TORONTO TRIGUEÑO Alfonso Cárcamo Novela Autobiográfica 1 DEDICATORIA Esta obra es humildemente dedicada a mi linda gente hispana en todos los rincones de la Tierra, como también al pueblo canadiense por haberme tomado en su seno tan gentilmente. ____________________________ Alfonso Cárcamo, Toronto, 2012 Segunda Edición _____________________________________ Esta obra es enteramente ficticia. Los personajes mencionados son producto de la imaginación del autor. Cualquier impresión que el lector tenga que el nombre de algún personaje corresponde a alguna persona real, es puramente coincidencia. Impreso en México por Keystone Communications. Derechos Reservados 2007, 2012 Cualquier comunicación puede enviársele al autor a su dirección de correo digital: [email protected] 2 ÍNDICE La Amarga Partida…………… pg. 4 En Busca del Tesoro………… pg. 8 Diana…………………………. pg. 20 La Pérdida de la Inocencia…. pg. 26 Arribo a Toronto……………… pg. 36 Rodrigo Iraheta……………… pg. 42 Christie Pits…………………… pg. 62 Amor a la Mexicana………… pg. 72 Dos Mil Veinte……………… pg. 96 Cuentos Cortos y Poemas Psicosis Camuflada………… pg. 114 Mulata Seductora…………… pg. 176 Hombre Vulnerables, Mujeres Perspicaces……….. pg. 204 Poemas……………………… pg. 254 Perfil del Autor………………. pg. 268 3 La Amarga Partida Corría el mes de diciembre de mil novecientos setenta y ocho en el humilde pueblo de Santa Elena, en el departamento de Usulután, de El Salvador. Yo tenía apenas once años. Esa noche ocurriría un doloroso acontecimiento en mi hogar que cambiaría por completo el destino de nuestra familia; este evento iba a determinar el futuro sendero de mi vida para las siguientes tres décadas. Todo ocurrió después de la media noche, mientras yo dormía, agotado por el cansancio después de haber asistido a una fiesta cumpleañera en la casa de un amiguito. Poco tiempo después de la media noche, la temible Guardia Nacional cayó por sorpresa, rodeando la casona en la finca cafetalera donde mi padre se encontraba, ignorante al amargo futuro que le aguardaba debido a sus conexiones con el movimiento revolucionario de El Salvador. Una hora más tarde, me desperté alarmado al escuchar el llanto amargo de mi hermano mayor. En cuestión de minutos me informé de la terrible noticia: cuarenta hombres desalmados se habían llevado preso a mi padre, luego de acusarle de actividades subversivas. Veintinueve días más tarde, después de una verdadera batalla legal con las autoridades estatales, mi padre salió exiliado a la pequeña nación caribeña, Belice. Los moretones y las cicatrices de las torturas que recibió en manos de estos individuos le quedaban 4 de recuerdo de lo que le ocurriría si jamás volvía a poner pie en su tierra natal. Nosotros le seguimos tres meses más tarde, en mayo de mil novecientos setenta y nueve. A pesar de tener apenas once años, abandonar mi hogar no fue nada fácil. No fue hasta en el momento de la partida que descubrí cuán grande era mi apego a mis perros "Titán", el "mocho Piolín" y la cascarrabias "Pantera". Al tener en mis brazos por última vez a mi fiel compañero de cama, el gato "Murrungón", no pude contener las lágrimas. La mañana del cuatro de mayo, antes del amanecer, el vehículo que nos llevaría a la frontera de Guatemala emprendió la marcha. La calle “polvosa” que durante muchos años fue mi cancha de fútbol, me dio la despedida al elevarse nubes blancas de polvo. Y detrás de estas nubes se divisaba borrosamente la vieja casona blanca rodeada de veraneras. Esa casa que lealmente me tomó en su seno y vio por mi bienestar por más de una década, se convirtió en un punto blanco que en un momento inesperado se perdió en el horizonte. El ladrar de los perros me sacó de ese trance. Los vecinos salían a vernos con curiosidad. En un pueblo tan pequeño como Santa Elena, hasta el más insignificante acontecimiento se vuelve espectacular. Yo fingí no darme cuenta de todo este alboroto, ya que sentía ganas de llorar, y las miradas llenas de compasión de algunos vecinos comenzaban a abatirme. Cerré los ojos, inútilmente tratando de 5 buscar una memoria agradable en la espesura de mi mente. Tres días más tarde llegamos a nuestro destino: un rústico rancho en las afueras de Belmopán, pequeña capital de Belice, con una población de mil quinientas personas. En este lugar comenzarían nuevas aventuras, unas amargas y otras emocionantes, donde lo más difícil seria un año de adaptación a esta nueva cultura afrobritánica. 6 7 En Busca del Tesoro En las afueras de Belmopan, detrás de un cementerio, se había formado un caserío de gente predominantemente hispana, venidera de El Salvador, que había abandonado su país debido a la guerra civil que ocurría allá. En aquel entonces la población de esta pequeña comunidad no excedía más de quizá treinta familias; sin embargo, en los siguientes tres o cuatro años, esa cifra se iba a doblar con la inmigración masiva que llegaría de El Salvador, a tal punto que esta comunidad llegaría a ser conocida como “Salvapán”. A las pocas semanas de mi llegada conocí a “Meme”, un chiquillo tal vez dos años mayor que yo, quien me invitó a realizar una pequeña aventura a espaldas de mis padres, consecuencias las cuales, yo no lo imaginaba, iban a ser muy severas. Yo me encontraba al lado del río intentando pescar una tortuga con un anzuelo cuando Meme se me acercó por vez primera: - ¡Hola! – dijo Meme, sonriendo y haciendo un pequeño gesto de saludo con la mano. ¡Hola! – respondí yo, sonriente al mismo tiempo. Tú eres parte de la familia de guanacos que llegaron el mes pasado, ¿no? Así es - le contesté de mala gana, habiendo sido llamado “guanaco”, el apodo despectivo que llevábamos los salvadoreños en el extranjero. 8 - - - - - - - - Yo también soy guanaco, solo que de nombre, pues nací en esta pocilga que le llamamos casa. ¿Cómo te llamás? – le pregunté con curiosidad. Meme, Meme Cárdenas. Cárdenas, que bonito apellido. Yo soy Marcelo, Marcelo Bustamante. Bustamante también es bonito, suena como el nombre de un poeta. ¿Qué haces? – Preguntó Meme. Pues, estoy tratando de pescar esa tortuga, ya que no me atrevo meterme al agua para agarrarla pues mi padre me advirtió que son venenosas. Ja, ja – rió Meme con burla – las tortugas no son venenosas. Eso te lo dijo tu papá para que no andes de travieso, pues las mordidas son las peligrosas. Te pueden arrancar un dedo si no andas listo. Oye, - le dije yo molesto – mis padres no son mentirosos. Si mi padre dice que son venenosas, eso significa que son venenosas. Entonces ¿para que querés agarrarla? Quiero pescarla para matarla a pedradas como solíamos hacer con las pocas víboras que nos encontrábamos en El Salvador de vez en cuando. Ah, te gusta la acción, entonces. – comentó Meme. Claro, - dije yo – no sabes lo aburrido que la paso desde que llegué a este pinche país. Pues, nos vamos a llevar de maravilla – me dijo Meme encantado – Te quiero hacer una proposición. ¿Cómo qué? - le pregunté yo con interés. 9 - - - - - Allá, detrás de aquella montaña que se ve a lo lejos, he escuchado que se encuentra un lugar dentro de la selva donde una vez existió una ciudad encantada. Ahora sólo quedan las ruinas, y si tienes suerte, puedes encontrar uno que otro tesoro. Mentira. – le dije yo con indiferencia. – Esos son cuentos de hada, y yo ya estoy demasiado grande para caer en esas mentiras. Te juro por Dios que nos mira en este momento, - continuó Meme, - que esa ciudad existe. Me lo contó Milo, un buen amigo mío, que te puede contar lo que vio, y tal como él lo dice, esa ciudad existe, con algunos de los caseríos sin gente, donde todavía se pueden ver casones de piedra triangulares, tal como se ven en las revistas. Se llaman “pirámides”, - le contesté yo – y ahora les llamamos ruinas en nuestras clases de arqueología. Llámales como tú quieras, - pero, te voy a contar esto con mucha confianza – respondió él – si quieres hacer un poco de lana para gastar, podemos excavar algún tesoro. Yo nunca he logrado encontrar nada, solo unas vasijas de barro despintadas y rotas, pero, no me lo vas a creer, tengo otro amigo Rogelio “El Sapo”, que te las paga al contado. En ese momento yo cesé de hacer lo que estaba haciendo y me puse de pie. Me acerqué a Meme para verlo de frente, y me di cuenta que él no sabía lo que estaba diciendo. En efecto, esa ciudad sin duda existía en un país tal como Belice que tenía tanto territorio sin explorarse. Y lo que él ignoraba, es que él mismo estaba siendo 10 explotado por este fulano “El Sapo” quien sin duda alguna estaba involucrado en el mercado negro; es decir en el contrabando de reliquias arqueológicas. A pesar de mi corta edad de doce años, yo tenía conocimiento de esto debido a mi fascinación con las culturas prehispánicas que me dedicaba a estudiar en mi tiempo libre. Al reconocer que tenía frente a mí una gran oportunidad de hacerle de “arqueólogo”, accedí como un tonto de aventurar con Meme a esta ciudad pérdida. Meme me había asegurado que la ciudad se encontraba a dos o tres horas de camino, y que si salíamos al amanecer, estaríamos de regreso antes de la cena. Al llegar a casa, pedí permiso a mis padres de permitirme irme de pesca al bosque. Mis padres accedieron siempre y cuando yo les prometiera que no iba a nadar en el rio. Hicieron hincapié en que yo tenia permiso de pescar en el rio, pero no de bañarme en él, mucho menos de hacer cualquier otra cosa que no fuera la pesca. Les aseguré que iba a cumplir lo acordado, y al presentarles a mi nuevo amigo Meme, ellos se sintieron más tranquilos, pues Meme era hijo de unos vecinos que ya congeniaban con mis padres. Un sábado por la mañana, Meme y yo emprendimos nuestra expedición en búsqueda de reliquias arqueológicas. Al adentrarnos dentro del bosque, sentí cierto temor al ver desaparecer detrás de nosotros el caserío de “Salvapán”. Aquí ya no se escuchaba el ladrar de los perros, ni el canto de las gallinas. Solo se escuchaba el canto de aves salvajes, el soplar del viento sobre árboles 11 gigantescos, y una que otra fiera salvaje, tal como los pumas, jabalíes y otros gatos monteses. Al escuchar un alarido semi-humano, empecé a dudar de mi decisión. Meme me aseguró que se trataba de alguna hiena hambrienta. Dijo que estas se reían también como los humanos, así que, que no me asustara. Además, alegó él, ¿Dónde estaba mi espíritu de aventurero, del que yo le había hablado el otro día cuando intentaba matar con mis propias manos una tortuga “venenosa”? Un poco avergonzado, oculté mi temor, empuñé con más fuerzas el pequeño machete que yo llevaba en las manos, y le dije que marcháramos hacia la ciudad perdida. Luego de una hora y media de marcha, Meme dijo que estábamos a medio camino. Dijo que al cruzar el río, encontraríamos un enorme peñasco donde, al subirnos, localizaríamos la montaña en frente de nosotros. Usando de puente un enorme árbol caído sobre el río, cruzamos el otro lado. Sin embargo, no había ningún peñasco por ninguna parte. Y para colmo de males, los árboles eran tan gigantescos, que a penas se podía ver el cielo arriba de nosotros; en otras palabras, no se veía el horizonte. Meme extrajó un mapa hechizo de su bolsillo y comenzó a revisarlo. - ¿Qué es eso? – le pregunté yo, esperando una mejor respuesta. Es un mapa que me proporcionó “El Sapo”. 12 - - Pero, ¿para qué necesitas mapa? Pensé que habías estado en la ciudad perdida muchas veces. Sí, - respondió Meme. – Pero en todas esas veces, yo acompañaba a Milo, quien conocía el camino sin consultar el mapa. Yo sentí ganas de llorar al reconocer que estábamos extraviados y que lo mejor era regresar. Milo estaba de acuerdo conmigo, y sin mucho titubear, buscamos el árbol caído y emprendimos el regreso antes que fuera tarde. Sin embargo, al cruzar el río no se reconocía la vereda de dónde habíamos venido. Todo se veía igual con maleza, flores silvestres, arbustos y los árboles gigantescos. Yo le aseguraba a Meme que el camino de regreso estaba por unos arbustos de flores blancas que recordaba haber visto. Meme me aseguró que esas flores blancas se encontraban por doquier. Sin embargo, accedió proceder en la dirección que yo sugerí, pero esta solo nos adentraba más dentro de la selva. Para colmo de males, nos cruzamos con un pantano que no habíamos visto al venir. Al cabo de dos horas de búsqueda fuimos a dar al mismo lugar donde habíamos consultado el mapa por primera vez. Yo empecé a sentir una horrible desesperación, y también me sentí nauseabundo. Meme dijo también sentirse mareado y eso me hizo pensar que si él sentía los mismo síntomas, esto no era psicológico. Mi padre nos había hablado de una planta llamada barbasco que es sumamente venenosa. Los indios la usaban para envenenar el agua del río para poder extraer los 13 peces. Sin embargo, el solo tocar esta planta con las manos era muy peligroso pues poseía unas sustancias que mareaban solo con el olor. Le comuniqué a Meme mis sospechas, y nos aseguramos de bañarnos a la orilla del río lo más pronto posible. Juzgando por la luz del sol, en ese momento debían ser cerca de las cinco de la tarde; el sol se iba a ocultar en un par de horas, y en ese preciso instante, mis padres estarían echando rayos y centellas por mi tardanza. Al anochecer, cundiría el pánico en todo mi hogar, y si al día siguiente no estábamos de regreso, toda la vecindad estaría al tanto de nuestra desaparición. Siguiendo nuestra intuición, seguimos lo que parecía una vereda de venados, la cual tal vez nos llevaría a algún lugar donde podríamos divisar el horizonte y con un poco de suerte, ver algún rastro humano como un hilo de humo, o cualquier otro indicio que condujera a la humanidad. Manteniendo presente una lección de uno de mis profesores de ciencias naturales, convencí a Meme que no nos convenía alejarnos del agua, pues la existencia de un río, es esperanza que tarde o temprano encontraríamos vida humana al mantener presente que el agua nos da vida. Al anochecer, agotados del cansancio y un poco recuperados del mareo de barbasco, decidimos dormir bajo la sombra de un enorme árbol. Meme me ofreció un emparedado de queso con tocino, pero yo lo rechacé, pues a pesar de no haber comido nada todo el día, había perdido el apetito 14 dadas las circunstancias. Durante la noche, sorprendentemente hacía mucho calor. Dada nuestra falta de preparación para pasar la noche en la intemperie, esto fue una bendición de Dios. Quizá habían transcurrido unas tres o cuatro horas de haber conciliado el sueño cuando me despertó el canto de las aves. El sol aun no aparecía en el horizonte, sin embargo se divisaban unas luces en los alrededores. Supe después que esto se llamaba “la aurora”. Era unas luces sonrosadas, casi artificiales que se colaban por la capa de árboles que nos rodeaban. En lugar del calor que se había experimentado durante la noche, había una frescura tan agradable que yo jamás había experimentado antes. Luego, decorando tan lindos paisajes se formó un ambiente tan agradable con enormes aves coloridas volando por doquier, que por un momento me olvidé del horrible dilema en el que me encontraba. Con angustia recordé a mis padres, que andarían buscándonos en el bosque. A un lado, Meme aún dormía, utilizando una enorme raíz de almohada. A mi lado se encontraba también el bolso con la merienda. De prisa busqué lo que ahí hubiera, y devoré con ansia todo aquello que fuera comestible. Luego desperté a Meme y decidimos continuar buscando el camino a casa. Al marchar a lo largo del río observamos que las aguas se volvían cada vez menos y menos turbulentas. En cierto momento, el río dejó de escucharse, y nos cruzamos con lo que parecía 15 una enorme laguna. En este lugar, observamos un fenómeno bastante extraño: justamente bajo nuestros pies, se escuchaba el agua caer sobre un vacío; era un ruido similar al escuchar la lluvia caer del tejado. Hasta la fecha no puedo dar explicación a esto, pero los descubrimientos que hicimos a continuación me llevaron a la conclusión que estábamos contemplando lo que quizá en un pasado haya sido un pozo construido por humanos que ahora había quedado soterrado por siglos de erosión y otros azotes de la naturaleza. A unos veinte metros de la laguna se veía un pequeño cerro que en cuestión de segundos concluimos que no era simplemente un cerro: habíamos hecho un hallazgo que hubiera sido la envidia del mejor arqueólogo, pues estábamos contemplando lo que en una vez había sido indudablemente una pirámide pre-hispánica, ahora convertida en verdaderas ruinas. Meme me aseguró que esas eran las estructuras que él había visto con Milo en ocasiones anteriores, y su rostro se llenó de júbilo al correr hacia ella. Con ansiedad subimos hasta la cima, y una vez en la cúspide, pudimos divisar al otro extremo de la laguna el paisaje más espectacular que yo jamás haya visto en mi vida: en un pequeño campo abierto, cubierto por maleza verde se encontraban tres pirámides, una al lado de la otra, con otras estructuras que una vez quizá fueron enormes paredones de lo que parecía un estadio. En la superficie de algunos paredones todavía se veían figuras pintadas de hombres y animales. 16 Meme recorrió con alegría el campo abierto, y dijo reconocer el lugar. Lo que sucedía era que nosotros habíamos entrado por la parte exterior, es decir por una de las esquinas del lugar, pero la ciudad era la misma que Milo y Meme habían visitado en ocasiones anteriores. En ese momento decidí olvidar por completo que estábamos desaparecidos desde el día anterior, y me dediqué a la búsqueda de alguna reliquia maya que hubiese quedado abandonada por ahí. Me dirigí hacia la pirámide más elevada. Estaba completamente cubierta de maleza y arbustos. Sirviéndome del machete que cargaba, corté una estaca y la usé para excavar el suelo bajo mis pies. Mi intuición no pudo ser más certera. A simplemente pulgadas de la superficie, desenterré una escultura que consistía en un cráneo de piedra verde, mejor conocida como el jade. “¡Meme, Meme! ¡Ven de prisa a ver lo que encontré!” – grité en voz alta. “¿Qué hallaste?” – dijo Meme al ver lo que yo sostenía en mis manos. “Es un cráneo de jade”. “¿Jade?” – preguntó Meme con una expresión de confusión. “Sí, jade. Es una piedra semi-preciosa, pero te aseguro que esta reliquia vale un dineral.” “Llevémosela al “Sapo”, tal vez nos ofrece unos 17 treinta dólares con un poco de suerte”, – dijo el muy idiota. “De ninguna manera,” – dije yo, sin siquiera corregirle la cifra que él tenía en mente, – “Este es mi hallazgo, por lo tanto, yo me quedo con él…” Meme se calló la boca y tomó la estaca que yo había utilizado. A los minutos de excavar, extrajo un objeto que parecía una máscara de piedra. Meme la miró con indiferencia y la tiró a un lado. “Si tú no la quieres, me la quedo yo”, dije con entusiasmo. Meme se encogió de hombros. No fue hasta muchos años después que me di cuenta que Meme y yo acabábamos de profanar un templo ceremonial, y en efecto habíamos saqueado la tumba de un antiguo cacique maya, un castigo el cual, no lo cobraron las autoridades, pero si lo cobraron mis padres. Al llegar a casa, al anochecer del día siguiente, yo no tenía ni idea de qué decirles a mis padres. Podía mentir, pero se me había enseñado que a los padres nunca se les miente, no importa cuán severas sean las consecuencias por decir la verdad. De hecho, en algunas ocasiones mis padres me habían azotado salvajemente no por haber hecho algo malo, pero simplemente por no haber revelado la verdad. Así que esta vez, decidí decir todo tal como había ocurrido, sin omitir ningún detalle. Las consecuencias fueron las mismas. Mi padre se quitó el cinturón de cuero de los 18 pantalones, y después de mojarlo en agua, me asestó seis fuertes golpes en la espalda, que estoy seguro que hasta el cacique maya cuya tumba habíamos profanado, escuchó los alaridos de dolor que yo emitía. En cuanto al cráneo de jade que yo había encontrado, por orden de mis padres, tuve que entregárselo al director de mi escuela, prometiendo que jamás volvería a cometer un acto como tal. 19 Diana… A los tres años de llegar a Belice, me enamoré trastornadamente por vez primera de una mujer adulta cuando yo tenía sólo quince años. Era el año de mil novecientos ochenta y dos. Su tierra natal: Colombia, Bogotá, la tierra de contrastes, conocida por la impiedad de sus barones Narcos, y por el corazón de oro de las mujeres que suelen acompañarles. Yo no tenia ni la más remota sospecha cuando la vi por primera vez, que esa extraña se convertiría en la primera y única mujer que casi, casi lograría romperme el corazón; la primera y única mujer que haría el primer intento audaz de despojarme de la inocencia. Esa fue, sin duda alguna, la experiencia de mi vida que dejo cicatrices imborrables en lo más profundo de mi alma. Fue una experiencia inolvidable que dejaría memorias impresas en mármol por las siguientes dos o tres décadas de mi vida. Ninguno de los dos teníamos ni la menor idea cuando nos cruzamos en aquel baile de inauguración escolar que algo tan trascendental se desarrollaría en las primeras semanas de clase. Fue inevitable: yo me enamoré de ella. Las cosas ocurrieron sin que yo pudiera hacer nada al respecto. En aquella temprana edad de quince años, no se razona. Uno es vulnerable al aroma embriagante de su perfume, esa sonrisa cautivante, el blanco impecable de sus dientes. Y no se diga cuando sonreía y 20 pestañeaba coquetamente. Para colmo de males, Diana poseía esa belleza interna que va más allá del físico; esa belleza interna que no tenía nada que ver con el cutis delicado de su piel blanca-nieve; esa belleza que no se puede adquirir con cremas ni maquillaje: la virtud y un carácter encantador. He aquí una mujer que a pesar de ser hermosa y de familia distinguida, era una de las mujeres más humildes y llevaderas que yo jamás haya conocido. Con estas cualidades, y siendo la hija del embajador colombiano en esta pequeña nación, Diana era definitivamente una de las jovencitas más codiciadas de esta pequeña ciudad caribeña. Con el correr del tiempo nuestra amistad creció, y esa amistad en un momento inesperado se convirtió en amor; en amor o en algo parecido al amor. Definitivamente se desarrolló una fuerte atracción sexual. Desde el principio yo sabía que estaba cometiendo un error. Pero no pude manejar mis sentimientos. Tal vez yo hubiera recapacitado un poco mejor si hubiese sabido cuan íntima era su amistad con su novio. Pero a mi edad, era inconcebible que la mujer de quién yo estaba enamorado pudiese tener un amante. Hasta esa fecha, yo me había enamorado muchas veces de chicas inocentes: sus edades variaban entre los seis y los quince años. Nunca pude imaginarme que uno de estos seres que para mi significaban tanto, pudiese hacerme lo que Diana me hizo a mí. Ella me hizo amarla, mientras que ya estaba compartiendo con alguien más el acto supremo que un hombre y una mujer pueden 21 compartir. De esta manera, yo llegué a conocer lo que son los celos: una mezcla de tristeza, amargura con odio y desprecio hacia ella y él. No se me olvida aquel angustioso día cuando me tocó descubrir, por puro accidente, que Diana y su novio eran amantes. Fue un golpe estremecedor. Por pura casualidad yo tuve que escuchar la conversación entre Diana y una de sus amigas. Cuando comprendí de qué hablaban, sentí hundirme en un vacío oscuro y sin fondo. La tristeza que me agobió fue semejante a la tristeza que solamente había sentido cuando murió mi abuela. Desde ese momento me hice una promesa: nunca volver a fijarme en una mujer que ya esta comprometida. Solamente de esta manera podía asegurarme que esta clase de situación no se repetiría. Recuerdo aquella hermosa tarde que pasamos juntos en el cadalso de su casa. Esa mañana ella había decidido ir al grano y hacer un último intento de llevar a cabo sus intenciones al invitarme a su casa. La invitación me tomó por sorpresa. Yo acepté sin pensar, un poco nervioso al imaginarme las consecuencias de estar a solas con esta mujer. Al llegar a su casa, mi corazón palpitaba aceleradamente. Toqué a la puerta y Diana abrió. Sorprendentemente, ella también estaba muy nerviosa. Nuestros ojos se encontraron, y hubo una pausa bochornosa al no saber que decirnos. Lucía muy preciosa. Su melena negra suelta sobre sus hombros, la revelante mini-falda negra, sus pies 22 completamente desnudos y esa blusa celeste coquetamente desabrochada para mostrar el sostén negro. Todos estos detalles no dejaban ninguna duda que ante mi se encontraba una mujer que no le tenía temor a ningún hombre ya que la vida no le tenia secretos; Diana había experimentado de todo, al menos por una vez. Minutos más tarde, nos encontramos a solas, sentados uno frente al otro, Diana clavándome la mirada con una aparente dulzura que no lograba ocultar sus intenciones indecorosas. Cuando alcé la vista, sentí que el corazón me dio un vuelco dentro del pecho al cruzarme con esos ojos negros que parecían querer devorarme. En ese momento me arrepentí de haber aceptado esa invitación, y sentí deseos de alejarme de ese lugar lo más pronto posible, antes de que fuese muy tarde. Diana debe haberse percatado de mi nerviosismo ya que en ese instante se levantó de su asiento y dijo que iba a buscar unos refrescos. Minutos más tarde, se escucho la música de Roberto Carlos en el fondo: “Sonriendo te abracé...” Diana regresó con dos vasos de jugo. Me ofreció uno. Al entregármelo, las yemas de nuestros dedos hicieron contacto, dejando escapar una descarga eléctrica que por poco me hace dejar caer el vaso en el suelo. Luego entablamos una conversación sobre los acontecimientos cotidianos; los profesores y sus flaquezas; nuestras materias favoritas; los problemas familiares; su niñez en Colombia… y de repente… ¡Diana abordó el tema del amor! 23 Ella se encontraba de pie a mis espaldas. Mientras que yo le narraba con entusiasmo una de mis aventuras cazando iguanas con mis amiguitos en El Salvador, la atrevida de Diana puso su mano derecha sobre mi hombro izquierdo y dejo correr su mano lentamente hasta lograr acariciarme el cabello. Yo me callé al perder el habla. Con una voz muy melosa Diana comenzó: “Marcelo, usted y yo necesitamos tocar cierto tema, tarde o temprano…” Buscando una salida a esta situación tan incómoda, el recuerdo de su novio me vino oportunamente a la memoria. Y sentí un ataque fugaz de furia al recordar que Diana no tenia ningún derecho de proponer lo que iba a proponer en los siguientes minutos. De un tono seco le dije: “Diana, por favor no me toques.” Hubo una pausa prolongada donde solo se escuchaba la fuerte respiración de ambos. Sin saber que decir, ella retiró su mano. Yo agregué, “Creo que es mejor que me vaya…” Sin decir palabra, y sin mirarle al rostro, me marché. Al llegar a casa me sentía confundido. Sentía orgullo al no haber manchado mi dignidad, aunque al mismo tiempo sentía un cierto remordimiento de haber rechazado tan linda mujer. Y en el fondo de mis entrañas, mi espíritu machista me daba bofetadas al recordarme que mi conducta no fue la conducta de un verdadero hombre que nunca debe dejar pasar por alto toda buena oportunidad. La relación entre Diana y yo podía describirse como 24 una serie de lecciones de lo que es el amor y los celos. Y aunque Diana Victoria Hernández y yo nunca fuimos amantes, Diana fue definitivamente la mujer que me convirtió en un hombre. Fue ella quien me enseñó que uno nunca debe enamorarse de una mujer que ya esta comprometida. Y el hombre que viole esta regla tendrá que atenerse a las consecuencias. Hoy en día ha habido otras mujeres; ha habido amantes de vez en cuando. Pero ninguna de ellas tuvo el impacto que Diana tuvo en mi vida. Años más tarde, aun suspiro inconscientemente cuando la imagen de Diana me viene a la memoria. A veces pienso que si solamente yo hubiera sido menos altanero, en sus brazos yo hubiera tenido la experiencia más grande de mi vida. ¡Maldita sea! Pero mi orgullo y mi dignidad son más importantes que cualquier impulso físico. Y hasta hoy día me enorgullece mucho poder decir que nunca complací los deseos caprichosos de Diana. Nunca... nunca... 25 La Pérdida de la Inocencia Muchos años más tarde, tres mil millas lejos de aquella pequeña nación caribeña, finalmente, una jovencita audaz logró obtener de mí lo que Diana intentó obtener en vano. Cumplidos los veintidós años, me recibí de licenciado de la Universidad de Calgary en Alberta. Sin siquiera esperar para asistir a la ceremonia de graduación, tomé un vuelo con dirección a la ciudad de Québec donde iniciaría un empleo como coordinador de un intercambio estudiantil-universitario a nivel interprovincial. Al llegar a la ciudad de Québec, me presenté a la agencia gubernamental “Agence de Placement d’Etudiants” y me entrevisté con mi futura jefa, Geneviève Beauchemin. En esa reunión conocí también a mis demás homólogos: Robert Fournier, el líder del grupo estudiantil de Saskatchewan, Janelle Bast, líder del grupo de British Columbia, Donna Freeman, líder del grupo de Manitoba. A los cinco minutos de haberse iniciado la reunión con nuestra nueva jefa, entró una señorita que aparentaba unos veintidós años. No era extraordinariamente bella de cara, pero si tengo que admitir que tenía un cuerpo muy esbelto. Esta jovencita era nadie menos que Linda Belmont, integrante y capitán de la selección de voleibol de la Universidad de Ottawa, quien ahora había sido nombrada líder del grupo estudiantil de la provincia de Ontario, mi futura compañera de trabajo, y, quien en las siguientes semanas, se convertiría en nadie menos que mi primer amante. 26 Concretadas las presentaciones, nos dio la bienvenida el director de la agencia, Monsieur Gaétan Nadeau, un hombre viril, cincuentón, que portaba un brazalete vistoso de oro en la muñeca izquierda, quien apenas daba la impresión de ser un funcionario de alto rango. Este señor nos hizo saber que la provincia de Québec, a pesar de los fuertes deseos de independizarse del resto del país, deseaba al mismo tiempo establecer vínculos muy fuertes con el resto de las provincias y fomentar un ambiente de co-existencia y cooperación donde todo ciudadano pudiera vivir tranquilo y en paz, sin importar cualquier diferencia cultural o lingüística. Vaya, me dije yo, ¡el sueño del difunto Monsieur René Levesque sigue en vida! Después del primer día de trabajo decidimos ir todos a la Grande Allée, lugar predilecto de todos los turistas y jóvenes que querían pasar un momento agradable. Encontramos un bar-restaurante de nombre “Le Coin Trifluvien”, que estaba localizado al lado de un castillo de aspecto medieval que tengo entendido fechaba del siglo diecisiete. Al otro extremo se divisaba los campos de Abrahán, lugar donde se libró la famosa batalla entre los ingleses y los franceses, que daría como resultado el anexo de la provincia francesa a la corona británica al perder la batalla los franceses. Al entrar al bar y conversar en inglés pude detectar ciertas vibraciones de disgusto de algunos de los ahí presentes, en concreto, algunos de los nativos francocanadienses que posiblemente apoyaban con fervor el movimiento separatista que en aquellos años había ganado tanta popularidad. En la mesa donde estábamos sentados, Linda 27 Belmont, mi futura amante, estaba a mi derecha y habíamos entablado una conversación. Linda, con rasgos casi hispanos, era hija adoptada. Supe que su padre era sargento de la OPP (Ontario Provincial Police), y era un hombre muy humilde y cariñoso que lo último que tenía era alma de polizonte desalmado. En aquel entonces Linda estaba a punto de recibirse como licenciada en Ciencias Políticas y su sueño era un día adquirir un doctorado en relaciones internacionales y representar a su país como diplomática en el extranjero, de preferencia Asia. Era una chica extremadamente feminista, quien detestaba el género masculino sobre todo en países del tercer mundo donde a la mujer todavía se le veía como una pertenencia o posesión material. Tengo que confesar que yo, siendo originario de un país del tercer mundo, no tomé a pecho las palabras de Linda, pues yo también, igual que mi hermana, compartíamos el mismo punto de vista que Linda Belmont. Yo había sido testigo ocular de la violencia y abuso que mi propia madre tuvo que soportar en brazos de un hombre machista y sin mejor cultura que la de un campesino salvadoreño que piensa que a la mujer se le puede ser infiel y propinarle palizas de vez en cuando. Linda me tomó mucho aprecio y afecto al ver que yo había vivido en carne propia lo que ella apreciaba solo en teoría. Sin llevar ninguna mala intención en la mente, la invité a que fuéramos a conocer el Castillo de Frontenac el día siguiente. Juro y vuelvo a repetir que yo no llevaba ninguna intención indecorosa al momento de hacer la 28 invitación, pues, en primer lugar, Linda Belmont no era mi tipo. Tal como lo mencioné anteriormente, el rostro de ella no era nada extraordinario, a pesar de poseer un cuerpo muy atlético. Además, hasta el momento yo aun conservaba la virginidad, y lo menos que cargaba en la mente era valor y capacidad para seducir a una mujer. La tarde siguiente, cuando el sol ya parecía de color anaranjado en el horizonte, Linda y yo nos dirigimos a pie, atravesando todos los planes verdes de Abrahán y rodeando el río St. Laurent. Al llegar al Castillo de Frontenac, tomamos unas fotos, posando abrazados como si fuéramos amigos de antaño. Escuchamos uno que otro discurso acerca de la historia del castillo, y después, salimos a ver el ocaso en uno de los tantos balcones del castillo. Juro que fue un espectáculo tan impresionante, que hasta la fecha me atrevo decir que una ciudad tan preciosa como lo es la ciudad de Québec, no la hay en todo Canadá. Al salir del castillo abordamos un taxi pues ya había oscurecido. Ya que éramos vecinos, le pedí a Linda que se detuviera unos momentos en mi casa para que yo le mostrara mi álbum familiar. Ella accedió con gusto. La invité a pasar al “basement” que yo alquilaba a cinco minutos del plantel de la universidad Laval en el barrio de St. Foy. Le ofrecí un refresco y una galleta. Me pidió con confianza que le diera dos galletas. A los quince minutos de estar en mi casa comenzó la lluvia afuera. Todavía sin ninguna mala intención en la mente, le invité a Linda que pasara la noche en mi hogar. Le di la opción de quedarse en el sofá de la sala, o que me dejara el sofá y yo con gusto le cedía mi cama. Ella mostró agradecimiento por tan lindo 29 gesto, pero declinó diciendo que era mejor que se fuera a su casa y que si no era molestia, que yo la acompañara. Juro que a pesar que yo solo había conocido a Linda por menos de cuarenta y ocho horas, había llegado a tomarle un cariño y un afecto tan fraternal como pocas veces sucede. Estoy seguro que ella podía captar estos sentimientos, y hasta cierto punto, yo podía ver también que estos sentimientos eran mutuos. Ya que había decidido irse a casa bajo la lluvia, le pedí a la dueña de la casa un paraguas prestado, y me ofrecí acompañar a Linda a su casa que estaba a diez minutos de mi hogar. Caminando bajo la lluvia, protegiéndonos bajo el mismo paraguas fue muy tierno. No recuerdo ni cómo ni cuándo, pero de repente nos encontramos haciéndonos preguntas acerca de nuestra vida sexual. Yo le dije con orgullo en la voz que aun conservaba la virginidad y que no me avergonzaba admitirlo públicamente, pues yo consideraba que era una de las pocas virtudes que me quedaban. Linda se quedó boquiabierta al ver que yo estaba hablando con sinceridad. Me dijo que esto era verdaderamente admirable, y que en esa época, era muy difícil encontrar a alguien virgen después de los quince años. Luego Linda me confesó que a pesar que ella no tenía un pasado de libertinaje, ya no conservaba la virginidad. Ella había tenido un amante con quien había hecho el amor cinco veces, y antes de este, se había desnudado con un “amiguito” de la secundaria, pero no concretaron nada al final. Le dije chisteando que por lo tanto ella tenía un total de un amante y la 30 mitad. Al llegar a su casa nos sentíamos tan a gusto el uno con el otro que ninguno de los dos queríamos separarnos. Ella me pidió que pasara a conocer su aposento, y yo accedí con gusto. Ella también vivía en el sótano de una casa. A diferencia del mío, su apartamento estaba completamente amueblado, y su dormitorio tenía una cama matrimonial. Al entrar al dormitorio, Linda me ofreció una toalla para secarme el cabello mojado por la lluvia. Luego ella se quitó los zapatos, saltó sobre la cama y comenzó a saltar en el colchón como que si este fuera un trampolín. Yo miré con cierta envidia al recordar memorias tan agradables de mi niñez. Linda, por habilidad quizá telepática, adivinó mis fervientes deseos y me hizo un gesto que me agregara a la acción. Salté entusiasmado y comenzamos a brincar en el colchón de su cama. De repente ella fingió querer luchar conmigo, retozando como un caballo o yegua. Yo le imité, y comenzamos a retozar como dos adversarios de lucha libre. De repente los dos caímos sobre la cama, y mientras ella yacía sobre el lecho, sin pensar porqué, ni cómo, ni para qué, la acerqué hacia mí y le besé los labios. Ella al principio no reaccionó ni tampoco me rechazó. Yo la besé de nuevo y esta vez ella comenzó a respirar profundamente. Tenía la mirada fija en el techo de la casa, y no reaccionaba a los besos que yo seguía dándole en los labios. Al cabo de unos minutos, ella seguía respirando ruidosamente y me dijo, al no saber como animarme: “Eres tan tierno; tan gentil en tu manera de proceder…” Yo seguía besándola tiernamente, animado por sus 31 palabras. A los pocos minutos, Linda buscó con sus dos manos, el zipper de mis pantalones. Desabrochó el botón y luego el zipper, y extrajo con sus manos toda mi virilidad. Lamento tener que confesar que debido a que todo esto fue tan súbito e inesperado, y debido a que yo no consideraba que Linda era una gran belleza que despertaba en mí el deseo, en aquellos momentos de la “extracción de mi virilidad”, yo no lograba una erección completa. Más bien que por curiosidad que por deseo, decidí reciprocar las acciones de Linda y comencé a despojarla de su vestimenta. Contemplé con asombro los pechos firmes y enormes, tal como los había visto en las revistas pornográficas que yo ocasionalmente tengo que confesar que había hojeado por curiosidad masculina. Luego, al despojarla de sus pantalones