02/07/2012 descargar

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(historia)
Primera
acampada
en Madrid
La familia
B
asta con echar un ojo a la
estructura familiar vigente
en la meseta castellana del siglo
XIX para saber cómo era una
familia carpetana. Además de
la agricultura y el ganado, la
elaboración de cerámica tenía
un papel fundamental en la
sociedad. Colocaban la arcilla
en una cubeta de decantación
para favorecer el sedimento
de las impurezas. Cuanto más
se decantaba, más pura era la
pasta que se obtenía.
Vivían en adosados, bebían cerveza y tenían una vajilla de lujo y otra de diario.
Los carpetanos fueron los primeros pobladores de la capital
Texto: Marta García. Ilustración: Arturo Asensio. Fotografía: Mario Torquemada/MAR
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QUO | 15
(HISTORIA)
Hay pocas
diferencias
entre un pueblo
carpetano
y otro de
la meseta
de mediados
del XIX
No hacía falta chimenea, porque el
humo del hogar salía a través de la
cubierta vegetal. Se han encontrado
partes de algunas de las vigas.
Las viviendas estaban
construidas sin
cimientos, pero con un
zócalo realizado en piedra caliza.
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El adobe era el material fundamental con el que se construían las paredes. Sobre ellas
se colocaba un entramado de
vigas de madera.
El poblado
T
enían una posición
económica bastante acomodada. Vivían
en amplios apartamentos de 60 m2 adosados
por tres caras y con
un porche en la entrada. Su cabaña ganadera era muy extensa,
cultivaban el trigo
y la cebada, tenían
su propia cerámica
y fabricaban unos
tejidos más duraderos
que algunos de los
que se venden en las
actuales tiendas de
lujo. Los carpetanos
vivían en un área situada en la submeseta sur
de la Península Ibérica,
tenían una sociedad
bastante organizada,
con un sistema jerárquico y funciones muy
bien definidas.
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La forja
T
rabajaban el hierro de forma similar a
como se hace en las fraguas tradicionales,
con instrumentos muy parecidos, pero más
rudimentarios. No hay datos constatados de
que hubiera forjadores profesionales, pero se
cree que los oficios estaban definidos.
Estas cinchas,
fabricadas en
hierro y con
remaches en
los extremos, se
utilizaban para
sujetar baldes.
En la fragua se
usaban pinzas
de hierro, al
igual que ahora.
Estaban formadas por dos
brazos planos y
alargados, con
los extremos
de forma lanceolada.
Comercio
L
a actividad callejera era
muy intensa. Había un
gran intercambio comercial,
como demuestra el hecho
de que se hayan encon-
trado monedas de origen
carpetano en casi veinte
yacimientos arqueológicos
diferentes. En el poblado
que había en el Llano de
Un lujazo
L
a moda en los
peinados variaba
casi tanto como
ahora, y la coquetería se plasmaba,
entre otras cosas, en
adornos y oropeles.
La mayoría estaban
fabricados en hierro
o bronce, y tenían
muchas formas y
funciones. También
elaboraban unas
cuentas esféricas en
azul cobalto, negro,
blanco y verde para
collares y abalorios.
En función de
las diferentes tipologías de todo este
material se data en
una fecha u otra.
Las cuentas de los
collares estaban hechas
de pasta vítrea y tenían
diferentes colores y
decoraciones.
Los niños y los adultos
llevaban anillos de
bronce. Las piezas que
se han encontrado no
conservan decoración.
la Horca, Madrid, todavía
pueden verse rodadas de
algunos carros en los que
transportaban los productos que intercambiaban.
Algunas tinajas se
parecían a las ibéricas, con líneas horizontales, bandas
y semicírculos.
La variedad de las fíbulas era enorme, tanto
para sujeción de prendas de vestir como para
adorno personal.
El juego
L
Tenían grandes
vasijas de almacenaje. Alguna,
como esta,
medía 85 cm de
altura.
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a actividad lúdica era muy intensa,
y no solo entre los niños. Los juegos
tenían un papel representativo en la vida
del pueblo, y era frecuente el uso de
fichas cerámicas y canicas. Las piezas
podían tener líneas incisas que se cruzaban, o bien de puntos, y algún elemento
decorativo exciso. Estaban realizadas en
barro sin cocer y tenían un diámetro de
entre 2,5 y 1,9 centímetros.
Las canicas no
son un invento
actual. Los
carpetanos
ya las usaban.
Muchas de
ellas tenían
decoración.
Estas fichas
de juego se
elaboraron con
fragmentos
de distintos
recipientes
cerámicos a
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torno.
