COLOMBIA GEOGRAFÍA - Carlos Eduardo Maldonado

Anuncio
COLOMBIA: MÁS GEOGRAFIA QUE HISTORIA
Carlos Eduardo Maldonado
Hay países con más geografía que historia. También a ello se refería Hegel, cuando
pensaba en América. Exactamente como Colombia. En efecto, tenemos un país de
regiones (nada nuevo). Seis regiones exactamente. En Colombia hablar de Estado,
o de nación, son abstracciones. Abstracciones o doctrina teórica foránea,
importada acríticamente por académicos que fungen como embajadores ad hoc de
autores y cosmovisiones que, ellos sí, pensaron su realidad, sin tener que
importarla.
Esto es cierto, tanto más, en un país controlado, hasta la fecha, tradicionalmente
por Bogotá, gestionado desde Bogotá. El tema centralismo-descentralización es
una constante en las tensiones entre “la capital” y “provincia”, como se ha hablado
siempre desde la antes fría Bogotá, y ahora más caliente por efecto del
calentamiento del planeta. Caliente el clima, fría y, más distante, indiferente la
gente. “Las regiones”, como se las llama eufemísticamente. “Tierra caliente” se dice
en Bogotá, cuando se quiere salir de ella; hasta la fecha.
La geografía determina en Colombia los estados de ánimo, y los comportamientos.
Geográficamente, tres cordilleras, llanos y selva, dos mares, muchos ríos, y la
región insular. En muchos lugares, el mundo llega hasta donde llega la mirada,
cortada por las montañas, majestuosas, dominantes. O bien, en los valles, la mirada
alcanza hasta donde se encuentra el pie de monte. Con la excepción notable y
hermosa de las zonas costeras, en donde la mirada se pierde, más allá del
horizonte, allá donde se encuentran el mar y el cielo.
Y siempre, y cada vez más, el territorio. Con lo cual el entendimiento debe llenarse
de mucha antropología y sociología, de mucha biología y ecología, antes que de
derecho y política formal. Aquellas deben y pueden ser, en un país como Colombia,
el nutriente de éstas. Pero no: en la historia nacional, el formalismo de la ley y la
administración pública han imperado. Y con ello, con total seguridad, han sido
generadoras de violencia. Supuesta, desde luego, la sempiterna inequidad y pésima
distribución de la riqueza. Que Colombia sea uno de los países más inequitativos
del planeta es la consecuencia, no la causa, del desconocimiento de temas y
problemas fundamentales como: territorio, geografía.
Porque la historia ha sido aquella que dicta Bogotá. Y las demás se las llama aún
“historia(s) regional(es)”. Es lo que se enseña en los colegios, y lo que se aprende,
artificiosamente acerca de la nación colombiana. Con todo acierto, como lo señala
con otro enfoque D. Brushnell: “Colombia, una nación a pesar de sí misma”. Es
decir, de su gente.
En Colombia, desde abajo, se es santandereano antes que colombiano; o paisa
antes que colombiano, o valluno, antes que colombiano, por ejemplo. Desde la
comida y el temple de ánimo, hasta la vestimenta y la biografía. Pero luego se
superpone la formalidad, que quiere cubrir y desplazar al territorio.
Peor aún, en el país existe, como dictado por la riqueza de la geografía física y
humana, una perfecta asimetría entre las regiones. Y por consiguiente, un
desconocimiento perfecto de la importancia del territorio. En contraste, los
raizales y los campesinos, los indígenas y las comunidades locales saben más de la
región y el territorio que lo que la mirada impersonal desde Bogotá lo pretende.
Una solución básica sería ir directamente a las comunidades y preguntarles.
Conocer sus historias y prácticas, sus intereses y sus necesidades, y ante todo, sí:
sus capacidades, que son infinitas, pues se enraízan en la fuerza misma de la vida.
Etnografía e investigación acción-participativa (IAP), aquella que crea entre
nosotros el Maestro O. Fals-Borda. Aquel sobre quien se echa un sonoro manto de
silencio. Como, por lo demás, sobre Alfredo Molano, para mencionar la portada y
artículo central del más reciente número de Arcadia.
En otras palabras, imponiendo o sugiriendo aquella perversa política de acuerdo
con la cual: “ya que no podemos estar en contra suyo, más vale ignorarlo y dejarlo
en la indiferencia”. Como tantas veces, aquí y allá, con políticos, pensadores,
científicos, y artistas valiosos en la historia. Eso que propiamente es: política del
silencio. Que no es menos violenta que la violencia física de todo orden.
En Colombia, el derecho –que es la gramática de la política- está artificiosamente
construido ignorando la geografía y a expensas de ésta. Geografía humana y física,
geografía social y sí: geografía política, entre varias otras.
¿El resultado? Un diagnóstico parcial puede expresarse en estos términos:
Colombia como la ecuación que se resuelve en las relaciones entre gramática y
poder, para pensar en la clásica fórmula de M. Deas. En otros términos: la
imposición de las palabras sobre la realidad, de la forma sobre el contenido, de la
apariencia sobre la realidad. Raíces epistemológicas para una historia de violencia.
Que no es historia ni es nada, sino exclusión, dolor, martirio. En nuestra América,
Colombia es un ejemplo conspicuo de la violencia simbólica de la palabra.
Que se expresa en la historia del siglo XX hasta la fecha como la cotidianeidad del
estado de excepción. O estado de emergencia. Otro eufemismo. Y todo ello, al costo
de que el Estado y la nación se superponen como realidades abstractas y abstrusas
sobre las regiones y el territorio. Términos que para las “buenas conciencias”
suenan a alternatividad y subversión teórica y conceptual. Cuando en verdad son la
realidad misma del ser humano en el país.
Como auténtica y originariamente se expresa la gente: “mi barrio”, “mi pueblo”, “mi
vereda”, “el vecino o la vecina”. El punto de vista local, o fontanal, desde donde se
lee la biografía y los tejidos sociales en la mayoría del país. Ese país que funciona
con base en relaciones informales, que son las que sostienen verdaderamente
nuestra historia. La amistad, la solidaridad, el vecindazgo, la fidelidad, la lealtad, el
amor. Esas que el derecho y la política formal no conocen. Y a pesar de las cuales se
habla, se enseña y se implementan políticas públicas. “Políticas púbicas”, horribile
dictu en la historia de Colombia.
Descargar