Discurso de Melquíades Alvarez

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rWMO III
\ MADRID
nUM.
6i8
VIERNES
SUSCRIPCIONEa
25 DE NOVIEMBRE
DE ipaj
Toda la correspondencia debe dirigirse ai
a
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Apartado de Correos
áDMINISTRACléljí; SAIMMEHTO. 5
25
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1 La Redacción de LA LIBERTAD está
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Antonio de Lezama, Redactor-jefe; Alejo
García Góngora, Secretario; Augusto Barcia,
Carlos Bonet, Ezequiel Eadériz, Narciso
Fernández Boixader, Heüodoro Feraánílez
EvangelLsía, Víctor Gabirondo, Ricardo Hermindez del Po^o, Francisco Hernández Mir,
Rafael Hernández Ramírez, Manuel Ma.
chado, Ricardo Marín, Maximiliano Miñón,
El desastre ha nevelado la total inefica- Eduardo Ortega y Gasset, Manuel Ortíz de
cia en que vivía, y sólo así puede expli- Piaedo, Pedro ce Répide, Lui:3 ijuiado,
carse la tremenda derrota, en veintioua'
Alfonso Sánchez, Luis de Tapia, Antonio de
tro horas y ante u n a s (hiuesttes aguerridas, es cierto, pero irregulares. Todo ello la Villa, Antonio Zozaya y Luis de Zulueta
evidencia la necesidad d e u n a profunda
reforma que huya de los egoísmos que
han presidido en la anteflior, la cual, en ristas un tanto interesados más allá de donsu desarrollo y en su íntñma inispiíración, de ciertamente ha ido su intención. La hisiq'uéera estuviese disfraj^da con huecas pótesis de que nuestra acción militar v a y í
palabras, sólo se acordó de España para inmediatamente y por fueria de guerra a
exigjnle setecientos millones de pesetas. Alhucemas, nosotros la vemos condicionaEJ viejo prurito de Maura de exentarse da por todas sus manifestaciones anteriode toda culpa en tan constan'tes lacerias res respecta de la ineficacia aciual del inscomo nos afligen,, fué también castigado trumento militar. Las opiniones en este
por la cálida elocuencia del gian- orador. punto de I A L I B E R T A D son antiguas,
Maura, incruatiado en nuestra vida pú- y los redactores que en contacto con aqueblica ííesde los tiempos d e la Regencia, llas complejas realidades las han formulasempiterno fabricante de frases sonoras do, bien conocidas. La prudeacia y el iny retorcidas, y tenacísimo colaborador en terés de España aconsejan no compromelos desastres de nuestra época, sin excluir ter las seguridades del éxito con reiterael tremendo d e 1898, quie dejó a España ciones en el camino de ias a% enturas, .-i
convulsa; el presidente del Conisejó, que cuenta del cual tanto hemos loajdo que lamentar. P o r eso nosotros, discrepantes de
lo que esos comentaristas alirnuin, no podemos juzgar esta parte final del admirable discurso del ilustré orador separada del
conjunto. Comprendemos i,ue es fórmula
de un deseo, de un ideal, que, por desgracia, está condicionado y limitado por las
realidades lamentables que con cruda ÍÍXpresión h a patentizado.
EL PROBLEMA DE MARRUECOS
Discurso
de Melquíades Alvarez
El concepto liberal
El discurso d e D . Melquíades Alvaí'Cz, que ofiecemos íntegro a ftuestiros lectoíés, ha sido, como podía eaperaiise del
i ^ t x e oiradoír, mjia vibrante y elevada exPoesáán, en que el concepto liberal ha
Resplandecido oon «uérgicos trazos.
ÍJOS puntos que marcan la fusndameai<W dáscnepancia coui la política regresiva
*|Qe n o s llewa al retroceso d e tiempos inOonstkuciiCHiales, han sido sieñaledos ide
% » toainera insuperabte.
H a empezado el jefe d e los reformistas por proclamar su conformidad con la
proposición q u e susoribieron los repre^
<>etitai]ites dle los grupos die ita «izquierda.
