vi. la teoría hipodérmica (that never was?)

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VI. LA TEORÍA HIPODÉRMICA
(THAT NEVER WAS?)
Gustave le Bon en un libro publicado en 1895 titulado Psicología de las masas, escribía; “Una potencia nueva, última soberana de la edad moderna: la potencia de las masas … la era
en la que entramos será verdaderamente la era de las masas …
el nacimiento del poderío de las masas ha sido ocasionado, en
primer término, por la propagación de ciertas ideas lentamente
implantadas en los espíritus y luego por la asociación gradual
de individuos que ha llevado a la realización de concepciones
hasta entonces teóricas … Poco aptas para el razonamiento
las masas se muestran por el contrario muy hábiles para la acción” (Le Bon, 1895: 20). Le Bon acuñó un buen número de los
tópicos “caracteriales” de la masa: la “ley de la unidad mental
de las masas”, la disolución de la personalidad, el “alma colectiva”, la homogeneidad de las masas, las masas no acumulan
inteligencia sino mediocridad, la “masa anónima”, el “contagio
mental”, la susceptibilidad de la masa, la desaparición de la personalidad consciente, el automatismo, la regresión civilizatoria,
la impulsividad de la masa, su irritabilidad, la incapacidad de
razonar, ausencia de juicio y de espíritu crítico, exageración de
los sentimientos, la masa como cercana al salvaje y al niño, el
instinto y los impulsos no controlados, la credulidad de la masa,
la exageración y el simplismo de sus sentimientos, su violencia,
las ideas accidentales y pasajeras, la ausencia de espíritu crítico,
los razonamientos por analogía, el no poder pensar más que
por imágenes, pan y espectáculo. Le Bon concluía: “Todo aquello que impresiona a la imaginación de las masas se presenta
en forma de una imagen emocionante y clara, desprovista de
interpretación accesoria o no teniendo otro acompañamiento
que el de algunos hechos maravillosos: una gran victoria, un
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Teoría de la Comunicación Mediática
gran milagro, un gran crimen, una gran esperanza … Conocer
el arte de impresionar la imaginación de las masas equivale a
conocer el arte de gobernarlas” (Le Bon, 1895: 56-57).
Como bien explicaba Katz: “La comunicación reclamó una
profunda atención en nuestro siglo por la preocupación acerca de
los efectos de la Primera Guerra Mundial y de la propaganda nazi.
Fue un importante objeto de estudio mediado por la preocupación
acerca de los efectos de los medios de masas sobre la democracia
y la conducta violenta en los niños” (Katz, 1983: 6).
La democratización, el acceso a la vida política, a la sociedad,
por parte de grandes masas de población antes excluidas de la
vida pública —incorporación que da su razón de ser a la propaganda política—, el crecimiento de las grandes ciudades, la
aparición de los medios de comunicación de masas y la guerra,
constituyen el trasfondo de la “teoría hipodérmica” (también
llamada “teoría de la bala”), que, como bien indicaba Mauro
Wolf, se sustenta sobre tres pilares: Una teoría sobre la sociedad
de masas, la prevalencia de un paradigma conductista de la acción en consonancia, y desde el punto de vista comunicativo, la
aplicabilidad del paradigma de Lasswell con sus características
de unidireccionalidad y linealidad (Wolf, 1987).
Ortega y Gasset definía la sociedad como una “unidad dinámica” de masas y minorías cualificadas y caracterizaba a la masa
como el “hombre medio … que repite en si un tipo genérico …
masa es todo aquel que se siente como todo el mundo, y, sin
embargo, no se angustia” (Ortega y Gasset, 1929: 126,127). El
hombre medio es el habitante de las grandes urbes, que conoce
por primera vez el tiempo de ocio, “las facilidades materiales,
la facilidad y seguridad físicas, el confort y orden público, el
progresivo derrumbamiento de las barreras sociales” (Ortega y
Gasset, 1929). Para Ortega tres son los principios que han hecho
posible ese nuevo orden: la democracia liberal, la experimentación científica y el industrialismo. Hace especial hincapié en
lo que ya le Bon había destacado, cierto carácter “intratable”
de las masas. La caracterización de las masas desde la perspectiva de la teoría hipodérmica ha derivado su docilidad y
Pilar Carrera
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su fácil manipulabilidad de su carencia de espíritu crítico. Si
embargo tanto Le Bon como Ortega hacían hincapié en que
las masas “son incapaces de dejarse dirigir por ningún orden
…su alma está hecha de hermetismo e indocilidad” (Ortega y
Gasset, 1929:194).
