Homero - Ilíada La épica griega nación en Asia Menor en la costa que poblaron los jonios. En la antigüedad se creía que pertenecían a Homero todos los poemas épicos entonces conocidos. Los poemas homéricos eran extensas narraciones en verso, que poetas llamados aedos declamaban, con acompañamiento de música, en comidas y reuniones de reyes y de jefes. Todos loa acontecimientos se atribuyen a héroes de gran corazón ya dioses que, para ayudarlos, intervienen personalmente en los asuntos de los hombres. Esta poesía histórica es hermosísima por la verdad de las pinturas, de los sentimientos y de los retratos, por la grandeza sencilla de la expresión y por la exactitud del detalle. Las costumbres, el lenguaje, los usos y las creencias están allí pintados con escrupulosa exactitud y la obra maestra literaria es al mismo tiempo uno de los mejores documentos que existen sobre la Grecia antigua. Entre estos poemas, los más célebres son La Ilíada y La Odisea. Se les llama homéricos porque durante mucho tiempo se creyó que eran obra de un solo poeta llamado Homero, pero ahora se sabe que son un arreglo de varias rapsodias, es decir, de poemas diferentes sobre un mismo asunto cantados por distintos poetas. La Ilíada – Canta las costumbres guerrera y los reñidos combates librados entre hombres y dioses delante de Troya o Ilión, cuyo sitio duró diez años. El asunto es el relato de la cólera de Aquiles. Este héroe, hijo de Peleo y de la diosa Tetis, y el más bravo de los aqueos, irritado contra Agamenón, se retiró a su campamento. Mientras tanto, Héctor, hijo de Príamo, a la cabeza de los troyanos, asaltó el campamento aqueo y comenzó a incendiar las naves aqueas y mató a Patroclo, amigo de Aquiles. Este, presa de furor cuando supo la noticia, vistió una armadura forjada por Hefestos y sembró la muerte entre los troyanos. Héctor cayó en las manos de Aquiles ayudado por la diosa Palas Atenea. La Odisea – Compuesta muy posteriormente a la Ilíada, es el poema del mar y de los campos. Odiseo, perseguido por la cólera de ciertos dioses y juguete de las olas desde que salió de Troya, naufragó en la isla de los feacios. Acogido por el rey de ese país, le contó sus extraordinarias aventuras, y obtuvo de él un barco que le condujo a Ítaca. Encontró su palacio invadido por jefes que, creyéndolo muerto, querían casarse con su mujer, la fiel Penélope. Esta supo hábilmente hacer que aguardaran, y el día en que Odiseo, vuelto al fin y auxiliado por su hijo que lo reconoció, mató a los pretendientes, volvió a ser el dueño de su casa. Los dioses en la epopeya “(...) Todos los dioses son antropomórficos y su conducta es semejante a la de los hombres, pero a la de hombres que no envejecen, que no mueren y tiene un grado de poder infinitamente superior al que tuvo jamás hombre alguno. Semejante punto de vista conduce a diferentes maneras de enfocarlos. Por una parte no cabe duda de su poder, y Homero está plenamente consciente de él, y lo sabe mostrar con majestad impresionante. Cuando Zeus mueve afirmativamente la cabeza, sacude el Olimpo; cuando Poseidón viene de Samotracia a Egas, las montañas y los bosques se agitan bajo sus pies, y termina el viaje en tres zancadas; cuando Ares o Poseidón gritan en alta voz, su grito es como el de nueve o diez mil hombres. Los dioses tienen sin duda un poder casi ilimitado, pero, por otro lado, por ser su vida eterna, pasan gran parte de su tiempo como lo pasarían los hombres, si estuvieran libres del peligro y de la muerte. Por carecer de limitaciones humanas, disfrutan de las mismas diversiones que los hombres en sus momentos de ocio, tan difícilmente ganado. De ahí que en el Olimpo constituyan una familia discutidora y mal avenida, que incluso a Zeus le cuesta trabajo dominar. Los dioses no son omniscientes, y a veces ignoran incluso las últimas noticias de la guerra, como cuando Ares envuelto en una nube de oro en el Olimpo no sabe que han matado a su hijo Ascálafo. Dioses y diosas toman parte en la guerra, pero a pesar de la incalculable ventaja que representa el estar libre de la muerte, su conducta queda muy por debajo del nivel esperado en los hombres”. Charles M. Bowra: Introducción a la literatura griega Nada es más asombroso, más insólito para el lector moderno que la presencia constante de los dioses y de las diosas en La Ilíada y en La Odisea. Además de suplicar a la Musa que relate la cólera de Aquiles en