La madre de todos los tigres Margarita Gentile* Resumen Se

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Revista Electrónica de Arqueología PUCP
Vol. 2 - Nro. 1 - Marzo 2007
La madre de todos los tigres
Margarita Gentile *
Resumen
Se propone la aplicación del método de interpretación iconológica al análisis de los dibujos
realizados sobre una pieza de cerámica Mochica V; la escena sería la microsecuencia de un
relato también presente en la iconografía de la cultura La Aguada, del área andina argentina.
El relato, en varias versiones, sobrevivió hasta mediados del siglo XX en las creencias de
los habitantes del piedemonte andino.
Abstract
Here we propose the application of the iconological interpretative method in the analysis of
the drawings found in a Mochica V pottery vessel. This scene could be the microsequence of
a narrative, also presented in the iconography of the La Aguada culture, from the Argentinian
Andean area. The story survived in the beliefs of the inhabitants of the Andean area, through
several generations until the middle XX century.
Introducción
En un trabajo anterior interpretamos los dibujos grabados sobre piezas de cerámica de la
cultura La Aguada 1 como partes de una narración que tendría un curso o dirección
comprensible en sus microsecuencias, aun consideradas en forma aislada (Sempé y Gentile
2004, 2006). Nos basamos en el método de interpretación iconológica aplicado al estudio de
escenas renacentistas inspiradas en los escritos de la antigüedad (Panofsky 1998 [19211953], 1998 [1932-1962]), pero reemplazando dicha literatura por mitos recopilados en los
Andes y las tierras bajas aledañas entre los siglos XVI y XX 2 .
El relato era el conocido en folklore como “mito de los mellizos divinos y el origen del Sol y la
Luna”, y trataba de lo siguiente: una hembra humana dio a luz mellizos humanos que eran
hijos de un dios que vivía en el cielo. Tras algunas peripecias, la mujer equivocó su camino y
encontró varios tigres 3 que la devoraron; mientras tanto, un tigre hembra ocultó a los
muchachitos, quienes crecieron rápidamente. Luego de algún tiempo, vengaron la muerte de
su madre matando a los tigres, reviviéndola y huyendo al cielo, donde su padre los convirtió
en el Sol y la Luna.
Los límites de los relatos recopilados
Todas las versiones de este relato se hacían imprecisas hacia el desenlace con respecto a
sus protagonistas: si bien la madre fue revivida por sus hijos su destino, luego de
consumada la venganza sobre los tigres, no quedaba claro. Por otra parte, fuera de que
vivía en el cielo, tampoco se sabía más respecto del padre. En cuanto a los tigres, todos
habían muerto excepto uno, y ese había sido el ancestro de todos los tigres que hoy
existían; dos relatos, en cambio, decían que dicho tigre era una hembra aunque sin referir si
estaba preñada o no.
Una explicación diferente a la supervivencia de los tigres la daba la iconografía de otra
vasija La Aguada que mostraba el nacimiento de un cachorro con manchas en la piel 4 de un
útero humano, rasgo éste destacado por los pies que conformaban las asas verticales
*
CONICET y Museo de La Plata, Argentina. E-mail: [email protected]
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abiertas de dicha pieza (Alfaro y Gentile 1980; Fig. 1). Si la misma correspondía a una
microsecuencia del relato que citamos, entonces la continuidad de los tigres habría quedado
asegurada por haberse apareado el último de ellos con una hembra humana.
Otra vasija coetánea mostraba un personaje humano, de pie, con atributos femeninos (los
senos), pero con cabeza de felino y sosteniendo dardos en ambas manos. No se pudo
discernir cuánto de su apariencia era ropaje y cuánto era su naturaleza en sí porque, como
parte de la secuencia de un relato, esta imagen también era un signo. En caso de ser la
representación de un felino hembra, se abría la posibilidad de que los tigres nacidos de
mujer pudieran haber sido machos o hembras, y mostrar su naturaleza felina o humana,
total o parcialmente. Estas posibilidades permitirían que la saga de los tigres se enriqueciera
con secuencias que, sin ser diversas, se adaptarían a circunstancias locales, facilitando el
traslado en espacio y tiempo de la creencia.
Debemos notar en todo caso que si algunos relatos recopilados incluyeron este segmento
acerca del nacimiento de los tigres de una mujer, tal como muestra la cerámica La Aguada,
dicha microsecuencia fue cuidadosamente recortada en las recopilaciones a partir del siglo
XVI, ya sea por los informantes o por el investigador (Fig. 2 y 3).
