El Cid Campeador y la Primera Canción de Gesta

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1 Academia Nacional de Medicina. Boletín ANM - Venezuela- Elías Anzola Pérez. Febrero 2012. Volumen 5, Nº 50 Sección IV
Sección IV - Opiniones y Reflexiones
‘El Cid Campeador y la Primera Canción de Gesta’
Dr Elías Anzola Pérez
Código 2013-5-50-IV-97
Rodrigo Díaz nació en Vivar del Cid, provincia de Burgos, c.1048; él fue un caballero
castellano que pasó a la historia por su proeza de llegar a dominar con su espada el este de la
Península Ibérica, es decir, el Levante, a finales del siglo XI. Una vez que conquistó Valencia
estableció allí un señorío independiente que dirigió desde su fundación el 17 de junio de 1094
hasta su muerte en 1099; su esposa, doña Jimena Díaz, lo heredó y lo mantuvo hasta 1102.
La vida de este guerrero inspiró el más importante cantar de gesta de la literatura
española, el Cantar del Mío Cid; la posteridad conocerá a este singular personaje como Cid
Campeador, nombre derivado del árabe dialectal Sidi, que significa “señor”. Dicho cantar
apareció por primera vez en el Poema de Almería que se estima fue publicado entre 1147 y
1149.
Vivar del Cid está situada a unos 10 Km. de Burgos, ciudad fundada aproximadamente
en 884; esta urbe pasó a ser capital del condado de Castilla hacia 930 y desde 1230 del reino
de Castilla hasta el reinado de los Reyes Católicos quienes, por cierto, dictaron en ella, en
1512, las conocidas como Leyes de Burgos, las primeras que la monarquía hispánica aplicó en
América con la finalidad de organizar los territorios recientemente conquistados y que son
consideradas las semillas de la futura Declaración de los Derechos Humanos. Más tarde
Burgos fue capital de la histórica Castilla la Vieja y primera capital provisional de la comunidad
autónoma de Castilla y León. La construcción de su famosa e imponente Catedral de Santa
María se inició en 1221 siguiendo los patrones góticos franceses.
El abuelo materno de Rodrigo Díaz formó parte del séquito de Fernando I de León hasta
1066 y él mismo ingresó muy joven, hacia 1058- al servicio de la corte de dicho monarca en
calidad de paje o doncel del príncipe Sancho, futuro Sancho II de Castilla (primer rey de
Castilla, 1065-1072), de Galicia (1071-1072) y de León (1072); por cierto que a Rodrigo le tocó
combatir en las guerras entre Sancho II y sus dos hermanos hasta que el monarca fue
asesinado. Alfonso III recuperó el trono de León y sucedió a su hermano en el de Castilla,
anexándoselo junto a Galicia.
Alrededor de 1074 Rodrigo Díaz contrajo nupcias con Jimena Díaz, noble bisnieta de
Alfonso V de León, con quien tuvo tres hijos: Diego, María y Cristina. Por enredos políticos y
acusaciones de robo él tuvo que enfrentar un destierro hacia 1080 o 1081; a partir de ese difícil
momento hasta 1086 Rodrigo se estableció como guerrero del rey de Zaragoza, quien había
iniciado una lucha armada contra su hermano; se estima que en esos tiempos Rodrigo recibió
el título de sidi (“monseñor” en árabe andalusí), apelativo romanceado de “mío Cid”.
Después de su reconciliación con la monarquía, hacia 1087, el guerrero formó parte de
la corte del rey Alfonso VI en Castilla; por nuevos desencuentros el monarca se enemistó con él
en 1088, pero ya para ese tiempo se había convertido en la figura más poderosa del oriente de
la península admitiéndose que sólo el potente imperio almorávide era capaz de hacerle frente.
Fue entonces cuando Rodrigo decidió conquistar Valencia; para ello envió a su único hijo
varón, Diego, a la Batalla de Consuegra donde el joven falleció. Por cierto que en 1098 don
2 Rodrigo consagró la nueva Catedral de Santa María que antes había sido utilizada como
mezquita.
La muerte del Cid ocurrió en Valencia entre mayo y julio de 1099; ese mismo año él
había casado en dicha ciudad a sus dos hijas, por segunda vez: a Cristina con el infante
Ramón Sánchez de Pamplona y a María con el conde de Barcelona, Ramón Berenguer III. La
viuda, Doña Jimena, convertida en señora de Valencia, consiguió defender la ciudad con la
ayuda de su yerno Berenguer hasta mayo 1102 cuando, frente al ineludible fracaso, la familia
abandonó el lugar con ayuda de Alfonso VI.
Rodrigo fue inhumado en la catedral de Valencia y en 1102 sus restos fueron llevados al
monasterio de San Pedro de Cardeña. En 1808, durante la Guerra de Independencia de
España, los soldados franceses profanaron su tumba, aunque el año siguiente sus restos
fueron colocados en un mausoleo; en 1842 ellos fueron llevados nuevamente a Cardeña; en
1862 fueron trasladados a la Casa Consistorial de Burgos y finalmente colocados, junto a los
restos de doña Jimena, en el crucero de la Catedral de Santa María. A ese extraordinario lugar
llegan grandes multitudes cada año, deseosas de rendirle homenaje a ese personaje cuyo
apelativo y hazañas constituye uno de los capítulos más atractivos de la historia universal que
se ha quedado para siempre en la memoria de las siguientes generaciones.