D
e entrada, torta de bellotas a las
finas hierbas tostada sobre los rescoldos de la parrilla. De plato principal, gachas de harina ecológica
con crujientes tropezones de perro
y cerdo. Y de postre, fruta madurada al sol con
miel de colmenas de la tierra. Todo regado con
cerveza elaborada artesanalmente de profundo e intenso sabor en boca. No, no es la carta
del último restaurante “pijichic”, sino un más
que probable menú diario “carpetano”… ¿Carpetano? ¿Pero quiénes eran los carpetanos?
Moraban en los escarpes –declives del terreno–
del Tajo entre el s. III y el s. I a. C., y eran, a la
sazón, los primeros madrileños. Diferían poco
de nosotros en cuanto a utillaje y sistemas de
producción de la industria agroalimentaria y
ganadera de bien entrado el siglo XIX. Únicamente, algunas herramientas y procesos más
rudimentarios delataban su pertenencia a la
segunda Edad del Hierro.
No es difícil imaginar cómo se desarrollaba
un día ordinario en la vida de este pueblo. Las
excavaciones que se están llevando a cabo en
El Llano de la Horca, Santorcaz, Madrid, nos
permiten deducir que la familia se levantaba
temprano para aprovechar la luz solar. Tras desperezarse, la higiene personal… si tocaba. No
tenían ríos cercanos, pero sí manantiales y, en
caso de extrema necesidad, su propio orín para
lavarse. Se trataba esta de una costumbre más
higiénica de lo que parece: la urea tiene función
dermoprotectora.
Si era día de celebración, se desempolvaban
las mejores galas y abalorios, y la mujer ordenaba sobre la mesa la vajilla de lujo. Consistía en recipientes de pastas claras, ricamente
decorados y difíciles de elaborar si no era por
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Es una de las piezas carpetanas más importantes.
De apenas 1 mm de grosor, está placa está decorada mediante repujado y
troquelado.
Simbología
E
ntre otras deidades,
adoraban a Ataecina,
diosa del renacer y la
primavera. Se han encontrado algunas piezas que,
por su especial configuración, tamaño o riqueza,
parece que estaban destinadas a contener objetos
o materiales de gran valor
y significado para los
carpetanos.
Cuando tenían
que devaluar la
moneda, partían
las piezas por la
mitad, ajustaban
los precios al
nuevo valor y listo
manos expertas, ya que el ceramista conseguía
su delicado color abriendo o cerrando la puerta
del horno en el que se cocían. Permitía, así, la
entrada de oxígeno y, en consecuencia, su color
anaranjado. Diferente era la fabricación de los
utensilios de diario. Su aspecto negruzco delataba que habían sido sometidos a un proceso de
reducción de oxígeno.
Cuando no había festejos, el hombre se iba a
cazar, a guerrear o a cuidar el ganado. La mujer,
a lavar, fregar, cocinar, cuidar de la prole, arar
el campo y, en fin, tener el hogar hecho un primor. Además, lo decoraban con objetos de gran
belleza plástica que nada tenían que envidiar a
las grandes producciones numantinas.
Que era un pueblo medianamente rico lo evidencia que habían dejado atrás una economía
de subsistencia para pasar a otra de intercambio. Utilizaban monedas de plata y bronce cuyo
valor era el del metal con el que estaban hechas.
Si había que proceder a una devaluación, se
partían las piezas por la mitad, se ajustaban los
precios y listo. Comerciaban con sus vecinos,
pero a veces las relaciones de amistad, como
siempre, pasaban por momentos de confrontación. “Se peleaban por el territorio, por el
acceso a las mejores tierras, al agua, a la caza
y a las mujeres”, explica Enrique Baquedano,
codirector, junto con Gabriela Märtens, Gonzalo Ruiz-Zapatero y Miguel Contreras, de la
excavación y la exposición Los últimos carpetanos. El oppidum de El Llano de la Horca, en
el Museo Arqueológico Regional de Madrid en
Alcalá de Henares. “Más tarde, también la religión enfrentó entre sí a los pueblos”, matiza.
LOS MUERTOS NO HABLAN
A los arqueólogos les gustaría haber encontrado ya la necrópolis de este poblado, un filón
que puede desvelar muchas incógnitas. Llevan
once años buscándola sin que hasta el momento tengan pistas de su ubicación. Sí se conoce
que no enterraban a sus muertos, sino que los
incineraban en un altarcito llamado ustrinum.
Tras la cremación, recogían los huesos, los lavaban concienzudamente, los metían en una urna
funeraria y los enterraban junto con un ajuar.
