EL BACWLLER SANSON CARRASCO Juon Boutisto de A vo/le-Arce La humorada cervantina de 1605 de crear un historiador mentiroso para narrar las hazañas de don Quijote tuvo inesperados desarrollos en 1615, que marcarán profundamente la novela moderna. Porque el historiador Cide Hamete Benengeli era un moro, y todos ios moros son mentirosos, como asevera el autor. La aparente humorada de 1605 de crear un mendaz historiador tuvo serias repercusiones en 1615, y como se centran alrededor del personaje del bachiller Sansón Carrasco esto justifica el título de mi charla de hoy. Para mis asedios de hoy parto de un texto de 1615 al parecer innocuo, tan innocuo e inocente que los críticos no se han fijado en él y los lectores lo olvidan de inmediato. A comienzos de dicho texto se narra cómo don Puijote parece estar en su entero juicio, pero que el cura, en malhadado experimento, toca en cosas de caballerías y el buen hidalgo se larga a desbarrar. En esos momentos entra Sancho acusado por ama y sobrina de llevar a su amo "por esos andurriales". Queda así puesta en el tapete la cuestión de una tercera salida de don Quijote, vehementemente prohibida por los otros interlocutores. Sancho agrega más leña al fuego al desembuchar la noticia de que a la aldea ha lle~ado el bachiller Sansón Carrasco, 31 con sus estudios salmantinos bien frescos, con hábito de San Pedro y ordenado de Órdenes menore~. Trae, además, la despepitante noticia de que "andaba ya en lib!"os la historia de vuestra merced, con nombre de El ingenioso hidalgo don Oui ;o te de la Mancho 11• A pedido de su amo Sancho tr11e f'n volandas al bachilJer Sansón Carrasco. Las sesudas materias de que tratan los tres en sabrosa charla. l:lunquc presentadas en tonos muy ajenos a su gravedad, han removido lns esencias del cervantismo desde los primeros barruntos i{enialcs de Giuseppe Toffanin en Lo fine deii'Umunesimo. Pero el saldo narrativo de estas conversaciones, en el arg-umento de la novela, es muv otro. Sancho alude a una posible salida v el novelista se a¡.>resura a añadir que "don quijote •••. dNerminó rlc hacer de allí a tres o cuatro días otra salida". Rápi<lBntente ultiman los tres los planes pal'a esa nueva salida, con el firme npoyo de ~ansón Carrasco: ''Ouedaron en esto y que la partida sería de allí u ocho dÍas. Encar·v,ó don Ouijote al bachiller la tuviese secreta, especialmente al cura y a maese N icolás, v u su sobrina ~~ al anta. rorque no estorbasen su honrada y valerosa rleterminación. Todo lo prometió C arrasco" . .\quí están esas f~:~.tídicas palabras, innocuas, al parecer: "Todo lo prometió Carrasco". Declararé sin a mhnges r¡ue estas palah1·as son de fundamental i mportancia ...en el desarrollo de los planes para la tercera salirla de rlon Ouijote, Jo que es, ni más ni menos, que la razón de ser de lll segunda parte de nuestro nov<'l!:l.. Y la naturaleza de este primer encuentro entre el hidalgo y el bAchiller, y la promesa hecha, gr!'lvitan decisivamente sobre el segundo encut>ntro entre ambos personajes, o seti la aventura del (~!.JbAllero del Bosque. No cabe duda de que el resultado de esta aventura seudocaballeresca es lo que define el desenlar.e de In novela. Como dice Sansón, después de ser derrotado por don Quijote: ''No me llevará ahora ii buscarle el deseo de que cobre su juicio, sino el de ta w~ngnnzu; que el dolor grande de mis costillas no me deja hacer más piadosos · discursos 11 • El propio Carrasco refrendará todo esto, cuando su venganza se ha cumplido y ha derrotüdO Al 32 hidalgo en las playas barcelonesas. Allí confiesa a '<don Antonio Moreno: "Yo me volví, vencido, corrido y molido de la caída ••• pero no por esto se me quitó el deseo de volver a buscarle y a vencerle". La naturaleza del desenlace de la novela depende, precisamente, de esta derrota del protagonista, que estaba encerrada, como en profecía, en esas palabras: "Todo lo prometió Carrasco". Ahora bien, tampoco puede caber mayor duda de que dicha declaración del autor (''Todo lo prometió Carrasco") es una mentira total. Por lo demás, dicha afirmación se irisa en posibilidades interpretativas según el ángulo de aproximación. Veamos. ''Todo