el pecado es la iniquidad (1 jn 3,4)

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I. DE LA POTTERIE, S.I.
EL PECADO ES LA INIQUIDAD (1 JN 3,4)
La exégesis de este versículo difícil e importante parece haber llegado a un callejón sin
salida. Sin embargo, el autor se esfuerza salir de él de un modo definitivo, ya que se
trata de uno de los textos claves de la teología juanea del pecado.
Le péche, c’est l’iniquité (1 Joh 3,4). Nouvelle Revue Théologique, 78 (1956) 785-7971
"El que comete pecado (tén hamartían), comete también la iniquidad (tén anomían),
porque el pecado (hamartía) es la iniquidad (anomía)".
La interpretación de este versículo depende del sentido que se dé a la palabra anomía.
Casi unánimemente los exegetas la traducen por: transgresión de la ley, desprecio de la
ley o ilegalidad. La mayoría también añade que san Juan aludía aquí a los herejes de
tendencia gnóstica que se creían liberados de toda ley.
Pero esta explicación tropieza con varias dificultades. En el contexto no se habla en
absoluto de ley, y si -como ha dicho Brooke- este hubiese sido el pensamiento de Juan,
hubiese tenido que escribir lo contrario: "la transgresión de la ley es un pecado".
Además hay que preguntar en qué ley pensaría Juan, porque la palabra anomía se refiere
a nómos, pero en los escritos juaneos esta palabra se aplica exclusivamente a la ley
mosaica, que no encaja aquí. Algunos exegetas creen que se trata de la ley cristiana de
caridad; lo que es muy poco probable, porque Juan la llama siempre entolé, y en nuestro
contexto nada nos lleva a pensar en esta ley nueva. La mayoría de autores se limitan a
decir que se trata de la ley en general, como expresión de la voluntad divina. Pero esta
identificación entre voluntad de Dios y ley nos sitúa en la moral natural, y parece poco
conforme al vocabulario bíblico.
El presupuesto común a todos estos ensayos de explicación es que anomía debe
significar necesariamente transgresión de la ley, como lo indica la etimología. Sin
embargo, un buen método exigiría examinar antes qué sentido exacto tenía la palabra en
el vocabulario de la época, sobre todo en el judaísmo inmediato al primer siglo y en el
cristianismo de los orígenes.
Sentido de la palabra "anomía"
En la evolución semántica de la palabra anomía se pueden distinguir tres etapas. La
primera es la de los textos clásicos en los que es corriente el sentido primitivo de
"transgresión de la ley". La Biblia griega (o de los Setenta) marca una nueva etapa.
Anomía, que traduce unas veinte palabras hebreas diferentes, se convierte prácticamente
en sinónimo de hamartía: estos son los términos principales utilizados por los Setenta
para hablar del pecado. Es preciso notar que estos dos términos se encuentran a menudo
en plural para designar los actos individuales de pecado.
Tercera etapa: el judaísmo reciente y el cristianismo primitivo. Tiene aquí dos sentidos.
El primero corresponde al de los Setenta. En este sentido lo encontramos también en el
NT, pero entonces está en plural y cita al AT. En los otros casos tiene el sentido de
"iniquidad" y está siempre en singular, porque ya no designa el acto de pecado
individual, sino un estado colectivo. Es esencialmente un término escatológico, que
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designa la hostilidad y la rebelión de las fuerzas del mal contra el reino de Dios en los
últimos tiempos; esta hostilidad se caracteriza por su aspecto satánico, por el dominio
que ejerce el demonio.
En este segundo sentido nos lo encontramos en los Testamentos de los XII Patriarcas y
en los nuevos manuscritos de Qumrám, sobre todo en el Manual de Disciplina.
Conviene recordar que la teología de la comunidad del mar Muerto es netamente
escatológica y dua lista. Están convencidos de que viven los últimos tiempos que
preceden la época mesiánica. Ellos son la comunidad escogida, la nueva Alianza, el
partido de Dios; se oponen totalmente a los de fuera, que son los hijos de las tinieblas, el
partido de Belial. Verdad e iniquidad son considerados como dos campos opuestos
donde se ejercen dos poderes. Los textos de Qumrán hablan indiferentemente del
dominio del Angel de las tinieblas o del dominio de la iniquidad. La iniquidad es
considerada como un poder satánico bajo cuya acción se comete la impiedad. La
iniquidad no se ha de identificar con los pecados; por el contrario, es la cualidad secreta,
el espíritu, la tendencia que los inspira y provoca. Los pecados individuales son el
efecto y la manifestación de este poder diabólico.
