DOS COLOMBIANOS EN CUBA: JOSÉ FERNÁNDEZ MADRID

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DOS COLOMBIANOS EN CUBA:
JOSÉ FERNÁNDEZ MADRID (1780-1830)
Y FÉLIX MANUEL TANCO Y BOSMENIEL (1796-1871)*
POR
HUMBERTO TRIANA Y ANTORVEZA**
Introducción
El doctor José Fernández Madrid y don Félix Tanco y Bosmeniel merecen recordación histórica no solo por sus dramáticas existencias sino por el
tipo de sus producciones científicas o literarias, en cuanto conllevan el reflejo de las mentalidades y de la vida social de su época.
El primero, reconocido como literato de excepción en Cuba, llevó a escena las antigüedades indígenas de América que en nuestro país constituyeron formas de lucha ideológica contra el dominio político de España y de
afianzamiento patriótico en la nueva República. Por otra parte, Fernández
Madrid dejó como médico su impronta en la historia de la medicina de los
esclavos de la Isla caribeña. En el año de 1962 el Archivo Nacional de Cuba
publicó el artículo “José Fernández Madrid y su obra en Cuba”, como homenaje a nuestro connacional.
Sobre Tanco y Bosmeniel, menos conocido en Colombia, llamó en 1986
la atención don Salvador Bueno, actual Director de la Academia Cubana de
la Lengua (creada en 1926) y subrayó cómo aquel era “una de las figuras
más desconocidas en la historia literaria cubana”. Asimismo, al avanzar en
América los estudios sobre la literatura que acogió al negro –esclavo y
libre– como tema y referente artístico en la historia de la literatura universal, escrita antes de la abolición de la esclavitud, su figura ha ido creciendo
con luz propia.
* Conferencia leída en la sesión ordinaria de la Academia de Historia el 17 de agosto de 2004.
** Miembro de Número de la Academia Colombiana de Historia.
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Por último, la importancia de los dos colombianos, hay que situarla además dentro del contexto de las consecuencias del 20 de julio de 1810: Tanco
y Bosmeniel salió de nuestro país, al no avenirse su padre con el nuevo
estado político y Fernández Madrid, cuando salió desterrado a Cuba al comenzar la Reconquista española.
José Fernández Madrid (1789-1830)
Pepe Madrid como era conocido popularmente, nació en la ciudad de
Cartagena de Indias el 19 de febrero de 1789. Fueron sus padres don Pedro
Fernández de Madrid, guatemalteco llegado a Cartagena con el cargo de
Intendente Subdelegado del Ejército, y allí casó con doña Gabriela Fernández
de Castro, natural de Santa Marta y mujer viuda con treinta años menos.
Posteriormente, Don Pedro se trasladó a Santafe, capital del Virreinato de
la Nueva Granada, para ocupar el cargo de Superintendente de la Real Casa
de Moneda. En 1794 fue designado como Director General de las Reales
Rentas Estancadas (Rivas, 1932, t. I., 9-11).
El joven Fernández Madrid vistió en 1800 la beca del Colegio Mayor
del Rosario donde obtuvo los grados de doctor en Derecho canónico y en
Medicina (Rivas, 1932, t. I., 12). En Santafé contrajo matrimonio con doña
María Francisca Domínguez de la Roche. Desde las aulas universitarias se
distinguió por su talento, aficiones literarias y su capacidad oratoria. Por su
carácter, se le apodó “Madrid el Sensible”. Era dulce, amable y con gran
manejo de la inteligencia emocional. El doctor Fernández Madrid merece
recordación como político, literato y médico, aspectos que analizaremos
separadamente.
a) El Político
Al finalizar sus estudios regresó a la ciudad natal. Fernández Madrid se
encontró en medio de una agitación política sin precedentes. Una reacción
inicial de lealtad a la Corona española terminó con la separación política de
Cartagena de Indias. Al sospecharse que el Gobernador de la Provincia,
Don Francisco de Montes era afrancesado, se formaron grupos de oposición clandestina. Al llegar al puerto don Antonio Villavicencio, los habitantes de Cartagena dudaron antes de jurar fidelidad al Rey y al Consejo de
Regencia. El 22 de mayo de 1810 se resolvió el compromiso y se conformó
la Junta de Gobierno para la provincia, presidida por el Gobernador Montes
y dos Cabildantes. Uno de ellos, el criollo don Antonio de Narváez y de La
Torre, tío político de Fernández Madrid, antiguo Mariscal de Campo de los
Ejércitos Reales. Fernández Madrid resultó designado como “Síndico Pro-
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curador General de la Provincia con asiento en la Junta. Montes, naturalmente se disgustó y notificó que acataba la decisión pero los documentos
solo llevarían su firma. Los criollos comenzaron a conspirar contra Montes
y a atraer a los oficiales del Regimiento Fijo. El 14 de junio se depuso al
Gobernador que, luego de estar preso en Bocachica, fue enviado a la Habana. El 14 de agosto de 1810 se eligió la Junta Suprema de la Ciudad y
Provincia de Cartagena que gobernaría a nombre de la Regencia Central
que operaba en España. En noviembre de 1810 llegó a Bocachica el Brigadier José Dávila nombrado por la Regencia como Gobernador y Capitán
General de la Plaza y Provincia de Cartagena. La Junta Suprema no lo dejó
pasar y se le comunicó la resolución firme en que estaban los cartageneros
de no admitir ningún empleado hasta que el Congreso General de todas las
Provincias decidiera sobre el estado en que debían quedar las relaciones
con España. A los pocos días Dávila volvió a Cuba. Luego entre los criollos
surgieron diferencias de opinión, lo cual dio lugar a un proceso de contrarrevolución con el propósito de disolver la Junta con ayuda del Regimiento
Fijo. Prevista la fecha del 4 de febrero de 1811 para el golpe, los patriotas
comisionaron urgentemente a Fernández Madrid para que su tío Antonio
de Narváez (también padrino de bautismo), accediera a imponer su autoridad sobre los militares. Sin saber a ciencia cierta que se le engañaba, pues
era realista y leal a España, salió de su casa, uniformado con todas sus galas
militares, y se presentó al frente de las tropas, haciéndose reconocer de los
oficiales y sargentos. Luego tomó el mando del Regimiento y bajo pena de
muerte, condujo a las tropas a sus cuarteles. De esta manera, Cartagena
siguió en manos de los patriotas (Lemaitre, 1983, t. III, 7-18). No puede
ocultarse esta estrategia inicial de Fernández Madrid en el movimiento
cartagenero. En todo caso, ello se confirma en un documento ambivalente
que se guarda en el Archivo de Indias, escrito por él mismo, bajo el título de
“España salvada por la Junta Central. Ensayo poético que dedica al Excelentísimo S.D. Antonio de Narváez y la Torre, Mariscal de Campo de los
Reales Exércitos, Diputado por el Nuevo Reino de Granada, Vocal en la
misma Suprema Junta” (Orjuela, 1971, 160). Aquel, al verse envuelto en
trastornos políticos que no eran de su aprobación, miró en lo sucesivo al
sobrino con marcado desvío, luego de ser su preferido (Martínez Silva,
1935, 21). No obstante, dicha acción le abrió plenamente a Fernández Madrid las puertas de la política. Hizo desde entonces parte de la Suprema
Junta de la Provincia. El 10 de noviembre de 1811 firmó el Acta de la Independencia de la Provincia de Cartagena en la Nueva Granada. Tenía entonces 22 años (Pombo y Guerra, 1986, t. II, 82). Designado Diputado por
Cartagena volvió a Santafé como Diputado en el Soberano Congreso de las
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Provincias Unidas (Rivas, 1932, t. I., 12). Su talento y elocuencia le dieron
desde el primer momento gran ascendiente e influencia. En la contienda
surgida entre Tunja y Santafe con motivo de la forma de Gobierno fue comisionado para buscar término a la guerra civil y logró éxito en la misión,
cuestión que le valió la designación de la vicepresidencia de la corporación.
Al ser ocupada la capital por las fuerzas de Bolívar, a finales de 1814 se
apaciguaron las disensiones entre federalistas y centralistas y pudo instalarse
el gobierno de las Provincias Unidas de la Nueva Granada. En la Reforma del
Acta Federal, además de jurarse la independencia absoluta de España, se
prohibieron las dictaduras en las provincias confederadas. Ya en Tunja, el
doctor Fernández Madrid se había entendido con don Jorge Tadeo Lozano
con quien llegó a la firma de un tratado, conviniendo en el gobierno federal,
cuya máxima autoridad estaría conformada por un Triunvirato. Dicha cuestión
se firmó el 23 de septiembre de 1814 (Pombo y Guerra, 1986, t. II., 217).
La designación del primer Triunvirato recayó en los nombres de Manuel
Rodríguez Torices, Custodio García Rovira y José Manuel Restrepo, quienes estaban ausentes. Para reemplazarlos se nombraron tres miembros del
Congreso, a saber: José María del Castillo y Rada, Joaquín Camacho y
Fernández Madrid (Pombo y Guerra, 1986, t. II, 217-218). La lucha entre
“pateadores” y “carracos” (centralistas y federalistas) trajo, no obstante,
dificultades al poder ejecutivo. En enero de 1815, Fernández Madrid renunció al cargo (De Mendoza Vélez, 1952, 53-54).
