9º DOMINGO en ORD. (A-2) (11:00) ¿Somos un pueblo de misión o no? La Fundación Gallup, que hace encuestas, tiene una división que ha estudiado iglesias en el EEUU por más de 50 años. De las católicas dice que sólo 14%, o sea uno de 7 personas, completamente comprenden y se entregan a la misión de la parroquia. 51% están desintegrados, es decir, vienen, ponen algo en la colecta, a veces atienden una función, pero por lo mayor, vienen a Misa y se van. Raramente se entregan al servicio de los demás o ayudan a formar comunidad. La 3ª categoría, el activamente desintegrado, es uno que siempre encuentra lo malo en todo. Lo nombro el “quejón,” y es 39% de toda parroquia. Es completamente negativo. La mejor parroquia es la que está completamente entregada a su misión. El lunes pasado, los 12 líderes del consejo parroquial, 2 de cada cultura aquí más uno de la escuela y un mentor de la juventud, tomaron la declaración misionera antigua y decidieron enmendarlo a decir: “Descubrimos el amor de Dios por medio de Alabanzas, Oración, Estudio, y Buenas Obras.” Para ayudarnos a ser un pueblo entregado a la misión, lo recitamos a comenzar la misa como recuerdo y como meta. ¿Queremos ser gente cuya fe está construida en la roca de la misión de Cristo, o queremos pasar por la vida y escuchar, “Váyanse, no los conozco!”? Tenemos a una parroquia especial que no cabe dentro de las estadísticas de Gallup. Sin embargo, en este último domingo antes de la Cuaresma, no cumpliría con mi cargo de retarnos a examinar cómo vivimos los 4 pilares de nuestra misión. ¿Alabo con alboroto de ser alimentado por la Palabra y la Eucaristía para que salga listo para servir? ¿Rezo, comunicándome con Dios, que 1 no es sólo hablarle sino también escucharle? ¿Estoy estudiando acerca de la espiritualidad de la iglesia, las vidas de los santos, o algo que me ayudaría a mejorarme como persona? ¿Busco formas de servir al pueblo de Dios y su creación? Hay que contestar estas preguntas para crecer. Podemos contestarlas y recomponer nuestras fundaciones a la vez, durante las 6 semanas de la Cuaresma, y así fortalecer los cimientos de la fe. La Cuaresma es una temporada en la cual tomamos tiempo para orar, ayunar y dar limosnas. El orar es comunicarme con Dios. El ayunar es lo que Isaías 58 y Mateo 25 nos dicen: ayuden al pobre sobrevivir. Y dar limosnas implica ayudar al pobre vivir mejor, a la parroquia a servir mejor, y a la diócesis educarnos mejor, con donaciones que se dan por la gratitud que sentimos de lo que Dios nos ha hecho y nos está haciendo. Jesús nos advierte que no todos los que dicen, “Señor, Señor,” van a entrar al reino de Dios. Lo que cuenta es cómo vivimos lo que creemos y la actitud con la cual vivimos. Imaginen a los discípulos decir, “Señor, profeticé, sané, exorcicé a demonios, y todo en tu nombre.” Imaginen a Cristo decir, “¿Y qué? Lo hiciste para que te vieran, por soberbia, y como si fueras más importantes que los demás.” Nuestros catecúmenos van a firmar un libro hoy que dirá al obispo que sus deseos es vivir dirigidos por su misión. Nuestros nombres ya están junto a los de ellos. ¿Pudiéramos comprometernos a caminar con ellos en la misión de Cristo por el resto de nuestras vidas? Que no les desilusionemos. Al vivir nuestra misión nos aseguramos oír: “Vengan, queridos de mi Padre, y hereden el reino preparado desde el comienzo del tiempo,” porque nuestra misión no es imposible. 2