Examinando el NT constatamos que la palabra anomía tiene casi siempre el sentido
escatológico. En los Evangelios sólo Mateo emplea el término y "siempre en un
contexto mesiánico" -observa B. Rigaux-. Efectivamente, en los dos primeros textos
(Mt 7,23; 13,41) se trata del juicio final: los que cometen la iniquidad, serán arrojados al
horno de fuego. El primero dé estos pasajes, que es una cita del Sal 6,9 recibe en el
contexto del evangelio una fuerte coloración escatológica que no tenía en el AT. En otro
texto se indica entre los signos del fin el enfriamiento de la caridad, debido al
recrudecimiento de la iniquidad (Mt 24,12). Cristo dice a los fariseos que están llenos
de hipocresía e iniquidad (Mt 23,28), pero el resto del capítulo muestra que esta actitud
es vista bajo la perspectiva del juicio (v 33). La invectiva "raza de víboras", demasiado
a menudo explicada en un sentido simplemente psicológico o moral, tiene un alcance
netamente escatológico; designa a los que pertenecen a la serpiente, representante de los poderes infernales.
En cuanto a san Pablo, limitémonos a recordar que nombra al anticristo como "el
hombre de la iniquidad" (2 Tes 2,3), y su hostilidad secreta contra el reino de Dios "el
misterio de la iniquidad" (ib. v 7).
Es, pues, absolutamente cierto que en la mayoría de los textos de esta época, anomía
sirve para describir el estado de hostilidad contra Dios en los últimos tiempos. Es la
dominación de Satanás ejercida en el mundo, y a la cual están sometidos todos los hijos
de iniquidad. Sus actos individuales de impiedad no son más que una manifestación de
un estado más profundo: revelan el poder de las tinieblas que trabaja en ellos.
Sentido del versículo
Volvamos ahora a nuestro versículo. No se ha de descartar a priori el uso de anomía en
el sentido de hamartia, ya que era el sentido que tenía en la Biblia griega y que se
vuelve a encontrar en algunos autores de los dos primeros siglos. Pero en nuestro
contexto este sentido es imposible, si no se quiere hacer decir a Juan una pura
tautología. La fórmula de Juan é hamartía estín è anomía supone una progresión del
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pensamiento; el segundo término debe aportar un nuevo matiz no incluido en el
primero. Este matiz podría ser precisamente el sentido escatológico de anomia descrito
antes. Naturalmente, no podemos exigir este sentido por razones extrínsecas, sino que
ha de brotar del análisis mismo de la perícopa. Es lo que vamos a hacer ahora.
Como lo ha notado el P. Galtier, la sección 2,29 - 3,10 forma una unidad, netamente
limitada por una inclusión. La fórmula inicial expresa el tema bajo forma positiva, y la
fórmula final lo repite con un giro negativo:
"todo el que practica la justicia es nacido de Él" (2,29)
"el que no practica la justicia no es de Dios" (3,10).
El tema enunciado por estos dos versículos se desarrolla en los versículos intermedios;
se podría formular así: los hijos de Dios y los hijos del diablo, y la manera como
manifiestan su pertenencia a uno u otro grupo. Notemos que el tema de la filiación es
sólo una variante del tema general de la carta, la comunión con Dios (1,3).
Para captar bien la marcha del pensamiento en nuestro pasaje, es necesario tener
presente la estructura literaria empleada por san Juan. El P. Boismard la ha estudiado en
un artículo notable. En él muestra el papel esencial que tiene en la carta la idea de una
realidad espiritual invisible, que se hace manifiesta por un signo exterior, a saber el
comportamiento moral del que se llama cristiano. De tal modo que la finalidad de la
carta no es exhortar a los cristianos a la práctica de las virtudes o a la huída de los
pecados, sino anunciar la realidad espiritual profunda que llevan dentro de sí, cuyas
manifestaciones visibles señala el autor.
