vivencias_files/C`est la vie mein Freund

Anuncio
C’est la vie, Mein Freund, Cèst la vie
Fue de hecho mi única incursión en el sector privado. Gerente de Promoción y
Propaganda de Agfa Gaevert de México, la segunda empresa fotográfica de
México y del mundo en aquel entonces. Nunca pude lograr que se eliminara el
"Propaganda " del título del puesto que me fue asignado. Seguramente el Director
General, alemán de corte prusiano, tenía reminiscencias de aquel controversial
pero sin duda eficaz Ministro de Propaganda nazi que respondía al nombre de
Joseph y al apellido de Goebbels.
Es extraño, jamás en mi vida laboral, trabajando en el sector público o en el
ámbito educativo, o bien al colaborar con una agencia de Naciones Unidas o
incluso como Consultor independiente, me ha sobrado tiempo. Siempre me he
quejado de que el día no tenga más de 24 horas. Por lo general, he estado
agobiado con mis tareas y proyectos. En tal experiencia de nueve meses en
aquella empresa transnacional, sin embargo, lo extraño es que me sobraba
tiempo; y tal vez como las ideas, los mensajes, los materiales publicitarios y la
estrategia promocional venían con frecuencia ya cocinadas de Alemania y, en
menor medida, de Bélgica, creo que en algunos momentos simplemente me
aburría. Y debo aclarar, en descargo de mi pereza, que el Director General y mis
compañeros coincidían al afirmar que nunca antes se había logrado tanto en la
Gerencia de Promoción y Propaganda, como en aquel período en que yo la dirigí.
Será el sereno, pero a mi me sobraba tiempo.
En una tarde, tal vez para atenuar mi aburrimiento, decidí jugarle una broma a uno
de mis colegas, que respondía al nombre de Rudolph Müller, un joven delgado y
muy alto, nacido en Frankfurt pero ya casi plenamente tropicalizado por su
esposa veracruzana y por su afición a las películas mexicanas. Este atlético
exponente de la raza área desempeñaba el cargo de Gerente de Productos
Profesionales.
Su cubículo y el mío eran contiguos y estaban separados por una división de
cristal, cuyas cortinas dejaban sin cubrir una pequeña rendija en uno de los
extremos, al grado que bien habría podido espiarlo con facilidad si no estuviese
seguro de que sus labores eran por lo regular mucho menos interesantes que las
mías y su vida de trabajo mucho más aburrida de la que yo padecía en algunas
ocasiones, cada vez, por cierto, más frecuentes.
Recién había comprado una pequeña grabadora con un excelente fidelidad de
sonido. Jugaba precisamente con ella cuando se me ocurrió la broma inofensiva
que decidí instrumentar de inmediato. La encendí la puse en posición de
grabación y la introduje hasta el fondo del cajón de mi escritorio. Cerré el cajón y
la dejé continuar grabando por unos cinco minutos. Después abrí un poco el cajón
muy despacio, me aproximé y comencé a grabar esa señal que solemos usar en
México para llamar la atención de alguien: "psst, psst" ". Volví a grabar la misma
señal tres veces con intervalos de dos minutos. Cerré con suavidad y dejé
transcurrir ahora tres minutos, después de lo cual, hice un hueco con mis manos
juntas alrededor de mi boca para provocar una sensación de eco, me recargué en
la apertura del cajón, a no más de cinco centímetros y, en el tono más grave y
ronco que fui capaz de emitir, pronuncié muy lentamente el nombre de mi amigo: "RRUUUDDOOLLLFFFF".
Los dos minutos siguientes fueron del más absoluto silencio. después de lo cual
lancé el grito sofocado y distorsionado más feo que he podido pronunciar en mi
vida "gggrrrrraouuussshhhhaaargggssdddhh", el cual salió, en efecto, no feo sino
espantoso. Cuando reproduje lo grabado y lo escuché, en verdad que yo mismo
me espanté, parecía un lamento de ultratumba. Un par de minutos después. Me
hice una especie de corneta con un folder que ayudó a hacer más lejana y grave
mi voz, de por sí ya desfigurada: - "TTRRRAAMMPPPOOSSSOO, dije ahora y
regresé al silencio. Con intervalos de dos o tres minutos volví a emitir el "psstt,
psstt" y poco después concluí la grabación con la expresión: - "SOOYY-TTUUUCCOONNCCIIEENNCCIIAA... KAABBRROONN"
Yo sabía que Rudolph tenía ese día un Acuerdo con el Director General a las
once. También sabía que los acuerdos con el Director jamás se extendían más
allá de veinte minutos, así que a las 11:10 en punto llamé a la Secretaria del
Director y le dije:
- Érika, me urge hablar con el Director por la red, pero no lo quiero interrumpir,
supongo que está con alguien.
