Las características del derecho del trabajo

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UNIVERSIDAD DEL VALLE DE MEXICO
LEGISLACIÓN LABORAL
LAS CARACTERÍSTICAS DEL DERECHO DEL TRABAJO
1. GENERALIDADES
En esta investigación preliminar que realizamos con el objeto de que el alumno vaya
sensibilizándose ante las cuestiones fundamentales del Derecho del trabajo, de tal manera que
adquiera, paulatinamente, los conocimientos básicos, que le permitirán después llegar por si
mismo a la determinación esencial de la disciplina, una de las cuestiones más importantes es la
de señalar las características de este Derecho.
Tropezamos aquí con un problema importante: la fijación de esas características del Derecho del
trabajo nos lleva, necesariamente, a un terreno ambiguo, esto es, a un terreno en el que las
circunstancias de cada legislación laboral, las condiciones de los diferentes países en que se
dictan las normas de trabajo e inclusive, el punto de vista ideológico que tenga cada expositor,
podrán llevar a una conclusión distinta. Este fenómeno se plantea, no sólo en el ámbito especial
o personal, sino también de acuerdo con cada uno de los momentos de desarrollo del Derecho
del trabajo. En otras palabras: las características del Derecho del trabajo serán diferentes si se
analiza la situación de un país específico —y por lo tanto del sistema jurídico vigente en ese
país— en etapas diferentes de su evolución social, económica y política.
Precisamente por ello, esto es, porque las transformaciones económicas han alterado la marcha
del mundo, que antes se inclinaba por la decisiva intervención del Estado en la economía, un
poco al ritmo de Keynes y que hoy levanta la bandera del neoliberalismo, el Derecho del trabajo
empieza a abandonar sus viejas posiciones de justicia social y no faltan intentos de regresarlo a
la estructura antigua de simple Derecho industrial, quiere decir, con abandono de sus tesis
sociales lo que, en rigor, es la negación misma del Derecho laboral.
La evolución mexicana del Derecho laboral es expresiva de esa transformación. Hoy, en pleno
liberalismo social, como lo denominó el régimen de Carlos Salinas de Gortari, y lo confirman en
los hechos el presidente Vicente Fox, y el presidente Felipe Calderón en una especie de
separación verbal de las conductas neoliberales que no se compagina con las estrictas medidas
de ajuste ya que éstas corresponden, plenamente, a la concepción más tradicional del
liberalismo, el Derecho del trabajo pasa por un mal momento. Pero vale la pena hacer un poco de
historia.
En los primeros años de la revolución, cuando se dictan, las normas de trabajo iniciales, la
estructura económica corresponde a un país eminentemente agrícola, en condición de crisis
lógicamente motivada por el movimiento armado, con una economía minera en decadencia, un
comercio interno escaso y una industria apenas incipiente. Ese es el ambiente en el que nacen el
artículo 123 constitucional y la Ley Federal del Trabajo de 1931.
En aquella época, el Estado mexicano contemplaba al fenómeno económico como un problema
ajeno a sus atribuciones. En realidad desempeñaba, fundamentalmente, sólo el papel de árbitro,
quizá interesado y parcial en favor de los trabajadores, en las relaciones obrero-patronales.
Al principio de la década de los años cuarenta, el juego de los instrumentos jurídicos que el genio
del presidente Calles creó y las enérgicas medidas del presidente Cárdenas al rescatar de
manos extranjeras algunas de las industrias fundamentales —el petróleo, de manera particular—
establecen las bases para un nuevo sistema.
Presenciamos entonces una disminución sensible en la tendencia social proteccionista, y el inicio
de una etapa de consolidación económica, de corte esencialmente capitalista. No olvidamos, sin
embargo, porque sería injusto, la creación de la Seguridad Social por el presidente Ávila
Camacho.
México advierte en esos años fundamentales de su desarrollo, como el Estado, consciente de
que su papel no puede reducirse al de simple mantenedor del orden social, la necesidad de
asumir una actitud interesada en el problema económico. En los primeros tiempos de esa etapa
toma medidas de dirección de la economía, para impedir que el libre juego de los particulares en
ese terreno, pueda acarrear gravísimos perjuicios al interés nacional y después, en un proceso
natural, sin olvidar su papel de director, da otro paso fundamental mediante su intervención
directa en la economía. El Estado asume el control de los ferrocarriles; crea instrumentos de
participación decisiva en la industria eléctrica, a través de la Comisión Federal de Electricidad, y
culmina esa tarea con la nacionalización, por vía de compra, de los recursos eléctricos bajo la
presidencia de Adolfo López Mateos, que se hace posible por la adición al art. 27 constitucional
("Corresponde exclusivamente a la nación generar, conducir, transformar, distribuir y abastecer
energía eléctrica, que tenga por objeto la prestación de servicio público. En esta materia no se
otorgarán concesiones a los particulares, y la nación aprovechará los bienes y recursos naturales
que se requieran para dichos fines"). Mediante su intervención decisiva en la Banca (Nacional
Financiera, S. A., como instrumento regulador de crédito; bancos nacionales de crédito agrícola y
ejidal, de fomento cooperativo, hipotecarios, de obras y servicios públicos, etc.) ;por medio de la
creación de organismos paraestatales como son, v. g., el Instituto Nacional de la Vivienda,
después Instituto Nacional para el Desarrollo de la Comunidad Rural y de la Vivienda Popular;
con su participación decisiva en empresas aeronáuticas (Aeroméxico, S. A.), de fertilizantes
Guanos y Fertilizantes de México, S. A.), de petroquímica, siderurgia, construcción de carros de
ferrocarril, automóviles, teléfonos y otras muchas, el Estado mexicano se conviene en una parte
importante e interesada, y ya no solamente en arbitro, de las relaciones laborales. La
nacionalización de la Banca, en septiembre de 1982, constituiría el último y definitivo paso en esa
línea intervencionista.
Al mismo tiempo, el México que surge de la revolución asiste al proceso de integración del
movimiento sindical. La Confederación Regional Obrera Mexicana (CROM) nace el primero de
mayo de 1918, por acuerdo del III Congreso Nacional Obrero, bajo la dirección de Luis N.
Morones y es después apoyada por el presidente Calles, en reciprocidad al apoyo que la CROM
le presta. Con Cárdenas se crea la Confederación de Trabajadores de México
febrero de 1936), que desplaza a la CROM como organismo dominante en el panorama sindical,
hasta nuestros días. Otras centrales obreras participan en el mismo juego. Y a pesar de los
defectos gravísimos que el movimiento sindical ha tenido y tiene en México, consistentes, tanto
en su adhesión absoluta al régimen político, con menoscabo de los intereses que habría de defender, como en las prácticas deplorables a que se refiere Euquerio Guerrero
"surgió una nueva casta, desleal y despreciable que hizo mucho daño al país: la de los líderes
venales que se arreglaban con los patrones mediante el pago de igualas para asegurar la
tranquilidad de un régimen orgánico dentro de ¡a empresa"), lo cierto es que el sindicalismo,
mediante el ejercicio del derecho de huelga y la obtención y revisión de los contratos colectivos
de trabajo, vino a constituir un factor de equilibrio entre los factores de la producción, permitiendo
que desapareciese, en parte, la idea de que el trabajador necesita de tutela estatal.
Lamentablemente la fuerza del sindicalismo mexicano es escasa en comparación a la masa total
de los trabajadores. La falta de confianza en los dirigen-v generalmente justificada, la incultura, el
desconocimiento de sus derechos, el temor por las represalias, aunado todo ello a una actitud
patronal, por regla general, radicalmente contraria a la idea del sindicalismo que no para en
medidas de cualquiera índole para destruir en su origen cualquier movimiento colectivo, o para
transformarlo en un instrumento de explotación, han impedido que los sindicatos tengan la fuerza
que deberían de tener, de acuerdo con los instrumentos jurídicos a su alcance.
Es justo precisar que este fenómeno de rechazo al sindicalismo y de oposición a la celebración
de contratos colectivos no se ha producido, con la misma intensidad, en las empresas estatales o
en las privadas de mayor importancia, que en las medianas y pequeñas empresas. Uno de los
factores que tuvo que tomar en cuenta el legislador, al redactar la ley de 1970 fue, precisamente,
la necesidad de disminuir el diferencial angustioso entre los trabajadores debidamente
sindicalizados y amparados por contratos colectivos justos y aquellos trabajadores,
lamentablemente mayoritarios, que no se encuentran en esa situación. En la "Exposición de
Motivos de la Iniciativa para la Nueva Ley Federal del Trabajo" se dice, precisamente, lo
siguiente:
Por otra parte, ahí donde los trabajadores han logrado formar sindicatos fuertes, particularmente
nacionales, y donde se ha logrado su unión en federaciones y confederaciones, los contratos
colectivos han consignado en sus cláusulas beneficios y prestaciones para los trabajadores muy
superiores a los que se encuentran contenidos en la Ley Federal del Trabajo, pero estos
contratos colectivos, que generalmente se aplican en la gran industria, han creado una situación
de desigualdad con los trabajadores de la mediana y de la pequeña industria, la mayoría de los
cuales que representa un porcentaje mayoritario en la República, están colocados en
condiciones de inferioridad respecto de los trabajadores de la gran industria.
La situación actual del Derecho del trabajo es seria y no sería imposible su cancelación, tal vez
no tan expresa como producida mediante mecanismos sutiles de alteración legislativa de sus
características principales. No obstante, las líneas de conducta de los sistemas de economía
globalizada: la Unión Europea y el TLC norteamericano, parecerían jugar con un cierto respeto a
los derechos tradicionales de los trabajadores.
No obstante, no es tolerable adentrarse en el estudio de nuestra disciplina sin recorrer las
corrientes de pensamiento que la hicieron posible. Hay que recordar lo que le dio origen y lo que,
a lo largo de los años, antes de la crisis, se fue gestando en un claro proceso dinámico que hizo
más ancho el campo de aplicación de sus normas con sacrificio de instituciones civiles y
mercantiles.
Un poco en el doble juego de la obligación académica y de la esperanza social, vale la pena
repetir lo que los clásicos han dicho del Derecho del trabajo antes de que los modernos logren
acabar con él.
2. EL DERECHO DEL TRABAJO ES UN DERECHO DE LA CLASE TRABAJADORA
La afirmación que contiene el enunciado de este inciso envuelve uno de los motivos de polémica
más interesantes, a propósito de las características del Derecho del trabajo.
