Homosexualidad - Iglesias de Cristo en España

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Homosexualidad
Documentos
Conferencia de obispos católicos suizos concerniente a la bendición por la
Iglesia de parejas homosexuales y la aceptación por parte de la Iglesia de
personas que viven en relación homosexual.
1. El problema
La sexualidad es para cada hombre una fuerza fundamental que marca su manera
de vivir. La mirada sobre la sexualidad y sobre las formas de vivirla ha cambiado
enormemente en los últimos tiempos. Esto es particularmente cierto para la
homosexualidad. Entendemos por homosexualidad una orientación sexual y erótica
durable, hacia personas del mismo sexo. Las personas homosexuales requieren hoy
una entera igualdad jurídica y social. Toda diferencia hecha entre ellas y las
personas heterosexuales, sea por el Estado o por la Iglesia, es interpretada por
ellas como discriminación. Los homosexuales reclaman hoy una entera igualdad
jurídica y social. El recuerdo de una puesta en evidencia de la sociedad o de
procesos legales donde los homosexuales han sido y son el objeto y lo son
parcialmente todavía hoy, ha dejado en el corazón de muchos hombres y mujeres
el sentimiento amargo de una injusticia. Nosotros, en tanto obispos nos
lamentamos de esa injusticia y pedimos perdón si pudo haber sido cometida en el
nombre de la Iglesia o de la fe cristiana.
En ese contexto se presenta hoy la cuestión de las uniones de vida homosexuales.
Los “partenaires” homosexuales que quieren fundar una unión durable, piden a la
Iglesia que bendiga su relación. Además, personas que viven en unión homosexual,
piden estar enrolados al servicio de la Iglesia.
Nosotros no asumiríamos nuestra responsabilidad si no respondiéramos claramente
a esta cuestión. Tenemos para considerar por una parte el bien a las personas
concernientes y por otra, el carácter único del sacramento del matrimonio cristiano
confiado a la Iglesia. Tenemos una convicción: Es solo en la mirada hacia el orden
creado por Dios y reestablecido por Cristo que puede ser encontrada la respuesta
adecuada para cada persona individual.
2. Reflexiones bíblicas y teológicas preliminares:
Desde el punto de vista bíblico, es evidente que las condenaciones explícitas de
actos homosexuales han sido formuladas en un contexto histórico y cultural
diferente del de hoy.
Pero estas condenaciones no han perdido por lo tanto su importancia ni su carácter
de referencia. San Pablo interpretaba las prácticas homosexuales largamente
explicitadas en la antigüedad como un síntoma o una consecuencia de la ignorancia
de Dios por el mundo pagano (Rom. 1,26-28; cf 1 Co 6,10; 1 Tm 1,10),
apoyándose en las dos condenaciones de las prácticas homosexuales en el
Pentateuco (Lv 18,22; 20,13). Es necesario decir que las Sagradas Escrituras
hablan más bien por alusiones de los motivos de condenación de los actos
homosexuales sin explicitar previamente los argumentos. Por eso, es que el
testimonio de las Sagradas Escrituras no es fácil de interpretar. De cualquier
manera, la afirmación bíblica no es insignificante porque el contexto haya cambiado
y porque hayamos adquirido una comprensión más profunda de la homosexualidad.
La constatación de San Pablo de una contradicción entre el orden objetivo de la
creación deviene actual.
En la reflexión teológica, constatamos que las numerosas alusiones bíblicas en
referencia a la sexualidad en general y a la homosexualidad en particular, tienen
por objetivo proteger la armonía de la vida familiar y social. La sexualidad no es
solamente un contenido personal de amor y de placer. Es también una fuerza
creadora o destructiva de la vida en común. Canalizar y dominar el lado destructivo
de la sexualidad es entonces un deber humano.
La sexualidad humana está esencialmente orientada hacia la procreación; es un
criterio importante a considerar, aunque ese no sea su sentido exclusivo (cf Gn 1,
27-28 y Gn 2,24).
Le falta a la homosexualidad una dimensión esencial fundada sobre el acto creador;
es por eso que no puede ser simplemente puesta en un mismo nivel que el amor
heterosexual.