y de su prenda íntima, tengo que confesar que sentí cierta decepción al frotar con mis manos la parte más íntima de su cuerpo y descubrir que los vellos que ahí tenía eran vellos comunes y corrientes. En otras palabras, la primera experiencia sexual, era lejos de ser tan maravillosa como mis amigos la describían. Después de unos quince minutos de juguetear de esa manera, y al no sentir nada extra-ordinario o especial, busqué un pretexto para levantarme y le dije en un tono de preocupación: “Es tarde. Es mejor que me vaya…” Lentamente la separé, le di un último beso y empecé a vestirme. Mientras ella contemplaba esa escena me dijo: “¿Verdad que esto es como en las películas?” Yo sonreí y le dije: 32 “Tengo ganas de orinar. ¿Puedo usar tu baño?” Ella señaló una puerta y me dirigí hacia ahí. Al salir me despedí, y ella se puso de pie y me indicó con un gesto que quería darme un abrazo antes de partir. Al acercarme a ella pude ver de nuevo sus pechos grandes y sólidos, las puntitas color rosa como yo nunca imaginé los pechos de una mujer. Al día siguiente ambos nos presentamos al trabajo como que si nada hubiese sucedido. Tengo que confesar que me sentía algo avergonzado por lo ocurrido, y sospecho que ella también. Al mismo tiempo que sentía vergüenza, yo quería decirle en voz alta a todos los colegas de la oficina y a todo el mundo entero que yo había estado a punto de perder la virginidad y quería que todo el mundo lo supiera. Sonreí al pensar que me estaba comportando como un adolescente; ese era el precio que yo estaba pagando por haber decidido conservar la virginidad durante mi adolescencia; por lo tanto, me mordí la lengua y guardé el silencio. Después del trabajo, nos fuimos juntos a casa, y le pedí venir a mi casa. Me preguntó coquetamente si la estaba invitando a cenar. Le dije que por supuesto, y le dije bromeando que si gustaba podía quedarse a desayunar. Mi casa era su casa. Ella sonrió, pero no dijo ni “sí” ni “no”. Después de las siete, mientras yo miraba la televisión, Linda tocó a la puerta. La invité que pasara adelante, y nos sentamos a ver la televisión juntos. Mas tarde, encontré un pretexto para acercarme a ella y puse ambas manos sobre sus hombros. Ella no hizo 33 ninguna indicación que esto la incomodaba así que la sostuve así un momento. Luego la topé contra mi persona, y tiernamente le mordí la oreja. Ella pareció excitarse, y me sentí animado a ir más lejos. La tomé en mis brazos y le pedí que nos fuéramos a la cama donde estaríamos más cómodos. Ella accedió. Ya en el dormitorio, ella sentada sobre la cama, se quitó lentamente la blusa color de rosa que cargaba puesta. Contemplé de nuevo sus pechos grandes también color de rosa, y vi con agrado mientras ella se desabrochaba el pantalón. Me dio una mirada de atrevimiento al bajarse el zipper y revelar que no cargaba ninguna prenda íntima. Hasta ese momento yo había estado muy relajado, pero en ese instante sentí que el corazón comenzó a palpitarme aceleradamente y sentí una corriente de calor muy extraña que comenzó a recorrerme la espalda. Luego, algo dentro de mí comenzó a cambiar de magnitud, y el resto lo dejo a la imaginación... Y fue de esta manera que ahí, durante esa cálida tarde de verano, en la soledad de mi humilde dormitorio, yo perdí la inocencia. Lo recuerdo como si todo hubiese ocurrido ayer: la respiración jadeante mezclada de éxtasis, mientras ella me transportaba a un lugar remoto y desconocido del universo. Minutos más tarde, este viaje culminó en un gemido nervioso confundido por el pánico. Y fue en ese preciso instante cuando estallé en mil pedazos y toda parte de mi ser se regó por la inmensa galaxia. Lo que me pareció una eternidad más tarde, logré descubrir mi cuerpo agotado y semi-inconsciente, mis ojos fijados en el techo, pensativo. En silencio 34 murmuré, “Mi niñez…se ha quedado atrás para siempre. Para siempre…” 35 Arribo a Toronto A los veintitrés años había llegado por primera vez a radicar en Toronto y tenía toda la vida por delante. Era un hombre común y corriente; ni alto, ni bajo, ni gordo ni flaco. Poseía un rostro relativamente bien parecido, sin embargo la madre naturaleza me había castigado con un abultamiento prematuro del vientre, a pesar de mi adicción a los deportes. Al momento de mi llegada corría el mes de agosto de mil novecientos noventa y uno, cuando la ciudad, y en sí el país entero, se encontraba en plena recesión. Dejaba detrás de mí mismo un pasado lleno de amarguras, antecedentes familiares oscuros y tal vez bochornosos, los cuales deseaba borrar por completo de la memoria sin dejar el menor rastro. Sin embargo, poco me imaginaba que los poderes celestiales no serían tan bondadosos en cuando a concederme estos deseos. Al aterrizar el avión en el aeropuerto de Pearson en Mississauga, nadie llegó a recibirme. Nadie me conocía. Descendí de la nave, asentí levemente con la cabeza cuando la aeromoza me dio la bienvenida a Toronto, respiré profundamente, y busqué la salida más cercana. Unos cuantos días después había conseguido empleo temporal podando el césped de la gente bien acomodada de la ciudad de Toronto. El jefe, el italiano Luigi “Fetuccini”, pagaba una miseria de seis dólares por hora, alegando que los tiempos estaban difíciles, y 36 que cualquier empleo era mejor que morirse de hambre. Pocas semanas de mi llegada me encontraba en la tienda Tropical Corner, localizada sobre Bloor y Bathurst, un área predominantemente hispana. Fue ahí donde vi por primera vez un rostro conocido que juraba haber visto unos años atrás. Me dirigí al tipo con cierta timidez: “Buenas Tardes…” “Ah, buenas…te, ¿te puedo servir en algo?” “Pues, te estaba observando, y tu rostro me parece muy conocido. De casualidad, ¿viviste en Calgary en algún momento? “No, no viví en Calgary, pero si pasé unos días ahí cuando estuve de visita visitando a mi amigo José…” “¿José? ¿José Parra? ¿No me digas que tú eres amigo de José, un chavo salvadoreño?” “ !Sí, el mismo! Así que ¿tú eres amigo de José también, ah? ¿Cómo te llamas? “Pues, yo, Marcelo, Marcelo Bustamante.” “Oscar, Oscar Paredes para servirte” “Y dime Oscar, ¿no te acuerdas de mí? ¿No te acuerdas que José te trajo a mi escuela de Karate, donde él y yo le hacíamos al deporte? “Pues fíjate que si me acuerdo de la visita a la 37 escuela, pero de la gente que ahí conocí ese día solo tengo recuerdos borrosos.” “Ah, pues no importa, aún así podemos ser ‘cuates’ como dicen los mexis, ¿no te parece? “Pues claro, mira, ¿qué dices si nos vamos a echar unas copas? No tengo nada que hacer por el momento…” Unos días después había formado una amistad bastante cercana con este individuo, quien me confesó haber conocido a José en una cárcel en Los Estados Unidos, cuando ambos fueron capturados por la “Migra”. Estando tras las rejas, debido a que no habían cometido delito más grave que estar en Los Estados Unidos ilegalmente, ambos fueron rescatados por una delegación canadiense que en aquel entonces ambulaba por Los Estados Unidos y países vecinos ofreciendo refugio político a todos aquellos que lo ameritaban. José, quien había sido agregado obligatoriamente a las filas de la fuerza armada salvadoreña, siendo todavía un menor de catorce años, se encontraba “entre los gringos” después de haber desertado del ejercito salvadoreño estando aun convaleciente de una herida de bala proporcionada por la guerrilla que amenazaba apoderarse del mando del país. Oscar, sin embargo, era otra historia. Habiendo dejado a una chica embarazada, escapó del país con papeles falsos pues los familiares de la pobre chica le buscaban para matarle. De hecho, él ni siquiera calificaba para refugio político pues su nacionalidad era hondureña, país que en aquel entonces no figuraba entre los países cuyos ciudadanos 38 necesitaban recibir refugio. Pero Oscar tenía sus “métodos” para filtrarse entre los demás y salirse con la suya, y de manera inexplicable, había logrado conseguir residencia en Canadá. Unos dos meses después de haberle conocido, recibí una invitación de Oscar para que conociera su lugar de empleo y su círculo de amistades y conocidos. Con cierto titubeo acepté dicha invitación más por cortesía que por deseo, pues este chico Oscar empezaba a ponerme la carne de gallina con algunas de sus confesiones que a menudo hacía. En el antro, Rumba Nite, también localizado sobre Bloor Street, igual que Tropical Corner, encontré a Oscar, quien desempeñaba su función de mesero. “Tómate algo, Marcelo. La cena es gratis si consumes al mismo tiempo”. “¿qué hay de comer?” “Tortilla tostada con frijoles recién hervidos y huevos crudos…” “Huy, ¡qué asco! No hablas en serio...” “Je, je. Bromas. Es Paella o arroz a la Valenciana”. “Tráeme una Michelada de Corona, y un plato de Paella”. “En seguida...” Al regresar, Oscar regresó acompañado de un extraño que aparentaba unos treinta años. 39 “Mira Marcelo, te quiero presentar a un compatriota tuyo...” “Ah, mucho gusto,” respondí, dándole un apretón de manos al nuevo conocido. “Rodrigo, Rodrigo Iraheta”, dijo el extraño al estrecharme la mano y sonriendo afablemente al mismo tiempo. Lo miré detenidamente, como tratando de ubicarlo. “Rodrigo…, Rodrigo, Rodrigo…” me susurré a mí mismo. “¿Ocurre algo?”, preguntó Oscar. “Pues, no sé…”, dije. “Rodrigo, ¿dónde viviste antes de llegar a Canadá?” “En Belice”, respondió Rodrigo. “¿Porqué preguntas?” “¡Ahí está!”, grité con regocijo. “¡Te reconocí cuando sonreíste!” Fuimos a la escuela juntos en la escuela secundaria de Belmopan…” “¡Qué! ¿Héctor?” “No, no, yo soy Marcelo; Héctor es mi hermano mayor”. “¡Ya te reconocí yo también! “¡Eres aquel chavito de trece años que solía andar en un caballo negro!” “¡El mismo!” 40 “Pues no sabes qué alegría me da verte de nuevo. ¡Dame un abrazo mi gran “cherada”!” Y fue de esta manera que me crucé con otro conocido de mi pasado, gracias en parte a mi memoria tan fotográfica. Con el tiempo me di cuenta que estos reencuentros con antiguos conocidos eran facilitados por las políticas de inmigración canadiense que solía enviar los refugiados hispanos a cuatro ciudades principales del país: Vancouver, Calgary, Toronto y Montreal. De esta manera, con el correr de los años, y la propagación del Internet una década más tarde, fueron muchos los conocidos y amigos de la niñez que logré encontrar. Sin embargo a los pocos meses de haber conocido a Oscar, decidí retirarle a este la amistad con mucho tacto. Oscar me había confesado estar envuelto en una especie de fraude de tarjetas de crédito para sostener su adicción a la cocaína, uno de los tantos vicios que había conocido en su juventud al llegar a Toronto. El sinvergüenza de Oscar, por medio de unos contactos en el bajo mundo hispano de Toronto había logrado sacar documentos de identificación falsos, y con estos, se había ganado la confianza de varias instituciones financieras quienes le habían entregado tarjetas de crédito poniendo a su disposición una cifra en exceso de cincuenta mil dólares. Rodrigo Iraheta, sin embargo, iba a ser otra historia. 41 Rodrigo Iraheta A los pocos meses de mi llegada a Toronto llamé por teléfono a mi hermano mayor, Alex, quien residía en Alberta. Le comenté acerca de mi encuentro con Rodrigo Iraheta: - ¡¿Rodrigo, Rodrigo Iraheta?! ¿Aquel chavo que se vanagloriaba de ser un auténtico guerrillero y que decía que a su padre lo había matado la Guardia Nacional en El Salvador? - El mismo – respondí yo. - ¿El mismo que expulsaron de la escuela por haber llevado a cabo actividades sexuales con una chavita menor de edad en el plantel de la escuela después de clases? - El mismo – respondí yo. - Marcelo, – me dijo mi hermano – ten cuidado con esa víbora. Ese chavo aparenta ser una cosa, pero en realidad es otra. - Lo sé, - respondí yo. - Acuérdate lo que nuestros padres siempre nos inculcaron: “Quién con lobos anda a aullar aprende”. Las amistades tienen que seleccionarse con mucho cuidado. Yo te aconsejo que a ese chavo lo mantengas como conocido, así a la distancia, pero no vayas a darle mucha confianza ni vayas a desarrollar una amistad demasiado cercana con él. 42 En efecto, nuestros padres, que mucho se preocuparon por darnos la mejor educación que sus medios les permitieron, siempre nos enseñaron que “quién con lobos anda a aullar aprende”. Esa era el dicho favorito de mi padre, y mi mamá le imitaba con su versión más femenina: “Quien anda entre la miel, algo se le pega”. Desgraciadamente, como suele ocurrir a menudo en la vida, uno lleva ciertos planes con sus amistades, pero la vida a veces lo lleva por otro camino. Y resultó de esta manera, que a pesar que mi buen juicio me indicaba que Rodrigo Iraheta era una persona a quien había que mantenerlo al margen, se dio la casualidad que por azar del destino, se formó una amistad cercana con este individuo. Así que de vez en cuando nos juntábamos para tomarnos un café, salíamos a cenar a los locales hispanos tales como “La Rancheta Dominicana” y el “Tropical Corner” de Rolando. En unas ocasiones le acompañé a las discotecas hispanas, tal como su lugar predilecto “La Rumba Nite” que se ubicaba en el área de Bloor y Christie. Al cabo del tiempo conocí a sus amigos y conocidos, sus amantes, la mayoría de ellas chicas jóvenes, desempleadas que vivían del “Welfare” mientras que se hacían unos dólares trabajando a escondidas de las autoridades. En una de esas salidas conocí a Mirna Mejía, una linda jovencita casada de veintiún años que mantenía relaciones sexuales con Rodrigo. Estando a solas le pregunté a Rodrigo si él conocía al esposo de Mirna. - Claro que sí - respondió Rodrigo - el idiota es 43 un gran amigo mío. Nos vemos de vez en cuando y yo lo saludo, le estrecho la mano, y el muy pendejo ni siquiera sospecha que me ando clavando a su mujer. - Dime, Rodrigo, y ¿no temes que tarde o temprano él se dé cuenta, y tendrás que enfrentar las consecuencias? - Pues, lo he pensado varias veces, pero sabes que como dice el dicho, “cuando la raya está pintada nadie la borra”. Si me conviene que me den en la madre, pues que me den en la madre que yo no tengo nada que perder. Lo que Rodrigo menos se imaginaba era que los poderes celestiales le iban a dar su merecido unos dos o tres años más tarde, como recompensa por haber ido de entrometido a destruirle el matrimonio a este su buen “amigo”. Un par de años después de esa conversación, Rodrigo y Mirna habían terminado la relación amargamente y odiándose el uno al otro como dos enemigos mortales. Por confesión del mismo Rodrigo supe que en varias ocasiones la pobre Mirna fue a dar al hospital debido a los puñetazos que Rodrigo le propinó en algunas de sus tantas riñas y alegatos que siempre terminaban con lágrimas y amarguras. En ambas ocasiones que hubo abuso físico, la idiota de Mirna siempre reportó a las autoridades que había sido víctima de un asalto con motivo de robo por unos desconocidos y de esta manera el desalmado de Rodrigo se libraba de dar cuenta por sus actos a las autoridades. Al principio Mirna encubría los crímenes 44 de Rodrigo debido al amor que ella le tenía. Sin embargo, todo tiene su fin, y hasta la paciencia del más humilde se agota. Así que, Mirna, influenciada por palabras de su amiga, Cathy, decidió poner una denuncia contra Rodrigo en la jefatura local de policía. Su queja no fue que éste la había atacado, sino que su queja fue que Rodrigo la había amenazado con darle una golpiza si llegaba a encontrarla en la calle. Con esta denuncia, la jefatura puso una orden de arresto contra Rodrigo Iraheta. Y luego, a pesar que la relación con Mirna terminó, ambos ignoraban que la orden de arresto quedó vigente. Un día, en un paro policiaco aparentemente de puro rigor, en esas redadas que la policía solía encontrar uno que otro conductor ebrio, o un menor manejando sin licencia, esa noche el mal-afortunado de Rodrigo tuvo la mala suerte que la policía le pidió ver su licencia, la cual para colmo de males, estaba suspendida. Al investigar más a fondo en la computadora observaron que él tenía orden de arresto vigente. Dos días más tarde, recibí una llamada al celular. Era Rodrigo que me rogaba fuera a la jefatura de Eglinton y Allen Road pues lo tenían emparedado desde el día anterior y no le permitían hacer más de una llamada. Al llegar a la jefatura me atendió un polizonte soberbio que de mala gana revisó la lista de los “patos” que habían pescado en las últimas cuarenta y ocho horas. El me confirmó que, efectivamente, Rodrigo Iraheta formaba parte de las pesquisas que se habían realizado, y que a Rodrigo no se le permitía comunicarse con nadie; ni con su abogado. Dijo 45 altaneramente que por lástima le concedieron una llamada por teléfono pues Rodrigo no cesaba de llorar toda la noche. El policía me dijo que en Canadá una persona pierde casi todos sus derechos del momento que la policía decide arrestarlo. Me dijo en tono burlón que no me dejara llevar por la televisión estadounidense con todas sus mentiras. Enfatizó que yo podría ver y hablar con Rodrigo después que el juez hubiera escuchado el caso contra este, y los cargos que se le imputaban. Salí de la jefatura perturbado por tan grave realidad, y al pisar la acera, me di cuenta de que agradecido uno debe estarle al Creador por permitirle caminar libremente por la calle. También me sentí un poco incómodo en suelo canadiense, pues el país no era tan democrático como yo lo creía hasta en ese momento. El lunes siguiente, me presenté a las diez de la mañana al “tres mil Finch”, el lugar donde traían a todos los “patos” que habían pescado el fin de semana a comparecer ante el juez. Cuando Rodrigo salió, venía esposado junto con otros reos de piel negra. Tenía el rostro demacrado, con ojeras y necesitaba afeitarse. Al escuchar los cargos, el juez le prohibió a Rodrigo poseer armas, mantenerse a una distancia de cierta cantidad de metros de la chica que lo había denunciado, le ordenó no irse de la provincia o del país, y le advirtió que si recibía una denuncia más de cualquier tipo, lo iba a encerrar durante meses hasta que concluyera su juicio. Por el momento le fijó una fianza de dos mil dólares. 46 Yo, compadecido del pobre Rodrigo, puse el dinero de la fianza pues este no tenía ni dónde caer muerto y sin duda alguna, pasar más tiempo en la cárcel le hubiera llevado al suicidio con sólo verle el estado físico que ya aparentaba. Tan pronto llené los formularios requeridos, un guardia de seguridad uniformado trajo a Rodrigo frente a mí. Le quitaron las esposas, le regresaron sus pertenencias y cerraron las rejas tras nosotros. Tengo que confesar que me dio mucha satisfacción serle útil a otro ser humano. Al ver el rostro de regocijo de Rodrigo al recuperar la libertad, no puedo negar que se me salieron las lágrimas al ver el agradecimiento aparentemente sincero que él expresó. Rumbo a casa, traté de darle un regaño a Rodrigo por su imprudencia de haberse metido con la mujer equivocada, y por haber cometido el error de golpear y amenazar con palizas a esta chica. Sin embargo, Rodrigo solo me dejó con el intento de regañarlo. Tan pronto adopté un tono autoritario él se puso altanero y no me dejó concretar el pequeño discurso que yo le tenía preparado. Me interrumpió y trató de convencerme que yo era igual que él, y que por lo tanto no tenía derecho de “sacarle los trapos al sol”, y además, comenzó a predicarme secciones de La Biblia, secciones que nos prohibían juzgar los actos de los demás, y él intentó de convencerme que la situación estaba en manos de Dios. Esas palabras de Rodrigo resultaron ser un arma de doble filo contra él mismo pues en cierto momento dado, varios años después de esa noche, yo tomé la dura decisión de dejar a Rodrigo en “manos de Dios”. 47 En otras palabras, terminé retirándole mi amistad. De hecho fue a partir de esa noche cuando salió de la cárcel que él comenzó a cometer actos de traición que comprobaron que en realidad él no merecía una amistad incondicional. Volviendo a la noche que salió de prisión, abordamos el coche de un amigo hasta encontrar un estacionamiento público donde los policías que lo capturaron habían estacionado su vehículo. Al llegar al estacionamiento, Rodrigo se negó tomar el volante de su vehículo; de hecho se negó salir del coche de mi amigo. Alegó estar nervioso y no querer conducir por temor a que los policías estuvieran esperándolo afuera. Por esa razón me ofreció las llaves de su coche y me rogó que se lo fuera a dejar a su casa. Sin sospechar ningún juego sucio, accedí. Al montar al coche, encendí el motor, lo puse en retroceso, y me dirigí sin más contratiempos a casa de Rodrigo. No fue hasta unas semanas más tarde que llegué a la conclusión que, Rodrigo, al ofrecerme las llaves de su coche de esta manera, Rodrigo acababa de cometer un acto de traición, un acto imperdonable el cual era motivo suficiente para cortarle la amistad para siempre. Días más tarde, al acompañar a Rodrigo al consultorio de la abogado que estaría representando su defensa, los trapos sucios de Rodrigo comenzaron a exhibirse, lo quisiera él o no. Una vez en el consultorio del abogado, ella le pidió a Rodrigo que le narrara la situación con la chica Mirna. 48 Rodrigo, adoptando un aire de inocencia y de ingenuidad, inició su relato de esta manera: - Pues, yo, cometí el error de aceptar la amistad de esta jovencita, Mirna, sin saber lo que ella se traía entre manos… - ¿Entre manos? – preguntó la abogada un poco confusa. - Pues que estaba casada y me lo ocultó todo el tiempo. - Dime, ¿cómo se desarrolló la relación? - Desde el primer momento que la conocí ella me dio a entender que yo le gustaba y que quería salir conmigo. Pues, la invité a almorzar unas veces y luego la invité a conocer mi apartamento. El resto, usted puede imaginárselo. - ¿Cuándo salió la verdad acerca de su esposo? - Pues, - respondió Rodrigo – ella me dijo que estaba separada y que pronto tramitaba el divorcio. Obviamente estaba mintiendo todo ese tiempo. - De acuerdo, - dijo la abogada, sin parecer del todo convencida – Dime, ¿Qué hay de cierto en esos alegatos que la amenazaste que le ibas a pegar? - ¡Enteramente falso! ¡Falso! ¡Falso! – se defendió Rodrigo, sin dar oportunidad a la 49 abogada que continuara. - Ejem… - Interrumpí yo – Rodrigo, ¿me permites agregar un pequeño comentario? - De acuerdo – dijo Rodrigo. - Rodrigo, - le dije yo – Esta es tu abogada; ella no representa al juez ni al fiscal. Puedes contarle la verdad. Como respuesta, Rodrigo me lanzó una mirada fugaz de furia, y con un tono diabólico susurró sotto voce: “¡Cállate hombre!” Entendí entonces la intención de Rodrigo y levanté las manos como dándome por vencido, y me recosté sobre el respaldo de mi asiento dándole a entender que a partir de ese momento yo me limitaba a servir de espectador. La abogada nos miró pensativa. Pausó por unos segundos mientras se sostenía el mentón con la mano izquierda, volvió los ojos hacia Rodrigo, y casi en seguida bajó la vista hacia el suelo como resignada y entonces dijo: - ¿Qué hay de lo que me dijiste que ella anda con un policía? - Pues, - respondió Rodrigo, un poco sorprendido o avergonzado – tal como le dije por teléfono a usted, supe por medio de amigos y conocidos que mientras Mirna anda conmigo a espaldas de su esposo, también mantiene relaciones sexuales con un policía que 50 frecuenta el bar donde ella trabaja como mesera. - ¿Tú conoces a este policía? – preguntó la abogada. - Pues, sólo de vista un par de veces. - Y ¿tú piensas que la policía esté involucrada en esto? - Son mis sospechas. Por primera razón que cuando me arrestaron, los policías llegaron aparentemente de sorpresa pero creo que ese amante policía de ella lo tenía todo planeado y él los envió a que me recogieran. - ¿Algún otro detalle que te haga pensar que ese policía estuvo involucrado o que está quizá tomando la ley en sus manos? - Pues, cuando me llevaron a la jefatura yo tenía un dolor de cabeza y pedí que me dieran dos aspirinas. En ese momento apareció de espaldas un hombre que se lanzó una carcajada. Aunque no pude verle el rostro, puedo jurar que es sin duda el amante de Mirna. El policía mismo que yo había visto un par de veces que los conocidos me han dicho es su amante. - Escucha, - dijo la abogada – en primer lugar, tú estabas cansado, con sueño, con dolor de cabeza, y abrumado por haber sido arrestado. ¿No te parece que te estabas imaginando cosas? 51 - Bueno, puede que sí, - admitió Rodrigo – pero más vale ser precavido y no lamentarse después. Esas últimas palabras me cayeron como un balde de agua fría: “Más vale ser precavido y no lamentarse después”. En ese preciso momento yo até cabos al recordar que Rodrigo se había negado tomar el volante de su coche al salir de la cárcel, pues, tal como él y yo sabíamos, el coche había quedado en manos de la policía; en manos de aquel agente que Rodrigo consideraba su rival y tal vez su enemigo mortal. En otras palabras, cuando Rodrigo fue a recuperar su coche, me pidió que manejara su coche debido, en realidad, al temor que quizá su rival le había cortado los frenos al coche, o le había puesto una carga de dinamita. Al salir del consultorio de la abogada yo estaba furioso, pero no me atrevía acusar a Rodrigo de “aprovechado” y “traidor” por haberme dado las llaves de su coche debido a que sospechaba que tenía los frenos cortados o que estaba minado con explosivos. En primer lugar me era inconcebible que alguien que yo consideraba un amigo; alguien a quien yo le tenía estima pudiera traicionarme a ese grado; de enviarme a la muerte para salvar su propio pellejo. Durante dos días pasé reflexionando qué hacer: ¿encararle mis sospechas a Rodrigo? ¿Cortarle la amistad sin darle oportunidad de que comprobara que mis sospechas no tenían fundamento? ¿Qué tal si yo estaba imaginándome cosas y Rodrigo era en realidad libre de toda culpa? 52 Al final, el aprecio que yo le tenía a Rodrigo terminó por conmoverme. Decidí como se dice en inglés, darle a Rodrigo “el beneficio de la duda”, y decidí olvidar por completo ese incidente. Sin embargo, en cuestión de semanas, Rodrigo iba a cometer otro acto de traición similar, que de nuevo me hizo llegar a la conclusión que este tipo era un verdadero ramillete de flores que pertenecía en un solo lugar: el basurero. Un noche, después de ir a cenar a “La Rancheta Dominicana,” Rodrigo me dijo haber recibido un documento de la corte con los cargos criminales que le imputaban. Antes de mostrarme el documento me dijo que la abogado había hecho hincapié en que este documento era confidencial y que por lo tanto, solo debía compartirse con ella y con las autoridades. Me pidió que mantuviera el secreto. Accedí a mantener el secreto, y entonces Rodrigo me mostró el documento. Se le imputaban cargos de “criminal harassment”, lo cual significa “acoso criminal”. En concreto, se alegaba que Rodrigo había ido a tocarle la puerta a esta chica en varias ocasiones, a pesar que la chica le había pedido que jamás volviese a comunicarse con él. Yo comenté simplemente que los cargos, en papel, apenas ameritaban la intervención de las autoridades. Sin embargo, yo también estaba consciente que las autoridades ignoraban ciertos antecedentes muy relevantes en cuanto a determinar la culpabilidad de Rodrigo. La realidad era que, tal como Rodrigo me lo había contado, en varias ocasiones Rodrigo le había dado unas palizas a Mirna, pero esto jamás se denunció y tampoco podía denunciarse pues ella había dado 53 parte que estas palizas procedían de robos a mano armada por parte de asaltantes desconocidos. A medida que se desarrolló el caso, abogados comenzaron a involucrar a testigos de ambos lados. La abogado me dijo que se requería de mi presencia para servir de testigo que Rodrigo era un hombre decente que jamás había abusado de otro ser humano. La abogado solo estaba interesada en saber si yo había sido testigo ocular de algún abuso que Rodrigo hubiera cometido. Debido a que la respuesta, era “no, nunca he visto con mis propios ojos Rodrigo cometer un acto de violencia”, la abogado quería usarme como testigo a favor de Rodrigo. Le dije que lo pensaría. Al irme a casa, descubrí que el detective encargado del caso también quería entrevistarme. Era el teniente “Smith”, y deseaba saber si yo iba a servir de testigo a favor de Rodrigo. Sin reflexionar le dije que no tenía intención de hacerlo; lo cual era cierto. El detective dijo entonces que a él no le importaba si yo servía o no de testigo y colgó. Jamás sabré qué hubiera sido las consecuencias si yo hubiera confirmado que sí, que iba a servirle a Rodrigo de testigo, lo cual hubiera debilitado los cargos que las autoridades tenían contra él. Al encontrarme de nuevo con Rodrigo le comuniqué mis preocupaciones: Por ética, yo no podía testificar a su favor. Yo nunca había sido alcahuete de nadie, ni tenía intención de serlo. Rodrigo intentó por todos los medios de convencerme que necesitaba de mi ayuda, y que mi palabra podía salvarlo de pasar unos meses en la cárcel. 54 Después de esa conversación, la abogado me llamó e intentó convencerme que lo correcto era servir de testigo. Al final, le dije que lo iba a pensar, y que le daría mi respuesta por medio de Rodrigo en tres días. Al cabo de tres días llamé a Rodrigo y le dije lo siguiente: “He decidido servir de testigo en este caso con una condición: Diré la verdad, toda la verdad, incluyendo cualquier confesión que me hayas hecho en confianza. En otras palabras, si al verificar mis palabras el fiscal decide interrogarme, y me pregunta si tengo conocimiento que le has pegado a Mirna, le voy a decir lo que me contaste: que le diste un par de palizas en varias ocasiones.” Rodrigo me miró incrédulo para cerciorarse que yo no estaba bromeando. Al cabo de un instante me dio una sonrisa burlona y me dijo: “De acuerdo. Di lo que quieras…” Rodrigo se quedó pensativo, y se despidió de mí. El estrechón de manos que me dio se sintió un estrechón diferente al que usualmente me daba; en otras palabras, me di cuenta que la relación y la amistad que él y yo manteníamos estaba cambiando, y lo que yo no sospechaba, era que nuestra amistad estaba a punto de terminar por completo en los días siguientes. A los pocos días de aquel encuentro nos reunimos como de costumbre en el “Embassy Café” ubicado en Eglinton y Yonge. Todos los lunes era noche de 55 salsa, y era el único lugar abierto donde nos reuníamos un grupo de conocidos. Esa noche Rodrigo se me acercó y me dijo en tono de broma: “Fíjate que “la chota” me anda buscando para amenazarme que me van a dar en la madre si no me declaro culpable de todos los cargos…” “Ah, ¿sí?”, - respondí yo. “Así es, me dijo él,” - intentando hacer chiste de todo esto, - “y si decido declararme culpable” continuó él – “voy a hundir a un montón de cabrones, incluyendo a Mirna, a su amante el polizonte que me jugó sucio, y quien sabe a cuantas otras personas mas…ja, ja, ja”. “Y ¿cuál es el chiste detrás de todo esto?”, le pregunté yo, sin entender por qué Rodrigo se reía tanto de una situación que apenas tenía humor. “Pues,” – dijo él, soltando otra carcajada – “que hasta tú vas a caer en la redada, debido a cometer un acto delictivo conmigo…ja, ja, ja…” “No tengo ni la menor idea a qué te refieres”, le dije yo sin saber a qué se refería, pero al mismo tiempo detectando hostilidad en sus ojos, a pesar del aspecto bromista que estaba intentando adoptar. “Pues, - sí, dijo él, - “cometiste un acto delictivo al aceptar leer aquel documento de la corte mostrando los cargos que se me imputaban…ese documento era solamente para los ojos de mi 56 abogado, sin embargo, tú lo leíste.” En ese momento caí en el juego que Rodrigo se traía entre manos. Me estaba chantajeando. En otras palabras, me estaba amenazando con palabras “dulces” que si yo llegaba a delatarlo por haberle pegado a Mirna, él iba a delatarme por haber leído un documento supuestamente “confidencial”. Le di una mirada de desprecio. Guardé silencio, pero tan pronto llegué a casa, fui a entrevistarme con un abogado para protegerme de este perrobastardo que decía llamarse mi amigo, pero que en aquel preciso instante, me había gruñido como un perro, tratando al mismo tiempo, de moverme el rabo en gesto de amistad. Al llegar al consultorio del abogado, el sr. Jaime Peralta, este me dijo: “¿En qué puedo servirle sr. Bustamante?” “Pues tengo un pequeño problema sr. Peralta”. “Diga usted…” “Tengo un amigo…bueno, un conocido que dice ser mi amigo.” Y a continuación le revelé al sr. Peralta la situación del presunto chantaje. El sr. Peralta me aseguró que el documento del cual hablaba el fulano Rodrigo no era tan confidencial como para ameritar que se me imputaran cargos criminales. En el peor de los casos, se me imputarían cargos criminales, 57 pero eso solo era en teoría, y aún así, recibiría un perdón automático, pero me aseguró que ningún fiscal desperdiciaría el tiempo de las cortes procesando tales actos. Di un respiro de alivio y le pregunté que me aconsejaba en cuanto a servir de testigo o de continuar mi relación amistosa con el perrobastardo Rodrigo Iraheta. La respuesta del abogado no pudo ser más certera, pues era en sí, lo que yo ya había concluido: la amistad de Rodrigo no valía ni dos centavos, por lo tanto convenía darle un puntapié en el trasero y expulsarlo de mi vida para siempre. Al salir del consultorio del sr. Peralta, decidí llevar a cabo la sugerencia de mi abogado. Llegué a casa y cité a Rodrigo al ‘café del argentino’ en la esquina de Dufferin y St. Clair. Rodrigo como de costumbre, estaba muy amistoso y educado, tal como solía ser su comportamiento engañoso. “Rodrigo”, le dije, “voy a ir al grano”. “¿Qué ocurre?”, preguntó. “Quiero hacerte unas preguntitas y quiero una respuesta sincera…” “Dispara…” “¿Te sorprendería si te dijera que fui a buscar un abogado para protegerme, no de Mirna, no de la 58 policía, no de mi peor enemigo, si no que fui a buscar un abogado para protegerme de…?”, y dejé una pausa para clavarle la mirada. “¿De quién?,” preguntó él con inocente curiosidad. “De vos…” “¿De mí?”, dijo Rodrigo con incredulidad. “Sí, de vos,” respondí yo, con un tono de reproche. “¿Por…porqué? Eso sí que me cae de sorpresa”, dijo Rodrigo con verdadera sorpresa. Le relaté entonces a Rodrigo el incidente que yo había tratado con el abogado durante mi visita a su consultorio el día anterior. Rodrigo se quedó callado al reconocer que su intento de chantaje jamás quedó desapercibido a pesar que él había intentado de disfrazarlo todo como un chiste en son de broma. Lo único que pudo decirme en ese momento es que él me quería como un hermano; que daría la vida por mí y que con ninguna persona en su vida él había llegado a desarrollar la amistad tan linda que él mantenía conmigo. En respuesta a esas palabras, le respondí sin ninguna piedad: “Con amigos como tú, Rodrigo, ¡para qué quiero enemigos!” Con esa respuesta Rodrigo se sintió traicionado. 59 Me miró con reproche como si estaba viendo a un mal agradecido que no apreciaba la amistad y el cariño que se le estaba ofreciendo. “Marcelo”, me dijo, los ojos poniéndosele vidriosos, “jamás en mi vida he traicionado tu amistad, y lo único que yo siempre he deseado para ti es el bien. Por lo tanto no tengo ni idea a lo qué te refieres con estas acusaciones”. “Claro,” continué yo con un tono de sarcasmo, “también me estoy imaginando cosas si te reprocho que me diste las llaves de tu carro por que tenías miedo que tuviera los frenos cortados o que tuviera dinamita…” Esta vez Rodrigo no pudo ocultar su remordimiento y mudo del asombro al ver este nuevo reproche que yo le estaba encarando, se puso la mano cubriéndose el rostro, y en seguida reveló hizo sin darse cuenta la peor evidencia de su culpabilidad: “Marcelo, estamos pagados, acuérdate una vez que tú me pediste hacerte un favor de ir a hacer una entrega de un paquete a la casa de tu novia, sabiendo que su ex esposo estaba con ella. Hiciste lo mismo…” “Ah,” entonces, “¿sabes muy bien a qué incidente me refiero, cuando te digo que me diste las llaves por temor a que tuviera los frenos cortados?” En ese momento Rodrigo se dio cuenta que yo no había hecho ninguna alusión al incidente aquel cuando fui a sacarlo de la cárcel. A pesar que Rodrigo me había ofrecido muchas veces las 60 llaves de su coche mientras me daba clases de manejo, él sabía muy bien que en ese incidente específico él había cometido un acto de traición. Además, debido sin duda al amargo remordimiento que andaba cargando todos esos años, a fin de apaciguar su conciencia, y poder convivir consigo mismo, él había reflexionado mucho al respecto y se había convencido que yo era otra “rata del mismo piñal”, es decir alguien de su misma calaña al haber cometido algún acto remotamente parecido contra su persona. Sin embargo, ese reproche que él me hizo en ese momento simplemente sirvió para reconfirmar mis sospechas que Rodrigo fue capaz de arriesgar mandarme a la muerte solamente por salvar su propio pellejo. Con la convicción de que Rodrigo era la serpiente venenosa y traidora que en realidad era, le dije estas palabras: “Rodrigo, a partir de este momento la amistad entre tú y yo ha terminado para siempre. No te considero un enemigo, pero sí, definitivamente, has dejado de ser ante mis ojos alguien con quien vale la pena mantener cualquier clase de amistad. Ni como conocido quiero tenerte”. Y con estas palabras me puse de pie y me marché sin darle la mano o esperar escuchar alguna otra mentira de su sucio hocico. 