En ella mostró, oon la diafanidad de sai
«dmiiable palaíwa, oórao estaban' sinteti¡Badas las normas de una política democrática, q u e aspira, ademas, a abordar,
Coa cautela y ponderaaióini, los peligrosos |»<oUemas Que nos plantea el proteo-
i
\
Uoa tesis Interesante
SIeñores diputados: Él Sr. Ro<tós prontmció
ayer tarde un discurso elocuentísimo, que impresionó profundamente a toda 'la Cámara por
las razones y por el arte con que desenvídvió su tesis.
La tesis dd Sr. Rodés fué la de siempre:
el abandomo de Marruecos; una" tesis que
tiene cada día en nuestro país mayor número de partidarios, atraídos, no por una conviccióji ideal, sino por la desconÜanza y por
el engaño que les han producido los Gobiernos. Y esta tesis que defendía el Sr. Rodés,
la contraponía a la tesis del IVÜnisterio, en
la cual veía una prolongación Indefinida de
la guerra, una repetición de los vicios, de los
desaciertos, de las relajaciones que ddl^raciadamente han culminado en Annual, y un
agotamiento lento, pero inevitable y seguro, de la vida de España.
Ni pesimistas ni solidarios ie la coa>
ducta del Gobienu)
No participo yo del pesimismo del Sr. Rodés; pero si tengo que recoger de s.u dis»curso algx> que afectaba a e§ta minoría, porque en la última parte del mismo hacia referencia a la proposición que hablan suscrito las izquierdas gubernamentales, y ateniéndose al debate que aqu! se h^abía producido,
y a las declaraciones del señor presidente del
Consejo de ministros y del señor conde de
Romanones, deducía, equivocadamente a mi
juicio, que todos los firmantes de la proposición, las fuerzas políticas representadas en
aquella proposición, estaban en realidad confundidas con la conducta del Gobierno, y
que, desde aquel instante, nosotros nos solidarizábamos con todas las responsabilidades que de la conducta del Gobierno pudieran
derivarse.
Creo que es un error, una equivocación del
Sr. Rodés. En aquella proposición había una
coincidencia de juicio, que señalaba para el
porvenir una norma de conducta y una posible acción de Gobierno, pero sin confundirse
con el Ministerio, sin identificarse con el Ministerio.
£1 contenido de la proposición
Podrá haberse desdibujado la proposición
ferádo ííe iiuíBtrá zona rrtóirroquí, y a no en 1909 dio el primier paso por los cam- por el comentario; pero esto p<x:o importa;
dejarse arrastrar por ese asunto, como pos melilienses, que ahora han dado tan lo que vale en la proposición es el contenialka-a ocurre, a la funesta iniatenición de trágica cosecha de cadáveres, no puiede, do y la sanción que con su voto han dado
las necesidades y posibüddlades ¡interiores. por grande que sea la propuiliSión de sus los elementos representados por los firmanU n a dte las primordiiales preocuipacior retóricas o el desdén de sus gestos, huir tes, y en esa proposición yo creo que discrenes d d disourso la ha constituido el con-' de una responsabilidad que no podrá sa pábamos en absoluto de la conducta del Go"vencimiento de que hay que ofrecer a E ^ cudirse de su levita ni con¡ la fuerza tun- bierno. Coincidíamos con él en que no era
Pafia awia eficaz aooión d e j u s t i ^ des- didora de uní batán. Melquíades Alvarez posible abandonar Marruecos, en que había
pués del desastre forjado por tantas cu¡l- Qulminó en esta parte de su discurso la que practicar una política civil de protecPas. N o es posible, no, dejar flotando en inispiración' y viveza de sus argumentos. torado; pero discrepábamos en la necesidad
*i aire, para que en. él se diluyan, las
Fijó también el género de acción pru- de limitar la acción militar a las exigencias
responsabilidades en q u e incuinrioran los dente y limitada que nuestra nación debe inaplazables de la reconstitución económica
ciausantes de la muerte de tantos com^pa- ejercitar en Marruecos. Esta debe atenerse de Elspafta; discrepábamos en que pedíamos
Wotas, y del menosprecio internacional a las posibilidades económcas y orgánicas una información parlam<!ntaria para depuconsecuente a un fracaso tan midoso d e de su situación. No podrá ser en manérc rar con todo rigor las responsabilidades; en
que exigíamos una reforma radical d*! Ejérn^uestras organiizacionies, de sai eficiencia alguna la política de la última peseta y el cito, en el cual radicaba una cíe las causas
defensiva como Ejército y de su norma- último soldado, sftio la del dinero y de la principales de la catástrofe, y, sobre todo,
lidad administrativa oomo burocracia, sangre a que nuestro prestigrio internacio- seTiores diputados, en que era indispensap n a información veraz y j.usticiera es nal nos obligue, sin désoir las voces de -ble, a nuestro juicio, el restablecimienfo de
impemosa para: depurar esas cíuilpas y evi- nuestra Hacienda desequilibrada y los cla- la pureza del régimen constitucional, el funtar el b o d i o m o de que se imputen a la mores con que España demanda su reu>.r- cionamiento normal del i Parlamento, con la
fatalidad.