Ante las dificultades políticas, el Congreso de las Provincias Unidas de
la Nueva Granada, ya en Santafé, aprobó una nueva “Reforma del Gobierno General de las Provincias Unidas”, con el objeto de concentrar el poder
en una sola persona que elegiría el Congreso. Por este firmó, entre otros, el
doctor Fernández Madrid, el 15 de de noviembre de 1815, en su calidad de
presidente del Congreso (Pombo y Guerra, 1986, t. II., 243-235). Tras la
derrota de García Rovira en Cachirí y de la ocupación de Cartagena por don
Pablo Morillo, al aproximarse a Santafé el Ejército Pacificador comenzaron las renuncias de diferentes funcionarios y, la colocación de algunos, a
buen recaudo. El 12 de marzo don Camilo Torres renunció a la Presidencia.
El Congreso a su vez eligió al doctor Fernández Madrid quien no aceptó
inicialmente pero fue aclamado y asumió el cargo. Tenía entonces 27 años.
Sobre la situación caótica que empezaba a mostrar el país, comentó el cronista Caballero:
Todos andan ya sacando el rabo; antes pelearon por los honores y
rentas, y por esa causa dieron dos ataques á esta ciudad, sin más
razón que querer apoderarse de ella y destruir á su digno Presidente
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D. Antonio Nariño, como al fin lo consiguieron por tener mandos y
crecidas rentas. Todo lo lograron al colmo de su deseo, pues por qué
no se sostienen; ¿por qué son ahora esas renuncias de unos y de no
querer admitir empleos otros? ¿Cuándo fue la causa que se derramase tánta sangre? De la noche á la mañana se han vuelto unos hombres qué desinteresados; ya no quieren empleos; todo lo desprecian;
éstos son de los hombres que debe haber en una República. ¡Ojalá,
fuera así! Para ver sí pueden librarse poniendo pies en polvorosa. Si
D. Antonio Nariño mandara, quizá otra cosa fuera!, pero estos hombres lo perdieron y así han de perderlo todo y perderse quizá, por
castigo, por lo que hicieron con el incomparable Nariño; A la noche
hubo querella de parte del pueblo, vinieron al Congreso y pidieron
dictador; el Congreso lo ofreció, y dijo se retiraran, etc., y eligieron
á D. José de la Madrid, el que dijo que la Patria iba á perecer en sus
manos; Puede que su dicha salga cierto, pues quién sabe si admitió
el cargo con su segunda intención (Caballero, 1946, 236-237).
El nuevo “Dictador”, como se conoció el cargo del doctor Fernández
Madrid, intentó atraer al pueblo mediante “exhortaciones patrióticas” para
que todos fueran a la guerra “pues uniéndonos todos se puede contar con la
victoria” (Caballero, 1946, 237). En otra proclama, el Presidente convocó
al pueblo para la guerra junto con el Gobierno. Reconocido por el Congreso como gobernante con atribuciones especiales, el nuevo Presidente creyó
que podría salir adelante pues además contaba con el apoyo popular:
Toda la gente está contenta con el Presidente. ¡Dios quiera que su
dicho salga falso y que éste sea el hombre que nos salve de la nueva
opresión! Puede ser; Dios lo haga, aunque yo... En fin, no digo nada.”
(Caballero, 1946, 237).
Con todo, la situación en Santafe no cambió y crecía el miedo popular
por las noticias contradictorias que venían de todos los puntos cardinales.
Entre tanto, se hacían muchos festejos al Presidente que salía a diario en su
carroza, sin percatarse del peligro que corrían los ciudadanos, cuando ya
las tropas reales se acercaban por todos los frentes. El Presidente, pretendió
pacificar los ánimos con sus arengas patrióticas que resultaron estériles.
Después de haber multiplicado muchos bandos y órdenes para acopiar cobres, pidiendo cuantos haya en los curatos, hasta las campanas, no se han podido juntar ni diez arrobas. Con todas estas escaseces,
los inútiles y multiplicados empleos subsisten, pues aunque se han
suprimido los tribunales de Justicia en la Alta Corte, los de Cuentas
y tabacos, la mayor parte de sus individuos gozan los mismos sueldos con otros nombres, pero especialmente el Congreso está tal como
la madre que lo parió, –las dietas corren y lo que hacen no compone
un bollo; algunos de sus miembros se han marchado ocultamente
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porque no peligre el sueldo. Hoy se ha mandado orden para que
vengan de Popayán 500 hombres armados y equipados á toda carrera. Yo, me figuro que vendrán por el aire, porque de aquí á que llegue
la orden, el tiempo que gastarán en armar y equipar la tropa, y– si no
están justos los 500 completarlos, y que precisamente han de servir
para la defensa, como si hubiese la misma distancia de más acá del
Socorro á esta capital, que de ella á Popayán (Caballero, 1946, 240).
El gobierno de Fernández Madrid se desgastaba inútilmente en ejercer
el control político, prohibiendo la salida de los empleados que hacían sin
licencia específica y hacía pregonar bandos para conseguir escopetas y alistar
a los que quisieran incorporarse al Ejército “voluntariamente”. Las tropas
españolas avanzaban: el General Morillo desde Cartagena y el General
Calzada, desde el norte occidental. Paralelamente, el Batallón de Honor,
bien uniformado y lucido, con la bandera tricolor, y en ella las armas del
Estado, se presentaba frente a Palacio y junto con la caballería del mismo
cuerpo rendían armas al Presidente Fernández, quien los arengaba diciendo: “Viva la Nueva Granada”, a la cual todos respondían “Viva” y salía el
Presidente en su coche, acompañado con la “Caballería de Honor”. Un día
se cerró el palacio, a lo cual señaló Caballero: “Hicieron bien; los godos lo
abrirán. (El apellido Madrid, como que es de mal agüero, ay! ¡uy!”. El dos
de abril de 1816 se hizo una procesión con Nuestra Señora del Topo. El
Presidente viajó hacia Zipaquirá, para inspeccionar al ejército y volvió el
20 de abril, al tiempo que llegaban a la capital doscientos hombres del
Socorro. El 24 se disolvió el Congreso a tiempo que las tropas republicanas
se estacionaban en Chocontá, Ubaté, Zipaquirá y Puente del Común. Esperaban la orden de atacar a las tropas españolas. Empero el Presidente no
aceptó dicho plan. En Bogotá se decía que el general Calzada traía orden de
pasar por las armas a quienes hicieran resistencia, y que los hombres, solteros y casados, serían obligados a ingresar a las tropas reales de Santa Marta, y añade Caballero:
Con que no se sabe qué hemos de hacer: emigrar es cobardía, esperar es locura, lo mejor será morir matando, pero quién sabe lo que
harán nuestros jefes (entregarnos como corderos) (Caballero, 1946,
242-243).
Las desavenencias surgidas entre el presidente Fernández Madrid y el
general Serviez, comandante de las tropas patriotas, se hicieron cada vez
más notorias. Y aunque se le negaban los auxilios, este quería atacar al
ejército español, pero el Presidente se oponía, pues decía que Serviez tan
solo contaba con 1.000 efectivos. A lo que comenta Caballero:
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Esto indica malos fines: no querer que se dé el ataque; negarle las
tropas y auxilios, señal que hay gato enmochilado (Caballero, 1946,
243).
El general Serviez pedía vestidos y víveres para la tropa. Y el presidente
Fernández Madrid, entre tanto, cavilaba. Aquel llegó a amenazar con tomarse la ciudad. Ante dicha situación, el Presidente resolvió abandonar la
capital el dos de mayo por la noche:
Esto ha sido entregarnos como ovejas al matadero. Este mismo día
vino noticia de que el Presidente Madrid mandó clavar la artillería
que estaba en Bogotá, y la noche del día 2 se fue con 400 hombres,
con toda la Guardia de Honor y todo el dinero que pudo. Salió cierto el dicho que dijo el día que se recibió, de que la Patria iba á perecer en sus manos; se conoce que desde entonces ya tenía la intención.
¡Qué acción tan generosa de un Presidente de Cundinamarca y miembro del Congreso! ¡Qué negro borrón para la Nación americana!
Pero sí el Congreso desde que se formó todo fue hacer peladas y
más peladas; no pudieron en seis años hacer una cosa al derecho.
Todo su intento fue el tirarle á Santa Fé hasta destruirla, y ya que no
pudieron por sí dieron forma de que ahora entren los enemigos y
acaben con todo. ¡Miren que Congreso! que más bien fue
Congresidiábulo. Nos perdieron y se perdieron. ¡Que de cosas se
han de ver dentro de breve tiempo! (Caballero, 1946, 244-245).
El 3 de mayo que era día de mercado, la gente en Bogotá se alborotó, al
correr el rumor que Calzada iba ya a entrar a Santafe. Todos comenzaron a
correr:
... lo que fue digno de ver cómo corrían todos del mercado, se atropellaban unos con otros, por aquí caían unos, por allá otros, A unos
se les caían los zapatos, á otros los sombreros, las mantellinas a las
mujeres y sombreros, los mercados de las revendedoras y forasteros
todos regados; los perros corrían con la carne, porque todos abandonaron sus mercados; los que andaban más listos cogían de lo que
querían, y este día asentó bien el refrán que “á río revuelto ganancia
de pescadores,” Los pulperos cerraban sus tiendas; el Cabildo se
cerró; los litigantes se desparecieron, los gatos volaron, los pollos
andaban sueltos por la plaza, los huevos apachurrados. Los que más
resistieron fueron los lienceros, y con todo lo que dejaban, otros
recogían; gritaban, corrían, hubo males de corazón, malparidas, lastimadas y trescientas cosas más. Y en suma lo que vino á ser fue que
eran 20 hombres de caballería, que venían, del Ejército nuestro. (Caballero, 1946, 245).