61 Christie Pits Una tarde de verano, iniciada la década de los noventa, sin tener nada que hacer, me dirigí a Christie Pits, un parque frecuentado por juventud hispana, donde se decía ser el lugar de encuentro de una pandilla de jóvenes latinos, mejor conocida como “Los Christie Boys”. Fue ahí en Christie Pits donde vi por vez primera a José Beltrán, un adolescente recién llegado de Guatemala, de padre salvadoreño y madre guatemalteca. De un principio José y yo llegamos a ser buenos amigos, y con el tiempo él se convirtió en una de las pocas personas de ese parque a quien yo llegué a tomarle aprecio, y con quien yo iba a desarrollar una relación cercana durante los próximos diez años. Cuando llegué a Christie Pits vestido de futbolista, se me acercó un tipo malencarado de unos veinte años a quien le apodaban “la mosca”. Tenía el pelo completamente rapado, y mostraba una cicatriz en la mejía. - ¿Qué “húbole”? – me dijo en un acento salvadoreño que también pudo ser colombiano. Pues por aquí, vacilando – le respondí yo, casualmente. ¿Sabés con quién tenés el gusto, no? Ni idea – le respondí yo con indiferencia. Pues, con el mandamás de “Christie Pits”respondió él con un poco de soberbia. Ah, - dije yo con aparente sorpresa – sin duda sos entonces el líder de la mara de los “Christie 62 Boys”. ¡Tu reputación te sigue por doquier! ¡Es un gusto! Al ver mi mano extendida me miró con un poco de recelo, pero al observar la expresión de inocente sinceridad mía, sonrió, mostrando una dentadura amarillenta y mal cuidada y me dijo: - - - - Pues, bienvenido a mi guarida, “carnal”. Siempre y cuando no le faltés al respeto a mis compinches, sos bienvenido acá. Me llamó “La Mosca”, para servirte. Tranquilo, “parsero” - le dije yo, terminando de apaciguar su desconfianza. – También sé respetar, y solo quiero echarme un “masconcito” con tu gente. En ese caso, - dijo – déjame llamar a estos “culeros”. ¡José!, ¡José! – gritó “La Mosca” – dirigiéndose a un joven adolescente que estaba charlando con un grupito de jóvenes a unos quince metros. ¿Qué querés serote? – preguntó José un poco enfadado. ¡Dejá ya ese puro de “mota”, cabrón, y vení jugá con el muchacho! Los jóvenes se acercaron, y al ver que la acción ser armaba, otros jóvenes comenzaron a descender de los alrededores, unos un poco tambaleantes por los efectos del alcohol u otras sustancias. Llegó un tal “Miami”, el mano derecha de “La Mosca”, y nombrándose capitanes, eligieron dos equipos, y arrancó el “mascón”, tal como yo lo deseaba. Como a los veinte minutos del partido, “Guayo”, un joven salvadoreño que se rumoreaba que recién había 63 salido de la cárcel, comenzó a jugar sucio y a dar empujones y patadas disimulándolos como “accidentes”. En una de tantas que golpeó a Oswaldo, un talentoso jugador de nacionalidad nicaraguense, estalló una riña de puñetazos y mordidas, sin embargo los jugadores ahí presentes lograron separarlos. En el momento de la separación se acercó “El Miami” a “Guayo”, un miembro de su propio equipo. En un tono de casualidad “El Miami” le preguntó a “Guayo”: - ¿Te querés dar verga? ¡Sí! - Respondió Guayo con tono agresivo. Pues, yo me doy verga con vos, - respondió “El Miami” – quitándose los anteojos y un arete de la oreja izquierda. Se formó una rueda y todo mundo comenzó a alabar al “Miami” por su valiente conducta. Luego llegó un joven argentino, Jorge Torres “Maradona” que se la llevaba de ser el hombre culto de Christie Pits. Intentó en vano de disuadirlos que pelearan, pero ambos lo ignoraron. De repente, en un momento inesperado, Guayo se lanzó como una pantera sobre “El Miami”. Este no se dejó sorprender, y al ver a Guayo que venía encima, le propinó un puntapie en el estómago, que si bien detuvo por un instante el impulso que este llevaba, no impidió detenerlo por completo y ambos chocaron en una estruendosa colisión que se escuchó por todo el parque. Luego durante una fracción de segundos se escucharon manotazos y puñetazos que volaban en el aire, y no se distinguía quien asestaba los mejores golpes. Pero luego se pudo distinguir que “El Miami” había logrado inmovilizar a Guayo al encadenarlo con sus brazos como si estuviera saludándolo 64 cordialmente. Haciendo un esfuerzo sobrehumano, “El Miami” levantó en el aire el cuerpo entero de Guayo, y haciendo un brusco movimiento hacia la izquierda logró lanzarlo hacia el suelo, usando todo el peso de su cuerpo para caer encima de él, siguiendo con un fuerte cabezazo al estilo “Zidane-Zidane”, sobre el pecho del aturdido Guayo. Segundos más tarde, “El Miami” se ponía de pie, mientras Guayo daba quejidos de dolor para poco después perder el conocimiento. Al día siguiente, cuando llegué al parque, un grupo de jóvenes se encontraba alrededor de una pequeña fogata, y Guayo permanecía a la distancia de ellos, recostado sobre su mochila, con un aspecto tímido, como si se sintiera fuera de lugar entre los demás conocidos. Al acercarme a ellos, José me tendió la mano y me dijo: - - - - ¿Qué pasó cabrón? Vení, echáte un chamuscazo con nosotros. Gracias, le dije. El “chamuscazo” lo dejamos para otro día, pero lo que sí te ofrezco es una “amarga” de las que cargo en la mochila. Pasáme una a mí también, - dijo un tipo cuarentón que más bien parecía abuelo de algunos de los ahí presentes. Aquí tenés una “amarga” bien heladita… ¿Corona? Esta mierda más parece agua con miados, pero para brindar con todos pues ¡de algo sirve! ¿Quién sos vos? – le pregunté con curiosidad genuina. 65 - “Caballo”, “Caballo” para servirte, - dijo el viejo con un acento indudablemente dominicano. Este viejo, - dijo José – es el santo de Christie Pits, - que un día, nos va a reformar a todos… Le interrumpieron unas sonoras carcajadas de los presentes. - - El día que vos te reformés, - dijo “el Miami” – ese es el día que se va a caer el cielo. No jodás, serote – respondió José, - inhalando un “chamuscazo” del puro hechizo de marijuana que estaban compartiendo en rueda. – Un día no muy lejano, - continuó José - yo voy a dejar atrás de mí todas estas “serotadas”, me voy a convertir en un ciudadano derecho y parejo, voy a ser todo un profesional y padre de familia, que todos ustedes se quedarán boquiabiertos cuando me vean manejando un BMW por las calles de Toronto. Y ¡van a ver el vergo de culos que me van a llover por todas partes! Ja, Ja, Ja, - interrumpió – José “Pat’e Palo” – un individuo de aspecto salvadoreño quien se vanagloriaba haber sido un autentico miembro de la “Cosa Nostra” de Nueva York- ¡Me voy a quedar boquiabierto al ver la verga que te van a estar metiendo en el culo cuando estemos los dos tras las rejas en un par de años con el estilo de vida que llevamos, serote! En ese momento se acercaron montados en bicicletas dos jóvenes que bien podrían ser gemelos, y que por su baja estatura, fácil podrían pasar por fenómenos o enanos. Eran de nombre Calixto y Pedrino, más bien conocidos como “Los 66 Chiquitos”. - - - - - - - “Caballo”, “Caballo” – dijo aquel que le llamaban Calixto – Fijáte que me dieron la chamba a la que me recomendaste y les ha gustado mi trabajo. Me dijeron que llegara el lunes de nuevo y que llevara otros dos serotes que tengan ganas de ganarse unos reales… Bueno, serote, y ¿usted porqué no saluda, maleducado? – le interrumpió José “Pat’e Palo”, sonriendo amistosamente al mismo tiempo. Disculpen, Muchá, dijo el Chapin Calixto. – es que vengo tan entusiasmado que después de tanto tiempo de andar en la joda al fin voy a sentar cabeza con mi chamaca que va a dar a luz en unos meses… Y ¿Cómo putas sabes que la criatura es tuya? – preguntó José Beltrán, con sarcasmo. Mira, serote, - respondió Calixto con enfado – vos preocupáte con que no te vayan a “culiar” estos maricas en esas tus andanzas que dicen que hasta en los parques amanecés todo apestoso… Amanecí en el parque, ¡porque pasé “culiando” un montón de viejas putas! – se defendió José con orgullo. Bueno, mirá, orita no tengo tiempo para estar hablando pendejadas con vos. “Caballo”, gracias por la recomendación, y mirá si logras conseguirme otros dos cabrones que vengan conmigo el lunes. ¿Cuánto te van a pagar? – preguntó Caballo. Cuatro cincuenta la hora – dijo Calixto con júbilo. A mi me pasa el doble de eso el “Welfare” – dijo José “Pat’e Palo” haciendo chiste. 67 Calixto le dio una mirada de disgusto, se montó en su bicicleta y se largó sin despedirse. - He ahí, - dijo “Caballo” – alguien que tiene mucho que agradecerme, y a quien yo le agradezco mucho. No porque me ha hecho favores, si no por el agrado que me da ver a mi gente reformarse y regresar al buen camino de la gente derecha y pareja. – Y con esto, “Caballo” alzó la cerveza y agregó – brindo por que un día todos ustedes puedan tener un techo que les proteja, mujeres que les sean fieles, y que se ganen el pan de cada día con el sudor de su propia frente, y que en Canadá mi comunidad hispana sea el orgullo de lo que yo siempre he soñado… En mi mente me dije, vaya, que hasta entre los mismos pandilleros se encuentra gente que piensa como yo. - “Caballo” – le dije - ¿te gustaría escuchar un poema dedicado a mi gente hispana? ¿Lo escribiste tú mismo? – preguntó “Caballo” con incredulidad. Claro – le respondí. ¡Yeah, right! – dijo José con estupor a causa de los efectos de la marijuana. ¡Qué se escuche! – dijeron los demás en coro. Aclaré la garganta, me puse de pie, y contemplando pensativamente la fogata que chisporreteaba, dije así: 68 Buscando una nueva guarida, Dejé mi patria querida. Buscando cicatrizar una gran herida, Encontré una nueva vida. En el Toronto donde está erguida Una torre majestuosa bien conocida Canadá, país de las nieves Y de las mil maravillas Tan repleto de inmigrante Que hoy marcha ambulante Buscando un futuro brillante ¡Hermano hispano-hablante Lucha por salir adelante! Canadá, país de las nieves, Y de las mil maravillas Donde conocí mi primer amante Hoy me siento muy triunfante Con ese recuerdo tan embriagante Mejor me subo al TTC Voy a rondar por ahí En St. Clair yo me bajo Para tomarme un atajo A Caledonia quiero llegar A ver las chicas bailar Buscando momentos fugaces de felicidad Fui a dar al show de Miss Hispanidad Ella es una belleza sin vanidad Llena de sencillez y sinceridad 69 Es esta mi linda raza trigueña Donde unas dicen ser caleñas Otras dicen ser caribeñas Pero aquí todas son toronteñas Hermano Latino, Alza tu copa de vino. Brindemos por el destino, Que te ha puesto en mi camino. Que seas chapín, o argentino, O te apellides Crespín o Aquino, Eso a mí me importa un comino, Pues yo te ofrezco mi cariño Al concluir mi declamación, vi con sorpresa que todo mundo me contemplaba en silencio. José “Pat’e Palo” se quedó con una sonrisa un poco avergonzada, como atreviéndose a decir algo pero al mismo tiempo no quería hacer el ridículo. “Caballo” rompió el silencio: - - Mano, ese poema sí que está bien “pijón”. ¿Estás seguro que no lo copiaste de algún libro? Por Dios que nos mira, te lo juro que eso nació de mi propia inspiración. Pues, te felicito. ¿Cómo me dijiste que te llamabas? Marcelo, Marcelo Bustamante, para servirte. “Caballo” me estrechó de nuevo la mano, y me invitó a conocer su casa, invitación la cual yo rechacé con mucho tacto, pues desarrollar una amistad mas 70 cercana de la del parque, no me apetecía con aquellos individuos. Con un firme estrechón de manos a cada uno de los presentes, me retiré a casa. 71 Amor a la Mexicana Hay cosas en la vida que uno puede comprar o pedir y considerarlas su posesión. Estas son las cosas materiales. Hay cosas en la vida que uno tiene que ganárselas día a día. Estas cosas no se compran ya que no tienen un valor material. El amor es una de estas cosas. Esta no es la historia de la pérdida de la inocencia. Esta es la narración de la primera y única amante a quién yo quise y de quién yo me enamoré. Todo comenzó durante una noche de noviembre de mil novecientos noventa y siete, durante una fiesta hogareña, allá en Scarborough, en casa unos amigos mexicanos míos. Yo asistí un poco sin ganas, ya que me imaginaba que iba a pasar una noche mediocre. ¡Qué equivocado estaba yo! Llegué a la fiesta acompañado de mi buen amigo, Jerónimo. Nada extraordinario ocurrió en las primeras dos horas. Charla casual. Cerveza. Más charla casual. Una que otra copa más. Y de repente, ¡llegó la princesita azteca! Yo me encontraba charlando con los invitados en la sala. Ella se sentó en la mesa del comedor. Dándome la espalda, no podía verle el rostro. Pero aun así, de ella emanaba esa presencia enigmática que me llamo la atención. Mi amigo comentó: "Esa chica que acaba de llegar se parece a la colombiana de La Classique." 72 Yo sonreí, y me dije en silencio: "También se parece a la colombiana de quien me enamoré cuando tenia quince años." Poco tiempo después, mi amigo Gabriel, quizás al notar que yo no le despegaba los ojos a Silvia, me sugirió que la sacara a bailar. Yo me puse un poquito nervioso. Mas tarde, buscando excusa, me fui a sentar a la mesa del comedor, cerca de Silvia. Disimulé mi interés por ella al entablar una conversación con alguien más. De reojo la observaba. ¡Que lindura! ¡Cuánto me hubiese gustado pasarle la mano por ese cabello negro azabache! Luego mejoró la música. Alguien sugirió que se iniciara el baile. Yo me le adelanté a mi amigo al apercibirme de sus intenciones: él estaba a punto de sacar a bailar a Silvia. Sin pensarlo dos veces, yo extendí respetuosamente la palma de la mano izquierda a Silvia, solicitándole que bailara esa pieza conmigo. Ella titubeó por unos segundos, y luego se dibujó una linda sonrisa en su rostro. Con una gracia muy femenina se puso de pie y aceptó mi mano. Y de esta manera, se inició aquella linda amistad que conduciría a un romance de tres meses que sería toda una luna de miel. Un par de semanas después de esa memorable fiesta, yo solo pensaba y hablaba de tres cosas: Silvia, Silvia y Silvia. 73 "Oye, Marcelo," dijo Jerónimo, "Y ¿qué pasó con la colombiana de La Classique que te tenia loquito la semana pasada?" "Pues Mano, ¡la colombiana de la Classique va quedar sustituida muy pronto si no anda lista!" "¿Pero si Silvia ya tiene novio?" "Si, pero alguien me dijo que eso no significa nada. Yo siempre he dicho que lo ajeno se respeta, pero un colega del trabajo me dio otro punto de vista. El dice que mientras no hay contrato oficial, todo hombre tiene derecho a "someter su solicitud". Si la proposición es buena, y la chica acepta, pues a uno no le queda que resignarse por no andar listo." El coche dobló a la izquierda tomando la famosa avenida St. Clair W. El conductor me escuchaba, ocultando una sonrisa. Yo continuaba con la misma de siempre. "¡Silvia aquí! ¡Silvia allá! ¡Silvia esto! ¡Silvia esto otro…!" "¿Y cuál es tu plan de ataque?" Preguntó Jerónimo. "Pues hasta el momento no tengo ninguno. He oído que Silvia trabaja de mesera en un restaurante. Quiero encontrar la dirección, y caerle así casualmente y de sorpresa." "Me parece buen plan. Pero ¿porqué no le pides el número a tu amigo?" "Se lo pedí, pero dice que él no la conoce. La chica Karen es la que conoce a Silvia, pero no tengo suficiente confianza como para pedirle el número de 74 ella. Además, no se como reaccionaría, ya que a esa Karen parece que le gusto." "Esa chica Karen no es mi tipo para nada Mano. ¿A ti te gusta?" "¿Francamente? No. Aunque me parece muy dulce." El coche continuó avanzando por la St. Clair West. A la derecha se divisaba el "Mañana Restaurant". Al otro lado de la calle estaba "Mi Tierra Restaurant". Yo comenté: "Sabes, esta área se me esta volviendo muy hogareña." "Para mí también," respondió Jerónimo. "A veces me dan ganas de venirme a vivir aquí. Lo único que me preocupa es que esta área tiene mala reputación por las pandillas y la delincuencia." "Hablando de delincuencia, a mí me dijeron que no me meta en La Classique por que ahí ocurre trafico de drogas. ¿Qué opinas?" "Solo son rumores..." respondió Jerónimo, en tono despreocupado. "¿Qué te parece si invitamos a Silvia y a su amiga que vengan con nosotros a bailar?" "Me gustaría mucho. Que se vengan un viernes después de la clase aquí a La Classique." " ¡¿qué qué?! A La Classique nunca. Imagínate si Silvia y la colombiana se reúnen en el mismo lugar? ¡No me conviene!" 75 Jerónimo estalló en una carcajada: "Ja, Ja, Ja. Todo lo que tienes que hacer es pedirles que tengan paciencia y se turnen. Bailas una pieza con una, y la otra pieza con la otra." Yo respondí en tono de chiste: "¡El día que eso ocurra tendré que abandonar las esperanzas que alguna de las dos va a ser mía!" "¡Pues te deseo buena suerte Amigo!" Luego llegamos al antro “La Classique”, donde me encontré con mi amiga Sherry. Con ella, yo tenia conversaciones similares. "Y ustedes dos, ¿qué hondas?" Preguntó Sherry. "No sé. La chica me gusta mucho, y me parece que le intereso. Pero no estoy seguro qué es lo que se trae entre manos.... sospecho que hay alguien más que la está cortejando." "Es muy probable. Siendo tan bonita, ha de tener muchos admiradores." "Eso me preocupa un poco. Ha de ser muy codiciada." "Dime una cosa..." "¿Diga?" "A ti te gustaría dormir con ella, ¿verdad?". Sherry me miró a los ojos, y sonrió coquetamente. Yo titubeé al no saber que responder, y dije un poco avergonzado: "No...." 76 "¡Ah! ¡Vamos! ¡Dime la verdad!" "Bueno, tal vez...sí. Francamente, me gustaría mucho hacerle el amor. ¡Sería algo maravilloso!" Era tanto mi interés por Silvia, que me animé a hacerle la declaración que tanto quería hacerle. La ocasión se presentó un sábado por la noche, dos meses después de haberla conocido. Discoteca "La Classique". Es el domingo, primero de febrero, poco después de la medianoche. Silvia luce un vestido corto, amarillo y floreado. Luce muy preciosa como de costumbre. Yo estoy cansado; un poco de mal humor. Al verla tan linda, se me olvidan todas las amarguras, y solo pienso en lo que tengo que decirle esa noche: Me le tengo que declarar. Un par de horas más tarde, Jerónimo y su amiga Claudia están bailando en la pista. Silvia y yo nos hemos quedado solitos. ¡Qué momento tan oportuno! El corazón comienza a latirme aceleradamente, y pierdo un poco de confianza. "Bueno" me repito en silencio, "si me rechaza, al menos hice el intento." Lentamente me le acerqué, y le hice la pregunta clave: "¿Sabes qué? Te quiero preguntar algo..." "¿El qué?" "¿Tienes tú algún interés en mí como hombre?" "¡Por supuesto que sí!" respondió ella, sin siquiera titubear. La respuesta no pudo ser mar certera. Sentí una gran alegría. 77 Yo continué: "¿En serio? Sabes entre nosotros dos se podría formar una amistad muy, muy linda…" "Eso creo yo también." En ese momento comencé acariciarle el brazo y lentamente busqué sus manos. Con delicadeza le tomé la mano y se la besé tiernamente. "Eso es algo que los hombres ya casi nunca hacen..." "A mí me encanta besar las manos. Además yo no soy un hombre ordinario." Hubo un corto silencio y ella añadió: "¿Alguna vez te ha pegado una mujer?" "Qué pregunta tan inesperada..." Me dije en silencio. ¿Por qué hará tal pregunta en este momento? Tiempo más tarde, me di cuenta que uno de los temores de Silvia era de encariñarse de un hombre abusivo y violento que maltratara a una mujer. "No", le respondí un poco perplejo. Luego pensé en hacerle una pregunta indirecta sobre algo que yo necesitaba saber lo más pronto posible: detalles íntimos de su vida sexual, especialmente su fidelidad. "Qué suaves tus manos. Lindos dedos… ¿sabes? Yo tengo demasiados dedos en una mano para contar el número de mujeres que he tenido en mi vida...." Silvia no respondió; me dio una mirada como confundida tratando de comprender por qué yo hacía 78 tal pregunta en tal momento. No me atreví a aclarar el porqué de tal comentario. "¿Sabes?, por lo que puedo ver hasta la fecha, no sería imposible enamorarme de ti. Sería bastante fácil." Ella respondió con una sonrisa humilde. Yo continué: "Según mi filosofía, debo ser muy precavido en este campo, ya que la mujer que logré enamorarme podrá hacerme feliz o podrá destruirme." Y esta filosofía impidió en gran parte que me enamorara ciegamente de Silvia. Aunque ella quizás nunca lo supo, yo noté ciertas cosas de Silvia que me dieron un poco de temor. Ciertas cosas que ella dijo, y ciertas cosas que ella hizo me sirvieron de advertencia: "¡Cuidado! ¡Cuidado! ¡Es preferible proceder con un poco de cautela y reserva en esta relación!" Dos semanas después, nos encontrábamos juntos. Es el sábado por la tarde. Hotel Casa Loma. "Apaga las luces mi amor. Si cierras la cortina no me enojo..." ¿Qué me vas a hacer si nos quedamos a solas sin testigos?" "Métete aquí en la cama conmigo y te lo voy a demostrar…" "No me lo vas a decir dos veces." Ocultando mi nerviosismo, me metí bajo las sabanas. Silvia estaba descalza. Lucía un sweater blanco y 79 negro, y un pantalón deportivo. Me estremecí al pensar como luciría en unos instantes cuando la habría despojado de todas esas ropas incluyendo toda prenda íntima que al momento no estaba a la vista. ¡Qué emoción! Con gran delicadeza, comencé a acariciarle el cabello. Luego comencé con la frente, la mejía, la quijada... Le di un beso tierno en la frente. En el momento del chasquido de aquella caricia, ella cerró los ojos. Nos frotamos cariñosamente las narices. Yo murmuré algo inaudible entre dientes. "¿Mhmh...?" Preguntó Silvia melosamente. "Dije que ya me excitaste todo corazón..." "¡No te creo! ¿Tan pronto?" "Date cuenta tu misma; toca…" "¡Caramba Marcelo! ¡No lo puedo creer!" Sin pedirle permiso, introduje lentamente la mano bajo sus pantalones, y tiré hacia abajo con delicadeza. El pantalón cedió, dejando a la vista la piel trigueña de aquellos muslos de modelo, aquel cutis sin celulitis, que al acariciarlo me daba una descarga eléctrica que me estremecía hasta las entrañas. Continué frotándole los muslos, y gradualmente ella me ayudó a quitarle el sweater. Luego le desabroché el brazier. El contacto de sus pechos sobre mi cuerpo me llenó de emoción. Comencé a excitarme. Mis labios buscaron sus pechos y comencé a mamar. Minutos más tarde, Silvia murmuraba algo entre sus 80 labios. Al no comprender, le pregunté: "¿Qué dices?" "¡Quítame los panties ya mi amor!" Respondió con un tono de impaciencia. Sin más preámbulos cumplí con lo que se me había pedido: La despojé de la tanguita negra que ocultaba aquella parte íntima de su cuerpo que me dio un escalofrío al contemplarlo. Lentamente alcé la vista, y con una sonrisa le dije: "Date vuelta, te voy a besar la espalda corazón." "¡No mi amor!" dijo en protesta "¡Ay! Ya mi amor, ¡!Ya!!" Obedientemente, procedí como se me había pedido. Y así, nos encontrábamos como venimos al mundo, deleitándonos en el acto supremo que una mujer y un hombre pueden compartir. Minutos después sentí que las fuerzas me abandonaban. La respiración se volvió jadeante. Silvia comenzó a quejarse complacida, y ambos comenzamos a articular gemidos guturales y semihumanos. Gradualmente se dibujó una sonrisa en su lindo rostro. Comentó casualmente: "¡No está mal, no está mal!" "Para un aprendiz creo que estoy haciendo muy bien, eh?" 81 "¡Ay! ¡Cómo eres!" "¿Sabes corazón? Tengo mucho que aprender. Pero si hay algo que me enorgullece mucho, es poder decir que en este campo soy un principiante. Ser libertino y depravado no es ninguna virtud." "Mi amor yo tengo sueño...." Y sin pedir permiso, recostó su cabeza sobre mi pecho. Yo la envolví entre mis brazos, le deposité un tierno beso en la frente y cerré los ojos. Cuando desperté, ya era de madrugada. Mientras ella dormía, contemplé su cuerpo semidesnudo y mal cubierto. Con delicadeza recorrí el elástico de sus tanguitas negras. Repentinamente, el corazón me comenzó a palpitar aceleradamente. Sentí que me agobió la ternura al ver que en su lindo rostro se dibujó una sonrisa al apercibirse de mis intenciones indecorosas. "¿Qué hora es?" Preguntó con una voz tierna y amodorrada. "Apenas van a dar las seis..." "¿Me pasas la bata por favor?" "¿Para que necesitas bata? ¡Así luces muy bien mi amor!" "¡Ay cómo eres! ¿Cómo que te gusta verme desnuda, verdad?" Yo me sonrojé, y me envolví entre las sábanas. La mañana siguiente, después de aquella noche de 82 pasión, Silvia y yo llegamos a casa. Eran como las diez de la mañana. Ya las niñas se habían levantado, y Alana estaba con la abuelita en el comedor. La nenita se alborotó al verme y gritó con entusiasmo: "¡Papá!" Yo le ofrecí los brazos halagado, y ella vino hacia mí. La senté en mis piernas, y ella me tomó por la muñeca, indicando que quería saborear el caldo. Con delicadeza y ternura, le di de comer depositando cuidadosamente la cuchara en su boquita. Al alzar la vista, sorprendí a Silvia, contemplando esa escena con un semblante melancólico. Se me cruzó por la mente un pensamiento: "Parecemos una familia." Iba a preguntarle a Silvia en aquel instante qué era lo que estaba pasando sobre su mente, pero me dio no se qué. ¿Qué tal si me metía en "camisa de once varas" y tal pregunta conducía a temas más profundos que yo aun no estaba listo para confrontar? Preferí quedarme callado. Transcurrió el tiempo, y dejé que las cosas progresaran a su manera. Todo marchaba sobre ruedas: las niñas me habían aceptado como substituto de su padre, y la madre de Silvia parecía no tener ningún inconveniente con todo esto. Silvia y yo nos entendíamos de maravilla, y cada fin de semana nos íbamos de luna de miel. Pero a pesar de todo esto, yo sabía que las cosas no podían permanecer así indefinidamente. Tarde o temprano había que confrontar un hecho de la vida que no podía ignorarse: El hecho de que yo soy era evangélico y Silvia no. 83 Con tristeza, acepté la amarga realidad: Lo nuestro no iba a ser algo permanente a menos que una cosa ocurriese - Silvia tenia que convertirse al evangelio; de otra manera un hogar con ella sería imposible. Silvia ignoraba esta realidad. Yo sentí la obligación de comunicárselo. No podía estar engañándola, haciéndole pensar que todo marchaba sobre ruedas cuando en realidad yo estaba contemplando el triste adiós que tarde o temprano tendríamos que confrontar. Además, yo tenía un presentimiento que existía la remota posibilidad que ella regresaría con su exesposo. Por lo que yo había observado, de vez en cuando el corazón de Silvia aun latía por Simón. Aquel latido era casi inaudible, pero aun latía de vez en cuando. Resignado a perderla, le revelé los pensamientos que yo había estado ocultando y que me habían estado agobiando por las últimas semanas. Yo sabia que el abordar ese tema posiblemente iba a marcar "el comienzo del final" de aquella linda amistad que apenas comenzaba a solidificarse. La noche del veintiséis de mayo fue la noche que marcó el comienzo del final de la relación con Silvia. Esa noche, Silvia me había dejado saber que Simón quería hablar con ella "con respecto a las niñas." Esto me pareció un poco extraño. Habían quedado de reunirse en cierta intersección en la vecindad de Silvia. Esto me pareció también un poco extraño. ¿Por qué no verse en su casa, o en un local público? ¿Y por qué de repente Simón mostraba tanta preocupación después de casi dos meses de ausencia? 84 Mi primer pensamiento fue que había "gato encerrado". Sentí un poco de celos. Y aquel presentimiento que yo tenía que actuar con cautela me vino a la mente. Decidí de hacerme la idea que si por cualquier razón yo perdía a Silvia, la vida tendría que seguir adelante. Solo, sin ella. Esa noche, más tarde, después de las diez, recibí un recado grabado por Silvia. Me hacía saber que "aún no terminaba de hablar con Simón, y que pronto regresaría a casa." ¿Tanto tendrán que hablar? Me pregunté. Aparte de eso, el tono de la voz de Silvia sonaba bastante extraño. En lugar del tono cariñoso con que siempre me había hablado, habló en un tono frío y sinsabor, casi como que simplemente estaba cumpliendo con un gesto de cortesía: haciéndome saber que no se había desocupado de la cita con Simón. Me sentí más animado a tratar el tema del evangelio y nuestra relación con ella. Decidí hacerlo tan pronto nos viéramos las caras. No iba a haber necesidad de esperar tanto tiempo. Cerca de la medianoche, recibí una llamada. Era Silvia, que finalmente había regresado a casa. Después de un corto saludo fui al grano: "¿Sabes qué Silvia?" "¿Mmh...?" La voz sonó melosa. "Hay un tema bastante profundo que quiero que tratemos en persona lo más pronto posible." "¿Algo bueno o malo?" 85 "Pues no puedo decir porque realmente no lo sé..." "Ay, ya me pusiste curiosa. Ahora dime de qué se trata." "Mejor esperemos hasta mañana." "No, ¡dame una idea al menos!" "Es con respecto al Evangelio y el efecto que tiene en nuestra relación." "Ya. Ya me la hacia. Ha de ser por las cosas que yo he dicho, ¿verdad?" "En parte, sí. Yo he pensado mucho acerca de este punto del que te quiero hablar, y sé que tarde o temprano vamos a tener que hablar detenidamente de este tema, ya que va a dictar el futuro de nuestra relación." "¿Qué? Eso quiere decir que es algo mucho más serio de lo que yo pensaba." "Sí, por eso me gustaría que habláramos en persona. Me gustaría saber que va a ocurrir entre Simón y tú, por que eso también influye todos estos resultados." "Pues, ahora dime ya de que se trata, porque no quiero quedarme así hasta mañana." "Ok. ¿Recuerdas que una vez tú me dijiste que tus planes eran de casarte y rehacer tu vida de nuevo?" "Sí." "Y una vez que estábamos en el “Mañana Restaurant” 86 yo te dije que ¿sentía desperdiciando tu tiempo?" como que estaba "¿Aja?" "También, no se si recuerdes pero en otra ocasión en el “Restaurante Big Slice” te dije que si tú fueses evangélica, ¿yo te pediría que te casaras conmigo?" "Pues, fíjate que yo he reflexionado en cuanto a lo nuestro. Y me parece que nuestra relación ha sido maravillosa hasta la fecha. Pero no creo que se desarrolle en algo formal a menos que tú te hagas evangélica. Antes de conocerte a ti yo siempre había mantenido la idea que mi compañera debe ser alguien de mi religión porque de otra manera, la relación va a ser bastante difícil. Dudo mucho que algo entre tú y yo resulte en un matrimonio...." "Y entonces, ¿qué has decidido?" "Pues, yo he pensado como sería vivir sin ti. Y ¿sabes cuál es la conclusión a la que he llegado?" "No sé, pero ya me estoy imaginando." Con un tono de resignación. "Sabes Silvia, yo he descubierto que me es bien difícil vivir sin ti. Y sabes porque? Porque yo ya empecé a quererte. Yo te quiero." "Pero por lo que me acabas de decir, tiene poco caso que continuemos juntos...." 87 "Mira, yo quería hablar contigo en persona, porque tiene que haber alguna manera que lo nuestro funcione." "No estoy segura. Prefiero que me lo hayas dicho ahora, porque fíjate que más allá hubiera sido más difícil para los dos…ya me lo dijiste todo… es mejor para los dos no herirnos más y que ya lo dejemos todo así. No tiene caso que hablemos mañana." "Silvia...dame veinticuatro...dame cuarenta y ocho horas para pensarlo bien....tal vez haya algo que podamos hacer..." "Lo dudo... (Pausa). Mas que vas a herirte mas..." "Fíjate que lo nuestro apenas ha comenzado; todavía estamos conociéndonos y desarrollando la relación...." "Bueno, vamos a hacer esto: hablemos mañana pero no te prometo nada. Yo sinceramente ya tomé mi decisión." "OK. Te llamare mañana por la mañana. Silvia, si terminamos... me va a ser difícil recuperarme y acostumbrarme a vivir sin ti...." "Hablemos mañana. ¿OK?" "OK, Que pases buenas noches." La mañana siguiente, yo iba a aprender lo que era derramar lagrimas por una mujer. ¡Qué experiencia tan tierna! Yo miraba por la ventana de mi oficina, desilusionado 88 al contemplar las agradables memorias de aquel lindo romance que poco a poco se estaba desintegrando ante mis propios ojos. Ya parecía que no había nada que yo pudiese hacer al respecto. Esto me producía una sensación de tristeza y desesperación semejante al sentimiento que uno siente al contemplar la bella ocultación del sol en la lejanía del horizonte. Allá, detrás del mar, el sol va a desaparecer, lentamente desvaneciéndose, dejando una mancha de marrón que se llevará consigo toda mi fuente de energía, todos mis sueños y mis ilusiones. Uno quisiera tener poderes del omnipotente para poder detener el tiempo; para poder alterar el curso del destino y así moldear el futuro e impedir que el amargo crepúsculo anuncie la llegada de la insoportable oscuridad. Qué lindo era contemplar detenidamente aquellos íntimos momentos que ella y yo habíamos compartido en la soledad de aquel dormitorio. Hotel "Casa Loma". A partir de este momento, esta palabra tendría un significado especial para mí. Qué lindo era amanecer en sus brazos. Al despertar, descubrir su cuerpo semidesnudo a mi lado. Lucía tan vulnerable y tan ingenua. Ella había puesto su confianza en mí ciegamente. Y ahora, horas después del amanecer, aun reposaba cómodamente en mis brazos, mientras yo la mimaba y le acariciaba tiernamente el cabello. Contemplar su lindo rostro. Luego comenzar a frotarle todo el cuerpo con gran delicadeza. Qué cutis tan suave. ¡Dios Mío! ¡Que emoción tan agradable pensar que ella me pertenece! Que somos el uno para el otro; que somos dos adultos… libres de deleitarnos en aquel juego 89 prohibido para menores. El alboroto de la oficina me sacó de aquel trance. Volviendo a la realidad sentí que mis ojos se humedecieron. La vista se me empañó. En ese momento contuve las lágrimas, y me refugié en mi trabajo. Repentinamente, recogí el teléfono y marqué su número. Ella contestó al teléfono con esa voz tan dulce y tan ingenua: "Hello?" "Hola..." A pesar de pronunciar con una voz ronca, no dejaba de ocultar el pesar que sentía dentro. "¿Como estás?" "No sé…Sabes…Si tu y yo terminamos, me va a ser muy, muy difícil recuperarme. Muy difícil..." Los ojos se me humedecieron de nuevo. "Pero creo que estamos engañándonos al continuar, ¿no?" "Tiene que ver algo que podamos hacer para poder continuar..." "Bueno, hablemos hoy más tarde. Pero no te prometo nada...." Ese mismo día por la tarde, llegué a su casa. Silvia mandó a Alana a la cocina para que ella y yo pudiéramos hablar a solas en la sala. Durante esa conversación, yo pude confirmar mis sospechas: Silvia 90 aun sentía algo por Simón. Ella le había dado un beso al despedirse de él. Además, de una manera u otra, Silvia le había dado esperanzas a Simón, ya que éste, tan pronto pudo, terminó la relación con su amante Chilena, y se dedicó desde ese momento a una cosa: La reconquista de Silvia. Todo esto aconteció gracias a una sencilla razón: Silvia le abrió las puertas de par en par a Simón. Estando consciente de esto, mi sentido común me decía que en realidad no tenía caso que habláramos más. Simplemente teníamos que terminar. Pero en aquellos mementos, yo me sentía muy encariñado de Silvia, e inconscientemente yo bloqueaba esta realidad. Y siendo así, trate de convencer a Silvia que lo nuestro apenas comenzaba; que con un poco de esfuerzo, todo volvería a la normalidad y ella y yo volveríamos a ser la pareja de enamorados que comenzábamos a ser. De un lado, existía la remota posibilidad que Silvia progresaría en el evangelio, y así avanzaría por el sendero que conduce a la inmortalidad y libertad total. Yo y ella formaríamos un hogar muy sólido, y yo tendría dos lindas pichoncitas que me dirían "papá", y otra linda cachorrita que me llamaría "papacito". Pero mis instintos me advertían que las probabilidades que lo nuestro se desarrollaría en algo serio eran muy remotas. Había demasiadas barreras insuperables para que lo nuestro tuviese éxito. 91 Principalmente, estaba la religión que forma parte íntegra de mi vida y no de Silvia. En segundo lugar había un idiota que no dejaba de dar lata. Y en tercer lugar, había otro hombre de quien Silvia solo tenía que pronunciar su nombre para que los celos me agobiaran. Y siendo así, y por estas razones, lo nuestro terminó. Al día siguiente, en la casa de Simón, el teléfono sonó dos veces. El tipo al otro lado de la línea levantó la bocina. Dijo un poco adormitado y con uno tono de disgusto: "¿Alo?" "Simón, te habla Marcelo. Te tengo una buena noticia." "¿Sí?" Con un poco de sorpresa y desconfianza en la voz. "Decidimos terminar con Silvia por varios meses por una o dos razones." "¿Aja?..." "Ayer cuando los vi a ustedes juntos, como toda una familia, me sentí como un intruso, y no me gusta ese sentimiento para nada." "Y ¿cómo conseguiste mi teléfono?" "Pues una vez que Silvia se lo dio en voz alta a Alana, yo estaba escuchando." "Mmh..." "¿Te puedo hacer dos sugerencias?" 92 "Tal vez…" "Yo quede muy encariñado de Silvia, y me va a ser muy difícil acostumbrarme a vivir sin ella. Quiero que estés al tanto de ciertas cosas que ella quiere y que necesita." "¿Cómo qué?" "Silvia a menudo se queja que el apartamento donde vive es muy frío durante el invierno, y también es muy pequeño para todas. Yo estaba en planes de ayudarle para mudarse. El único problema era el pago para el último fin de mes de renta. Si estas dispuesto a ayudarle, yo puedo poner la mitad y tú pones la otra." "No te preocupes por eso...." "Otra cosa: Alana me dijo que necesitaba un casco para la bicicleta, y también he oído que se queja que el traje de baño ya le queda muy pequeño. Si no quieres conseguírselos tú, se los consigo yo." "Ya te dije que no te preocupes por eso...." "Y te voy a ser muy franco. Yo todavía no he perdido esperanzas con Silvia. Yo te doy seis meses para que reformes tu hogar con ella. Pero si en ese tiempo descuidas tus obligaciones como padre y como esposo, yo voy a comenzar a cortejarla de nuevo." "Yo nunca, nunca, he descuidado mis funciones como padre ni como esposo. Hay muchas cosas sobre el matrimonio que tú no conoces." "Ese es un punto discutible. Pero lo único que quiero 93 que sepas es que si en seis u ocho meses no te has ganado a Silvia, yo la voy a cortejar de nuevo, si todavía no tiene a nadie." "Me parece que tú y Silvia todavía tienen cosas que hablar." "Eso déjalo entre Silvia y yo. Todo lo que quiero es que sepas que si ustedes están de regreso en seis u ocho meses, yo les voy a dar un aplauso. De otra manera, yo la voy a cortejar otra vez." "Mira, con la ayuda de Dios todo se va a resolver con mi familia. Tú rehaz tu vida." "Bueno, es todo lo que quería decirte. Buena suerte." Sin despedirme, colgué. Pero aunque ya todo terminó, es imposible que yo la olvide por completo o que no sienta algo por ella. Parece ser que solamente cuando hay disgustos y sinsabores uno olvida por completo a la otra persona. La memoria de Silvia ocupará mi corazón hasta que otra la remplace. Tendrá que ser alguien muy especial, con las mismas o mejores cualidades. Y a pesar de que ella no fue la mujer que me despojó de la inocencia, Silvia fue definitivamente la primera y única que seriamente me adiestró en asuntos del amor; la primera y única amante a quien yo quise y de quien yo me enamoré. A veces cuando me encuentro a solas, y me pongo a recordar los momentos lindos que pasamos juntos, daría cualquier cosa por tener poderes sobrehumanos para poder retroceder el tiempo y moldear el futuro a 94 mi manera. Pero desgraciadamente las cosas no funcionan así en este mundo material. Y de todo esto, he aprendido una pequeña lección: el sexo no es el medio que establece y refuerza una relación. El sexo es un privilegio reservado a toda pareja que ha tenido éxito en establecer una relación fuerte por medio de la comunicación, el amor sincero y la comprensión. 