¿Qué quiere decirse cuando se afirma que el Derecho del trabajo es un Derecho de la clase
trabajadora? Simplemente que sus disposiciones tienen sólo por objeto establecer beneficios
para los trabajadores. Es la idea que expresa De la Cueva al señalar que se trata de "un derecho
de una clase social frente a otra". Trueba Urbina, con mayor énfasis, puntualiza a su vez que "el
derecho mexicano del trabajo no es norma reguladora de relaciones laborales, sino estatuto
protector de los trabajadores: instrumento de lucha de clase en manos de todo aquel que presta
un servicio personal a otro".
Esta tesis se apoya, además, en la idea de que la burguesía tiene reconocidos sus derechos
económicos a través de otros cuerpos jurídicos, v. gr.\ el CC, en cuanto tiene como uno de sus
objetos la protección del derecho de propiedad; o las leyes mercantiles, típico instrumento
jurídico de un sistema capitalista. En esa virtud el Derecho del trabajo nace como una legislación
clasista, en favor de los trabajadores, cuya nota predominante no es la de ser un Derecho
económico sino, por el contrario, un Derecho que piensa en el hombre como tal, en su salud y en
su dignidad, como objetos fundamentales de protección.
Vale la pena transcribir las palabras con que Mario de la Cueva trata de justificar esta
característica clasista que encuentra en el Derecho mexicano del trabajo:
Ninguna legislación en el mundo ha marcado con el mismo esplendor de la nuestra, la naturaleza
del derecho del trabajo como un derecho de clase. Fue indispensable, por respeto a la tradición
democrática, reconocer el derecho de los patrones a formar sindicatos; pero en dos aspectos
fundamentales de las relaciones colectivas, nuestra legislación estableció claramente que el
derecho del trabajo es derecho de la clase trabajadora: en primer término, la iniciativa para la
negociación y contratación colectivas, por declaración expresa de la ley de 1931, reproducida en
la de 1970, pertenece exclusivamente a los sindicatos de los trabajadores; y en segundo lugar, y
con esto regresamos a un tema ya esbozado, la huelga no tiene equivalente al lado de los
empresarios, pues el paro que les reconoce la fracción XIX del art. 123, no es un instrumento de
lucha, sino un procedimiento contencioso ante las juntas de Conciliación y Arbitraje para que
éstas determinen si las condiciones económicas de los mercados imponen la suspensión
temporal de las actividades de las empresas.
Baltasar Cavazos, en términos menos precisos, ya que parece referirse a una situación anterior,
sin mencionar si actualmente se produce el mismo fenómeno, afirma, a su vez, que "el derecho
del trabajo surgió entonces como un derecho protector de la clase trabajadora, como un derecho
de clase, como un derecho de facción. Su propósito —agrega Cavazos— consistía en reivindicar
para el hombre que trabaja los derechos mínimos inherentes a la persona humana".
En contra de estas ideas otros autores rechazan la naturaleza clasista de la legislación laboral.
Ernesto Krotoschin afirma, categóricamente, que "el derecho del trabajo no puede ni debe
considerarse un derecho de clase, por lo menos no en el sentido que se oponga, como derecho
de una clase, al derecho de otra o de otras clases, siendo, por consecuencia, un elemento de
lucha de clases". Más adelante, precisando sus conceptos, agrega que:
en la medida en que se da a los trabajadores acceso a la propiedad de los medios de producción,
pero también en cuanto mediante el desarrollo de métodos de colaboración se les hace participar
en la administración y utilización de aquéllos, el derecho del trabajo deja de ser un derecho de
clase, inclusive desde el punto de vista de la teoría marxista de las clases, y se convierte en un
derecho de superestructura, que tiende a la superación de las diferencias señaladas y a atribuir
su lugar a cada uno de los grupos sociales.
Guillermo Cabanellas, en sentido semejante, sostiene que "... la legislación laboral no constituye
tal cosa (un derecho de clase) sino el conjunto de leyes dictadas para restablecer el equilibrio
roto entre las partes que intervienen en la producción, situando en un plano de igualdad a
patronos y trabajadores; ...".
De lo expuesto podemos desprender un valioso elemento de juicio. Si nuestro Derecho laboral
—y vale la pena que la conclusión se refiera al Derecho mexicano— contiene disposiciones que
favorecen, a los patrones, habrá que llegar a la conclusión de que no es un Derecho sólo en favor
de los trabajadores, y que, por lo tanto, no es un Derecho de clase.
En el artículo 123 constitucional, siguiendo los ejemplos de De la Cueva, encontramos el derecho
patronal para organizar sindicatos (inciso "A", fracción XVI) y el derecho patronal al paro (inciso
"A", fracción XVII). Pero además, por reformas introducidas en diciembre de 1962, en la fracción
IX del mismo inciso "A", en el párrafo b) se precisa que para fijar el porcentaje de utilidades que
deba repartirse entre los trabajadores "la Comisión Nacional practicará las investigaciones y
realizará los estudios necesarios y apropiados para conocer las condiciones generales de la
economía nacional. Tomará, asimismo, en consideración la necesidad de fomentar el desarrollo
industrial del país, el interés razonable que debe percibir el capital y la necesaria reinversión de
capitales". No parece que pueda dudarse de que en este precepto se establece un dique al
derecho de los trabajadores y que por encima de su interés se antepone la condición de la
economía nacional y la retribución al capital invertido. Tanto la ley de 1931 (art. 100-H), como la
de 1970 (art. 118), recogieron esta misma tendencia.
A nivel de ley reglamentaria encontramos una serie de disposiciones que pueden entenderse
como favorecedoras de la clase empresarial. Desde luego deben mencionarse las que
determinan las obligaciones a cargo de los trabajadores y las que señalan las responsabilidades
en que éstos pueden incurrir que podrán llevar, inclusive, a su despido. No podemos olvidar que
el reglamento interior de trabajo, a que se refieren los arts. 422 al 42£ de la ley debe de contener
"las disposiciones obligatorias para trabajadores y patrones en el desarrollo de los trabajos en
una empresa o establecimiento", y que las empresas pueden, porque así lo establece la ley,
formular unilateral-mente las normas de orden técnico y administrativo para la ejecución de los
trabajos.
Existen, además, otras razones para no aceptar, sin más, la tesis de que el Derecho del trabajo
es un Derecho de clase. Digámoslo de una vez: a pesar de las tendencias marxistas que Trueba
Urbina encuentra en "el lado invisible del art. 123", básicamente en las palabras del ilustre
constituyente José Natividad Macías; a pesar de que los juristas "iuscapitalistas", como los suele
llamar el mismo Trueba Urbina, invoquen el carácter radical de nuestro Derecho del trabajo, lo
único cierto, lo único indiscutible es que la nuestra es una legislación laboral burguesa, producto
de una revolución burguesa, aunque se haya revestido de social. Todo nuestro sistema jurídico
laboral, partiendo del art. 123, y siguiendo a través de las leyes locales, la de 1931 v la de 1970,
responde a un sistema económico capitalista y, consecuentemente, burgués. Presume la
propiedad privada de los medios de producción, como situación de hecho, y protege esa
situación de todas las maneras cosibles. ¿Cómo puede entenderse, si no, esa aberración que ha
hecho nugatorio el derecho de los trabajadores a participar en las utilidades de las empresas,
contenida, precisamente, en el párrafo f ) del apartado IX del art. 123 constitucional, inciso "A"
que prohíbe a los trabajadores intervenir en la dirección o administración de las empresas?
En su segundo informe presidencial, en septiembre de 1972, el Presidente Echeverría hizo
especialísimo énfasis, inclusive ampliando el texto escrito del mensaje, en la experiencia del
grupo industrial gubernamental de Ciudad Sahagún, que dirigía Emilio Krieger, al crear y poner
en funcionamiento, un comité de empresa, integrado por representantes de los trabajadores y
re la empresa, donde se discutían, al más alto nivel, los problemas de producción y de
condiciones de trabajo. Ese es el camino, aun dentro de nuestro sistema capitalista, para hacer al
Derecho laboral mexicano un Derecho menos burgués y, por lo tanto, más eficaz.
La conclusión está en las palabras anteriores. Pero cabe agregar, para reforzarla, una última
consideración. La función del Derecho es mantener la paz social. Para ello debe de poner en
movimiento una serie de derechos y deberes de las partes que conjuguen sus respectivos
intereses. No sería concebible como norma jurídica, aquella que concediera a una sola parte y
obligara sólo a la otra. El Derecho del trabajo no puede ser una excepción. Aun dentro de un
sistema socialista, las normas reguladoras del trabajo imponen a los trabajadores obligaciones
correlativas de derechos del Estado o de los sindicatos, cuya violación podrá implicar graves
sanciones. El Derecho no puede ser norma sólo en favor de una de las partes. De esa manera,
entender al Derecho laboral como un Derecho de clase resulta, en nuestro concepto y
especialmente en México, injustificado.
3. EL DERECHO DEL TRABAJO COMO UN DERECHO PROTECTOR DE LA CLASE TRABAJADORA
Suelen los autores mencionar el carácter tuitivo de las normas del Derecho laboral como una de
sus características esenciales. En España, v. gr., así lo afirma Manuel Alonso García y entre
nosotros, Trueba Urbina, quien señala que "en general todas las disposiciones sociales del art.
123 son proteccionistas de los trabajadores y de la clase obrera. La aplicación de las mismas
tiene por objeto alcanzar el mejoramiento de sus condiciones económicas y por consiguiente
alcanzar cierto bienestar social, en función niveladora".
En contra de esta tendencia han surgido últimamente algunas voces que entienden que aceptar
la tesis proteccionista es negar la fuerza de los trabajadores y que es tanto como admitir que las
normas del Derecho laboral han sido dación graciosa del Estado.
Mario de la Cueva ha hecho suya esta opinión modificando, según él mismo lo admite, su anterior
punto de vista. Ahora sostiene que desde el Congreso Constituyente de Querétaro cambió la
perspectiva e, inclusive, se produjo el fenómeno de la supremacía del trabajo. De manera
especial, afirma que el Derecho colectivo del trabajo no fue una concesión de la burguesía y del
Estado burgués, sino un Derecho impuesto por el trabajo al capital. Aceptar la tesis
"proteccionista" significa para De la Cueva, que se intenta imponer una tutela a los trabajadores,
que no necesitan, ya que la clase trabajadora posee la fuerza suficiente para enfrentarse de igual
a igual con el capital. Es el capital quien requiere de la ayuda del Estado burgués, según afirma
De la Cueva, siguiendo a Marx.