La enseñanza de la Iglesia está resumida en los números 2357 y 2359 del
Catecismo de la Iglesia Católica. La negación de la Iglesia de admitir los actos
homosexuales puede parecer dura a muchos de nuestros contemporáneos. ¿No
contradice la actitud abierta de Jesús que ha recibido a todos los hombres como
eran, sin hacer diferencias ni poner condiciones? Es eso lo que sienten muchos
cristianos y cristianas. Por lo tanto, debemos decir esto con fuerza: la Iglesia no
rechaza a las personas homosexuales. Son personas de valor, muchas veces
injustamente segregadas. La Iglesia quiere estar cerca de ellos como de todos los
seres humanos. Pero no puede en ningún caso aprobar los actos homosexuales, a
conciencia de que clérigos y otros representantes de la Iglesia han fallado
dolorosamente en su manera de vivir su sexualidad en general y pueden todavía
hoy sucumbir. En esos casos, la humildad y la conversión constante devienen
particularmente urgentes.
La homosexualidad es una orientación de la personalidad humana integral, su
origen psíquico o biológico no está todavía elucidado. Se trata siempre de una
tendencia profundamente enraizada que las personas concernientes no han elegido.
Pero eso no quiere decir que la atracción homosexual debe ser realizada y vivida
activamente. La experiencia de la Iglesia y de otras religiones y culturas muestra
que existen caminos de continencia que no disminuyen al ser humano, por el
contrario lo enriquecen. Las relaciones humanas y las amistades durables pueden
ser un gran sostén.
3. Una unión homosexual duradera, ¿puede recibir la bendición de la
Iglesia?
En el dominio del derecho civil, la Conferencia de obispos toma positivamente nota
del esfuerzo por encontrar para las uniones homosexuales durables, disposiciones
jurídicas que los preserven de toda discriminación en cuestiones sucesorias y otras.
En nuestra respuesta del 18 de diciembre de 1999 al Consejo federal sobre la
situación jurídica de las parejas homosexuales, no nos hemos opuesto a la idea de
introducir un status de “partenaires” registrado. Pero nos atenemos absolutamente
a que el carácter único de matrimonio entre hombre y mujer sea protegido por la
jurisdicción del Estado de una manera incondicional. Porque por el derecho natural,
el matrimonio entre hombre y mujer está en una posición y una dignidad
particulares que le son propias, eso a causa de su importancia para la sociedad
humana que no podría perpetuarse sin él. La celebración del matrimonio es para la
Iglesia más que un acto de derecho privado, definido por el Estado y su derecho. Es
un acto entre dos personas que deciden tener una vida en común. La relación entre
hombre y mujer en el matrimonio, dado por la naturaleza, precede este derecho y
es la base. La sociedad no puede tocar esa relación sin ponerse ella misma en
peligro. Por su forma única y específica, puede ser parte integrante del plan creador
de Dios. No puede decirse lo mismo de una unión homosexual.
En el orden sacramental de la Nueva Alianza, el matrimonio como unión
heterosexual entre un hombre y una mujer, incluyendo su apertura a los hijos, ha
sido reconocido como sacramento, es decir como un signo eficaz , por la gracia, de
la unión nupcial entre Cristo y su Iglesia (cf. Ef. 5,31-32). La Iglesia, a quien los
sacramentos son confiados para ser administrados con fidelidad, considera como un
deber, mantener y proteger el sacramento del matrimonio en su sentido original
como un bien de alto valor. En ningún caso una unión homosexual puede ser
puesta en el mismo plano que el sacramento del matrimonio aunque sea fundado
sobre los valores de amistad y fidelidad.
Tal unión de vida, ¿podría al menos recibir una bendición no sacramental? Desde
las Sagradas Escrituras y en la fe de la Iglesia, la bendición significa una promesa
específica de la presencia de Dios, que favorece y expande la vida. Las bendiciones
son otorgadas sobre todo en la acción litúrgica de la Iglesia. Tal bendición, otorgada
litúrgicamente por la Iglesia se llama “sacramental”. Cada persona, no importa en
qué condición de vida, puede recibir tal bendición. Pero cada acción del hombre no
podrá ser aprobada por Dios. Por las razones mencionadas, nosotros los obispos,
tenemos la convicción profunda que las personas homosexuales pueden ser
bendecidas, pero no la constitución de una unión homosexual. Tal rito podría
parecerse al matrimonio sacramental y prestarse a confusiones.