lo prometió Carrasco". Dadas las circunstancias, esta promesa es perfectamente natural y verosímil, palabreja a la que volveré. Carrasco lo prometió, y a ninguno de nosotros se nos ocurrió jamás dudar de que el bachiller, clérigo de órdenes menores, no cumpliría lo prometido. Al contrario: nos parece obvio y natural el hecho de que la palabra empeñada por un hombre de honor se cumpla. Y el honor de Carrasco está avalado por el hábito de San Pedro, por el hecho de que él es un clérigo en órdenes menores y por ser un bachiller por la gloriosa universidad de Salamanca, apoyo mayor de las responsabilidades intelectuales de la monarquía espaiiola. Y aquí viene la verdad cataclísmica: el bachiller Sansón Carrasco no cumplió su palabra. Para dejar esto perfectamente claro vuelvo al desarrollo argumental en lo que más de cerca toca a mi demostración. Después de su promesa el bachiller se retiró a su casa, y allí fue a buscarle el ama, temerosa de que su amo saliese otra vez. Como consecuencia "el bachiller fue luego a buscar al cura, a comunicar con él lo que se dirá a su tiempo". ne allí Sansón volvió a casa de don Quijote, y le incitó vigorosamente a que volviese a sus caballería~, al punto de ofrecérsele como escudero. Ante esto ama ~· sobrina acumulan maldiciones sobre su cabeza y <:>1 texto concluye: "El designio que tuvo Sansón para persuadirte a que otra vez saliese fue hacer lo que adelante cuenta la historia, todo por consejo del cura v del barbero, con quien él antes lo había comunicado". Y~ así llegamos a la aventura del Caball~ro del 33 Bosque, cuyo yelmo y armadura revisten nada menos que al propio bachiller Sansón Carrasco, como presencia atónito don Quijote. Aquí, por fin, el texto se torna condescendiente y se nos informa con detalle acerca de lo que ha pasado. Resumo: "Dice, pues, la historia que cuando el bachiller Sansón Carrasco aconsejó a don Quijote que volviese a proseguir sus dejadas caballerías, fue pqr haber entrado primero en bureo con el cura y el barbero sobre qué medio se podría tomar para reducir a don Ouijote a que se estuviese en su casa quieto ... de cuyo consejo salió, por voto común de todos y parecer particular de Carrasco, que dejasen salir a don Quijote ... y que Sansón le saliese al camino como caballero andante, y trabase batalla con él ••• y le venciese''. He puesto en perspectiva todos los datos pertinentes y es hora de buscarles su sentido. Lo rrimero, y de palmaria evidencia, es que Sansón Carrasco, sacerdotal bachiller por Salamanca, a pesar de su hábito de San Pedro, rompió su promesa. A la primera opor·tunidad co111unicó todo con el cura y el barbero. y de este bun'O salió el descabellado plan del Caballero del Bosque. Y ror este hilo va he dicho que se saca el ovillo de la segunda parte, muy en particular la naturaleza de su riesen lace. Oue una promesa rota defina el desenlace de una obra no es nada nuevo y. sin ir mas lejos, atw\están las bodas de los Infantes de Carrión con las hijas de ~1Ío Cid, como clarísimo ejemplo. Pero el autor, como en el ('aso del Poemo del Cid, siempre se ha encargado de poner muy en evidencia la forma y circunstancias del incumplimiento de la promesa. La vieja prioridad ética en el concepto literario obliga al autor a destacar el g"ravísirno quebrantamiento de la moral implÍcito en una promesa rota. Y esa demostración es impostergable e indeclinable. Ejemplo: el propio Poema del Cid. Pero aquí en el Qui¡otc no~ hallamos ante un caso tan maravilloso como inédito. El autor se disocia de la prioridad ética desde el mon1ento en que, después de registrar el hecho de la promesa, evita con todo cuidad9 declarar que esa promesa de inmediato se vio rota. Se trata de toda una conspiración de silencio, porque en ninguna de las oportunidades en que Sansón urdió planes 34 con cura y barbero se hace la menor alusión al heeho de que estos planes se basan en conocimientos obtenidos por el pecaminoso expediente de quebrantar una promesa. El resultado concreto, inmediato y directo de todo ello es que el lector queda irremediablemente engañado y cae así en una trampa que le tiende el narrador y a la