La Ilíada, y las aventuras durante el regreso de Odiseo en La Odisea, el aedo hace descender a las divinidades a la Tierra. En el Canto I de La Odisea, se define a la epopeya como “gestas de hombres y de dioses”. La presencia y el obrar de los dioses se percibe por doquiera en los poemas épicos griegos. El poeta épico los sitúa en bandos contrarios en La Ilíada: Atenea, Hera y Poseidón combaten con los aqueos, mientras Apolo, Ares y Afrodita son partidarios firmes de los troyanos. Las diosas tienen hijos entre los héroes combatientes. Afrodita es la madres de Eneas; ha seducido a Anquises, primo de Príamo; además está en deuda con Paris Alejandro, quien le ha entregado la manzana que pertenece a la más bella de las diosas, contra Atenea y Hera. Tetis es una de las nereidas, divinidades marinas que el poeta se complace en enumerar al principio del canto XVIII de La Ilíada. Pero su caso es muy distinto del de Afrodita. Su hijo Aquiles es legítimo. Tetis ha desposado a un mortal, Peleo, porque se vaticinaba que tendría un hijo más poderoso que su padre. Zeus, rey de los dioses, es el padre de Sarpedón, rey de los licios, quien combate con los troyanos. Su copero Ganímedes, es un príncipe troyano. La mayoría de los héroes, es descendiente más o menos directo de Zeus. Además de tomar partido, los dioses intervienen físicamente en las acciones de los hombres. En el canto V, Afrodita y Ares son heridos por Diomedes, hijo de Tideo; Atenea acompaña a Aquiles en el episodio decisivo del duelo con Héctor. Engaña al héroe troyano al asumir la figura de su hermano Deífobo. De todos estos encuentros y enfrentamientos de los hombres con los dioses, sin duda el más sorprendente es la batalla implacable que libra contra Aquiles, en el Canto XXI de La Ilíada, el río Escamandro, harto de cargar con los cadáveres de las víctimas del hijo de Peleo. El río trata de ahogar al héroe y deberá intervenir el dios Hefesto con el fuego de su forja para salvarlo. Esa guerra del fuego contra el agua nos acerca a las cosmologías creadas en el siglo VI antes de nuestra era por los primeros filósofos. Entre los dioses y los hombres, aparte de las alianzas y los combates, también existe el amor. La intervención asidua de los dioses en el relato épico puede presentar formas diferentes: los dioses se disfrazan, también pueden transformar a los hombres. Las escenas divinas son, unas veces, justificación del curso de la acción; las menos, pura descripción ambiental y escenografía; casi nunca, ejemplo más alto de moral para los humanos. Hombres y dioses se mueven con familiaridad “a lo largo y a lo ancho” de la epopeya, siempre tan parecidos, pero tan fatalmente diferentes. Esta relación especular de semejanzas y hondas diferencias, se explica por el pensamiento polar del griego arcaico. Las limitaciones de la existencia humana exigen la concepción de un término polarmente contrapuesto: “no es semejante la raza de los dioses inmortales y la de los hombres que caminan sobre la tierra” (La Ilíada, canto V). A los hombres que comen el fruto de la tierra, por cuyas venas circula la sangre, y están sometidos a la muerte, se oponen los dioses, que tienen su morada en el Olimpo, se alimentan de néctar y ambrosía, conocidos también como alimentos de la inmortalidad, y por cuyas venas no circula sangre, sino el ícor. Los dioses homéricos tienen forma, sentimientos y pasiones humanas; pero poseen un poder sobrehumano que les hace superiores a los hombres en fuerza, belleza e inteligencia, y son inmortales. Inmortales y poderosos, los dioses griegos tienen, sin embargo, figura humana. Por una parte, el antropomorfismo de los dioses griegos, llevado a sus últimas consecuencias implica la atribución a los dioses de las imperfecciones humanas. Por otra parte, concebido el antropomorfismo de los dioses como un teomorfismo del hombre, configura un dios que se hace hombre para elevar al hombre hacia dios o los dioses. Unas cuantas divinidades, de claros perfiles, constituyen la gran familia divina de la epopeya. Su moral corresponde a las exigencias de la moral de los hombres de la época. Son dioses de reyes y caudillos, limpios y señoriales, aunque su fuerza religiosa es seguramente menor que la que irradian los dioses de los campesinos, la religión ctónica y su misticismo. Su organización social recuerda de cerca la que impera en la sociedad feudal de la época heroica. El papel