Sirviendo a la Misión Evangelizadora de la Iglesia

Anuncio
Sirviendo a la Misión Evangelizadora de
la Iglesia
por Bart Hisgen
Misionero Laico Comboniano
El santo Daniel Comboni describe la
misión de manera impresionante. La
misión, dijo, es la manera en la que los
discípulos de Jesús “hacen causa común”
con los “más pobres y abandonados”
(Traducción libre, Padre John
Taneburgo, MCCJ, Saint Daniel Comboni:
Traits of Missionary Spirituality,
icla.claret.org/weeks/week2004/confere
nces/taneburgo.doc).
En el 2007, mi esposa Cynthia y yo
trasladamos a nuestra familia a un
vecindario cerca a la ciudad de Trujillo,
en Perú. Nosotros paseábamos por las
calles, conversábamos con las personas
que mostraban interés en conversar y
escuchábamos. Escuchábamos cuando
nuestros vecinos nos contaban
innumerables historias de sus luchas
por salir adelante. Sonreíamos junto a
ellos mientras nos enseñaban fotos de
sus hermanos, tías, hijos y nietos.
Sentíamos su mismo entusiasmo
cuando nos hablaban de sus esperanzas.
Siempre nos ofrecían algo de comer. Las
horas pasaban, y luego de tales
encuentros, se nos acogía no como
“extranjeros” sino como “vecinos”. Y
empezamos a vivir las palabras del
Santo Daniel Comboni en nuestra vida:
“Pregunta, siéntate y escucha” (ver
Tiempo Ordinario A,
www.bakhitaradio.org/index.php?option
=com_content&view=article&id=177&Ite
mid=98; ver también Catecismo de la
Iglesia Católica [CCC], 2da ed.
[Washington DC: Libreria Editrice
Vaticana–United States Conference of
Catholic Bishops, 2000], no. 852).
Antes de mudarnos al Perú éramos
una familia igual a cualquier otra:
juegos de pelota los fines de semana,
algunas actividades escolares y una
modesta casa con un espacio para que
jueguen los niños. Con el correr del
tiempo, Cynthia y yo nos hicimos
amigos de unos cristianos
comprometidos. Estas relaciones nos
llevaron a comprometernos aún más
dentro de nuestra parroquia, a
proyectos de servicio dirigido a las
familias y, eventualmente, a una misión
en el extranjero. Lo que más nos
impresionó a lo largo de estas
experiencias fueron las personas que
encontramos en Estados Unidos: ese
músico que organizaba coros con
mujeres desamparadas, aquellos que se
dedicaban a los proyectos de los
huertos comunitarios y el electricista
jubilado encargado del mantenimiento
de la antigua casa del Trabajador
Católico. Estas personas comunes y
corrientes nos mostraron que nosotros
podíamos hacer una diferencia aun
cuando no nos fuese posible ofrecer una
solución rápida. Dios nos pide salir de
nuestra vida diaria, y nosotros
respondemos (ver Pablo VI, Exhortación
Apostólica, Acerca de la Evangelización
en el Mundo Contemporáneo [Evangelii
Nuntiandi], no. 70,
www.vatican.va/holy_father/paul_vi/
apost_exhortations/documents/hf_pvi_exh_19751208_evangeliinuntiandi_sp.html
Ese sábado, cuando llegamos a
Trujillo, Perú, nos quedamos pasmados.
El padre Máximo, quien era nuestro
contacto principal, nos condujo al
centro pastoral en donde íbamos a vivir
y luego nos llevó a dar un pequeño
paseo por esa zona y nos informó que
vendría a celebrar la Misa al día
siguiente. El vecindario, construido a
una altura de 35 pies sobre una arena
desértica, nos parecía que acababa de
haber sido bombardeado. Familias
numerosas, con sus hijos, vivian allí en
lo que parecía un campamento de
refugiados. Unas jaurías de perros
vagaban por las calles. Las casas
estaban construidas con láminas de
plástico y techos de paja. Desde nuestra
ventana podíamos ver y oler el
vertedero de la ciudad. Un avión nos
había transportado de la comodidad de
nuestra vida de clase media en Estados
Unidos a otro planeta.
A la mañana siguiente, algunos de
los adultos tocaron nuestra puerta para
saludarnos y darnos la bienvenida al
vecindario. Una de las jóvenes, llamada
Fabiola, estaba ansiosa de escucharnos
hablar en español. Ella nos llevó a la
capilla en donde íbamos a celebrar la
Misa. Unos minutos después, apareció el
padre Máximo pidiéndoles a todos que
se pusieran de pie y empezaran a cantar.