Nos parece que en esta discrepancia de ideas hay, más que opiniones diversas, puntos de vista
diferentes lo que, lógicamente, determina que se alcancen resultados distintos. Mientras Alonso
García y Trueba Urbina contemplan sólo el hecho objetivo de las normas. De la Cueva va más
allá y pretende probar que esas normas no fueron dación graciosa, sino el resultado de
exigencias inaplazables de la clase obrera.
Es importante, sin embargo, precisar un poco más las cosas. ¿Qué entendemos por norma
protectora? En realidad, partiendo del supuesto de una determinada relación jurídica, la norma
protectora será aquella que suponiendo la desigualdad entre los sujetos de la relación, concede
al que está en situación de inferioridad, ciertas prerrogativas que no alcanzaría sí el derecho
contemplara la relación imparcialmente.
Pese al desarrollo del sindicalismo mexicano, tan precario en algunos aspectos, no cabe duda de
que en la mayor parte de los casos, el trabajador enfrenta sus menguadas fuerzas de individuo y
su estado de necesidad, a la condición siempre infinitamente superior del patrón, quien dicta
unilateralmente las condiciones de trábalo. Si las leyes no contuvieran esas normas protectoras,
los trabajadores laborarían más allá del límite de su capacidad risica, con salarios aún más bajos
que los salarios mínimos, sin descansos semanales, ni vacaciones, ni atención médica, ni nada.
En estas condiciones es evidente que las normas de trabajo, partiendo del supuesto indiscutible
de esa diferencia entre las partes, crean todo un sistema de mínimos y máximos, siempre en
favor de los trabajadores y llevan su espíritu protector al grado de que, amparando al trabajador
contra su permanente estado de necesidad, nulifican de pleno derecho las renuncias que este
haga valer (fracción XXVII del inciso "A" del artículo 123 constitucional y artículo 5o., fracción XIII
de la LFT).
El proteccionismo laboral nace particularmente, respecto del Derecho individual. La síntesis de
las disposiciones de fondo con las orgánicas que desarrollan las figuras estatales que tienen a su
cargo la tutela (inspección de trabajo, procuradurías de la defensa del trabajo. Comisión Nacional
de los Salarios Mínimos, etc.), integra el marco proteccionista.
En el Derecho colectivo las cosas no son de la misma manera ya que se parte del supuesto de
que la organización de los trabajadores y sus medios de acción (negociación colectiva, huelga,
paros, etc.) les conceden el beneficio de la igualdad de fuerzas respecto del patrón. Sobre la idea
de tutela surge la de equilibrio en el que el Estado debería ejercer de arbitro. Sin embargo, en las
etapas, muy prolongadas por cierto, que lo convirtieron en protagonista de la economía y aún
ahora, en pleno adelgazamiento, pero con una preocupación ostensible por los servicios públicos
y empresas estratégicas (petróleo, electricidad, seguridad social, ciertos transportes, etc.), lo
cierto es que el Estado ejerce una función inversa y ahora es tutor de sus empresas o de las
prestadoras de servicios públicos en perjuicio de las organizaciones sindícales independientes y
de los trabajadores.
La idea tutelar parecería llevar de la mano a la tesis de que el Estado, por actitud generosa, ha
creado ese sistema que ahora en México, desde la reforma a la LFT de 1980, también incluye a
las disposiciones procesales.
En términos generales no es ni debe ser así. No obstante, es difícil aceptar en México que
nuestro Derecho laboral haya sido conquistado por los trabajadores. El Pacto de la Casa del
Obrero Mundial no fue tanto la expresión de un apoyo al constitucionalismo carrancista
(contradictorio, sin la menor duda, con el carácter anarquista de los dirigentes que lo firmaron)
como una petición de apoyo de los sindicatos al gobierno de Venustiano Carranza. La historia
mexicana repite hasta la saciedad ese modelo.
Hay una cierta alianza, de resultados muy pobres para el Derecho laboral, que hoy se resiste a
un cambio indispensable para mejorar la condición de los trabajadores porque el Movimiento
Obrero tiene miedo de perder en el intento en lugar de ganar. De esa manera la tutela, que
subsiste formalmente, cada vez tiene menos eficacia y los trabajadores van sufriendo, desde
hace años, las consecuencias derivadas de una política conservadora y monetarista que más
allá de las protestas formales de los dirigentes mediatizados, los de la CTM a la cabeza, en
realidad cuenta con su asentimiento evidente.
4. EL DERECHO DEL TRABAJO COMO UN DERECHO EN EXPANSIÓN
En ediciones anteriores de esta obra hacíamos referencia, con cierto optimismo, al sentido
ascendente del Derecho del trabajo, inconforme con su limitado origen de Derecho obrero y que,
en lucha abierta con las instituciones del Derecho privado: civil y mercantil, las convertían en
laborales, en primer término por obra y gracias de una jurisprudencia atrevida y justa y a partir de
1970, con la influencia notable de Mario de la Cueva, responsable mayor de su Anteproyecto,
con la Ley que entró en vigor el lo. de mayo de 1970.
De esa dinámica nos ocupamos en un trabajo ya mencionado aquí. "La expansión del derecho
laboral en la Nueva Ley Federal del Trabajo" en el que subrayábamos la tendencia expansiva.
Los efectos eran notables. En el Título VI de "Trabajos especiales" se había incorporado como
sujetos del derecho del trabajo a los taxistas, agentes de comercio y otros semejantes: a los
deportistas, actores y músicos. Se ratificaba además la condición de trabajadores de base de los
pilotos aviadores, una conquista heroica de ASPA de México y de sus asesores jurídicos Arsenio
Farell Cubillas, Arturo Hernández Padilla y Luis F. Martínez Mezquida.
Decíamos en anteriores ediciones: "Nosotros creemos que en un futuro próximo, toda prestación
de servicios, cualquiera que sea su naturaleza, incluyendo las accidentales que puedan prestar
los profesionales en su consultorio, despacho o bufete, quedará amparada por el Derecho
laboral". Hacíamos también referencia a la teoría integral de Alberto Trueba Urbina como una
comprobación de la misma tendencia y a su rechazo por Mario de la Cueva para quien la ruptura
por la clase trabajadora del trabajo subordinado no le representa ventaja alguna, con lo que no
coincidimos porque en aquellos tiempos en que redactamos el texto original (1974) aún creíamos
en la eficacia de la Asociación Nacional de Actores, Sindicato creado por trabajadores libres y
eventuales.
Hoy vemos las cosas de manera diferente. No tanto porque haya cambiado nuestra perspectiva
acerca de que toda prestación de servicios deba de ser laboral, como aparece de lo transcrito
más arriba sino porque la política social imperante no parece propicia a expansiones sino a
retrocesos. Hay ya algún antecedente en la reforma al Código sustantivo de trabajo de Colombia
(1990) que ha roto la presunción de laboralidad con sólo atender a la forma de los actos jurídicos
y no a su realidad.
Como quiera que sea, al menos en México no ha habido retrocesos legales. Esperemos que no
los haya, en estos tiempos de reformas anunciadas por el Gobierno conservador, aunque
afortunadamente no cumplidas.
5. EL DERECHO DEL TRABAJO COMO MÍNIMO DE GARANTÍAS SOCIALES PARA LOS TRABAJADORES
No está expresado en términos claros este principio, ni en el art. 123, ni en la ley de 1931. Sin
embargo, parece que no ha habido duda de que el Derecho del trabajo, como señalamos antes,
constituye un mínimo de garantías para los trabajadores. Esto significa que las prestaciones
señaladas tanto en el art. 123 como en la ley reglamentaria son el punto de partida. Arriba de
ellas, todo. Por abajo de esas prestaciones, nada.
Esta tesis, acogida unánimemente por la doctrina y por la jurisprudencia, según menciona De la
Cueva, con referencia al amparo directo 5974/37/2a, ha merecido ser expresamente consignada
en la Ley, cuyo art. 56, en su primera parte menciona que "Las condiciones de trabajo en ningún
caso podrán ser inferiores a las fijadas en esta Ley...".
El problema se plantea, en realidad, alrededor de dos cuestiones colaterales. Estas son las
siguientes: ¿Todas las ventajas que la ley otorga a los trabajadores pueden ser objeto de mejora
por la vía de la exigencia individual o de la contratación colectiva? ¿Los patrones gozan también
de ciertas protecciones de la ley laboral?
Creemos que la respuesta a la primera pregunta, es negativa. Existen beneficios a favor de los
trabajadores que no podrán ser objeto de mejora, ni de exigencia por la vía de la firma o revisión
del contrato colectivo de trabajo. Es el caso de la participación de los trabajadores en las
utilidades de las empresas y de la aportación para la vivienda. En el primero, la Comisión
Nacional, de acuerdo con lo dispuesto en el inciso a) del párrafo IX del apartado,"A" del artículo
123 constitucional y en el artículo 118 de la ley, es la que fija el porcentaje de participación, a
cuyo efecto tendrá en cuenta las condiciones generales de la economía nacional, la necesidad
de fomentar el desarrollo industrial del país, el derecho del capital a obtener un interés razonable
y la necesaria reinversión de capitales. En el caso del fondo de vivienda, el artículo 136 de la ley,
señala categóricamente que las empresas deberán aportar el cinco por ciento sobre los salarios
ordinarios de los trabajadores a su servicio. Los argumentos en favor de este punto de vista los
expresamos, a propósito de la participación en las utilidades, en otro trabajo nuestro ya citado, al
que nos remitimos. Ello no implica, en materia de vivienda, que no se pueda pactar, por la vía del
contrato colectivo, cualquier prestación complementaria. Lo que no se podría es aumentar,
contractualmente, el porcentaje legal.
La segunda pregunta puede ser contestada, bien considerando la realidad, o bien, considerando
lo que, ajuicio de algunos autores, debería de ser. Mario de la Cueva sostiene, v. gr., que el
capital merece respeto a la propiedad privada y tiene derecho a percibir una utilidad razonable, lo
que lleva a afirmar a Trueba Urbina que aceptar tal cosa es sustentar la teoría contrarrevolucionaria de reconocer derechos mínimos al capital, aunque admite que ello es
consecuencia de la reforma constitucional de 21 de noviembre de 1962 al establecer en la
fracción IX del artículo 123 el derecho del capital a obtener un interés razonable "lo cual
consideramos como un injerto capitalista en dicho precepto...".
En realidad, desde su texto original, en el artículo 123 constitucional se encuentran consignadas
garantías al capital, de menor fuerza que las que se consagran a favor de los trabajadores, pero
no tienen que ser necesariamente tomadas en cuenta en esta caracterización del Derecho
laboral. Nos referimos a los derechos patronales para constituir sindicatos y asociaciones
profesionales y para realizar paros, consignados en las fracciones XVI y XVII del Apartado "A".