Pero había excepciones… cuando los muertos
eran guerreros. “Entonces”, añade Baquedano,
quien también dirige el Museo Arqueológico de
Madrid, “colocaban los cadáveres en círculos y
los exponían a los buitres, al igual que se hace en
la actualidad en algunos países como la India”.
¿Desalmados? No, una cuestión de gestión 
plutum Republicana –en los actuales terrenos
del Cerro de San Juan del Viso– y Complutum
Imperial, hoy Alcalá de Henares, Madrid. A 14
km de esta localidad es donde se instaló el yacimiento carpetano más importante que se conoce hasta ahora. “Buscando en la bibliografía,
localizamos un expediente sobre un pueblecito
que se llama Santorcaz, muy cerca de Alcalá y
del Museo Arqueológico Regional”, aclara Enrique Baquedano. “Era un enclave ideal”, añade.
“Nos facilitaba los desplazamientos y el trabajo,
y además era visitable. Está bien comunicado
por la carretera de Barcelona y Valencia, y muy
cerca de Santorcaz.”
“Empezamos las excavaciones porque sabíamos que en esta zona había un poblado”, continúa Gabriela Märtens, codirectora de la exposición Los últimos carpetanos, abierta hasta
el 25 de noviembre en el Museo Arqueológico
Regional de Madrid, en Alcalá de Henares. “Lo
conocíamos nosotros y también los saqueadores furtivos que empezaron a expoliar la zona a
partir de la década de 1980. En 2001 se abrió el
yacimiento sobre unos terrenos de cultivo privados que desde 2002 pertenecen a la Comunidad de Madrid. Llevamos ya 12 años trabajando. Hemos encontrado un gran yacimiento”,
declara Märtens. Tan es así que solo uno de los
doce meses que tiene el año se dedica a excavaciones. “La cantidad de material extraído es
tan ingente que necesitamos el resto del tiempo
para analizarlo y catalogarlo”.
 de residuos. Los buitres tienen una gran
capacidad para descarnar cadáveres en pocos
minutos. Si, de paso, la creencia popular asegura que trasladan los restos de nuestros héroes al
cielo, junto a los dioses, mejor que mejor. En el
caso de los niños, el ritual también era diferente. Si eran recién nacidos, se enterraban bajo
el suelo de la vivienda, debido a que no habían
cumplido con los ritos de pertenencia al grupo.
TODO TIENE SU FIN
Sobrevivieron a los romanos y a su caída, y
lograron llegar casi incólumes a la Edad Media.
En realidad, su declive empezó con la guerra de
Sertorio en el año 70 a. C. Era este un brillante
militar romano que plantó cara al cruel dictador Sila. El militar enseguida se ganó el aprecio
de los hispanos gracias a una serie de reformas
sociales que mejoraron sus vidas; pronto se
declaró defensor de los oprimidos y líder del
partido popular (¡qué cosas!). Era el principio
del fin del Imperio. Pero no de los carpetanos,
porque Sertorio, fiel a sus orígenes romanos,
evitó la tentación de protagonizar un genocidio.
Con gran inteligencia, favoreció la convivencia
con los carpetanos y mestizó poblaciones y culturas. Ya bajo dominación romana, este pueblo
de la meseta conquistó ciudades como Com22 | QUO
Taller textil
L
as pesas de cerámica
servían para dar tirantez a la urdimbre
en el telar. Previamente,
las mujeres enrollaban el
hilo en husos terminados
en fusayolas –piezas
troncocónicas y bitroncocónicas, a veces decoradas– que favorecían la
inercia del movimiento
giratorio y regular en
torno al eje.
Vivían en
espaciosos ‘lofts’
de 60 metros
cuadrados, con
porche delantero y
trastero
LA APISONADORA ROMANA
Por donde pasa, arrasa. O al menos, los romanos dejaban su huella. Esta es una de las grandes dificultades que encuentran los arqueólogos a la hora de investigar culturas anteriores
al Imperio. Cada vez que intentan extraer un
resto carpetano, celta, íbero… se topan con un
asentamiento romano que ha sepultado cualquier posibilidad de rescatar piezas anteriores
a ellos. La importancia del yacimiento de Santorcaz radica en su virginidad. Allí no se asentaron los romanos, no construyeron sus casas, ni
levantaron sus templos. Los restos carpetanos
están casi “a flor de piel”. Ocho hectáreas sin
contaminar que nos permiten conocer muchos
secretos de estos primeros madrileños, un pueblo que ha dado nombre a una calle de Madrid
en la que no queda nada de ellos… ¿O sí? ■
No te pierdas la exposición Los últimos carpetanos
Museo Arqueológico Regional de Alcalá de Henares
(Madrid) Hasta el 25/11/2012. Entrada gratuita
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