95 Dos Mil Veinte Es el año dos mil veinte. A penas se siente como un año diferente a los anteriores. Las celebraciones navideñas se llevan a cabo como de costumbre. Este año, un grupo de amigos de mi juventud y yo decidimos reunirnos en “Las Brisas”, un restaurante ecuatoriano, que lleva más de treinta y cinco años sirviendo a la comunidad hispana de Toronto. De hecho, este lugar, junto con “El Rancho” y “Babaluu’s”, se jactan de ser los lugares hispanos con mayor longevidad en nuestra comunidad. Ya para este entonces, todos aquellos de nosotros que nos reuníamos en el parque de Christie Pits y High Park, durante la década de los noventa, hemos envejecido. La mayoría son abuelos, sin embargo, yo sigo siendo soltero. He cumplido los cincuenta y tres años, y a pesar de no haber perdido el cabello, luzco parches grises en ambas sienes. Debido a mi continua adicción a los deportes, he logrado mantener el mismo peso, por lo tanto, no he cambiado mucho a pesar que ha transcurrido treinta y siete años desde que pisé suelo canadiense en mil novecientos ochenta y tres. Llego a “Las Brisas” con mi amigo de la juventud, José Beltrán, quien es padre de cinco hijos, dos de ellos adolescentes, cada uno con diferentes mujeres. José tuvo una juventud muy dinámica, y ahora, hasta cierto grado está sufriendo las consecuencias. El haber tenido tres divorcios casi lo lleva a la ruina, y los pagos mensuales que tiene que hacer para mantener a sus hijos absorben más de cincuenta por ciento de su salario. Sin embargo, José jura que no se arrepiente de su conducta del pasado, pues los hijos, una de 96 ellas hembra, le dan mucha satisfacción. “Oye, José”, – le digo yo – “sé que llevas más de veinte años sin tomar una gota de licor, pero, ¿te ofendería si te pido que esta noche nos echemos unas copas? Fíjate que por fin admitieron que se venda “chicha” en las licorerías locales, y traigo conmigo tres botellas.” “Pues, no sé”, - dijo José – “desde que me hice alcohólico anónimo en el noventa y nueve ya no siento la necesidad de beber”. “Pues te felicito”, - le dije yo – “y no me ofende en absoluto tu decisión. Sin embargo, yo tengo el mismo punto de vista de siempre: el alcohol no cae mal, siempre y cuando lo ingieras con moderación. Pero, solo por esta noche, quiero violar la regla”. Al llegar a la entrada de “Las Brisas”, el encargado de seguridad me hizo las inspecciones de rigor: examinó la cantidad y tipo de alcohol que yo traía, me cobró la cuota de entrada, ciento noventa dólares, basándose en la cantidad de botellas que yo iba a introducir al local. Considerando que el salario mínimo en aquel entonces era de cuarenta dólares la hora, esta cuota de entrada no se consideraba exorbitante, y era en sí “standard” en las discotecas hispanas de Toronto. Luego pasamos a una sala de espera, donde una jovencita nos escaneó a ambos con el detector de metales que ahora se usaba por doquier en los antros hispanos. Luego, con un aparato que bien parecía una lupa, nos escaneó la iris, y automáticamente quedamos registrados en una base de datos accesible a autoridades locales e internacionales. De esta 97 manera ellos mantenían un control absoluto de los presentes, datos que también quedaban a la disposición de la FBI, la CIA, INTERPOL, CSIS (Canadian Security Intellegince Service), y por supuesto, la NSA. Ya dentro del local, pedí una mesa en la sección donde no estaba permitido fumar ni marihuana ni tabaco. En esta época moderna, la marihuana se había legalizado por completo, y era posible comprar cajetillas de marihuana, igual que se compraba una cajetilla de cigarros. Al sentarnos a la mesa, a través del vidrio transparente en la sección de drogadictos y fumadores, vi a Maximus, un tipo italiano, cincuentón, que José y yo llevábamos más de treinta años de conocer. Le hice un gesto de saludo a Maximus a través de la pared transparente que nos separaba, y el tomó el “Mesa-Celular” y marcó el número de mi mesa. Su cara apareció en la pantalla de mi “Mesa-Celular” y yo le dije: “¿Qué pasó, Maricón?” “Con ganas de cogerte, como de costumbre.” – respondio él. “Nunca pierdes las esperanzas, a pesar de todas estas décadas transcurridas, ¿no es así?” “Son bromas,” – dijo él – “sé que a machos como tú, no me los logro ‘culiar’ aunque les ofrezca el mundo entero”. En efecto, Maximus, desde su adolescencia, había 98 sido un tipo depravado en todo el sentido de la palabra. Era cocainómano y bisexual, pero su preferencia eran muchachos adolescentes. Este detalle se mantuvo secreto hasta hacía dos años atrás cuando en el dos mil dieciocho, la ciudad de Toronto aprobó una ley a nivel provincial que las relaciones homosexuales eran permitidas entre adultos y menores de edad siempre y cuando este último fuera mayor de catorce años. Cuando el momento llegó de esa ley, muchos maricas, salieron del closet, y se dieron a conocer como los seres depravados que ellos eran en el fondo. Ahora en el dos mil veinte comenzaban a haber discusiones de permitir, legalmente, relaciones sexuales entre padres e hijos, siempre y cuando el sexo fuera “consensual”. ¡Caramba! Donde nos ha llevado “el modernismo”, me decía, yo mascullando entre dientes. Colgué el Mesa-Celular, deseándole a Maximus una feliz navidad y próspero año nuevo, y eran mis más sinceros deseos que los poderes celestiales le abrieran los ojos para que él pudiera ver el camino en el cual él andaba. Al colgar, José me dijo: “¿A quién más estamos esperando esta noche?” “Pues, invité a tres culos. Una es colombiana, la otra es peruana, y la tercera es una amiga de la oficina que dijo que iba a traer un par de amigas también”. “Sin duda vamos a necesitar ayuda con ese gran vergo de culos. ¿Porqué no le pediste a Maximus que se viniera a acompañarnos?” 99 “¿Qué? Conociendo a ese pinche maricón es capaz de venir a ver qué cosa agarra acá en nuestra mesa. Y créeme que él no va a limitar sus posibilidades con las “faldas” que lleguen”. José estalló en una carcajada, diciendo: “Te apuesto a que él se anda culiando ese chavito que está sentado en su mesa acompañándole”. “Que se lo ande culiando o no, me vale madre. Cambiemos de tema, ¿por fa?” Como una hora después de haber tomado asiento, llegaron las invitadas: Maritza y Jacqueline, la colombiana y la peruana. Ambas estaban ya bastante cuarentonas, pero todavía estaban bien “de toque” como suelen decir los salvadoreños. Jacqueline, la peruana, había sido amante mía veinticinco años atrás, cuando ella apenas tenía veinte años. Y a pesar que lo nuestro jamás se convirtió en una relación seria y formal, ella y yo llegamos a conservar una gran amistad. Ahora era divorciada, pero no tenía hijos. Aun conservaba su figura esbelta, pero yo tengo que confesar que el cariño que yo ahora le guardaba era estrictamente platónico, y la veía mas como un familiar consanguíneo, que como una amante potencial. Poco antes de la media noche, por ahí de las diez, se dio inicio al show de talento. Hubo toda clase de presentaciones, donde el número más espectacular fue un show de “meretango”, un baile nacido en los sectores pueblerinos de Argentina durante la década del dos mil diez, e importado al extranjero por la tecnología moderna que facilitaba la transmisión de 100 conocimiento instantánea, cosa que no existía durante el siglo veinte. Concluido el baile de “meretango”, me tocó mi turno. Era una sorpresa que yo le tenía guardada a Jacqueline. Se trataba nada menos que de una balada que yo había compuesto unos días antes, para conmemorar aquella aventura que habíamos tenido durante nuestra juventud. El maestro de ceremonias de “Las Brisas”, Jorge Colero, nieto del propietario del restaurante “El Rancho”, rival de “Las Brisas”, me invitó a pasar al escenario, decorado de un impresionante arco iris artificial. Al dirigirme al escenario, surgió una especie de lluvia que no mojaba la ropa. Cómo y de qué manera esto se lograba, solo los científicos lo sabrán, pero tengo entendido que la nueva tecnología había descubierto una manera de hacer que las gotas se desvanecieran al hacer contacto con el calor de la piel humana, debido a un campo de energía que portan los humanos, y que la cultura china había descubierto hacía tres mil años atrás, dándole a este campo de energía un nombre: El Sistema Meridiano de Energía. Al tomar la palabra, dije en un tono varonil: “Quiero dedicar esta canción, exclusivamente, a una “jovencita-jovensota” que se encuentra con nosotros esta noche. Su nombre es Jacqueline, y se encuentra en este momento en mi mesa, acompañada de mi amigo de la niñez, José Beltrán.” En ese instante las cámaras del local enfocaron mi mesa y en las pantallas gigantes se divisó momentáneamente la presencia de mis compañeros. 101 Jacqueline tenía las manos cubriendo su boca, sorprendida de tal presentación, pues, tal como lo dije anteriormente, esto fue una sorpresa para ella y para todos los demás ahí presentes. Después de un enorme aplauso y de gritos de júbilo entre aquellos que ya me conocían en el campo artístico, sonó una música suave, y muy romántica en el fondo, y luego yo comencé así: Jacqueline, mon amour, Llegaste a mi vida en el momento mas inesperado, Cuando el sol estaba a punto de ocultarse en el horizonte,y las estrellas iniciaban su parpadeo infantil nocturno. Jacqueline, mon amour, Llenaste mi vida de alegría y entusiasmo, Tu sonrisa infantil desintegra la seriedad que me agobia. Tu grata presencia le da nuevo sentido a mi existencia. Jacqueline, mabelle, Percibo mucha reserva en tu corazón, ¿Será porque te intimida mi persona? ¿Será que tu corazón late por alguien del pasado? O ¿habrá otra razón que no deseas revelar? Mabelle, mon amour, 102 Sé que cualquiera que sea el motivo de tu reserva, siempre seguiré siendo tu amigo y ángel guardián. Jacqueline mabelle, Alza la mirada y contempla las bellezas celestiales. Ahí en el infinito se ha posado una gran estrella. Esta y otra son tus ángeles guardianes que velan por ti. Mabelle, mon amour, No olvides que en la tierra hay ángeles sin alas, Y a pesar de sus debilidades, flaquezas e imperfecciones,siguen siendo ángeles terrestres que velan por tu felicidad. Jacqueline mon amour, Cerca de ti hay dos ángeles terrestres que velan por ti, y que siempre te protegerán Al siguiente día, después de una noche de parranda, amanecí con una jaqueca que ahora en mi vejez siempre acompañaba los desvelos y parrandas. Era el primero de enero del dos mil veintiuno. Eran quizá los once de la mañana cuando sonó mi “visio-celular”. Vi en la pantalla que era José Beltrán, quien estaba en el jacuzzi de su casa. Portaba solamente una toalla y le acompañaba una muchacha 103 rubia que le estaba dando un masaje en la espalda. La reconocí al instante, era Soila, hija de uno de “los chiquitos”, dos chapines (guatemaltecos) que fueron unos antiguos conocidos nuestros. Debido a que yo todavía portaba las ropas con las que había asistido a la celebración anterior en “Las Brisas”, los invité a que pasaran adelante, a la intimidad de mi recámara. Apretando el botón verde de “holograma”, las figuras de José y Soila aparecieron en holograma frente a mí. Era asombrosa la integridad tri-dimensional del holograma. En los últimos cinco años, la empresa Siemens había estado piloteando nuevos visiocelulares, y por fin había logrado sacar un holograma a colores que daba una imagen idéntica a lo que uno vería si tuviera a la persona en su presencia. Cuando José apareció delante de mí, yo podía ver el vapor de su aliento, y también podía distinguir unas marcas pálidas y rojizas en el pecho y en la garganta, que era evidencia de lo que él y Soila habían pasado haciendo la noche anterior. “¿Que húbole?” – me dijo José, con una gran sonrisa en su rostro. “Pues, no tan bien acompañado como tú,” – le respondí yo, dirigiendo la mirada hacia Soila que portaba un bikini rojo y muy sensual. Soila era hija de Pedrino, mejor conocido como “el chiquito”. Este había muerto de cáncer en el dos mil trece, a los cuarenta y tres años de edad. Esto fue una gran desgracia, pues ese mismo año el Ministerio de Salud Pública, junto con la WHO (World Health Organization) anunciaron el descubrimiento de una 104 preparación química que, a pesar que no erradicaba el tumor de cáncer, hacía en sí que la enfermedad no fuera fatal debido a que se estancaba el crecimiento de este mismo con este nuevo tratamiento. De esta manera, el cáncer había dejado de ser la enfermedad aborrecible que había sido en el pasado. Ahora en el dos mil veinte, tener cáncer causaba la misma reacción que tener otra enfermedad incurable pero benigna tal como la diabetes, colitis o prostatitis. Soila era una chica que ya se aproximaba a los treinta. Por parte de madre llevaba sangre anglo-sajona. Esta combinación de sangre mezclada le daba a Soila una belleza muy exótica. Tenía el cabello rubio, la piel semi-trigueña, y unos ojos café claros que era un placer contemplarlos. Ella había sabido aprovechar su belleza y su juventud, y era modelo para una agencia local que le pagaba un salario elevadísimo. Le gustaba la buena vida, y, soltera y sin hijos, se iba con aquel que mas billete le soltara. “¿Qué les parece si nos vamos a desayunar al Maya Restaurant? Sirven longaniza con frijoles fritos, crema y plátanos.” “Me parece fabuloso”, dijo Soila, con un acento anglosajón bien marcado. “¿Tú invitas?” “¿Cuando no?” dije yo, con resignación, conociendo bien a Soila. “Te paso a recoger en unos quince minutos,” ofreció José. 105 “Sale”, dije yo, saltando de la cama y colgando la llamada al mismo tiempo. Tal como había prometido, José llegó en su Ferrari del año, un carro deportivo capacitado para correr a ciento noventa kilómetros por hora. Hoy en día Toronto había cambiado los límites de velocidad, y tal que como lo era en Europa, no había límite para correr en ciertas autopistas. Rumbo al restaurante “El Maya”, tomamos la carretera cuatrocientos uno, y en cuestión de diez minutos llegamos al área de Jane y Wilson, vecindad en la cual se encontraba “El Maya Restaurant”. Hoy en día a la intersección de Jane y Wilson le apodaban en inglés “Spic-Land” debido a la cantidad de hispanos que se había concentrado en el área. A pesar de que “los hispanos siempre serán hispanos”, el área de Jane y Wilson y el área de Jane y Finch, no eran estadísticamente las áreas más peligrosas de la región de Toronto. El primer lugar se lo llevaban los barrios afro-canadienses en el área de Scarborough, según encuestas locales. Al llegar a “El Maya” restaurant, nos recibió el propietario, Beto Carpintero, un hombre de unos sesenta años, de origen guatemalteco, quien había abierto las puertas al público a mediados de los noventa. Hoy en día la fama de su restaurante había crecido tanto que su nombre a menudo figuraba en los periódicos y revistas locales como uno de los cinco mejores lugares de la ciudad para estimular el paladar. Luis nos condujo a la segunda planta del local, en una mesa exclusiva localizada en el balcón donde se veía 106 la majestuosa torre de Toronto. Era un paisaje verdaderamente espectacular. Paseando en el cielo, alrededor de la torre se veía un par de jóvenes en “Aeronetas”, una especie de aparato para elevarse con alas livianas, que era un adelanto de los “planeadores” o “hang-gliders”; aquellos aparatos deportivos que se sustentan y avanzan aprovechando solamente las corrientes atmosféricas. Hoy en día, había salido un planeador más avanzado que por primera vez estaba equipado con un motor muy potente y liviano, del tamaño del puño de un hombre adulto. Con este nuevo deporte, los cielos de toda el área de Toronto se congestionaban con jóvenes y adultos que comenzaban a depender de este nuevo medio de transporte para desplazarse de un lugar a otro. “Vaya,” comentó José, señalando a uno de los jóvenes, “hoy en día ya no es necesario subirte a la torre si quieres apreciar el panorama de ahí arriba.” “Un día de estos,” - agregó Soila - “va a ocurrir una catástrofe en las calles de Toronto cuando se comience a abusar y los borrachos se suban arriba para andar haciendo sus payasadas en esos aparatos”. “Yo solo quiero ver cuando salga un psicópata serote y comience a bajarse a todos esos hijos de puta con un escopetazo. Van a ver las noticias de primera plana que eso va a hacer…” “Ay, ay, ay,” - agregué yo – “eso sería peor que la serie de asesinatos que ocurrieron en Washington en el dos mil dos cuando aquel chavo, Muhammad, y su cómplice, Malvo, andaban matando gente por las 107 calles...” En ese momento nos interrumpió la llegada de un caballero de aspecto testarudo, su pelo ya pintaba muchas canas, y a pesar de su aspecto cincuentón, en realidad este señor ya casi llegaba a los setenta. Era Ismael Barrios, quien había emigrado a Canadá durante la década de los setenta, desde su natal Guatemala, donde había sido miembro del ejército; en concreto, miembro de la temible G-2, que era el brazo de inteligencia de las fuerzas militares. Estos individuos tuvieron en un tiempo una reputación notoria por sus violaciones a los derechos humanos, y la institución entera fue por lo tanto desmantelada. Muchos de ellos se encontraron rodeados de enemigos por todas partes en su mismo país natal, y por consecuencia, Canadá les abrió la puerta de par en par ofreciéndoles refugio político. Ismael se sentó con nosotros. “¿Qué tal caballeros?” “¡Ismael! ¡Qué gusto de verte! ¡Feliz año nuevo!” – dije yo, estrechándole la mano. “Feliz año nuevo”, repitió José desde su asiento ofreciéndole también la mano. “¿Les puedo acompañar?” – preguntó Ismael. “Ten la bondad…” – le respondí yo indicándole la silla. “Luis,” – dijo Ismael, refiriéndose al propietario y mesero, “¿me traes una longaniza con huevos y crema?” 108 “En seguida…”, respondió Luis. “Y entonces, ¿Qué planes para el 2021?”, le pregunté a Ismael. “Pues, primeramente, quiero ver a la llegada de mi tercer nieto hoy en mayo”, respondió Ismael. “Felicitaciones,” respondió José, “yo con un poco de suerte voy a ser abuelo en unos pocos años”. “¿Qué se siente ser abuelo?”, pregunté yo a los dos. “Pues, cuando nace tu primer nieto, te digo que es algo maravilloso. Yo diría que es una sensación superior a la de convertirse en padre por primera vez. Ves realmente el producto de todos tus esfuerzos, ves que tu longevidad se extiende hacia la inmortalidad, y en fin, yo opino que tienes que vivir la experiencia para poder apreciar lo que es convertirse en padre o abuelo”, agregó Ismael. “¿Tus nietos hablan el español?”, preguntó Soila, quien había permanecido callada hasta ese momento. “Pues, no tan bien como me gustaría”, dijo Ismael, “pues dos de ellos tienen madres hispanas que nacieron en Canadá, y el esposo de mi hija es japonés…”, añadió Ismael un poco desilusionado. “Oye, que se está mezclando la sangre”, agregué yo. “Sí, yo opino que en otros veinte años el Canadá no será un país de inmigrantes si no un país de una mescolanza de razas como no se ha visto en la historia de la humanidad…” 109 “Y ¿qué piensan ustedes en cuanto a tener un primer ministro hispano? Ya ven que tenemos una ministro de cultura hispana”, agregó José. “¿Quién?” - pregunté yo. “Nadie menos que Toña Reyes,” agregó Soila. “¿Toña Reyes? ¿La que se escucha en la radio y que organiza el “Festival Sabor Latino” aquí en Toronto?” pregunté con incredulidad. “La misma; la eligieron hace un mes,” agregó Soila. “Toña Reyes se ha convertido en el orgullo de todos los hispanos. Yo diría que al ritmo que lleva, en unos cuantos años ella podría llegar a la presidencia de Canadá”. “Ja, Ja, Ja…”, rió José, “¿Presidencia? Corazón, Canadá no es una república, por lo tanto no digas presidencia. Se dice “Primer Ministro”. “Bueno, ya, ya, no tienes que ponerme en ridículo en público, José…”, respondió Soila, un poco molesta. “Perdón, mi amor…”, dijo José cubriéndose el rostro, fingiendo remordimiento. “Escuchen…”, dije, “¿qué les parece si celebramos el dos mil veintiuno con un viaje en aeroneta?” “!Vamos, vamos!”, interrumpió José con entusiasmo. “Ay, vayan ustedes, ya que tantas ganas tienen de matarse…”, dijo Soila con indiferencia. 110 “Mira, Marcelo,” dijo Ismael, “si yo he llegado a los setenta, es porque he sido prudente.” “No abran la boca mas. José, ¿Qué esperamos?” Pagamos nuestra cuenta, nos despedimos de los conocidos, y salimos disparados para el lugar más cercano que tenía el alquiler de esos nuevos aparatos. Al llegar al local “Metro Hang-Gliders”, José y yo eramos los únicos “ancianitos” con agallas de probar ese nuevo deporte. Todos los demás eran jóvenes atléticos, la mayoría entre los dicieocho y veinticinco años que nos miraron con un poco de desprecio al ver nuestro estado físico y cabellera gris, pidiendo un par de aeronetas. “Estos monos serotes piensan que sólo porque son “culicagados” tienen la licencia para practicar este deporte…”, dijo José con disgusto al observar las miradas desagradables de algunos jóvenes. “No les pongas cuidado; yo no he vivido mi vida siendo un “Don Qué Dirán de la Gente’” respondí yo, mientras me colocaba el aparato y arrancaba el motor. En cuestión de minutos, me encontraba volando por los aires, y me sorprendió la facilidad con la que el aparato se dejaba maniobrar. “José, José…”, dije hablando en el visio-celular que venía en el aparato. “¿Qué hondas?”, preguntó José, acercándose a mí por la izquierda. 111 “Demos un ‘vueltín’ por el lago y vayamos a ver la mara de High Park…” “¡Sale!” Al elevarnos a unos quinientos metros de altura, se alcanzaba a ver la ciudad de un extremo a otro, y más allá quedaban las montañas cubiertas de nieve. Al volar encima del Lake Ontario, el paisaje era sumamente impresionante como nunca me lo hubiese imaginado. La CN Tower estaba rodeada hoy en día de una docena de edificios tipo condominios, con vidrios brillantes y de color dorado, y casi todo el Harbour Front era puro edificio de condominios también. El lago estaba lleno de lanchas navegando en estas aguas frías, pues hoy en día, debido a cambios drásticos en el medio-ambiente, el mes de enero no recibía nieve, si no que solo torrentes de lluvia de vez en cuando. La nieve era algo que cesaba de caer a mediados de diciembre, y a partir de enero, gozábamos de un clima primaveral en pleno Toronto. Al pasar el lago y dirigirnos hacia el noroeste, nos cruzamos con los bosques que formaban parte de High Park, uno de los parques mas grandes de la ciudad. Se veía el zoológico del parque, los niños jugando en las piletas de agua, y más al oeste, estaban ubicadas las canchas de fútbol que José y yo llevábamos más de treinta años de frecuentar. Con melancolía observé el paisaje delante de mis ojos. Allá, a lo lejos, unos jóvenes jugaban al fútbol, alegando y gritándose vulgaridades mientras 112 perseguían la pelota, ignorantes o indiferentes a mi presencia en las alturas. Pensé entonces en las incontables veces que yo había corrido tras esa pelota, echando maldiciones en voz alta a mis adversarios. Al contemplar esa escena a quinientos metros de altura, sentí resignación al reconocer que en unas dos o tres décadas en el futuro, me encontraría de nuevo volando en las alturas, tal vez sin necesidad de alas ni motores artificiales. FIN 113 Psicosis Camuflada 114 115 Convulsión y Nacimiento Un turbulento día a mediados de diciembre, allá en la bella ciudad de Chiquimula en Guatemala, cerca del fin de los amargos años de la Gran Depresión, cuando el mundo agonizaba y sin embargo de nuevo se convulsionaba con la llegada de la segunda guerra mundial, Dios me trajo al mundo arrojándome en medio de una selva pavimentada a la cual solíamos llamarle “civilización”. Allá donde el que mandaba era aquel que más alzaba la voz; aquel que intimidaba a su adversario al empuñar la pistola o el machete, en esos lugares de anarquía y confusión, ahí, nací yo un triste día de diciembre a escasos días de las fiestas navideñas. Mi padre, un hombre culto, quien pasó muchos años de su juventud en un seminario, el cual por azar del destino él abandonó para irse al otro extremo de la perdición y el libertinaje, vivió una vida llena de aventuras en la que dejó corazones destrozados, hijos regados y desamparados, quizá uno que otro cristiano tieso, y por consecuencia… enemigos por doquier. Fruto de una de esas tantas aventuras de mi padre, nací yo y mi hermano menor, hijos ilegítimos, en una triste y tenebrosa casucha en condiciones quizá infrahumanas, de donde fui prematuramente arrancado, para que se me trasladara forzosamente a la guarida de mi padre y mi futura madrastra, la cual con el tiempo, yo llegaría a considerar como mi propia madre. Muchas fueron las súplicas y llanto de mi madre biológica al ser sus dos críos secuestrados por mi 116 padre, a solicitud de mi madrastra. Sin embargo, mi padre no se conmovió. En aquellos tiempos, mi padre, al dejar el seminario, administraba una Hacienda cuyo propietario, Don Klaus Schwammberger, se rumoreaba había sido un auténtico criminal nazi quien escapó de Alemania al concluirse la segunda guerra mundial a mediados de los cuarenta. A este individuo se le atribuían crímenes de lesa humanidad. Este hombre, lejos de ser un caballero, tenía un carácter de perro que trataba con violencia y crueldad a los locales campesinos que laboraban en su tierra. Se escuchaba también rumores que pagaba por que le consiguieran mujeres de la comunidad. Habrán accedido a esas exigencias indecorosas estas pobres mujeres con su consentimiento, o bajo amenazas, o con tentaciones financieras… solo Dios sabrá. Fue este en el ambiente que yo me crié, que a penas al cumplir los seis años le di a mi madrastra una muy desagradable sorpresa. Una niña, de aproximadamente la misma edad, o quizá menor, le comentó inocentemente a mi madrastra estando a solas, que ella y yo solíamos jugar a “pisar”. Mi madrastra, sin sospechar ningún juego sucio y sin ningún pensamiento indecoroso, preguntó con curiosidad cómo esta niña y yo “pisábamos”. La niña, sin reserva y con gran inocencia, introdujo su pequeña mano bajo su vestimenta, exhibiendo la prenda y parte más íntima de su cuerpo, y le relató con exactitud cómo se realizaba aquel juego que ella y yo habíamos aprendido, gracias sin duda, a uno de los tantos pícaros perversos que nos habían adiestrado prematuramente en estas actividades, seres que 117 desafortunadamente, pululaban por doquier en los entornos donde yo me crié. Mi pobre madrastra casi se desmaya del golpe, pero esto no iba a ser nada comparado con los aportes y experiencias que yo le brindaría en las décadas venideras. Varios meses después de aquel incidente, estaba yo sentado a la mesa del comedor. Mi padre, impulsado quizá por algún instinto de sadismo, y sin provocación alguna por parte mía, tomó un pedazo de tortilla recién salida del comal, y la presionó contra mi sensible piel infantil sosteniendo a la fuerza mi brazo izquierdo. Poco le importó los alaridos que emitieron de mi garganta. Mi padre sostuvo la tortilla hasta que mi madre le gritó que no cometiera esas “payasadas”. Luego él me miró mostrando su blanca dentadura, con esperanzas de que yo indicara que la broma había sido bien recibida. Como respuesta, le apunté el tenedor que yo sostenía, amenazando con clavárselo en la cara. - “¡Tirámelo!” – respondió él, subestimando el odio y hostilidad que hervía dentro de mí. Impulsado por el deseo de vengarme, le lancé con odio y furia el tenedor de mis manos, el cual se le fue a clavar en la mejía izquierda. Más vale que interrumpa mi relato y no revelar lo severo de las consecuencias, pero el lector puede 118 imaginarse de lo sádico que mi padre era, y el extremo al que él estaba dispuesto a ir para saldar un acto de venganza, aunque él hubiera sido el promotor y aunque su adversario hubiera sido cuatro veces inferior a su estatura. Basta con revelar que los sufrimientos de mi madre iban a ser colosales debido a los ejemplos que mi padre me daba, y debido también a mi capacidad para expresar odio y llevar a cabo actos de la más cruel violencia para dar rienda suelta a la sed de venganza. 119 Juventud Turbulenta Al llegar los años escolares, al entrar a la pubertad, a los doce años de edad, comencé a portar armas. Fue alrededor de ese tiempo cuando llegué cerca de cometer mi primer delito aunque la intención en realidad era de amedrentar y no causar mayor daño físico. Recuerdo que un tipo, compañero de aula, comenzó a insultarme. Me retó a que nos fuéramos al campo a pelear como los hombres. Claro, él llevaba las de ganar pues era mayor que yo, y más corpulento. Debido a la presencia de las jovencitas y a los otros machos que eran testigos de tal humillación, acepté con gusto este desafío. Los dos nos dirigimos al campo. Estando a solas en el campo, extraje disimuladamente una pequeña navaja de mis bolsillos. Mi adversario se me cuadró en posición de boxeo, invitándome a asestarle el primer puñetazo. Vi con cierto temor que portaba un cinturón de cuero con una vistosa hebilla. Se me vino a la mente repentinamente de pegarle un navajazo en el cinturón para pegarle un susto y que sus pantalones cayeran al suelo al dejar de ser sostenidos por el cinturón. Sin embargo, al lanzar el tajazo, el pulso me falló y asesté el golpe en la hebilla. El impacto de ambos metales reveló al instante el arma que yo empuñaba. El tipo se llenó de pánico, y corrió despavorido buscando la oficina del director de la escuela para 120 delatarme a las autoridades del plantel. Yo, como todo un cobarde que realmente soy en el fondo, arrojé el arma entre los arbustos, y corrí detrás de mi despavorido adversario, ambos pasando al lado del aula de clases, dando la apariencia que yo había salido victorioso, y que ahora perseguía a un cobarde que no había tenido las agallas de enfrentarme. Le doy gracias al cielo que mi tajazo no fue a dar accidentalmente en el abdomen de mi contrincante, pues yo pude haber terminado en un reclusorio para delincuentes juveniles… ¡qué alivio! Con este tipo de conducta, no es necesario que yo intente convencer al lector de lo odiado que fui tanto por compañeros como también por las autoridades de la escuela. Entre uno de estos profesores que tanto me odiaban había un cura que por portar una sotana, pensaba que ejercía autoridad divina sobre los estudiantes. ¡Qué equivocado estaba él! En aquellos años de tan poca cultura, es decir la década de los cincuenta, se les permitía a los profesores cometer toda clase de abusos con sus estudiantes, y por lo tanto los profesores podían dar rienda suelta a sus impulsos sádicos sin que sus pobres víctimas pudiesen hacer algo al respecto, ya que ni padres de familia ni autoridades locales tenían derecho de intervenir. Yo había observado que este cura profesor tenía la costumbre de llamar a sus víctimas, darles un sermón, y luego con la izquierda pegarle al estudiante una bofetada con la mano abierta en el rostro, para luego seguir con un fuerte puñetazo con la derecha y 121 finalmente propinar un puntapié en el trasero del individuo. Me preparé para mi próximo encuentro. - “¡Fulano de tal!” – gritó el cura cuando me vio chisteando con mis compañeros mientras él escribía en el pizarrón. “Diga señor…” – respondí, sabiendo muy bien lo que me aguardaba. “¿Cuantas veces le tengo que decir que mientras yo doy la lección no se me interrumpa?” “Disculpe, señor, pero mis compañeros iniciaron el alboroto…” “¡Silencio! Y ¡acérquese a mí!” Al estar frente a él, vi que me venía la bofetada con la izquierda. En el momento del impacto alcé el brazo izquierdo interceptando el golpe. Luego seguí con un derechazo en su mejía izquierda que hasta lástima sentí al ver la expresión de dolor que le causó a este idiota cura. Vociferó una maldición entre dientes, e intentó en vano de darme un puntapié. Alcé la pierna en alto de tal manera que el puntapié fue frustrado cuando mi rodilla fue a darle en la boca del estómago. Sin poder dar crédito a lo que estaba presenciando, masculló entre dientes: 122 - “¡Váyase! ¡Váyase de aquí, usted no tiene derecho de pertenecer a esta institución! ¡Aborto del infierno!” “Aborto del infierno usted, maldito sotanudo!” Y con esas palabras, me di la vuelta y salí disparado por el umbral para nunca más volver. Al llegar a casa, mis padres estaban consternados y furiosos. Mi padre, al mismo tiempo de estar furioso conmigo, estaba furioso con el cura, pues a él no le agradaba que otra ser humano ejerciera el derecho de azotarme, derecho exclusivo del cual solamente él quería gozar. Mi madre estaba acongojada, pues no era la primera vez que se me amenazaba con expulsarme de la escuela. Lamento decirlo, pero yo siempre fui muy mal portado en la escuela, a pesar de las mentiras que posteriormente les hice creer a mis hijos. Nunca fui estudiante ejemplar, a pesar que poseía un nivel de inteligencia y aptitud superior al promedio. Después de una larga discusión con mi padre, y contra los deseos de mi madre, opté por ingresar al cuartel unos meses después. Estábamos a mediados de 1955, y yo acababa de cumplir los dieciséis años unos meses antes. Tengo que confesar que ya para ese entonces, mi padre me había adiestrado en el uso de las armas. En aquel entonces, y bajo las circunstancias en las cuales me crié, mi padre lo consideró ameno entregarme como regalo de quince años, un arma de fuego. 123 En el momento de la entrega me dijo lo siguiente: - “Hijo, ha llegado el momento en que usted es ya hombrecito. Por lo tanto, le hago este obsequio, y quiero que sepa muy bien que este no es un juguete. Con este objeto ud. puede quitarle la vida a un ser humano. Por lo tanto, no lo ande sacando en vano, ni ande amagando con el. Solamente úselo cuando no tenga otra alternativa, y ud. tiene que estar preparado a vivir con las consecuencias. ¿Se siente listo como para asumir tal responsabilidad?” Contemplé con agrado aquel objeto pesado, compacto y brillante. Y sin titubear mucho, respondí con entusiasmo que sí estaba listo para asumir tal responsabilidad. Dios Mío, qué equivocado estaba yo, pues, al reflexionar lo que ha sido mi vida, tengo que confesar que no ha sido ningún agrado tener que hacer uso de un objeto tan diabólico, y si yo tuviera poderes del omni-potente, lo que haría sería hacer retroceder el tiempo para no cargar en mi consciencia toda esa suciedad de memorias que aún me agobian día a día, sin importar lo que yo le diga a la gente que no tengo “regrets” y que mi vida ha sido muy colorida con tanta acción. 124 125 Intermisión Militar Al llegar al cuartel, me aguardaban muchas sorpresas desagradables. Si hay un infierno en la Tierra, ese lugar tiene que ser el interior de un cuartel, o un reclusorio. Ambas son la misma cosa, como pude descubrirlo décadas después cuando el destino también me “premió” con 29 días de tortura en uno de los peores reclusorios de mi patria a finales de los setenta. Volviendo a la vida en el cuartel, a estos individuos poco les importó que yo fuera menor de edad o que ellos no fueran mis familiares consanguíneos con derecho de darme azotes. Me pisotearon, me mascullaron, me humillaron, y realmente hicieron de mí una bestia inmunda que no merece el respeto ni el tratamiento de un ser humano. Poco pude imaginarme en aquel entonces que eso era parte del adiestramiento psicológico que en realidad todo ejército emplea para preparar mentalmente al soldado para que pueda cometer las atrocidades que a veces tendrá que cometer al tener que desempeñar las misiones que su patria le exigirá. De otra manera, ¿cómo puede esperar uno que el soldado seguirá funcionando como soldado si al cometer su primer asesinato, ya sea deliberado o accidental, o si por azar del destino el arrasa con todo un hogar de hombres y niños que desafortunadamente se encontraron en su línea de fuego? La única manera de asegurarse que un soldado seguirá siendo soldado es si se le ha adiestrado mentalmente y él mismo ha sido subyugado al proceso de deshumanización de tal manera que él llega a un punto donde no le tiene ni aprecio ni apego a la vida humana. 