Esta realidad es la filiación divina. En 3,l-2 se describe brevemente. Los versículos 3-10
muestran de manera antitética cuáles son las actitudes concretas que dicta esta realidad
misteriosa de la vida cristiana. A san Juan le gustan los grandes contrastes: opone los
hijos de Dios y los hijos del diablo, y describe su comportamiento moral respectivo.
Este comportamiento sirve para revelar a cuál de los dos grupos pertenecen los
hombres.
Véase en primer lugar la serie que concierne a los hijos de Dios. Cada versículo expresa
a la vez la realidad espiritual interior y el comportamiento moral. Transcribimos en
bastardilla las palabras que describen la realidad interior:
"y todo el que tiene en Él esta esperanza, se santifica como Santo es Él" (v 3)
"Todo el que permanece en Él, no peca... " (v 6)
"el que practica la justicia es justo..." (v 7)
"Quien ha nacido de Dios, no peca..." (v 9)
Cada una de estas frases -equivalentes entre sí-, se compone de dos miembros; uno
describe la manera de vivir del cristiano: no peca, se santifica, practica la justicia; el
otro indica la realidad profunda que motiva e inspira este comportamiento: el cristiano
es el que ha nacido de Dios, que permanece en Él, que posee la esperanza (de una total
semejanza con Dios), que es justo.
En oposición al primer grupo se indica el de los hijos del diablo:
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"El que comete pecado comete también la iniquidad" (v 4)
"Todo el que peca, no le ha visto ni le ha conocido" (v 6b)
"El que comete pecado, ése es del diablo" (v 8)
"El que no practica la justicia, no es de Dios" (v 10)
Aquí también la correspondencia de las cuatro proposiciones salta a la vista; incluso es
más clara que en el caso precedente. Se sigue, pues, que el segundo miembro debe
indicar cada vez, de un modo u otro, el estado espiritual del que comete el pecado o
descuida la práctica de la justicia.
Cuatro expresiones son utilizadas para describir esta realidad misteriosa: el pecador no
es de Dios, no le ha visto ni le ha conocido, es del diablo, comete la iniquidad.
Del paralelismo de las expresiones "conocer a Dios" y "permanecer en Dios" el P.
Boismard concluía rectamente que el conocimiento de Dios en la carta designaba mucho
más que un conocimiento puramente intelectual y que implicaba una participación de la
vida divina, la posesión de un principio divino.
El mismo raciocinio vale para los rasgos con que se caracteriza la realidad interior del
pecador: "no haber visto ni conocido a Dios" es lo mismo que "no ser de Dios";
"cometer la iniquidad" debe ser sinónimo de "ser del diablo" (v 8) y lo contrario de "ser
justo" (v 7). Queda claro, pues, que la misma estructura literaria de la perícopa orienta
la interpretación de la palabra iniquidad del v 4 en un sentido determinado. El término
pertenece a la serie de expresiones que sirven para describir la realidad espiritual del
pecador, su situación, su estado interior, y no tanto el acto malo que comete.
Incredulidad e iniquidad
Este pecado que Juan define por la iniquidad, ¿a qué clase de pecado corresponde?
Todo el pasaje es manifiestamente polémico. Según varios exegetas, el autor pensaría en
los herejes; según Schnackenburg, por el contrario, el pasaje se dirige a los cristianos
que continúan pecando. Pero este parece un falso dilema. La apelación "hijitos" (v. 7) y
la exhortación a permanecer en Cristo (v. 6) demuestran que Juan se dirige directamente
a los creyentes; pero el pecado del que les quiere preservar es el pecado de los herejes.