El Presidente Fernández Madrid siguió para el sur, sin atender las razones del general Serviez que aconsejaba el retiro hacia los Llanos Orienta-
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les, en compañía del entonces coronel Francisco de Paula Santander. Tampoco quiso escuchar al Cabildo santafereño que le pedía la capitulación de
la ciudad ante la inminente llegada de las tropas realistas que en ese momento acampaban en Zipaquirá.
En tanto que Serviez y Santander llegaban a Cáqueza en el camino hacia
los Llanos Orientales, el presidente Fernández Madrid y los miembros del
Congreso corrían hacia Popayán, a donde ya habían llegado los generales
Sámano, proveniente de Quito, Francisco Warletta que había ya dominado
el Cauca y Carlos Tobrá, enviado por el comandante Latorre desde Santafé.
Los militares que habían ido con el Presidente, desertaban cada día, al punto que su jefe José María Cabal renunció al cargo que vino a ser ocupado
por el joven coronel Liborio Mejía. Ya la República, la primera, había muerto.
A ello contribuyeron las derrotas sufridas por los patriotas el 10 de julio de
1816 en un lugar cercano a La Plata y el 29 y 30 de julio por el general
Sámano en la Cuchilla del Tambo (Bermúdez, 1950, 141).
Con la renuncia del doctor Fernández Madrid, el Congreso eligió como
Presidente al general Custodio García Rovira y vicepresidente al coronel
Liborio Mejía. Entonces el Virreinato estaba militarmente pacificado y lo
que siguió, contribuyó a llenar el altar de la Patria con los cadáveres de los
patriotas.
El doctor Fernández Madrid se separó de las tropas, y luego de inútiles y
arriesgadas tentativas para escapar del ejército realista, fue hecho prisionero en Chaparral en los últimos días del mes de julio de 1816, junto con su
esposa. El historiador Raimundo Rivas asegura que gracias a sus ascendientes distinguidos, reconocidos por su lealtad y antiguos servicios al Rey,
y a los deseos de paz que había manifestado al Congreso, se libró de pasar
a los jueces de guerra y de purificación. El general Morillo lo condenó al
exilio en España, con su esposa y hermano (el coronel Francisco Fernández
Madrid) donde debía “aprender lealtad de sus parientes” (Rivas, 1932, 15).
Luego, la sombra cubrió la vida política de Fernández Madrid, al ser
“acusado de traidor a la República por haber intentado y logrado salvar su
vida en momentos en que creyó todo perdido para la causa de los patriotas”
(Laverde Amaya, 1963, 32). Al regresar nueve años después, en el inicio
del año de 1825, en Bogotá, El Noticioso, periódico satírico dio la noticia
en tono zumbón y reticente, aunque sin especificar cargo alguno. Don Francisco Miranda, hijo del célebre general Francisco Mirande, y Antonio Miralla
respondieron en El Constitucional y solicitaron que se oyeran sus descargos al propio doctor Fernández Madrid. También don Nicolás Manuel Tanco
y Bosmeniel escribió varios artículos en su defensa (Martínez Silva, 1935,
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127-128). A finales de junio de 1825 llegó a Bogotá Fernández Madrid y
publicó en El Constitucional un aviso pidiendo “juicio de residencia sobre
su conducta política en 1816 y reclamando justicia”:
He sido desgraciado, pero nunca, nunca he dejado de ser patriota de
corazón, hombre de bien, incapaz de toda felonía (Martínez Silva,
1935, 129).
Poco después escribió la “Exposición de José Fernández Madrid a sus
compatriotas sobre su comportamiento político desde el 14 de mayo de
1816. Bogotá, 1825”. Inclusive, don José Manuel Restrepo en su Historia
de la Revolución de la república de Colombia de 1810 a 1819, asentó serias imputaciones contra Fernández Madrid y subrayó cómo este “no fue
fusilado como lo fueron casi todos los personajes que se habían distinguido
en la revolución” (Martínez Silva, 1934, 150).
En Bogotá, Fernández Madrid logró justificarse y convencer al Senado
(Rivas, 1932, 20-21). Con todo, la historia ha considerado convincente,
pero no rotunda su defensa.
Como al tiempo de su llegada al país, el doctor Fernández Madrid escribió su canto y poema en homenaje al Libertador, y su “Oda. A la muerte del
coronel Atanasio Girardot”. Bolívar, al recordar al viejo amigo, ordenó al
vicepresidente Santander, el 23 de noviembre de 1826 que lo designara
como Enviado Extraordinario y Ministro Plenipotenciario de Colombia en
la Corte del Reino Unido de la Gran Bretaña e Irlanda, con un sueldo de
doce mil pesos anuales y derecho a secretario (De Mier, 1983, t. V., 14691471). Todavía se encontraba entonces en su cargo don Manuel José Hurtado quien había renunciado a la posición “en atención a los padecimientos
que causa a su familia un clima extraño” (De Mier, 1983, t. V, 1591). Pocos
días después, al asumir el general Santander como vicepresidente encargado del ejecutivo, expidió la carta credencial al doctor Fernández Madrid, el
5 de diciembre del mismo año de 1826. En dicho documento se subrayó
que este era “uno de nuestros más distinguidos conciudadanos” (De Mier,
1983, t. V, 1592-1593). El 7 de agosto de 1828 el Libertador anunció a la
Corte inglesa el retiro temporal del Ministro colombiano por cuanto debía
cumplir una misión especial (De Mier, 1983, t. V, 1604). En efecto, siendo
Carlos X, Rey de Francia y de Navarra, nuestro Gobierno intentaba una
aproximación al Gobierno francés, el cual se había manifestado reticente a
establecer relaciones con los nuevos Gobiernos hispanoamericanos. Para
dicha misión estuvo acompañado del coronel Leandro Palacios (De Mier,
1983, t. V, 1608-1610). Así mismo, el gobierno colombiano intentó lograr
el reconocimiento político de otros países europeos. En todo caso, el doctor
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Fernández no pudo lograr el reconocimiento francés ni el de otros países
pero mantuvo en su estado normal las relaciones con Inglaterra. Finalmente, hay que subrayar otro suceso en la vida de nuestro diplomático en Londres. Con la publicación en París de la Historia del doctor Restrepo, el
doctor Fernández Madrid se vió obligado nuevamente a repetir su defensa,
por cuanto además Restrepo fungía en ese momento como Secretario del
Interior y de Relaciones Exteriores (Martínez Silva, 1935, 149). Esta nueva
complicación lo acercaba más a la tumba.
b) El literato
Fernández Madrid ocupó durante el siglo XIX un lugar de honor en la
historia literaria de Colombia. Eduardo Pachón Padilla lo ha situado, dentro de la rica historia literaria de Colombia, en el grupo de personajes que a
pesar de las circunstancias históricas que vivieron y de las tareas políticas
en las cuales se ocuparon, encontraron tiempo para dedicarse a la literatura
(Pachón Dávila Padilla, 1988, t. II, 515-516). Tales hombres de letras introdujeron, además, algunos elementos innovadores al intentar la creación y
vigencia de una literatura auténticamente americana y en este sentido,
Fernández Madrid continúa vigente en la historia literaria del país.
Siendo apenas un adolescente, Fernández Madrid participó en las reuniones de la Tertulia del Buen Gusto. Al editar el sabio Caldas El Semanario de la Nueva Granada, le publicó su Oda a la noche y con ella se dio a
conocer en el país:
¡Oh sabio autor de tantas maravillas,
Del universo augusto soberano!
¡Qué dulce llanto inunda mis mejillas
Al contemplar las obras de tu mano!
(Vergara y Vergara, 1958, 181).
Como el joven poeta leía en esa época literatura inglesa y francesa imitó
algunas combinaciones métricas que no fueron del agrado posterior de don
José María Vergara y Vergara al historiar las raíces y secuencias de la literatura colombiana.
Durante su exilio en Cuba el doctor Fernández logró introducirse en los
círculos literarios de La Habana que reconocieron su talento poético y actualidad literaria dentro de las corrientes de la época. En 1822, logró publicar en aquella ciudad el primer tomo de sus poesías por la Imprenta Fraternal,
sin lograr la edición del volumen siguiente. A su regreso al país escribió Al
padre de Colombia y Libertador del Perú. Canción Nacional y Elegías
TRIANA Y ANTORVEZA, H.: DOS COLOMBIANOS EN CUBA...
José Fernandez Madrid. Grabado de Antonio Rodríguez, publicado en Colombia
ilustrada, núm. 1, Bogotá, 2 de abril de 1889.
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nacionales peruanas, editadas en Cartagena en 1825. En este mismo año la
“Poesía al padre de Colombia y Libertador del Perú...”, se reimprimió en
Lima.