126 Fue ahí en el cuartel donde aprendí lo que es vivir privado de muchos de los placeres que ofrece la vida civil. Dios Mío, ¡qué lindo era tener acceso a la libertad para correr detrás de una falda! Aquí en el cuartel, las únicas faldas que veíamos eran las faldas que se filtraban a escondidas, para darnos satisfacción física a aquellos de nosotros que teníamos reales con qué pagar. O tal vez, si teníamos un poco de suerte, lográbamos escabullirnos a escondidas, o con permiso provisional, para poder llevar a cabo nuestras fechorías impulsadas por instintos semi-humanos. Lamento confesarlo, pero también presencié algunas cositas que solo se rumorean ocurrir en los seminarios y conventos: perversiones sexuales entre seres del mismo sexo. Fue ahí en el cuartel donde aprendí un canto que en mis borracheras yo cantaba con entusiasmo en frente de mis propios hijos, sin darme cuenta que ellos, al escuchar, harían sus propias conclusiones de mi nivel de cultura, y tal vez… de mis inclinaciones sexuales que hervían en mi propio subconsciente. Ya que estamos en confianza, comparto con ustedes esta melodía que aprendí en mi juventud: “¡Que viva el guaro y las putas! ¡Que viva el guaro y las putas! ¡Que viva el guaro y las putaaaas… y los culeros también!” Siendo la persona que soy, y con los impulsos de hostilidad, veneno y odio que llevo dentro por naturaleza, y debido a mi inclinación a la violencia, lamento confesar que jamás logré realizar mi sueño de convertirme en militar. De hecho se podría decir que lamentablemente estos impulsos y tendencias frustraron muchos de mis sueños a lo largo de toda mi 127 vida. Pero por el momento quiero relatarles las circunstancias que condujeron a mi expulsión del ejército. Después de casi dos años de este estilo de vida constrictivo, logré ascender al rango de sargento. Ya yo había alcanzado la edad de madurez legal; es decir los dieciocho años. Desgraciadamente, yo me había hecho de enemigos. Había otro oficial, de rango a penas superior al mío, que me odiaba. No entraré en detalles cómo y porqué llegamos a ese nivel de enemistad, pero lo que sí importa es que en uno de esos tantos altercados, llegamos al acuerdo mutuo de darnos en la madre con los puños de una vez por todas. Después que todo mundo se había ido a la cama, él y yo nos dirigimos a las duchas, donde el espacio podía improvisar de ring o arena para boxeo o lucha libre. Fue una pelea feroz. A pesar que ninguno de los dos portábamos armas, fue un encuentro encarnizado en el cual ambos deseábamos hacer el mayor daño posible con mordida, puño y patada. Desafortunadamente ni había transcurrido tres minutos de lucha, cuando, al escuchar las colisiones y los estruendos de cuerpos ensangrentados que chocaban contra las paredes de concreto, cinco individuos, dos de ellos oficiales, irrumpieron en las duchas, poniendo un alto a nuestro alboroto. Nos inmovilizaron a la fuerza, y nos condujeron a bartolinas mientras se determinaba que hacer con nosotros. Desgraciadamente la aplicación de disciplina fue más 128 severa conmigo. Debido a que él gozaba de un rango levemente superior, a mí se me expulsó “con desgracia” por insubordinación. Cuando uno es expulsado con desgracia del ejército, uno no tiene derecho de jamás volver al servicio militar ni al servicio gubernamental civil; es decir, uno pierde todo derecho de prestarle servicio al gobierno ya sea en un cargo civil o militar. Días después de aquel escandaloso incidente en las duchas del cuartel, se celebró una ceremonia bochornosa donde fui humillado por última vez. Bajo la presencia de todos mis colegas y subordinados, tuve que escuchar un último sermón del capitán general de mi escuadrón, sermón en el cual él enfatizó la importancia de la disciplina y del respeto a nuestros superiores. La insubordinación es algo que puede causar que una entidad militar se venga de pique, por lo tanto es sumamente importante actuar cuando esto ocurre. La decisión por lo tanto, fue de abrir las puertas, pegarme una última patada en el trasero, y salir humillado delante de las masas por mi conducta anti-ética. A mi adversario, solamente le castigaron con unas semanas en bartolina. Al salir del cuartel, yo iba confundido, enceguecido por el odio y la vergüenza, y lo único que yo anhelaba era quitarle la vida a ese maldito adversario a quien yo culpaba de mi desgracia. Durante los quince días siguientes me mantuve en la cercanía del cuartel, esperanzado a que la imagen de este individuo apareciera al alcance de la escuadra calibre 45 que yo ocultaba entre las ropas. Por influencia divina, o quizá por azar del destino, mis esperanzas jamás se cumplieron. Fueron quince días que yo pasé al acecho en vano. El individuo jamás se asomó por ninguna 129 parte. Al cabo de esas dos semanas también mis sentimientos se habían apaciguado, así que me resigné y me dirigí a la finca de mi padre a fin de iniciar una nueva vida. 130 131 Retorno a Casa Al llegar a la finca cafetalera de mi padre, descubrí que Calixto, uno de los empleados encargados de cuidar nuestra propiedad, había cometido el abuso de sembrarle plantas de huerta al cafetal a fin de sacar cosecha de banano para comercializar personalmente. Como resultado, la producción de café había decaído. Enfurecido por tal acto de atrevimiento por parte de Calixto, tomé un machete, y uno por uno, fui arrasando con la siembra de huerta para restablecer una vez más la producción del grano de café. Calixto, al informarse de mis actos, se enfureció y llegó a la casona blanca gritando y empuñando un machete que él hizo re-chinchinar al frotarlo violentamente contra la pared de la casa. Yo, al escuchar el alboroto, y sabiendo muy bien de qué se trataba todo esto, tomé un rifle que mantenía cerca, y salí a confrontarlo. - “¿Qué hondas?” – le dije, tronando el rifle a unos seis metros de él. Al ver la expresión de mi rostro, una expresión que comunicaba determinación, Calixto recapacitó y cambió su actitud. A partir de ese momento, corrió la voz que en la finca de Don Fulano, su hijo primogénito había llegado del cuartel a tomar las riendas, y ahora él, y no el capataz, estaba a cargo. Durante los próximos tres años me adiestré en labores campesinas, llegando a conocer a fondo en qué consiste la industria cafetalera, y llegué también a 132 adquirir conocimientos de la agricultura y ganadería pues la finca de mi padre era en parte terreno cultivable. Ya para ese entonces yo había cumplido los veintiún años. Mi padre estaba envejeciendo y me dejaba desempeñar el papel de amo y señor de la finca. Debido a que la madre naturaleza me había dotado de un físico relativamente bien parecido, y debido a mi posición elevada en la comunidad, las mujeres me llovían por doquier. El alcohol y las amistades de parranda tampoco faltaban, y por lo tanto, mi vida era todo un espectáculo que cualquier estrella de cine hubiera envidiado. Sin embargo, yo tenía deseos de sentar cabeza y fundar un hogar con una mujer decente que me diera una media docena de hijos. Es decir, yo quería regar mi sangre, envejecer, y dejar detrás de mí toda una pandilla de cachorros que dieran a conocer mi apellido por doquier. Con esos impulsos, y siendo un hombre vivido y capaz de detectar decencia en una mujer a primera vista, se dio la casualidad que una jovencita adolescente llegó una vez a mi propiedad, acompañada de otra conocida, a hacer una encomienda o un almuerzo a uno de los peones bajo mi cargo. Fue amor a primera vista. Buscando un pretexto, le ofrecí ir a cortarle unos cujines, un fruto centro americano que tanto abundaba en mi propiedad. Al estar a solas con ella, le confesé que si un día yo encontraba una esposa, como ella era es como yo quisiera que fuera mi esposa. Ella tenía a penas quince años. Fue una presa fácil. 133 En cuestión de meses la había convertido en mi amante, y me la había traído a convivir a mi casa sin siquiera haber pedido su mano a sus padres. Al escuchar que este acto de insolencia mía había enfurecido a su madre, una viejecita anticuada y enceguecida por la religión, le aseguré a mi amante que no había nada que temer pues mi padre era un hombre conocedor de leyes, y él nos protegería. Gracias a la influencia de mis padres, y gracias al temor que mi apellido infundía en la comunidad, los padres de mi futura mujer se resignaron y decidieron permitir que se hiciera la voluntad de Dios. De esta manera, yo estaba rumbo a convertirme en padre de familia. 134 135 Padre de Familia Cuando mi esposa estaba a punto de cumplir apenas diecisiete años, y yo los veintitrés, llegó a nuestro hogar nuestro primer hijo. Realmente fue una bendición del Creador. Mi padre se volvió loco al convertirse en abuelo. Fue que como con la llegada de ese chiquilín, como que un ángel descendió de los cielos, para hospedarse en nuestra casa donde fue recibido con honores. Luego vino el segundo, y luego el tercero. Corrección: la tercera. Yo estaba contento con tener una pareja de machitos en casa, sin embargo, las fuerzas celestiales decidieron premiarme con una hembrita. Fue una nena adorable. Ya para este entonces yo había adquirido confianza en todo aspecto de la vida, y me consideraba un hombre exitoso como padre de familia y amo y señor de una impresionante finca cafetalera. Por lo tanto empecé a relajarme un poco, y decidí buscar algunas distracciones para poder gozar de la vida en toda su plenitud: empecé a salir con mis amistades, a veces trasnochando, y aprovechando buscar aventuras sexuales afuera del matrimonio. Sin entrar en detalles específicos, fueron muchas las conquistas que dejé en mi camino. En aquel entonces, yo llegué a considerar que si una mujer aun no se había acostado conmigo, había un problema que remediar, para su propio beneficio. De esta manera, desarrollé un ego y complejo de superioridad, que sentí que yo tenía el derecho de exigirle sexo a la mujer que me diera la gana. Lamento confesar, pero 136 estos impulsos diabólicos que me agobiaban desde la infancia, esos impulsos de expresar odio, hostilidad y violencia, yo aun los cargaba dentro en aquel entonces, y tengo que confesar que me daba agrado interno romperle el corazón a una mujer, y algo de mí se excitaba mucho al hacerlas sufrir. Con esta confesión, sin entrar en más detalles, debo confesar que en una que otra ocasión, cometí uno que otro acto imperdonable, lo cual no me atrevo a describir en detalle, pero basta con compartir con el lector que di motivo para que familiares de una chica contrataran a un asesino a sueldo para matarme. Basta con decir que una vez llegué a casa con arañazos en el rostro, y aunque mis heridas no eran consistentes con los arañazos de plantas, espinas, zarzas o bejucos espinosos, la única explicación que pude darle a mi esposa para explicar mi condición física, fue que me había adentrado en montes desconocidos, y “las plantas” me habían propinado todos estos arañazos. 137 Intento de Homicidio Un sábado por la tarde yo me preparaba para asistir al entierro de un conocido de la familia. Como de costumbre, y por precaución, yo siempre portaba metido entre los pantalones, una escuadra calibre 45 para protegerme de todo mal. Mi madre, al verme colocarme el arma entre los pantalones, expresó su desagrado pues el entierro al que yo asistía no era un lugar para andar luciendo un arma de muerte. Por ética recomendó que dejara ese objeto en casa, aunque fuera por esta sola vez. Por respeto, acaté los deseos de mi madre. ¡Qué grave error! Al llegar al cementerio, no observé que un tipo malencarado me miraba cuidadosamente y que me seguía por doquier. Después del servicio y de las ceremonias religiosas de rigor, el tipo se me acercó. Parecía borracho, y me dijo que tenía ganas de darse en la madre conmigo. No parecía andar armado. Siendo todo un macho y varón guatemalteco, yo no tenía ningún derecho de ignorar su desafío. Le dije que con gusto me rompía el hocico con el. Él individuo me pidió que lo siguiera a un lugar desierto si era hombre. Cumplí. ¡Que grave error! Al llegar a un solar desierto, el tipo extrajo de entre las ropas un filoso machete y sin darme oportunidad de escaparme o de correr, me asestó un machetazo en la cabeza. Al ver venir el golpe lo único que se me ocurrió fue alzar los brazos para protegerme. Solo 138 sentí un impacto silencioso, algo como una quemadura en el cráneo y en el brazo izquierdo, luego algo húmedo que me roció la frente, y en ese preciso instante perdí el conocimiento. Cuando desperté, me encontraba en el hospital. Supe por medio de otras voces, noticias y chisme, que unas ancianitas habían presenciado todo ese dantesco espectáculo, y que el tipo me había pegado tres machetazos en la cabeza. Yo había perdido el conocimiento, y todo el rostro me quedó manchado de sangre y polvo. Cuentan otros que examinaron más de cerca, que cuando el personal de la cruz roja hizo su peritaje, se podía observar una masa blancuzca a través de las heridas del cráneo. En otras palabras, posiblemente hubo daño físico a la estructura cerebral, consecuencias las cuales, hasta en la actualidad, la ciencia desconoce. El tipo, antes de marcharse, me dio una mirada de desprecio, masculló algo inaudible entre dientes, y se largó sin ocultar su rostro a todos los curiosos que gradualmente se acercaron. ¡Que grave error cometió él en primer lugar al haberme dejado vivo, y en segundo lugar al haberse dejado identificar de todos los curiosos que se acercaron! 139 Convalecencia Dos semanas más tarde, yo aún permanecía internado en el hospital mientras recibía visitas de familiares, amigos y otros seres queridos. Al recuperar las facultades me negaba a dar crédito a lo sucedido. Me era inconcebible que alguien pudiera llegar al extremo de querer quitarme la vida. Yo no sentía que había hecho nada que mereciera tal atrocidad. Al menos ese era mi concepto. La opinión de mis enemigos y aquellos que yo había ofendido, obviamente difería. Pensé en El Creador. Decían mis estudios bíblicos de la niñez: “No se moverá ni la hoja de un árbol sin la voluntad de Dios.” ¿Cómo y porqué Dios había permitido este acto de violencia insensata, cuando yo, padre de familia de ahora cuatro hijos, uno de ellos todavía mamando pecho de su madre, yo llevaba toda la responsabilidad para proveer techo y comida a todas estas criaturas? Pensé de nuevo en El Creador. No me atrevía a maldecirlo. Pensé en aquel fulano que me había agredido. Sentí un escalofrío recorrerme la espina dorsal, sentí miedo, y al mismo tiempo, sentí odio y sed de venganza. Pero no me atrevía a articular ni una sola palabra de mis intenciones. Un fulano vecino me aconsejó que procediera con las autoridades y que demandara tanto a mi agresor como aquellos que habían pagado el contrato. Adoptando 140 una expresión fingida de resignación y humildad, le comenté que esas cosas había que dejárselas a Dios; Él era verdugo, juez e intermediario de todos esos actos en este valle de lágrimas y por lo tanto, a Él le correspondía realizar las acciones de justicia desde la altura de los cielos. Cuando me dejaban a solas, sin embargo, yo le pedía a Dios alguna señal que me autorizara hacer justicia y venganza para saldar cuentas tal como mis instintos de animal me lo dictaban. Me convencí a mí mismo que si la voluntad de Dios era que yo cometiera un crimen, pues esa era la voluntad de Dios. Por lo tanto, tan pronto los médicos me dieran de alta, yo procedería a llevar a cabo mi macabro plan… 141 Asesinato Premeditado El 3 de octubre de 1967, yo salí del hospital, rodeado de dos guardaespaldas contratados por mi padre bajo mi propia recomendación. Mi padre no pudo acompañarme debido a haber caído grave de complicaciones cardíacas, que sin duda se habían agravado con la noticia del atentado contra mi vida. Uno de los guardaespaldas, un hombre alto y corpulento de unos cuarenta y cinco años, lucía una cicatriz en la mejía. Era originario de Quezaltenango, y había escuchado de mí debido a contactos que yo había desarrollado en el sindicato del cual yo formaba parte. Muchos de los sindicalistas con los que yo me asociaba eran jóvenes simpatizantes del movimiento revolucionario que ya comenzaba a desarrollarse en mi país debido a la dictadura militar que más y más gobernaba con mano de hierro, con opresión e injusticia. Lamento decirlo pero yo, a pesar de haber tenido deseos de formar parte de esa dictadura militar en mi juventud, ahora que mi carrera militar había fracasado, comenzaba a irme al otro extremo del esquema político. Quizá debido a que quería andar en círculos y gremios donde se me permitiera dar rienda suelta al odio, veneno y hostilidad que me caracterizaban como humano, yo había abierto las puertas de par en par a la concientización del pueblo; en otras palabras, al yo decir que estaba concientizado de lo que azotaba a mi país, yo realmente tenía carte blanche para dar rienda suelta a expresiones de violencia en nombre de “revolución”, “libertad” y “patriotismo”. 142 Dado el grave peligro contra mi persona, decidí tomar precauciones. Este hombre de la cicatriz, a quien le llamaré “Genaro”, lo ascendí a Capataz de la finca, ahora que mi padre estaba en cama debido a sus complicaciones de salud. Por medio de las malas lenguas también, escuché que el tipo que me había agredido, lo habían visto en algunas ocasiones en un lejano vecindario el cual yo desconocía hasta la fecha. Le pedí ayuda a Genaro. Él con gusto se ofreció para colaborar en todo aspecto. Le dije que ese gusto lo iba a tener yo. Nada más quería que me proporcionara un arma letal para llevar a cabo mis impulsos de homicidio. Genaro me aseguró que él poseía un arma potente y de alto calibre que solamente se conseguía en el mercado negro. Efectivamente, se trataba de un rifle semi-automático M1, el cual solamente usaba la Policía de Hacienda en aquel entonces, aquella policía élite entrenada para llevar a cabo actos de genocidio en el nombre de la justicia. En lugar de referirse a esta arma como un M1, decidimos nombrarla la “carabina” a fin de ocultar el secreto. Cómo y a qué costo Genaro había logrado hacerse de dicha arma nunca lo pregunté, pero indudablemente la adquisición de esta carabina se había realizado al mandar al otro mundo a algún Policía de Hacienda. Durante varias semanas, las cuales se convirtieron en meses, anduve tras la pista de mi agresor en vano. No tuve ninguna suerte. El tipo jamás apareció por los rumbos que me habían comentado. Concluyó el verano, llegó el otoño, se inició el invierno, yo descuidaba mis responsabilidades laborales, mis exigencias familiares, por la sed de venganza que me 143 agobiaba. Mi padre empeoró, y un día de octubre de 1967, cuando yo andaba en mis andanzas vagando por las calles, mi padre falleció. Con la ausencia de mi padre, yo comencé a sentirme deprimido. Confundido. Me daban unos dolores de cabeza que yo quería morirme. A veces me despertaba en medio de la noche debido a pesadillas de gente que buscaba matarme. Durante el día, estando despierto, veía enemigos por doquier. Toda visita de varón desconocido a mi casa era un enemigo potencial que había llegado a matarme. Mi casa no era un lugar seguro. Jamás sabré si todo esto se debía a que las cortaduras del machete me habían causado daño irreversible en el cerebro, o si simplemente era que yo exhibía rasgos de psicópata. Un día, por desgracia del Creador, que todo controla a voluntad desde los cielos, un cristiano con un físico extremadamente parecido al de mi agresor se cruzó la calle a escasos metros de donde yo estaba sentado al volante de mi coche. El corazón me dio un vuelco, y comenzó a latir aceleradamente. Enceguecido por el odio y la sed de venganza me convencí a mí mismo que ese tenía que ser mi agresor. Lo seguí en el coche hasta que se detuvo en una parada de autobuses. Para mi decepción, abordó el autobús. Decidí seguirlo hasta que saliera. En cuestión de segundos, hice madurar mi plan: extraje la escuadra calibre 45 de la sobaquera, le quité el seguro, y luego extraje una pacha de Espiritú de Caña de un compartimiento. Tomé tres tragos del amargo y fuerte líquido, para armarme de valor, pues tengo que confesar que bien en el fondo de mis entrañas, el pánico me hacía pedazos. 144 Después de perseguir el autobús durante unos veinte minutos, Dios hizo que se me cumplieran mis más fervientes deseos: mi agresor descendió del autobús. Era un vecindario desolado, solamente con una que otra humilde casucha y terrenos baldíos. Permití que el autobús se alejara, y estando el individuo a solas, sin confrontarlo, y ni siquiera mirarle a los ojos, apunté mi arma al centro de su espalda… así es, le disparé mientras él estaba desprevenido… le disparé cobardemente a sangre fría, sin tener valor de confrontarlo o darle oportunidad de defenderse. El temor mío era que él, igual que yo, sabía que la muerte podía llegarle en cualquier momento y tenía que andar preparado. Yo no quería tomar el riesgo que al confrontarlo él me sorprendiera de nuevo y esta vez me mandara al infierno donde yo presentía que almas como yo realmente pertenecían. Le disparé tres veces. El tercer disparo le dio en el cráneo que estalló como una sandía, manchando de color carmesí el pasto donde el individuo cayó. Solo entonces me acerqué a él. Era una escena que daba asco. El rostro le quedó irreconocible. Solo se distinguía una masa de carne gris, rojiza y chorros de sangre que brotaban del cráneo, o de lo que le quedaba de cráneo. Todo esto me dio miedo. Sentí rabia al observar que el haber concretado mi venganza no me daba la satisfacción que yo pensé que me daría. ¡Maldita sea esta vida humana, y maldito sea El Creador por mandarnos a este mundo! Me metí en el coche, y me dirigí a casa a toda velocidad. Qué amarga noticia me aguardaba al día siguiente… 145 El Entorpecer de la Conciencia En algunas escuelas de misticismo y de espiritualidad existe el concepto de “despertar de la conciencia”. Se dice ser un estado de salud mental y espiritual superior, solamente alcanzable al purificar el alma. De lo que no se habla es el concepto contrario: de la misma manera que el individuo puede ascender a un estado de libertad mental y espiritual superior, el individuo también puede descender a un estado inferior de salud mental y espiritual. Este estado podría certeramente llamársele “el entorpecimiento de la conciencia.” Yo, lamento confesarlo, debido a mis propios actos, descendí a un estado donde no podía tener conciencia si quería poder convivir conmigo mismo. El día siguiente después de aquel cobarde asesinato, lo leí todo en noticias de primera plana: Fulano de Tal, cobardemente asesinado por la espalda por un malhechor desconocido… ¡“Fulano de Tal” no correspondía al nombre de mi agresor! ¡No!, ¡No!, ¡No…! ¡Dios Mío! ¿Porqué has permitido que ocurra tal desgracia?” Eso no era todo. Al concluir la lectura de dicho reportaje, no solamente supe el domicilio, antecedentes y conexiones familiares de la víctima. ¡Esta era la persona equivocada! Y es más, era padre de familia de tres hijos menores de diez años. La pobre mujer viuda, campesina, no tendría otra opción que prostituirse, o abandonar sus hijos en algún 146 orfanatorio donde estos quedarían en manos de Dios, es decir, algún cura sádico y perverso sexual, como los que yo había conocido en mi juventud. Respiré profundamente. Contemplé el arma homicida, y pensé hacerle un favor a la humanidad y quitarme la vida de una vez por todas antes que yo causara más dolor. ¿Cómo vivir conmigo mismo, ahora que yo le había comprobado al Creador que yo no era digno de caminar libre de conciencia por las calles? Lentamente le quité el seguro a mi arma, apunté en la sien… y pausé. Luego, con llanto, introduje el cañón del arma dentro de mi boca, y acaricié el gatillo con el dedo índice. Solo se necesitaba de fuerza minúscula para realizar ese acto macabro. Entonces escuché una voz de las alturas. ¿Sería mi imaginación? Alguien clamaba mi nombre: - - “Fulano…”, “Fulano…” decía. “No eres responsable de tus actos.” “¿Quién lo es entonces?” – respondí yo, todavía sosteniendo el arma en la boca. Como respuesta a ello, escuché una potente voz que retumbó por doquier: “No se moverá ni la hoja de un árbol sin la voluntad de Dios.” “Pero aun así, Dios Mío, ¿cómo puedo recobrar mi dignidad? ¿Cómo puedo mirar a los ojos a mi prójimo, después de lo que he hecho?” “Aquel que sea libre de pecado…” – dijo la misma voz, “¡que tire la primera piedra!” Con esas palabras, extraje el arma de la boca, y 147 lentamente la puse de nuevo en la sobaquera. Reflexioné por un instante, y respiré con alivio. Luego se dibujó una diabólica sonrisa en mi rostro, y me dije a mí mismo: “Que se haga la voluntad de Dios. Mis actos no son mis actos, y por lo tanto, debo continuar la misión que los poderes celestiales me han encomendado”. Con esta nueva convicción, decidí reanudar la búsqueda de mi verdadero agresor, para saldar cuentas… cuentas con consecuencias divinas. 148 149 Agresor Agredido Pasaron los años. Yo me había convertido en un tipo encallecido y sin conciencia. En la vecindad infundía miedo y respeto. Algunos me apodaban “La Ley”, lo cual me daba mucho orgullo, pues me hacía sentir como uno de esos Sherifs del antiguo Oeste. Poco se imaginaban ellos que en el fondo de mis entrañas yo era en realidad un cobarde, capaz de sentir miedo, miedo de enfrentarme a un enemigo cuerpo a cuerpo, y prefería mejor atacar cuando mi adversario estaba desprevenido. Desprevenido, desarmado, y de preferencia en la fuga. Era el encuentro ideal con mis enemigos. Ya sea por coincidencia, o por deseo divino, esas fueron las circunstancias con las que me crucé con mi antiguo agresor. Una mañana, caminando por las calles de un barrio pobre, con muchos puestos de comida, un mercado ordinario y comerciantes ambulantes, se dio la casualidad por azar del destino que mi agresor se cruzó en mi camino. A penas me dio tiempo de desenfundar el arma. Ocultando la escuadra a mi espalda, caminé hacia él y lo saludé cordialmente. Él al verme, pensó que estaba viendo la muerte. Y no se equivocaba. Estaba mirando a la muerte a los ojos. Solo que en lugar de una calavera alta y huesuda envuelta en un manto negro, esta había venido a encontrarlo en forma de un chaparro malencarado y bigotudo, con cicatrices en el cráneo, y con una sed insaciable de venganza. Él, al reconocerme se dio la vuelta e intentó la fuga. Estaba desarmado. Así quería verlo: desarmado, de 150 preferencia desprevenido, o corriendo a toda velocidad alejándose de mí. Con gran calma levanté el arma a la altura del pecho. Tiré el gatillo. Él cayó de rodillas a causa del impacto. Iba a dispararle de nuevo, pero en ese preciso instante vi que varios tipos se dirigían hacia mí con aspecto agresivo. Levanté el arma y apunté al cielo. - “Atrás, todos, atrás” - les dije, “la bronca no es con ustedes…” “¡Lárguese, asesino!” – gritó una mujer obesa de un puesto de comida. Por instinto y sin razonar, me di la vuelta y corrí dentro del mercado que estaba a pasos de mí. Me perdí entre la multitud de la gente en cuestión de minutos, para luego desaparecer de la vecindad. Días después supe que el individuo había quedado solamente herido, y que gracias al Creador, la bala había quedado incrustada en la espina dorsal de mi enemigo. En otras palabras, la bala no había penetrado su cuerpo lo cual hubiera posiblemente herido fatalmente a alguna otra persona inocente. ¡Que alivio! Al mismo tiempo que yo sentía alivio que al fin mi venganza se había materializado, yo sentía temor y decepción que este individuo aun permanecía con vida. Los médicos aseguraban que la bala le había causado daños irreversibles en la espina dorsal, lo cual significaba que él estaba condenado a una silla de ruedas por el resto de su vida. Eso no bastaba, me dije yo a mí mismo. Tengo que buscarlo y finiquitar 151 este asunto de una vez por todas. Siendo así, y sin entrar en mucho detalle, confieso ante todos ustedes que una noche, antes de la madrugada, me introduje desapercibidamente al hospital donde el tipo estaba internado, y usando una vez más de los poderes celestiales, ultimé a mi agresor para siempre: lo ultimé a sangre fría, pegándole un tiro en el cerebro, colocando el cañón a escasas pulgadas de su cabeza mientras él dormía. 152 153 Rumbo al Purgatorio Alguien dijo que no es necesario morir para rendir cuenta y pagar por sus pecados. Otros cuentan que se han escapado con los más horribles crímenes, pero sin embargo han sido víctimas de las más grandes injusticias. Un fulano por ejemplo, cometió varios asesinatos y luego purgó muchos años de cárcel por un asalto a robo armada que él asegura jamás haber cometido. ¿Cuestión del Karma? Parece haber una ley natural en este universo que la vida lo premia a uno en proporción como uno ha contribuido a la humanidad. Con este concepto, ustedes pueden imaginarse los “premios” que la vida me aguardaba a mí. Corría el mes de diciembre de 1978. Yo estaba a punto de cumplir los cuarenta años. Unos días antes de esa tarde, había recibido una visita de un vecino que se rumoreaba ser “oreja”; es decir, espía de la dictadura militar que gobernaba el país. Este tipo era alcohólico, igual que yo, y aunque yo a él no lo consideraba amigo cercano, mi hipocresía me impulsó a abrirle las puertas de mi casa ese día que cayó por sorpresa, y lo invité a que nos tomáramos unas copas. Lamentablemente ya para aquel entonces yo comenzaba a padecer de lagunas mentales debido al consumo excesivo de alcohol, y por lo tanto no puedo relatar con exactitud qué aconteció durante la visita de este lobo disfrazado de oveja. Sin embargo, puedo imaginarme el verdadero propósito de la visita, y las consecuencias que mi mala lengua reveló: sin duda yo hablé más de la cuenta y revelé que poseía un arma de fuego prohibida, (el rifle M1) entre otras 154 armas, y además, puede que también haya revelado que simpatizaba con el movimiento revolucionario del país, entre algunas otras cosas ilícitas que ocupaban mi tiempo libre… Unas semanas antes también, yo había recibido una advertencia por parte de un fulano semi-amigo que trabajaba en la alcaldía, Don Marciano. Este, por medio de contactos en esa oficina, vino de soplón y me comentó que a mí me tenían “en jabón”; es decir, que las autoridades me tenían en la mira, y que tarde o temprano me pondrían en la lista negra de enemigos del estado. Debido a mi falta de prudencia, y debido a que yo me consideraba un hombre bendecido por las fuerzas celestiales, no acaté todos estos augurios. Sin embargo, la noche en que yo sería arrestado y condenado a los calabozos de la Guardia Central, esa noche, recuerdo, yo estaba muy inquieto. Mi compadre y huésped, Don Samuel Quijotes, que presenció todo la noche que mi hogar fue invadido por las fuerzas de la Guardia Nacional, jura haberme visto muy preocupado por todo a mi alrededor y que nada parecía darme sosiego. No eran en vano mis preocupaciones. Esa noche, al llegar la madrugada, escuché los perros alborotarse al escucharse el motor de varios vehículos en las afueras de la propiedad. Minutos después se oía el correr de botas y alguien que daba ordenes en voz alto. Corrí al closet y desenfundé la escuadra calibre 45. Confirmé que estaba cargada, y luego busqué la carabina. En ese preciso instante alguien tocó bruscamente la puerta: 155 - - ¡Fulano, Fulano, abrí la puerta que traemos orden de cateo y arresto para vos! – dijo una voz joven y ronca, que sin duda era el encargado del operativo. ¿Quién los envía? – pregunté yo con cierto temor en la voz. ¡La Guardia Central! ¡Abrí! – respondió el tipo de nuevo. Metan un papel de identificación bajo la puerta… - dije yo con reserva en la voz. ¡Aquí te lo voy a dar por la ventana! – dijo él – ¡Y nada de trucos pues sabemos que estás armado y hemos venido listos para arrasar con toda tu familia si te nos ponés al brinco! Con esas palabras y debido al tono autoritario de este individuo, aun sosteniendo la escuadra en la mano derecha, abrí lentamente la ventana, y recibí bruscamente el gafete de identificación del fulano quien en efecto era Sargento de la Guardia Central. Le apodaban el “Chele Godofredo” y era antiguo originario de la Colonia Jerusalén, lugar en el que también vivía Don Marciano como también el alcohólico “Oreja” que me había caído de visitasorpresa unos días antes. Jamás sabré con certeza si hubo alguna conexión de todo esto, o si todos estos vínculos fueron pura coincidencia. Estos tipos me humillaron delante de mi familia, me ultrajaron, me esposaron, y antes de introducirme a uno de sus vehículos, me vendaron los ojos como también el cuerpo entero. Al arrancar el motor, observando el llanto de mi compañera de vida y de mi hijo primogénito, me 156 despedí de ellos tratando en vano de asegurarles que pronto yo regresaría a casa, sabiendo en el fondo que quizá sería la última vez que me verían con vida. 157 Purgatorio Terrestre Al llegar a la Guardia Central, el carcelero me dio la bienvenida: Me quitó las vendas y me miró a los ojos con una amplia sonrisa. Era casi un niño, no mayor de dieciocho o diecinueve años. Luego me escupió el rostro y me asestó un derechazo en la mejía para luego seguir con un puntapié en la boca del estómago. Con esos dos golpes yo estuve a punto de perder el conocimiento. Estando en el suelo, se subió con sus enormes botas, y comenzó a caminar sobre mis piernas como que si me estuviera dando un masaje con sadismo. Luego me tomó del pelo y me arrastró al interior de una maloliente celda. Me dio una última patada en el rostro que me rompió no solo las narices sino que también parte de los labios. Yo quería revolcarme del dolor pero ni para eso el cuerpo me daba energía. Permanecía inmóvil dando la apariencia de haber perdido el conocimiento, sin embargo yo escuchaba todo lo que ocurría a mis entornos. Al cabo de unos quince minutos en los cuales estos sádicos jóvenes chisteaban y conversaban como que si nada hubiese ocurrido, entró un individuo sin duda de cierta autoridad. Le acompañaba dos o tres personas más. - Y ¿ese animal ya viene muerto? – preguntó sin duda refiriéndose a mi persona. 158 - - - No, pero ya poco le falta – respondió uno de los verdugos. ¿De qué se le acusa? – preguntó una voz chillona de uno de los recién llegados. Es un auténtico guerrillero. Estaba armado hasta los dientes. Y esto incluía también un rifle semi-automático que sin duda lo consiguió al haber ultimado a algún agente de la Policía de Hacienda, pues no se puede explicar cómo de otra manera él puede haberlo conseguido. Un auténtico asesino de guardias y policías… ¿no? ¿Algún otro cargo? Sí, encontramos en su posesión un manual de guerrilleros, una máquina para hacer tiros de escopeta, y munición en cantidad. ¡No digas más! – dijo aquel de mayor autoridad. – Aseguráte que este “hijueputa” permanezca incomunicado. No des información a nadie de su paradero, y mientras tanto, los dejo a ustedes encargados que lo hagan “cantar”. Me urge saber quiénes son sus contactos, y qué operativos tienen en mente. Les doy tres semanas. ¿Y después qué hacemos con él, señor? – preguntó mi carcelero, con cierto humor en la voz. Primero sométanlo a las interrogaciones de rigor, y luego, al revisar sus averiguaciones, yo les diré qué hacer. – Por el momento, quiero que permanezca vivo hasta que el Teniente Medrano haya leído el reporte de las interrogaciones. El lector puede imaginarse los acontecimientos que sucedieron después de esa visita. Durante veintinueve 159 largos días y veintinueve largas noches, yo purgué por todos mis pecados en este cautiverio que era en sí todo un infierno en plena ciudad capitalina de mi país natal. Después de veintinueve días, gracias a la influencia de amigos, familiares y conocidos en elevadas posiciones de la dictadura militar, aquellos encargados de mi cautiverio decidieron “aflojar un poco las riendas” y hacer una excepción al dejarme salir con vida de esos calabozos. El recuperar de mi libertad fue verdaderamente un milagro pues muchos otros, antes que yo, con menos cargos de los que se me imputaban, habían encontrado la muerte a manos de algún oficial de bajo rango que ese día se encontraba de mal humor o que quería ver derramar un poco de sangre para satisfacer su sádico sentido de humor. 160 161 Exilio Al salir de la prisión no podía dar crédito a mis ojos. El mundo aún existía afuera de esas paredes oscuras y malolientes. Cuando me arrestaron, era como que por un breve instante todo se detuvo ante mis ojos; el mundo dejó de existir, pero en realidad él que había quedado privado de existencia era yo. Y ahora yo regresaba a la vida como Cristo resucitado. Sentí un gran alivio de tener una segunda oportunidad a la vida, a pesar de las memorias amargas que ahora me acompañarían por doquier. A pesar que las autoridades me habían concedido la libertad, yo no confiaba que me dejarían vivo mucho tiempo. Mi única escapatoria era el exilio, y mientras permanecía en el país, tenía que evitar la muerte a toda costa, pues esta me andaría pisando los talones sin tregua alguna. Por lo tanto tomé las debidas precauciones: conseguí un arma de fuego prestada, gracias a un amigo de apellido Ayala. Luego fui a hospedarme en casa de un familiar de confianza poco conocido entre mis antiguas amistades. Gracias al mismo amigo Ayala, que me veía como hermano, logré también conseguir un automóvil prestado para desplazarme de un lugar a otro; se trataba de un Volkswagen color gris claro. Cuando era absolutamente necesario salir a la calle, cometí un acto de cobardía por el cual hasta la fecha me remuerde la conciencia: obligué a uno de mis hijos, aquel que llamaré “Franco”, quien apenas tenía once años, a acompañarme a todos lados. Él ingenuamente accedió pues le fascinaba andar en carro acompañado 162 de papá. Poco se imaginaba el pobrecito de Franco que en realidad yo lo estaba usando de escudo; es decir de rehén, en caso que tuviera un enfrentamiento hostil con los matones asalariados de la dictadura militar. En mi malsano cerebro, yo abrigaba esperanzas que si estos tipos decidían matarme, tal vez tendrían escrúpulos al darse cuenta que me acompañaba un menor de edad… tal vez mostrarían escrúpulos; de otra forma, yo tomaría el riesgo poniendo en peligro la vida de esta inocente criatura que se iba a encontrar en medio del fuego. Revelando solamente a un grupo íntimo de personas mi nuevo paradero, logré sobrevivir unas cuantas semanas… unas cuantas semanas mientras me preparaba para abandonar el país y buscar un lugar seguro donde no tuviera que preocuparme de cuidarme las espaldas. El siete de febrero, unas cinco semanas después de salir de prisión, abandoné mi país para siempre. Mi destino: una pequeña nación con raíces británicas, cerca del mar, y lejos de la muchedumbre de mi tierra donde nadie me conociera: Las Islas Malvinas. Alcanzaba milagrosamente los cuarenta años. Detrás de mí quedaba un pasado colorido y lleno de acción, amargas y emocionantes aventuras salpicadas lamentablemente de lágrimas de dolor y del color carmesí de la sangre. Y a pesar que iniciaba una vida nueva, mi estadía en esta nueva nación, a pesar de la ausencia de enemigos que me odiaban a muerte, no sería en 163 absoluto color de rosas. Iniciaba una nueva etapa de mi vida; un nuevo capítulo como padre y eje de familia, en cuyo núcleo ocurrió algo inesperado con lo que yo no contaba: la madurez de mis seis hijos, y el conflicto que esta madurez crearía al darse a conocer la verdadera naturaleza inflexible de mi rudo carácter. 