Ortega definía al “hombre-masa” como un “novísimo bárbaro
exigente y desagradecido” (Ortega y Gasset, 1929: 237), haciendo una distinción que no carece de interés entre el concepto
de muchedumbre y el de masa, siendo el primero meramente
cuantitativo y visual, mientras que el segundo revelaría su naturaleza sociológica: “De este modo se convierte lo que era meramente cantidad —la muchedumbre— en una determinación
cualitativa: (el hombre masa) es la cualidad común, es lo mostrenco social, es el hombre en cuanto no se diferencia de otros
hombres, sino que repite en sí un tipo genérico— ¿Qué hemos
ganado con esta conversión de la cantidad a la cualidad? Muy
sencillo, por medio de ésta comprendemos la génesis de aquella.
Es evidente, hasta perogrullesco, que la formación normal de
una muchedumbre implica la coincidencia de deseos, de ideas,
de modos de ser, en los individuos que la integran … En los
grupos que se caracterizan por no ser muchedumbre y masa, la
coincidencia efectiva de sus miembros consiste en algún deseo,
idea o ideal, que por sí solo excluye el gran número … Hablando
del reducido público que escuchaba a un músico refinado, dice
graciosamente Mallarmé que aquel público subrayaba con la
presencia de su escasez la ausencia multitudinaria” (Ortega
y Gasset, 1929: 76). La masa queda así definida como hecho
psicológico independientemente de que se manifieste o no en
su versión multitudinaria, la masa es un êtat d’esprit.
Cuando E. Jünger realizaba su fotolibro El mundo transformado (1927) una de cuyas partes llevaba el título significativo
de “El rostro transformado de la masa” buscaba hacer visible
ese concepto de “sociedad de masas”, en íntima asociación con
la amenaza bélica y la propaganda.
Las “aguas tranquilas del paradigma de Lasswell” (Klapper,
1960) estaban en realidad mucho más agitadas de lo que Klapper
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Teoría de la Comunicación Mediática
dejaba suponer. Las primeras teorías sobre la comunicación de
masas de corte mecanicista y conductista, bien representadas
por el modelo de Lasswell se convirtieron en la espina dorsal de
la modelización comunicativa incluso para aquellas teorías que
criticaban la superficialidad del modelo de Lasswell negándole
valor heurístico. Y, aunque teóricamente declarada en bancarrota desde hace décadas, acostumbra a volver, como una recidiva,
con su modelo comunicativo hipersimplificado, incluso en el
seno de las más abstrusas teorías sociológicas, por no hablar
de las diversas manifestaciones de “crítica total” sobre las que
tácita o explícitamente planea.
El modelo de Lasswell, de origen político —Lasswell era un
politólogo— recuperado por las teorías de la propaganda y que
caminó a consuno con las teorías sobre la sociedad de masas
concebía la comunicación como coyuntural, discreta e intencional, muy distinto del “hablar por hablar” que Tarde situaba
en el centro de su teoría comunicativa. Era un modelo aplicable a episodios comunicativos, es decir, un modelo político,
aplicable a la comunicación del poder con los ciudadanos. Las
instancias son personales: el QUÉ y el A QUIÉN; los efectos
son directos —como una bala o como una aguja—, el mensaje
carente de ambigüedad, la interpretación personal irrelevante.