La conclusión es, pues, que el Derecho del trabajo no siempre consagra mínimos en favor de los
trabajadores.
6. EL DERECHO DEL TRABAJO: DERECHO IRRENUNCIABLE E IMPERATIVO
De lo antes dicho deriva, como una conclusión necesaria, el carácter irrenunciable e imperativo,
del Derecho laboral.
A propósito de la irrenunciabilidad, ya expresamos que es el medio de que se vale el legislador
para proteger al trabajador, en su estado de necesidad, contra sí mismo. El carácter imperativo
de las normas de trabajo (ius cogens) responde a la misma idea, o sea, que no puede dejarse al
arbitrio de los destinatarios de la norma, su observancia. Esta se impone, coactivamente, si es
preciso. No podría entenderse, de otra manera, la función tutelar a que antes hicimos referencia.
7. LA TEORÍA DE QUE EL DERECHO DEL TRABAJO ES DERECHO REIVINDICATORIO DEL PROLETARIADO
Tiene, entre nosotros, como principal defensor, a Alberto Trueba Urbi-na, quien señala que el
artículo 123 constitucional persigue dos finalidades: la primera se expresa en su mensaje y en su
texto y consiste en la protección a los trabajadores, en general y al trabajo como factor de
producción. Es la tesis que ya antes expusimos, de la función tutelar del Derecho del trabajo.
La segunda finalidad del art. 123 es más trascendental, pues no se conforma con la protección y
tutela de los trabajadores, sino que se encamina con los propios derechos que integran dicho
precepto a conseguir la reivindicación de la clase trabajadora en el campo de la producción
económica, a efecto de que recuperen la plusvalía con los mismos bienes de la producción que
fueron originados por la explotación del trabajo humano. Así recupera el proletariado los
derechos al producto integro de sus actividades laborales, que sólo puede alcanzarse
socializando el capital.
Para Trueba Urbina la condición reivindicatoría del Derecho del trabajo mexicano se pone de
manifiesto en la participación de los trabajadores en las utilidades de las empresas, en el derecho
a formar sindicatos y en el derecho de huelga (fracciones IX, XVI y XVIII del inciso "A" del artículo
123 constitucional). Pero además se consigna en lo que Trueba Urbina denomina "mensaje
laboral y social" que atribuye a José Natividad Macías y que es, en realidad, una especie de
exposición de motivos formulada por los diputados constituyentes reunidos en la casa que
ocupaba el ingeniero Pastor Rouaix, que prepararon el texto de lo que vendría a ser el artículo
123. En una parte de este mensaje se dice: "Nos satisface cumplir con un elevado deber como
éste aunque estemos convencidos de nuestra insuficiencia, por que esperamos que la ilustración
de esta honorable Asamblea perfeccionará magistralmente el proyecto y consignará
atinadamente en la Constitución Política de la República las bases para la legislación de trabajo,
que ha de reivindicar los derechos del proletariado y asegurar el porvenir de nuestra patria.
Coincidimos con Trueba Urbina en que, en efecto, a la participación de los trabajadores en las
utilidades hay que reconocerle el carácter de plusvalía. Tal criterio sustentamos en el trabajo ya
citado en el cual, dicho sea de paso, mencionamos que para Trueba Urbina, esa tesis era
inaplicable en el México de hoy. No tenemos inconveniente en admitir con él que los instrumentos para alcanzar esa plusvalía serán el sindicalismo y la huelga. Quede aclarado, sin
embargo, que respecto a la participación en las utilidades, Gilberto Loyo, ilustre economista
mexicano, en alguna ocasión nos dijo en conversación particular que, en su concepto, la
participación no era plusvalía.
Es extremadamente interesante hallar el sentido socialista del art. 123, puesto de manifiesto en
la cuidadosa investigación de Trueba Urbina. Lamentablemente, nuestro Derecho del trabajo,
lejos de reforzar esa tendencia reivindicadora, se ha confirmado como un Derecho burgués. En
ocasión de conferirse al ilustre maestro Jesús Silva Herzog la medalla "Eduardo Neri" por la
Cámara de Diputados, en su intervención afirmó la necesidad de rectificar la vía capitalista "que
hemos seguido" y de lanzarse por la solución "de una mayor intervención del Estado en la
economía", y a través del capitalismo de estado, entrar a una democracia socialista que "no fuera
imitación de éste o de aquel socialismo", sino con matices distintos.
Las palabras de Silva Herzog, cuando puntualiza la evidente tendencia capitalista de México,
apoyan nuestro dicho. También en sus palabras, al proponer la vía del socialismo, puede
sustentarse la tesis de Trueba Urbina que, sin duda, en el art. 123 constitucional, podría tener
apoyo.
8. EL DERECHO DEL TRABAJO COMO UN INSTRUMENTO DE COORDINACIÓN Y CONJUGACIÓN DE LOS
INTERESES QUE SE DAN EN LAS EMPRESAS, CONSIDERADAS COMO UNIDADES ECONÓMICO-SOCIALES
Al referirse a los fines que persigue el derecho del trabajo, Baltasar Cavazos, a quien
evidentemente debe encuadrarse entre los especialistas de orientación patronal, sostiene que
son varios: un fin sustancial y primario, que es la protección del hombre que trabaja; un fin
sustancial de carácter individual, consistente en la regulación de las condiciones de trabajo,
acorde con las necesidades y aspiraciones de los trabajadores y un fin sustancial de carácter
colectivo: "la coordinación armónica de los intereses que convergen en cada empresa
individualmente considerada". Esta coordinación de intereses habría de alcanzarse a través de
los contratos colectivos. "Su finalidad en este caso es hacer del caos un cosmos; de la
desorganización, una empresa organizada; del descontento de las partes, un programa
coordinado" Por último, apunta Cavazos que "la finalidad sustancial individual debe subordinarse,
en última instancia, a la finalidad sustancial colectiva, de conseguir la paz social a través del
entendimiento armónico de los factores de la producción".
Los antecedentes de esta tesis hay que encontrarlos en la Encíclica Mater et Magistra de Juan
XXIII. Allí se afirma que "en el desarrollo de las formas organizativas de la sociedad
contemporánea, el orden se realiza cada vez más con el equilibrio renovado entre una exigencia
de colaboración autónoma y activa de todos, individuos y grupos, y una acción oportuna de
coordinación y de dirección por parte del poder público".
Es fácil dejarse llevar por una tesis que se funda en el fin supremo del Derecho: el
establecimiento de un equilibrio v de una relación armónica, que hagan posible la convivencia
humana. No podemos entender que el Derecho tenga otro fin distinto. Los fines que suelen
señalársele: la realización de la misticia, el bien común y la seguridad jurídica son, en rigor,
medios para alcanzar ese otro fin, anterior y superior a ellos. Ahora bien: ante los fenómenos
sociales el Derecho no vino a coordinar intereses sino a imponerse imperativa y coactivamente, a
la clase detentadora de los medios de producción, esto es, a la burguesía, para impedirle siguiera
explotando inmisericordemente a los trabajadores. No se trataba de un intento de crear un
equilibrio mediante el juego de los intereses y el sacrificio mutuo; se trataba de arrancar de la
burguesía aquello que los trabajadores y sus familias necesitan desesperadamente para vivir, o
sea, llegar al equilibrio, no mediante concesiones mutuas, sino imponiendo obligaciones sólo al
capital.
Claro está que en el proceso de desarrollo social, el capital, con los poderosísimos instrumentos
con que cuenta, y su fenomenal capacidad de asimilación y de adaptación a las nuevas
circunstancias y, lo que es más importante, con su aún mayor capacidad de que las nuevas
circunstancias se adapten a sus necesidades, ha logrado participar en la creación de las normas
de trabajo e incrustar en ellas esa función equilibradora y armónica a que se refiere Cavazos
Flores. Tal es el caso, v. gr., de las disposiciones ya comentadas a propósito de los factores que
han de tenerse en cuenta para determinar la participación obrera en las utilidades (art. 118). Pero
éstas son situaciones impropias, que han permitido a juristas, como Trueba Urbina, afirmar su
carácter contrarrevolucionario y por ende, contrario al espíritu de la legislación laboral, aun
cuando la realidad de su existencia nos lleva a negar el carácter clasista del derecho laboral
mexicano.
Es cierto, por otra parte, que la función de la huelga, que habrá de conseguirse a través del
contrato colectivo de trabajo, es "conseguir el equilibrio entre los diversos factores de la
producción, armonizando los derechos del trabajo con los del capital" (art. 450-1) y que a ello se
refiere principalmente Cavazos. Sin embargo debe interpretarse adecuadamente esa función
equilibradora, insistiendo sobre lo ya dicho antes en el sentido de que no se trata de un limitar
derechos mutuos, sino de obtener del patrón mejores prestaciones de trabajo. El equilibrio se
rompe cuando, transcurrido el término de un año, el patrón ha alcanzado etapas más altas de
desarrollo y se restablece cuando, con sacrificio económico, y como resultado de la presión de
los trabajadores a través de la huelga, concede mejores prestaciones a los trabajadores que, de
esa manera, se presume obtendrán ingresos razonables considerando la situación de la
empresa. Esa "racionalidad" de los ingresos de los trabajadores, función de la condición
económica de la empresa, es el equilibrio a que se refiere la ley.
Aun cuando, en teoría, el patrón tiene igualmente derecho a pedir la revisión del contrato
colectivo de trabajo, cualquier exigencia en ese sentido carecería de eficacia, porque no podría
acompañarse de una acción directa, v. gr.: el paro, el cual sólo puede decretarse bajo muy
estrictas condiciones legales, calificables por los tribunales de trabajo en cualquier circunstancia,
a diferencia de la huelga en que no hay, en perjuicio de los trabajadores, ni arbitraje previo ni
obligatorio.
9. SIN EMBARGO
Es oportuno insistir en que, en los tiempos actuales, el Derecho del trabajo está sufriendo serios
embates que hacen dudar, inclusive, de su supervivencia.