164 165 Conflicto Intrafamiliar Yo, a pesar de mi falta de cultura, siempre tuve los deseos que mis hijos no fueran como yo. De hecho mi lema siempre fue “hagan lo que yo digo; no lo que yo hago.” Y por cierto, también reconozco que este lema solamente podría articularse con cierta hipocresía, pues ¿qué pensaría el lector de aquel cura que predica moralidad, pulcritud y abstinencia cuando él mismo tiene una media docena de amantes en cinta? Sin embargo, debo presumir que si en algo tuve éxito, fue en la manera que yo crié y eduqué a mis hijos. Esto fue sin embargo un arma de doble filo pues fue inevitable que al pasar el tiempo ellos llegarían a oponerse a algunos de mis actos inmorales y descabellados que se contraponían contra los mismos principios que yo les había inculcado. El primero de estos fue un acto de imprudencia que yo cometí cuando recién llegamos a Las Islas Malvinas. Ahí, en la soledad del bosque, cerca del río, Satanás me tentó cuando vi a la mujer del vecino a solas. Pensando que la recompensa por seducirla valdría la pena a pesar de las consecuencias y posibles repercusiones posteriores, hice un intento en vano de seducirla aunque fuera a la fuerza. En aquel momento yo no pensaba que del punto de vista jurídico, seducir una mujer a la fuerza es sinónimo con violar a una mujer. Esto era un fenómeno que a menudo se daba en mi país natal, por lo tanto, a penas yo lo consideraba un acto de inmoralidad. Sin embargo, afortunada o desafortunadamente, no pude llevar a cabo mis intenciones macabras con 166 dicha mujer pues mi esposa, quizá por sexto sentido, vino a buscarme y me sorprendió con las manos en la masa. Yo le aseguré que se trataba de sexo por consentimiento mutuo, y me disculpé avergonzado por tal acto de adulterio. Posteriormente, y sin que yo me diera cuenta, sin embargo, por lo menos uno de mis hijos, Franco, que andaría por los doce años en aquel entonces, se dio cuenta de ese acto bochornoso que cometí. Jamás me imaginé que Franco, en base a este tipo de conducta depravada de mi parte, estaba desarrollando un concepto podrido de mi persona y que unos años más tarde, él terminaría faltándome al respeto de manera inaudita al propinarme un puñetazo en las narices que psicológicamente, hasta la fecha no me he recuperado de tal acto agresión para mí inconcebible. Ahora, en mi vejez, reconozco que no se puede exigir conducta decente de los seres queridos que me rodean y sin embargo yo andar violando todos esos principios que he exigido. Esa regla que yo siempre pensé que estaba forjada en acero, que decía que ningún hijo tiene derecho a juzgar los actos de su padre, esa regla se desintegró como un castillo de arena al alcanzar mis hijos la adolescencia y poder observar con objetividad la realidad de mi conducta. Por lo tanto, los siguientes cuatro años en Las Islas Malvinas fueron un verdadero infierno en la Tierra, al punto que yo consideré el suicidio o el abandono de mi propia familia. Un par de años de aquel incidente con la vecina, mi mujer y yo teníamos una discusión acalorada. 167 Recuerdo haberle llamado “perra” o algo por el estilo. Ella, la muy malcriada, me respondió con un insulto muy similar. Enfurecido al sentir mi orgullo de macho herido, salté de la cama para propinarle un par de bofetadas. No logré concretar mi acto de cobardía, pues me rodearon seis cachorros indignados. El primogénito agregó sal a mis heridas al acusarme de cometer una culerada, lo cual en nuestro lenguaje significaba un hombre que carece de masculinidad y que en realidad tiene más rasgos de mujer que de hombre. Lamento confesarlo, pero él tenía razón. Sin embargo, mis propios defectos me impedían admitir la verdad. Por lo tanto, les pedí que nos reuniéramos en seguida, para tomar una decisión si queríamos continuar como familia. Esto fue seguido de un silencio bochornoso. Franco mantenía una expresión de reproche y enojo en el rostro, pero no articulaba palabra. Luego, uno de los mayores nos pidió que recapacitáramos, que nos calmáramos, y que pensáramos con madurez cómo se podían resolver las cosas. Al fin, decidimos olvidar el incidente, pero yo sabía que debido a la verdadera naturaleza incambiable de mi persona, iba a ser casi imposible envejecer con ellos a mi lado. Pasó el tiempo, y las cosas no mejoraron mucho. Franco estaba convirtiéndose en hombrecito. Andaba cerca de los quince años, y yo sentía más y más esa tensión que se estaba desarrollando entre él y yo. Al principio traté de recapacitar como padre y hacer uso de la razón. Sin embargo, se interpusieron mis propios defectos, y al final, me dejé llevar por el odio y veneno que caracterizaba la verdadera naturaleza de mi 168 persona, que ya para cuando Franco cumplió los quince años, él y yo nos habíamos tomado odio el uno al otro, a tal punto que se podría decir que éramos dos enemigos compartiendo el mismo techo, en el cual él llevaba las de perder pues yo ocupaba un puesto superior a él en ese hogar. Y yo, siendo el tipo rudo que soy, y falto de cultura, lamento confesar que abusé de mi autoridad y en nombre de la disciplina, busqué el menor motivo y pretexto para dar rienda suelta al odio que yo le tenía. Sin embargo, mientras yo más le daba azotes a Franco, él más se rebelaba, al punto que esto me frustró tanto que intenté de nuevo hacer las paces con él, solo para ser rechazado con desprecio, pues la enemistad entre él y yo había llegado ya a ese entonces a un punto donde la reconciliación sincera era simplemente imposible. Lamento confesar que realmente subestimé el carácter de Franco. Yo me dejaba guiar por los ejemplos de mis otros hijos mayores que se habían dejado “domesticar” sin ofrecer tanta rebeldía. Franco, sin embargo, era indomable. Mientras más lo castigaba y le decía que hiciera tal cosa, más desobedecía. Al final, me di por vencido. Decidí pegarle como hombre. Siento remordimiento al relatar este incidente, pero aquí les va sin ocultar detalles: Un mañana, que yo me levanté malhumorado, le grité a Franco que fuese a traer agua para beber. Él me ignoró pero procedió rezongando y de mala gana a cumplir a regañadientes con mis exigencias. Fui, y busqué un pretexto para seguir regañándolo, con la mira de provocar insolencia de su parte para yo entonces tener un pretexto y entonces darle sus 169 azotes. Su hermano menor, al observar esta amarga escena de injusticia que tan frecuente se había vuelto en los últimos meses, intentó de intervenir en vano, pues él era un chiquillo que apenas podía articular sus ideas y observaciones. Franco al ver que su hermano menor se sumaba al altercado, cometió el error de alzar la voz al rezongar, y era justo lo que yo esperaba. Me dirigí a él y le di dos bofetadas en cada mejía, seguida por un leve puñetazo con la izquierda que a pesar de no llevar fuerzas para noquear, llevaba toda intención de provocar hostilidad en él. Logré mi objetivo. Franco me había clavado la mirada con furia. Estaba a punto de lanzárseme encima como una fiera. Lamento confesarlo, pero de nuevo, la cobardía que me caracterizaba se apoderó de nuevo de mí, y a pesar que yo estaba en posición de boxeo, o es decir esperándolo cuadrado, cambié repentinamente de parecer para ejercer mi función de padre de familia, amo incuestionable de ese grupo familiar: fui corriendo al dormitorio a buscar una correa para darle sus azotes por insolente y atreverse a contemplar lanzarse sobre mi persona. Además, él sostenía en sus manos en aquel preciso instante un enorme garrote que se usaba para acarrear recipientes de agua. Me dio un escalofrío al pensar de los golpes letales que pudiera asestarme en un momento de locura con dicha arma improvisada. Aparentando ser un gran macho, regresé empuñando esta vez una polea de tractor, que yo había guardado intencionalmente para cuando se presentara esta 170 ocasión que yo tanto añoraba en mi malsano pensamiento. Preguntándole valentonamente que si quería que le pegara como hombre o como niño, pero sin darle oportunidad a responder, le asesté salvajes golpes en su espalda desnuda hasta hacerle sangrar la espalda con el impacto. Lamento decirlo, pero, a parte de haber servido para saciar mi sed de odio, a parte de haber logrado dar rienda suelta a esa furia infernal que me agobiaba, e inyectar el veneno que tanto me fascinaba inyectar en aquellos que me rodeaban, esos azotes fueron en vano pues Franco continuó siendo aun más rebelde que antes. Es más, a partir de ahí en adelante, yo sospecho que él dejó de verme como padre y amigo, a pesar que por obligación impuesta todavía me saludaba y me llamaba “papi”. En el fondo, sin embargo, yo podía observar claramente que la amistad entre nosotros había cesado para siempre, y que probablemente jamás desarrollaríamos una relación afectuosa de padre e hijo. Al cerrar este capítulo, debo también confesar que analizando las cosas con un punto de vista fresco, yo perdí el respeto de mi familia al intentar llevar a cabo actividades ilícitas que tanto se contraponían con los principios que yo tanto inculqué a mis hijos: mi intento fracasado en convertirme en todo un narcotraficante. La única razón que no llevé a cabo estos planes fue que por lo menos uno de mis hijos mayores se opuso rotundamente a colaborar con estos planes. Es este uno de los pequeños secretos que tanto he ocultado, pues realmente revelaba al desnudo el venenoso corazón que yo ocultaba en las entrañas de mi alma. 171 Desintegración Familiar Cuatro años después de haber pisado suelo malvino, cuando mi familia estaba a punto de desintegrarse, y yo al borde del suicidio, milagrosamente la vida volvió a sonreírnos: una nación mucho más pujante, también con raíces británicas, nos abrió las puertas de par en par ofreciéndonos asilo político: Australia. Ya para entonces mis dos hijos mayores eran legalmente adultos. Los demás, lo serían en unos pocos años. A tragos y rempujones, yo casi había logrado mi misión de padre. Y casi lo logré. Lamentablemente, seis meses de haber llegado a Australia, cuando mis dos hijos menores tenían todavía doce y catorce años, yo abandoné mi hogar para siempre. Mi hijo, Franco, el personaje que yo más odié de toda mi familia, terminó por darme un fuerte puñetazo en las narices cuando yo llegué ebrio a casa, intentando exhibirme ante mis amigos de parranda. Lo recuerdo como si hubiese ocurrido ayer: era la noche del 19 de diciembre de 1983. Mi amigo, “Lico”, un hombre también de muy poca cultura, que solía vivir en los antros de bailarinas nudistas, junto con su esposa, me acompañaba a casa, esa vez que yo llegué a deshora de la noche, después de una noche de parranda. Al entrar a casa, me recibieron seis perros “malamutes” malencarados. Ya que yo andaba con unos tragos dentro, y envalentonado por la presencia de mi amigo “Lico”, decidí dar un show a todos los ahí 172 presentes al darle un sermón a mis hijos que expresaban desacuerdo con mi estilo de vida que incluía en parte rameras y alcohol entre otras cosas. Tomé por los hombros a mi hijo mayor y lo senté en las escaleras que conducían al segundo piso. Luego pesqué al segundo bruscamente y también lo senté al lado del mayor. Titubee por un instante al ver que Franco estaba a escasos metros de mi persona. Impulsado por el alcohol, me dirigí hacia él y le dije: “¡Vos también cabroncito!” e intenté en vano de lanzarlo bruscamente a sentarse en las escaleras al lado de su hermano. Este relinchó como un potro sin domesticar y se negó a acceder a mis exigencias. De hecho me empujó insolentemente. Fue todo lo que necesitaba. El odio y veneno que tanto caracteriza mi persona, encendido y multiplicado debido a los efectos del alcohol, hizo que me le lanzara como una fiera para poder darle una paliza con mis puños. Le asesté un golpe en el estómago y le escuché decir con dolor y llanto que no quería pelear conmigo. Le aseguré que yo tampoco quería pelear con él, pero sin embargo le asesté otro puñetazo en la cara. Fue el último puñetazo que logré darle. En mi afán de causarle daño, no pensé en defenderme. Además, me era inconcebible que un hijo alzara la mano contra su padre. Sin embargo, Franco no era un hijo común y corriente. No recuerdo ni cómo ni cuándo, pero en cierto momento de esa riña sentí un fuerte puño estrellar contra mi ebrio rostro. El impacto fue doloroso. Sin dar crédito a la realidad, pausé por un momento a fin de no perder el conocimiento. Al reconocer lo ocurrido dije: “Con que sí, no cabroncito, con que esas tenemos…” y me lancé de nuevo sobre Franco. No 173 pude alcanzarlo. Mis dos hijos mayores intervinieron, y Franco, a insistencia de su madre, se escapó por la puerta trasera de la casa, para desaparecerse por el resto de la noche. Mi orgullo había quedad pisoteado, y a pesar que yo ahora reconozco que fui el promotor de todo esto, con mi conducta depravada, yo estaba ciego a toda exigencia de conmoverme, y solo pensaba en una cosa: la venganza. La mañana siguiente, cuando Franco volvió a casa, le di los últimos azotes brutales que tanto yo ansiaba darle. El último azote intenté de dárselo en la cara, pues no bastó para saciar mi sed de venganza los azotes que su tierna espalda tuvieron que soportar. Al concretar mi venganza, intenté llevarlo a un lugar a solas donde pudiéramos pelear cuerpo a cuerpo para yo cobardemente aprovecharme de un menor de edad que a penas hubiera sabido defenderse. Sin embargo, las objeciones de los demás presentes, me hicieron cambiar de parecer. Y de esta manera, ahí esa mañana del 20 de diciembre de 1983, yo salí de ese hogar para nunca más volver. Mis intentos de envejecer con mi familia habían fracasado. El infierno para ellos, al yo salir del hogar, había cesado para siempre. Señor, que se haga tu voluntad aquí en el cielo como en la Tierra. ¿Será realmente la voluntad del Señor, o habrá otros elementos en juego? Nunca lo sabré, pero si en realidad hay una fuerza cósmica de buena voluntad que tiene toda esta vida predeterminada, algunas preguntas quedarán sin responderse: ¿Por qué se me permitió causar tanto dolor? 174 Que el lector responda. FIN 175 MULATA SEDUCTORA 176 177 Encuentro Fortuito Han pasado más de diez años desde que me enamoré por última vez. A estas alturas ya no califico ni como joven ni como novato. Ya la vida me tiene pocas sorpresas, y lamento decirlo, casi todo en la vida comienza a verse menos colorido; más insípido. El amor ya no es ese fenómeno maravilloso de la naturaleza; seducir a una mujer ya dejó de ser esa experiencia suprema que tiene que experimentarse y vivirse para poder apreciarse. Hoy día, desgraciadamente, he llegado a un punto de mi vida en el cual considero que enamorarse es algo para los adolescentes; el amor no es algo para un picaflor empedernido como yo, al borde de la vejez. Pienso que el próximo capítulo de mi auto-biografía quizá se titulará “Inmune al Amor”. Sin embargo, la vida está llena de agradables sorpresas. Todo comenzó un jueves veraniego en un antro hispano. Aquí he venido más por cortesía que por deseo de estar ahí presente, pues se trata de la inauguración de Karaoke en el Vida Lounge, un barrestaurante y discoteca hispano en pleno St. Clair. Después de cinco años de andar como un saltamontes de karaoke en karaoke, ya este entretenimiento comienza a lucir opaco. Esta noche, mi amiga de antaño, Vidalia Reyes, un ícono y líder en el campo de ‘show-biz’ en Toronto 178 hispano, está iniciando noches de karaoke en este lugar. Yo, como fanático amateur al canto, estoy ahí para darle apoyo. Por azar del destino, un antiguo conocido de Costa Rica, de los pocos ticos escurridizos que han logrado evadir a la Migra, se encuentra en este lugar. Lo saludo y nos echamos un par de copas. Más tarde, se le acerca una esbelta jovencita que aparenta tal vez unos veintidós años, de lindo rostro y un cuerpo sin duda esculpido, quien da toda la apariencia de ser cubana o caribeña debido al color de su tez de ébano y rasgos levemente africanos. Ellos charlan por unos momentos, y poco tiempo más tarde, el amigo tico se despide educadamente de nosotros, para dejarnos solos en la mesa. Yo, ni lerdo ni perezoso le indico con la mano que se me acerque. Ella lo hace con mucha sensualidad pero con cierta reserva al mismo tiempo. Me cuenta que es de origen colombiano, y que lleva ya varios años en el país de las nieves. Es madre de tres lindos cachorros los que ha dejado en casa al cuidado de su hermano. Mmhhhh, me digo yo en silencio, madre soltera, sin compromiso matrimonial. Gavilán, ¡a afilar las uñas y prepararse para el ataque! Me dice con orgullo que todo mundo se equivoca con su edad, pues a pesar de aparentar veintidós años, ella ya pasa de los treinta. La felicito por mantener tan lindo cuerpo y lucir tan joven al mismo tiempo de haber contribuido a la humanidad con tres cachorros. Le ofrezco una copa. Con cierta timidez ella me dice 179 que prefiere pagarla ella. Yo insisto que quiero que me acepte una tan sola copa. Entonces accede con reserva y le pido un Baileys. Ahora, minutos más tarde le quiero pedir su teléfono, pero no quiero hacer la pregunta tan abruptamente. Necesito un pretexto. “¿Te gusta el baile?” – pregunta ella al escuchar que suena la salsa. “Pues, sí, pero te confieso que me falta práctica, pues no soy adicto a las discotecas’ – le respondo. Ella me saca a bailar. ¡Que lindos movimientos! Realmente se mueve como toda una caleña, aquel lugar donde se dice haber nacido la salsa. Después de una hora de baile, me siento un poco agotado, y comienzo a aburrirme al ver que este local no va a dar inicio al canto, mi actividad predilecta y motivo principal de mi visita. Buscando una excusa, me despido de la nueva conocida, quien dice llamarse Cassandra, y le lanzo a quemarropa la pregunta que he estado madurando por más de una hora: “Oye, ¿piensas que tal vez podría llamarte un día de estos?” – al decir esto, estoy cruzando los dedos en secreto, ilusionado que tal vez acceda. “Mhhh…” – me responde “… mejor dame tu número y yo te llamo.” Ohhhh, digo yo en silencio, ¡no mordió el anzuelo! ¡Que me va a llamar! Eso lo dice toda mujer cuando no está interesada en volver a ver al potencial pretendiente. Resignado, le proporciono mi celular, sabiendo que es bastante dudoso que me llame. 180 Sin embargo, la vida está llena de agradables sorpresas. 181 Me llaman… Ni siquiera dos días más tarde de haber estado en el karaoke con esta preciosa mulata recibo una llamada al celular. Veo que es un nombre desconocido: Cassandra. La ignoro, pues estoy en una reunión con unos clientes. Más tarde, al rastrear las llamadas perdidas decido ver de qué y de quién se trata. Marco el número de la tal “Cassandra”. “¿Hello?” – dice la voz de una extraña. “Sí” – respondo yo, “alguien me llamó de este número…” “Ah, sí…” – responde la extraña, “…soy yo, Cassandra, la chica que conociste en el karaoke el jueves pasado…” “Oh, oh, oh” – le respondo, tal vez un poco avergonzado por no haber reconocido su nombre. “Por supuesto, ejem, sabes lo que sucede es que ando un poco atolondronado con tanto trabajo, ¡que hasta la memoria está comenzando a fallarme! Por favor, discúlpame.” “No te preocupes” – responde ella. “¿Te llamé en un momento inoportuno?” “Pues, estaba en una reunión, y justo ahora, estaba pensando ir con Vidalia a relajarme un poco. A la mejor iremos a un karaoke familiar en Dundas. El DJ brasilero que toca en Ti Carlo estará ahí. Tiene el mejor sonido que he visto todos los karaokes de la 182 ciudad que conozco.” “¿Van a ir al karaoke? Oh, ¡yo quiero ir con ustedes!” – agrega ella con entusiasmo. Y de esa manera, se inicia una linda amistad con esta linda mulata, que en cuestión de pocas semanas y no meses, esta simple amistad habrá pasado a algo más de simplemente amigos. 183 Esa chica… ¿la conoces? Pasaron exactamente dos semanas de haber conocido a Cassandra y esta vez la he invitado a que me acompañe a Motivos, un bar y restaurante colombiano que tiene karaoke familiar los domingos. Estando ahí, pido unas tapas, y su bebida predilecta, el baileys. Luego se nos acerca un conocido salvadoreño, Dave Aguirres, quien de casualidad es el ex-esposo de una ex–novia mía. Le presento a mi nueva amiga, Cassandra, y nos felicita por cantar tan lindo en duo. Poco tiempo después, mientras yo me acerco a la barra, Dave Aguirre se me acerca y me pregunta con disimulo y en voz baja: “Marcelo, te voy a hacer una pregunta, y como hombre inteligente que eres, me responderás de la manera correcta…” “Dispara Dave…” “Dime, Marcelo, ¿Dónde conociste a esa chica que te acompaña?” “No la conozco,” respondo yo, “la conocí hace dos semanas en un karaoke, pero no sé casi nada de ella. ¿Por qué preguntas, Dave? “Pues,” me dijo él, “ten cuidado con quién te metes… es todo lo que me atrevo a decirte.” “Ohhhhh…” agrego yo un poco consternado, “…no me 184 digas más, creo que sé a qué te refieres…” “Veamos,” dijo Dave, “¿a qué me refiero?” “Narco-tráfico o prostitución” respondí escuetamente. “No estoy seguro del primero, pero de lo segundo es bastante probable: a esa chica la he visto en los antros de bailarina nudista.” “¡Ay, ay, ay!” agregué yo, “Te agradezco la advertencia, pues uno a veces no sabe en qué broncas se va a meter.” “Sí,” agregó Dave. “Nada más por favor, no menciones mi nombre”. “Descuida…” dije yo, “y de nuevo, gracias por el “heads up” como se dice en inglés.” De regreso a la mesa, le doy una mirada furtiva a Cassandra. Dios mío, ella no tiene pinta de bailarina nudista. Muestra un semblante tan inocente. Pero bien, me dije en silencio, más vale que la mantenga un poco a la distancia pues estas chicas a menudo están rodeadas de gente de baja moralidad, y hasta quizá de algún narcotraficante adinerado, celoso y malintencionado. Después de cantar unas cuantas canciones, llevo a Cassandra a su casa. Nos despedimos dándonos un abrazo y un beso fraternal en la mejía, y acordamos de mantenernos en contacto por teléfono. Y luego así pasan unas semanas. Cassandra y yo salimos solos de vez en cuando, nos tomamos unas 185 copas, cantamos karaoke, bailamos salsa, y de vez en cuando nos acompaña nuestra amiga mutua, Vidalia Reyes, una hembra de origen ecuatoriano con quien en algunas ocasiones he estado al borde de convertirla en mi amante. En cuanto a la vida amorosa de Cassanda, he aprendido que ella está haciendo trámites para traer a su esposo de Colombia, pues aun mantiene una relación seria con él, a pesar que llevan más de tres años separados debido a las circunstancias. Tengo entendido que tanto Cassandra como su esposo pertenecen a una iglesia cristiana, y por lo que puedo observar, Cassandra pone mucho empeño en aplicar su conocimiento bíblico al pie de la letra. Esto le hace ganarse mi respeto y admiración, y a mayor grado hace que yo le tome estima como persona y amiga que ya a este punto no la veo como una simple conocida más en mi vida quien se rumorea haber sido bailarina nudista en su pasado. Ya a esas alturas, yo me he resignado que Cassandra no es material de romance para mí, y por lo tanto le brindo simplemente amistad desinteresada. Por otra parte, Cassandra está al tanto que entre Vidalia y yo existen impulsos de atracción de macho y hembra, y por lo tanto ella sabe que un romance entre nosotros dos está casi enteramente descartado. Sin embargo, la vida está llena de sorpresas… 186 187 Dame un beso… Una tarde, después de haber invitado a Cassandra a comernos un bocado en El Rancherito, un pequeño restaurante colombiano, al llevarla a casa, Cassandra me confiesa que me encuentra un tipo misterioso. Alude a que la mayoría de hombres en algún punto de la amistad han hecho el intento de seducirla, sin embargo, ese no es el caso conmigo. Me pregunta si pertenezco a alguna religión o si tengo compromiso con alguna chica que no he revelado. “Pues, no”, le respondo, “No tengo compromiso con ninguna chica. De hecho, yo, como te he comentado en varias ocasiones, yo tengo la opción de tal vez iniciar un romance con Vidalia, sin embargo, debido a que ella vive con alguien, eso violaría mis principios y por lo tanto ahí no me mancho las manos.” “Mhhh...” Responde ella, “…eso es bastante admirable, pues la mayoría de hombres no dejarían pasar por alto toda oportunidad de acostarse con una mujer…” “Y notarás,” agrego, “que aun contigo, te he tratado con mucho respeto, y debido a que tú tienes dueño, jamás andaría tratando de iniciar algo contigo tampoco”. Cassandra me contempló en silencio, y me dio una mirada de curiosidad mientras sus ojos se fijaban en mis labios al hablar. “Y dime,” entonces?” pregunta, “¿tú 188 eres muy moralista “Pues, sí, un poco, aunque no voy a tratar hacerme pasar por todo un santulón, pues tampoco soy tan inocente como parezco.” “¡Inocente tú Marcelo!”, comenta ella, “¡Por favor!” “Y dime,” continua Cassandra, “¿Qué me dirías si te pidiera un beso?” La pregunta me cae de sorpresa. La miro a los ojos. Le veo sus labios carnosos tan sensuales, y me tienta la curiosidad de explorar el interior de su jugosa boca con mi boca. Titubeo por unos segundos al recordar que ella es mujer casada. “Pues…” pauso una vez más tratando de responder sin ofenderla, “¿Un beso…? Pues… te lo daría…” “Pero sabes que solamente vamos a ser amigos, ¿no?”, agrega ella, sabiendo que está iniciando un juego peligroso. Yo asiento con la cabeza, pensando que tal vez ella simplemente está provocando sin intención de ir más allá de hacer la pregunta. Sin embargo, ella agrega con cierta ansiedad en la voz: “Dámelo pues…” Sonrío y la miro a los ojos. Estoy al volante del coche y ella está a mi lado, a escasas pulgadas. “Nos vamos a meter en broncas, Cassandra…” le digo yo, mientras me le voy acercando lentamente, hasta sentir su aliento. Con gran delicadeza froto levemente mi nariz contra su nariz, y la veo cerrar los ojos. Entonces me le acerco un poco más y tomo su barbilla en mis manos. Le beso levemente el mentón, y le doy un pequeño mordisco en la barbilla. La miro a los ojos. Ella sonríe emocionada. Entonces, le sello los labios. Siento su palpitar que se acelera. La vuelvo a besar de 189 nuevo en los labios, y esta vez saboreo su jugosa lengua lo cual hace que yo mismo comience a excitarme. Segundos después la separo lentamente y nos miramos a los ojos. Ella sonríe y dice tiernamente: “Me rasguñaste con el bigote.” “No tengo bigote”, le aclaro. “Sí, pero necesitas afeitarte…” “¿Qué te pareció la manera en que yo beso?” “Pues, puedo ver que eres muy romántico, Marcelo. Tienes un estilo muy romántico para besar a alguien…” “No te equivocas, Cassandra, cuando yo elijo a una mujer como mi pareja, me entrego de cuerpo y alma a ella…Pero dime, Cassandra, ¿Por qué me pediste un beso?” “Pues más que todo por curiosidad. Eres un tipo misterioso, y me dio curiosidad qué ocurriría al tentarte como macho, y también tienes unos labios sensuales que me dio curiosidad qué se sentiría besarlos…” “Ya veo,” agrego yo. “Simplemente un entretenimiento para ti, ¿no?”. “Bueno,” responde ella. “Tú sabes que entre nosotros no habrá más que simplemente amistad”. “Tienes toda la razón” le respondo. Y luego, se me viene a la mente hacerle en este momento oportuno la pregunta de un misterio de su pasado que me gustaría aclarar. 190 “Cassandra, debido a que somos amigos, y que nos tenemos confianza, ¿te puedo hacer una pregunta delicada?” “Adelante” responde ella, sin imaginarse qué es lo que me traigo entre manos. “Cassandra, el otro día que fuimos al restaurante Motivos, cuando me acerqué a la barra, un conocido presente me advirtió que tenga cuidado contigo debido a que tú eres o has sido bailarina nudista…se que los hombres a veces confunden a una mujer con otra, pero… ¿qué puedes decirme al respecto?” “Como tú dices,” agrega Cassandra, “los hombres a menudo confunden a una mujer con otra…pero… ¿y si he sido bailarina nudista qué?” “Nada. Nadie tiene el derecho de juzgarte. Y aun así, en mi religión se dice que no importa tu pasado o lo que hiciste. Lo que importas es quién eres ahora, y qué intenciones llevas para el futuro. Si tu plan es de superarte mental y espiritualmente, nadie te puede estar haciendo ningún reproche. “Y por lo que yo puedo ver,” agrego, “tú estás haciendo todo lo posible por mejorarte como ser espiritual. Me impresiona mucho la dedicación que tú tienes a tus actividades religiosas…” “Pues, te voy a contar la verdad, Marcelo: sí, en un tiempo fui bailarina nudista. Y es algo de mi pasado que yo ya he superado, y ni me remuerde la conciencia pues yo no vivo en el pasado. Lo que fui, es lo que fui, y lo que importa ahora es que yo me he puesto en manos de Dios…” 191 “Te felicito. ¿Sabes? Como dice la canción de José José, ‘Ya lo pasado, pasado, no me interesa’…un día de estos te acompaño a tu congregación para escuchar el sermón del sacerdote.” “Ja, ja. No le llamamos sermón ni es sacerdote. Es el pastor y él da predicaciones.” “Pues, dime cuando nos ponemos de acuerdo y voy a conocer.” Con eso, me despedí de ella, dándole un fraternal abrazo, y la vi desaparecerse tras el patio de la casa donde residía. 192 193 Juego Peligroso De ahí en adelante, siempre que me despedía de ella, yo buscaba con entusiasmo sus labios para propinarle un leve beso, pero lamento confesarlo que con el tiempo esos besos se volvían cada vez más y más apasionados. Y es más, siempre que viajaba a mi lado en el coche, yo solía tomarla de la mano y se la besaba tiernamente mientras conducía. “¿Qué sientes cuando te beso las manos de esa manera?” le pregunté con dulzura. “Siento amor…” murmuró ella con arrullo y con un semblante de inocencia, mientras gradualmente se dibujaba una linda sonrisa en su rostro. “Ay, Dios Mío”, me dije en silencio, “¿Será que me estoy enamorando de esta niña que ya tiene compromiso…?” Tengo que confesar que cuando pasaban unos días sin verla yo ya comenzaba a extrañarla, y a menudo buscaba algún pretexto para escuchar su voz, o aun mejor, ir a encontrarla para poder acariciarle las manos y tal vez darle un tierno beso en los labios. “Me estoy enamorando…” reconocí yo, con cierta renuencia. “Y me estoy enamorando de la mujer equivocada…” No necesitaba reflexionar mucho para ver las posibles consecuencias. En primer lugar, me sentía como un hipócrita pues siempre he alegado que ningún hombre digno de llamarse hombre le roba la mujer a su prójimo. Y a 194 pesar que yo no llevaba ninguna intención de ofrecerle matrimonio ni deseaba conocer carnalmente a Cassandra, tengo que admitir que si esta amistad se profundizaba más, solo Dios sabría a qué extremo llegaríamos. En segundo lugar, en el peor de los casos, esta chica Cassandra quizá era capaz de romperme el corazón sin siquiera hacer el intento. Por lo que yo podía observar, Cassandra haría hasta lo imposible por no permitir que se liaran sus sentimientos conmigo. En otras palabras, era probable que yo quizá lograría seducirla en sus momentos más débiles; en un momento de vulnerabilidad, pero al mismo tiempo era más que probable que mis sentimientos no serían correspondidos por la sencilla razón que su príncipe azul era su esposo y no el entrometido de Marcelo que llegó muy tarde en su vida… Princesa Mulata… Mulata Seductora y Rompecorazones. Ese era el apodo que le convenía a esta mujer. Y ese sería el título del siguiente capítulo que le agregaría a mi auto-biografía ficticia en una fecha futura. 195 Paseo Nocturno Como a los dos meses de conocerla, asistí a la congregación de su iglesia. Tuve el placer de conocer al pastor colombiano, el sr. Robin De Rios Serrano, quien me impresionó mucho con sus predicaciones con un contenido de valor tan práctico que más parecía que yo estaba escuchando la charla de los antiguos catedráticos de la universidad de Calgary, a la que había asistido unas dos décadas antes. Al salir de la iglesia, recogimos a los chicos de Cassandra y abordamos el coche para dirigirnos a casa. Le propuse a Cassandra dejar a los chicos en casa y ambos dirigirnos al karaoke a practicar nuestro hobby favorito. Cassandra rechazó la proposición pues me dijo que era ante-ético salir de la casa de Dios a un antro donde se servía alcohol, para disfrutar de una actividad mundana como lo era la música laica que ahí se cantaba. “Entonces”, le dije, con el fin de pasar más tiempo a su lado, “vamos a pasear al parque…” Así sin muchas ganas, ella accedió. Rumbo al parque le tomé su mano como de rutina y se la besé tiernamente. “¿Sabes, Marcelo?”, dijo ella, “Tú estás penetrando territorio desconocido con una mujer que en un tiempo fue peligrosísima…” “¿Te refieres a tus días como ‘stripper’ cuando dices peligrosísima?” “Sí,” agrega ella. 196 “Mmmmh”, respondo yo. “Te quiero compartir algo muy personal, y dime si estoy loco, demente, o si en realidad tiene algún fundamento esto que te quiero revelar…” “¿Qué tiene que ver esto con lo de yo ser peligrosísima?” “Créeme, tiene todo que ver con esto de peligrosísima”. “Bueno, veamos, ¿de qué se trata esto que quieres compartir conmigo?” “Yo tengo un don que poca gente tiene; de hecho lo he confirmado como con dos o tres personas más que he conocido en mi vida, y ellos también me han confesado que tienen esta habilidad…” “¿Qué habilidad es esa?” “A veces, por una fracción de segundos veo a la gente convertida en otra cosa.” “¿En otra cosa? ¿Como qué?” “Ha veces, por una fracción de segundos veo a la gente convertida en bestias satánicas, y a veces a otras personas las veo convertidas en entidades angelicales”. “¡No me digas, Marcelo! En mi congregación le llamamos a eso discernimiento espiritual. Es un don que no todos tenemos, de la misma manera que no todos hablamos en lenguas cuando alabamos al señor”. 197 “Sí, he escuchado de gente hablar en lenguas en congregaciones cuando se alaba al señor”, le respondo. “He sabido que ese fenómeno ocurre entre los católicos carismáticos, como también entre miembros de la iglesia Pentecostal, como también otros cristianos evangélicos.” “Pero volvamos a lo que me estabas diciendo acerca de tu capacidad para ver a la gente convertida en otra cosa. ¿Por qué mencionas esto justo en el momento que te estoy advirtiendo que te estás metiendo con una mujer peligrosísima?” “Pues, porque siento que Dios me ha dotado de este don para protegerme, y a pesar de tu pasado, no te he visto convertida en ninguna entidad diabólica hasta la fecha, y aunque tampoco te he visto convertida en un angelito, tengo que confesar que tú, de peligrosa, solo tienes a tu pasado, y no me asustas. De hecho me siento muy a gusto contigo, y me encanta tenerte en mis brazos, estarte acariciando, aunque, te lo digo sin deseos de ofenderte, no lo hago con las esperanzas de tenerte desnuda en mi cama…” Cassandra no contestó. Habíamos llegado al parque conocido como High Park. Detuve el coche delante de la cancha de fútbol en la que yo había jugado incontables veces en los últimos dieciséis años. Eran cerca de las nueve de la noche, apenas había luz de la luna, y hacía una frescura agradable que a penas era necesario abrigarse. “Vamos a caminar”, sugirió Cassandra. Al salir del coche, tomé mi abrigo de piel, y se lo 198 coloqué en los hombros a Cassandra. Luego la tomé de la mano, y caminamos como pareja en el desolado parque. Al llegar al final del pasto, Cassandra se recostó contra un enorme árbol. Yo me le aproximé lentamente, y la abrazé tiernamente. Le deposité con delicadeza un beso en la mejía y la apreté contra mi persona. Entonces, busqué sus labios… Luchando contra su propia conciencia, sus propios principios, y sus impulsos de hembra, Cassandra agregó: “Ay no Marcelo, no, mejor vámonos. Y que quede bien claro, que aquí el peligroso eres tú…” Yo no contesté. Me le separé lentamente, y tomándola cariñosamente de la mano, le dije: “Tú mandas, princesa. Vámonos a casa…” 199 Intervención Divina Es un sábado por la noche. He invitado a Cassandra y a su familia a conocer mi casa. Nos acompaña una gran amiga de ella, una chica también de origen colombiano, Maritza, quien es también madre de una cachorrita de apenas diez años. Mientras los chicos ven una película con Maritza, Cassandra y yo nos hemos ido a la cocina pues ella me va a preparar un platito: unos “huevos picados”, como les llamo yo; un “perico”, como le dice ella. “¿Sabes, Marcelo?”, comenta ella, “He estado hablando con mi esposo, y realmente esto me ha hecho reflexionar en cuanto a nuestra amistad, y he llegado a la conclusión que este jueguito entre tu y yo tiene que cesar.” “¿Sabes, qué, Cassandra?”, le respondo yo. “Estoy enteramente de acuerdo contigo.” “Tú eres una persona muy linda, Marcelo. Tienes mucho amor, y puedes hacer a una mujer muy feliz. Pero yo no soy la mujer para ti, por razones que no necesito explicarte.” “Estoy enteramente de acuerdo contigo, Cassandra.” “Yo te quiero mucho, Marcelo, y siempre te querré, pero quiero que sepas bien claro que al único que yo quiero como hombre y pareja mía, ese hombre, siempre lo ha sido y lo será, mi marido que está en Colombia. Si en algún momento de soledad me acerqué a ti, es simplemente porque lo extraño a él, y 200 no es por ninguna otra razón que eso…” “Me alegra que me lo digas, pues, tengo que confesar que aunque yo no lo quisiera, por una razón u otra, que solo lo explico por medio de tus encantos, yo ya estaba comenzando a desarrollar sentimientos para ti, y mi preocupación principal es que tú no ibas a corresponderme jamás; y no ser correspondido en el amor, es algo triste. Lo he visto muchas veces entre las parejas; y yo siempre compadezco al hombre que tiene sentimientos para una mujer que no siente nada por él.” “Me alegra que lo veas de esa manera, Marcelo”. “Pues, sí, y lo mismo te digo yo a ti; y es la misma conversación que también tuve con Vidalia hace unas semanas: No es una buena idea que tú y yo nos hagamos amantes…Cassandra…” “Cassandra, ¿te conté que hace como veinte años yo estuve a punto de desconocer a mi madre por haber cometido adulterio?” “Sí, lo mencionaste en un par de veces…” “Ah, entonces te comenté que una de las razones por las cuales yo no puedo liarme con una mujer con compromiso es porque me sentiría como un gran hipócrita si yo mismo violara los principios por los cuales estuve a punto de desconocer a mi propia madre?” “Sí, entiendo muy bien lo que me dices, Marcelo, y yo igual, me encuentro en la misma situación besándome en la boca contigo, cuando pertenezco a una iglesia 201 en la que se monogamia…” enseña moralidad, pulcritud y “Pues, lo nuestro ha terminado, aunque nunca comenzó, ¿no es así?”, pregunto yo, pasándole una cuchara para que revuelva el menjurje de huevos y verduras que tiene en la estufa. “Te quiero contar algo, en lo cual yo creo que hubo intervención divina…” continuo yo. “¿Que hubo intervención divina? ¿Cuándo y dónde?”, pregunta ella. “Okey, date cuenta de esto: hace varios meses, me pego unos resbalones con Vidalia, y llego a punto de cometer adulterio con ella, pues ella es una mujer casada. Sin embargo recapacito, le hago saber a Vidalia que no es una buena idea que ella y yo nos convirtamos en amantes, y luego le pido a Dios que me envíe a una mujer para quitarme a la tentación de Vidalia de mi vida… y en ese momento… y en ese momento, te conozco a ti, indirectamente por medio de la misma Vidalia. ¿Qué opinas de eso?” “Pero dime la verdad, Marcelo, ¿te acostaste con Vidalia o no?”, pregunta ella clavándome la mirada. “Sé que no es bueno jurar, pero ante Dios que nos mira, te aseguro que no me he acostado con Vidalia. Igual que contigo, nos besamos en la boca en varias ocasiones, pero jamás hicimos el amor…” “Pues que bien, Marcelo, anduviste cerca de caer en el extremo del pecado, pero a pesar que tuviste tus resbaloncitos, no caiste…” 202 “¿Por qué piensas que Dios hace esto? Yo le rogué conocer una mujer sin compromiso para reemplazar a Vidalia, y sin embargo parece haberte mandado a ti, una mujer igual, con compromiso…” “Pues, Dios sabe por qué hace las cosas. A la mejor te está sometiendo a prueba…” “Y te está sometiendo a prueba a ti también…”, agrego yo. “Pues, a la mejor tienes razón, pero de mí puedo hacerte una promesa, Marcelo: Jamás volveré a ofrecerte mis labios…” “Ya veremos, ya veremos…” digo yo silenciosamente en mi mente, ocultando una sonrisa, conociendo bien las vulnerabilidades de las mujeres, sabiendo que el que tendrá que ejercer fortaleza de carácter, disciplina y auto-control, en último caso, seré yo… 203 Hombres Vulnerables, Mujeres Perspicaces 204 Martirio Estoy recibiendo el año Nuevo 2013 con cierta amargura en la boca… ¡todo por culpa de haber violado una regla que inquilinas bonitas no entran a mi casa! ¡Quién me manda Dios Mío! ¡Qué grave error cometí al haber dejado entrar a una jovencita tan preciosa y de carácter tan encantador en mi casa! Lamento decirlo pero cuando la vi por primera vez, ella no lucía tan despampanante. Daba la apariencia de ser una jovencita común y corriente, demasiado joven y delgada para atraerme como mujer, abrigada con un suéter gris pálido y vestimenta sencilla que ocultaba su lindo, curváceo y esbelto físico. Poco me imaginaba yo Dios Mío, que ante mí se encontraba toda una princesa —mitad anglo-sajona, mitad Azteca— seductora y capaz de enloquecer al más empedernido mundano de los machos. ¡Dios Mío! qué transformación cuando ella se preparaba para irse al trabajo, toda maquillada y tan linda, con su frondosa melena rubia suelta, quizá en realidad para dirigirse a su trabajo, o salir con sus “amigas” como ella solía decir… Qué martirio se volvió para mí verla salir y no regresar hasta deshora de la noche. Yo me quedaba con un vacío en el estómago; a menudo solía salir de mi recámara para tranquilizarme esperanzado a ver que sus llaves permanecían en la cerradura de su puerta como ella solía hacer, revelando que ya su lindo 205 cuerpo descansaba en la intimidad de su humilde dormitorio. Pero— ¡qué absurdo! — me repetía a mí mismo, que me esté martirizando a solas de esta manera cuando ella nunca me ha coqueteado, nunca me ha insinuado que desea que yo la pretenda, ni me ha dado motivo que me enamore de ella. Sin embargo los sentimientos de un hombre son impredecibles, y estos surgen desapercibidos sin consulta ni aviso… Al mismo tiempo que digo que ella nunca me ha dado aparentemente motivo para que en mí despierten deseos de macho—aparentemente—, tengo que admitir que las mujeres son extremadamente astutas y perspicaces; es decir, de la misma manera que ella una vez me hizo “comer brócoli” sin que yo me diera cuenta, puede ser que ella haya estado tramando algo en secreto y yo fui a caer en su telaraña, ingenuamente y sin darme cuenta de lo que ella estaba planeando para mí. En este punto saltaré de mi anécdota para irme siete años al pasado. Corre el mes de diciembre del 2005 y me encuentro en mi departamento localizado en “Albion Road”. Acostada en mi propia cama, una mujer me acompaña; tiene el cuerpo semidesnudo. Le doy un leve beso en la espalda. Es “Minerva”; una preciosa hembra ya cuarentona. Aunque cualquiera se equivocaría al ver tal escena, Minerva y yo nunca hemos sido amantes. En algunas ocasiones la he tenido en mis brazos y hemos llegado al punto de disfrutar de momentos de intimidad en la soledad de un parque de la ciudad—después de la media noche 206 cuando no hay curiosos para presenciar actividades pecaminosas de aquel juego prohibido para menores. En cada una de esas ocasiones he logrado recapacitar antes de cometer una atrocidad imperdonable—el adulterio—pues Minerva en ese tiempo vivía con otro hombre en una “unión libre”. Es decir, no estaba casada pero tampoco estaba soltera; por lo tanto, siempre logré refrenar los impulsos que me agobiaban “arriba” en el intelecto y “por debajo” de la cintura. Ahora, me transportaré a veinticinco años en el pasado para poder explicar porqué me refreno tanto en cuanto a cometer adulterio se trate… Es la ciudad de Calgary, en Alberta, y corre el mes de septiembre de 1988. Acaba de ocurrir una horrible escena la cual me atormentará por el resto de mi vida: acabo de pegarle un puñetazo al vecino, un hombre casado y con hijos menores de edad, quien desgraciadamente ha seducido a mi propia madre, y los dos, ahora planean abandonar sus hogares para contraer un matrimonio pecaminoso y así iniciar una vida nueva. Mi propia madre violando los mismos principios que nos inculcaron cuando niños: “un padre nunca debe abandonar a sus hijos…”; “…debe protegerlos, darles sustento, cariño, y nunca tomar acciones que les traerán trauma psicológico”. Lamentablemente el amor no respeta edad ni género. Mi propia madre, una mujer santa a quien yo quise, quiero y querré incondicionalmente ¡estaba cometiendo el acto imperdonable no solo de adulterio sino también impulsando la destrucción de todo un hogar llevándoles miseria a tres chiquillos menores de doce años! ¡Qué vergüenza!, ¡qué dolor!, ¡qué infortunio! 