dado progreso.
reciproca responsabilidad de todos los PoY , _en relación can este aspecto, fué
En cuanto a los planes de acción mili- deres. Siendo asi. nadie que proceda serenatambién acertadísimo el iuiicio condena- tar, las afirmaciones de Melquíades Alva- mente, puede atribuir una confusión,a estas
sesk-hsíOt sido-JxiBso flfisndas QOC GO<QCQt&< ima^ssk ecdític^Sj: &°^S, 1»á9í a, laj^ (uerz^
y^^^
reformistas, con la dirección y con la orientación del actual Gobierno.
El peosamiento de la minoría reformista
Claro que no era todo nuestro pensamiento; no podía ser nuestro pensamiento íntegro aunque iba encaminada a él; pero ahora
me parece a mí que, coincidiendo con el
fondo de esta proposición, yo tengo que expresar, a nombre de esta minoría, aquellos
raatices que no se pueden reflejar en una
proposición que representa una fórmula de
coincidencia.
Voy a hablar sin ocultar na<ia, sin recatar nada, porque creo que ésta es una hora tremenda para todos: para el Gobierno,
que tiene la responsabilidad del Poder; para nosotros, que podemos tenerla mañana,
y porque la opinión necesita saber cómo
piensan los hombres que representan fuerzas políticas sobre este grave problema, que
absorbe hoy toda la vida política del país.
No vpy a calificar yo k) de Annual como
expresión de un personal criterio. Aquí se
ha dicho por todos los oradores, por los más
moderados y por los más radicales, que
aquéllo representaba una gran vergüenza.
Era verdad; el país se sobrecogió dtolorosamente con la catástrofe; este pQbre país no
sabía de Marruecos sino q\ie se gastaban todos los años unos cuantos millones, probablemente más de lo que permitían sus posibilidades económicas; pero este país se hallaba adormecido por la esperanza, ¿qué digo por la esperanza?, por la ilusión de que
ese protectorado de que se hablaba se iba
desenvolviendo sin dificultad y sin peligros,
y que estaba asegurada, además, la tranquilidiad, dle un modo definitivo, en una gran
parte de nuestra zona. Guando tuvo noticia
de la catástrofe, la catástrofe le produjo estupor; tras la desilusión vino el desvió natural hacia el Gobierno y un estado de profunda desesperanza en sus fuerzas. EXesesperanza peligrosa, señores diputados, porque cuando un país cómo España está abatido tantas veces por el infortunio, bajo la
influencia de esta desesperanza, adopta, con
giran facilidad, las resoluciones más graves,
las resoluciones más extremas, incluso aquellas que pueden poner en peligro su independencia y debilitar su porvenir.
La magnitud d« la catá&trO'!e.--Ni Ejér*
cito, ñá Administracióo, ni Hacieiida
La catástrofe fué grande; pero yo os confieso que a mí no me asusta la magnitud' de
la catástrofe; a mí lo que n>e asusta es lo
que la catástrofe revela y descubre. El señor M|iura decía que era un golpe de florete cerca del corazón de España; Ifa imagen, exacta, en el sentido de que podía ven k la muerte; la imagen, inexacta, porque
no representa toda la gravedad del peligro.
