida y enervada que no se ajusta a los deseos
infantiles en principio poco exigentes, mucho más rebajados de lo que toda la gasa y el
carmín de los recuerdos permitían apostar, más circunspectos a la vida que se haya al otro
lado de la pared, pero ésta sí, con todo en su sitio, con unas paredes que encierran los
espacios asignados, sin unas perneras de adulto que imperan abruptas en una foto infantil
desde un pasillo en sombra, sin curvas pronunciadas que te hacen salirte de la carretera que
te lleva a casa para ir a parar en la cuneta de un discurso desaforado y sin poder llegar a ser
arbitrado, siquiera, por la puntuación. Trataba de la angustia persecutoria de la culpa por no
haber estado a la altura de las llamadas de socorro, aunque desmesuradas e improcedentes,
ahí, gritando al vacío su desesperación sin encontrar respuesta.”
“¿Diría usted entonces que es un relato que habla de la despedida y la traición?, ¿del
pasado que lastra el presente y de la dificultad de asumir las propias miserias?”
“Claro, ¿no trata de eso toda la aventura de ser humano?”
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