207 A pesar del puñetazo que le propiné en mi frustración, el tipo no desistió. A pesar de las lágrimas que yo derramé ante mi madre, ella no se conmovió: estaba trastornadamente enamorada de este tipo. Mi única opción fue desconocer a mi propia madre, empacar mi equipaje y escapar a Toronto. Frustrado, amargado, infeliz… y con un sabor amargo en la boca pensando que quizá una vida familiar, un noviazgo, tener hijos, contraer matrimonio, son actividades que no valen la pena. Eso es: ¡el celibato es la mejor opción! Tal vez no todo mundo esté de acuerdo con mi mentalidad, pero nadie puede negar que cuando machos, hembras y cachorros se enredan, líos estallan… La segunda lección que aprendí de todo esto que el amor entre dos seres humanos tiene que ser limpio y puro. Qué hipócrita sería yo enredarme con una mujer comprometida como Minerva cuando yo mismo había desconocido a mi madre por dicho acto… Después de casi cinco años de ausencia, el hijo pródigo regresó a casa. Fui a Calgary de visita. En octubre de 1994 mi madre logró verme el rostro otra vez, y me recibieron con brazos abiertos. Gracias a los poderes celestiales, el romance de mamá había fracasado unos años antes, y ahora mi madre, acercándose a los cincuenta años, se encontraba de nuevo sola, sin el cariño de un hombre, pero rodeada de seis lindos hijos que la querían y protegían de todo mal. En este punto deseo saltar de nuevo al presente: Corre el mes de diciembre del 2012. 208 En mi hogar, mi buen amigo e inquilino, el mexicano Hernando Cortez, me confiesa que ha decidido terminar la relación matrimonial con su esposa en México pues él se ha enamorado trastornadamente de una jovencita de raíces europeas que pasa por una situación matrimonial un poco delicada. Hernando me confiesa que su ex-esposa en México ha estallado en furia, casi perdiendo la cordura. Lo ha calumniado con todos sus parientes e hijos, al punto que los niños han renunciado a él como si fuera un malhechor o fugitivo de la ley… Dentro de mi casa, debido a que Hernando es mi amigo, hago todo lo posible por hacerle la vista gorda a todo esto; sin embargo, en el fondo de mi alma estoy “sosteniendo la cabeza con mis dos manos” dando vueltas en la cama, frustrado, confundido, consternado y turbado, ya que lo que Hernando está cometiendo a sabiendas es la misma situación dolorosa que tuve que vivir en carne propia veinticinco años atrás. Si Hernando fuera mi hermano yo le tiraría las orejas y le diría que recapacite. Él tiene todo el derecho de brindarle ayuda a esta jovencita; sin embargo no tiene ningún derecho de pasar más allá de una amistad fraternal con ella. Mas Hernando no es familiar consanguíneo mío y por lo tanto no tengo el derecho de hacerle reclamos ni darle consejos. Por lo tanto hago todo lo posible de hacerle la vista gorda a lo que está ocurriendo dentro de las puertas de mi propia casa—adulterio apasionado—y trato de mantener la calma. Mas mi sentido de ética no me permite continuar con este martirio mucho tiempo. Y así, lamentablemente 209 tengo que compartir que mi hogar volverá a ser aquel aposento vacío donde solo se escuchará la voz varonil de un macho que a solas canta las melodías que reflejan las pasiones y amarguras de una vida tan colorida. Una hembra especial — Minerva Es el comienzo de octubre del 2012; un par de meses antes que las cosas estallen emocionalmente en mi hogar. Me encuentro con mi amiga de antaño, Minerva, en un humilde Café de la ciudad de Toronto. - - - ¿Encontraste inquilina?—Preguntó Minerva tomando un sorbo de la taza de café. Sí—respondí yo—le ofrecí la habitación a una jovencita mexicana. ¿Y cómo se está portando? Pues, ¿sabes?, en las tres semanas que lleva conmigo, nunca la veo y ni pasa en casa. De hecho yo sospecho que ella vive con su novio, pues ni puedo asegurarte que viene a dormir en la noche. Oh, ¡esa clase de arreglo! Sin duda como tú cobras barato, ella solo quiere el lugar para tener una dirección oficial, pero en realidad, su “hogar” está con su enamorado. Sí, esa impresión dan las cosas. Lo único que me molesta un poco es que ella iba a encargarse del aseo del apartamento, y ¡nunca está en casa para hacer el aseo!—chisteo yo 210 - - - - con una sonrisa, fingiendo decepción y reproche. Y ¿en qué trabaja ella?—me pregunta Minerva con aparente indiferencia. ¡Qué interesante que preguntas eso! Sabes que al principio, cuando yo no sabía que ella tenía novio, yo estaba preocupado porque la vi un par de veces salir toda maquillada y despampanante a las 11:00 de la noche, y la conclusión inmediata a la que llegué fue que ella trabajaba el turno nocturno en uno de “esos” bares, si sabes a qué me refiero… ¿Tú pensabas que era “stripper”? Sí, cuando vi que no pasaba en casa y que salía luciendo tan bonita a deshora de la noche, esa fue la primera impresión que tuve. Es más, el día que se trasladó a mi casa, recuerdo que ella hizo un comentario que si “iba a ser pecadora, mejor serlo por completo”. Ah, mucha gente habla así solo por hablar. Puede que te equivoques… Sí, sé ahora que no es “stripper”, pues posteriormente mi otro inquilino me dijo que ella tenía un novio y por lo tanto, hice de caso que ella prácticamente vivía con él y que salían a alguna discoteca o algo por el estilo. Luego le pregunté a ella así a quemarropa a qué se dedicaba y me comentó que era bartender y mesera en un restaurante. Con eso me tranquilicé. Mmmmh—respondió Minerva. 211 Al salir del “Coffee Times” dónde nos encontrábamos, tomé a Minerva de la mano y la acompañé a su casa que quedaba a unas cuantas cuadras. Al vernos caminar de la mano por las calles, cualquiera se equivocaría pensando que Minerva y yo éramos una pareja. Sin embargo al despedirme de ella me limité a darle un abrazo fraternal y le deposité un leve beso en la mejía. Después de doce años de amistad, Minerva figura como quizá la mejor amiga que yo tengo. Ella es una mujer que confía en mi ciegamente, tanto así que unos años atrás me encargó una fuerte, fuerte cantidad de dinero que tuve que guardarle fielmente como su mejor amigo a pesar que ella tenía otras amistades y parientes de confianza. La amistad con Minerva ha pasado por sus altibajos ya que en años anteriores iniciamos una especie de “semi-romance” que duró solamente unas ocho semanas. Este “romance” no culminó en toda la plenitud de un auténtico romance pues en aquel entonces Minerva tenía compromiso con otro hombre en una “unión libre”. Hoy en día, Minerva lleva casi tres años de estar de nuevo “soltera” y elegible, sin embargo ambos hemos decidido por medio de acuerdo mutuo y silencioso que no hay necesidad de pasar con nuestra amistad a otro nivel. Por extraño que parezca, yo he controlado cualquier impulso de macho y nunca la he invitado a pasar a mi dormitorio, pues es tanto el aprecio que le tengo como persona que lo último que deseo sería darle una desilusión, herirla, o hacerla sentirse usada. Así que permanecemos como amigos, pero casi podría decirse que somos más como hermanos. 212 Hernando Cortez Al volver a casa encontré a mi amigo e inquilino, Hernando Cortez, en casa. Esa noche hizo algo inesperado: me pidió dinero prestado. Mentalmente fruncí el ceño pues en los dos años que llevaba conmigo él nunca había tenido problemas financieros. ¡Poco sospechaba yo de los trágicos acontecimientos que se estaban desarrollando en su vida a mis espaldas! Días después, casi de madrugada, o tal vez al amanecer, escuché una voz masculina en mi hogar. No era la voz de mi antiguo y viejo inquilino, el italiano Tony, ni tampoco era la voz del mexicano Hernando Cortez. Fruncí el ceño de nuevo, pensando que qué raro— ¿una visita en mi casa al amanecer? Con mucho tacto le pregunté al día siguiente a mi inquilina mexicana (llamémosle “Clementina”) si había tenido visita esa mañana. Con una expresión tal vez un poco apenada, Clementina contestó que su novio había pasado la noche con ella en mi casa. A pesar de que ella lo dijo con cierta pena, yo no le reproché a ella esto en absoluto, pues es totalmente aceptable que mis inquilinos mantengan un noviazgo y no me importa que los reciban en mi casa—mi único requisito ha sido que no debe haber libertinaje sexual, adulterio o cualquier tipo de perversión (homosexualidad, prostitución, sexo con menores de edad, etc.). Al cabo de unos días, Hernando volvió de nuevo a pedirme dinero prestado. Esto me pareció ya un poco extraño, así que igual, con un poco de tacto indagué para ver qué ocurría en su vida. Hernando me comentó que tenía una “amiga” a quien le estaba 213 ayudando a resolver ciertos líos financieros relacionados con la resolución de su estado migratorio. Me pareció que no había nada malo con esto así que le recomendé unos nombres de licenciados especialistas en temas migratorios quienes podían echarle una mano. Comencé a comprender lo que sucedía en su vida, y sin pensar más al respecto, seguí mi vida como normal. Unos días después Hernando me comentó que tenía a alguien en su dormitorio. Era su novia. De hecho, su novia se estaba pasando a vivir con nosotros. Sabiendo que Hernando era un hombre con esposa e hijos en su país natal, esto no me cuadró enteramente bien; sin embargo, hice todo lo posible de hacerle la vista gorda a esto pues Hernando siempre había sido un inquilino modelo y una buena persona. Sin embargo, mucha gente me ha dicho que uno de mis defectos es no poder ocultar mis pensamientos. Desde el momento que le di la bienvenida a la novia de Hernando, detecté que ella no aprobaba de mi persona, y es muy probable que al recibirla, subconscientemente—y tal vez solo con la mirada—yo expresé desapruebo de su relación con Hernando. Detecté que ella se sentía incómoda en mi presencia, y esto era sin duda debido a los sentimientos que yo subconscientemente había dado a conocer al intentar darle la bienvenida. Por cortesía, hice un intento de hacerle la vista gorda a todo esto—la relación adúltera—, y dejé que la vida tomara su curso. 214 La enigmática Clementina Unos días después yo conversaba con Clementina en la cocina. - - - ¿Cómo van las cosas con tu novio? Me imagino que ya está cerca de ofrecer matrimonio ese hombre… Pues, ¿cómo vas a creer? Terminamos… Ay, ay, ay, ¿no me digas eso? ¿Después de un año?—pensé en mis adentros, ella ha de estar destrozada, pues no es fácil recuperarse de un fracaso romántico como tal. Yo me basaba en mi propia experiencia cuando quince años antes había terminado con una linda mexicana después de una relación de solamente tres meses y medio. A pesar que la relación fue tan corta, el terminar con ella me pegó muy fuerte en el pecho, y a pesar que no me refugié en el alcohol, debo confesar humildemente que sí derramé unas cuantas lágrimas al final. Terminamos… —continuó ella— Sin embargo, tengo a alguien más. Me está pretendiendo, pero aun no somos novios. Vaya, vaya, pensé en mis adentros. Siendo tan preciosa, sin duda alguna que le sobran los pretendientes. - Pues, sabes, que no me sorprende que ya hayas encontrado a alguien más. Tú eres muy preciosa, y sin duda alguna tienes para escoger al candidato que mejor te agrade. 215 - Sí, pues ya veremos… este señor parece ser una muy buena persona. ¿Señor? ¿Cómo vas a creer? Es un policía de cuarenta y dos años… Hasta ese punto yo había visto a Clementina con otros ojos: una jovencita trastornadamente enamorada y a punto de contraer matrimonio con su príncipe azul, un apuesto joven militar. Yo honestamente pensaba que ella estaba sinceramente enamorada o que al menos estaba muy aferrada a esa relación, pues aparentaba ser una relación seria. El hecho que ella tan casualmente me comentó que habían terminado—sin ella expresar ningún pesar—me hizo pensar otra cosa. Até cabos y recordé un incidente cuando ella comentó en son de broma al escuchar una canción de José José, “He renunciado a ti”. Eso era lo que le iba a pasar a su novio dijo, pues este hombre no estaba cumpliendo como ella deseaba: - - Ay, - dijo Clementina—¡“He renunciado a ti” es lo que le voy a decir a mi novio si no anda listo! Ja, ja, ja. ¿Sí? No sabe lo que le aguarda, ¿eh? Ay él me ve sufrir buscando trabajo y lo único que me ofrece es que me vaya a vivir con él… Oye, Clementina, pero a la mejor él quiere casarse contigo y tú no lo sabes. Por experiencia propia te puedo decir que el 216 - matrimonio es un tema que le pone la carne de gallina al más macho… Sí, tal vez. Deberías de ver las cosas del punto de vista de él como hombre. A la mejor quiere casarse contigo, pero al mismo tiempo le da miedo. Y si él te propone que se vayan a vivir juntos y que al cabo de seis meses hablen de matrimonio, ¿eso no sería aceptable? Clementina pausó en su pensamiento unos segundos y luego respondió casi con enojo: - ¡Ay, nooooo! Yo suprimí una carcajada y pensé en silencio: “¡Ella teme que después que el chavo se haya dado el gran “banquetazo” durante seis meses, es muy peligroso que él salga corriendo y que se escape por el patio trasero!” En este punto llegué a la conclusión que Clementina le había dado un puntapié a su novio después de un año de la relación, al este no ofrecer matrimonio. Por lo tanto ahora ella había optado por buscar alguien más. Y ahora, ella había elegido intencionalmente un señor de cuarenta y dos años pues era más probable que este señor ofrecería matrimonio. La conclusión mía fue que en realidad ella buscaba un acta de matrimonio para poder conseguir residencia permanente en Canadá. Así de sencilla era la realidad. Debido a que yo estaba tomándole afecto a ella como persona, al ver que ella era una jovencita decente, inteligente y luchadora, con todos los deseos de 217 triunfar y salir adelante con su vida, decidí averiguar un poco más al respecto y tal vez aconsejarla, pues he conocido de muchos desfalcos, fracasos y amarguras con gente que intenta sacar residencia por esa vía. Por un breve instante se me ocurrió prestarle mi firma para dicho trámite, pero descarté esa idea casi en el acto por razones que daré posteriormente. Decidí hacerle algunas preguntas para averiguar si mis impresiones estaban en lo cierto: - - - - Clementina, ¿te conté que estoy grabando música con un amigo nicaragüense quien está a punto de traer a su novia de Nicaragua? Sí… - contestó ella, absorta en su computadora, a penas prestando atención. Pues este trajo a su prima hace unos años y se casó con ella, y de esta manera le sacó residencia a su propia prima. Ahora tiene que concretar el “divorcio”, volver a casarse, y de nuevo traer a su legítima esposa. Yo creo que esta vez le puede costar caro, pues ya dos veces seguidas con el mismo cuento, el ministerio de migración a la mejor va a entrar en sospechas. Mmmhh… - respondió ella, a penas escuchándome, pues estaba más interesada en chatear con su Iphone. Y a ti, ¿te interesa quedarte en Canadá? Ay, sí, me gustaría mucho ¿sabes? Yo en México no me siento contenta pues no soy enteramente hispana. La gente a veces me ve 218 - - - mal por no ser de la misma raza que los demás. Aquí en Canadá me siento muy a gusto, y yo ya quisiera decir que soy de aquí. Mmmhh—continué yo—sabes que una manera de hacerlo es contrayendo matrimonio con alguien, aunque sea falso. El único problema es que las autoridades de Migración estudian e investigan esos casos muy a fondo. Dicen que a veces se presentan en tu casa a las siete de la mañana y quieren confirmar que los dos están durmiendo juntos para confirmar que es un matrimonio legítimo. Ay pues yo no tendría ningún inconveniente en dormir contigo. El hecho que durmamos en la misma cama no quiere decir que tenemos algo. Había pensado en pagarle a alguien… Sí, lo único es que ese es un delito federal, y las consecuencias por quebrantar la ley de esa manera pueden ser muy severas. Lo que me impresionó mucho de esta conversación fue ver que Clementina había llegado a tomar mucha confianza conmigo al punto que ella hubiera estado dispuesta a dormir a mi lado sabiendo que yo no le haría ningún daño. Que alguien desarrolle esa confianza conmigo es fatal, pues hace que yo me encariñe indebidamente de la persona. Es decir, si alguien confía ciegamente en mí, yo comienzo a reciprocar y corresponder con esos sentimientos. Y cuando yo llego a confiar ciegamente en una persona, puedo terminar enamorándome de ella. Enamorado de ella, ella puede destruirme… 219 Ya en este punto yo había comenzado a sentir aprecio por Clementina; y de hecho había hecho uno que otro intento de conseguirle un empleo que podía conducir a un trámite para legalizarse: un empleo en su especialización como aeromoza trabajando en el aeropuerto de Toronto desempeñando una función algo parecida. Lamentablemente esos esfuerzos no se concretaron en nada, parte quizá porque la persona que tenía que recomendar a Clementina no estaba colaborando con nosotros: mi antigua amiga Minerva quien estaba al tanto de que Clementina vivía en mi casa… Por cierto, este incidente de dormir inocentemente a mi lado me hizo recordar a una linda jovencita que se hospedó en mi casa unos cuatro años antes: Karen García, una preciosa mexicanita, inteligente y luchadora, quien casualmente también tenía veintiséis años; ella se había ejercido como abogado en México. Esta niña, Karen, llegó a tomarme una gran confianza. Una noche tuve que cambiarle las ropas una vez que se emborrachó toda al punto de quedar toda vomitada. A fin de llevarla de emergencia al hospital, le cambié sus ropas. Y a pesar que ella supo al siguiente día que yo había sido el que la despojó completamente de su vestimenta, ella no me tomó desconfianza y no se fue de mi casa. Ella siguió viviendo en mi hogar, y de hecho tomó mucho más confianza que anteriormente, pues a partir de ese punto ahora salía de su dormitorio… ¡portando solamente una toalla que más bien le quedaba de mini-falda! Estos fueron los gestos que me halagaron mucho pues lo que esto a mí me decía era que ella sabía que 220 estaba en buenas manos, bien cuidada con un caballero que jamás le haría algún daño. Afecto y celos… indebidos Volvamos al tema de Clementina. Lamento confesar que en este punto de la amistad con Clementina, empecé a tomarle afecto indebidamente. Empecé a sentir atracción por ella. Usualmente, cuando ella regresaba a casa a deshora de la noche, ella solía dejar las llaves en la cerradura de su puerta. Una noche observé que las llaves no permanecían en la puerta como de costumbre. La mañana siguiente, llegué a la conclusión que ella había pasado la noche con el policía que la andaba pretendiendo. Debo admitir que experimenté cierta desilusión y sentí por primera vez, un vacío en el estómago. En otras palabras, tengo que confesar que yo estaba desarrollando sentimientos indebidos por ella; de hecho sentí celos. Mas yo estaba sufriendo en vano. Esa mañana, por eso de las diez de la mañana, Clementina salió de su dormitorio con una expresión casi de enojo, pues yo, pensando que ella no estaba en casa, me había puesto a cantar en la ducha, poner la música a todo volumen en mi dormitorio, cocinar bulliciosamente, al punto que el detector de humo se había activado. Le pedí humildemente disculpas a Clementina, que no solo me reprochó haberla despertado, sino que también me encaró que yo me había comido su brócoli que ella había comprado para prepararse una crema de brócoli. Avergonzado me disculpé y luego le 221 reemplacé su brócoli. En ese punto ella compartió algo conmigo que me dio qué pensar: - ¿Sabes? Yo había decidido que tú te ibas a comer ese brócoli. Tal como lo tenía pensado, así sucedió. En ese momento recordé que en secreto, yo estaba comenzando a desarrollar sentimientos indebidos hacia ella. ¿Será—me dije en silencio—que ella decidió también “otras cosas”, y que en realidad yo soy una mosca que está cayendo inocentemente en una telaraña? Recordé algunos de los comentarios que ella a veces lanzaba al aire, el que más sobresalía cuando gritó que deseaba cometer el pecado “original”. Anteriormente me había comentado que uno de sus pretendientes le había preguntado que qué ropas iba a portar esa noche, pero que en realidad, en su mente este tipo la estaba desnudando en silencio. ¿Será que ella estaba intencionalmente sembrando en mi mente el concepto de verla desnuda? Luego recordé un comentario que ella hizo cuando yo le ayudé a mudarse a mi casa: - Si voy a ser pecadora, mejor voy a serlo por completo. Posteriormente ella hizo un comentario que sembró otra idea en mi pensamiento: al yo comentar que mi trabajo era “impredecible”, ella agregó que, igual, ella era una mujer “impredecible” también: 222 - - Tan impredecible—le dije yo—que en unos meses me vas a salir con la noticia que me invitas a tu boda… ¡Ja, no—dijo ella con un tono que casi podría interpretarse como coquetería—no me interesa estar atada a nadie! ¿Con quién en realidad estoy viviendo Dios Mío? me pregunté en silencio. En realidad desconozco esta jovencita a fondo. Se traerá algo entre manos, o ¿es pura coincidencia que yo estoy empezando a fijarme en ella como mujer? Pasaron los días. Si yo no veía las llaves en la cerradura de su puerta, el malestar en el estómago me atacaba. ¡Qué ridículo!—me decía a mí mismo—ella aparentemente no me ha dado motivo para que yo me ponga celoso, ni que me enamore de ella, o que desarrolle sentimientos de esta índole… Pensé en acercármele y pedirle permiso de pretenderla con la esperanza que iniciáramos un noviazgo donde no habría intimidad sexual a menos que la relación se desarrollara en algo serio, es decir, un matrimonio. Sin embargo sentí que yo iba a hacer el ridículo con tal propuesta pues esta preciosa jovencita prácticamente podía ser mi propia hija. Por lo tanto yo no lograba juntar el valor para expresarle mis sentimientos. Acto de insolencia Al final, decidí sacarme del pecho eso que me estaba agobiando, y decidí decirle lo que indebidamente pasaba. ¡Qué error, pues ella malinterpretó mis palabras pensando que yo estaba intentando seducirla 223 así toscamente como si ella fuera una mujer ordinaria! Una noche cuando nos encontrábamos a solas en la cocina, le pregunté a quemarropa: - - Clementina, tú no estás enojada conmigo, ¿verdad? No… ¿debería estarlo? Pues, no sé. Siento que a veces hago comentarios que revelan… pues, que revelan que siento atracción por ti. ¿Atracción por mí? No entiendo, ¿qué quieres decir con eso? Pues…. Pues que a veces siento interés en ti como mujer… ¡Ay, ay, ay! Esa aclaración expresada con esas palabras, “interés por ti como mujer” fue un grave error. ¡Cómo quisiera poder retroceder el tiempo para poder reformular esas palabras para que mi comunicación no hubiese parecido tan morbosa; tan vulgar y tan descarada! Desafortunadamente Clementina interpretó esas palabras como un intento descarado de pedirle sexo. Y eso no era lo que yo estaba intentando comunicar. Yo simplemente deseaba hacerle saber que yo estaba desarrollando ciertos sentimientos indebidos hacia ella, y que esto no era correcto. No lo era correcto por la sencilla razón que yo jamás podía verme como pareja de Clementina. Las razones de ello son tan abundantes que llenarían páginas y páginas y más páginas de este escrito. 224 A pesar que Clementina no me reprochó estas palabras en el instante, ella simplemente se limitó a preguntar si ella había hecho algo para causar que yo desarrollará tal interés en ella. Por caballerosidad le respondí que no; sin embargo, como he revelado anteriormente, no sé con seguridad cómo responder a tal pregunta. Al siguiente día Clementina estaba furiosa. Me comunicó por medio de Hernando que ella no volvería a hablarme nunca. Yo la había ofendido horriblemente y de ahora en adelante solo me dirigiría la palabra para pagarme la renta y no más. Y si yo continuaba acosándola con tal tema, ella se iría de mi casa. Me sentí muy mal por este mal entendido. En realidad, yo no soy ni he sido un perro hambriento de sexo. De hecho hay suficientes dedos en una mano para contar las amantes que yo he tenido en mi vida; y es más, la última vez que tuve a una mujer como amante fueron casi diez años atrás—y he llegado a la conclusión que mi vida es más productiva y placentera sin enredarme con ninguna mujer. Por lo tanto, andar desarrollando interés, sobre todo en una niña tan preciosa que podría ser mi hija ¡es absurdo! Eso fue lo que yo intentaba comunicar, pero la interpretación de Clementina fue otra. Clementina ahora andaba con la idea que yo era un perro hambriento buscando devorarla. Iba a ser casi imposible convencerla de lo contrario, por lo tanto yo ni siquiera deseaba aclarar las cosas con ella. Había solamente una única solución: despacharla. 225 Siendo así, el primero de enero le deposité bajo su puerta una suma de dinero regresándole el equivalente de dos meses de renta más el depósito que le debía, haciéndole saber que era preferible que se cambiara de casa, pues debido a mi impertinencia, ya no podíamos compartir el mismo techo. Tomé responsabilidad por mis actos, y por lo tanto, me retiré de su espacio, alojándome temporalmente en casa de un amigo. El dilema de Hernando Al iniciar una relación amorosa con esta jovencita española (llamémosle “Alejandra”), Hernando se embarcó por un sendero turbulento, tenebroso, incierto y oscuro, para el cual necesitará “huevos de acero” a fin de poder llegar a su destino final. Lamentablemente Hernando no es familiar consanguíneo mío y yo estoy obligado a mantener la boca callada. Por lo tanto no diré más al respecto. Reflexión Lo dije y lo vuelvo a repetir: son preciosas las mujeres. Sin su presencia este mundo sería tan insípido, opaco y aburrido. La belleza que una mujer le agrega a un ambiente es increíble; la felicidad que una mujer aporta a la vida de un hombre no debe subestimarse. De hecho yo puedo decir con toda sinceridad que entre los días más placenteros de mi vida estuvieron los tres meses que yo pasé acompañado de una linda hembrita mexicana que me decía “papacito”, junto con sus dos preciosas hembritas que también me llamaban “papacito”. 226 Sin embargo, con todo respeto a las damas, en este punto de mi vida, sobretodo en el 2013, mi vida contiene tantas metas y aspiraciones de carácter profesional, universitario, planes de desarrollo mental y espiritual, viajes al extranjero y visitas a familiares para enmendar relaciones familiares desatendidas, que la presencia de una dama en mi vida presentaría un obstáculo a las actividades que tengo en mente. Sorprendentemente, he alcanzado un nivel de felicidad bastante elevado como hombre soltero, pero a veces he considerado ¿cómo sería mi vida con Minerva si yo estuviera casado con ella? No hay duda alguna que yo estaría casado con mi mejor amiga, lo cual es probablemente algo que muy pocos matrimonios pueden afirmar con certeza. ¿Mejoraría mi vida al tomar este paso tan serio del matrimonio? Minerva es noble, puede ser fiel, es dulce y educada. Ella posee un nivel de decencia tan elevado que ha logrado ganarse mi amistad incondicional y toda mi confianza al punto que por ella, como le he dicho a algunos, “yo meto las manos al fuego”. Yo siento que yo podría caer inconsciente en sus brazos sin preocuparme que me ocurriera algún mal al bajar la guardia de esa manera. No me cabe ninguna duda tampoco que su presencia aportaría mucha felicidad a mi hogar. Lamentablemente, mi propio egoísmo y falta de “agallas” me impide tomar este riesgo pues siempre existe la posibilidad que yo me arrepentiré de haber tomado este paso tan serio—es decir el matrimonio—, y las consecuencias de cambiar de parecer serían desastrosas; desastrosas tanto para ella como también para mí pues me partiría el alma hacerle daño a mi mejor amiga. 