CARLOS FERRATER, ALBERTO PEÑÍN BARCELONA-MADRID Arquitecturas Tras el proceso de descentralización que ha vivido la arquitectura española contemporánea en las últimas décadas, parece necesario calibrar el papel de los dos grandes polos que, por tradición, han capitalizado desde siempre el debate y la producción arquitectónica en nuestro país. Madrid y Barcelona comparten una disminuida posición central, sin duda desde la rivalidad, y alimentan un debate callado que conviene aflorar. Las jornadas Barcelona-Madrid, arquitecturas, organizadas por la Cátedra Blanca con la colaboración del Col.legi d’Arquitectes de Catalunya (COAC), pretenden ofrecer un terreno para esta “confrontación” siempre respetuosa pero a la vez distante, para postular que el centro de gravedad de la arquitectura española sigue oscilando entre Madrid y Barcelona. Tras el primer movimiento moderno, grandes arquitectos, pioneros de futuras conciencias colectivas -de la Sota., Higueras, CarVajal, Oíza, Corrales y Molezún, en Madrid, o Sert, Sostres, Barba Corsini, Mitjans y Coderch, en Barcelona- introducen individualmente los valores de la arquitectura moderna en el desierto cultural de nuestro país y así anticipan un cierto sentido colectivo de la arquitectura. Habría que esperar al fenómeno de la Barcelona Olímpica para encontrar una sólida conciencia colectiva arquitectónica. La Escuela de Barcelona emerge del núcleo de la resistencia predemocrática para convivir con las nuevas instituciones, en particular con la administración autonómica, y para canalizar la mejor arquitectura de la época. Figuras como Federico Correa y, sobre todo, Oriol Bohigas lideran y encabezan una generación que mantiene su presencia e influencia en la arquitectura de la ciudad. Al final de la década de los noventa, se produce un relevo paulatino en esta supuesta supremacía catalana. Frente al hecho colectivo barcelonés, y su lastre endogámico y autocomplaciente, surgen numerosos despachos en Madrid que despliegan su trabajo a lo largo de todo el territorio estatal. La capital acoge talentos, como siempre hizo –Moneo, Oíza, de la Sota, etc.- y dispersa arquitecturas por todo el territorio. Por lo general, se trata de encargos públicos, muchos de ellos obtenidos mediante concurso, mientras que en Barcelona existe una mayor complicidad con el sector privado por la legitimidad social alcanzada por la arquitectura. El debate entre dos ciudades, entre dos modelos culturales, aflora en su propia forma urbana y en cómo afrontan su desarrollo. Barcelona escribe una nueva ciudad a partir de los Juegos Olímpicos de 1992 y resuelve asignaturas pendientes que completan la transformación de una ciudad compacta y mediterránea en una ciudad múltiple y completa, desde la isotopía de su trama burguesa hasta la abertura lineal al mal y su encuentro con la Diagonal. Barcelona aprovechó el impulso de los juegos para realizar una serie de intervenciones estructurales y una menos publicitada operación de justicia distributiva entre los barrios. La brillantez de la paleta urbana empleada, gran legado a la ciudad, sentó las bases de una nueva cultura del espacio público. Por su lado, Madrid tiene la oportunidad de realizar una relectura de una metrópoli obsesivamente concéntrica y con inminentes problemas de congestión, a partir de intervenciones puntuales y quirúrgicas que completen la apuesta decidida por las infraestructuras y el transporte público. Madrid debe redibujarse, definir intersticios y límites, tanto en el oeste con la Casa de Campo, como en el este con la zona Olímpica, sin abandonar la posibilidad de grandes operaciones de vaciado, o apropiándose -que no colmatando- de vacíos ya existentes, como el eje del Manzanares o el corredor del Henares. El tablero de juego de estas operaciones difiere sustancialmente. El ámbito territorial oscila entre la red metropolitana barcelonesa, próxima y mallada , con una presencia importante del paisaje, y el territorio imaginado, casi artificial, en el que se despliegan un gran número de propuestas de origen madrileño. La dualidad entre naturaleza y artificio, entre intuición y concepto, forma un sustrato susceptible de análisis. Sociedad y territorio tienen su expresión en las distintas manifestaciones culturales. Madrid ha generado un activismo cultural más ágil frente a la cultura dominante, de la cual Barcelona ha tenido más problemas para desmarcarse. La presencia editorial es un buen síntoma de ello. En Barcelona la editorial Gustavo Gili y en Madrid El croquis Editorial y Arquitectura Viva se complementan con algunas publicaciones independientes, numerosas en la capital y escasas en Barcelona. Ante el menor peso de lo oficial, la existencia de organismos con un carácter casi institucional, como puede ser el FAD, aglutina muchas de las energías independientes, que encuentran otros caminos propicios en la ciudad de Madrid. Es posible que el mundo académico se mueva en parámetros más próximos si se silencian las rivalidades lógicas del mundo universitario o las rémoras de una relación subordinada poro a poco superada. Tal vez una mayor atomización de la enseñanza en Madrid, pero los mismos fenómenos relevantes; de la masificación de la universidad pública, a la eclosión de las privadas, con la consiguiente reubicación del profesorado. La sospecha de una menor consistencia en el discurso disciplinar barcelonés es inversamente proporcional a la de una mayor retórica en el madrileño. Una ciudad de aluvión frente a una ciudad estructurada. Una cultura oficial, y su contraria, frente a una cultura “suboficial”. Una universidad investigadora frente a una universidad práctica. Dos sociedades, dos territorios, dos hechos diferenciales que, si en política protagonizan el debate, en arquitectura se diluyen en otros fenómenos globales. La idea de identidad languidece entre artificios y veleidades de una supuesta nueva arquitectura. Mirar al otro, al que siempre ha estado ahí, enfrente, puede ser una manera de recuperar ciertos valores, de volver a reconocerse. La discusión que se propuso pudo adquirir un valor balsámico. Un encuentro que pudo traducirse en un resultado, pero cuyo sentido real pudo ser otro: enfrentarse para encontrarse. La Barcelona y el Madrid de principios de siglo por fin se pusieron de acuerdo. Mientras nos detenemos en debates a dos, la modernidad más mediática está obteniendo de las administraciones la oportunidad de proyectar los espacios urbanos más emblemáticos. La identidad de nuestras ciudades, y de otras como Valencia o Bilbao, está en manos de los mismos arquitectos: Norman Foster, Richard Rogers, MVRDV, Dominique Perrault, Jean Nouvel, Toyo Ito, David Chipperfield. En paralelo, el desarrollo de la mejor arquitectura postularía la periferia como nuevo granero de la arquitectura española. Sería entonces de gran utilidad e resurgimiento de un sentido colectivo, responsable histórico de la mejor arquitectura de Madrid y Barcelona.