Todos se unieron al canto en el
estribillo. Las mujeres mayores
aplaudían y se balanceaban, empujando
a un lado sus sillas de plástico. Nunca
me voy a olvidar de las palabras de esa
primera canción: “No importa de cual
vecindario vengas/después del Calvario
soy tuyo./Si tu corazón es como el
mío,/dame tu mano, mi hermano, y
juntos estaremos”.
Extendiendo sus manos, el padre
Máximo proclamó: “El Señor esté con
ustedes”. Mientras que me disponía a
recibir el Santísimo Sacramento de
manos de Fabiola, pensé que la
presencia de Dios era tan real entre mis
nuevos vecinos como lo era en las más
bellas catedrales del mundo (ver el
Directorio General para la Catequesis
[Washington, DC: Libreria Editrice
Vaticana–United States Conference of
Catholic Bishops, 1998], no. 253).
Aquellos que se ofrecen para la
misión obtienen su energía y su
inspiración de aquellos con quienes
sirven. En otras palabras, Dios no viene
con nosotros como una maleta
etiquetada. Para los cristianos, el
Espíritu Santo está siempre activo, una
tibia brisa que anima todo y a todos en
todo momento (ver Concilio Vaticano II,
Gaudium et Spes, no. 11,
www.vatican.va/archive/hist_councils/i
i_vatican_council/documents/vatii_const_19651207_gaudium-etspes_sp.html; Evangelii Nuntiandi, no.
75,
http://www.vatican.va/holy_father/pa
ul_vi/apost_exhortations/documents/hf
_p-vi_exh_19751208_evangeliinuntiandi_sp.html). La misión es una
manera intencional de expresar el
deseo de nuestro corazón para
2
compartir la vida juntos en nuevos
idiomas, culturas y maneras de
entender lo que Dios está haciendo en
nuestro mundo (ver CIC, no. 852).
Con algo de ayuda económica,
Cynthia y yo pudimos empezar una
escuela comunitaria para los niños del
vecindario. Me pasé una semana yendo
de puerta en puerta en busca de
estudiantes. Así es como conocí a Laura,
una niña de trece años que vive con su
familia en un asentamiento humano en
las afueras de Trujillo. Cariñosamente,
todos la llaman “Lauralita”.
El padre de Lauralita sufre de una
debilitante afección a la columna y no
puede caminar. Su familia se vio forzada
a vender su pequeña granja para poder
mudarse y estar cerca a los consultorios
médicos. Ya que ellos vienen de un área
rural, ningún miembro de la familia
sabe leer o escribir. Su madre vende
verduras en el mercado mientras que
Lauralita permanece con su padre en su
improvisado hogar. Cuando llegué al
lugar en donde vive la familia de
Lauralita, me invitaron a pasar. Luego
de explicar la razón de mi visita, sus
padres estuvieron de acuerdo para
permitir que su hija asistiera a la
escuela.
Mi plan era empezar las clases el
lunes de la semana siguiente a las 9 de
la mañana, hora exacta. Lauralita y todo
el grupo de niños del vecindario
estuvieron esperándome en la puerta a
las 6:45 a.m. Los hice pasar y empecé a
leerles unos libros con ilustraciones.
Inicié un programa de lectura
empezando con el alfabeto. Después de
varias semanas, ya todos habían
avanzado a las sílabas. Semanas más
tarde, los niños ya podían leer palabras
completas.
Un día Lauralita me estaba
esperando después de la clase. Ella
quería saber si podía llevarse a casa,
por el fin de semana, algunos libros y
las tarjetas de multiplicación. “Por
supuesto”, le dije, poniéndome algo
serio, “pero tienes que estudiar con tus
padres todos los días”. Ella entonces
tomó el libro Curious George y un libro
de Dr. Seuss.
El lunes siguiente, la madre de
Lauralita llego a la escuela a las 6:30
a.m. Ella tomó mis manos entre las
suyas y, con un nudo en la garganta, me
contó que, durante el fin de semana,
Lauralita había leído los libros muchas
veces a toda la familia. Mientras, con el
pie, Lauralita daba golpecitos suaves en
el suelo y sonreía traviesamente. La
madre de Lauralita prosiguió: “Nos
gustó mucho la historia de los peces
rojos y azules”, refiriéndose a la obra
maestra de Dr. Seuss, One Fish, Two Fish,
Red Fish, Blue Fish. Sin embargo, dijo
que habían tenido dificultades con las
tablas de multiplicar y que ninguno
recordaba nada después del ocho por
seis. La madre de Lauralita le tocó el
hombro. “Ella nos está enseñando todo
lo que está aprendiendo en la escuela”.