Durante su residencia en Londres, volvió a sacar a la luz el Tomo I de
sus poesías, junto con la tragedia Atala “representada por primera vez en
La Habana, en 1820”. Cuando visitó en 1827 a París, en su calidad de Ministro colombiano, intentó completar la publicación de sus obras pero no
encontró el apoyo necesario ni la comprensión de los intelectuales. El poeta ecuatoriano José Joaquín Olmedo (1780-1847) no vaciló en escribirle a
su amigo Andrés Bello, con fecha del 9 de febrero de 1827, lo que sigue:
“Madrid [Fernández Madrid] está imprimiendo sus poesías (Aquí,
entre nosotros, lo siento) Sus versos tienen mérito, pero les falta
mucha lima. Corren como las aguas de un canal; no como las de un
arroyo, susurrando, dando vueltas, durmiéndose, precipitándose y
siempre salpicando las flores de la ribera. Le daña su extrema facilidad en componer. En una noche, de una sentada, traduce una
Meseniana de Lavigne o hace todo entero... el quinto acto de una
tragedia... (Carrilla, 1977, 96).
Al avanzar el siglo XIX comenzó a revalorizarse su tarea literaria. En
1859, don José María Vergara y Vergara publicó la biografía de Fernández
Madrid, bajo el seudónimo de Areizipa, en el número 43 (Octubre 29) de El
Mosaico. Años más tarde mereció ser recordado por don José María Torres
Caicedo (1830-1889) en sus Ensayos biográficos y de crítica literaria sobre los principales poetas y literatas hispano-americanos, obra editada en
París en tres volúmenes aparecidos entre los años de 1863 y 1868 (Giraldo
Jaramillo, 1960, 185-186). En el siglo XX los críticos retomaron la apreciación de Olmedo para subrayar su peculiar facilidad al versificar y la elegancia natural que dio a sus poemas, según lo ha destacado uno de nuestros
historiadores literarios:
Aun los más rigurosos críticos reconocen en Fernández Madrid facilidad de versificación y cierta natural elegancia que hubieran dejado
obras más notables si el poeta hubiera limado más sus composiciones; componía con demasiada facilidad (Ruano, 1945, 75).
Como autor dramático en la línea indigenista Fernández Madrid compuso en La Habana dos tragedias que pudo llevar a la escena, continuando la
línea del indigenismo como arma ideológica en la lucha política contra
España. La primera, titulada “Atala”, de carácter bastante sentimental de
tres actos y escrita en verso, recreó la historia relatada por François - René
Chateaubriand (1768-1848), acerca de Chactas, un indio viejo que vivía a
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las orillas del Mississippi y cuya vida relató a René, un joven francés que se
había autodesterrado a las selvas de la colonia francesa, tras una vida dolorosa. Cuando los franceses diezmaron al pueblo de Chactas, este fue hecho
prisionero y condenado a muerte. Una muchacha cristiana de nombre Atala
se enamoró de él y le ayudó a evadirse. Tras vagar ambos por la selva,
fueron recogidos por un misionero, el padre Aubry. El indio quería no solo
convertirse al Catolicismo sino casarse con Atala, su salvadora. Desgraciadamente, ello no era posible, pues la joven había prometido a su madre
hacerse monja. Entonces se dio un grave conflicto entre la promesa y la
imposibilidad moral de no guardarla, frente a la nueva pasión que la agitaba. En aquel momento, sin encontrar solución al problema, decidió Atala
envenenarse. El destrozado amante cumplió con ayuda del sacerdote el deber
de sepultar su cuerpo (C. Cordié, en González Bompiani, 1959, t. II, 427). La
adaptación teatral hecha por Fernández Madrid se estrenó con éxito en La
Habana en 1820 y fue editada por la Imprenta Fraternal de la misma ciudad. Años después fue llevada a las tablas en Bogotá. Reeditada por el autor
en Londres en 1828, junto con otras composiciones. En Colombia se han
reeditado tales obras en 1889 y 1935 (Orjuela, 1974, 75-78).
La segunda tragedia, “Guatimoc ó Guatimocín”, obra en cinco actos y
en verso, se representó también en La Habana y se editó en 1827 en París
por la Imprenta Pinard con la siguiente dedicatoria: “Al inmortal Bolívar,
Libertador de Colombia, Perú y Bolivia, dedico respetuosamente esta tragedia, el autor”. Al año siguiente se reeditó en Londres. Al hablar del proceso del teatro en Colombia ha puntualizado Fernando González Cajiao
que esta producción marcó una acertada dirección al teatro nacional, a pesar de sus innumerables equivocaciones:
Y digo esto, pues Fernández Madrid parece haber sentido la imperiosa necesidad de rehabilitar la historia y la cultura indígenas; sin
embargo, y de acuerdo con su época, quiso representarla dentro del
molde neo-clásico francés, de manera que se siente que sus personajes, el lenguaje y el asunto, se fuerzan para hacerlos encajar difícilmente dentro de una estructura dramática ajena; naturalmente,
Fernández Madrid ignoraba que los aztecas, mayas e incas, habían
tenido sus propias formas dramáticas, carecía también del suficiente
conocimiento teatral para inventarse sus propias formas que encajaran con su tema (González Cajiao, 1988, 688).
Dicha tragedia también se publicó nuevamente en Madrid, a cargo de la
Imprenta de Arango, en el año de 1835.
Para finalizar, hay que recordar que tanto los versos como los dramas de
Fernández Madrid volvieron a tener auge en el siglo XIX con motivo del
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centenario de su natalicio. Por interés del Departamento de Bolívar se publicaron en 1889 sus creaciones en verso y los dramas en Bogotá. Además
hay otras reediciones realizadas por don Carlos Martínez Silva, en 1935 y
en la Selección Samper Ortega de Literatura Colombiana (Orjuela, 1974,
75-77).
c) El médico
El Semanario del Nuevo Reino de Granada le publicó, recién graduado
de médico, su “Memoria sobre la naturaleza, causas y curación del coto”
(obra que fue olvidada en la reedición del dicho Semanario en 1849). El
sabio Caldas al editarla, la presentó con una introducción (Martínez Silva,
1934, 15).
Pocas o ningunas son las referencias al ejercicio profesional como médico en nuestro país, seguramente debido a sus actividades políticas. En La
Habana, acompañado de su esposa e hijos, encontró protección de doña
Dolores Montalvo y Narváez, sobrina del Virrey del Nuevo Reino, don Francisco Montalvo y Ambulodi (1764-1822) y concuñada del teniente general
Abascal, Virrey del Perú. A tales influencias debió el aplazamiento de su
viaje a España. Urgido por las necesidades económicas del sustento diario,
decidió ejercer su profesión de médico, aunque tampoco se conoce cuáles
fueron sus relaciones con el Protomedicato de La Habana. Quizás debido a
ello, no logró el reconocimiento de dicho Tribunal y debió dedicarse a la
atención de la salud de los negros esclavos, como “médico romancista”, a
quienes visitaba en los ingenios en compañía de su esclavo Benito. Además, aprovechó la oportunidad para escribir memorias científicas sobre
el influjo del clima en la estación del calor y sobre la fiebre amarilla. Con
esta se adelantó a los estudios del sabio Carlos Finlay (Triana y Antorveza,
1989, 61).
Pero sin duda, la más importante en la historia médica en Cuba fue la
que publicó en 1817 en la Real Sociedad Económica de La Habana: “Memoria sobre la disentería en general y en particular sobre disentería de los
Barracones” (vol. 11 del 31 de noviembre de 1817), 381-407). El flujo de
sangre o disentería constituyó uno de los males que más diezmaba las armazones de esclavos y luego en los barracones, por el hacinamiento y promiscuidad. Ello significaba para los dueños tan enormes pérdidas que la
dolencia llegó a ser conocida como “enfermedad de los barracones”. La
disentería, aunque fue menos temida que la viruela, en ocasiones llegó a ser
tan mortífera como ésta. Los negros se infectaban con los excrementos de
sus compañeros de vivienda. Además, las comidas se preparaban sin la
TRIANA Y ANTORVEZA, H.: DOS COLOMBIANOS EN CUBA...
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higiene necesaria. Dicho mal que primeramente afectaba a los bozales comenzó a ser frecuente entre los negros ladinos y criollos, particularmente
en los ingenios azucareros por la frecuente ingestión de azúcar y miel de
purga, cuyo proceso dejaba entonces mucho qué desear (Triana y Antorveza,
1989, 49). Fernández Madrid en su visita médica a los esclavos de los ingenios se dio cuenta no solo de la mala atención que se prestaba a la salud de
los negros, sino que la mayor parte de éstos no entendían el castellano, pues
“hablaban lengua”, es decir, su lenguaje nativo, el cual resultaba ininteligible para los médicos (Ortiz, 1987, 250). Por otra parte, anotó que los
barracones eran propicios para un sinnúmero de enfermedades, entre ellas,
la disentería. En dicha Memoria, buscó asimismo desterrar ideas falsas o
anacrónicas en relación con la salud de los esclavos y propendió por cuidados específicos de los enfermos. La memoria del doctor Fernández Madrid
resultó muy exitosa, pues en el momento, Cuba se adentraba en la producción industrial del azúcar, como elemento de exportación al exterior (Triana
y Antorveza, 1996, 73-74).
d) Su muerte cerca de Londres
El clima de Londres resultó perjudicial para la salud del doctor Fernández
Madrid. Este y su familia se trasladaron a la población de Barnes Terrace,
donde se agravó. Al comenzar el mes de junio de 1830 el general Francisco
de Paula Santander llegó a Inglaterra y se dedicó a visitar personas y lugares. Fernández Madrid le envió saludos desde su lecho de enfermo. El 27 de
junio, dos días antes de su muerte, recibió la visita del prócer exiliado quien
anotó en su Diario.