Hay, sin duda alguna, una tendencia a suprimir algunas de las características que fueron
esenciales. La estabilidad en el empleo cede, cada vez de manera más clara, a las necesidades
de ampliación de las oportunidades de contratación temporal. Los modelos franceses y español
son, sobre ese tema, impactantes. No se trata de suprimir la estabilidad ideal, como la proponía
en su texto original la frac. XXII del art. 123 constitucional sino de ampliar las excepciones que se
introdujeron formalmente en México con las reformas de 1962. De la misma manera, el derecho
al puesto, a las condiciones específicas del puesto, hoy se quiebra ante las exigencias de la
movilidad funcional. A la justicia social se pretende sustituirla con la solidaridad, que no es pago
de lo debido sino de lo que se regala, por regla general, en nuestro caso, a cambio de un precio
político. En el orden administrativo domina un tripartismo perjudicial a los trabajadores, de
manera especial en la estructura y funcionamiento de las autoridades y de las comisiones mixtas.
Y en el orden colectivo, los sindicatos se debilitan ante las imposiciones de arriba, a veces
verdaderos y en otros sólo aparentes pactos de concertación social. Y por la misma razón, los
convenios colectivos de trabajo pierden fuerza v se convierten en simples canales de aplicación
de decisiones superiores. La huelga se limita, legal o ilegalmente, pero el resultado es evidente.
10. A MANERA DE CONCLUSIÓN
Podemos ya formular algunas conclusiones. Serían las siguientes:
a ) El Derecho del trabajo debe de ser contemplado en relación a cada -tema jurídico
determinado.
b) En México el Derecho del trabajo no puede ser considerado, en rigor, como un Derecho de
clase, en la medida en que, propia o impropiamente, contiene disposiciones, tanto a nivel
constitucional como reglamentario, protectoras de intereses patronales.
c ) El Derecho del trabajo es, en México, un Derecho tutelar de los tra--ajadores, a nivel individual
y procesal. No se le puede reconocer ese carácter protector a las normas de Derecho
administrativo ni colectivo.
d ) El Derecho mexicano del trabajo funciona sobre la base de que cons-ntuve un mínimo de
garantías sociales en favor de los trabajadores, susceptibles de ser mejoradas en los contratos
individuales y colectivos. Sin embargo,
beneficios limitados en su máximo, como son, v. gr.\ la participación en las utilidades y la
aportación patronal al fondo de la vivienda. Por otra parte, las leyes reconocen también garantías
a favor de la clase patronal.
e ) El Derecho del trabajo es un derecho irrenunciable, por lo que se refiere a los beneficios que
otorga a los trabajadores, es imperativo, por cuanto sus disposiciones deben de ser obedecidas
inexorablemente.
j) Puede aceptarse la tesis reivindicatoría que sustenta Trueba Urbina, pero poniendo de
manifiesto que sólo en algunos aspectos nuestro Derecho laboral tiene tales características. Por
lo demás es un Derecho burgués, que presume un ambiente capitalista para su aplicación.
g ) A pesar de que en la actual estado de la legislación mexicana, existan disposiciones
protectoras del interés patronal, y de que puede pensarse que hay una tendencia definida en ese
sentido, no debe reconocerse al Derecho mexicano del trabajo una función de coordinación y
conjugación de intereses, sino por el contrario, debe de afirmarse que su función es disminuir el
diferencial entre la condición económica de los patrones y de los trabajadores, mediante el
impulso a los instrumentos colectivos de lucha social. El equilibrio no se alcanzará a través de
mutuos sacrificios, sino mediante exigencias periódicas de los trabajadores a los patrones, por la
vía de la huelga y del contrato colectivo de trabajo.
A la vista de lo dicho en el inciso 9, estas conclusiones tendrían un cierto sabor de
provisionalidad. Porque hoy las tutelas se van de viaje para encontrarse con los patrones como
sujetos del beneficio y la expansión se ha detenido, con riesgos de regresión.
En todo caso, el tiempo dirá la última palabra.
LOS PRINCIPIOS FUNDAMENTALES DEL DERECHO MEXICANO DEL
TRABAJO
1. EL JUEGO DE LOS PRINCIPIOS GENERALES DEL DERECHO DEL TRABAJO
En el artículo 17 de la ley se menciona que a falta de disposición expresa en la Constitución, en la
ley o en sus reglamentos o en los tratados internacionales que hubiere suscrito México, se
aplicarán, entre otras disposiciones supletorias, los principios que deriven de dichos
ordenamientos, los principios generales del Derecho y los principios generales de justicia social
que derivan del artículo 123 constitucional. A reserva de analizar después el problema, desde el
punto de vista de la teoría de las fuentes del Derecho, nos toca ahora localizar esos principios con
el objeto de que, al captarlos y examinar sus alcances, podamos advertir mejor las cualidades del
Derecho del trabajo en México y conocer su esencia.
¿Qué debe de entenderse por "principios generales del derecho"? Es i una pregunta difícil de
contestar, ya que pueden encontrarse múltiples versiones. Demonio de Buen sostiene que son
"los inspiradores de un Derecho positivo, en virtud de los cuales el juez podrá dar la solución que
el mismo legislador daría si estuviera presente, o habría establecido de prever el caso Mario de
la Cueva advierte que le "parece que esas nociones forman parte de las fuentes materiales o
sustanciales, de tal suerte que cuando una Junta de Conciliación y Arbitraje las usa para decidir
una controversia, imaginamos que actúa como si dispusiera del artículo primero del Código
Federal Suizo de las obligaciones, esto es, dicta la sentencia "en concordancia con la norma que
establecería si tuviera que realizar un acto legislativo". Agrega De la Cueva que los principios
generales representan, en realidad, a la idea de justicia social.
Federico de Castro, a propósito de estas cuestiones, apunta que "con la frase principios
generales del Derecho se alude directamente a un tipo de exteriorización del Derecho, a criterios
de valoración no formulados, con fuerza de evidencia jurídica" y Lino Rodríguez-Arias
Bustamante; en frase feliz los define como "las ideas fundamentales e informadoras de la organización jurídica de la nación".
En los términos expresados por el artículo 17, parece que no hay duda de que los principios a
que se refiere son los que señala Rodríguez-Arias Bustamante, aun cuando podría pensarse que
los inspiradores del Derecho social no necesariamente sean los mismos, v. gr., que los principios
generales del Derecho. Claro está que todo sistema jurídico nacional mantiene una unidad
sustancial, y ésta se manifiesta a pesar de que cada ramo en especial tenga, por su propia
naturaleza, un determinado sentido. A reserva de tratar de nuevo el problema al hablar de las
fuentes del Derecho y, particularmente, del Derecho civil, queremos recordar que la tendencia
social de nuestro CC vigente fue advertida por José Castán Tobeñas, y en esa tendencia social
indiscutible de nuestra legislación civil nos hemos apoyado para criticar la exclusión de los
principios generales del Derecho común, como norma supletoria de la ley laboral.
La LFT se funda en múltiples principios algunos de ellos ya expresados en el propio artículo 123
constitucional. De estos principios los más importantes quedan incluidos dentro del primer
capítulo de la ley. A ellos vamos a referimos.
2. EL EQUILIBRIO EN LAS RELACIONES ENTRE TRABAJADORES
Y PATRONES, COMO FIN DE LAS NORMAS DE TRABAJO
Una de las normas inquietantes en la Ley ha sido, sin duda, la contenida en el artículo 2o. que
señala a las normas de trabajo como función, el conseguir el equilibrio y la justicia social en las
relaciones entre trabajadores y patrones. De esta disposición, seriamente alarmado, ha dicho
Trueba Urbina que con ella, "la ley le da la espalda al artículo 123 constitucional, cuya función es
revolucionaria, para imponer el equilibrio burgués del siglo pasado entre trabajadores y
patrones". Nosotros mismos tuvimos antes un punto de vista parecido.
Creemos ahora que no es para tanto, aunque sí nos parece que el precepto de referencia es el
resultado de una descuidada redacción que permitirá a quien tenga otra intención, marcar
nuevos rumbos al Derecho del trabajo. Concretamente pensamos en la tesis de Baltasar
Cavazos a que hicimos referencia en el capítulo anterior.
No tocaremos en este inciso el problema de la justicia social. Preferimos medicarle el siguiente
apartado. Pero sí nos parece necesario dar su verdadero alcance a este "equilibrio" del artículo
2o., el cual reaparece, con un sentido particular, en la fracción I del artículo 450, que atribuye a la
huelga La función de conseguir el equilibrio entre los diversos factores de la producción.
¿Qué se entiende, gramaticalmente, por equilibrio?
En alguna de sus acepciones el Diccionario de la Lengua Española de la Real Academia (1970)
lo define como "contrapeso, contrarresto, armonía entre cosas diversas", o bien, como
"ecuanimidad, mesura, sensatez en los actos y juicios". Referido al Derecho del trabajo y, en
particular, el principio general de Derecho consignado en el artículo 2o. ¿podemos llegar a la
concisión de que su texto intenta expresar un renacimiento de la tesis de que d Estado sólo debe
funcionar como árbitro, sin partidarismos, en la relación de trabajo?
No nos parece que la conclusión deba de ser la que envuelve la pregunta. \ pesar de que el texto
en cuestión, insistimos, está redactado en términos que dejan lugar a dudas, el concepto de
equilibrio no responde a esa idea.
En realidad la palabra "equilibrio" ha tenido un significado propio en nuestro Derecho laboral. Hay
algo de tradición que no puede ser ignorado.
Es cierto que equilibrio puede equivaler a armonía y a mesura, como señala - diccionario, pero lo
importante es la manera como debe de alcanzarse. Para ello no podemos limitarnos a una simple
y gramatical interpretación, sino que debemos atender al sentido general de nuestra legislación
laboral. En otras palabras: la declaración programática del artículo 2o., en el sentido de que las
normas de trabajo tienden a conseguir ese equilibrio y la tisuria social en las relaciones
obrero-patronales, deberá ser analizada contemplando cómo funcionan esas normas. Y quien lo
haga advertirá cómo nuestra legislación laboral, con todas las limitaciones que apuntábamos en
ti capítulo anterior, es protectora de la clase trabajadora y pone a su disposición los instrumentos
adecuados para obtener del patrón más prestaciones que, en un análisis objetivo de costos y sin
olvidar la plusvalía, procuren a los trabajadores unos ingresos proporcionales a la riqueza que
ellos generan con su trabajo. Equilibrio significa, entonces, proporcionalidad y mesura, pero no
actitud imparcial ni arbitraje del Estado ante dos contendientes de fuerzas niveladas.