- En efecto, - me indicó, - está en Acuerdo con Rudolf
- Me haría el gran favor Érika de avisarme apenas concluyan la reunión.
- Por supuesto, - me dijo, - le llamaré oportunamente.
- ¡Bravo! -exclamé, - ha vuelto a hablar la voz más eficiente de Agfa-Geavert, - yo
sabía que le fascinaba que yo hiciera mención de su eficiencia, y eso aseguraba
que me llamaría inmediatamente después de que concluyera la reunión.
Disponía de no más de tres minutos para preparar mi travesura inofensiva. Tomé
la grabadora, salí rápidamente de mi despacho y, asegurándome de que nadie me
veía, me introduje en los dominios de Rudolph. Cerré la puerta con mucho
cuidado, con el mismo con que abrí el cajón intermedio del archivero metálico que
se localizaba en un extremo apartado de su escritorio. Escondí la grabadora de tal
manera que nada obstruyera la bocina, pero que no fuera fácil encontrarla. Activé
el botón de reproducción y con los movimientos felinos y elegantes de un espía,
salí con sigilo de su despacho.
Entré a mi cubículo justo a tiempo de responder el teléfono y escuchar la voz de
Érika diciendo - Herr López, se están despidiendo en este preciso instante. Vielen Danken Frau Perfekt, - dije al colgar.
Apagué la luz de mi oficina al escuchar que se abría la puerta del elevador y me
dispuse a incursionar en mi labor de espionaje a través de aquella rendija que me
permitía apreciar lo que acontecía en prácticamente todo el cubículo de mi
compañero germánico.
Rudolph entró pensativo a su despacho, colgó con cuidado su saco en el
perchero, se desplomó en su sillón ejecutivo e inició la lectura de un documento,
que supuse le había apenas entregado el Director General. Transcurrieron unos
tres minutos en el más absoluto silencio.
De repente el primer "Psst Psst" provocó que la cabeza de Rudolph se irguiera
con una velocidad supersónica. Sus ojos se abrieron al máximo buscando con
gran curiosidad el origen de aquel extraño ruido. Su expresión reflejaba una cierta
dosis de desconcierto. La verdad, debo confesarlo, es que tuve que hacer un
especial esfuerzo por contener una carcajada que habría delatado mi espionaje y
dado al traste con aquella broma inocente.
Muy poco a poco regresó Rudolph a la lectura se aquel documento, con dificultad
manifiesta de concentración e interrupciones intermitentes de miradas de nueva
búsqueda. Finalmente su atención volvió a concentrarse en la lectura cuidadosa
del citado documento.
El segundo "Psst Psst" hizo que Rudolph se pusiera de pie como activado por un
poderoso resorte, Caminó por el despacho tratando de encontrar no sabía qué.
Movió las cortinas, se asomó a mi despacho por otra rendija a través de la cual
con seguridad me espiaba alguna vez el muy canalla, pero la carencia de luz
eléctrica y el haberme ocultado con oportunidad detrás de un archivero lo hicieron
descartarme como opción.
Yo me reincorporé con cautela a mi puesto de observación y pude apreciar que en
tres ocasiones intentó infructuosamente concentrarse y reanudar su lectura.
Estaba en realidad inquieto, abrió la puerta de su despacho pero el pasillo estaba
desierto. Se recargó en el archivero en que había yo ocultado la grabadora. Pensé
que desde ahí iba a descubrir el origen de aquella desagradable sensación de
inseguridad, con seguridad insoportable para quien se enorgullecía y vanagloriaba
precisamente de lo contrario. Se llevó la mano izquierda a la cabeza y se presionó
las sienes, como buscando extraer una solución inteligente. De repente la
encontró y caminó hacia la puerta de entrada, a la que acercó su oído con
precaución, y tomo con suavidad la manija de la puerta. Permaneció por un rato,
inmóvil, en aquella ridícula posición, como aquellos mimos que en el parque, por
unos minutos y por unas monedas, se convierten en estatuas de marfil. Con
aquella estatura y aquella flacura la imagen era más que cómica, era ridícula.
Entonces llegó el tercer "Psst Psst" y Rudolph abrió con furia la puerta seguro de
que encontraría "in fraganti" al autor de aquella fechoría. Pero nada, el pasillo
continuaba desierto. Regresó lentamente a su despacho con una expresión de
frustración que muy pronto se fue convirtiendo en una de ansiedad y coraje. De
manera atropellada abrió los cajones de su escritorio y revisó con premura. Luego
hizo los propio con los cajones del archivero y, para sorpresa mía, no se percató
de la presencia de mi grabadora, quizás porque la búsqueda fue precipitada o la
ansiedad excesiva.