Varios indicios persuaden esta interpretación. Nuestro pasaje 3,3-10 es paralelo a la
sección 1,5-2,2 donde la exhortación dirigida a los fiele s respecto del pecado está
claramente inspirada en la pretensión de los falsos doctores de creerse sin pecado; lo
mismo sucede en 3,4.8. Se trata, pues, probablemente de poner en guardia a los
creyentes contra un comportamiento herético, lo cual se indica explícitamente en el
versículo 7: "hijitos, que nadie os extravíe (comp. Mc 13,5 y paralelos). El extravío es
uno de los rasgos típicos de los hijos de las tinieblas en el dualismo escatológico. Ya en
Mateo las nociones de iniquidad y de extravío se encontraban relacionadas más de una
vez a propósito de los falsos profetas. Otro indicio todavía más significativo: en el v. 9
Juan deja la palabra pecado indeterminada, sin artículo, en cambio en los vv. 4 y 8
emplea la fórmula enfática el pecado, con artículo, construcción que no vuelve a
aparecer más que en Jn 8,34 (comp. Jn 1,29); se trata, pues, de un pecado determinado,
bien conocido: en el contexto dualista y escatológico de este pasaje no puede ser otro
que el pecado tipo de los anticristos, que rechazan al Hijo de Dios (2,2223); es el
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pecado que el cuarto evangelio había descrito como el pecado del mundo: no creer en
Jesús (Jn 16,11; comp. 1,10-11; 8,21. 24.46; 15,21-22). Importa distinguir este pecado
fundamental de los diferentes pecados que cometen los cristianos y a los que se alude en
1,5-2,2; el pecado que Juan llama la iniquidad en 3,4 es el pecado fundamental.
El sentido del versículo queda claro: el que comete el pecado, es decir, ese pecado-tipo
de los herejes, no comete sólo una acción moralmente reprensible; comete la iniquidad;
descubre lo que hay en su fondo, un hijo del diablo, alguien que se opone a Dios y a
Cristo y se pone bajo el dominio de Satanás; se revela como hijo de las tinieblas,
participa de la hostilidad escatológica contra Cristo y se excluye del reino mesiánico.
Nos encontramos, pues, de nuevo, con el sentido de la palabra iniquidad que era
corriente en los textos judíos de la época y en el cristianismo primitivo. A primera vista,
sin embargo, parece que se dé una diferencia: la resonancia escatológica del término
anomía, tan clara en todos estos textos, parece desaparecida en la carta. Pero basta con
leer el capítulo segundo para convencerse de lo contrario: "hijitos, ésta es la hora
postrera" (2,18); "ahora, pues, hijitos, permaneced en Él, para que, cuando apareciere,
tengamos confianza y no seamos confundidos por Él en su venida" (2,28). Al comienzo
del capítulo siguiente (v 2) se nos coloca en la perspectiva escatológica de la vida
futura, y es esta perspectiva - la esperanza cristiana- la que debe guiar nuestra acción
moral.
En nuestra perícopa (3,l-10) el v 4, así comprendido, cuadra perfectamente con el
contexto. Tiene un paralelo exacto en el v 8:
"el que comete pecado, comete también la iniquidad" (v 4)
"el que comete pecado, ése es del diablo" (v 8)
Otro paralelismo no menos sugestivo es el de los versículos 5 y 8b, que describen la
obra salvífica de Cristo: según el primer texto, Cristo ha venido para quitar los pecados;
según el segundo, para destruir las obras del diablo (otra manera de designar los
pecados). La relación del pecado con el dominio de Satanás se indica, pues, con
insistencia en toda la perícopa.
La segunda parte de nuestro versículo, el pecado es la iniquidad, alcanza entonces todo
su sentido. No se trata de trasgresión de una ley, porque la idea dé ley es enteramente
extraña al contexto; tampoco es necesario pensar ya en el precepto de la caridad, o en la
aceptación sistemática del pecado, como propone el P. Galtier.
Juan piensa más bien en la incredulidad. Al tachar de iniquidad la recusación de la
verdad quiere describir toda su profundidad escatológica: es rechazar al mesías Hijo de
Dios y toda su obra de salvación. Al explicar hamartía por anomía lejos de enunciar una
tautología quiere por el contrario incitar a los cristianos a que - pasen del plano moral al
religioso y teológico y a que se den cuenta de toda la gravedad de la incredulidad.