Es algo m á s : es una catástrofe q^e, poniendo al desnudo la vida interior (fe España, la vida interior del Estado español,
llena de lacras y podredumbre, hia descubierto, señores diputados, que el Estado español no es tal Estado, que no íiene de tal
más que el nombre; una estructura externa más o menos fastuosa, orlada con los
atributos y con los símbolos del Poder, pero sin eficacia en ninguno de sus órganos
fundamentales para realizar aquellas funciones que son esenciales en la vida pública;
es un Estado que vive de apariencias, pero
que no tiene realidades. Por eso, señores
diputados, hay que confesar con tristeza
que no tiene el Estado español ni un Ejército oon eficiencia militar bastante que pueda salvar en un momento de peligro exigencias ineludibles del honor, ni una burocracia inteligente y previsora que aderte a dirigir la Administración, ni una Hacienda
solvente que provea con holgura a las necesidades del país, ni cultura en la masa
social que le permita reaccionar y corregirse bajo el influjo, siempre educador, de las
ideas, ni capacidad de orientación en los gobernantes.
Y porque no tiene todo esto, porque carece de todo esto, se ha producido el desastre
que todos lamentamos. Es la Historia, señores diputados, la Historia que se repite para
castigo de Gobiernos impenitentes y de pueblos incorregibles. Ayer la f>érdida de las colonias ; boy, esta derrota de Melilla, que nos
llena de vergüenza y de dolor a todos; mañana, si no acertamos a remediar^las causas
del mal, quizá otros infortunios más grandes,
probablemente una desintegración del territorio nacional, que sería ya la expresión definitiva y suprema de nuestra desventura.
Miedo a la verdad y ai dolor
Pero yo veo con tristeza, lo digo con entera sinceridad, yo veo con tristeza que somos
incorregibles. Aq.uí han hablado tcídos de la
catástrofe de Malilla, y he visto que muchos,
creyendo que de esta manera se rinde culto
al patriotismo, han pretendido dulcificar la
amargura del infortunio con el relato, más
o menos fantástico, de unas cuantas individuales hazañas. Lo mismo que en el año 98,
exactamente lo mismo; parece, ssflores diputados, que tenemos miedo a la x^erdad y al
dolor; y yo creo que es en eldolor donde se
templa Vigorosamente el alma de los pueblos
y donde se encuentran ellos muchas veces
aquellas energías salvadoras que necesitan
para redimirse y para engrandecerse. Y frente
al dolor hablo, sin ocultarlo, y frente a la
verdad voy a exponer todo lo que yo pienso, y
a deciros, señores diputados, {jorque es asi,
^ue ye ns ví» ep te catástrofe de Melilla un
hecho insignificante, ni un hecho de gravedad
extraordinaria, pero sin repercusiones transcendentales ; yo veo en la catástrofe de Melilla una serie de fracasos tan grandes, tan
definitivos, que es precúso consignarlos públicamente.
Una política fracasada."Proniesas im>
prudentes y poderes clandestinos
Representa el desastre de Melilla, señores
diputados, el fracaso de toda la política tradicioníil imperante, de todo lo que encarnáis
vosotros, de todo lo que se ha venido practicando: una política de incuria y de abandono,
que ha subordinado constantemente los i n t e
reses nacionales a otros intereses más pequeños y de menos importancia; una política
que, en el afán de vivir al día y de vivir con
los menores riesg-os posibles, ha transigido
desde el Gobierno con todos los apetitos y
con todas las concupiscencias, infiltrando, de
una parte, la rebeldía en la conciencia pública, y labrando, al propio tiempo, el despresti- <
,
g^o del Poder. Como se trata, además, de
una política que se caracteriza por la inhibición claudicante de todos los Gobiernos, y
como al amparo de esta política se ha ido destruyendo la autoridad legitima de todos los
organismos constitucionales del país, no tie-,
ne nada de extraño (¡ qué digo no tiene nada
de extraño!, habla de ser inevitable) que fueran surgiendo al margen de la Constitución
otros poderes de origen usurpador y facciosp
que acabarían por imponerse. Por eso no os
extrañará, señores diputados, que a raíz de,
la catástrofe de Melilla, para e]g>llcar las
causas de la misma, se haya forjado una leyenda que ha circuladb por toda España, una
leyenda que todos conocemos, que no puedí
recatarse aquí y que enlazaba el desastre de"
Annual con ciertas promesas Imprudentes de
un general infortunado y con estímulos y
alientos que, de' ser ciertos, resultarían más
imprudentes todavía. Es que hay en el pueblo la convicción de que la vida pública no ..