4. Personas que viven en situación de « partenaires » homosexuales
¿Pueden ser enrolados por la Iglesia para el servicio de la Palabra ?
El Cristo resucitado llama todavía hoy a hombres y mujeres a seguirle, al servicio
de la Iglesia. Por eso, es que las personas que están al servicio de la misma deben,
antes que toda competencia profesional, estar impregnados del deseo de ser
semejantes a Jesús por toda su existencia. Jesús demanda a sus discípulos ser la
sal de la tierra y la luz del mundo, a fin de que los hombres vean sus buenas obras
y den loor al Padre Celestial (cf Mt 5, 13-16). Por eso, es que la Iglesia es
particularmente exigente con las personas que desean ponerse a su servicio. No se
trata de una discriminación ni de una injusticia; porque cada servicio eclesial es un
don gratuito de Dios al que nadie tiene derecho de pretender.
Es nuestro deber de obispos de discernir con prudencia quién habrá recibido ese
carisma y quién, por consecuencia, podrá ser aceptado o no para un ministerio
dentro de la Iglesia. Una predisposición homosexual vivida en la continencia no
excluye del ministerio eclesial; una continencia vivida fielmente puede también
anunciar un carisma particular como el celibato libremente elegido. Hace falta, de
cualquier manera, estudiar cada caso y los peligros o las pesadas tentaciones que
las personas homosexuales pudieran sufrir en un ministerio eclesial. Por el
contrario, las personas homosexuales o célibes que deciden explícitamente no vivir
la continencia sexual, devienen no aptos para un ministerio de la Iglesia. Un status
de “partenaires” de personas homosexuales no da el ejemplo de personas al
servicio de la pastoral que la Iglesia debe ofrecer a la comunidad cristiana.
La distinción entre predisposición homosexual y relaciones homosexuales activas no
es hipócrita, más allá de la posible debilidad humana, que disminuye la voluntad
firme de una continencia sexual. La Iglesia debe exigir esta voluntad sincera de
todo hombre y mujer que, en tanto célibes, se declaren listos para el servicio
pastoral. La decisión concreta sobre la aptitud para el servicio sobre la aptitud para
ese servicio exige de todas las partes, nosotros los obispos, de otras instancias
eclesiales responsables, como de las mismas personas homosexuales, una buena
dosis de sabiduría pastoral, de sentido de responsabilidad, de tacto y
discernimiento espiritual.
Al encuentro de esas razones, se puede hacer valer la debilidad de ciertas personas
al servicio de la Iglesia. Tal debilidad humana, sea la que sea, no es evidentemente
compatible con el seguimiento de Jesús, y ofrece un contra-testimonio a la
comunidad. En el caso de una unión homosexual, el falso testimonio no está dado
por una debilidad personal individual, sino antes que nada por la forma de vida y de
unión misma, que objetivamente no corresponde al orden establecido por Dios. Por
la misma razón, los “partenaires” heterosexuales que viven en unión de hecho, sin
estar casados, no pueden ser admitidos por la Iglesia en el servicio pastoral.
Somos conscientes que esos límites, que debemos poner claramente por nuestra
responsabilidad eclesial, van a afectar a personas inclinadas a la homosexualidad.
Por esto, es que debemos manifestar nuestra estima hacia ellas en tanto personas,
cristianos y cristianas. La predisposición homosexual es uno de los numerosos
límites que pueden condicionar al ser humano y hay que tener en cuenta que éste
puede crecer en humanidad.
Vamos a esforzarnos para ofrecer la ayuda pastoral necesaria a las personas
homosexuales. Deseamos asumir nuestro deber de sostenerlos en el camino de la
vida cristiana.
3 de Octubre de 2002.
Traducción del francés: Lic. Jorge León Toledo
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