que no hay forma de eludir. El narrador, al disociarse del objetivo ético tradicional en la literatura, intentA engañar al lector y en forma bien poco caballeresca, por cierto, porque el libre desempei'io del engaño presuponP. retener información esencial del conocí miento del lector y no compartirla con él en absoluto. Conclusión previa: en el Qui ;o te el autor engaña al lector con premeditación y alevosía. La literatura anterior desconocía tal posibilidad de engai'io. El problema es mucho más amplio, desde luego, dado que el empuje ético de la literatura desdeñaba la ficción, que se categorizaba, casi. como una urdimbre de mentiras. La imaginación, creadora de ficciones, era considerada con enorme suspicacia, dado que podía deformar la realidad. Santa Teresa de Jesús llel;Ó a llamarla ''la loca de la casa''. A la zaga del Concilio de Trento el intelectual católico comenzó a manifestar una creciente preocupación por la creación de una literatura verdadera y ejemplar que permitiera salvar la falsedad inevitable de la fantasía poética, y sobreponerla a las críticas de inspirac1on cristiana (como San Agustín). o de orientación platónica (como los conocidos textos de la República). Hemos entrado en el momento de la historia intelectual europea que denominamos con el nombre de neoaristotelismo poético. Pero antes de abocarnos a este nuevo problema quiero proceder con cierto método y liquidar la cuestión que dejé planteada h~tce unos momentos. Decía ;.·o que el narrador del Qui;ote, en el momento en que comi f' nza a historiar lu intervención del bachiller Carrasco en la vida del protAgonista, en e:.e mismo momento se convierte en un narrador muy poco de fiar. tan r.1entiroso como si fuese •m h!storiador arábigo, tipo Cide llamete Benengeli. Fl nart·ador ~"etie;1e y oculta 35 información capital para que el lector pueda formarse un juicio adecuado acerca de los acontecjmientos del relato. Desde su conocimiento supremo de la materia el narrador engaña al lector a sabiendas y a conciencia. El narrador se ha convertido, de buenas a primeras, en una persona de quien el lector no se debe fiar. Por primera vez en los anales de la novelística nos hallamos ante el caso de un narrador infidente, del que no sé puede fiar, cultismo acuf\ado por mí para corresponder al tecnicismo usado por algunos críticos ingleses del unrelioble norrotor, aunque la ofuscada crítica anglo-norteamericana atribuye su invento a Henry James. Ahora bien, el narrador infidente es artificio narrativo que no prospera en tiempos de Cervantes. La concepción ética de la literatura conservaba su antigua hegemonía casi intacta. Toda obra literaria presuponía un pacto tácito entre narrador y lector que descansaba con toda solidez sobre relaciones de absoluta confianza. Esas relaciones se sabían de honorabilidad absoluta. La audacia cervantina al colocarlas patas arriba sólo podía cundir en nuestros tiempos, azacaneados por una reestructuración total de la Etica, o por su eliminación conceptual. Hoy en dÍa el narrador in(idente también ha sido objeto de nuevas operaciones de liberación de su servidumbre a la Etica, y por consiguien~ su voz se oye cada día más clara y resonante. ' Un ejemplo, entre muchos que puedo aducir. Acudo al glorioso nombre de Jorge Luis Borges, quien fue, entre otras cosas un cervantista de bandera, v como ilustración básteme citar esa deliciosa criatura suya "Pierre 1'1enard, autor del Qui ;o te, aquel que "no quería componer otro Qui ;o te -lo cual es fácil- sino el Qui ;o te. Ahora quiero hacerme cargo de otra de sus Ficciones, título de la obra que acoge el relato designado "La forma de la espada". Se trata de la historia de un individuo a quien "le cruzaba la cara una cicatriz rencorosa". Se trataba de un inglés que Borges conoció por los uruguayos campos de TacuarembÓ y que le contó su historia. En realidad, se tratá de un irlandés a cuya boca se transfiere casi todo el relato. Comienza refiriendo que "hacia 1922, en una 36 de las ciudades de Connaught, yo era uno de los mu~hos que conspiraban por la independencia de Irlanda". Un atardecer se le une otro conspirador, un taJ Vincent Moon. Pronto empiezan los audaces golpes de mano contra los ingleses, pero el narrador prestamente llega a una tristísima conclusión respecto a Vincent Moon: "Entonces comprendÍ que su cobardía era irreparable". Pero continúa el hablante: "De las agonías y luces de la guerra no diré nada: mi propósito es referir la historia de esta cicatriz que me afrenta". Así, un dÍa, sigue el hablante, "Moon, en la biblioteca hablaba con alguien ..