El principio general del Derecho del trabajo implícito en el artículo 2o. será el de que la función de
las normas de trabajo —y debe entenderse que quedan incluidos los pactos individuales y
colectivos, los reglamentos, etc.— es lograr que disminuya el diferencial que en perjuicio del
trabajador, resulta de que no se reconozca la plusvalía que deriva de su trabajo. En rigor, ya
debidamente analizado el precepto, podría encontrársele, a través de esta interpretación y pese
a su redacción inadecuada, una connotación marxista, no en tanto implique una idea
revolucionaria, de transformación violenta de la sociedad, sino en relación a la tesis económica
de la plusvalía que construyó Carlos Marx.
3. EL CONCEPTO DE JUSTICIA SOCIAL
El concepto de justicia social, sobre el cual tendremos que volver en otras ocasiones en esta obra
es, sin duda, un concepto difícil de manejar. En nuestros tiempos suele estar en boca de políticos
que hacen uso abusivo de él. Ahora la ley que intenta reafirmar una autonomía del Derecho
laboral que, por evidente, no necesita de mayores apoyos, recoge la idea y la plasma fundamentalmente en dos preceptos: el ya referido artículo 2o., y el artículo 17, relativo a las fuentes
del Derecho del trabajo, tratando de presentarlo como el modo especial de ser de la justicia del
trabajo.
¿Qué se entiende por justicia social?
Son muchos los documentos en que podemos encontrar una respuesta, que no siempre será
satisfactoria y muchas veces contradictoria con otras versiones. Vale la pena, sin embargo,
poner algunos ejemplos.
La Iglesia Católica gusta de hacer referencia a la justicia social. Pío X, en Cuadragésimo Anno
afirma que "esta ley de justicia social prohibe que una clase excluya a la otra de la participación
de los beneficios" y Juan XXIII, en Mater et Magistra puntualiza que "en cambio se consideran
Criterios Supremos de estas actividades y de estas instituciones la justicia y la caridad social...".
En el artículo 160 del Código Social de Malinas se determina que "al lado de la justicia
conmutativa, que regula las cargas y las ventajas sociales, conviene tener en cuenta la justicia
social o legal, que es la que procura el bien común, del que la autoridad es gerente, y que todo
individuo miembro del cuerpo social está obligado a servir y a acrecentar. Beneficiario del bien
común, el individuo lo tiene en cierta medida a su cargo, por más que los gobernantes sean en
esta materia los primeros responsables".
"La justicia social debe penetrar en las instituciones y en la vida entera de los pueblos. Su eficacia
debe manifestarse sobre todo en la creación de un orden jurídico y social que informe toda la vida
económica".
Lustosa, también dentro de una línea cristiana nos dice que, "la justicia social se nos presenta
como la virtud que tiene por fin realizar el bienestar de la organización social, como una
tendencia a repartir equitativamente los bienes naturales. Regula y dirige sobre todo el orden
económico equilibrando las clases sociales y suprimiendo eventualmente las deficiencias del
contrato de trabajo".
Casas, por su parte, precisa que la "justicia social busca afanosamente un equilibrio y justa
armonización entre el capital y el trabajo, estando íntimamente vinculada al bien común".
Arnold Toynbee, el conocido economista inglés, señala que el concepto de justicia social varía de
acuerdo con el tiempo que se tenga para hacer la revolución social. "Si hay poco tiempo, si la
crisis es inminente, justicia social puede equivaler a alimentos, vivienda y ropa. Si la situación no
es tan grave, la justicia social significa la reforma de la estructura económica y educación para
todos".
Para Jacques Maritáin, en versión de Luis Recaséns Siches:
se trata ante todo del derecho a un salario justo, pues el trabajo del hombre no es una mercancía
sometida a la simple ley de la oferta y la demanda. El salario debe suministrar los medios para la
vida del trabajador y de su familia, a un nivel de existencia suficientemente humano, en relación
con las condiciones normales de una determinada sociedad.
Por último, en el preámbulo del "Fuero del Trabajo" de España, promulgado por decreto de 9 de
marzo de 1938 y declarado Ley Fundamental de la Nación por ley de 26 de julio de 1947
encontramos lo siguiente:
Renovando la tradición católica, de justicia social y alto sentido humano que informó nuestra
legislación del Imperio el Estado nacional en cuanto es instrumento totalitario al servicio de la
integridad patria y sindicalista en cuanto representa una reacción contra el capitalismo liberal y el
materialismo marxista, emprende la tarea de realizar —con aire militar, constructivo y
gravemente religioso— la revolución que España tiene pendiente y que ha de devolver a los
españoles, de una vez para siempre, la Patria, el Pan y la Justicia.
Nuestros juristas también han hecho aportaciones a esta materia. Trueba Urbina indica que "la
idea de justicia social no sólo tiene por finalidad nivelar a los factores en las relaciones de
producción o laborales, protegiendo y tutelando a los trabajadores, sino que persigue la
reivindicación de los derechos del proletariado, tendientes a la socialización de los bienes de
producción" y De la Cueva, sin intentar una definición, precisa, sin embargo, el concepto al
afirmar que "la idea de la justicia social es una luz que brota especialmente del artículo 123, una
categoría que regula las relaciones de trabajo en forma diversa a como lo hace la concepción
tradicional de la justicia conmutativa".
No es éste el lugar para hacer un estudio a fondo sobre el concepto de justicia social. Baste lo ya
expuesto, en la medida en que nos permite alcanzar algunas conclusiones. La primera será la de
la variedad del concepto de justicia social. Lo mismo juega dentro de una tesis social de la Iglesia
Católica; en una concepción socialista como puede ser la de Toynbee; como fundamento social
de un Estado fascista o por último, como ideario de una tendencia socializante, en una estructura
burguesa: México.
La segunda conclusión es que este concepto de justicia parte del supuesto de la desigualdad
económica y traza caminos para superarla. Con ello cambia la orientación de las formas
tradicionales de justicia: la conmutativa intenta la igualdad absoluta; la distributiva, la
proporcionalidad de cargas en función a la capacidad económica de cada quien. La justicia social
procura la elevación del nivel de vida de los trabajadores (cuando del Derecho del trabajo se
trata), imponiendo a los patrones determinadas responsabilidades, a favor de un acreedor
individual o de la sociedad como acreedora, y puede llegar, inclusive, en un sistema socialista, a
terminar con la propiedad privada de los medios de producción. Es decir, la justicia social impone
deberes a los particulares frente a otros particulares, sólo por su pertenencia a determinada clase
social y lleva, inclusive, al Estado a asumir responsabilidades sociales, para cuya atención
(seguro social, vivienda) el Estado recoge las aportaciones de los particulares, patrones y
trabajadores y, eventualmente, hace su propia aportación.
El problema radica, volviendo al punto de partida, en la amplitud del concepto. Sí la justicia social
es bandera de tan diferentes sistemas políticos, económicos, de credo religioso, ¿dónde
encontrar una fórmula que satisfaga el requerimiento de certeza, seguridad jurídica, que es un fin
del Derecho?
La conclusión que se alcanza es la siguiente: la propia ley determinará, con sus disposiciones,
cuál es la idea de justicia social. Esto es, en el artículo 2o., tanto al hacer referencia al equilibrio
como a la justicia social, se está expresando sólo una forma cuyo contenido lo darán las normas
particulares del sistema. De todas maneras, no cabe duda de que estas declaraciones generales
son peligrosas si, como lo creemos haber demostrado, una misma expresión: equilibrio, justicia
social, puede tener tantas y tan encontradas connotaciones.
4. EL TRABAJO COMO DERECHO Y DEBER SOCIALES
Dentro de la misma línea programática del artículo 2o., en el artículo 3o. se recoge un viejo
anhelo del Derecho del trabajo, y aun cuando parece discutible, en la situación actual de nuestra
sociedad que el derecho al trabajo sea una realidad, al menos se empieza a dar forma a esa que
es, sin duda, una meta: garantizar a todos los hombres que mediante una ocupación razonable
puedan adquirir los medios necesarios para vivir con salud y decorosamente. Inclusive se elevó a
la categoría de rango constitucional ese derecho al incorporarlo nada menos que al proemio del
art. 123 (Decreto de B de diciembre de 1978, publicado en el DO de 19 de diciembre de 1978).
Es interesante intentar descubrir los antecedentes del art. 3o. que los tiene, directos, en la Carta
de la Organización de los Estados Americanos, aprobada en Bogotá, Colombia, en condiciones
dramáticas y que México firmó el 30 de abril de 1948. De la Cueva, miembro de la delegación
mexicana fue quien propuso el texto del artículo 29 b) en el que se señala: "El trabajo es un
derecho y un deber social; no será considerado como un artículo de comercio: reclama respeto
para la libertad de asociación y la dignidad de quien lo presta y ha de efectuarse en condiciones
que aseguren la vida, la salud y un nivel económico decoroso, tanto en los años de trabajo, tomo
en la vejez o cuando cualquier circunstancia prive al hombre de la posibilidad de trabajar". Este
pacto fue ratificado por nuestro país el 23 de noviembre de 1948, por decreto publicado en el
DOF de enero de 1949.
La idea del derecho al trabajo está asociada, históricamente, a todas las luchas sociales.
Podríamos encontrar antecedentes remotos en la lucha de Espartaco, al frente de los esclavos y
en Tomás Moro (1478-1535), Lord canciller de Enrique VIII, cuya "Utopía" presenta un cuadro de
vida democrática en el que se perfila como punto de partida la destrucción de la propiedad
privada. "La Ciudad del Sol", de Tomás Campanella (1568-1639), puede reflejar, a su vez, un
principio de socialismo utópico. Sin embargo, en orden a encontrar antecedentes más concretos,
habremos de mencionar el "Proyecto de Declaración de Derechos del Hombre y del Ciudadano",
que Maximiliano de Robespierre expone ante la Sociedad de los jacobinos el 21 de abril de 1793,
en cuyo artículo 11 se declara que "la sociedad está obligada a subvenir a la subsistencia de
todos sus miembros, ya procurándoles trabajo, ya asegurándoles medidas de existencia a
quienes no estén en condiciones de trabajar".
Las ideas de Robespierre se incrustan después en la "Declaración Constitucional de Derechos"
de 24 de Junio de 1793. En el artículo 8o. se determina que "los socorros públicos son una deuda
sagrada. La sociedad debe la subsistencia a los ciudadanos desgraciados, sea procurándoles
trabajo o sea asegurándoles los medios de existir a los que no estén en aptitud de trabajar".