El Cantar del Mío Cid
Es una canción de gesta, de autor anónimo, inspirada libremente en las hazañas
heroicas y episodios de la vida del caballero don Rodrigo Díaz de Vivar, El Cid Campeador; se
la considera la primera obra extensa de la literatura española en una de las lenguas romances,
llamadas también románticas o neolatinas-, que surgieron como evolución del latín vulgar. En
dicha composición se aprecia el alto valor literario de su estilo, así como la admiración y
respeto hacia el personaje central; se considera que fue escrita alrededor del año 1200.
Esta obra es el único cantar épico de la literatura española conservado casi por
completo; consta de 3.735 versos de extensión variable, aunque dominan los de 14 a 16
silabas métricas; no tiene división en estrofas, sino que los versos se agrupan en tiradas, es
decir, series de ellos con una misma rima consonante.
El Cantar del Mío Cid, además de exaltar sus glorias guerreras, incursiona en el tema
del complejo proceso de recuperación de la honra perdida por el héroe castellano, cuya
restauración supondrá una honra mayor a la de la situación inicial. La obra comienza con el
destierro del Cid, primer motivo deshonroso, tras haber sido acusado de robo; este deshonor
supone también el haber sido despojado de sus heredades o posesiones en Vivar y privado de
la patria potestad de su familia. Finalmente, tras la ansiada conquista del crucial territorio
valenciano el guerrero obtuvo el perdón real y con ello una nueva heredad: el señorío sobre
Valencia.
Para ratificar su nuevo estatus de señor de vasallos se concertaron las bodas de sus
hijas con linajes como los infantes de Carrión, pero paradójicamente, con ello se produjo la
nueva caída de la honra del Cid, debido al ultraje de dichos nobles a las hijas del héroe,
quienes son vejadas, heridas y abandonadas a su suerte. El Cid decidió alegar la nulidad de
estos matrimonios en un juicio presidido por el rey tras el cual los infantes quedaron difamados
públicamente y despojados de los privilegios que antes ejercían como miembros del séquito
real; afortunadamente, él concertará más adelante matrimonios con nobles españoles. Por
cierto que existe un conmovedor cuadro de Ignacio Penazo (fechado en 1879) titulado Las hijas
del Cid, en el cual doña Elvira y doña Sol, los nombres de las jóvenes en El Cantar del Mío Cidaparecen semidesnudas, heridas y atadas en el robledo de Corpes, municipio de Corpes,
provincia de Guadalajara, Castilla, La Mancha, tras ser vejadas por sus esposos con el fin de
que muriesen. El gran poeta, historiador y político venezolano Andrés Eloy Blanco (Cumaná,
1896-Ciudad de México, 1955) cuya obra literaria y política, por cierto, fue declarada Patrimonio
Histórico en noviembre de 2012 por el Concejo Municipal de Caracas- incorporó el recuerdo de
3 estas desventuradas criaturas en su último libro, Giraluna (1955), dedicado a sus dos hijos
varones; en uno de sus Coloquios el bardo les aconseja:
“Por mí ni un odio, hijos míos,/ni un solo rencor por mí,/no andar cobrándole al hijo/la
cuenta del padre ruin/y recordad que las hijas/del que me hiciera sufrir/para ti han de ser
sagradas/como las hijas del Cid.”
En un segmento del Cantar del Mío Cid se transparenta crudamente la enorme pena
que don Rodrigo sufrió por este desventurado episodio familiar:
“Merced, y a rey e señor, por amor de caridad!
La rencura mayor non se me puede olvidar,
Oídme toda la cort e pesevos de mio mal,
Los ifantes de Carrion, que m’desondraron tan mal”
Con respecto a la identificación del autor -o autores- de esta extraordinaria obra literaria
distinguidos expertos y críticos han emitido muy diferentes opiniones; la mayoría se ha
inclinado por pensar en un autor culto cuya profesión debió ser letrado o notario de algún noble
o monasterio. Muchos de los datos históricos han ayudado a fijar criterios de tiempo, lugar y
circunstancias; así, por ejemplo, la referencia de que Medinaceli aparezca como plaza
castellana remite la obra a la segunda mitad del siglo XII, ya que para 1140 era aragonesa;
igualmente, el sello real sólo está documentado bajo el reinado de Alfonso VIII de Castilla a
partir de 1175, entre otros; Menéndez Pidal le aplicó una fecha probable de 1307. La mayoría
de los elementos conducen a la conclusión de que fue escrita por un único autor culto, con
profundos conocimientos jurídicos, posiblemente un notario o letrado, a fines del siglo XII o
principios del XIII (entre 1197 y 1207).
Las generaciones siguientes han admirado y respetado la figura de Rodrigo Díaz de
Vivar a través de sus tumbas, sus estatuas, sus biografías (libros, películas, obras teatrales,
óperas, programas televisivos, etc.); sin embargo, existen dos símbolos que condensan su
fiereza y perdurabilidad como guerrero: La Tizona y La Colada, sus espadas.