• Mi razonable amigo estaba razonablemente vendiéndome". El hablante, enfurecido, persigue a su delator por los corredores de esa casa-museo en que se han refugiado. "De una de las panoplias del general arranqué un alfanje; con esa media luna de acero le rubriqué en la cara, para siempre, una media luna de sangre". Aquí Borges interviene brevemente en el relato, para dirigirse al hablante:''-¿ Y Moon?- le interrogué-. Cobró los dineros de .Judas y huyó al Brasil. Esa tarde, en la plaza vió fusilar un maniquí por unos borrachos". Borges interviene nuevamente para apurar a1 hablante, quien termina el relato con estas palabras: "-¿Usted no me cree?-balbuceó--. ;,No ve que llevo escrita en la cara la marca de mi infamia? Le he narrado la historia de este modo para que usted la oyera hasta el fin. Yo he denunciado al hombre que me amparó: yo soy Vincent Moon. Ahora desprécieme". Doble y finísima aplicación de la técnica narrativa del narrador in{idente. Vincent Moon, en su relato oral, recata, sustrae y oculta información capital para que Borges enjuicie adecuadamente al hablante y su historia. Ni más ni menos que Cervantes hace respecto a las actividades del bachiller Carrasco. Y Borges, a su vez, hace lo mismo respecto al mundo de sus lectores. Estoy seguro de que las experiencias de lector de este selecto pÚblico de inmediato se hará su propia lista de más ejemplos. Pero me basta hoy con Borges paro. ilustrar cómo la técnica del narrador in{idente se introduce en la urdimbre de la narrativa moderna por obra y gracia de Cervantes, el creador de la nove)Jl moder37 na, desde luego. Esto ocurre en un pasaje totalmente desatendido por sus apariencias baladíes. ''Todo lo prometió Carrasco", son las bien poco prometedoras palabras que la expresan, pero he tratado de demostrar que en esa promesa incumplida, quebrantada de inmediato, se encierra el resorte que al activar la tercera salida de nuestro hidalgo pone en marcha toda la inmensa, compleja y maravillosa máquina artística de la segunda parte del Qui¡ote. Esa deslealtad del bachiller Carrasco repercute inmediatamente en la aventura del Caballero del Bosque. Se puede decir aquí que la inCidencia de Sansón recibe su merecido, al quedar este clérigo de órdenes menores vencido y despatarrado por el suelo, con una vergüenza y un dolor que le recorren el cuerpo. Pero estos vergonzosos dolores le impulsan a la venganza y su rencorosa silueta recorre sigilosamente el trasfondo de las aventuras de amo y escudero, hasta irrumpir, con prepotente gallardía y fuerza, en las playas barcelonesas, donde el vencido será don Quijote. En este momento y de tal manera se desencadena el desenlace previsto por Cervantes. Y quedan así ligadas la inCidencia del clérigo-bachiller (''Todo lo prometió Carrasco"), en una cadena de causa a efecto, con las características y naturaleza del desenlace de la novela máxima. Ahora sí convierw otear el horizonte literario de aquella época para co'lumbrar qué elementos pueden haber activado el disparadero de la imaginación cervantina para brindarnos la pequeña maravilla de la técnica del narrador in(idente. Hace unos momentos me refería yo al neoaristotelismo poético que embarga al siglo XVI europeo, a la zaga del Concilio de Trento. Los documentos que cambiaron la fisonomía literaria de aquella época fueron la traducción al latín de la Poético de Aristóteles y un selecto número de comentarios que provocó. La Poético es el manifiesto literario del Clasicismo o del realismo estético de todos los tiempos y su traducción abrió las puertas a una incontenible avenida litera~ia de cuyos inmensos panoramas me desentiendo por la existencia de obras críticas tan solventes como las de 