Precisemos un último punto. Aunque es exacto identificar la iniquidad con el pecado de
incredulidad, esto no quiere decir que los pecados de los mismos creyentes no tengan
nada que ver con este pecado fundamental. En efecto, Juan después de haber hablado
del pecado (v. 4) pasa inmediatamente a la multiplicidad de los pecados (v. 5), pero sólo
para volver luego un poco más lejos a la gran realidad del pecado (v. 8a); por otra parte
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son los pecados en plural (v. 5) los puestos en paralelo con las "obras del diablo" (v. 8),
como ya hemos visto. Se diría, pues, que según san Juan, todos los pecados forman
parte, más o menos, del pecado por excelencia; todo pecado, en grado diverso, parece
provenir de un debilitamiento de la fe. De aquí que, en cierta medida, todo pecado
constituye ya un rechazamiento de las grandes realidades de la salvación, una libre
aceptación del dominio de Satanás; el que lo comete se hace hijo del diablo.
Esta concepción puede parecer exagerada, pero corresponde exactamente al modo de
ver de S. Juan, que tiene una estructura de pensamiento dualista: opone sin muchos
matices los hijos de la luz y los hijos de las tinieblas, los hijos de Dios y los hijos del
diablo. Es en función de esta concepción como hay que entender los famosos versículos
3,6 y 9 sobre la impecabilidad del cristiano: el cristiano se encuentra en un nuevo medio
espiritual; substraído a la influencia perversa de Satanás, está bajo la acción de Dios. Si
se deja guiar por esta acción divina, ya no peca, más aún, es incapaz de pecar.
El pecado en san Juan
Para terminar, todavía una breve confirmación de la interpretación propuesta.
El versículo explicado no hace más que concentrar en una fórmula concisa una
concepción del pecado que se encuentra un poco por todas partes en el evangelio y en
las cartas de san Juan.
A diferencia de Pablo y de los Sinópticos, Juan no menciona en ningún lugar listas de
pecados particulares como el robo, el homicidio, el adulterio, etc. Se diría que se eleva a
un nivel superior, desde donde puede reducirlo todo a la unidad. Llama la atención a
este respecto la manera como utiliza la palabra hamartía. De las treinta y una veces que
se emplea la palabra, veinticinco está en singular. Incluso se puede decir que el cuarto
evangelio emplea la palabra pecado siempre en singular, ya que en los pasajes que se
exceptúan (8,24; 9,34), Jesús se adapta al lenguaje de los judíos a quienes se dirige.
Muy características también del vocabulario juaneo son las expresiones "tener pecado"
(Jn 9,41; 15,22.24); y otras dos, que describen el pecado como una realidad permanente:
"vuestro pecado permanece" (Jn 9,41), o como un estado: "en Él no hay pecado" (1 Jn
3,5). Este último texto describe así la obra de Cristo: quitar los pecados. Aquí san Juan
pone de nuevo la palabra en plural, porque al dirigirse a cristianos, adopta un punto de
vista pastoral. Pero cuando considera la obra de Cristo de forma más teológica, dice por
boca de Juan Bautista: "Este es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo" (Jn
1,29), es decir, el que destruye el poder diabólico del pecado, al que está sometido el
mundo. La aceptación o rechazo de Cristo son uno de los temas principales del
pensamiento juaneo, indicado desde el prólogo (Jn 1,10-11). Rechazando a Cristo, el
mundo se somete al dominio de Satanás, príncipe del mundo (Jn 12, 31; 14,30; 16,11;);
por esta razón, en un sentido muy real, el que comete el pecado, se convierte en esclavo
(Jn 8,34). Aquí aparece netamente cl carácter diabólico del pecado en el pensamiento de
Juan; así se explica también su tendencia a reducir los actos individuales del pecador a
la gran realidad del pecado, que es en el fondo una negación de la luz, una elección de
las tinieblas.
El versículo que hemos intentado explicar no dice otra cosa: el que comete el pecado,
comete también la iniquidad, porque el pecado es la iniquidad. Enseñando esto a sus
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cristianos, Juan quería mostrarles todo el carácter trágico del pecado como poder
satánico; les invitaba a medir toda su misteriosa profundidad.
Notas:
1
Al reasumir el autor este artículo en «La vie selon I'Esprit, condition du chrétien»
Editions du Cerf. Paris 1965, ha añadido algunas correcciones a propósito de la
identificación concreta de la iniquidad. Las hemos incorporado a esta condensación.
Tradujo y condensó: JUAN ROVIRA
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