227 En cuanto a Clementina, a pesar que ella aparentemente no me ha dado motivo de fijarme en ella como mujer, lamentablemente las cosas se fueron por otro rumbo. Por lo tanto no puedo mantenerla cerca; ni siquiera puedo tenerla como amiga. Anteriormente dije que las razones por las cuales yo no debo interesarme en Clementina podrían llenar páginas y páginas y más páginas de este escrito. Por caballerosidad hay algunas de esas razones que jamás serán reveladas en palabras ni gestos; sin embargo hay una explicación halagadora que no ofendería a nadie revelarla: Clementina es mucho más peligrosa de lo que ella se imagina. Ella tiene el potencial de mandar a cualquier hombre al alcoholismo por varios meses sin ella poner mucho esfuerzo de su parte. Dado a que yo prefiero tomar mis copas de vino en cantidades medidas, y prefiero conservar la cordura, espero no volver a verla nunca. Al cerrar este capítulo de esta autobiografía siento que estaría haciendo trampa si yo no revelara un último detalle bochornoso que he auto-observado de mi persona: Hay ciertos aspectos de mi carácter que yo desconocía antes que Clementina llegara a mi hogar. Sin embargo, ahora he atado cabos con una situación que aconteció en el 2001, y puedo ver claramente la conexión con ambos incidentes: En junio del 2001, mi primo y su esposa con sus dos hijos emigraron a Canadá. Durante los primeros tres 228 meses de su estadía, mientras se establecían, yo los hospedé en mi casa. La esposa de mi propio primo en aquel entonces tenía unos treinta y seis años; una mujer sumamente atractiva, inteligente, llevadera y de carácter encantador. ¡Creo que el lector puede adivinar lo que voy a decir a continuación! Me da mucha pena confesarlo, pero yo desarrollé cierta atracción indebida con la esposa de mi propio primo. Aunque yo mantuve esto un secreto, pude detectar que la esposa de mi primo percibió esta admiración de macho, y al irse de mi casa, a los tres meses, hizo una broma revelando que estaba muy consciente cuales podrían ser las consecuencias si ella hubiese coqueteado conmigo. La lección que yo he aprendido de todo esto es reconocer humildemente que yo padezco de un defecto: yo solo puedo tratar debidamente a las mujeres a un nivel profesional, en un ambiente social, laboral, etc., sin ningún riesgo de desarrollar sentimientos indebidos. Sin embargo, yo no puedo convivir bajo el mismo techo y compartir un hogar con mujeres bonitas y encantadoras. Por lo tanto, de ahora en adelante ¡mis futuros inquilinos serán machotes o ancianitas con sobrepeso! LOL!!!!!!! 229 Exilio Hoy cumplo treinta días de haberme auto-impuesto el exilio de mi propio hogar. He tenido tiempo de reflexionar y despejarme la mente para poder ver dónde actué mal, y qué lecciones he aprendido para que en un futuro esta experiencia no vuelva a repetirse. En cuanto a lo que respecta el haber permitido que Hernando introdujera a una desconocida a mi casa sin mi autorización, esa fue una grave falta de mi parte. En una fecha futura no permitiré que mis inquilinos cometan adulterio dentro las paredes de mi propia casa, pues, psicológicamente, descubrí que esto repercute en mi estado mental y espiritual. En cuanto a Clementina, definitivamente considero que fui muy sabio al haberme alejado de ella, de no verla ni hablarle durante los últimos treinta días, y he sido muy sabio de formarme la idea que ella ya desapareció de mi vida para siempre y que nunca más volveré a verla. Al mismo tiempo de haber tomado esa dura decisión, debo confesar humildemente que hay una parte de mí que se niega a permitir que ella se vaya de mi vida. En las entrañas de lo más profundo de mi alma, algo late dentro de mí y me hace desear que ella permanezca dentro de mi vida para siempre; casi como que me agradaría cuidarla y ver por su bienestar y felicidad… para siempre. Mi sentido de ética me dice que debo iniciar una nueva vida, sin embargo algo dentro de mí me confunde y me obliga a aferrarme a aquel deseo de mantener a 230 Clementina dentro de mi vida a toda costa – aunque sea a la distancia; es decir, si no puedo compartir el mismo techo con ella, por lo menos mantenerla en mi casa mientras yo me hospedo en otra parte. Sé que esta manera de pensar es absurda, pero ¿quién dice que un hombre—con sentimientos y susceptible a los encantos de una mujer—puede comportarse con cordura cuando una hembra ha comenzado a hechizarlo? Regresando a la relación adúltera de Hernando y Alejandra, ha habido acontecimientos inesperados en los últimos treinta días. De hecho la vida de Hernando contiene tanto color que se podría decir que el esplendor de mi vida palidece al compararme con Hernando. Por lo tanto, dedicaré unas cuantas palabras de este escrito para resaltar lo colorido de la vida de Hernando. Hernando Cortez Hernando Cortez nació en el Estado de México a comienzos de la década de los setenta. Fue muy enamorado a tal punto que a la temprana edad de veinticuatro años se lo pescó una preciosa princesa azteca quien le dio tres lindos retoños. Al pasar los años las cosas en México se complicaron. El crimen, la violencia y la inestabilidad política del país tuvieron sus repercusiones en la vida económica de cada uno de los ciudadanos. Muchos de ellos buscaron una mejor vida en el extranjero. Un cuñado de Hernando, nacido macho varón, pero convertido en “macho hembra” al llegar a ser adulto— mujer transgénero, en otras palabras—decidió emigrar 231 a Canadá, país que en aquel entonces, es decir en el 2007, no le exigía visa a los ciudadanos mexicanos. Siendo una sociedad tan liberal, Canadá recibió con brazos abiertos a esta mujer transgénero facilitándole su transición a esta nueva cultura. Impulsado por el éxito de este “señor-señora”, Hernando, junto con sus padres, se animaron a dar el salto y emigrar, con la idea de algún día mandar a buscar al resto de su familia con el fin de radicar en Toronto. A los cuatro años de residir en Toronto, es decir en el 2010, por azar del destino Hernando Cortez encontró mi casa. Siempre fue un hombre muy dedicado a su familia—hasta el día que conoció a una mujer. Alejandra Toledo Alejandra Toledo es una jovencita de veintiocho años oriunda de España, país donde contrajo matrimonio con un emigrante ecuatoriano. Ambos vieron el nacimiento de un lindo niño quien por estos tiempos andará cerca de los ocho años. Por azar del destino Alejandra llegó a Toronto con la idea de que su esposo le siguiera en una fecha futura. Durante su estadía en Toronto ella se hospedaba casualmente en el mismo edificio donde yo vivo con Hernando, quien es uno de mis inquilinos. Alejandra se hospedaba con parientes de su marido. Por razones desconocidas, las cosas se agriaron entre Alejandra y sus anfitriones en Toronto. Estos deseaban regresarla con su marido en España; sin embargo esta se negaba a regresar por aparentemente un temor a que este hombre iba a 232 maltratarla psicológicamente, o peor, hacerle real daño físico. Los detalles concretos jamás han salido a la luz, pero el punto es que el bienestar e integridad física de Alejandra peligrarían si a ella se le obligara a regresar a España con su marido. Bajo estas circunstancias, Alejandra conoció a Hernando. Un día, mientras Hernando lavaba sus ropas en la lavandería del edificio, Alejandra entró. Se saludaron, y pronto entablaron una conversación amistosa. La química entre ellos arrancó desde el comienzo al punto que intercambiaron número de teléfono, y posteriormente esto condujo a algunas salidas a cenar y disfrutar de la vida nocturna de Toronto. Para mediados de noviembre del 2012 las cosas se habían agriado tanto entre Alejandra y sus parientes donde se hospedaba que la situación se volvió insoportable. Posiblemente los anfitriones hayan descubierto que Alejandra había iniciado un amor prohibido con mi inquilino Hernando, y esto no les cuadró en absoluto puesto que Alejandra era la esposa del señor familiar de ellos quien residía en España. Siendo así, Hernando, sin consultarme a mí, decidió “robarse” a esta jovencita introduciéndola a mi casa sin solicitar mi permiso. Falta de prudencia Lamento confesar que cuando Hernando compartió conmigo que su novia estaba en su habitación, yo simplemente asentí con la cabeza con indiferencia. No le pregunté que dónde la encontró, bajo qué 233 circunstancias, y cuáles eran sus planes en el largo plazo debido a que él era casado con hijos en su país natal. Aunque pareciera que hacer preguntas de esta naturaleza sería indebido debido a que eso a mí no debería importarme, con el pasar de los días se reveló que estas imprudencias en ética y moralidad por parte de Hernando al final repercutieron en mi vida. Llegó un punto que no tuve otra opción que intervenir pidiéndole que se fuera de mi casa. Unas dos semanas antes de que Hernando introdujera a Alejandra a mi casa, Hernando me pidió cien dólares prestados. Debido a que esto era una suma tan insignificante, sin titubear se los di. A la semana de esto, él me pidió prestados el doble de esa cantidad. Le pregunté en un tono casual que qué ocurría y me comentó entonces que le estaba ayudando a una “amiga” con unos trámites legales. A la semana de esto él trajo a esta “amiga” a vivir a mi casa. Para entonces se acercaba el fin de diciembre. Antes que se cumpliera la fecha para pagar la renta de enero, Hernando compartió conmigo los “desmadres” que habían estallado en su vida: se encontraba en una verdadera crisis financiera porque él le había confesado a su esposa que se había metido con otra mujer. Su esposa, al recibir esta noticia, aparentemente sacó el dinero de todas las cuentas bancarias dejándolo prácticamente en la calle. Siendo así, Hernando me pidió una extensión para cancelarme la deuda acumulada, más me comunicó de antemano que se retrasaría con la renta de enero. Accedí a esta proposición, pero debo confesar que me turbé un poco con esta noticia. Luego esto no era todo. Su mujer, quien había 234 estallado en furia, les había contado a sus amigos y parientes que Hernando la había traicionado. “Alguien”, cuya identidad se desconoce, amenazó a Hernando con matarlo por haber cometido dicho acto de traición. Hasta la fecha Hernando desconoce la identidad de tal persona, pero se sabe que la amenaza vino de una llamada telefónica de México. Siendo el propietario del hogar donde Hernando vivía, y sintiéndome responsable del bienestar de todo inquilino hospedado en mi casa, le comuniqué confidencialmente a uno de mis inquilinos, (el italiano “Tony”, mi más fiel y antiguo inquilino), que Hernando tenía problemas debido a su relación ilícita, y ahora había recibido una amenaza de muerte. Aunque la posibilidad era remota que alguien llegara a nuestra casa empuñando un arma de fuego, existía la posibilidad que la vida de cada uno de nosotros peligrara. Por lo tanto, puse a Tony al tanto dándole la opción de irse de mi casa si él así lo deseaba. Tony confesó sentirse turbado con tal noticia, pero optó por quedarse bajo una condición: que yo despachara a Hernando junto con su novia pues al fin y al cabo, él tampoco estaba de acuerdo con la relación adúltera que se realizaba en nuestro propio hogar. Otro Psicópata Dado el sobresalto que me dio la noticia de Hernando, y al él no poder darme información concreta en cuanto a la fuente de esta amenaza de muerte, decidí investigar un poco más a fondo su relación con Alejandra y remover las cosas para ver que “gatos saltaban a la vista”. Tal vez Hernando me estaba ocultando información y la amenaza provenía por parte de la familia de Alejandra… 235 Supe por medio de Hernando que Alejandra tenía familiares, amigos y conocidos en el edificio. Decidí encontrarlos para que me dieran información y así poder actuar como era debido. Mi primera fuente de información provino de un empleado hondureño del edificio quien se ocupaba del aseo. Él era conocido de Alejandra y sabía un poco de su situación. Me dio el nombre de otro ecuatoriano que también era conocido de ella, y al final, descubrí que en mi propio piso habían unas personas que también eran parientes de los anfitriones de Alejandra. De hecho uno de ellos era conocido mío, y yo hasta tenía su teléfono celular. Le di una llamada. Al fin descubrí suficiente información acerca de Alejandra, suficiente como para empujarme a pedirle a Hernando que desocupara mi casa con la mayor brevedad posible. He aquí lo que descubrí… Alejandra tenía problemas de depresión. Nunca supe con certeza si ella había recibido tratamiento psiquiátrico para lidiar con su problema; sin embargo en Canadá, gente enferma de depresión usualmente se encuentra bajo tratamiento psiquiátrico. Supe que su marido en España, es decir el ecuatoriano, era todo un ramillete de flores. Era mujeriego, alcohólico, posiblemente drogadicto, y para colmo de males, violento al punto de ser una amenaza física para toda mujer (u hombre) en su cercanía. Se rumoreaba que este podía cometer el acto máximo de violencia contra una mujer. A parte de tener un par de mujeres, además de Alejandra, este le exigía dinero a Alejandra, el cual esta tenía que enviar puntualmente y sin falla. Con dicha situación, Alejandra se negaba regresar con su 236 marido, sin embargo sus parientes tenían planes de regresarla a España, lo quisiera ella o no. Bajo estas Alejandra. circunstancias, Hernando conoció a Cuando Alejandra repentinamente desapareció de la casa de sus parientes—pasándose a la mía (dos pisos más abajo, en el mismo edificio), los parientes se enfurecieron pues en primer lugar, Alejandra estaba desobedeciendo sus deseos en el sentido que ella tenía que regresar con su marido. Es más, ella no estaba de angelito bien portado dentro de mi casa. De hecho se podría argumentar que ella estaba prestando servicios sexuales a fin de poder prolongar su estadía en Canadá. Por suerte, los parientes sabían que aunque el propietario de esa casa era yo, Marcelo Bustamante, el individuo que había cometido el “robo”, era el mexicano, Hernando Cortez y no yo. Sin embargo, esto no me garantizaba que cuando el marido de Alejandra o sus parientes llegaran a mi casa, ¡no había ninguna garantía que los “trancazos” no serían para mí también por haber facilitado esta fechoría! Siendo así, decidí romperle la noticia a Hernando que yo había llegado a la conclusión que él tenía que desocupar mi casa tan pronto llegara el fin de mes; es decir, el treinta y uno de enero. Conversación con Hernando A los tres días de estar “exiliado” de mi propia casa, llamé a Hernando para romperle la noticia que yo había llegado a la conclusión que él y Alejandra tenían que desocuparme a fin de mes. Yo tenía que buscar 237 una explicación aceptable sin tener que arrastrarlo por el suelo ni tampoco pisotear a su enamorada: - - - Hernando, ¿Qué hay de nuevo? No mucho ¿Qué haces? Acabo regresar del trabajo y estoy cocinando Y ¿las chicas? Por acá… ¿Me imagino que Clementina sigue igual de “encabronada” conmigo debido a lo que le dije? Pues, tú sabes… tú sabes cómo son las mujeres. ¿Tú sabes que debido a mi impertinencia le di tres meses de renta de regreso para que se fuera si eso es lo que ella desea no? Sí, me comentó algo así… Bueno, mira, por respeto a ella, yo opté por venirme a vivir a otra parte; de hecho estoy acá “downtown” en un condominio de Bloor y Bay, hospedado con un viejo amigo… Wau, Bloor y Bay, conozco el área, son calidad de condominios. Sí; este lugar tiene piscina, jazuzzi, gimnasio, sauna ¡todo es de cinco estrellas! Qué bien… Mira, cambiando de tema, hay algo que tengo que hablar contigo… Dime… Te voy a contar una pequeña anécdota… ¿Mmh? 238 - - - - Hace veinticinco años mi mamá se metió con un hombre casado e iniciaron una relación adúltera. Con el tiempo ellos decidieron que ambos iban a contraer matrimonio, y este hombre iba a abandonar a su esposa con sus hijos menores de doce años. Esto me pegó muy fuerte al punto que yo terminé peleándome con el hombre este, y finalmente, le dije a mamá un montón de cosas. Al final, la única opción que tuve fue de empacar mis maletas y abandonarlos a ellos para siempre viniéndome a vivir aquí en Toronto, lejos de todo miembro de mi familia donde yo no tuviera que ver a mi madre. Mmh…. Luego, hace unos años, al estar acá en Toronto, conocí a una señora con quien casi desarrollé una aventura amorosa. Sin embargo tuve la disciplina de no caer en el adulterio por una sencilla razón: esta señora tenía compromiso con otro hombre, y yo me hubiera sentido muy hipócrita que había tratado a mi mamá de la manera que la traté, y ahora yo me daba la vuelta para hacer lo mismo… Ya veo – respondió Hernando, viendo tal vez el punto de mi conversación. Hernando, yo creo que tú más o menos ves a dónde voy con toda esta conversación y ves el motivo de mi llamada… Sí, comienzo a entender… 239 - - - - - Te tengo que confesar que la relación que tú mantienes con Alejandra, siendo tú casado y con hijos, me está trayendo muchas memorias amargas de mi niñez. De hecho me está afectando psicológicamente… Sí, sí, entiendo. Mira Marcelo, estábamos hablando con Alejandra que tu lugar no nos conviene. De hecho estábamos pensando irnos a fin de mes. Excelente. Yo no estoy interesado en hacerte la vida imposible Hernando. Sé que tú estás pasando por una crisis financiera por el momento. Por lo tanto, no me canceles la deuda completa de los $700 dólares este mes. Dame la mitad, y el resto, úsalo para pagar tu renta en tu nuevo lugar. ¿Te parece? Sí, eso me ayudaría mucho, Marcelo. De hecho, yo voy a permanecer en Toronto, por lo tanto no te preocupes por tu dinero. No estoy preocupado. Buena suerte entonces. Nos vemos por ahí. Okey, Marcelo. Gracias. Regreso a Casa El resto de mi estadía en “el exilio” fue relativamente sin novedad. Mi amigo de antaño, Mike Browne, me recibió en su casa como un hermano. Él se enteró en todo detalle de la situación que se había desarrollado en mi vida, y jamás me regañó ni me criticó por mi conducta. Cuando vio necesario presentarme su punto de vista que difería del mío lo hizo con mucho tacto. 240 Hasta la fecha, le estoy eternamente agradecido en primer lugar por haberme abierto las puertas de su casa en un momento tan crítico, como también por haber prestado un oído para que yo pudiera desahogar mis pesares. Por prudencia, decidí no visitar el departamento a fin de no ver a Clementina y de alguna manera empeorar la situación. De hecho pasaron nueve días que estuve ausente hasta que al fin me asomé pues tenía que recuperar unos documentos. El miércoles 9 de enero, después de nueve largos días de ausencia, decidí regresar a casa. Llegué al umbral de mi casa por eso de las diez de la noche. Introduje la llave en la cerradura de la puerta y giré la llave. La puerta se abrió. El corazón me latía aceleradamente pues estaba a escasos segundos de ver a la mujer que me había comenzado a hechizar, y a quien yo le había faltado al respeto al haberle confesado mis sentimientos que habían sido mal interpretados como una proposición indecorosa de sexo. Caminé lentamente por el pasillo de la entrada anunciando mi presencia con mi andar inconfundible de “militar”. Escuché voces en la cocina. Me detuve en el umbral y saludé: - Buenas noches. Buenas noches. – respondieron Hernando y Clementina casi en coro. Hernando se encontraba de pie en sus labores culinarias. Clementina estaba sentada a la mesa pintándose las uñas. Contestó mi saludo de manera educada y bajó la mirada para enfocarse en su labor. 241 Luego, en fracción de segundos alzó la mirada lentamente y me miró casi con regocijo, similar a la manera en que una mujer halagada contempla a un hombre que ha expresado admiración de macho por ella. En otras palabras, su lenguaje corporal dejó a conocer que ella no estaba ofendida ni me reprochaba la manera en que le había declarado mis sentimientos por ella. De hecho, se podría decir más bien que ella estaba sentada ahí, en un trono, confortablemente, mirando con deleite a aquel que había confesado ser su admirador. Yo desvié la mirada y me dirigí a Hernando: - Quiero hablar contigo primero. Hernando me siguió a mi habitación donde pudimos tener un poco de privacidad. Charlé con Hernando casi diez minutos en cuyo lapso él me dio a entender que no me pagaría mi dinero tal como acordado, y que su decisión de abandonar a su esposa e irse con otra mujer era final, y de hecho él no quería que yo me entrometiera en sus decisiones. Reconocí su derecho de vivir su vida como le apeteciera, y al mismo tiempo le hice saber que él también tenía sus límites, y uno de estos era que él no podía prolongar su estilo de vida más allá del 31 de enero. Después de esa fecha, yo deseaba iniciar una nueva vida. Al final, Hernando compartió conmigo que “por su propia protección” él se llevaría a Clementina con él. Entendí claramente lo que me estaba diciendo y no me sentí ofendido en absoluto. De hecho fue todo lo contrario. Yo, honestamente había llegado a tomarle aprecio y afecto genuino a Clementina, y sinceramente me preocupaba por su bienestar. Por lo tanto, cuando 242 supe que Hernando y Alejandra deseaban velar por el bien de Clementina, recibí esta noticia con agrado. Con eso, vi que en realidad no había ninguna necesidad de entablar conversación a fondo con Clementina. De hecho ya no teníamos nada que hablar aparte de tal vez pedirle disculpas por mi conducta “grosera” que yo podía ver ahora por su lenguaje corporal, no había causado mayor impacto emocional en ella. Por lo tanto redacté una pequeña nota pidiéndole humildemente disculpas, y felicitándola por su decisión de irse a vivir con Hernando, pues estaría en buenas manos. Esperando no volver a verla nunca a fin de poderla olvidar lo más pronto posible, le deseé buena suerte y le escribí un último adiós. Esa fue la última vez que saludé a Clementina en persona. Al salir por la puerta de mi casa pude hacer una interesante observación: Alejandra no me dirigió la palabra al verme salir de la habitación con Hernando. De hecho me dio una mirada llena de odio y reproche. Entonces recordé mi última conversación con Hernando: yo le había comunicado mi desacuerdo con la relación adúltera y había expresado mi deseo de ver que él regresara con su esposa en México. Por lo tanto, no me sorprendió la actitud malcriada de Alejandra, a pesar que ella era mi huésped y yo su anfitrión. Salí de mi propia casa un poco turbado, pues yo sentía que por el momento yo no pertenecía en ese espacio a pesar que yo era el propietario legítimo. Expulsión potencial Pasaron los días. El 22 de enero, una semana antes de la partida de mis tres inquilinos, decidí 243 comunicarme por primera vez con Clementina. Le llamé por teléfono para averiguar sus planes y su actitud para conmigo. Sorprendentemente, el tono de su voz no comunicaba ningún reproche. Aceptó mis disculpas por habérmele declarado de manera tan “grosera”, y me hizo saber que sí, de hecho tenía planes de irse a fin de mes tal como yo lo había solicitado; sin embargo se había presentado una traba en el último momento: Hernando le había pedido “prestados” los $600 dólares que yo le había regresado para compensarla por el daño de pedirle que se fuera. Ahora, Hernando aparentemente se había ya gastado ese dinero y ella no disponía de los medios financieros para irse a fin de mes. Sentí compasión por ella. Clementina en realidad, era a cierto grado una chiquilla ingenua e inocente que había sido mimada y tratada con gentileza toda su vida—por lo que yo podía observar. Ella obviamente había puesto su confianza en Hernando y este, por todas las apariencias, se estaba aprovechando de su inocencia e ingenuidad. Esto lo tomé muy a pecho pues, sinceramente, que alguien le hiciera daño a Clementina me era muy, muy, muy, inaceptable. Pensé por un momento cómo proceder y le sugerí que le pidiera el dinero a Hernando haciéndole saber que ella se iría sola a vivir a algún otro lugar. Lamentablemente esa no era una opción pues Hernando le había hecho saber que él no disponía de fondos en absoluto y por las apariencias, él no tenía los medios para irse a fin de mes tampoco. En otras palabras, me dije yo, según él, Hernando no permitirá que yo me inmiscuya en sus asuntos, pues 244 yo no era “ni arte ni parte” ni familiar consanguíneo de él, sin embargo él seguirá metido en mi casa llevando a cabo sus actividades de poligamia y adulterio sin yo poder fruncir el ceño— ¡qué equivocado estaba Hernando! pues ahora él iba a verme convertirme en una verdadera fiera… Él iba a aprender quién soy yo cuando alguien abusa de mis amistades; sobre todo de la mujer que me tiene hechizado, y sobre todo cuando alguien lleva a cabo actividades pecaminosas que no me cuadran en mi propia casa... Al colgar el teléfono con Clementina me puse a reflexionar cómo proceder. Nos encontrábamos en pleno invierno con temperaturas por debajo de cero en la ciudad de Toronto. Por lo tanto echarlos a los dos— Hernando y Alejandra—cruelmente a la calle simplemente no era una opción. Me era difícil de creer que en cuestión de días Hernando se había gastado los $600 dólares que Clementina le había dado. Además, Hernando no me había pagado renta en todo el mes de enero, por lo tanto, él tenía que disponer del salario de todo un mes en sus manos. Decidí averiguar detrás de sus espaldas para ver qué es lo que él hacía con su dinero. A la mejor él tenía un manojo de billetes escondido bajo su colchón para algún propósito que no le estaba revelando ni a Clementina ni a mí mismo… Decidí comunicarme con su esposa en México para sacar información. 245 La esposa desquiciada Un día, al llegar a casa busqué en su página de Facebook el nombre de su esposa y le envié un simple mensaje: “Confidencialmente, necesito hablar con usted.” “¿Me puede llamar o darme un teléfono donde yo pueda comunicarme con usted?” Sorprendentemente, su esposa, Maria Antonieta respondió en el acto. Ella resultó ser una mujer muy agradable de carácter. Era extremadamente humilde y en cuestión de minutos ella se había ganado toda mi simpatía por la grave situación que estaba pasando en su vida. Charlamos quizá por más de una hora, tiempo que ella aprovechó para desahogarse y hacerme saber que ella deseaba por todos los medios de rescatar su matrimonio pues Hernando para ella representaba más que su propia vida. Este había sido el amor más grande de su vida; de hecho su primer y único amor, a quien ella había permanecido fiel por los últimos seis años de su ausencia. Me confesó que cuando Hernando le rompió la dura noticia que él ya no la quería y que se había metido con otra mujer, ella estalló en alaridos de llanto cayendo al suelo sin importarle que sus tres hijos presenciaron tanto dolor y amargura. De hecho se le cruzó por la mente quitarse la vida; sin embargo la presencia de sus tres hijos la hizo cambiar de parecer, pues estos la necesitarían ahora más que nunca. Al fin averigüé que de hecho Hernando no le estaba 246 enviando dinero tampoco a ella. En otras palabras, Hernando estaba acumulando una fuerte suma de dinero para algún propósito no revelado, o él posiblemente le estaba pasando todo ese billete a su nueva mujer… De una manera u otra, la palabra “expulsión” se me vino a la mente. Vuelvo a repetir, tirarlos a los dos a la calle en medio del invierno simplemente no era una opción. Con el pasar de los días una idea genial se me vino a la mente. Refugio comunitario para mujeres Canadá es el paraíso para toda mujer necesitada. Solamente en la ciudad de Toronto existe por lo menos una docena de centros comunitarios que le ofrecen ayuda a toda mujer desamparada, víctima de violencia intrafamiliar, o quien está siendo abusada en una relación forzosa o contra su voluntad. Averiguando los servicios que prestan estos centros comunitarios descubrí que algunos de estos se especializaban en brindar ayuda—techo, alimento y abrigo—a mujeres ilegales que, debido a su estatus migratorio estaban siendo víctimas por parte de algún marido o pariente. ¡Diablos!, ¡en este centro comunitario les proveían un abogado gratis para tramitar su legalización en Canadá! El caso de Alejandra me vino inmediatamente a la mente. Alejandra había llegado a mi casa huyendo del doce 247 piso donde sus parientes amenazaban enviarla de regreso a España donde su vida peligraba pues su marido era un verdadero psicópata con un récord comprobado de agresión conyugal. Nada más con esto ella posiblemente calificaba para ser admitida en este centro. El único problema que yo veía era que quizá ambos iban a negarse ir a un centro comunitario a pedir ayuda pues ser calificada como “mujer desamparada y necesitada” no es una alabanza para ninguna mujer. Sin embargo ellos no tenían otra opción. La calle no era una alternativa, como tampoco lo era permanecer en mi casa fornicando como dos adúlteros irresponsables. Por lo tanto se me ocurrió un “plan B” en caso que uno de ellos se negara a cumplir con mis deseos que Alejandra se hospedara en un centro comunitario para mujeres. He aquí el “plan B” que no le iba a cuadrar a Hernando: Ya que se negaban a salir de mi casa, yo mismo reportaría al centro comunitario que en mi propia casa había una pareja de huéspedes que ya no eran bienvenidos ya que estaban llevando a cabo actividades ilícitas castigadas por la ley: poligamia y adulterio. Ambos individuos eran casados ante la ley. Es más, a pesar que Alejandra estaba entregando su cuerpo con su consentimiento, se podía alegar ante las autoridades que ella estaba siendo víctima pues ella no tenía otra opción. Es dudoso que Hernando le brindaría la hospitalidad y asistencia económica que él le brindaba si esta no le estuviera dando a cambio su 248 cuerpo. En otras palabras, ante esta perspectiva tan cruda de las cosas, es dudoso que las autoridades iban a ver con buenos ojos a mi amigo Hernando quien ahora había a empezado a tomar el color de un malhechor. Con un poco de suerte, sin embargo, las cosas no tendrían que llegar a este extremo. Desenlace Era ahora el lunes 28 de enero. El viernes primero de febrero llegaba en cuatro días. Esa sería “la fecha cero” cuando algo muy dramático y quizá trágico podría acontecer en mi hogar. Esa mañana del lunes me inventé una pequeña mentirita: le envié un texto a Hernando haciéndole saber que un amigo mío junto con su novia habían accedido a alquilar mi departamento y de hecho se iban a hospedar en su habitación. Mi amigo deseaba inspeccionar la habitación esa misma noche para ver si le convenía. Sorprendentemente recibí una comunicación de él haciéndome saber que había encontrado alojamiento y que esto no representaba ningún problema. Clementina me envió otro mensaje haciéndome saber que Hernando misteriosamente había “juntado” el dinero de alguna parte para pagar el alquiler en otro lugar donde los tres vivirían de ahora en adelante. No fue necesario desenvainar la espada ni tirar el gatillo del rifle con mira telescópica el cual estaba apuntando directamente en la sien de mi antiguo amigo Hernando. 249 Retorno a casa La mañana del viernes primero de febrero me dirigí a casa. Supe por medio de mi antiguo inquilino el italiano “Tony” que tanto Clementina como Hernando y su novia habían desocupado la noche anterior. Tengo que confesar que yo no regresaba a casa lleno de entusiasmo. Mi estado de ánimo no era de lo mejor que yo había experimentado en los mejores momentos de mi vida. Yo temía que la ausencia de Clementina me causaría tristeza en los primeros días. Sorprendentemente ese no fue el caso. Al llegar a casa vi la habitación completamente vacía de Clementina. No sentí ningún pesar. Busqué sus llaves por doquier las cuales no pude encontrar: “¡Se las llevó!” me dije a mí mismo en silencio. A pesar que conversamos al respecto, y por mucho que ella insistió dármelas en persona yo me negué debido a que yo simplemente deseaba olvidarla para siempre. Mi manera de pensar era que mientras menos la viera en persona, menos serían las posibilidades de enamorarme de ella; por lo tanto, tenía que evitar su presencia a toda costa. ¡Y lo logré! Más tarde ese día le envié un texto a Clementina preguntándole acerca del paradero de mis llaves. Ella confirmó que de hecho las tenía en su posesión. Acordamos que ella vendría a mi casa a dejármelas, sin embargo había un pequeño detalle: yo no estaría ahí para recibirla y mucho menos para despedirme de ella. El temor mío en el fondo es que, ¿qué carita iba a poner yo al verla salir por última vez por el umbral de mi puerta? ¿Qué tal si las fuerzas me abandonaban y en un momento inesperado yo derramaba lágrimas? 250 Sé que es difícil concebir que eso ocurriría, sin embargo no valía la pena correr ese riesgo. La última nota “Clementina, “Muchas gracias por haberle agregado tanta belleza a mi hogar por unos cortos meses. Les digo a mis amigos que descendió un angelito del cielo para vivir en mi propia casa”. “Lamentablemente no pude ni supe cómo conservar tu presencia en este hogar”. “Quiero que sepas que me caíste muy bien, y que a pesar que yo no puedo convivir bajo el mismo techo contigo, te tomé mucho aprecio y si algún día tú llegaras a encontrarte en cualquier apuro, cuenta con mi ayuda desinteresadamente y sin condición”. “Yo a ti jamás podría hacerte ningún daño ni siquiera con el pensamiento. Como gesto de cortesía por haber aceptado gentilmente mis disculpas por haberte hecho la declaración que lastimosamente fue malinterpretada, te ofrezco esta botella de tu vino favorito la cual espero te lleves contigo. Si te incomoda aceptar este último obsequio, entiendo. No me sentiré ofendido en absoluto.” “Cuídate mucho”. Por eso de las diez de la noche, mientras yo me encontraba disfrutando del karaoke en un bar hispano, recibí un corto texto de Clementina haciéndome saber que ella había regresado las llaves y me daba las 251 gracias por todo. Más tarde, al llegar a casa, encontré las llaves sobre la mesa tal como ella había prometido. Tanto mi última nota como la botella de vino, estas no se encontraban más sobre la mesa. Fin 252 POEMAS 253 254 Oda a Nieve J.J. En aquella noche veraniega, Tan despampanante Nieve llega, Con su belleza ella ciega Cuando su presencia se despliega Me cautivó su mirar, Que cuando al pasar Coquetamente parpadea Con esos ojos de esmeralda Y su corona de guirnalda. En una noche invernal De talento latino, En cafetín argentino, Que por azar del destino Me re-encuentro en su camino. El corazón me da un vuelco, Y no un simple latido, Pues la he reconocido. ¡Es la bella trigueña, De aquella fiesta panameña! ¡Nieve! Tu aliento... Te quiero contar un cuento, Y así decirte lo que siento, No vaya a ser que por lento, Me quede lleno de lamento. Allá, detrás del horizonte, Perdido en el antaño, Donde canta el cenzontle, 255 Tan solo a mis quince años, brotó la chispa fugaz del amor. Hoy día, al posarse mis ojos en ti, Una sola vez más, Siento que brota dentro de mí, La chispa fugaz del amor. ¡Nieve! Un suspiro de tu boca... Mi instinto jamás se equivoca. Tienes un corazón de oro, Y un alma que no se derroca Tu sensualidad me provoca. ¡Nieve! Me fascina tu dulzura, Tu mirada acogedora, El blanco impecable de tus dientes Tu frondoso cabello castaño, Y la sensualidad de tus labios. Nieve, percibo turbulencia en ti, Cicatrices aun color carmesí Memorias y experiencia Que aún llegan hasta aquí. Yo quiero buscar contigo Un nuevo atardecer, Compartir techo y abrigo, Y todo otro menester. Permanecer a solas contigo Hasta el amanecer Perdernos en el olvido ¡Llenos de dicha y placer! Ahora, por fin habiendo revelado 256 Los versos que Dios me ha dado, Esta oda a ti he dedicado, Hoy que tan solo me he quedado ¡Yo quiero tenerte a mi lado! ________________________ Alfonso Cárcamo, Toronto, 25 de marzo, 2005 257 Jacqueline, Mon Amour… Jacqueline, mon amour, Llegaste a mi vida en el momento mas inesperado, Cuando el sol estaba a punto de ocultarse en el horizonte, Y las estrellas iniciaban su parpadeo infantil nocturno. Jacqueline, mon amour, Llenaste mi vida de alegría y entusiasmo, Tu sonrisa infantil desintegra la seriedad que me agobia, Tu grata presencia le da nuevo sentido a mi existencia. Jacqueline, mabelle, Percibo mucha reserva en tu corazón, ¿Será porque te intimida mi persona? ¿Será que tu corazón late por alguien del pasado? O ¿habrá otra razón que no deseas revelar? Mabelle, mon amour, Sé que cualquiera que sea el motivo de tu reserva, siempre seguiré siendo tu amigo y ángel guardián. Jacqueline mabelle, Alza la mirada y contempla las bellezas celestiales. Ahí en el infinito se ha posado una gran estrella. Esta y otra son tus ángeles guardianes que velan por ti. Mabelle, mon amour, No olvides que en la tierra hay ángeles sin alas, 258 Y a pesar de sus debilidades, flaquezas e imperfecciones, Siguen siendo ángeles terrestres que velan por tu felicidad. Jacqueline mon amour, Cerca de ti hay dos ángeles terrestres que velan por ti y que siempre te protegerán ________________________ Alfonso Cárcamo, Toronto, 15 de julio, 2002 259 Al Hispano-Canadiense… Buscando una nueva guarida, Dejé mi patria querida. Buscando cicatrizar una gran herida, Encontré una nueva vida. En el Toronto donde está erguida Una torre majestuosa bien conocida Canadá, país de las nieves Y de las mil maravillas Tan repleto de inmigrante Que hoy marcha ambulante Buscando un futuro brillante ¡Hermano hispano-hablante Lucha por salir adelante! Canadá, país de las nieves, Y de las mil maravillas Donde conocí mi primer amante Hoy me siento muy triunfante Con ese recuerdo tan embriagante Mejor me subo al TTC Voy a rondar por ahí En St. Clair yo me bajo Para tomarme un atajo A Caledonia quiero llegar A ver las chicas bailar Buscando momentos fugaces de felicidad Fui a dar al show de Miss Hispanidad 260 Ella es una belleza sin vanidad Llena de sencillez y sinceridad Es esta mi linda raza trigueña Donde unas dicen ser caleñas Otras dicen ser caribeñas Pero aquí todas son toronteñas Hermano Latino, Alza tu copa de vino. Brindemos por el destino, Que te ha puesto en mi camino. Que seas chapín, o argentino, O te apellides Crespín o Aquino, Eso a mí me importa un comino, Pues yo te ofrezco mi cariño ________________________ Alfonso Cárcamo, Toronto, 4 de agosto, 2006 261 Dreamer of Dreams Claudio had a dream He says "it's true!" And he beams Sono nato due bambini! The great pride of the Pellegrini! The "Great Martin" has a dream To tie the knot with a queen Did I put my foot in my mouth? Oh! Better topics I shall scout! Beautiful Vira tied the knot Men at HP rejoice shall not Their hopes and illusions vanish Other beauties in the floor garnish Lovely Gurmit will tie the knot! So gossip and rumor travel a lot Men at HP rejoice shall not As another beauty leaves the lot A Cuban princess prepares to depart As I reveal a secret from the heart Beauties and queens vanish My image and person I tarnish Handsome Carvalho is the catch that the ladies at HP watch In awe as he paces the floor The ladies following galore Bledar, the cute and handsome devil, At work he always revels 262 About the conquests that trebble From Albania, Sweden and Slovenia Manny believe him not He is a liar and a brat He claims he went to the moon, at ten knots, at ten o'clock on the dot It is better I seal my lips Before Claudio or Judy flips! One day I will disappear in the horizon, But my verses and songs shall remain, Know all that beauty and art are the same. I will leave you with this theme: I too have a dream! A great secret it has been.... I dream that one day the Sahara will be fruitful, I dream that one day the bison will roam the grasslands, I dream that one day, not too far away... …I too, will reach the stars! ________________________ Alfonso Cárcamo, Toronto, 4 de agosto, 2004 en las instalaciones de Hewlett-Packard, 901 King street. 263 To My Mother ... There is a person who will never be wrong, A being I will never begrudge, One woman I will always forgive, No matter what her misdeed. That woman is my mother, The wingless angel who gave me life Who turned a blind eye at my many lies Knowing that little from her I could successfully hide Some say one’s mother is all that one has Some say she will also say these words: “No matter what your misdeeds” “No matter whom you have wronged” “Forgiveness is a given my son…” And so we wander, up and down, Through life’s winding roads Victims of Unkind Mother Nature Her Questionable Methods Overwhelming us, one and all. And whither hast thee wandered? Now that aging old mother, Comfort and support she needs, When walking and bending, A challenging travail it can be My friends and colleagues, at CIBC From whatever walk or place you might be Remember these words written by me, I too, have a mother weeping for me 264 Farewell Mes Amis! Farewell Mes Amis! It’s time to bid good-bye I thought the day would never come When I would say “so long”! I bid not good-bye, I bid not Adieu, For I’m moving next door My lengthy affair with CIBC Is something that will always be! So long Ms. Fahmi, Au revoir Monsieur Juggoo Farewell Les Amis And now, I must go! Friends and colleagues come and go Shall we meet again? We never know Forget you met me, forget me not And if you do, my friend you are not! There is a knot in my gut There is a lump in my throat Macho men tears must shed not Yet who says that human I’m not ________________________ Alfonso Cárcamo, Toronto, 10 de marzo, 2008 265 266 PERFIL DEL AUTOR Alfonso Cárcamo nació el 15 de septiembre de 1967, en “La Finca Campo Verde”, una finca cafetalera, localizada cerca de Lourdes, un pequeño pueblo del departamento de La Libertad, en El Salvador. El cuarto de seis hijos, Alfonso creció en medio de la naturaleza, en lugares tan rústicos donde la palabra “lavadora eléctrica” sería tan desconocida como la luz de un candil le es desconocida a un adolescente canadiense. Forzado a abandonar el país a causa de la guerra civil que estalló en 1980, Alfonso, en mayo de 1979, llegó con su familia a Belice, ex colonia británica localizada en el noreste de centro América. Ahí se crió rodeado de serpientes –unas que se arrastraban y otras que caminaban– donde tuvo la oportunidad de explorar montañas vírgenes, presentemente habitadas por tribus mayas que de alguna manera habían sobrevivido los azotes de cientos de años de influencia española e inglesa. Al cabo de cuatro años tuvo la dicha de emigrar a Canadá en 1983. Después de recibirse de licenciado en literatura y traducción de la facultad de español y francés de la Universidad de Calgary en Alberta, Alfonso viajó por todo Canadá, comenzando su recorrido por Vancouver, luego instalándose temporalmente en Québec, para luego trasladarse a Toronto donde actualmente radica. 267 En ese tiempo Alfonso ha publicado tres obras en inglés y una en español: Breaking into the Bilingual Market in Canada Quest for Natural Cures in Canada Condo Saga – Exposing the Frailties in the Canadian Condominium Industry Toronto Trigueño Además de su interés en las letras, Alfonso es también profesionista en informática habiendo egresado del colegio Centennial College como especialista en calidad de productos de software (Quality Assurance Specialist). Como contribución comunitaria, Alfonso construyó un directorio con contenido canadiense el cual está disponible en línea: www.canucklinks.com Fundado en 1999, con casi doce años de existencia, dicho directorio figuró en el Toronto Star como diez de los mejores directorios con contenido canadiense en el 2002. Actualmente este directorio recibe más de 30,000 visitas mensuales. Actualmente Alfonso se desempeña como especialista en calidad de software para una empresa estadounidense que desarrolla software financiera a nivel mundial. 268