38 Toffanin, Spingam o Weinberg. Pero sí quiero señfllar unos pocos hitos que bastarán, creo yo, para señalarnos la dirección general del camino que, al reemprender mi empresa intelectual de hoy, remata en Cervantes y su invención del narrador in{idente. Entre Aristóteles y el Renacimiento, y valga como mi primer hito, se yergue una figura gigantesca, sin cuya presencia la historia intelectual del Occidente cristiano sería muy distinta. Me refiero a San Agustín, cuya obra condicionó a la mente medieval en su percepción de la realidad. Y que la filosofía griega influyó profundamente en el pensamiento agustiniano es una verdad inconcusa. En sus Quaestiones evange/icae, segunda sección, San Agustín se hace cargo de la fictio y del modus fictivus. que permite al artista hacer uso de una particular liceucia poética con la que cuenta cosas no reales ni históricas: "Cum fictio nostra refertur ad aliquam significationem non est mendacium, sed aliqua figura veritatis". Esta "otra figura de la verdad" (una verdad a medias o semimentira) lleva en su seno, como sustancia vital, las consideraciones de Aristóteles en el capítulo IX de su Poética acerca de Historia y Poesía, lo particular y lo universal, las cosas como son y como deberían ser, lo verdadero v lo verosímil. · La preocupación de la Edad Media por algunos de estos conceptos lo ejemplifica mi segundo hito, que es la interesantísima carta de Dante Alighieri a su protector veronés Can Grande della Scala, donde recuerda que "forma sive modus tractandi est poeticus, fictivus, descriptivus, digressivus, transumptivus". Con lo que recaemos en el modus {ictivus, que según San Agustín "non est mendacium, sed aliqua figura veritatis". Para el siglo X VI toda esta terminología ha vuelto a campear por sus fueros, pero ahora con su propia nomenclatura clásica y aristotélica. Ahora sabemos que Cervantes estuvo perfectamente al corriente de las preocupaciones literarias neoaristotélicas, y por ello todo mi interés lo atrae su perfecto contemporáneo Alonso López Pinciano y su extraordinario tratado, la Filosofía cmtigua poética, de 1596. 39 Muchos son los pasajes en que el Pinciano se hace cargo de la mentira como levadura de la obra literaria. Unos pocos ejemplos: "Es tan necesaria la verisimilitud, en doctrina de Aristóteles, que el poeta debe dejar lo posible no verisímil, y seguir lo verisímil, aunque imposible". Más abajo: "El poeta no se obli~a a escribir verdad, sino verisimilitud". Para finalizar: "Acábese de cerrar esta cláusula de la verisimilitud con que el poeta' la debe guardar en el género, en la edad y en el hábito y estado de la persona". Todos estos textos son de la epístola quinta de la Filosofía antigua poético. El Último, acerca de la edad, hábito y estado de la persona nos viene como anillo al dedo: el clérigo de órdenes menores Sansón Carrasco, con su hábito de San Pedro y bachiller por Salamanca, "todo lo prometió". Perfecto ejemplo de verosimilitud, y cuando rompe su promesa, lo que ha hecho el autor es "seguir lo verisímil, aunque imposible", en palabras del Pinciano. Con todo esto, la imaginación cervantina, suelta, como "la loca de la casa", ha inventado un norrudor in{idente, caso desconocido hasta,;.el momento. y este norrodor in{idente representa el acliso final de ia verosimilitud aristotélica. Porque se da el caso de que el narrador in{idente es a la doctrina aristotéli<'a de la verosimilitud lo que la aporía es a la Lógica . La aporía es la proposición de una dificultad lógica intuperable, un verdadero y etimológico callejón sin salida de la Lógica, por el estilo de esta afirmación: "Todos los griegos son mentirosos, dijo un griego". Donde si dijo mentira, entonces todos los griegos no son mentirosos, y si dijo verdad entonces no es griego. O sea que en sus últimas consecuencias, el uso del narrador in{idente es el ariete que echa abajo el laboriosamente trabajado edificio de la verosimilitud aristotélica. Tal fue la última consecuencia de crear un historiador mentiroso en 1605, cuyas características se enmarañaron alrededor de Sansón Carrasco en 1615. Universidad de California, Estados llnidós 40