Cuando escuché eso, los ojos se me
llenaron de lágrimas y sentí que el arco
del universo se inclinaba a favor de
Lauralita, atrayéndome consigo,
fusionándonos.
Muchas de las personas que conozco
que son realmente pobres, no están
buscando algún tipo de droga de la
felicidad para ayudarles a escapar de
esa miseria absoluta. Más que
optimismo, la gente realmente pobre
sigue adelante por el poder de un ritmo
más profundo, tipo levadura, que se
eleva lentamente, a la cadencia de “one
fish, two fish, red fish, blue fish” (un pez,
dos peces, pez rojo, pez azul). Mis
vecinos peruanos me enseñaron el
3
nombre de esa fuerza y esa se llama
dignidad (ver Gaudium et Spes, no. 31).
Recuerdo la primera vez que vi a
nuestra vecina Doña Julia caminando
por el vecindario con una canasta llena
de hojas y de hierbas. Por curiosidad, la
acompañé. Ella me dijo que estaba
llevando hierbas medicinales a las
personas enfermas en el vecindario. Las
horas pasaban mientras íbamos de casa
en casa. A Doña Julia le hablaban de sus
males, de lo que pasaba en sus vidas y
de las celebraciones de personas cuyos
nombres no tuve el cuidado de
aprender.
Doña Julia, como si estuviera
preparando una receta muy conocida,
hacía unas infusiones de olores medios
raros y empezaba a masajear los brazos,
las piernas o la cabeza de la persona
enferma. “Usualmente lo que
necesitamos hacer es aumentar la
circulación en el cuerpo”, explicaba.
Mientras que las personas cerraban los
ojos y se relajaban, Doña Julia tarareaba
un canto de la iglesia. Entonces, cesaba
la conversación y la persona respiraba
profundamente mientras Dona Julia
continuaba.
En ese momento me di cuenta lo
buena que era Dona Julia en su vocación.
Estos dones no brotan automáticamente.
Más bien, son tan naturales como los
latidos del corazón. Doña Julia es una
biblioteca ambulante y lleva consigo las
historias de la vida de cada persona en
nuestra comunidad. Ella ofrece sus
dones sin esperar nada a cambio.
Las personas oprimidas, sin mucho
dinero, han aprendido a cuidarse unas a
otras. Más adelante me di cuenta de lo
que había presenciado a través de Doña
Julia: un don puro. Estuve sentado en
primera fila viendo como se cuidaban
los seres humanos—al estilo de Doña
Julia.
En la misión aprendemos de otros a
aceptar el don de la vida, aprendemos a
ver el mundo a través de sus ojos,
oramos en su idioma y crecen nuestras
esperanzas a través de su compasión. El
Espíritu Santo abre un espacio en
nuestro corazón y nuestros vecinos se
trasladan allí, con sus historias y todo
(ver Evangelii Nuntiandi, no. 75). Si
usted y yo creemos que Dios desea
moverse entre nosotros mientras el
Verbo se hace carne, creo que la
evangelización quiere decir que nos
abramos a personas como Lauralita y
Doña Julia. Son ellas las que nos
enseñan acerca de la dignidad, esa
pequeña luz a la cual estamos llamados
a celebrar, defender y encender. Por
nuestra parte, usted y yo debemos estar
dispuestos a tomar esos primeros pasos
hacia el mundo, dejando nuestra zona
de confort, confiando en todo momento
que el padre Máximo estaba en lo cierto
cuando dijo: “El Señor esté con ustedes”.
4
Copyright © 2012, Conferencia de Obispos Católicos de los Estados Unidos, Washington, D.C. Todos
los derechos reservados. Se permite la reproducción de esta obra sin adaptación alguna para uso no
comercial.
Citas del Papa Pablo VI, Citas del Papa Pablo VI, Evangelii Nuntiandi, copyright © 1975, Libreria
Editrice Vaticana, Ciudad del Vaticano. Reproducidas con permiso.
Las citas del Catecismo de la Iglesia Católica, segunda edición, © 2001, Libreria Editrice Vaticana–
United States Conference of Catholic Bishops, Washington, D.C. Reproducidas con permiso. Todos
los derechos reservados.
5
Descargar