Tizón, el nombre con que el arma se conoció hasta el siglo XIV, pertenecía al rey Búcar,
de Marruecos y El Cid se la ganó en Valencia; él entonces se la regaló a sus yernos, los
infantes de Carrión, aunque más tarde volvería a sus manos y se la obsequiará a su sobrino,
Pedro Bermúdez. Existen muchas dudas históricas sobre las referencias de la espada; su sede
oficial es el Alcázar de Toledo, fortificación sobre las rocas ubicada en la parte más alta de la
histórica ciudad, adornada por el río Tajo; en 2012 la espada fue exhibida en el Museo de
Burgos. El nombre de La Tizona ha sido incorporado a numerosas obras de literatura, drama y
música, inclusive de tipo popular, como en la canción Toledo, del maestro mexicano Agustín
Lara (1900-1970); así también una hermosa referencia musical la mostró el maestro español
Jacinto Guerrero (1895-1951) en su celebrada zarzuela El huésped del sevillano, de 1926, con
extraordinario libreto de Enrique Reoyo y Juan Ignacio Luca de Tena: Canto de la espada (“Fiel
espada triunfadora”).
La Colada adolece de respaldo histórico y se ha especulado que pudo haber sido
invención del autor del poema; por cierto que una hermosa estatua ecuestre del Cid
Campeador en Burgos lo muestra blandiendo su espada y seguramente cada admirador, nativo
o visitante, que se planta frente a él lo imaginará en sus luchas guerreras, sin importarle mucho
cuál espada aprieta en su mano derecha.
En referencia a la trascendencia del personaje en las artes se podría recordar que el
celebrado dramaturgo Pierre Corneille (1606-84), a quien se distingue como inventor de la
tragedia clásica francesa, dio a conocer en 1627 su tragicomedia Le Cid que fue altamente
controvertida al punto que le costó la desaprobación de la Academia Francesa; sobre ella el
compositor, también galo, Jules Massenet (1842-1912) dio a conocer en 1885 su ópera, en
cuatro actos, con el mismo nombre, que alcanzó poca trascendencia.
4 En 1865 el compositor, escritor y poeta Peter Cornelius alemán (1824-74), amigo de
Richard Wagner y Franz Liszt estrenó su ópera El Cid, que tampoco alcanzó notoriedad;
curiosamente dicha función coincidió con el estreno de la ópera wagneriana Tristán e Isolda,
por lo cual el crítico y compositor no estuvo presente en la función de su amigo.
Otro notable músico francés, Georges Bizet (1838-75), cuya precocidad y capacidad
creativa quedaron demostradas con la publicación de su electrizante Sinfonía en do mayor a
los 17 años (1855), finalizó en 1873 su ópera Don Rodrigo, en cinco actos, que nunca se
interpretó y cuya partitura desapareció. Dos años después, a cuatro horas de haber bajado el
telón tras la 33ª. representación de su ópera Carmen en la Ópera Cómica de París, el corazón
de Bizet se le detuvo; el autor de la primera ópera francesa verista lamentablemente apenas
disfrutó del placer de la gloria con su ópera previa, Los pescadores de perlas, representada en
la misma sala en 1863.
Otro destacado compositor francés, Claude Debussy (1862-1918), autor de
trascendental música orquestal, pianística, vocal y operística, confesó su interés por el
personaje español y sus andanzas y trabajó algunos años (1890-93) en su ópera Rodrigue et
Chimene, aunque no la finalizó; en 1987 París conoció la obra que fue terminada por otro
compositor, sin mayor repercusión.
Igualmente, el compositor español Manuel Manrique de Lara produjo entre 1906 y 1911
una trilogía operística que tituló Rodrigo y Jimena, El cerco de Zamora y Mío Cid; su impacto
fue discreto.
La industria cinematográfica también se ha interesado por el gran personaje; así se
podría recordar la película El Cid, de 1961, con Charlton Heston y Sophia Loren, bajo la
dirección de Anthony Mann, rodada en España y contando con la asesoría del reputado
lingüista Ramón Menéndez Pidal a la cual los conocedores le encontraron grandes desaciertos
históricos.
En 1962, bajo la dirección de Miguel Iglesias, se dio a conocer la producción fílmica
hispano-italiana Las hijas del Cid; en 1973 el público apreció una adaptación para televisión de
El amor es un potro desbocado y en 1983, con actuación de Ángel Cristo y Carmen Maura, el
cine español dio a conocer El Cid Cabreador.
Nota final
Es indudable que tanto la historia verdadera de don Rodrigo Díaz de Vivar como El
Cantar del Mío Cid han constituido extraordinarios elementos históricos y literarios que han
rebasado la prisión de las aulas, los libros, los teatros y las pantallas para anidarse, airosos, en
hombres y mujeres del mundo entero, para defender, con su Tizona y su Colada, sus vidas,
honras e ideales, invocando siempre el consejo de la zarzuela del maestro Guerrero:
“… hiere siempre que le asistan/ el derecho y la razón”.
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