27 [de junio de 1830] -Domingo: Yo fui a ver al doctor Madrid y a su
señora a Barnes Terrace. Encontré a Madrid tan postrado que me
pareció un cadáver; luego que me vio soltó a llorar apretándome la
mano, y me dijo en un tono que apenas le podía percibir: ‘que él
había sido siempre mi amigo y guardándome la más grande lealtad,
que jamás había escrito ni hablado una sola palabra contra mí y que
así lo había asegurado al general Bolívar; que su posición era muy
delicada, que había procurado sostener al general Bolívar por todos
los medios que le parecieron justos y que si volvía yo a ejercer alguna
influencia en los negocios públicos de Colombia, como él lo creía, me
recomendaba encarecidamente a su familia’ (Santander, 1963, 169).
Un poco más adelante, en fecha del lunes 28 de junio, el general Santander
anotó lacónicamente el deceso del diplomático colombiano: “El doctor
Madrid ha muerto hoy” (Santander 1963, 169). Su cuerpo fue inhumado
provisionalmente después de celebrado el funeral como a Ministro Diplo-
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BOLETÍN DE HISTORIA Y ANTIGÜEDADES – VOL. XCII No. 828 – MARZO 2005
mático, en la Iglesia de Marylebone, hasta que su viuda consiguió trasladar
sus restos a Colombia (Rivas, 1932, 29).
e) Honores en el primer centenario de su nacimiento
Con motivo del centenario del natalicio de Fernández Madrid, el 19 de
febrero de 1889 se inauguró en Cartagena su estatua en bronce. El doctor
Rafael Núñez puso todo su empeño en reivindicar la “maltrecha imagen
histórica de su paisano”. Los festejos conmemorativos se llevaron a cabo
durante los días 18, 19, 20 y 21 de febrero y se permitió “toda clase de
regocijos públicos compatibles con la moral y las costumbres de la ciudad”, por lo cual se hicieron algunas prohibiciones, según el bando del
alcalde Samuel E. Pereira. El Gobernador organizó otros actos protocolarios, cívicos y religiosos como nunca antes se habían hecho en la ciudad
(Bossa Herazo, 1981, 188-198). Por otra parte, en Bogotá se reimprimieron
sus obras por la Gobernación del Departamento de Bolívar en la Imprenta
de Fernando Pontón (Orjuela, 1971, 161) y don Carlos Martínez Silva además preparó en dicha oportunidad la “Biografía de don José Fernández
Madrid, avalada con numerosos documentos en el intento de reivindicar su
memoria. La edición fue costeada por la familia de don Pedro Fernández
Madrid, su hijo.
Félix Manuel Tanco y Bosmeniel (1796-1871)
Natural de la ciudad de Honda (departamento del Tolima) donde recibió
el bautismo el 26 de noviembre de 1796. Fueron sus padres, el funcionario
sevillano don Diego Martín Tanco, residente primeramente en La Habana
donde contrajo matrimonio con la habanera doña Josefa Bosmeniel Granizo. Allí nacieron también sus hermanos Nicolás Manuel en 1774, Bárbara
en 1780 y José en 1783.
En 1784 su padre fue trasladado a Santafé con el empleo de administrador general de la Renta de Correos. Posiblemente trajo con él a su hermano
José quien actuó, junto con él, como testigo en 1806 en el juicio de probanza de limpieza de sangre de Francisco de Paula Benjumea y Gómez, colegial del Colegio Mayor de Nuestra Señora del Rosario (Guillén de Iriarte,
1994, t. II, 665). En Santafé nacieron sus hermanos Josefa Joaquina en
1794, y José Manuel en 1799.
En 1806, don Diego Martín continuaba como administrador principal de
la Real Renta de Correros, en tanto que su hijo Nicolás Manuel ya estaba
empleado como Administrador interino de la Real Renta de Correos en la
ciudad de Honda (García de la Guardia, 1806, 179 y 182).
TRIANA Y ANTORVEZA, H.: DOS COLOMBIANOS EN CUBA...
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Interesado don Diego Martín por la instrucción pública, escribió sobre
dicho asunto en los papeles de la época, bajo el seudónimo de “El Amigo
de los Niños”. Al establecer en 1808 el sabio Francisco José de Caldas el
Semanario, publicó no solo artículos científicos sino literarios encontrando
en Don Diego María Tanco la más decidida protección. Aunque formaba
cotilleo con el oidor Jurado, Caro, Leiva y otros peninsulares, muy reconocidos en Santafé, no se desdeñaba en alternar con los jóvenes de la Expedición Botánica. Con motivo de la aparición del artículo “Estado de la
Geografía en el Virreinato”, en el cual se habló sobre el influjo del clima, el
señor Tanco lo rebatió en carta que insertó Caldas en Semanario. Según
José María Vergara y Vergara, ambos se lucieron. El Sabio se coronó con la
publicación de la réplica, que literariamente hablando, resultó más bella
que el escrito que dio origen a la disputa. En dicha carta, Tanco dejó no solo
el testimonio de su gran conocimiento idiomático sino el de ser persona de
ingenio y erudición (Vergara y Vergara, 1958, 177-178). No obstante era
reconocido como “godo”, es decir, como uno de los más fervientes defensores de la Monarquía española y del dominio peninsular en América.
El 21 de julio de 1810, se hizo correr en Santafe el rumor de la próxima
llegada de trescientos negros montados a caballo y armados con el propósito de tomarse la ciudad para liberar a los presos realistas, saquear la ciudad
y restablecer el gobierno español. La población se preparó entonces para
defender a la capital. Según lo narró un testigo presencial, los patriotas
volaron por los caminos al encuentro de los negros pero pronto se dieron
cuenta que el rumor era falso, pues eran gentes que venían de los pueblos
vecinos en auxilio de la Patria. La tranquilidad volvió a la ciudad, hacia la
medianoche que resultó memorable y, quedó con el nombre de “La noche
de los negros”. Naturalmente, las miradas se volvieron airadas sobre los
españoles, a quienes se insultaba, y maltrataba de obra y de palabra y se
saqueaban sus casas, haciéndoles imposible la vida. El 22 de julio el pueblo
se complació con la humillación pública de algunos funcionarios. El cronista Caballero anotó en su Diario:
En este día por la tarde y mañana sacaron al balcón de las casas
consistoriales, primero a don Martín Tanco, administrador de correos, que decían encubría pliegos, y él dijo que el virrey se lo mandaba; lloró en el balcón, pero el pueblo decía que era sospechoso: y
Melchor Uscátegui dijo que no lo creyeran, que esas eran lágrimas
de cocodrilo (Caballero, 1946, 64-65).
Sin poderse avenir con el nuevo orden de cosas y, sobre todo, por haber
perdido su empleo oficial, logró don Diego Martín en 1812 que se le dieran
sus pasaportes para regresar a Cuba, emporio entonces de criollos y penin-
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sulares obligados a salir de las diferentes colonias rebeldes. Tras el viaje
por el Magdalena con su esposa e hijos menores, en Santa Marta cayó gravemente enfermo y murió. La viuda y los huérfanos Diego, José Manuel
Atanasio y Félix Manuel lograron al fin embarcarse y llegar a Cuba.
Desde entonces la familia dividida continuó la historia de sus vidas: los
nacidos en Colombia en Cuba y, los cubanos en Colombia. Sobre los segundos, daremos algunos datos, por cuanto fueron el cimiento de familias
que se han destacado en la vida social e histórica del país:
–
Bárbara se casó en Santafé el 20 de mayo de 1801 con Dionisio
Sánchez de Tejada, el hijo de don Ignacio Sánchez de Tejada Ruiz y
de Teresa Nieto de Paz Domínguez.
–
José, nacido en 1783 se casó en Santafé con Dolores Pérez Alfama.
–
Josefa Joaquina, nacida en 1794, se casó el 28 de enero de 1810 con
Rafael Vicente Caro.
–
Nicolás, el mayor, fue enviado a Sevilla para adelantar estudios. Nombrado administrador de Correos de Honda, allí se hallaba en 1805,
cuando el terremoto asoló la ciudad en 1805 dando apoyo notorio a
los damnificados. Desde un primer momento, Nicolás Manuel adhirió a los movimientos de la independencia de 1810, pues al final de
cuentas como cubano, era “criollo” americano. Ocupó el cargo de
adjunto a la sub-presidencia de Mariquita que luego fue de Honda
pero al iniciarse 1811 resignó al cargo para ocupar el de regidor del
Cabildo de Mariquita hacia noviembre del mismo año. Al conformarse el batallón de Honda en diciembre, se designó a Tanco como capitán de la tercera compañía. Cuando en 1812, se decretó por don
Antonio Nariño un empréstito para costear el ejército que llevaría
hacia el sur y liberar las Provincias de Popayán y Pasto. Para recabar
la suma correspondiente a Honda, se comisionó al entonces sub presidente Nicolás Manuel Tanco quien el 19 de julio de 1813 convocó a
los vecinos para prorratear el dinero entre los comerciantes, los hacendados y demás gentes. Además, el señor Tanco contribuyó con la
cantidad de 100 pesos. Cuando el 14 de agosto de 1813 se juró y
proclamó la Independencia de Cundinamarca en Mariquita, en acta
respectiva aparece como firmante Tanco y Bosmeniel y la misma fue
enviada por éste al Gobernador y Consejero de Estado de
Cundinamarca el 25 de diciembre de dicho año. Al ordenarse por el
Gobierno de Cundinamarca el retiro de los escudos reales de las oficinas y cabildos, ya dicha medida había sido tomado por don Nicolás
Manuel. El año 14, el presidente de Cartagena solicitó elegantemente
TRIANA Y ANTORVEZA, H.: DOS COLOMBIANOS EN CUBA...