Por el contrario, el texto trascrito por Guallart, fechado a mediados del siglo XX, era un relato
explicativo del origen de “los tigres de la montaña” sin reservar aparentemente ninguna
secuencia. El relato trata de un tigre celeste que descendió a la tierra invocado por una
persona ignorante de esta clase de ritos, pero solo se manifestó como tigre al ser agredido.
Para paliar los daños que provocaba, se le asignó una muchacha que también tenía
manchas en la piel; el tigre no la comió sino que se quedó a vivir con ella y le mostró cómo
podía ser, a voluntad, hombre o tigre. Como continuaron los ataques del tigre a los
humanos, incluidos los parientes de su esposa, éstos no lo perdonaron aunque les “donaba”
animales de caza en abundancia.
La muchacha tuvo un hijo-tigre, pero dos gotas de su sangre que cayeron al suelo se
transformaron en tigres, huyeron a la selva y fueron los ancestros de los tigres actuales. En
el tramo final del texto no quedó del todo claro si los parientes de la muchacha la quemaron,
quemaron a su hijo-tigre o a ambos. Mientras tanto, los dos tigres que escaparon al monte,
en caso de tratarse de machos, hacían posible que otras muchachas tuviesen hijos-tigres,
pero si los tigres huídos hubiesen sido macho y hembra, en los relatos su descendencia
¿podría ser de solamente tigres?, ¿o de vez en cuando, en homenaje a su abuela, nacería
un humano-tigre, hombre o mujer, según las microsecuencias en la cerámica La Aguada?.
Además, no se volvió a hablar del tigre que había bajado del cielo. Dicho de otra manera, en
la formación de la creencia del traspaso de la facultad de metamorfosearse a voluntad en
felino parece que era imprescindible un ancestro femenino y humano.
La madre de todos los tigres
Tanto a la historia andina como al folklore les interesa tratar de establecer, aunque sea con
relación a otros sucesos mejor conocidos, la antigüedad y contexto de los datos que
disponen. Con relación a la creencia que venimos de ver, hay una escena pintada sobre una
pieza del sitio de San José de Moro (Mochica V) que interpretamos como otra versión del
mismo tema (Fig. 4).
Se trata de una vasija de cerámica de cuerpo globular, asa estribo y base recta evertida,
completamente cubierta con dibujos oscuros pintados con pincel fino sobre el fondo claro de
la pieza. El despliegue gráfico se realizó de forma helicoidal sobre la esfera del cuerpo,
dando cuatro vueltas al mismo, pero también el asa y la base tienen dibujos, de grupos de
armas en la primera y de espirales dobles en la segunda.
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Fig. 1. Vasija de cerámica negra bruñida. Procedencia: Ambato, provincia de Catamarca. Altura aproximada: 30 centímetros.
Colección particular de Aroldo D. Rosso. Dibujo de M.A. Sosa (según Gentile 1999: fig. 1-3).
Fig. 2. Mujer-felino con dardos. Cerámica grabada estilo La Aguada (con máscara felínica y cetros, según González). Dibujo en
González y Montes 1998: III-3. Museo de La Plata, colección Barreto Nº 11703.
Fig. 3. Despliegue de una vasija estilo Hualfín gris grabado donde se ven dos personajes, uno femenino y otro masculino, con
azagayas; ambos son o representan tigres. Procedencia: Belén, provincia de Catamarca. Museo Adán Quiroga Nº 2174. Según
González y Montes 1998: fig.108.
Fig. 4. La madre de todos los tigres. Inicio de la microsecuencia narrativa pintada en una vasija Mochica tardía. Dibujo según
Donnan y McClelland 1999: fig. 5-45; Makowski 2001: fig. 8a-b.
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Si bien todos los personajes caminan sobre la línea de la helicoide, yendo desde la parte
superior de la vasija hacia la base, no se trata de una hilera continua sino que hay
intercaladas escenas que sugieren que el conjunto se organizó según una forma de
perspectiva, mediante la que el artista artesano reunió varias microsecuencias de un mismo
relato, y que todas ellas se encuentran en planos horizontales, no verticales.