También en Francia, en 1848, se dicta la Constitución social republicana, obra de la Asamblea
Nacional Constituyente, que aceptando el principio de los socorros públicos, intenta,
tímidamente, dar forma a los derechos sociales, al favorecer el desenvolvimiento del trabajo por
"la enseñanza primaria gratuita, la educación profesional, la igualdad de utilidades entre el patrón
y el obrero, las instituciones de previsión y de crédito, los organismos agrícolas, las asociaciones
voluntarias y los establecimientos públicos propios para emplear brazos desocupados". Es el
mismo año del "Manifiesto comunista" y del primer movimiento social francés.
Carlos Marx siempre sarcástico en sus comentarios, a propósito de esta Constitución, afirma de
ella que desbautiza el calendario cristiano y lo bautiza de republicano y troca a San Bartolomé en
San Robespierre, pero sin "cambiar el viento ni el tiempo más de lo que esta Constitución
modificó o debía modificar la sociedad burguesa". Enseguida agrega: "En el primer proyecto de
Constitución redactado antes de las jornadas de junio, figuraba todavía el droit du travail, el
derecho al trabajo, esta primera fórmula, torpemente enunciada, en que se resumen las
reivindicaciones revolucionarias del proletariado. Ahora, se habría convertido en el droit a
lasistance, en el derecho a la asistencia pública, y ¿qué Estado moderno no alimenta, en una
forma u otra, a sus pobres? El derecho al trabajo es, en el sentido burgués, un contrasentido, un
deseo piadoso y desdichado, pero detrás del derecho al: trabajo está el poder sobre el capital, y
detrás del poder sobre el capital la apropiación de los medios de producción, su sumisión a la
clase obrera asociada, y por consiguiente, la abolición tanto del trabajo asalariado como del
capital y de sus relaciones mutuas".
Afirma en contrario Lucio Mendieta y Núñez que la Constitución de 1848 sí aceptó establecer el
derecho al trabajo, siguiendo el Proyecto de Manet que en su artículo 2o. declaraba que "la
Constitución garantiza a todos los ciudadanos: la libertad, la igualdad, la seguridad, el trabajo, la
propiedad, la asistencia", puntualizando en el artículo 7o. que "el derecho al trabajo es el que
tiene todo hombre de vivir trabajando. La sociedad debe, por medios productivos y generosos de
que disponga, y que serán organizados ulteriormente, proporcionar trabajo a los hombres válidos
que no puedan procurárselo de otro modo".
Podemos encontrar otro antecedente en lo siguiente: en junio de 1860, el Canciller Bismarck
presenta ante el Reichstag un proyecto de ley, aprobado nueve años más tarde, de acuerdo con
el cual "el Estado debe cuidar de la subsistencia y del sostenimiento de los ciudadanos que no
puedan procurarse a sí mismos medios de existencia, ni obtenerlos de otras personas privadas,
obligadas a ello por leyes especiales. A aquellos a quienes no faltan más que los medios y la
ocasión de ganar por sí su propia subsistencia y la de su familia, debe proporcionárseles trabajo
conforme a sus fuerzas y a su capacidad".
La presión que, a través de todo el siglo XIX, van levantando los movimientos sociales, que
empujan hacia una legislación más humana y adecuada a las necesidades del proletariado,
determina, en marzo de 1871 el movimiento conocido como "La Comuna de París", primer intento
de gobierno popular, que tuvo efímera duración y una trascendencia social considerable. Pese al
fracaso en que concluye, con la matanza inmisericorde de 28 de mayo de 1871, la Comuna de
París triunfa en la medida en que se convierte en una dramática llamada de atención a los
gobiernos. Inglaterra vota el 29 de junio del mismo año, la primera ley en favor de las
Trade-Unions y Francia misma, pese al triunfo de la reacción, establece la libertad de asociación
y en 1884 vota el Parlamento la ley que reconoce el derecho de asociación profesional. Guillermo
II, en Alemania, provoca la renuncia de Bismarck, el 20 de marzo de 1890, al dictar una
resolución favorable a los trabajadores en la huelga minera de 1889.
La Primera Guerra Mundial, de 1914-1918 marca, probablemente, el punto álgido en la evolución
de los derechos sociales. Paralelo a ello, el movimiento revolucionario en México produce, de
igual manera, su transformación radical. Querétaro en 1916 y 1917 y Versalles en 1919, son las
ciudades en que nace el nuevo Derecho. Trueba Urbina ha demostrado con razones convincentes, que en Versalles se conocía nuestra Constitución social, a través del líder obrero
norteamericano Samuel Gompers, por lo que puede afirmarse que inspiró a los autores del
Tratado que puso fin a la Primera Guerra Mundial, aun cuando deban ser también considerados
como antecedentes, según menciona De la Cueva, la Conferencia de Leeds, reunida el 5 de julio
de 1916, las de Londres de 1917 y 1918 y la de las Uniones Cristianas, celebrada en El Havre, en
1918; la iniciativa presentada al Parlamento, también en 1918, por Justin Godard, miembro del
gabinete francés, para que su comisión de trabajo redactara una Carta Internacional del Trabajo
y, fundamentalmente, la Carta de Berna, aprobada en la Conferencia de Berna celebrada
después del armisticio, a propuesta de la Federación Sindical Internacional.
A partir de ese momento, proliferan las constituciones y leyes en que se reconoce el derecho al
trabajo. El artículo 163 de la Constitución de Wei-mar, el artículo 46 de la Constitución de la
República española de 9 de diciembre de 1931 y los artículos 12 y 118 de la Constitución de la
URSS de 5 de diciembre de 1936, por mencionar sólo algunas, afirman el derecho al trabajo e
inclusive, el deber de trabajar.
La Segunda Guerra Mundial de 1940 a 1945 detiene dramáticamente el progreso social en una
hecatombe inconcebible, Pero de ella surgen nuevos documentos en los que el derecho al
trabajo se reafirma como una de las más importantes garantías sociales. Así podemos invocar la
Declaración de Filadelfia, dictada con motivo de la Conferencia Internacional del Trabajo,
celebrada en el año de 1944, que pugna por "la conservación plena del empleo y la elevación del
nivel de vida"; el artículo 55 de la Carta de las Naciones Unidas, aprobada en San Francisco,
California, el 26 de junio de 1945, cuyo inciso a ) intenta promover el "trabajo permanente para
todos"; la Constitución francesa, aprobada en el referéndum de 13 de octubre de 1946, en cuyo
preámbulo se afirma que "toda persona tiene el deber de trabajar y el derecho a obtener un
empleo".
Llegamos así a la Carta de la OEA, cuyo texto, en lo conducente decíamos, es obra de Mario de
la Cueva, para culminar el proceso con la Declaración Universal de Derechos Humanos,
aprobada por la Asamblea General de las Naciones Unidas el día 10 de diciembre de 1948, en
cuyo artículo 23, inciso lo. se determina que "toda persona tiene derecho al trabajo, a la libre
elección de su trabajo, a condiciones equitativas y satisfactorias de trabajo y a la protección
contra el desempleo".
Las raíces de nuestro artículo 3o. son, entonces, obvias. El derecho al trabajo ha sido la
aspiración constante de todos los movimientos sociales. Nuestro derecho vigente lo consagra,
ya, desde el lo. de mayo de 1970. Pero cabe preguntar; ¿cuáles son sus alcances y sus límites?
A responder esas preguntas, dedicaremos los párrafos siguientes.
El derecho al trabajo presenta, sin duda alguna, varias formas de manifestarse. Podríamos
hablar, en primer término, del derecho a adquirir un empleo. En segundo lugar, del derecho a
conservar un empleo.
La primera manifestación, aun cuando se exprese programáticamente en forma absoluta es,
siempre, relativa. En todo caso dependerá de la condición de cada país y del equilibrio
económico y demográfico que pueda lograrse. Puede tener diferentes expresiones: el Estado
asume por sí mismo la obligación de dar empleo, o bien el Estado obliga a los particulares para
que éstos lo hagan. Tiene, en ocasiones, una institución complementaria que sólo puede operar
en países con una situación económica privilegiada, y un adecuado sistema de seguridad social:
el seguro de desempleo. La realidad de las cosas es que el derecho a adquirir un empleo, por
éstas y otras muchas consideraciones, tiene mucho de utópico.
La segunda manifestación del derecho al trabajo suele presentar mejor perspectivas. Se traduce
en una fórmula que podría ser la siguiente: todo trabajador tiene derecho a conservar el empleo,
salvo que hubiere una causa justa para privarle de él. Este principio se identifica como el de la
estabilidad en el empleo.
La estabilidad puede ser, igualmente, absoluta y relativa. Es absoluta en el caso previsto en el
concepto: el trabajador no podrá ser separado, sin motivo. Es relativa cuando, en determinados
casos, el patrón puede separar al trabajador, sin que éste tenga la posibilidad de ser reinstalado,
aunque la ley le otorgue esa acción, en virtud de que el patrón quede facultado para optar por el
pago de una indemnización.
Después volveremos sobre estos problemas. Sin embargo, debemos señalar que en México,
según Trueba Urbina, el texto original de la fracción XXII del artículo 123 constitucional
consagraba la estabilidad absoluta al disponer que el patrón "estará obligado, a elección del
trabajador, a cumplir el contrato o a indemnizarlo con el. importe de tres meses de salario".
Posteriormente la SCJN, mediante ejecutoria dictada el 25 de febrero de 1941 (Óscar Qué)
estableció que la reinstalación forzosa era imposible por tratarse de una obligación de hacer y
sustituyó en todos los casos la obligación, por el pago de una indemnización. La reforma
constitucional de 1962 vino a reducir el alcance de la interpretación jurisprudencial pero,
considerando el texto original, limitó el derecho de los trabajadores para conservar su empleo, al
establecer una estabilidad relativa.
El derecho al trabajo, en su primera manifestación: derecho a exigir un empleo, tenía sólo una
expresión relativa y ambigua en la ley de 1931, en cuyo artículo 111, fracción I, se establecía, sin
reglamentarlo debidamente, un derecho de preferencia en favor tanto de los mexicanos, como de
quienes hubiesen servido satisfactoriamente con anterioridad y, por último, en favor de los
sindicalizados.
La Ley de 1970, en una línea paralela, vino a precisar este derecho en sus artículos del 154 al
157 en los que, además de consagrar la misma preferencia de su predecesor, establece una
acción ante los tribunales de trabajo que podría desembocar en un laudo que constituya la
relación laboral en contra de la voluntad del patrón, tal como se precisa en el artículo 157.