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contribución al gobierno de Honda. Como tal petición resultaba más
que una arbitrariedad, Tanco y Bosmeniel se dió cuenta además que
se intentaba substraer la provincia de Honda de la jurisdicción de
Cundinamarca. Naturalmente, rechazó la pretensión cartagenera, al
tiempo que dió parte al Secretario de Estado de Cundinamarca. Al
reunirse la Convención Constituyente de la Provincia de Mariquita el
3 de marzo de 1815, se discutieron las bases de la Constitución del
Estado de Mariquita que fue votada y aprobada el 4 de agosto de ese
año. Por el Espinal firmaron los señores Fernando Fernández y Nicolás Manuel Tanco (Velandia, 1991, t. II, 45, 47, 52, 60, 68, 82, 83, 86,
112 y 114; Pombo y Guerra, 1986, t. II, 331).
Durante la Reconquista española fue obligado a entregar una fuerte
contribución. Además, como patriota pasó tres meses preso en el
Colegio del Rosario y salió luego para la prisión de Puerto Cabello.
En el camino de Sogamoso fue encadenado con José Joaquín Ortiz
Tagle. De Venezuela se le trasladó a España y luego pudo pasar a
Francia y desde acá a Cuba. En la Isla buscó a sus familiares
trasterrados y entabló amistad con el doctor Fernández Madrid, a quien
defendió en Bogotá cuando este fue enjuiciado públicamente. Regresó a Colombia en 1823, en donde quedó arruinado en sus posesiones
de la Ciénaga (en el norte colombiano) por insurrección de los indios.
En esta misma época fue nombrado administrador general de Correos. Electo senador en 1824 y 1825 se opuso al proyecto de coronación de Bolívar. En 1828, el Libertador Presidente de la República de
Colombia debió reemplazar en el Ministerio de Estado en el Despacho de Hacienda al Dr. José María Castillo y Rada, designado Presidente del Consejo de Estado. Designó entonces el 27 de noviembre a
don José Rafael Revenga, quien se encontraba ausente en el norte del
país. Entre tanto, ocupó el cargo don Nicolás María Tanco y Bosmeniel
(De Mier, 1983, t. 3, 117-118). El 10 de marzo de 1830 le fue aceptada la renuncia del cargo, por decreto del general Domingo Caicedo,
presidente encargado del Gobierno (De Mier, 1982, t. 4, 1245). En su
reemplazo fue designado el doctor José Ignacio de Márquez.
Los descendientes de Nicolás Manuel dejaron huella en el país, por
lo cual conviene recordar solo algunos datos. Casó en primeras nupcias el 26 de de febrero de 1797 con Gregoria Manrique Sanz de
Santamaría y luego en segundo matrimonio con Margarita Armero
Conde y dejó varios hijos de sus dos matrimonios. Uno de ellos,
Mariano Tanco Armero, ocupó altas posiciones en la política, siendo
Ministro de Relaciones Exteriores durante la administración de Ra-
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BOLETÍN DE HISTORIA Y ANTIGÜEDADES – VOL. XCII No. 828 – MARZO 2005
fael Núñez. Su nieto Nicolás Tanco Armero figuró hacia mediados
del siglo XIX como fogoso agitador político desde la Sociedad Popular contra la administración del general José Hilario López, al reclamar los mismos derechos de reunión que tenían los miembros de la
Sociedad Democrática. Hecho preso, su familia logró salvarlo y enviarlo a Cuba donde se convirtió en uno de los agentes exitosos que
contrataban trabajadores chinos para la Isla, con lo cual amasó considerable fortuna. Por ello, a su regreso al país fue conocido como “Tanco
Chino” (Cordovez Moure, 1957, 35-37 y 805-806). Don Nicolás
Manuel murió en Villeta el 22 de febrero de 1851.
Félix Manuel Tanco y Bosmeniel en la historia literaria
y política de Cuba
La familia Tanco y Bosmeniel llegó a Cuba y no sabemos más de sus
actividades, con excepción de Félix Manuel, a quien encontramos ocupando en 1828 el cargo de administrador de Correos de Matanzas, cargo que
desempeñó hasta el año de 1848, cuando fue delatado como antiesclavista
a las autoridades coloniales, durante la represión de la Conspiración de la
Escalera. Esta sirvió de pretexto para desatar una brutal acometida contra
los negros y mulatos libres y suprimir el famoso Regimiento de Pardos
Libres. Huyó entonces a los Estados Unidos y desde allí se trasladó a España con el fin de gestionar una pensión por sus servicios a la Metrópoli,
situación que posteriormente le valió ser acusado como espía al servicio
español. Al regresar a la Isla trabajó en diferentes casas de comercio, en el
semanario El Iris y en diferentes publicaciones isleñas. En 1869 viajó a
Nueva York, siguiendo a sus hijos, relacionados estrechamente con los
movimientos revolucionarios de Cuba. El 26 de septiembre de 1871 murió
en Long Island a la edad de 74 años.
a) Periodista y ensayista
Desde el año de 1819, Tanco y Bosmeniel, mantuvo amistad y correspondencia con el rico y estudioso venezolano Domingo Del Monte. Asistió
a sus tertulias y en dicho círculo se maduró en el amor a Cuba, en forma por
demás significativa. Según lo advierte la investigadora norteamericana
Adriana Lewis Galanes:
... y es el amor a la patria, el patriotismo traducido en rechazo del
estado colonial y en impulso a transformar la sociedad, lo que le
concede una perspectiva, llamada por Schulman, homocéntrica y de
una homología étnica (Lewis Galanes, 1994, 186).
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Durante su vida escribió en numerosos periódicos y revistas. Al regresar a la Isla hacia 1850, Tanco y Bosmeniel colaboró en forma permanente en el semanario El Iris y periódicamente en El Plantel, Revista de La
Habana, La Aurora de Matanzas, El Amigo del Pueblo, Brisas de Cuba,
etcétera. Su obra de ensayista –folletos, refutaciones y representaciones–
culminó con “Probable y definitivo porvenir de Cuba”, publicado en Key
West (EUA) en 1870, cuando cansado y desilusionado llegó a abogar por
la anexión de la isla de Cuba a los Estados Unidos “como un matrimonio
por conveniencia preferible a la condición de colonia española”. Dicha
cuestión había sido expuesta en ocasiones anteriores, pero sin explicarla
satisfactoriamente.
En 1862 publicó una “Refutación al folleto intitulado Viaje a la Habana
por la Condesa de Merlín”, publicado en el Diario de la capital cubana y
“Representación a la Reina de España sobre la abolición de la esclavitud”.
Empleó varios seudónimos en sus escritos: Elezio Cundamarco y Frías,
Un habanero, Un suscriptor al Plantel, Veráfilo y Los dos lógicos, este último en colaboración con Blas de Osés.
b) Amistad y correspondencia con Domingo del Monte
Tanco y Bosmeniel mantuvo una larga correspondencia con éste desde
1823. En 1930, la Academia de Historia de Cuba dio a luz el Centón
epistolario de Domingo Del Monte, en cuyo tomo VII se recuperaron las
194 cartas enviadas al amigo Del Monte. Éste, según Mónica Mansour,
Sostuvo siempre firmes ideas de libertad, contra la esclavitud y contra la censura literaria. Del Monte descubre y forma a muchos escritores de la época, predicando sus ideales de libertad y justicia social.
Entre ellos encontramos a los poetas José María Heredia, Francisco
Manzano y a muchos novelistas que se preocuparon por la situación
de los negros y campesinos, y por la independencia de su país
(Mansour, 1973, 76-77).
La correspondencia entre los dos amigos es pródiga en datos sobre la
época y, en particular, deja trascender la paradójica y desconcertante personalidad de Félix Manuel, a tal punto que Del Monte archivó la correspondencia del amigo colombo-cubano en un tomo independiente, por cuanto
sus cartas estaban llenas de observaciones violentas y opiniones drásticas,
con numerosos desplantes y formas procaces de expresión que, naturalmente, chocaban con el sentir y gusto de la época. Así, utilizó epistolarmente
un buen número de expresiones y dichos de los esclavos y llamó a su amigo
Carabela briche y a veces firmó sus cartas como “Tu carabela Feliciano, el
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BOLETÍN DE HISTORIA Y ANTIGÜEDADES – VOL. XCII No. 828 – MARZO 2005
Congo”. Por lo anterior, no todos los contertulios de Del Monte, estuvieron
de acuerdo con las ideas y expresiones de Tanco y Bosmeniel, razón por la
cual polemizó muchas veces con distinguidas figuras de su tiempo.
c) Los negros en la isla de Cuba son nuestra poesía
El romanticismo literario tuvo que ver no solo con las antigüedades indígenas sino también con la población negra, el tráfico de esclavos y la
esclavitud misma, aunque nunca, se atacó expresamente el sistema.