está en la exterioridad de estos órgano»
ccmstitucionales, sino q¡ue está en el poder
clandestino que va actuando, sobreponiéndose casi siempre a la v*iriuntad y a Us aspir;aciones del país, (Rumores.)
Represíenta la catástnofe de MeBIfei, stlSo^'
res diputados, el fracaso definitivo d ¿ Eijército, el cual, por los vicios y defectos de su
constitución, imputables exclusivamente a la
voluntad de los Gobiernos, ha evidenciado su
impotencia para cumplir los altos ddaeres que
se le asignan. Aquí se habló por todos drfí
Ejército, por diputados que son diputados
del país, pero que visten el uniforme militar, por hombres que han dado pruebas dfl
amor y hasta de idolatría al Ejércrto.
Lo que es el Ejército en Espafia
Yo recuentto que, hace pocos años, oomoi
en tono despectivo, se deda del Ejército es~;
pañol que era ima brillante plana mayor coo'
charangas; hoy ya no se puede decir lo mismo. Hoy se trata de una colectividad más nuimerosa, con una exuberancia de generales,
jefes y oficiales que asombra a todos; que el.
otro día, cuando el señor conde de Romano-"
nes Ida su relación, producía efecto sorpren-'
dente en la Cámara; una colectividad numerosa, integrada, no por soldados, sino poit,,
hombres vestidos de uniforme, que no tienen
preparación militar o tienen escasa pnepaeación militar. E s una colectividad que repneseata grandes dispendios para el país, porque él
presupuesto del ejército alemán alcanza la suma de 700 y tantos millones en el año último, y yo puedo deciros que en un periodfO
aproximado de veinte años hemos gastado en
el Ejército muy cerca de ocho mil millones
de pesetas. Pero como estos dk>pendios se
han invwtido en cosas inútiles, en alimento
de una burocracia, y no en lo indisp^isable,
cual es la preparación para la guerra, que,,'
mientras no cambien las cosas, será, por desgracia, una posibilidad permanente en todos
los pueblos y en todos los tiempos, resulta,
señores diputados y señores ministros, que tí
Ejército es un instrumento inservible; es un
instrumento inservible. ;•. ucspecho de lo que
diga el señor ministro de la Guerra y de lo
que digan todos los que hablan del Ejército
oon adulación; sin organización adecuada d«
donde se derive su eficacia, sin que sienta en
su espíritu un alto ideal que le sirva de aliento y de estímulo, sin que haya en su seno
competencias bastantes que inspiren confiara
za y que acierten a dirigirle, sin que tenga
tarhpoco, señor ministro de la Guerra, aquella
disciplina que es obligada, elemental, en lo»
institutos armados, por lo mismo que su vida
ha de desenvolverse necesariamente en b
práctica de la obediencia y del sacrificio.:
El vendaval trágico.-Miiteires dé soldados muertos sin defenderse
Porque no hay Ejército; porque el Eijército
no sirve; porque es un instrumento defectuoso, bastó el vendaval trágico de unas cuantas
horas en África para que desaparecieran todas
las posiciones que habíamos conquistado y
para que cayera en poder del enemigo todo,
absolutamente todo, el material de guerra que
teníamos en nuestras manos, y, lo que es
peor, para que quedaran allí, como testimo^
nio mudo de acusación contra los Crobiernos,.
en las barrancadas y desfiladeros de aquellas
tierras, más de diez mil cadáveres de hermanos nuestros, que no hemos ix>dido ni sab'da
defender. Y la impotencia do! Ejército, determinada por esa crisis de Gobierno, se evidencia en lo que decía el Sr. Maura al rey:
que no habíamos logrado defender a los de
Monte Arrult, que esperaron, angustia<k)8|^
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