La escena inicial está entre las dos inserciones del asa estribo, en la parte más alta del
cuerpo globular de la vasija. Allí yace una mujer con los brazos abiertos hacia arriba; entre
sus piernas, también abiertas y semiflexionadas, hay un cachorro moteado rodeado, a su
vez, por dos pequeñas espirales dobles similares a las de la base de la pieza. Éstas últimas
indican, en nuestra opinión, que todo sucede a orillas del mar; pero los mismos dibujos junto
a la mujer y el cachorro podrían referirse a fluidos humanos. El nacimiento de este cachorro
debe de haber sido importante porque en las cercanías de la mujer hay gente armada con
estólicas, además de las armas en el asa estribo.
Los espacios entre todos los personajes están llenos con figuras circulares que, aunque no
del todo redondas en algunos casos, podrían representar lluvia, granizo o ceniza volcánica
en suspensión, tal como se la representó también en un quero que relataba el cataclismo
que se produjo cuando nació Amaro Topa Inca en Pomacocha 5 . En nuestra opinión, en esta
vasija Mochica Tardío se muestra que el hijo tigre de una mujer nació en circunstancias
dramáticas para los humanos, posiblemente a causa o durante un fuerte evento climático.
En cuanto a la figura femenina, por lo mencionado anteriormente no sería la representación
de una divinidad previa a los hechos relatados por los dibujos, porque en las recopilaciones
coloniales la condición es que van a ser sus hijos, y no ella, los recordados, como en el caso
del Sol y la Luna. Por otra parte, no podemos señalar con certeza cuánto del relato
evangélico se deja ver en las traducciones y recopilaciones que dieron forma a esta discreta
presencia femenina, pero sí podemos afirmar que la intención de sacar moralejas acerca del
lugar que correspondía a la mujer era constante 6 .
Ya durante la época incaica, en su biografía de Inga Roca, Guamán Poma decía:
“... conquistó todo Ande Suyo. Dizen que se tornaua otorongo él y su hijo. Y ací conquistó
todo Chuncho. ... Este dicho Ynga comensó a comer coca y la prendió en los Andes y ací le
enseñó a otros yndios en este rreyno. ... Y dizen que en los Chunchos tiene hijos y casta
deste dicho Ynga porque más del año rrecidía allá. Y otros dizen que no le conquistó, cino
que hizo amistad y conpañia.” (Guamán Poma [1613] 1987: folio 102).
Además, este inca estableció las ofrendas a los otorongos, a los que los chunchos temían
porque, al igual que el amaro, comían gente; los consideraban huacas llamándoles achachi,
yaya y capac apo amaro, respectivamente (Guamán Poma, [1613] 1987: folio 268).
Tras la muerte de Pachacutec, fue Ynga Achachi quien enfrentó a los antis matando antes
un yaguareté y saliendo a combate con un trozo de animal entre los dientes; así capturó a
uno de los jefes y él pasó a llamarse Uturungo Achache “por el tigre que dice tigre Achache”
(Betanzos [1551] 1987: 155). Con esto, el hijo del inca demostró que los animales temibles
de la región no podían contra él, condición imprescindible para tratar de sostener su jefatura,
tal como hizo Mayta Capac con relación al amaro (Anello Oliva 1998: 63-64).
Si la madre humana era necesaria, faltaría en este relato la secuencia de la adquisición de
esta virtud por parte de Inga Roca; tal vez Chinbo Ucllo Mama Caua, “que tubo mal de
corasón, comía a las gentes” haya sido su madre porque “parió esta dicha señora del mal de
corasón que le auía dado. Se la comió un hijo y se murió” (Guamán Poma [1613] 1987:
folios 100, 128). El alcance dado al verbo comer explicaría que el mismo cronista le hubiese
adjudicado a Inga Roca la virtud de transformarse en felino a voluntad; por otra parte, si bien
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en los Andes hay animales que pueden matar a humanos, comerlos es particularidad de
pocos, entre ellos el tigre.
Entre los chunchos de Andesuyu se decía que había varios hijos de este inca, los cuales
heredaron de su padre esta capacidad; entonces, si los chunchos dejaban de ser aliados de
los cusqueños ¿podrían atacarlos bajo su forma de hombres-tigres? ¿la creencia española
acerca de la antropofagia de los chunchos se anclaba en esta creencia cusqueña? 7 .
Resumiendo, los cusqueños se apropiaron de una creencia previa (tigre que nace de mujer
y puede actuar según una u otra naturaleza), la manipularon y dispersaron a medida que el
Tahuantinsuyu se expandía. Esta creencia sobrevivió hasta que se ensambló con las
creencias latinas acerca de humanos transformados en animales, minerales o plantas
(recopiladas por Ovidio y Apuleyo, entre otros), aportadas por los colonizadores españoles.