Tanco y Bosmeniel quedó cautivado cuando leyó Bug-Jargal, la obra
primigenia de Víctor Hugo (1802-1885), escrita por su autor en 1808 a los
16 años y rehecha y publicada al año siguiente. En ella Víctor Hugo delineó
la mayoría de los motivos básicos de su creación literaria. La temática de
dicho esfuerzo giró en torno a la vida en una plantación de Saint Domingue
(Haití), en la cual el esclavo Pierrot o Bug-Jargal se había enamorado secretamente de la hija del amo, la dulce María, prometida en matrimonio a
Leopoldo d’Auverney. Durante una insurrección de esclavos, María es raptada y su prometido blanco corre en busca de la amada, terminando como
prisionero de los rebeldes. Liberado por Bug-Jargal, jefe de los insurrectos,
es llevado por este a donde María que había sido raptada por él mismo para
salvarla de la furia de los revoltosos. Pero como Bug-Jargal había sido capturado, para ir en ayuda de d’Auverney tuvo que dejar en rehenes a doce
compañeros. Logrado su empeño, Pierrot vuelve a los blancos quienes lo
fusilan (U. Dettore, en González-Bompiani, 1959, t. II, 705). Este tipo de
relato y de literatura entusiasmaron en forma tal a Tanco y Bosmeniel que
no ocultó su fervor a los amigos de la tertulia de Del Monte, a quienes trazó
su itinerario literario del futuro:
Los negros en la isla de Cuba son nuestra poesía, y no hay que pensar en otra cosa, pero no los negros solos, sino los negros con los
blancos, todos revueltos y formar luego los cuadros, las escenas,
que a la fuerza han de ser infernales y diabólicas, pero ciertas y
evidentes (Bueno, 1986, 62).
Para abundar más sobre las metas que se trazó Tanco y Bosmeniel escribió también a su amigo Del Monte que:
Yo he querido y quiero escribir para los alcances del pueblo cubano;
quiero que me entienda cualquier hombre o mujer de nuestro vulgo,
un mayoral, un montero, una negra mondonguera, etc., pero quiero
que me entienda igualmente un marqués, un conde, un abogado, un
médico, un comerciante, etcétera (Centón Epistolario de Domingo
Del Monte, t. VII, 116).
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La esclavitud del negro y su transporte ilegal desde África (a veces protegido por las autoridades coloniales españolas, a pesar de los tratados internacionales y de la vigilancia británica en el mar) hacían cada vez más
difícil pensar en la abolición del sistema. En el ambiente rural, y singularmente en los ingenios azucareros, la esclavitud mostraba su fisonomía más
abyecta y cruel, recuerda atinadamente el doctor Bueno. El colombo-cubano en sus cartas se mostró siempre como acérrimo enemigo de lo que ocurría con los negros, por lo cual comentaba al amigo Del Monte.
Bastan las palabras hombre y pueblo para saber que no son propiedad (de otro) ni pueden serlo (Bueno, 1986, 71).
Tanco y Bosmeniel intuyó claramente cómo los negros y los propios
esclavos ejercían su influencia no solo en las costumbres, en las riquezas y
en las mismas facultades de los blancos, sino también en el idioma, los
bailes y la música de la Isla. Tanco y Bosmeniel no solo encontraba poesía
en torno a los negros sino que criticaba a los escritores jóvenes de novelas
que se dedicaban a describir amoríos y galanteos de los de su clase, sin
acordarse absolutamente de los esclavos “que tan poderosa parte tienen en
esa corrupción.”
El tipo de novela que predicaba Tanco y Bosmeniel lo intentó llevar a
cabo en una serie de tres relatos que nunca llegó a publicar –por la prohibición que existía sobre el antiesclavismo– pero circularon en manuscritos,
en forma secreta:
d) Escenas de la vida privada en la isla de Cuba
Bajo dicho título Tanco y Bosmeniel quiso pintar y criticar las costumbres malas o ridículas, en una época de auge del costumbrismo literario en
las letras cubanas. Como lo ha señalado el profesor Bueno, cuando el escritor menciona el deseo de reflejar costumbres, no se refiere al convencionalismo de las descripciones de fiestas y reuniones. Se refiere a costumbres
morales y concretamente a la corrupción que la esclavitud infundía a todos
los que convivían dentro de dicho sistema (Bueno, 1986, 74). Por esta razón, el autor no profundizó en descripciones de ambientes urbanos o rurales. Así mismo, no se preocupó por escribir con estilo literario como finalidad
fundamental. Le interesaba enviar su mensaje sobre la suerte colonial de
Cuba y la situación social existente dentro del sistema esclavista. La historiadora Lewis Galanes, a su vez, recuerda que dichos relatos sitúan a Tanco
y Bosmeniel como un novelista antiesclavista entroncado en el realismo
literario, dentro de un momento histórico caracterizado por el liberalismo
elitista y la modalidad romántica de la escritura (Lewis Galanes, 1994, 185-
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186). En todo caso, dadas las condiciones sociales y políticas, el autor confesaba a su amigo Del Monte:
Ya se supone que esto no es para imprimir entre nosotros (Bueno,
1986, 74).
Las “Escenas de la vida privada en la Isla de Cuba” constituían una
trilogía de relatos aparentemente independientes, titulados, “Petrona y
Rosalía”, “El niño Fernando” y “El hombre misterioso” que ante la imposibilidad de imprimirse circularon por debajo de cuerda entre muchos intelectuales e interesados en la independencia de Cuba. En 1839 Tanco y
Bosmeniel informó a su corresponsal Del Monte que había variado el título
de tales narraciones:
“El niño Fernando”, en lugar de “Petrona y Rosalía”; “El cura» en
lugar de “El hombre misterioso”; “El lucumí”, en lugar de “Francisco”. Todas están retocadas y compuestas. [...] Tengo ya en la idea otra
novela que será larga y que tendrá por título “Los bandoleros”. En este
cuento entrará la pintura del foro, la suerte de la clase blanca pobre de la
isla, la conducta del gobierno, etc., etc. ... (Bueno, 1986, 80).
Durante los años siguientes siguió trabajando en ellos y cuando la escritora habanera en francés, doña María de las Mercedes Santa Cruz y Montalvo
condesa de Merlín volvió en 1840 a Cuba, Tanco y Bosmeniel le pidió a
Del Monte que le hiciera llegar a la dama copia de sus escritos. Hay que
recordar que la familia de la Merlín estaba muy relacionada con las transformaciones industriales en la Isla y se interesaba por el cese de la trata de
esclavos. Su padre ostentaba dos títulos (Tercer conde de Jaruco y Primero
de Mopox) obtenidos en Cuba y, su tío el conde de Cosa Montalvo, veía en
la mecanización de la producción azucarera la posibilidad de eliminar el
tráfico de negros de África pero, manteniendo el sistema de esclavitud al
que había que humanizar. A su regreso a París la Merlín escribió La Havane,
libro que constaba de 36 cartas, editado en París y Bruselas (Araújo, 1983,
113-116). La Merlín aprovechó en este caso las informaciones recibidas
durante su estadía en la Isla.
Volviendo al tema de Escenas de la vida privada en la isla de Cuba, hay
que señalar que sus manuscritos desaparecieron durante el siglo XIX. Se han
encontrado dos de ellos, a saber:
Petrona y Rosalía
Redactado entre 1838 y 1839 se descubrió en la Argentina. En 1924
Carlos M. Trilles encontró el texto de este relato como propiedad del cubano José R. García, residente durante 40 años en Buenos Aires. Al año si-
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guiente se editó en La Habana por la revista Cuba Contemporánea y
reeditada dentro de Cuentos Cubanos del siglo XIX, en la selección prologada
por don Salvador Bueno en 1975. Este último subrayó cómo el relato
“Petrona y Rosalía” está concebido con una estructura en la cual las relaciones entre amos y esclavos incidían en la corrupción que la esclavitud
impregnaba en la familia cubana y un auténtico elemento disociador de la
misma a causa de las relaciones clandestinas entre amos y esclavos que
daban lugar a la descendencia ilegítima. El propio Tanco y Bosmeniel puntualiza dicha situación:
Si es la familia el elemento de la sociedad civil, ¿qué sociedad será
la nuestra, y qué ciudadanos se formarán entre nosotros, cuando la
fuerza bruta tiene levantado su trono en el seno de la misma familia
contra la moral, y en donde son necesarios por consiguiente un verdugo y todos sus instrumentos de opresión y suplicio para conservar
su prepotencia? (Bueno, 1986, 77).
Igualmente en dicho relato, Tanco y Bosmeniel abogaba por un mejor
trato a los esclavos pero sin reclamar la necesidad de la abolición de la
esclavitud. Por otra parte, el autor cae a veces en prejuicios raciales, como
cuando menciona la fortaleza física del esclavo que le permite soportar los
más duros trabajos. La crítica moderna ha reclamado la carencia de perfiles
sicológicos de los esclavos quienes son presentados en forma simple y elemental como meros elementos pasivos dentro del engranaje social (Bueno,
1986, 78).