D. K. Berlo catalogaba como conceptos “aguja hipodérmica”
aquellos enfoques que realizaron un análisis de la comunicación
no orientado hacia el proceso. Es decir, aquellos enfoques que
no consideraban la comunicación como proceso sino como
episodio discreto: “Estos enfoques pueden ser rotulados como
conceptos “aguja hipodérmica” con respecto a la forma en que
actúa la comunicación” (Berlo, 1960: 25). El “paradigma de
Lasswell” daba cuenta en efecto de un tipo de comunicación
marcadamente intencional. Greimas explicaba como al considerar “la comunicación en su calidad de acto, generalmente se
introduce el concepto de intención que parece motivarla y justificarla. Esta noción nos parece criticable en la medida en que
la comunicación es entendida, a la vez como un acto voluntario
—lo que no siempre es— y como un acto consciente —lo cual
Pilar Carrera
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depende de una concepción psicológica demasiado simplista
del hombre. (Greimas-Courtés,1979: 224).
La violencia (recordemos el contexto bélico que constituye el
trasfondo de las primeras teorizaciones), la conducta violenta
potencialmente generada por la mimetización de los contenidos
mediáticos, derivada de la exposición a representaciones de
violencia, fue desde el principio de la communication research
el tema estrella en el análisis de los medios audiovisuales, en
aquel momento esencialmente el cine, y posteriormente la TV.
En los años 40 destacan en este sentido los estudios de Blumer
sobre el cine y la violencia (Blumer, 1933).El efecto mimético
comportamental o actitudinal ha estado siempre muy asociado
a los medios, esencialmente a los medios audiovisuales. Se ha
tendido a considerar la imagen —especialmente a la imagen
fotográfica, “realista”— causa de un furor imitativo, que por
ejemplo no ha acostumbrado a atribuirse a otras formas de representación como la novela, el teatro o una emisión radiofónica.
Quizá por el tabú que pesa sobre la imagen como “duplicación
fraudulenta” del mundo ya desde los griegos.
Blumer aporta estudios de campo para demostrar sus teorías.
La verificación, la voluntad de contrastar hechos e hipótesis
—aún contando con la distorsión que todo método puede introducir— ausente en las primeras teorías europeas sobre los
medios de comunicación—, marcó el desarrollo de la investigación en los USA desde el principio. Blumer buscaba establecer
relaciones causales entre películas violentas —es decir entre el
contenido de dichas películas —hay que tener en cuenta que la
teoría hipodérmica está marcadamente centrada en el contenido— y conducta violenta, la influencia de las películas sobre
niños y jóvenes, para concluir que las películas pueden conducir
tanto al crimen como a la reforma del criminal, pero “en general
las películas tienen un relativamente escaso valor reformador”
(Blumer, 1933: 200), aún acordando que “las películas pueden
crear actitudes favorables o desfavorables hacia el crimen y el
criminal” dependiendo de otras variables como la influencia
del entorno y la naturaleza del potencial influenciable. Según
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Teoría de la Comunicación Mediática
Blumer la influencia de las películas en los jóvenes y en los
niños sería proporcional a la desestructuración y debilidad de
las instancias tradicionales de socialización: familia, iglesia,
vecindad, escuela.
Meyrowitz definía en los siguientes términos la teoría que
nos ocupa: “La vieja teoría de la aguja hipodérmica (popular en
los años 20), que postulaba una respuesta directa y universal al
estímulo del mensaje, ha sido abandonada por la mayoría de los
investigadores. La tendencia sin embargo, ha sido interponer
variables adicionales entre el estímulo y la respuesta conductual. Diferencias individuales, diferencias grupales, el papel de
los pares influyentes, estadios de desarrollo cognitivo y otras
variables sociales y psicológicas son ahora vistas como mutando,
cambiando o negando el efecto de los mensajes. Pero finalmente
los nuevos modelos siguen estando basados en el concepto de
respuesta al estímulo” (Meyrowitz, 1985: 101).
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