El deber de trabajar, según se configura en el artículo 3o., tiene más el carácter de una
declaración programática, y no expresa una obligación jurídica concreta. Parece seguir una línea
semejante a la del artículo 12 de la Constitución de la URSS en el que se señalaba que "el trabajo
en la URSS es, para todo ciudadano apto para el mismo, un deber y una honra, de acuerdo con el
principio: «El que no trabaja, no come»". Entre nosotros se precisa en el artículo 134 de la propia
ley, fracciones III y IV, que indican que los trabajadores deberán desempeñar el servicio bajo la
dirección del patrón o de su representante, a cuya autoridad estarán subordinados en todo lo
concerniente al trabajo, y que los trabajadores deberán ejecutar el trabajo con la intensidad,
cuidado y esmero apropiados y en la forma, tiempo y lugar convenidos. El incumplimiento de este
deber de trabajar deberá entenderse como una falta de probidad susceptible de fundar un
despido, según se dispone en el artículo 47, fracción. II. En realidad estos derechos y deberes
sociales de trabajar constituyen más declaraciones de principios que normas, es decir, no
generan, por sí mismos, derechos y obligaciones. Probablemente podría ponerse en tela de
juicio su inclusión en el art. 123 constitucional y en la ley. En todo caso la amarga realidad social
de nuestros días hace patente que el derecho al trabajo no es más que una utopía.
5. LA LIBERTAD, LA IGUALDAD, LA DIGNIDAD Y LA SALUD DE LOS TRABAJADORES COMO
FINES DEL DERECHO LABORAL
El artículo 3o. de la ley, al que Mario de la Cueva —su autor— califica de "insaciable", es rico en
sugestiones y principios. En su segundo párrafo señala que el trabajo: "no es artículo de
comercio, exige respeto para las libertades y dignidad de quien lo presta y debe efectuarse en
condiciones que aseguren la vida, la salud y un nivel económico decoroso para el trabajador y su
familia".
¿A qué se refiere la frase "el trabajo no es artículo de comercio?" En realidad, es preciso
asomarse a las explicaciones que sobre la naturaleza de la relación de trabajo, se han dado, para
poder entender esta idea.
Para los romanos —y esa tesis siguió dominando hasta el Código Napoleón— el contrato de
prestación de servicios personales era considerado como un arrendamiento de servicios.
Precisamente, la "Sección Primera", del libro III, título VIII, capítulo III del Código Napoleón trata:
"Del arrendamiento de domésticos y obreros", y a ellos dedica sólo los artículos 1780 y 1781.
Carnelutti, comprendiendo la insuficiencia de la tesis del arrendamiento, ya que no es posible
devolver la energía prestada por el trabajador (y ello contradice la esencia del arrendamiento:
devolver la cosa arrendada), lanzó la tesis de que el trabajador vendía su energía de trabajo. Se
trataba, entonces, de un contrato de compra venta, ya que Carnelutti, en una conclusión que él
mismo calificó de audaz, admitió que "la energía humana, en cuanto es objeto de contrato, es
una cosa".
Estas explicaciones sobre la naturaleza del trabajo y otras más v. gr., la que sostiene que el de
trabajo es un contrato de sociedad, pierden de vista que el Derecho del trabajo no es un Derecho
económico, sino básicamente, un instrumento jurídico que contempla al hombre como tal e intenta protegerlo en su vida, en su dignidad, en su salud. De esa manera no puede admitirse que
se apliquen sin más, a la energía de trabajo, los calificativos aplicables a las cosas. Por ello ha
surgido el principio de que el trabajo no es un artículo de comercio, concepto que está
íntimamente vinculado al rechazo de la esclavitud.
El principio de la libertad de trabajo que se apunta también en el artículo 3o., tiene su más clara
expresión en el artículo 4o. de la ley que dispone que "No se podrá impedir el trabajo a ninguna
persona ni que se dedique a la profesión, industria o comercio que le acomode, siendo lícitos", el
cual, transcribe, palabras más o menos, el primer párrafo del artículo 5o. constitucional. No es
necesario buscar todos los antecedentes de este precepto. Su origen está, sin duda, en el Edicto
Turgot, que puso fin al externa corporativo, en el cual se dice, precisamente, lo siguiente:
Perseverando en la resolución que siempre hemos sostenido de terminar los abusos que existían
en las corporaciones y comunidades... hemos juzgado necesario establecer para el porvenir
reglas a favor de las cuales la disciplina interior y la autoridad doméstica de los maestros sobre
los obreros se mantengan, sin que el comercio y la industria sean privados de los beneficios
atingentes a la libertad.
Este principio de libertad alcanza una expresión más concreta en el artículo 40 de la ley el cual
señala, a propósito de la duración de los contratos de trabajo que "Los trabajadores en ningún
caso estarán obligados a prestar sus servicios por más de un año", y se matiza por lo dispuesto
en el artículo I. fracción III, de acuerdo con el cual los trabajadores tienen la obligación de
"desempeñar el servicio bajo la dirección del patrón o de su representante, a cuya autoridad
están subordinados en todo lo concerniente al trabajo". De ello se entiende que fuera de sus
obligaciones específicas, no habrá tal subordinación.
La igualdad es una de las metas principales del Derecho del trabajo, si bien, por una razón que
no se explica, suele referirse sólo al problema del salario. Así, en el artículo 123 constitucional,
inciso "A", párrafo VII, se dice que "Para trabajo igual debe corresponder salario igual, sin tener
en cuenta sexo nacionalidad". El artículo 86 de la ley recoge el mismo principio al ¿sentar que
"a trabajo igual, desempeñado en puesto, jornada y condiciones de eficiencia también iguales,
debe corresponder salario igual".
El problema de la desigualdad en el trabajo ha sido uno de los factores determinantes de
mayores y más graves conflictos. Históricamente se asocia a las luchas por obtener igual salario
para las mujeres y niños que para los hombres, que lo tenían diferente sólo en razón del sexo o
de la edad. La diferencia de salario sólo motivada por la nacionalidad, fue una de las causantes
de la trágica huelga de Cananea. Por ello la ley, en los últimos párrafos del artículo 3o. precisa
que "no podrán establecerse distinciones entre los trabajadores por motivo de raza, sexo, credo
religioso, doctrina política o condición social".
Este hermoso principio tiene, sin embargo, un límite serio, que se acentúa a niveles
constitucionales, en nuestro país: la diferencia, al menos en orden a la preferencia e inclusive, a
la posibilidad de realizar determinado tipo de actividades, en razón de la nacionalidad y aún de la
manera como ésta se adquiere. En el artículo 32 constitucional se limita, en favor de los
mexicanos por nacimiento, el derecho de pertenecer al activo del Ejército, al de la Armada o a la
Fuerza Aérea, o para ser capitán, piloto, patrón, maquinista, mecánico o, en general, tripulante
de barco o aeronave mexicana; para ser capitán o práctico de puerto o comandante de
aeródromo. La preferencia en favor de los mexicanos respecto de los extranjeros para ocupar
vacantes o puestos de nueva creación, queda consagrada en el artículo 154 de la ley y en el
artículo 7o. se determina que sólo podrá haber hasta un diez por ciento de trabajadores
extranjeros en las empresas, y ninguno en las categorías de técnicos y profesionales.
Esta discriminación suele explicarse como una medida de defensa migratoria. En nuestro
concepto no se justifica. En el caso del rechazo a los mexicanos por naturalización, no sólo no se
justifica, ni se explica, sino que resulta abominable. Con razón se ha dicho que nuestro país, que
consagra todo tipo de libertades e igualdades, respecto de sus propios nacionales establece, por
el contrario y por lo menos, tres categorías: mexicanos de primera, que son los mexicanos por
nacimiento, residentes en el país por más de veinte años, hijos de padre o madre mexicanos y
para quienes, en exclusiva, se reserva el honor de la Presidencia de la República (artículo 82-1,
de la Constitución); mexicanos de segunda, que lo son por nacimiento, pero hijos de padre o
madre extranjeros y mexicanos de tercera, que lo son por naturalización. Dentro de esta clase
aún podría encontrarse otra clasificación, si bien ésta sólo atiende al trámite de su naturalización,
que puede ser ordinaria o privilegiada.
El nacionalismo a ultranza o chauvinismo no juega con las modernas corrientes del pensamiento.
Las alianzas comerciales internacionales; la supresión de visados para internarse y aún trabajar
en otro país, son, entre otros, signos de un tiempo nuevo.' Ojalá que algún día lo comprenda el legislador mexicano y que se eliminen éstas y otras discriminaciones, en nuestro sistema jurídico.
La garantía de la salud y la vida y la obtención de un nivel decoroso para el trabajador y su
familia, son principios que también iluminan nuestro derecho. La previsión y la seguridad sociales
han tomado a su cargo las dos primeras metas. La última intenta resolverse mediante la
institución de los salarios mínimos generales y profesionales. En el segundo párrafo del artículo
90 se dice, a propósito de ello, que "el salario mínimo deberá ser suficiente para satisfacer las
necesidades normales de un jefe de familia en el orden material, social y cultural, y para proveer
a la educación obligatoria de los hijos.
¿Se ha resuelto, acaso, el problema, de esta manera?
Lamentablemente no es así. Una permanente alza de precios que invoca, como pretexto,
precisamente el alza anual de los salarios mínimos, ha convertido a éstos, siempre, en un salario
de hambre. Mario de la Cueva ha dicho, que "la fijación de los salarios mínimos muestra la
pobreza de alma de los miembros de las comisiones respectivas y de los dirigentes del
movimiento sindical, que no son capaces de hacer valer los derechos del trabajo". En nuestro
concepto la razón fundamental de la insuficiencia de los salarios mínimos tiene raíces más
profundas. La economía no puede quedar regida sólo por la buena o mala voluntad de los que
fijan precios y salarios. Somos un país en desarrollo, lo que quiere decir: un país
subdesarrollado, con ganas de dejar de serlo. El empuje económico queda a cargo de una
minoría que arrastra las carencias de una población en constante aumento, sin que aumenten los
satis factores en la misma proporción. Las familias obreras y campesinas mexicanas son muy
prolíficas y el salario de x>s jefes de familia, totalmente insuficiente. Si en una solución que
parece fácil, se aumentan los salarios, aumentarán de inmediato los precios y el resultado será
una moneda que se devalúa hacia dentro, hacia su poder adquisitivo independientemente de sus
devaluaciones externas.
Claro está que la fórmula contraria, tan de moda en el México neoliberal de hoy, de congelar los
salarios y permitir, con mayor liberalidad, el movimiento de los precios, particularmente de los
que corresponden a los servicios estatales: gasolina, electricidad, agua, etc., sólo conduce a la
de pauperización de la clase obrera, a la aparición intensa de la economía informal y al
desquiciamiento total de la economía.
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