En el relato, la esclava Petrona, es forzada por su amo, don Antonio
Malpica. Cuando la esposa, doña Concepción, descubre que la mujer está
embarazada obliga a su marido a que la envíe como castigo al ingenio que
poseen. Allí la mujer dio a luz una niña, la mulata Rosalía. Su nacimiento,
es comunicado por el señor Pantaleón a don Antonio como si fuera el parto
de una vaca o de otro animal, pues de todos modos se incrementaba el
patrimonio del amo. Al crecer Rosalía, su ama la trae a la ciudad muy
prendada de ella y la trata como si fuera un “dije de adorno”. Por causa de
unas anginas, muere don Antonio. Durante su velorio había un murmullo
sobre su vida privada, desapacible como el de las moscas engolosinadas en
el cadáver de algún animal. Luego el “niño Fernando”, su hijo, se enamora
de Rosalía y la embaraza, repitiéndose el mismo ciclo que con su madre. A
su vez la mulata fue enviada al ingenio donde sufre torturas, a pesar de su
gravidez y muere. Ante el problema del posible incesto, doña Concepción
se alarma. Sin embargo, no hubo incesto. Como ocurre en otras novelas del
género, Doña Concepción al conocer el embarazo de la esclava, recordó
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con satisfacción que Fernando no era hijo de su esposo, sino el fruto de su
relación adúltera con su amante, el marqués de Casanueva.
Finalmente, cabe advertir que en este relato Tanco y Bosmeniel diseñó
“las iniquidades del régimen esclavista con la mayor crudeza” a la que no
se atrevieron sus contemporáneos (Bueno, 1986, 76).
El hombre misterioso
Una copia de este relato se descubrió en 1994 en la Sección de Manuscritos de la Biblioteca Nacional de Madrid (España). Dicho encuentro fue
posible gracias a la búsqueda de la profesora Adriana Lewis Galanes de
Temple University Philadelphia (Penn. Estados Unidos). El texto ha sido
publicado en el Anuario de Estudios Americanos de la Escuela de Estudios
Hispano-Americanos de Sevilla.
El 20 de agosto de 1838, Tanco y Bosmeniel le escribió a Del Monte que:
Petrona y Rosalía hace 20 días que se acabó, y en estos 20 días he
zurcido otro cuento, mucho más de mi gusto que el 1°. La aristocracia es la que paga el pato en Petrona y Rosalía y la clase media en El
hombre misterioso. Todos salen bien zurrados y expuestos a la vergüenza pública: verás en El hombre misterioso cómo pinto a nuestros curas de campo (Lewis Galanes, 1994, 5).
Es importante acotar acá un aspecto referente al anticlerismo de la época. En sus cartas Tanco y Bosmeniel y en un folleto Los Jesuítas en La
Habana (1862) puso de relieve su posición anticlerical rampante. Ya el 12
de septiembre el autor había pensado en cambiarle el nombre a su relato
por el de “El cura” (Lewis Galanes, 1994, 191).
El texto publicado recientemente conlleva algunas dudas sobre su originalidad, por cuanto en 1839 Tanco y Bosmeniel comunicó a su amigo Del
Monte sobre el envío de sus tres narraciones a los Estados Unidos. También
el ex consul inglés R. R. Madden llevó una copia a Inglaterra y, además,
Domingo Del Monte metía mucho la mano en los trabajos que le presentaban sus amigos. En todo caso, para el 12 de septiembre de 1839, su propio
autor ya había retocado el original. La copia recuperada en Madrid trae
como epígrafe una cita del escritor español Gaspar Melchor de Jovellanos
(1749-1813): “Va el adulterio de una casa en otra, /Zumba, festeja, ríe y
descarado/ Canta sus triunfos”.
“El hombre misterioso” está dividido en tres partes. Describe a la sociedad provincial como prisionera entre las ideas y realidades del linaje y de la
riqueza –supuestamente bien adquiridos–. Pedro del Águila, un auditor hono-
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rario de guerra vive en familia una vida ejemplar, con su esposa y su hija de
veintidós años. A su casa llegan la flor y nata de la localidad, pues don
Pedro mantiene una tertulia de amigos estudiosos (abogados y médicos).
Los literatos no tenían cabida allí, por no formar cuerpo o corporación,
pues creía que sus amigos, por lo menos tenían títulos universitarios que
encubrían por lo menos la carencia de sabiduría. En las cercanías vivía don
Nicolás Contreras, también con su familia y dos hijas. Además de ocuparse
de un cafetal, él era “Receptor de Rentas”. Junto a este, la élite local se
movía. Con el cura, bien conocido por su carácter vivo y alegre y sus costumbres: jugaba a los gallos y diferentes juegos de azar, cantaba y tocaba
con donaire la guitarra y, bailaba cuando había ocasión, pero sobre todo, le
corría el ala a las mujeres jóvenes de toda condición y estado. Al decir de
Tanco y Bosmeniel, era ignorante aun del latín y sin la instrucción del ateo,
se burlaba de Dios y de los Santos:
En una palabra: el padre D. Salvador de Medina, sin poseer ninguna
de las cualidades de un buen cura o de un buen sacerdote, tenía todos los vicios y la corrupción de un mal hombre (Lewis Galanes,
1994, 198).
A pesar de todo, el padre Medina era popular. Era de “ambiente”, pues
todos, en aquella sociedad rural, eran viciosos y vivían en escándalo. Por
ello, al cura le resultaban no solo cargas pesadas el tener que casar, bautizar, enterrar a los muertos, decir la misa, confesar y predicar sino que le
resultaban graves molestias que le quitaban tiempo para sus gustos y vicios. Por tales condiciones intimaba y concordaba mucho con don Nicolás
y por ello se llevaban y querían como hermanos, hasta que algo vino a
enturbiar la relación, pues como se dice popularmente, entre bomberos no
se deben pisar las mangueras.
Magdalena Ferregut era una negra criolla libre que después de vivir en
La Habana se trasladó al pueblo de don Nicolás, con quien decidió convivir. De esta unión libre tuvo dos hijas: Carmen y Josefa. La primera tenía
17 años y la segunda 15 en la época del relato. Aunque don Nicolás afirmaba y reafirmaba al igual que el cura, que los negros eran una clase privilegiada de monos, sin embargo, no tuvo empacho en tener galanteos con un
“animal” y en tener hijas con él. No obstante, las dos niñas eran como los
dijes de su casa y por ellas, se daban bailes de tiple y calabazo con zapateo
incluído. El padre Medina se solazaba bailando “El congo” y decidía con
quien danzar.
Dos meses después de la fiesta de San José, desapareció la joven Carmen. Naturalmente la culpa se desvió hacia algunos jóvenes lugareños que,
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a veces señalaba el propio padre Medina, y se llegó a culpar a don Ramón.
Pasaron los días y nada de la muchacha. Una tarde vino uno de los taberneros para contarle a don Nicolás que había visto a la jóven perdida. Este y
don Ramón decidieron ir al lugar que había sido señalado. En una casita
encontraron a la muchacha con el padre Medina.
Tras un fuerte reclamo, el sacerdote sin inmutarse dijo:
Señor D. Nicolás, usted proteste cuanto quiera, y diga lo que le parezca. Yo habré cometido una falta y la conozco y confieso, pero
usted ha cometido otra antes que yo, y la falta de usted ha producido
la mía. Usted también ha escandalizado y escandaliza el pueblo
(Lewis Galanes, 1994, 203).
Don Nicolás demandó al cura. El pleito duró más de un año y el padre
Medina fue condenado a nueve meses de prisión en el convento de San
Felipe. Al volver del castigo, Medina meditaba su venganza, mientras hacía reír a los guajiros contando chistes sobre “el cornudo”.
El sacerdote supo poco después, cómo una noche, se había visto a un
hombre embozado en un capote, acompañado de varios esclavos que conducían un bulto hacía un bosque, donde luego lo enterraron. Era el cadáver
de una mujer. El sacristán que vió a escondidas el hecho, dedujo que se
trataba de un asesinato cometido en ese día. Don Nicolás era reconocido
por su crueldad con los esclavos, a los cuales mataba cuando quería, pues
también decía: “matar un negro es quitarse un enemigo”. Por esta razón el
sacerdote pudo levantar los ánimos del marido de la mujer que había sido
enterrada clandestinamente. Don Nicolás apareció asesinado poco tiempo
después por aquel negro. Al volver la calma, el cura aprovechó las circunstancias para continuar galanteando a la muchacha que una vez había raptado. Se estableció públicamente en la propia casa de su víctima, donde tuvo
“larga y masculina descendencia” (Lewis Galanes, 1994, 195-210).
Francisco o El Locumí
Obra que hasta ahora no ha sido encontrada. Su autor escribió el 4 de
septiembre de 1838 que:
Tengo en quilla otro cuento más. Historia de Francisco. Esta historia
es la de un negrito de 12 años sacado del barracón, cuando los
barracones estaban en frente de la Alameda y se hacía libremente el
comercio de África. Con el negrito Francisco voy a meterme en todos los rincones de las casas desde el palacio hasta el bohío, y todo
lo he de sacar a la pública expectación –o a la vergüenza pública–
(Centón Epistolario de Domingo Del Monte, T. VII, 116).
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e) Tanco y Bosmeniel como referencia en la Historia del Negro
El autor colombo-cubano no solo ocupa un lugar específico dentro de la
literatura cubana sino que también forma parte de aquellos escritores y literatos que pusieron su grano de arena en la lucha contra el tráfico de negros
y del sistema esclavista. La proyección de sus ideas tiene ya dimensiones
continentales, razón por la cual caben recordar las siguientes referencias
(además de las del Dr. Bueno y de la profesora Lewis Galanes), ya citadas
en el texto:
- 1975. Salvador Bueno: Cuentos urbanos del siglo XIX (La Habana)
- 1976. Richard L. Jackson: The Black Image in Latin Literature
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