En la historia, la literatura, el folklore y las artes plásticas de los siglos XIX y XX
encontramos a los capiango 8 , runa-uturuncu y yaguareté-abá en muchas narraciones que
comparten la estructura con ligeras diferencias regionales 9 . A través de un relato
atemorizante y verosímil, tanto los Aguada y Mochica tardíos como los cusqueños y los
españoles aplicaron uno entre varios tipos de controles a sus respectivas organizaciones
sociopolíticas.
No obstante, tanto en los relatos prehispánicos (microsecuencias Mochica V y La Aguada)
como en las recopilaciones coloniales y republicanas, la mujer humana fue imprescindible
en la formación y desarrollo de la historia aunque su presencia se diluyera al final de cada
texto. La pregunta que sigue es acerca de si el rol de la mujer en esta creencia se limitó
siempre a ser la pareja del tigre y parir hijos-tigre cuya naturaleza participara de la de sus
padres. Un atisbo de respuesta podría darlo una piedra hallada en excavación en uno de los
sitios de la cultura Alamito, provincia de Catamarca (240 d.C - 480 d.C.; Núñez Regueiro
1998: 49 y siguientes). En el pasillo entre los recintos y las plataformas de piedra, donde se
hallaron varios entierros, además de huesos humanos en un basural se encontró una estela
de 98 centímetros de largo que representaba, de manera realista pero austera, a una mujer
sobre cuya cabeza calzaba, cubriendo solamente el cráneo, la cabeza de un felino cuya piel
caía por la espalda. Las manos de la mujer se apoyaban sobre el vientre (Fig.5).
El gesto de las manos volvemos a encontrarlo, entre otras imágenes prehispánicas del área
andina argentina, en las figuritas de metal y mullu incaicas que acompañaban las
capacochas (Gentile 1996, 1999), en tanto que la piel de puma (Felis concolor puma) era la
ropa de un baile de hombres luego de que el puma asegurara al dios Cuniraya que estaba
muy cerca de alcanzar a su amada Cavillaca:
“... Tú has de ser muy amado; comerás las llamas de los hombres culpables. Y si te matan,
los hombres se pondrán tu cabeza sobre su cabeza en las grandes fiestas, y te harán
cantar; cada año degollarán una llama, te sacarán afuera y te harán cantar.” (Ávila [1598?]
1966: cap.2; también Ávila en Taylor 1987: 65).
En Alamito esa figura femenina, que por su forma y ubicación muy probablemente fue una
huanca (¿ancestro litomorfizado?), distaba de la pasividad de la representación Mochica y
de la alegoría de la vasija de La Aguada para acercarse a los dibujos grabados en cerámica
La Aguada que la muestran de pie, con dardos en las manos (que presuponen la existencia
de estólicas) y, por lo menos en un caso, acompañada de un personaje masculino de su
misma especie.
Acerca de la filiación de los protagonistas de esta última historia gráfica, ¿la piedra de
Alamito representa a la madre, o a la hija semihumana de la madre de todos los tigres?; las
figuras femenina y masculina grabadas en una vasija La Aguada ¿son hermanos entre sí?,
¿o se trata de una pareja de humanos-tigres capaces de engendrar hijos de dos naturalezas
distintas?
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Fig. 5. Dos vistas del lito Alamito (98 centímetros de altura), representando una mujer que tiene sobre su cabeza y espalda una
piel de felino, según Núñez (1971 y 1998).
Consideraciones finales
La interpretación iconológica de microsecuencias prehispánicas según relatos recopilados a
partir del siglo XVI puede dar lugar a reparos basados en las distancias geográficas y
cronológicas; no obstante entendemos que, en el ámbito andino, no conviene eludir su
tratamiento teniendo otras evidencias de supervivencia de rasgos culturales en espacio y
tiempo.
Mediante este texto, miramos de una manera más integral el tema de la muerte de todos los
tigres tras una venganza, su continuidad como especie y la existencia de algunos (¿o
todos?) caracterizados por poseer dos naturalezas, humana y animal, que se manifestaban
a voluntad. La explicación dada por los relatos podía graficarse mediante piezas Alamito, La
Aguada o Mochica V, e integrarse a una recopilación temprana de la historia incaica.