Se desplomó en su sillón. Su reflexión se clavó en un lejano punto imaginario. Sus
ojos miraban en una dirección y su mirada en otra. Así permaneció algunos
minutos, tratando evidentemente de calmarse y no perder el control, tal vez por
primera vez en su vida. Su nombre, pronunciado desde el fondo de un pozo lo
despertó y se volvió a instalar en su rostro aquel gesto extraño de sorpresa y
desconcierto extremo que comenzaba ya a preocuparme. Era manifiesto el grado
de desesperación que comenzaba a dominarlo, cuando hizo un claro esfuerzo por
no levantarse y avivó sus cinco sentidos, los puso, era claro, en posición de alerta
extrema.
Al escuchar aquel horrible grito de ultratumba que inventé
"BBBgggrrrrraouuussshhhhaaargggssdddhh". Rudolph se puso de pie de manera
atropellada, con la celeridad del rayo prusiano, seguramente similar a la que
habría mostrado un soldado selecto del Tercer Reich ante la presente repentina
del Führer. Ahora no estoy muy seguro si chocó o no los tacones, pero sí recuerdo
que su expresión era de manifiesta inquietud ya de absoluta perplejidad. Ahora sí
su expresión era de franco terror. Mi preocupación aumentó y estuve a punto de
correr a confesarle mi inocente travesura. Se levantó con brusquedad y volvió a
abrir la puerta, regresó, se asomó estúpidamente atrás del archivero. Salió y casi
corrió por el pasillo hacia el espacio donde escribía en máquina Griselda, la
secretaria que nos daba servicio a ambos. - ¿No me ha buscado nadie? preguntó.
- No, Nadie - respondió ella - ¿Te sientes bien? - preguntó extrañada. - Jamás lo
había visto en ese estado - dijo más tarde. Rudolph regresó casi corriendo a su
despacho o mejor dicho al mío, que abrió con precipitación y encendió la luz, pero
mi escondite era perfecto. Apagó y regresó al suyo, justo a tiempo de escuchar
aquella fulminante acusación de "TRRRAAMMPPPOOSSSOO". Su rostro se
alteró aún mas. No había duda el origen de aquella pesadilla estaba dentro de su
territorio.
Al volver a asomarme pude apreciar una imagen desoladora que casi me hace
arrepentirme de aquella aventura. Rudolph, desplomado en su sillón, despeinado,
pálido, se puso las manos en los oídos al escuchar nuevamente el "psst, psst" y
apretó su cara al escritorio.
Pero cuando escuchó aquel - "SOOYY-TTUUU-CCOONNCCIIEENNCCIIAA...
KAABBRROONN" Se levantó aterrado y furioso, descompuesto. Súbitamente se
dirigió resuelto y apresurado al archivero y, como si estuviese seguro de que ahí
se encontraba la fuente de aquellos sonidos horrible, sacó carpetas y folders,
tirando algunos de ellos al suelo, hasta que encontró la grabadora infernal. Con
rapidez encendí la luz de mi despacho y me fui a sentar y esperar con paciencia,
con expresión hipócrita y con la conciencia no precisamente tranquila.
Pasaron unos minutos que se me hicieron eternos. Se abrió de repente la puerta
de mi despacho. Rudolph entró con mi grabadora en la mano y su mirada
amenazante. Yo me incliné hacia atrás, reconociendo con una leve sonrisa mi
responsabilidad en los recientes acontecimientos. Con la corrección acostumbrada
de un digno representante del "Civilized World", como ellos destacaban algunas
veces, depositó con cuidado mi grabadora en mi escritorio, me miró fijamente y me
lanzó aquella acusación fulminante: - Eres un Kabron, un kabrón, eso sí es lo que
tu eres, un KABRON.
Se retiró de mi despacho y se fue a casa. A partir del día siguiente éramos amigos
como siempre y cuando alguien recordaba aquella broma que él mismo se
encargó de difundir en toda la empresa, se sonreía e invariablemente me decía: un kabrón, eso sí es lo que eres, un KABRON.
En dos ocasiones, estando solos, se atrevió a preguntarme en voz muy baja
–Por qué incluiste lo de tramposo
–Simplemente se me ocurrió –le respondí.
No me creyó. La segunda vez me precisó
–Cuando uno no es el Jefe, a veces se ve obligado a realizar ciertas acciones, por
instrucciones expresas de sus superiores, aunque no esté del todo de acuerdo con
ellas. Un extranjero, Mario, no se puede dar el lujo de perder un buen empleo en
un país en que quiere permanecer.
Yo simplemente me encogí de hombros y le dije –C’est la vie, Mein Freund, Cèst
la vie.
Descargar