de Zeus es semejante al de un padre de familia, un rey de reyes, y su comportamiento moral parecido al del Basileus. Viven en palacios sobre el Olimpo y poseen su territorios como los señores feudales: toda la tierra es un inmenso témenos (territorio, espacio) que se reparten los tres hermanos: Zeus, Hades y Poseidón. Etimología de la palabra y definiciones de EPOPEYA La palabra proviene de “epos” voz griega que tiene un significado muy amplio, quiere decir “discurso recitado”. El diccionario etimológico de Corominas señala, refiriéndose a épico: lat. epicus, tomado del griego epikós, derivado de épos, épus “verso” especialmente el épico, propiamente “palabra”, “recitado”. Epopeya del griego epopoiía, propiamente “composición de un poema épico”, formado con poiéo “yo hago”. Designó las extensas composiciones poéticas cuyo tema era una acción grande, heroica, nacional o religiosa, llevada a cabo no por un individuo en particular, sino por un grupo humano. Voltaire definió la epopeya como “un recitado en verso de aventuras heroicas”. La epopeya puede ser definida también como la narración poética de una acción grande, memorable y extraordinaria, capaz de fijar el destino de un pueblo en un determinado momento histórico. François Germain define así la epopeya: “La epopeya es un poema narrativo de carácter episódico en el que interviene elementos sobrenaturales, y en el cual los héroes, símbolos de un grupo humano en un período de conmoción, realizan una acción de amplísima proyección sin ignorar los peligros que la empresa supone”. a) b) c) d) ¿por qué “poema”? ¿por qué “narrativo”? ¿qué significa, en este contexto, “episódico”? ¿cuáles son los elementos sobrenaturales que intervienen en La Ilíada? La poesía épica es esencialmente narración (relato de sucesos), pero incluye también elementos descriptivos (descripciones) y elementos discursivos (discursos e invocaciones). Caracterización del héroe épico. Concepto de areté. Los héroes épicos, “símbolos de un grupo humano en un período de conmoción”, como los caracteriza Germain, son representantes de un mundo aristocrático, y por lo tanto, personajes de noble o regia estirpe. Homero los llama habitualmente “semejantes a los dioses”, fórmula que rinde tributo de admiración a una generación de hombres memorables, y da cuenta de la valoración de estos individuos. En primer lugar su hombría se prueba en la batalla, que no sólo es campo fundamental de la conducta, sino la prueba que verifica la totalidad de las cualidades de un hombre: físicas, morales e intelectuales. En el combate ponen en ejercicio la plenitud de sus dotes: destreza física, habilidad en el manejo de las armas, rapidez de decisión, inteligencia para elaborar estratagemas, indoblegable resistencia, ímpetu irresistible en el ataque. Además de las cualidades desplegadas en el combate, el héroe épico posee otras: generosidad, cortesía, lealtad, educación refinada, que incluye en posición preponderante el conocimiento de las artes. El ideal heroico estima indispensables las cualidades físicas, pero no otorga menos valor a las cualidades de la inteligencia y el carácter que ennoblecen a aquellas y les dan más eficacia. Este conjunto de cualidades caracterizadores del héroe épico constituye su areté. Werner Jaeger en Paideia explica así el concepto de areté: la areté es el atributo propio de la nobleza. Señorío y areté se hallan inseparablemente unidos. La raíz de la palabra es la misma que la del superlativo de distinguido y de selecto (aristos), el cual en plural era utilizado para designar a la nobleza (aristoi). Los griegos comprendían por areté, sobre todo una fuerza, una capacidad. A veces la definen directamente: la belleza, la fuerza, el vigor y la salud son areté del cuerpo. Valor, elocuencia, sabiduría, sagacidad son areté del espíritu. Areté en su sentido más amplio será pues, habilidad corporal y guerrera, más buen juicio. Valor y destreza en el combate, cualidades morales e intelectuales, y aún habilidades artísticas, producto de la refinada educación de los nobles, configuran pues, la areté del héroe épico. La nobleza heroica valoraba también otras cualidades morales y religiosas que forman parte de la areté: la moderación, la piedad, el respeto y el religioso temor a los dioses. La areté del héroe debe ser socialmente reconocida; por lo tanto respeto y prestigio son, también componentes esenciales de la misma.