Desde esta perspectiva, es interesante notar cómo se complementa lo dicho aquí, sin
esfuerzo, con trabajos previos como el de Makowski (2001), entre otros; tras su propuesta
de lectura había quedado claro que la historia gráfica andina prehispánica podía aportar más
comprensión de la historia andina en general, y en ese sentido este ensayo es una
continuación de aquel trabajo aunque dista de ser el último.
Por otra parte, cuando Lidia Alfaro me llamó la atención en lo que convenimos en llamar
“asas verticales abiertas”, no teníamos elementos para ir más allá de aceptar su
funcionalidad directamente relacionada con un uso doméstico, aunque ninguna de las
piezas conocidas tenía señales de uso, y eran muy escasas. Sobre la base de los datos con
que contamos actualmente, es probable que esas vasijas hayan sido un remedo tardío y
estilizado de la pieza de la Figura 1. De ser así, tendríamos que en el área andina argentina,
durante el Período Tardío, la historia de la mujer que había parido un tigre y que por eso era
la madre de todos los tigres, circulaba verbalmente, era conocida en la puna y bastaban
unos pocos rasgos (vasija de cuerpo globular y cuello estrecho, asas verticales abiertas)
para recordarla.
Finalmente, acerca del rol de la mujer andina prehispánica con relación a ciertas
ceremonias, debemos observar que en la cerámica La Aguada se la graficó de manera que
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quedara clara su doble naturaleza: humana y felina. En ese contexto sostiene dardos que
implican, como señalamos anteriormente, la existencia de estólicas o tiraderas.
Los recientes hallazgos de Régulo Jordán y su equipo en Huaca Cao dieron cuenta del
entierro de una mujer jóven acompañada de estólicas y mazas. Dejamos aquí estas
consideraciones porque las siguientes ya nos llevarían a referirnos a su cuerpo recubierto
con cinabrio, en forma similar a cómo las capacochas de Iquique estaban “espolvoreadas”,
el niño de Aconcagua “pintado” de rojo por dentro y por fuera y la capacocha de las Salinas
Grandes de Jujuy envuelta en un poncho rojo. Es de esperar que nuevos hallazgos
documentados pueden modificar, o no, lo que proponemos.
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Notas
1
La Aguada (540-850 d.C) es la cultura más conocida del valle de Hualfín, provincia de Catamarca,
en el noroeste argentino; fue coetánea del Horizonte Medio del área nuclear andina.
2
Sobre las secuencias narrativas, C. Makowski (2001) publicó un trabajo pionero en el que repasó las
teorías vigentes y analizó los dibujos de la pieza de San José de Moro, la misma que nosotros
comentamos más adelante.
3
Es decir, yaguareté (Pantera onça palustris).
4
Los cachorros de puma nacen con manchas en la piel que desaparecen cuando se hacen adultos,
pero la imagen grabada sobre una vasija de cerámica La Aguada tal vez sea un signo; es decir,
significa que el animal que nace es un yaguareté, un tigre en términos de definiciones folklóricas.
5
De este hijo de Pachacutec se decía que definió el calendario inca, inventó los andenes de cultivo y
las colcas; durante su nacimiento se produjeron erupciones volcánicas en cadena y aparecieron los
amaro que le dieron nombre. La correlación entre este inca y los felinos es consistente en toda su
historia personal, lo mismo que su actividad agropecuaria (Gentile, ms).
6
La creencia de que una mujer humana podía parir un animal fue recogida en su Tercera Annua por
el jesuita Diego de Torres; sucedió en Santiago de Chile, era una culebra y “la india la escondió”
([1611] 1927: 103).
7
Los testigos reunidos en Yucay dijeron que “... los indios de la provinca de los Andes y de la
provincia de los Chunchos comían carne humana y para ello se juntaban los niños y muchachos y
que no saben que lo comiesen en otras provincias ...” (Información ..., [1571] 1935-1942 (II): 132).
8
Capiangos: hombres que pueden convertirse en tigres. En Brasil es voz de origen africano, “Gatuno,
hábil e astuto”; pero también capiongo es “Triste, macambúzio, tristonho; ... Diz-se do indivíduo que
tem defeito em uma das vistas.” (Buarque de Holanda Ferreira, 2da.edición).
9
Que son parte de la Historia y el Folklore del área andina argentina; el general riojano Facundo
Quiroga, apodado “el tigre de los llanos”, hizo correr la voz que tenía cuatrocientos capiangos en sus
filas; en la misma región, la expresión “¡hij´i tigre!” alude a un hombre que se destaca en lo que hace.
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